AGRICULTURA ANDALUSÍ Y SU LEGADO EN SHARQ AL-ANDALUS.
(711-1492) Al-Andalus es el nombre
con el que se conoció a todas aquellas tierras, gobernadas por musulmanes, que
habían formado parte del reino visigodo: la Península Ibérica, la Septimania
francesa y las Islas Baleares. La zona este andalusí de la Península
Ibérica se denominó Xarq o Sharq al-Andalus. Su herencia agrícola ha perdurado
hasta nuestros días.
La llegada de los árabes a partir
del s. VIII marca el comienzo de un nuevo y más profundo desarrollo agrícola en
la Península Ibérica. Es a partir del siglo X cuando los científicos andalusíes
comienzan a hacer aportaciones originales a la ciencia.
Sabemos de la tristeza y añoranza de los hispano-musulmanes valencianos expulsados de Sharq al-Andalus, la melancolía de sus corazones al recordar la tierra que les vio nacer, murieron manifestando que nunca vieron ni encontraron otras tierras, a sus ojos más ricas y bellas, que las de sus antepasados, cruelmente perdidas en guerras contra los invasores catalano-aragoneses. Ibn al-Abbâr es un buen ejemplo de ello.
Pero lo más paradójico es que aquellos que se las
arrebataron también admiraron su belleza y la exuberancia conseguida con
el trabajo y esfuerzo de generaciones y generaciones de sus anteriores
pobladores: valencianos musulmanes, judíos y cristianos; Jaime I, en su
Crónica, hace una detallada descripción de la tierra recién conquistada, la
veían sus ojos en toda su belleza natural y el esplendor que le habían
proporcionado sus antiguos pobladores; por ejemplo, cuando en su Crónica nos
describe el Pla de Xátiva (Medina Sateba):
«Anc no vim Xátiva, e volem-la veer. E anam lla, a
aquell coll agut qui és part del castell, e veem la pus bella horta, moltes e
espesses, e veem encara lo Castell, tan noble e tan bell, e tan bella horta, e
haguem-ne gran goig e gran alegre en nostre cor».
Cuando los musulmanes llegaron a la Hispania
romanogoda, se encontraron con un panorama alimentario poco reconfortante. La
tierra era pobre de recursos, y por tanto la alimentación escasa y poco
variada; se basaba casi exclusivamente en el consumo de cereales y en la vid,
una agricultura de base romana, conservada, prácticamente sin variación, por
los visigodos, cuyos elementos principales eran los cereales. Lo mismo sucedía
en el resto de Europa donde el cultivo de frutas y hortalizas era prácticamente
inexistente.
En base a esta situación, la política de los
dirigentes Omeyas de al-Andalus, fue la de impulsar todo lo relacionado con el
desarrollo agrícola Para ello en primer lugar se recopilaron y
tradujeron gran cantidad de textos antiguos sobre agricultura -la mayoría
orientales- y se perfeccionaron y aumentaron los sistemas de regadío de
origen romano existentes en el suelo peninsular, tanto en las técnicas de
extracción, como de conducción del agua. Se aclimataron e introdujeron
nuevas especies vegetales.
La agricultura que, a partir de ese momento se iba a
desarrollar en al-Andalus se basaría en tres modelos:
A) El modelo Oriental que tenía cuatro fuentes
básicas: 1.- Bolo Demócrito de Mendes agrónomo egipcio. 2.- Enlaza la tradición
griega con la siriaca y la persa 3.- Bizantinos (rumíes). 4.- Agricultura
Nabatea.
B) El modelo Latino proviene de distintos autores entre los que destacan
Columela, Varrón, Plinio, Paladio y Martialis.
C) El modelo Mozárabe se reduce al uso de los textos latinos que los
musulmanes hallaron en España guardados en monasterios.
