miércoles, 18 de mayo de 2022

BACALAO GUISADO EN ACEITE DE OLIVA CON HIERBAS

 

BACALAO GUISADO EN ACEITE DE OLIVA CON HIERBAS




Muy al estilo español, con mucho ajo y muchas hierbas aromáticas, que hacen de este manjar un placer para los paladares más exigentes.

 

Ingredientes

800 gr de lomo de bacalao fresco o filetes

3 Cucharadas de harina

4 Dientes de ajos

1 dl de aceite de oliva virgen extra

25 gr de cebollino fresco (cebolleta)

30 gr de perejil fresco

 

Elaboración

Cortamos el bacalao en trozos de 4 x 4 cm. Y pasamos por harina.

Pelamos los ajos y cortamos en rodajas.

Calentamos el aceite de oliva virgen en una sartén con fondo grueso, y freímos en ella el ajo durante 3 minutos, hasta que estén dorados y crujientes. Retiramos el ajo de la sartén con una espumadera y reservamos.

Colocamos los trozos de bacalao en el aceite caliente y freímos hasta que estén dorados por ambos lados durante aproximadamente 1 minuto. Bajamos el fuego y dejamos cocer el bacalao a fuego lento durante unos 30 minutos, dándoles la vuelta  de vez en cuando. Agitamos la sartén de vez en cuando para liberar los jugos del bacalao (gelatina) y creamos una salsa un poco más espesa.

Mientras tanto, picamos la cebolleta (o cebollino, si lo prefieres) y el perejil. Añadimos las hierbas y el ajo al final del tiempo de cocción, mezclamos bien suavemente el bacalao en la salsa. Sazonamos con sal y pimienta negra recién molida al gusto.

Servimos con patatas guarnición, cocidas o al horno, en cazuelitas individuales.

¡Buen provecho!

VASITOS DE AGUACATE CON MOUSSE DE QUESO DE CABRA Y MIEL

 

VASITOS DE AGUACATE CON MOUSSE DE QUESO DE CABRA Y MIEL



Ingredientes

100 gr de queso fresco natural de  cabra

2 Aguacates

1 Cucharada de miel

30 cl de nata liquida

Sal

Pimienta negra recién molida

El jugo de ½ limón

 

Elaboración

Para preparar la mousse de queso de cabra con miel, mezclamos los 100 gr de rollito de queso fresco de cabra, bien machacado con la nata. Sazonamos con sal y pimienta negra recién molida al gusto, batimos muy bien, luego de agregamos la miel y volvemos a batir para integrar bien los ingredientes. si lo hacemos con la licuadora, nos saldrá mucho meejor. Pasamos por un chino y vertimos en el sifón, cerramos e insertamos dos cartuchos de gas, uno tras otro, teniendo cuidado de agitar entre cada uno. Refrigeramos por 2 horas el sifón en forma horizontal.

Si tío tienes sifón, lo puedes hacer solo con la licuadora, y simplemente, monta la nata con todos los ingredientes del sifón, y reserva en el frigorífico hasta la hora de su uso, luego la pasas a una manga pastelera, con boquilla rizada, y distribuye sobre los vasitos.

Pelamos los aguacates y quitamos los huesos. Cortamos la carne de los  aguacates en dados  y rociamos con el jugo del medio limón, sal y pimienta negra recién molida ligeramente. Distribuimos sobre los vasitos.

Colocamos la mousse de queso de cabra encima de los aguacates, si es con sifón, agitándolo bien antes de rellenar los vasitos y si lo haces con la manga pastelera, echándolo con la boquilla en forma de estrella. Hasta rellanar los vasitos...

Servir inmediatamente frio.

¡Buen provecho!



AL-MANSUR, LOS OMEYAS DE OCCIDENTE Y EL MAGREB

 

AL-MANSUR, LOS OMEYAS DE OCCIDENTE Y EL MAGREB

Al-Mansur tenía un conocimiento de primera mano de la situación imperante entre las tribus bereberes del Magreb, sus relaciones mutuas, sus divisiones, rivalidades y alianzas, lo que le permitió establecer una relación que impulsaría su progresión política.

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XAVIER BALLESTÍN
UNIVERSITAT DE BARCELONA

Posible imagen de al-Muzaffar ‘Abd al-Malik, el hijo y sucesor de al-Mansur, en la arqueta de Leyre. Wikimedia Commons.


Contra viento y marea

En el Kitāb Mafājir al-Barbar —“Libro de las glorias de los bereberes”—, compilación magrebí anónima de principios del siglo XIV, se recoge un suceso extraordinario (1).

Se trata de la fulgurante travesía del Estrecho desde Ceuta en dirección a Algeciras de ʿAbd al-Malik, hijo de al-Mansur, el Almanzor de las crónicas latinas y de los terrores del milenio. El navío de ʿAbd al-Malik fondeó en puerto al cabo de sólo tres horas, el martes, 2 de abril de 999, pese a vientos adversos y a las recomendaciones del séquito que le había de acompañar, que permaneció en Ceuta varios días más a causa de un empeoramiento del tiempo, mientras ʿAbd al-Malik no perderá un instante en dirigirse desde Algeciras a Córdoba, específicamente a al-Madinatu az-Zahira, donde, pese a la ausencia de su padre en su quincuagésima incursión, dirigida contra Pamplona, será recibido con todos los honores y toda la pompa, magnificencia y aparato que correspondía a la ocasión, al personaje y a las noticias del Magreb.

