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HAFSA AL RAKUNIYA
Jamás fue tan quejumbroso
el amor que es verdadero,
porque confía y desecha
los apocados recelos.
HAFSA BINT
AL HAYY AL RAKUNIYYA hija de un noble de origen bereber, nació en Granada,
en 1135 y allí pasó su infancia y juventud en un contexto de intensa agitación
política, que asistió a la caída del Imperio Almorávide y la instauración del
Califato Almohade. Alabada y respetada por su cultura e ingenio, al igual que
por su belleza. Estas cualidades le permitieron ocupar pronto un lugar
destacado en la corte almorávide de Granada, donde desarrolló una intensa
actividad literaria y educativa y alcanzó rápidamente la fama.
Se trata de la poetisa arábigo-andaluza de la que
se conserva un mayor volumen de su producción poética. En total, han llegado
hasta nosotros diecisiete poemas, de gran calidad literaria. Fue capaz de
expresar sus sentimientos reales en un leguaje llano, espontáneo y con gran
belleza.
Sería en el ambiente cortesano de Granada donde
conocería al poeta granadino Abu Yafar ibn Said, del ilustre linaje de los Banu Said, con el que
inició una pública relación amorosa hacia el año 1154. La situación se complicó
en el año 1156, cuando llegó a Granada el gobernador almohade, el príncipe Abu
Said Utman, hijo del Califa Abd Al Mumin, quien se enamoró de la poetisa. En un
principio, Hafsa rechazó al gobernador, pero finalmente se convirtió en su
amante, quizá cansada de las veleidades amorosas de Abu Yafar o por presiones
del príncipe hacia ella o su familia.
En 1158 fue enviada a Rabat en misión diplomática
con un grupo de poetas y nobles granadinos ante el califa Abd Al Mumin, quien,
fascinado, le concedió el feudo de Al Rakuna, cerca de Granada, epónimo del que
procede el nombre con el que fue conocida.
La doble historia de amor, con el poeta granadino
Abu Yafar y con el gobernador almohade de la ciudad continuó inspirando, a su
vez, ingeniosos cruces de poemas amorosos, donde se asoman románticas alusiones
a los celos, el secreto de los encuentros y el temor. Abu Yafar que había sido
amigo y secretario del príncipe, hizo a éste objeto de sus sátiras acabó
participando en una rebelión política contra el gobernador, razón por la que
éste lo mandó encarcelar y finalmente crucificar en el año 1163, en Málaga.
Hafsa, sabiéndose responsable, se retiró de la
corte, guardó luto a riesgo de ser encarcelada y abandonó la actividad poética,
centrándose desde entonces en la enseñanza. Vivió de este modo durante una
parte importante de su vida, hasta que, hacia el año 1184, aceptó la invitación
del califa Al Mansur y se dirigió a Marrakech para dirigir la educación de las
princesas almohades. Allí permaneció hasta 1191, año de su muerte.
Hafsa es la poetisa arábigo-andaluza de la que se
conserva un mayor volumen de su producción poética, gracias, sobre todo, al
interés de sus biógrafos y de la familia Banu Said. En total, han llegado hasta
nuestros días diecisiete poemas, de gran calidad literaria. Heredera de la
tradición poética árabe, sin embargo, Hafsa, al contrario de lo que es habitual
en ésta, es capaz de expresar, con gran belleza, sus sentimientos reales en un
leguaje llano y espontáneo. La mayoría de sus versos son de tipo amoroso,
dirigidos a Abu Yafar, aunque hay algunos satíricos y de elogio a Abu Said,
alcanzando la cima de su inspiración en aquéllos en los que se lamenta de la
prisión y muerte de su amante. Muestra de las mujeres independientes y cultas
de la época de esplendor de al-Andalus, Hafsa fue muy respetada, a pesar de sus
aparentes libertades, en su época y por los biógrafos posteriores, que la
consideraron como una gran poetisa. Ibn Al Jatib dijo de ella: «Fue única en su tiempo por
su belleza, elegancia, cultura literaria y mordacidad».
POEMA
A A ABU YAFAR
Tú, que presumes de arder
en más encendido afecto,
sabe que me desagradan
tu billete y tus lamentos.
Jamás fue tan quejumbroso
el amor que es verdadero,
porque confía y desecha
los apocados recelos.
Contigo está la victoria:
no imagines vencimientos.
Siempre las nubes esconden
fecunda lluvia en el seno.
Y siempre ofrece la Palma
fresca sombra y blando lecho.
No te quejes; que harto sabes
la causa de mi silencio.
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