La prosperidad que alcanzó la comunidad musulmana conllevó
una elevada densidad de la población y determinadas formas de asentamiento, lo
que implica asimismo la necesidad del máximo aprovechamiento de los recursos,
naturales o creados. De donde se derivan unas formas de utilización intensiva
de la tierra, pero sumamente respetuosa del equilibrio del ecosistema.
La agricultura andalusí se orientó hacia cultivos
preferentemente alimentarios aunque existieran otros de uso comercial,
como los empleados en los tejidos, en la cría de gusanos de seda, o en la
fabricación del papel, por lo que no podemos olvidar las moreras, las
plantas textiles y las medicinales.
La base de la agricultura la constituían los cereales,
las hortalizas y verduras, legumbres, arroz, plantas aromáticas, frutas y
árboles frutales…
Para los cereales, existían molinos de diversos
tipos, incluso móviles y transportables, que daban idea de la gran demanda de
este producto y de su valía, algo que, también, se refleja en las ordenanzas de
los zocos. Las frutas también originaron una industria, la conservera, con la
creación de almíbares, arropes o jarabes, mientas las plantas aromáticas
creaban una industria de perfumes.
Las labores del campo se desarrollaban de acuerdo con
un calendario popular, en enero se amontonaba las cañas de azúcar,
en marzo se plantaba el algodón, en abril aparecían las
violetas y las rosas y se plantaban las palmeras y las sandias. Las lluvias de
ese mes hacían crecer el trigo, la cebada y los demás cereales, en mayo cuajaban
la aceitunas y aparecían los albaricoques, las ciruelas y las manzanas
tempranas. Se recogían las habas, se segaba la cebada y las abejas producían la
miel; junio y julio eran los meses de la siega y de la trilla;
a finales de agosto maduraban la uvas y los melocotones, se recogían
las nueces, se sembraban los nabos, las habas, y los espárragos; septiembre traía
la vendimia y la recolección de granadas y membrillos; en octubre se
preparaba la carne de membrillo; en noviembre se cosechaba el
azafrán; diciembre era mes de lluvias abundantes y en los huertos se
plantaban calabazas y ajos.
Los cambios introducidos en la agricultura hispano-goda,
además de repercutir en los sistemas de cultivo y en los productos, provocaron
una alteración sustancial en la alimentación. Frente a la clásica trilogía
cristiana de trigo, carne y vino, los andalusíes crearon nuevos hábitos
alimenticios en los que las verduras no fueron solo la base, sino el
elemento imprescindible, bien a solas, bien acompañando las carnes, las sopas,
el pescado, con una enorme cantidad de variantes en sus recetas.
Los andalusíes podían consumir verduras y hortalizas
frescas durante todo el año. Precisamente, este elevado consumo de
verduras y de frutas, frescas y secas, será tan andalusí que el posterior
tribunal del Santo Oficio descubrirá al moro reincidentemente por la afición al
consumo de vegetales.
En cuanto a las frutas, desde el siglo XI se daban en
al-Andalus prácticamente las mismas que hoy se encuentran en nuestros campos.
La producción agraria llegó a ser tan elevada, que surgieron «Excedentes
alimentarios», que al ser vendidos, favorecieron el que otras personas de la
comunidad se especializaran en determinados oficios, lo que dio lugar a
una economía y a una cultura urbana muy desarrolladas. Lo que sucedió fue,
en definitiva, lo que los especialistas han dado en llamar una auténtica «revolución
verde».
Las buenas mañas hortícolas de los andalusíes, no solo
fueron estimadas por los musulmanes norteafricanos que les acogieron tras ser
expulsados de España, sino que también eran valoradas por los propios
cristianos, como así lo demuestra un refrán popular que todavía se emplea entre
nosotros y que dice: «¡Una huerta es un tesoro, si el que la trabaja es un
moro!».
