ZIRYAB
Ziryab: Abū l-asan
‘Alī b. Nāfi’. Irak, c. 789 – Córdoba, 857. Músico, cantor, poeta, gastrónomo y
esteta.
Más conocido con el apodo de Ziryab, mirlo
en árabe, emulando así al probable color de su piel y a la voz melodiosa de
este ave, recibió una sólida formación literaria y científica, especialmente en
geografía y astronomía, y aprendió música en Bagdad con el célebre cantor Ishaq
Ibn Ibrahim al-Mawsilī (767-850), durante el califato de Harun al-Rasīd
(786-808). La inestabilidad política a su muerte desatada por las guerras
civiles entre sus hijos al-Amin y al-Ma’mun, unido a las desavenencias de
Ziryab con su maestro, probablemente por la atracción del pupilo hacia las
innovaciones musicales de Ibrahim al-Madhī, —otro hijo del califa entorno al
cual los cantores y músicos con influencias persas comenzaron a liberarse del
clasicismo de la música árabe—, aconsejaban abandonar la corte ‘abbasí de
Bagdad. Hacia mayo de 822, recaló en la corte de Córdoba durante el
advenimiento de ‘Abd al-Rahman II a un emirato pacificado por su padre al-Hakam
I y con una próspera hacienda. Como Omeya, el emir no olvida que a su linaje le
fue arrebatado el califato, cuyos derechos pretende aprovechando la decadencia
de la corte ‘abbasí. Paralelamente, la riqueza de su tesoro le permitirá
ostentar su poder con un lujo inaudito, para lo cual imita a los califas en su
modo de vivir y toma las instituciones políticas de Oriente, creando así una
conciencia en sus dominios de al-Andalus independiente del resto del mundo
islámico, salvo en las esferas religiosa y cultural. Igualmente hace venir en
un principio de Oriente los mejores poetas, cantores, músicos y bailarines.
Este proceso de orientalización no hubiera eclosionado de no ser por la
admiración y prestigio que alcanzó el cantor, poeta y músico desterrado de
Bagdad. Con gustos afines y aproximadamente la misma edad, el emir se vio enseguida
seducido por el genio musical de Ziryab, sus conocimientos enciclopédicos y sus
costumbres extremadamente refinadas, llegándole a ofrecer una paga
extraordinaria. La influencia que ejerció sobre la corte le convirtió en modelo
a imitar del buen gusto y la elegancia entre la jassa o
aristocracia andalusí, a la que inició en las modas y costumbres de la
civilización bagdadí, que aceptaron como reglas de conducta social y urbana,
incluso en aspectos tan íntimos como la higiene o el aseo y otros ligados a la
propia moral y a la lengua. En su calidad de consejero principal del emir,
introdujo las formas protocolarias orientales, según las cuales sólo sus
súbditos principales podían acceder a las estancias reales en palacio, donde
impone una etiqueta que regula todos los detalles de la vida cotidiana. Tanto
el soberano como la jassa solían
celebrar reuniones culturales en los que el anfitrión ofrecía un banquete, en
el que se bebía vino —algo generalizado entre la población musulmana— viendo
bailar a las danzarinas a la vez que se escuchaba música o declamar poesía y se
jugaba a las damas y al ajedrez, juego que parece que introdujo el propio
Ziryab. En este contexto, Ziryab favoreció la cocina bagdadí y fijó un orden
gradual de platos para el banquete siguiendo las recomendaciones de los
dietistas árabes, no mezclando los manjares, sino comenzando con entremeses o
una sopa —único plato para el que se utilizaba un cubierto: la cuchara—,
prosiguiendo con carnes asadas de cordero o vaca (las clases más modestas debían
contentarse con carnes de baja calidad y vísceras), caza o aves condimentadas,
manjar blanco que en al-Andalus recibía el nombre de tafaya,
cuyo guiso se atribuía a la invención de Ziryab, para terminar con dulces, como
pasteles o bizcochos de nueces, almendras y miel, pastas con fruta aromatizadas
con vainilla o fruta confitada rellena de pistachos y avellanas. Los
hispanomusulmanes alababan las frutas frescas y hortalizas que la fértil tierra
de al-Andalus producía, pero Ziryab mostró el sabor de los espárragos
trigueros, las ensaladas de alcauciles y los guisos de habas, plato que en la
actualidad se conserva en Córdoba con el nombre de “ziriabi”. Siguiendo el
código de Ziryab, el cadí cordobés Ibn Yabqa ibn Zarb, con fama de buen
gourmet, pudo afirmar que “no es de buen tono servir dos series de manjares que
no van bien entre sí”. Los platos se colocaban humeantes sobre una mesa baja
cubierta con paños de vasto lino, que Ziryab recomendó se sustituyera por
manteles de cuero fino. ‘Abbas Ibn Firnas, que había descubierto, entre otras
cosas, una fórmula para fabricar vidrio, lo aprovechó Ziryab para demostrar a
los comensales cordobeses que una copa de cristal era más apropiada para catar
el vino que los cubiletes de oro o plata, mientras que las diminutas copas de
licor eran el colofón de un banquete. Pese a la crítica de eruditos religiosos,
estos placenteros entretenimientos eran tan corrientes que, salvo un lapso de
tiempo represivo durante la etapa almohade, los muftíes se vieron incapaces de
castigar las trasgresiones a la ley coránica y las medidas oficiales adoptadas
al respecto.