Que ʿAbd al-Malik, confiando en su suerte y llevado por su ímpetu, se embarcara sin tener en cuenta ni consejo ni el estado de la mar y del viento, podría, quizás, obedecer a un amor al riesgo y a un exceso de confianza. Aunque no pueda descartarse esta faceta, así como tampoco deja de llamar la atención el tiempo inusualmente corto invertido en la navegación, el quid de la cuestión reside en que ʿAbd al-Malik tenía un interés primordial por hacer llegar a su padre las nuevas de la victoria que había conseguido en el Magreb, no sólo porque significaba el apogeo del ejercicio del poder de al-Mansur y la derrota del único enemigo capaz de plantarle cara en el campo de batalla y en la legitimidad de su ejercicio del poder, Ziri ibn ‘Atiyya, bereber Zanata de la estirpe Magrawa, sino también porque acabaría abriendo la puerta para convertir su ejercicio del poder en una dinastía, al-dawla al-‘amiriyya, legitimada y sancionada por el propio califa. Estos hechos suponen la culminación de una política continua, bien articulada y consciente en la que el Magreb ocupa un lugar primordial y que hunde sus raíces en la historia del propio al-Andalus y específicamente en el califato omeya de Córdoba.

Abuelo, hijo, nieto.

Ibn Jaldun (1331-1406), que dedicó su talento y su experiencia vital en la política, la erudición y la guerra a explicar las modalidades y fases que caracterizaban la creación de poderes políticos, tanto en el ámbito del islam como fuera de éste, distinguió tres etapas nítidas en este proceso, que en su forma ideal se ajustaban a la sucesión de tres generaciones: abuelo, hijo, nieto, o padre que funda, hijo que consolida, nieto que malbarata.

En la primera generación, el creador del poder político —dawla (2)—, y al que llamaremos el abuelo, provisto de una remarcable capacidad de liderazgo —riyasa— y secundado por el círculo de sus partidarios más directos, de los miembros de su linaje —qawm— y de sus seguidores, todos cohesionados por un espíritu corporativo militante y activo —ʿasabiyya—, conquistaba el poder. La prueba de que la conquista había sido efectiva no sólo residía en el ejercicio de la autoridad, sino también en la capacidad de designar a un sucesor, no necesariamente un hijo suyo, aunque fuera el expediente más habitual.


Busto de Ibn Jaldún a la entrada de la casba de Bejaia (Argelia). Wikimedia Commons.



En la segunda generación, el hijo dedicaba toda su capacidad a consolidar el poder recibido, a saber, a perpetuar el ejercicio de autoridad —dawla— en el seno de lo que ya se podría calificar como dinastía. Pese a que el espíritu combativo del hijo, su capacidad y su energía, no quedaban tampoco en segundo término si se comparaban con las de su padre, el titular de la autoridad en la segunda generación presidía un período en que la estabilidad, la recaudación de tributos, la paz, el comercio, la producción, la cultura, las artes y las ciencias conocían su apogeo, y el marco de este florecimiento era la ciudad en que residía el gobernante. No ha lugar a duda de que este hijo, que había sucedido a quien hemos calificado como el abuelo, había de afrontar muchos menos problemas y oposición para designar la persona que tenía que ocupar su lugar ejerciendo el poder político —dawla—, y al que hemos llamado el nieto. De hecho, el titular del poder dedicaba una buena parte de su tiempo a garantizar que aquel a quien designara como heredero en la dawla fuera quien ejerciera el poder a su muerte.

En la tercera generación, tanto el nieto, cuyo acceso a la autoridad había sido indiscutido y directo, como sus seguidores más directos, sus familiares, sus cortesanos y sus funcionarios, habían perdido todos el espíritu corporativo militante y cohesionador —ʿasabiyya— . Esta pérdida, que Ibn Jaldun asociaba al lujo, a las comodidades y a la falta de oposición en el seno de la estirpe gobernante, llevaba a que el poder, que residía legítimamente en el nieto, acabara en manos de personas que no pertenecían a la estirpe gobernante y a que se buscara el apoyo de otros grupos provistos de ese espíritu corporativo combativo y militante, la ʿasabiyya. Y, finalmente, si se llegaba a una cuarta generación se producía la desaparición violenta del poder político y de la estirpe que lo había ejercido —dawla—.

No puedo asegurar que Ibn Jaldun, que no lo declara explícitamente, no estuviera pensando en el califato Omeya de Córdoba. La figura del abuelo, o del padre que funda, se corresponde con la de ʿAbd ar-Rahman an-Nasir li-din Allah, fundador del califato (912-929-961). La figura del hijo, del hijo que consolida, es la de al-Hakam al-Mustansir bi-Llah (961-976). La figura del nieto, el nieto que malbarata, es la de Hisham al-Muʾayyad bi-Llah (976-1009), durante cuyo califato el poder, prosperidad, prestigio y esplendor de al-Andalus conocería su apogeo, que no sobreviviría, desgraciadamente, al califato de Hisham. Y en este caso Ibn Jaldun es explícito: el ejemplo paradigmático y perfecto de la persona que durante la tercera generación ejerce el poder en el nombre del nieto —es decir, Hisham al-Muʾayyad— es al-Mansur. Y, aquí, entre otros grupos y personas, aquellos que le dieron su apoyo incondicional y manifestaron un espíritu corporativo militante y activo estaban los bereberes del Magreb.