En el 714 los musulmanes llegaron a Sharq al-Andalus,
los hispano-latinos que la habitaban se mostraron pacíficos, por lo que, los de
estado independiente conservaron íntegra su libertad personal y el dominio de
sus bienes. En cuanto a las clases serviles, la llegada de los musulmanes
les favoreció ostensiblemente. Los siervos de los cristianos, continuaron en
verdad ligados a sus amos como antes, pero adquirieron el inapelable derecho de
disponer de sus bienes, y los que permanecieron en tierras de los musulmanes,
se transformaron en una especie de arrendatarios aparceros, casi sin ninguna
dependencia de sus tareas agrarias.
Todos los antiguos esclavos y siervos que declaraban
la fe islámica, se convertían en verdaderos musulmanes y eran liberados,
pasando inmediatamente a tener derecho sobre el reparto de las tierras, lo que
provocó un crecimiento demográfico espectacular a causa de la cantidad de
nativos que llegaban huidos de las tierras del interior, todavía bajo el
dominio visigodo, también se produjo un considerable aumento de la
producción agraria, pues, ya no eran siervos ni posesión de nadie, ahora
trabajaban su propia tierra.
La primera medida tomada fue la parcelación y
redistribución de las tierras, haciendo desaparecer la mayoría de los antiguos
latifundios visigodos, convirtiéndolos en pequeñas explotaciones familiares.
En Shar al-Andalus solo quedó una pequeña zona sin
parcelar, la Almúnia del rey Ibn ‘Abd al-‘Aziz al norte de la capital
(donde ahora están los Viveros), no era ninguna explotación agraria
latifundista, sino el parque o jardín de esparcimiento de los reyes
musulmanes. En las Almúnias, se entremezclaban exóticas flores de
ornamentación, con plantas aromáticas, árboles frutales, juegos de agua y
albercas rodeadas de pavos reales que se contoneaban desplegando impasibles
toda su belleza. En Denia hay un pueblo denominado Ràfol d’Almúnia, pero
es solo el apellido de su último señor, su nombre anterior era Ràfol dels Murs
por la misma razón.
En el siglo X los científicos andalusíes
comienzan a hacer aportaciones originales a la ciencia. Junto a una incipiente
tendencia a independizarse de la cultura y ciencia orientales, en al~Andalus
van a confluir, a partir de este momento, una serie de elementos y circunstancias
que serán el embrión de la llamada «escuela agronómica andalusí».
Esta alcanzará su máximo auge en los siglos XI y XII.
En el siglo XI surgió en Sharq al-Andalus un nuevo
género literario que describía con júbilo los jardines y frutos de la época. Conocidas
son las narraciones del poeta Ali ben Ahmad sobre lo que
presenciaba en los jardines de la almunia de al-Mansu, en
Valencia. En el siglo XI-XII se crearon los primeros jardines botánicos, a
menudo estos jardines tenían un fin puramente farmacológico y terapéutico, y se
creaban junto a los propios hospitales.
Las tierras de regadío se dividieron en pequeñas
parcelas, la unidad rural más importante en tierras de regadío era la qariya
que tenía una casa principal con habitaciones, solía tener una torreta, patio
interior y disponía de construcciones anexas, de hornos, graneros, molinos,
etc. por esa razón abundan los pueblos denominados Alquería: de la
Condesa, de Aznar, de Roca, de Jordá, de Pallés, de Alba… Alquerieta y el
diminutivo árabe de Alcoraia (Alicante) y el plural Alcora.
El núcleo rural y unidad más abundante era
el rahl, una masía de cierta importancia provista de graneros,
almáceras, corrales, etc. en la toponimia valenciana tenemos Rafal y Rafol,
y los compuestos: Rafelcofer, Rafelguaraf, Rafelbuñol. Debían ser muy
modestas las explotaciones agrarias que originaron los actuales pueblos
denominados Zucaina ó Bunia, que significa caseta; Xinquer igual a cabaña y
muchos otros topónimos valencianos de etimología arábiga denotan que
se desarrollaron sobre determinadas construcciones agrícolas como: Algorfa
y Alforí (granero), Almássera (molino de aceite), y tantos otros
que resultan innumerables.