Siguiendo la tradición griega e india, los
árabes dieron tanta importancia a una dieta equilibrada como a la higiene
personal, por lo que Ziryab abrió un instituto de belleza, que causó gran
regocijo entre las cordobesas. Las peinadoras las depilaban y les ungían el
pelo con perfumados aceites, para después venderles todo tipo de cremas para el
cuidado de la piel y saquitos de polvos aromáticos para los vestidos, al tiempo
que les enseñaban a emplear la pasta de dientes y el arte de maquillarse y
pulirse las uñas, ya que la esposa mimada o la favorita debía esperar adornada
con sus mejores galas la vuelta del dueño de la casa. También Ziryab influyó en
la manera de cortarse el pelo y dejarse la barba de los hombres, que indujo a
llevar corto y con forma, descubriendo los pómulos y la frente. Los hombres
llevaban la cabeza descubierta o bien la cubrían con un simple gorro de lino o
fieltro, mientras que las mujeres se envolvían la cabeza con un trozo de tela,
cubriéndose el rostro por debajo de los ojos con un pañuelo que se ataba a la
nuca o bien con un velo más amplio cuyas puntas caían sobre el pecho. Sin
embargo, la moda bagdadí impuso a la jassa nuevos tocados: altos gorros de seda
cruda, capelos cónicos de terciopelo bordado o incrustado de pedrería y tocas
de brocado o de fieltro, que también serían adoptados por la corte leonesa. De
otra parte, mientras los hombres y mujeres de la plebe usaban una camisa de
lino y algodón, y ajustados al talle unos calzones largos y estrechos que no
pasaban de la rodilla, añadiendo en invierno, una pelliza enguatada cortada en
forma de túnica, o un chaquetón de piel de oveja o conejo; Ziryab estableció
para la jassa un calendario de
la moda, según el cual desde finales de junio hasta primeros de octubre se
debía vestir de blanco, —color de los omeyas y de luto cuya generalización en
verano llevó al negro como distintivo de las gentes enlutadas—, mientras que el
resto del año se usarían trajes de color, normalmente de seda, añadiendo
ligeras túnicas también de color y seda al comienzo del frío durante los
equinoccios, que serían sustituidas por otras forradas de piel o por pellizas o
abrigos de piel durante el invierno. Evitaba así la disparidad de atuendo entre
las distintas clases de la población y se tenía en cuenta los cambios sensibles
de temperatura, frescor o tibieza, lluvia o buen tiempo. En la Córdoba de
Ziryab se conocieron los gusanos de seda y el papel, mientras en los talleres
se intensificaba la producción de terciopelo, satén, sarga, lino y lana, que
aprovecharon los artesanos sobre todo almerienses, inspirados en el tiraz bagadadí, para elaborar los
brocados. Estos tejidos cortados para trajes de gala junto con las finas túnicas
de gasa transparente colmaban los arcones de las familias aristocráticas. Pero
no sólo la ornamentación de las telas sino también de las alhajas, aún bajo
influjo de la tradición visigoda, sufren el influjo oriental.
Pero la contribución de Ziryab es sobre todo
en el arte de la música. No sólo incorporó las vanguardias de Oriente, sino que
creó originales formas que condujeron a la primacía cultural de al-Andalus.
Destacó en el canto y en su virtuoso modo de tañer el laúd. Realizó algunas
modificaciones en la técnica de construcción de este instrumento, añadiendo una
quinta cuerda y aminorando su peso con maderas más finas y de mejor resonancia.
Confeccionó las encordaduras con tripas de animal hilados en seda, y empleó
plumas de águila como plectros, costumbre que persiste en la actualidad, en
sustitución de madera, lo que posibilitó una mayor agilidad que mejoraba el
sonido así como de duración de las cuerdas. Además, propuso técnicas más
estructuradas para la voz y cambios en la forma, la estructura musical y la
temática: jardinería y plantas, el agua junto al amor cortés, y el recurso de
la variación de poemas y metros diferentes dentro de una composición musical,
permitiendo mayor libertad en la estructura rítmica y melódica. Tenía un
repertorio de más de diez mil canciones que en parte había compuesto y sabía de
memoria, y creó la nawba, una
especie de suite clásica (vocal e instrumental) con influencias cristianas y
sefardíes y de la música bereber, manteniendo el clasicismo oriental como base.