Una inspección, un encargo y una urgencia. 

La relación de al-Mansur con los bereberes, y la de estos con los Omeyas de Córdoba se han de situar necesariamente durante el califato de Al-Hakam al-Mustansir (961-976), específicamente en el marco de la guerra contra Hasan ibn Qannun (mayo 972-marzo 974) y la sucesión de al-Hakam por su hijo Hisham al-Mu’ayyad, cuestión que marcó, y ensombreció, los últimos años de vida y califato de al-Hakam.

La guerra contra Hasan ibn Qannun, miembro de la estirpe idrisí, descendiente de Idris ibn Idris, el fundador de Fez, y descendiente a su vez de Hasan ibn ‘Ali ibn Abi Talib —nieto del Profeta—, ha de inscribirse en el marco de la pugna entre los Omeyas y los Fatimíes por el control del Magreb. Aunque aquí el estallido de las hostilidades parece corresponder con una coyuntura poco favorable para los partidarios magrebíes de los Omeyas, a los que Hasan ibn Qannun ataca en el Magreb más occidental, hay que incidir en que la condición de idrisí de Hasan, a saber, de miembro de la tribu de Quraysh, su arraigo en el Magreb y su capacidad de lucha y de liderazgo hacen de su ataque un desafío directo a la legitimidad de los Omeyas, a sus partidarios en el Magreb y a su dominio. Al-Hakam entiende perfectamente la amenaza, no en vano un primer enfrentamiento se salda con la muerte de 1500 soldados del ejército regular andalusí enviado al Magreb, y dedica todos sus recursos para movilizar, por un lado, armas, ejércitos, suministros y soldadas, por el otro, obsequios y una cantidad de monedas, objetos de lujo, obsequios preciosos y tejidos primorosos de seda que, por un lado, han de servir para sufragar la guerra, por el otro, han de servir para premiar y reintegrar en la obediencia omeya a los principales jefes de las tribus, confederaciones y comunidades del Magreb, empezando por los propios parientes de Hasan ibn Qannun, que en su fuero interno saben que el triunfo de Hasan atenta contra sus intereses y contra su prestigio entre los bereberes que les obedecen.

En el transcurso de esta guerra, al-Mansur, que aún es un servidor de la administración omeya y que es conocido como Muhammad ibn ‘Abd Allah ibn Abi ‘Amir, será enviado por el califa al-Hakam al Magreb para que se haga cargo de inspeccionar los pagos al ejército, de supervisar si las instrucciones emanadas desde Córdoba son cumplidas y para comprobar que los jefes bereberes a los que se ofrece obsequios de lujo para que abandonen a Hasan ibn Qannun, para que renueven su compromiso con los Omeyas, o para que entren por primera vez en su obediencia, reciban los regalos de forma proporcionada, de tal forma que nadie pueda sentirse ni ofendido ni despreciado por la calidad o cantidad de objetos recibidos. De este cometido no se conserva, desgraciadamente, información detallada acerca de si existía algún baremo, norma o método, o protocolo, que fijara cómo dichos regalos habían de ser distribuidos. Sólo se sabe que Ibn Abi ‘Amir cumplió con creces la inspección encomendada y que —y este era el objetivo de dicha política— Hasan ibn Qannun, después de resistir a los ejércitos omeyas, se encontró abandonado a su suerte con sus seguidores más combativos e irreductibles y se vio obligado a capitular en la irreductible fortaleza de Hayar al-Nasr.


Estatua de al-Hakam II al-Mustansir en Córdoba. Wikimedia Commons.


Al-Hakam al-Mustansir venció a los idrisíes, los trasladó, aunque fuera en régimen de jaula dorada, a al-Andalus, y los humilló públicamente en las recepciones que organizó en al-Madinatu al-Zahra’, la ciudad construida por su padre ‘Abd ar-Rahman an-Nasir y en la que celebró su triunfo en pleno aparato y majestad. Hasan ibn Qannun llegó a al-Andalus acompañado de sus seguidores más aguerridos y combativos, que coincidieron en Córdoba con otros bereberes del Magreb, aunque en este caso desvinculados de los idrisíes y que se habían distinguido en la lucha contra los fatimíes: los Banu Birzal de los Zanata y los seguidores de Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, que había abandonado a los fatimíes y se había refugiado en al-Andalus.