Para el cultivo de la tierra de secano había numerosas
posesiones de mediana extensión, dichas en singular diya, provistas de un
castillo donde solían protegerse de las incursiones de castellanos, aragoneses
y catalanes, y alrededor de los cuales se desarrollaba pequeños centros
urbanos.
Establecieron el cultivo intensivo para las tierras de
regadío, con numerosas acequias era aprovechada al máximo el agua de los ríos
Millares, Turia o Guadalaviar, Júcar, Alcoy y Segura, había también numerosas
balsas y pozos. La condición de los labradores iba mejorando continuamente, la
mayoría de los trabajadores de las tierras pasaron a ser parceleros. Con
el tiempo, esta masa de campesinos indígenas de ascendencia ibero-romana se
islamizó totalmente, y los moriscos expulsados de la Península en el siglo XVII
eran descendientes de ellos.
La tierra era estudiada para su mayor
aprovechamiento. Ibn Bassal en su libro de Agricultura (siglo X), estudia
las diferentes clases de tierra, su naturaleza, sus propiedades y el modo de
distinguir la buena tierra de la mala. Registra dieciséis clases de tierra.
Analiza su naturaleza o complexión y sus ventajas o desventajas agrícolas.
Distingue la viabilidad de la tierra según la estación del año en que se
cultive, así como las distintas plantas que prosperan en cada tipo de terreno.
Se seleccionaban los tipos de cultivo según las
características del terreno, la composición de la tierra y la climatología del
lugar. En el secano abundaban los algarrobos y los olivos, siendo muy nombradas
las de Morvedre, Xátiva y Crevillente. También eran importantes los cultivos de
vid para la obtención de uvas y pasas de gran fama valoradas tanto dentro como
fuera de la Península y muy utilizadas en la gastronomía andalusí, abundando en
el litoral desde las tierras de Tudmir hasta Burriana, siendo especialmente
apreciadas las de Denia. Tenía fama el esparto de Alicante y el azafrán de
Valencia. Abundaban las moreras para la cría de los gusanos de seda, también
introducidos por los árabes. Igualmente abundaban los árboles frutales en
tierras levantinas, higueras, perales, palmeras datileras, almendros.
Una práctica a la que se prestó mucha atención en
aquella época, fue la de la producción de plantas de vivero. Ibn
al-Awwänó Abü Zaccaria es el autor de origen andalusí que con más
detalle escribió sobre agronomía en su Libro de Agricultura Kitäb
al-filäha. Durante la Edad Media, los escritores hispano-musulmanes de
al-Andalus nos legaron un completo tratado de citricultura muy adelantado para
su época, algunas de cuyas prácticas están aún vigentes.
En los siglos XI-XII, Abu l’jayr, en su Tratado
de Agricultura, dedica un capítulo de injerto de frutales. El injerto
necesita un preciso conocimiento de la naturaleza, de los árboles, de las
estaciones y los instrumentos para operar. L’jayr cita las diferentes clases
siguientes de injerto. Clasifica también los géneros básicos de los árboles,
distinguiendo los árboles oleosos como el olivo, el acebuche o el laurel; los
resinosos como el melocotonero, el almendro o el ciruelo; los lechosos como la
higuera y la morera; y los acuosos como el manzano el ciruelo, la vid o el
granado.
El éxito o fracaso de los injertos está basado en
diferentes conceptos, pero sobre todo en la naturaleza de la savia. Ibn
Bassäl las clasificó en cuatro grupos y estableció un quinto grupo
formado por plantas acuosas pero de hoja perenne. Además, creó una
clasificación climática estableciendo siete categorías y situando a los
cítricos: cidro, naranjo amargo, limero, zamboa, limonero y semejantes como
idóneos para nuestro clima, por ser caluroso y seco pero no extremo.