Esta expresión musical se abrió paso después hasta Oriente, conservándose en la
actualidad como la wasla o
suite clásica oriental de origen andalusí, algo que no hubiera transcendido si
Ziryab no hubiese fundado en Córdoba el primer conservatorio de música del
mundo islámico, mostrándose también como un gran pedagogo a la hora de formar
discípulos. Estudiaba las condiciones naturales de su voz ordenándoles que la
forzaran tapados por un almodón. Si el discípulo poseía una voz potente y
limpia, comenzaba su enseñanza; desistía si percibía faltas que no
posibilitaran el éxito. En pocos casos daba oportunidad a alumnos de voz
escasa, que fortalecían atando un turbante al vientre. Al que cerraba la boca
al cantar, le hacía pasar las noches con un trozo ancho de madera hasta que
lograra separar las mandíbulas. Basaba su método de enseñanza en tres tiempos,
comenzando por el aprendizaje del ritmo, como primer ejercicio, mediante el anexir o recitación en verso
acompañándose de un instrumento de percusión. Seguía la enseñanza de la melodía
en toda su sencillez, mediante cantos simples o llanos, para culminar la
instrucción con el ornamento del canto, dándole expresión, movimiento y gracia,
dependiendo de la habilidad del artista.
Contó con su familia como discípulos para
difundir su escuela, entre los cuales destacó ‘Ubayd Allah como cantor. También
Gasim y ‘Abd al-Rahman fueron buenos artistas, pero este último fue soberbio y
cruel, antagónico en sus cualidades a Ziryab. Entre sus hijas, ‘Ulayya fue muy
solicitada para el canto, ejerciendo su magisterio sin competencia, mientras
que Hamduna fue una hábil artista que casó con el visir Hasim b. ‘Abd al-‘Azīz.
Educó asimismo a diversas esclavas y esclavos, y a intelectuales y poetas como
‘Abbas b. Firnas y ,Aqil b. Tasr. Aslam b. ‘Abd al-’Aziz b. Hasim b. Jalid, un
pariente de su hija Hamduna, recogió en su obra Agani
Ziryab su legado musical, que aunque perdida, lo menciona Ibn Hazm en Tawq al-Hamama y al-Humaydī en Yadwat al-muqtabis. En definitiva, fue
Ziryab quien principalmente contribuyó al posterior esplendor musical de
al-Andalus. Los andalusíes amaban la poesía, las canciones, la música y la
danza, y gracias a la política emprendida por ‘Abd al-Rahman II y al trato de
preferencia que dio a Ziryab, superó en refinamiento y cultura a Oriente en su
intención de tomar las riendas del mundo musulmán.
A Ziryab nunca le tentó ni la política ni el
poder ni quiso inmiscuirse en las intrigas palaciegas, lo que contribuyó a
elevar su posición en la corte y aumentar una fortuna calculada en 300.000
dinares, además de varias alquerías de la campiña cordobesa. Ni en Bagdad ni en
Bizancio había sido jamás pagado tan generosamente el arte de un músico. Tanto
trascendió en el mundo musulmán la munificencia del emir español que provocó el
resentimiento en otros músicos y poetas al igual que en alfaquíes por motivos
morales y religiosos. Con todo, hasta los historiadores alfaquíes gustaron de
recordar el nombre de este músico, tras su muerte producida en Córdoba en el
año 857, pues había logrado materializar el sueño de su mecenas ‘Abd al-Rahman
II de pasar a la historia como un gobernante de gran inteligencia, constructor
y esteta e imitador consciente de la cultura del califato de Bagdad para
comenzar a ocupar en el mundo islámico de la alta Edad Media el puesto
privilegiado que conservaría hasta la conclusión de la Reconquista cristiana.
Pero fue bajo el arbitraje indiscutible de Ziryab, que la corte y la ciudad
cambiaron sus hábitos y modales, vestimenta, mobiliario y gastronomía. Siglos
después este Petronio árabe sería aún invocado siempre que una nueva moda hacía
su aparición en la Península, mientras que la música quedó tan arraigada que
siempre se defendió frente a las recomendaciones restrictivas de religiosos y
juristas. De este modo, al-Andalus que había dependido de Oriente para su guía
e inspiración religiosa, lingüística y cultural, adquirió conciencia de sí
misma como metrópoli y con méritos propios de cara al resto del mundo musulmán.
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Iván F. Moreno Landahl, Conde de los Andes
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