Ibn Abi ‘Amir recibió poco después el encargo de la inspección del cuerpo permanente de soldados profesionales, con la que al-Hakam le invistió cuando el califa preveía, justamente, que a su muerte su único hijo superviviente, Hisham, sería un menor de edad y que, aunque nadie osara poner en duda su voluntad mientras viviera, pese a encontrarse postrado por la enfermedad, podía contar con que alguno de sus familiares, con el apoyo de altos funcionarios y cortesanos, depusiese o matara a su hijo a la primera ocasión en cuanto al-Hakam falleciera. En este sentido, pues, la misión de Ibn Abi ‘Amir, y con él la de Yaʽfar ibn ʿUthman al-Mushafi, que disfrutaba de la absoluta confianza del califa, estribaba en conseguir que los seguidores de Hasan ibn Qannun, y con ellos los Banu Birzal y los servidores de Yaʽfar ibn ʿAli, fueran inscritos en el registro de soldados profesionales del ejército regular y que quedaran vinculados a al-Hakam al-Munstansir, y después de él, a su hijo Hisham y a quienes ejercieran el poder en su nombre: en primer lugar, Yaʽfar ibn ‘Uthman al-Mushafi, y posteriormente, hasta su muerte en 1002, Ibn Abi ‘Amir, conocido a partir de 981 como al-Mansur.

Con este vínculo, que no se ha de entender desde la perspectiva del establecimiento de relaciones clientelares o personales, sino desde la óptica del servicio remunerado a la dawla de los Omeyas, adquiere inteligibilidad a progresión de Ibn Abi ‘Amir desde la muerte de Al-Hakam en 976 hasta que consiguió ejercer el poder en exclusiva en el nombre de Hisham al-Mu’ayyad, hijo de al-Hakam, y se otorgó el título de al-Mansur.

Se trataba de crear, en un primer estadio, un cuerpo de combatientes de primera clase cuya obediencia, respeto y servicios estuvieran vinculados únicamente a quien, entre la multitudinaria familia Omeya en al-Andalus, gobernaba el occidente musulmán. Que se escogiera para este cometido a antiguos enemigos, como los combatientes bereberes llegados a Córdoba con Hasan ibn Qannun, a fugitivos del área de influencia fatimí en el Magreb, como los seguidores, partidarios y séquito de Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, en su mayoría bereberes del Magreb central, y a tribus bereberes que no se habían distinguido por su fidelidad ni a los principios de la sunna omeya ni a los principios de la šīʿa ismaelí de los fatimíes, como los Banu Birzal de la confederación Zanata, asentados mayoritariamente en el Zab, en la región de al-Muhammadiyya (Msila, al-Masila) no era un problema. Las ventajas eran innegables, ya que el único vínculo que acabó uniendo a grupos tan dispares fue su servicio, no a la estirpe omeya, sino al califa, y a quien lo representara en su ejercicio del poder.

Todos los textos insisten en la competencia, savoir-faire, habilidad y sentido de la oportunidad de Ibn Abi ‘Amir, que podrían explicar su éxito tanto en la inspección de las pagas y obsequios distribuidos en el Magreb durante la guerra contra Hasan ibn Qannun como en vincular a un heterogéneo y combativo grupo de jinetes bereberes a la sucesión de al-Hakam por su hijo, el menor Hisham, pero ambas misiones requerían un conocimiento de primera mano de la situación imperante entre las tribus bereberes del Magreb,  sus relaciones mutuas, sus divisiones, sus rivalidades y sus alianzas, complejas e imbricadas en el tejido clánico de las jefaturas tribales y comunitarias del Magreb. No se sabe como adquirió este conocimiento, pero la relación con los bereberes del Magreb impulsaría la progresión política de al-Mansur 

Siyilmasa

El 6 de mayo de 978, según consta en la página 239 del primer volumen del Kitab al-Bayan al-Mugrib de Ibn ‘Idhari, o bien entre marzo y abril de ese mismo año, si se sigue el anónimo Kitab Mafakhir al-barbar, Jazrun ibn Fulful ibn Jazar ibn Muhammad ibn Jazar ibn Hafs ibn Sulat ibn Wazmar, un miembro destacado del clan bereber de los Banu Jazar Magrawa de la confederación Zanata, atacó la ciudad de Siyilmasa, la expugnó, mató a al-Muʽtazz, su gobernante, y envió noticia de su conquista a Ibn Abi ‘Amir, a quien informó de que la plegaria hebdomadaria del viernes —jutba— en Siyilmasa y el país que la circundaba se hacían en nombre del Hisham al-Mu’ayyad, el nuevo califa omeya de Córdoba.

La noticia llegó a Córdoba poco después de que Ibn Abi ‘Amir, que aún no se había otorgado el título honorífico de al-Mansur, recibiera del califa Hisham al-Mu’ayyad, debidamente aconsejado por su madre Subh, la dignidad de hayib —chambelán, camarlengo—, que le facultaba a dirigir la administración civil de la dawla de los omeyas y a regir la gestión de los ministros, cargo que recibió en exclusiva a partir del 26 de marzo de 978.

La conquista fue interpretada como un venturoso y extraordinario auspicio para los inicios de la carrera de al-Mansur, a la vez que supuso una afrenta sangrante y una ignominia inaceptable para los fatimíes. De hecho, ‘Abd Allah al-Mahdi, el primero de los imanes fatimíes, irreconciliables enemigos de los Omeyas y sus rivales directos en el Magreb, fue aclamado y proclamado por sus seguidores y por los bereberes Kutama en la ciudad de Siyilmasa, el domingo del 27 de agosto de 909, en una ceremonia que duró tres días y que supuso el nacimiento de una nueva dinastía.