Ibn al-Awwän, Ibn
Bassäl y Abü-l-Jayr nos proporcionan la información
más interesante respecto a los fertilizantes, especificando épocas de
utilización, tipos de estiércol según su procedencia: ser humano,
palomina, de otros animales, diferentes beneficios y utilidades según
fuera fresco o fermentado y si era de cabra, de caballería, de cenizas de
algodón, o de distintas leñas….. Tratados con infinidad de combinaciones
según la especie a abonar y el resultado deseado con respecto al crecimiento, a
la floración o al fruto.
Los musulmanes también perfeccionaron inmensamente las
técnicas de riego, se convirtieron en los maestros de la técnica hidráulica
agrícola, aprovecharon los sistemas de riego romanos que aquí encontraron, y
junto a las técnicas orientales que conocían, pudieron lograr un excepcional
aprovechamiento del agua, no podemos pasar por desapercibido el hecho del
contenido etimológico árabe de las palabras actuales con las que se designan
las obras hidráulicas o de riego: sèquia, assut, assarb, sínia, nória,
alcaduf, aljub, safareig, martava, tanda, etc.
Los dos sistemas de regadío tradicionales todavía
vigentes en la actualidad provienen de la época musulmana, además de las
canalizaciones del agua ó acequias, por las que corría el agua de los ríos
o de los manantiales, sirviéndose de los desniveles del suelo. En la
utilización de las aguas fluviales emplearon los azudes o presas, y los
alquezares o cortes. Para captar aguas subterráneas se utilizaron pozos y
unas galerías perforabas, aplicando técnicas de origen oriental. También
utilizaron técnicas de drenaje y desecación de marchales y tierras
pantanosas.
Tanto las aguas de los ríos como de los pozos y las
galerías se podían aprovechar empleando ruedas elevadores que
permitían llevar el agua hasta una alberca de donde salían las
acequias y los canales. Entre estas ruedas se encontraban las que se movían
directamente por la corriente del agua, las que funcionaban con la fuerza de un
animal, o las de balancín.
Ar-Razí nos
habla del sistema de regadío del Segura, muy similar al del Nilo en Egipto.
Lo que más evidencia el alcance de la agronomía árabe
es la introducción de nuevas especies, hasta entonces exóticas, realizada con
tanta sabiduría y acierto, que no se malogro ninguna de las que intentaron
añadir a las indígenas.
Hasta nuestros días han llegado fragmentos y
reproducciones de los escritos que narran las experiencias de los musulmanes
que estaban repartidos por todo el mundo conocido, pero unidos por el sentir
religioso, por las redes comerciales y las peregrinaciones a la Meca; sus
escritos nos revelan el alto nivel cultural y agrónomo de aquellas gentes.
Los musulmanes introdujeron nuevos productos muy
populares hoy, no solamente en la Península, sino en toda Europa, como es
la berenjena (badinÿana), originaria de la India y difundida
por el Mediterráneo a través de Irán. Tan apreciada llegó a ser ésta en
al-Ándalus, que los almuerzos de mucho bullicio y gentío, se les llamaba
«berenjenales».
Entre las verduras también trajeron la espinaca (para
los árabes era la reina de las verduras y la trajeron a Europa a finales de la
Edad Media, donde no tardó en imponerse), las alcachofas (jarshuf) y los
espárragos, que tenían la propiedad de evitar los malos olores de la carne. Las
hortalizas más cultivadas eran, además, la calabaza, los pepinos, las
judías verdes, los ajos, la cebolla, la zanahoria, el nabo, los jaramagos, las
acelgas (as-silqa), las espinacas (isfanaj) y
muchas otras.