Ruinas de Siyilmasa


La reacción de los fatimíes y de sus seguidores bereberes de la confederación Sinhaya  fue rápida, violenta y devastadora, liderada por Buluqqin ibn Ziri ibn Manad, un acérrimo enemigo de los Omeyas y de sus partidarios magrebíes, pero en última instancia sólo sirvió para reforzar la cohesión de los bereberes Zanata y para que una parte de estos, auxiliados con refuerzos, armas, dinero y provisiones trasladados a Algeciras por Ibn Abi ‘Amir y trasladados a Ceuta por Yaʽfar ibn ‘Ali ibn Hamdun, aprovechara la ocasión para inscribirse en el registro de soldados profesionales del ejército permanente de los Omeyas e instalarse en Córdoba.

Aunque las circunstancias en que se produjo el ataque de Buluqqin ibn Ziri podrían explicar un incremento puntual en el número de bereberes inscritos en el registro del ejército, hay que incidir en que aquellos que permanecieron en el Magreb eludiendo a Buluqqin, o refugiados en Ceuta, o esperando la oportunidad para contraatacar, habían sido objeto previamente de la política de obsequios de lujo, regalos espléndidos, armas primorosas, tejidos de seda, arreos magníficos y regias cabalgaduras que les eran otorgados, por una parte, como símbolo y espaldarazo de su propia jerarquía y prestigio entre sus comunidades y tribus, por otra, como prueba y garantía de su integración en la jerarquía de autoridad de los Omeyas de Córdoba —jil‘a—. Esta política, practicada durante la guerra contra Hasan ibn Qannun, fue llevada a sus últimas consecuencias por Ibn Abi ‘Amir al-Mansur y garantizó su triunfo en la creación de la dawla ʿamiriyya, aquel período de poder y autoridad asociado a él y a sus descendientes, en el que el poder del Califato de Córdoba llegó a su clímax.

Y volviendo al Estrecho, al espacio marítimo entre Algeciras y Ceuta, atravesado por ‘Abd al-Malik en un tiempo record. En lengua árabe y entre los andalusíes y magrebíes la palabra usada para referirse a este espacio era muyaz, que significa el lugar por el que se pasa, por extensión, el paso, en este caso siempre abierto, siempre libre, siempre expedito.


NOTAS:

(1) Kitāb Mafājir al-Barbar, editado parcialmente por Évariste Lévi-Provençal Fragments historiques sur les Berbères au Moyen-Âge. Extraits inédits d’un recueil anonyme compilé en 712-1312 et intitulé Kitab mafakhir al-barbar (Collection de Textes Arabes publiée par l’Institut des Hautes-Études Marocaines). Texte arabe publié avec introduction et index par E. Lévi-Provençal (Editions Félix Moncho: Rabat, 1934), página 34. Fue reeditado íntegramente, junto con otros textos del mismo manuscrito, por Muhammad Yaʿlà en la compilación Tres textos árabes sobre beréberes en el Occidente islámico. Ibn ‘Abd al-Ḥalīm (s. VIII/XIV) Kitāb al-ansāb, Kitāb mafājir al-barbar (Anónimo), Abū Bakr ibn al-ʿArabī (m. 543/1149) Kitāb šawāhid al-yilla, (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Agencia Española de Cooperación Internacional: Madrid, 1996), páginas 169 y 170. La reedición más reciente es la de ʿAbd al-Qādir Bubaya en Kitāb mafājir al-barbar li-muʾallif mayhūl. Dirāsa wa-taḥqīq: ʿAbd al-Qādir Būbāya (Dār Abī Raqrāq li-l-ṭibāʿa wa-l-našr: Ḥassān al-Ribāṭ, 2005), página 124.

(2) Dawla aparece en este texto en su acepción más genérica de dinastía y engloba también el concepto de poder y de autoridad política ejercidos en un ámbito temporal y geográfico que varía a medida que el ejercicio de la autoridad se afirma, se consolida y, finalmente, desaparece o es sustituido. Hay que remarcar también que la voz griega δυναστεία, de la que proviene dinastía, significa ejercicio de poder, poder político, influencia, el poder de un grupo. Vid. http://dge.cchs.csic.es/xdge/δῠναστεία.


PARA AMPLIAR:

Fuentes

  • Anónimo Fragments historiques sur les Berbères au Moyen-Âge. Extraits inédits d’un re- cueil anonyme compilé en 712-1312 et intitulé Kitab mafakhir al-barbar, Ed. Lévi-Proven- çal,  Rabat, 1934; Tres textos árabes sobre beréberes en el Occidente islámico. Ibn ‘Abd al-Ḥalīm (s. VIII/XIV) Kitāb al-ansab, Kitāb mafājir al-barbar (Anónimo), Abū Bakr ibn al-ʿArabī (m. 543/1149) Kitāb šawāhid al-yilla, ed. M. Ya‘Lā, Madrid, 1996, 136.
  • Ibn ʿIdhārī, Kitāb al-Bayān al-Mugrib fī ajbār al-Andalus. Ed. É. Lévi-Provençal y G.S. Colin, Leiden, 1948-1951, reed. I. ʿAbbās, Beirut.
  • Ibn Jaldūn, Dīwān al-mubtadāʾ wa-l-jabar fī  ta’rīj al-ʿarab wa-l-barbar wa-man ʿāṣara-hum min dhawī al-šaʾn al-akbar. I. Al-Muqaddima, II-VII. Ta’rīj, VIII. Fahāris, ed. S. Zakkār y J. Šihāda, Beirut, 1981.

Monografías

  • Ballestín, X., (2004) Al-Mansur y la dawla ‘amiriyya. Una dinámica de poder y legitimidad en el Occidente musulmán medieval. Publicacions i Edicions, Universitat de Barcelona, Barcelona, 2004.
  • Ballestín, X., (2008) “La guerra contra Ḥasan b. Qannūn en al-Magrib y el futuro de los Banū Marwān”en La Península Ibérica al filo del año 1000. Congreso Internacional Almanzor y su época Coord. José Luis Del Pino García (Córdoba, 14 a 18 de octubre de 2002), Córdoba, 2008, pp. 495-507.
  • Ibrahim, T., (1990) “Consideraciones sobre el conflicto omeya-fatimí y las dos acuñaciones conocidas de al-Jair ibn Muhammad ibn Jazar al-Magrewi”, Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, XXVI, 1990, pp. 295-302.
  • Idris, H.R., (1962) La Berbérie orientale sous les Zirides. Xe – XIIe siècle. (Publications de l’Institut d’Études Orientales. Faculté des Lettres et Sciences Humaines d’Alger, XXII), Adrien-Maisonneuve, Paris, 1962, 2 vols.

 

IBN AL-BAYTAR Y LA FARMACOLOGÍA MEDIEVAL

 

IBN AL-BAYṬĀR Y LA FARMACOLOGÍA MEDIEVAL

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La obra de Ibn al-Bayṭār es muy extensa y está dedicada al estudio de la botánica, la zoología y la mineralogía con fines farmacológicos. En total se le atribuyen una docena de composiciones, algunas de ellas perdidas, otras duermen todavía manuscritas sin editar ni traducir en bibliotecas de todo el mundo, y otras tantas han visto la luz en ediciones y traducciones a varias lenguas.


ANA M. CABO GONZÁLEZ
UNIVERSIDAD DE SEVILLA


Detalle de una de las ilustraciones de una traducción árabe del Tratado de las plantas de Dioscórides. BNF ms. Arabe 2850, f. 117bis v.


El malagueño Ḍiyāʾ al-Dīn Abū Muḥammad ʿAbd Allāh b. Aḥmad al-Malāqī, más conocido como Ibn al-Bayṭār, puede ser considerado uno de los farmacólogos más importantes de la historia de la ciencia y, por supuesto, uno de los científicos andalusíes que más aportó a esa disciplina. 

La vida de Ibn al-Bayṭār transcurre durante la segunda mitad del siglo XII y la primera del XIII, y es Málaga o sus alrededores, posiblemente Benalmádena, la localidad que lo vio nacer. 

Fue en el seno de su familia donde el malagueño se inició en las artes de la botánica y de la farmacología, ya que su padre, Aḥmad b. ʿAbd al-Mālik y su abuelo, Abū Marwān ʿAbd al-Mālik Ibn al-Bayṭār, se habían dedicado al estudio de diferentes ciencias, entre ellas, las naturales. 

De esta primera etapa de la vida y la formación de nuestro autor se conservan pocos datos biográficos, pero de lo que no hay duda es de que adquirió, durante la misma, los conocimientos básicos y la estimulación necesaria como para desear ampliar sus estudios sobre plantas, animales, minerales y sus usos en la farmacología más allá de su localidad natal. 

En su población de nacimiento, Ibn al-Bayṭār residió hasta los 18 o 20 años, edad en la que se trasladó a Sevilla, con la intención de ampliar sus conocimientos de la mano de los más prestigiosos y conocidos botánicos musulmanes de la época: ʿAbd Allāh b. Ṣāliḥ, Abū l-Ḥaŷŷāŷ y Abū l-ʿAbbās al-Nabātī. Fue de este último del que se convirtió en discípulo distinguido y con el que aprendió a conocer y reconocer la amplia flora de Sevilla y sus alrededores, especialmente, de las tierras del Aljarafe, por donde realizaban sus labores de herborización. Este período transcurrió antes de 1220-1, fecha en la que inicia su largo viaje a Oriente, de donde nunca regresó. 

Detalles de este largo periplo podemos encontrar en su propia obra, donde va dejando pinceladas de lugares por los que pasa, personas a las que conoce y flora y fauna que recoge, cuyos datos almacena para su posterior estudio y descripción. 

El viaje sin retorno se inicia en el norte de África, concretamente en la ciudad de Ceuta, una vez atravesado el Estrecho de Gibraltar; desde allí se desplaza a Bujía, donde toma rumbo a Constantina, para llegar, más tarde, a Túnez, arribar después a Trípoli y, finalmente, detenerse en Barca, donde emprende viaje por el mar Mediterráneo en dirección a Asia Menor, tierra que recorre durante al año 1224 y que lo pone en contacto directo con las tradiciones clásicas griega y latina, y con las grandes obras de los médicos grecorromanos Dioscórides (40-90 d. C.) y Galeno (129-210 d. C.). 


Mapa del recorrido de Ibn al-Bayṭār.