El higo, que llegó a ser reputado en al-Ándalus hasta
el punto de exportarse a Oriente, se introdujo en la península, procedente de
Constantinopla, en tiempos de Abderrahmán II. Los cítricos, como el limón (laimún),
el toronjo y la naranja (del árabe: naranÿa, y éste del
persa: naranguí) amarga fueron importados de Asia oriental. Eran
utilizados para conservar los alimentos, pero también se extraía de ellos para
la elaboración de zumos y de sus flores, esencias para la elaboración de
perfumes. Igualmente, la ciencia del injerto se desarrolló en al-Ándalus
hasta límites insospechados, logrando, por ejemplo, una extraordinaria variedad
de pomelos.
El naranjo amargo, en al-Andalus närany fue
introducido por los árabes a finales del siglo X o principios del XI y aparece
citado en el Tratado Agrícola Andalusí Anónimo. El método de
reproducción por semilla lo aplicaban a todos los cítricos y se hacía en
un lugar resguardado del frío. Según Ibn Bassäl, las semillas se
sembraban en enero-febrero. Un año más tarde se hacía el trasplante a macetas
teniendo en cuenta que solo debía haber una planta en cada una, donde
permanecían dos años, al cabo de los cuales se llevaban al terreno definitivo.
El limón, su nombre deriva del árabe «laymun» y parece que fueron ellos quienes los introdujeron en la península Ibérica en el siglo X, según los que mantienen el que ya aparecía en las obras gastronómicas cordobesas del siglo X, mientras que otros afirman que el limonero debió ser introducido por los árabes hacia la segunda mitad del siglo XI, ya que no aparece en el Calendario de Córdoba (s. X), ni en el Tratado Agrícola Andalusí Anónimo (ss. X-XI), ni tampoco en la obra de Ibn Wäfid de Toledo (primera mitad del s. XI). Sin embargo si lo nombra Ibn Bassäl (s. XI). Procedente del sureste asiático. Florece en abril – mayo. Los frutos, conocidos como limones, de color amarillo, se han usado en gastronomía desde entonces. No resisten bien las heladas. Es frecuente en huertas y jardines, especialmente en las ciudades de al Andalus.
También cabe destacar la introducción de la caña de
azúcar en el siglo X, su cultivo fue numeroso en la etapa musulmana de la
actual Comunidad Valenciana, siendo uno de los más importantes cuando se
produjo la expulsión de los moriscos valencianos; el arroz, que sigue
siendo un cultivo primordial en la marchal, base de nuestra alimentación más
tradicional, y producto de exportación; la sandía, que provenía de Persia
y del Yemen; el melón, del Jorasán; el altramuz, tan ligado a nuestra
tradición; el azafrán, indispensable en nuestra cocina actual, fue el
cultivo mayoritario en Balansiya; el algodón, para el textil; el
albaricoque; el plátano; el jazmín y muchas otras.
La granada de Siria, convertida, en la
imaginación colectiva, en el símbolo por excelencia de la España musulmana. A
propósito, en el «Libro de Agricultura» de Ibn al-Awwám (siglos XII y
XIII), traducido por Banqueri, AECI, Madrid, 1988, podemos leer una tradición
del Profeta Muhammad sobre esta hermosa fruta, rescatada por este hacendado
andalusí de la zona de Aljarafe, cerca de Sevilla:
«Cuidad del granado; comed la granada, pues ella
desvanece todo rencor y envidia».
en general se produjo un sensible aumento de
variedades de verduras, hortalizas, y árboles frutales, algunas de ellas ya
eran conocidas por lo chinos, persas o indios, pero fueron los árabes los que
consiguieron su difusión en Occidente.
Otras especies frutales, como el olivo, ya existían en
nuestro suelo, pero fueron los hispanomusulmanes quienes fomentaron y
organizaron su cultivo a gran escala, así como la introducción del aceite de
oliva en la gastronomía, de hecho, el uso del aceite de oliva prácticamente
desapareció de la cocina en amplias zonas, después de la expulsión de los
moriscos, siendo sustituido por la indigesta manteca de cerdo, hasta hace bien
poco.
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