De aquí se traslada a Siria, donde conoce a Ibn Abī Uṣaybi‘a, médico de Damasco muy conocido por su obra de recopilación de biografías de médicos ilustres, composición que comienza en los albores de la historia y termina con las vidas y las obras de sus coetáneos. Entre estas biografías podemos encontrar la de nuestro autor, a quien el médico damasceno describe con estas palabras: 

“La primera vez que me encontré con él fue en Damasco en el año 633 H (1253-4 d. C.) y pude apreciar sus magníficas cualidades y su gran conocimiento de las plantas. Yo exploré junto a él los alrededores de Damasco […] Con nosotros llevábamos las obras de Dioscórides, de Galeno y de al-Gāfiqī […] Primero él me citaba los términos griegos que aparecían en Dioscórides, después añadía lo que este decía de cada planta, sus características y sus propiedades, haciendo lo mismo con Galeno y los demás sabios, y señalando aciertos, contradicciones y errores. Así pude constatar su profundo conocimiento de las plantas y de las obras de los grandes clásicos Dioscórides y Galeno”. 

Desde Siria, Ibn al-Bayṭār viaja hasta Persia, pasando por Irak y recorriendo el norte de la península arábiga, siempre en busca del conocimiento farmacológico de plantas, animales y minerales, y recopilando datos de lugares, de términos, de especies y de personas que le descubrían nuevos horizontes del saber y la ciencia. 

Finalmente, se dirige a Egipto, lugar en el que nuestro autor se instala definitivamente bajo el amparo y la protección del sultán ayyubí al-Mālik al-Kāmil Muḥammad b. Abī Bakr, a quien había llegado recomendado como valioso botánico y farmacólogo. Este sultán, apreciando las dotes médico-farmacológicas de Ibn al-Bayṭār, lo nombró “Jefe de los herboristas” de su corte y, desde entonces, formó parte del séquito del sultán hasta su muerte, pasando, después, a servir al hijo que lo sucedió y al que dedicó sus dos obras más importantes: el Kitāb al-Ŷāmiʿ y el Kitāb al-Mugnī

Durante el largo viaje que hemos descrito, Ibn al-Bayṭār, aprovechó para ir tomando referencias botánicas y lexicográficas de todas aquellas plantas, animales y minerales que iba descubriendo por esas tierras, haciendo así un gran trabajo de campo que, más tarde, reelaboraría y sería la base para su ingente producción científica. 

La obra de Ibn al-Bayṭār es muy extensa y está dedicada al estudio de la botánica, la zoología y la mineralogía con fines farmacológicos. En total se le atribuyen una docena de composiciones, algunas de ellas perdidas, otras duermen todavía manuscritas sin editar ni traducir en bibliotecas de todo el mundo y otras tantas han visto la luz en ediciones y traducciones a varias lenguas. Entre todas estas obras podemos destacar las siguientes: 

Un Comentario al Libro de Dioscórides. De esta composición Ibn Murād llevó a cabo una edición (Túnez, 1990) y A. Dietritch una edición y una traducción al alemán (Göttingen, 1991). Se trata de una colección de nombres de medicamentos en diferentes lenguas (griego, árabe, beréber y latín) y de sus descripciones, y que tiene como fin fin acabar con las muy contadas confusiones que a lo largo de la historia se habían producido con muchos de ellos. 



Traducción árabe del Tratado de las plantas de Dioscórides. BNF ms. Arabe 2850, f. 70v.


Un Libro que aclara e informa sobre los errores y falsedades que contiene “El Método”. Se trata de una obra dispuesta en forma de diccionario que recoge las inexactitudes que Ibn al-Bayṭār detectó en la lectura de la composición titulada El Método, del médico iraquí de origen cristiano del siglo XI Ibn Ŷazla. 

Un Libro sobre lo que es útil saber acerca de los medicamentos simples. Obra compuesta en veinte capítulos en los que se van enumerando las diferentes partes del cuerpo, las dolencias que estas partes pueden padecer y los tratamientos que se deben aplicar según los casos. 

Una Epístola sobre el tratamiento de los venenos. Es una composición menor en la que el autor recopila una serie de antídotos para combatir diferentes envenenamientos. 

Un Tratado sobre las propiedades del limón. Esta obra contiene la descripción de las propiedades terapéuticas del limón. Aunque no se conserva copia manuscrita árabe alguna, sí existen varias traducciones al latín en las que se explicita que el autor es Ibn al-Bayṭār. 

Un Libro sobre la norma del médico. En él se describen en ochenta capítulos las enfermedades que pueden darse en cualquier parte del cuerpo humano, las terapias que se deben aplicar y su posología. Este trabajo se estructura de la siguiente forma: comienza por la cabeza y termina por los pies, pasando por cada uno de los órganos del cuerpo. 



Traducción árabe del Tratado de las plantas de Dioscórides. BNF ms. Arabe 2850, f. 11r.


Un Tratado sobre lo que es útil saber acerca de los medicamentos simples. Esta es la segunda obra en importancia de entre las composiciones de Ibn al-Bayṭār. Su contenido gira en torno a la función terapéutica de los medicamentos y está compuesta por veinte capítulos. 

Y, finalmente, la más importante y reconocida de todas, una Colección de medicamentos y alimentos simples. Se trata de un ingente diccionario, ordenado alfabéticamente, en el que se recogen las propiedades de alrededor de mil cuatrocientos simples (vegetales, animales y minerales), y cuya información es tomada de los grandes médicos griegos Galeno y Dioscórides, así como de más de un centenar de autoridades hindúes, persas y árabes, completado todo ello con los resultados de su propia experimentación. El orden interno de cada término estudiado siempre es el mismo: los diferentes sinónimos árabes, griegos y de otras lenguas por los que es conocido el simple propuesto, la descripción física del mismo, las propiedades terapéuticas que contiene, las enfermedades que cura y sus formas de aplicación, fundamentalmente. Todo ello, evidentemente, bien referenciado en las fuentes de las que el autor se nutre. 

La obra comienza con un extenso y detallado prólogo que describe con minuciosidad la intención que tiene el autor al escribir esta composición, y precisa los pormenores de su estructura, enumerando los seis propósitos fundamentales que aquí presentamos de manera muy resumida: 

1.  Explicar lo que Dioscórides y Galeno han dicho sobre los alimentos y los medicamentos, y el uso que de ellos ha de hacerse. 

2.  Exponer las opiniones de autores antiguos y modernos, y lo que en ellos es verdad confirmada, dejando a un lado todo aquello que se aparte de la evidencia y la confirmación.

3.  Evitar las repeticiones.

4.  Disponer la obra por orden alfabético para facilitar su estudio y su consulta.

5.  Demostrar los errores cometidos por otros autores y

6.  Escribir los nombres de los elementos en diferentes lenguas. 

Esta obra fue muy conocida en su tiempo y, prueba de ello, son las numerosas copias manuscritas que se conservan en la actualidad (concretamente 86, repartidas por Europa, Asia, África y América), y los cuantiosos trabajos de edición, traducción y estudio que sobre ella se han llevado a cabo a lo largo de la historia: las ediciones totales realizadas en El Cairo (1874) y en Beirut (1992); las parciales de al-Jaṭṭābī (Beirut, 1990) y de A. M. Cabo-González (Sevilla, 2002, 2005, 2009, 2010, 2011 y 2012); las traducciones al latín en los siglos XVII y XIX, la traducción al alemán de J. von Sontheimer (Stuttgart, 1840-42) y la francesa de L. Leclerc (París, 1877-83), entre otras. A esto hay que añadir otros muchos estudios y reflexiones que convierten a la obra en una de las más conocidas y reconocidas de la historia de la farmacología. 



Traducción árabe del Tratado de las plantas de Dioscórides (detalle). BNF ms. Arabe 2850, f. 116v


Para poder entender mejor la estructura y la finalidad del Kitāb al-Ŷāmiʿ, recogemos aquí el pasaje que contiene la descripción de las propiedades de la cicuta: 

“A esta planta se la denomina ŷaqūṭa en la lengua vulgar de al-Andalus. Dioscórides, en su Libro IV, la llama conium, y dice de ella que tiene un tallo nudoso como el del hinojo, es de gran porte, de hojas similares a las de la cañaheja y despide un aroma intenso; la parte superior de los tallos desarrolla umbelas de florecillas blancas y semillas como las del anís, aunque de un blanco más intenso; la raíz de la cicuta es hueca y no profundiza en la tierra. Por su parte, Galeno añade en su Libro VII, que el poder de este medicamento es el de enfriar intensamente, y todo el mundo lo sabe. Dioscórides sigue diciendo que la cicuta forma parte de los medicamentos letales, que mata por enfriamiento, y que el vino puro puede ser un buen remedio contra el daño que esta planta produce; la cicuta, aplicada en forma de cataplasma, alivia la erisipela y las pústulas, machacada con sus hojas y aplicada sobre los testículos es de utilidad contra las poluciones nocturnas, y usada de la misma forma sobre los testículos de los niños, los empequeñece y los atrofia; aplicar esta cataplasma sobre el pene, lo relaja, y sobre los pechos de las parturientas, les corta la leche y les impide que aquellos se agranden. Sigue diciendo Dioscórides que la cicuta con mayor poder e intensidad es la que crece en la isla de Creta, en Mégara y en Cilicia. Dioscórides agrega en su Libro VI, el dedicado a los venenos, que si se bebe cicuta, hace perder la razón y la vista, produce hipo y delirio, enfría las extremidades y, por último, produce espasmos y asfixia al estrecharse la tráquea y la laringe; llegados a este punto, lo oportuno es que el paciente comience a vomitar y a laxar el vientre para forzar la expulsión de la cicuta, luego debe tomar cosas que le beneficien como es el melote, y que lo beba lentamente, después debe tomar leche de burra o ajenjo con pimienta fresca, ruda, mosto, hojas de laurel y goma de asafétida, todo ello hervido; este es un antídoto muy eficaz”. 

Ibn al-Bayṭār nunca regresó a al-Andalus, presumiblemente porque el avance cristiano hacia el sur de la península y la conquista de las grandes ciudades no animara a nuestro autor a volver a sus orígenes. El malagueño murió en Damasco como consecuencia, al parecer, de ingerir por error un veneno mortal mientras llevaba a cabo su proceso de constatación de las propiedades del mismo. Esto ocurrió en los últimos días del mes de octubre o los primeros de noviembre del año 1248.


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