ANDANZAS DEL ANDALUSÍ
MU'MIN IBN SA'ÎD
Al consultar los textos
históricos árabes referentes al emirato andaluz, no deja de llamar la atención
del lector el nombre de Mu'min ibn Sa'îd, quien se presenta, a primera vista,
como un poeta revoltoso y burlón, de lengua cáustica y maligna, que vivió en
Córdoba bajo el reinado del emir Muhammad. Suele aparecer como protagonista,
malintencionado casi siempre, de una serie de anécdotas que, muchos años
después de su muerte, aún corrían de boca en boca y se relataban con regocijo.
Sus atrevidas ocurrencias, al lado de sus notables poesías, le dieron, en
efecto, una gran popularidad.
Fue realmente un poeta satírico
de verbo tan hiriente y violento que -habida cuenta de la tremenda violencia
que siempre tuvo la sátira entre los escritores- no desmereció de los más
destacados representantes del género, de tal manera que algunos antólogos le
llamaron «el Di'bil de al-Andalus». El historiador Ibn Hayyán, señalando la
poderosa vena de Mu'min ibn Sa'îd, nos cuenta que éste mantuvo peleas satíricas
contra 18 poetas, saliendo vencedor de todos ellos.
Como una prueba más de la fuerza
demoledora de las sátiras de Mu'min y del concepto en que sus contemporáneos le
tenían, puede servir el testimonio de Muqaddam ibn Mu'áfá. Alguien preguntó en
cierta ocasión a este poeta: «- ¿Por qué no compones sátiras contra Mu'min ibn
Sa'îd? -». Y contestó: «- Yo no escribo sátiras contra un hombre tal que, si se
decidiera a satirizar a las estrellas, nadie podría luego guiarse con ellas».
Estas cualidades le harían, sin
duda, ser muy temido. Pero por otra parte, su mala costumbre de agraviar
constantemente con sus versos y frases mordaces a toda clase de personas,
dañándolas en su fama y ridiculizando sus defectos y deslices, le ocasionó
serias enemistades, y al final todo el mundo cerró contra él. Como dice el
cronista musulmán, «todos le dispararon con un arco único». Por último, su mala
fe con respecto a una alta jerarquía del Estado le acarreó la ruina total y
vino a parar en la cárcel, donde murió desesperado.
Con las medidas tomadas por el
emir Muhammad para restringir los gastos generales de la corte cordobesa, se
moderó en cierta medida el fausto que ésta había conocido bajo 'Abd ar-Rahmân
II, pero, a pesar de todo, los literatos y hombres de ciencia seguían teniendo
entrada a palacio, y en las solemnidades oficiales seguía escuchándose la
declamación de versos. Los hijos del emir habían recibido una buena educación
literaria y algunos de ellos no sólo cultivaban la poesía sino que cada uno
tenía a su lado su poeta predilecto. Así, privado del príncipe al-Qásim fue el
poeta al-`Utbi, mientras que el preferido por el príncipe Maslama era nuestro
Mu'min ibn Sa'îd, tenemos noticia de que entre ambos poetas rivales -contando
sin duda cada uno con la protección de su patrono- se cruzaron sátiras varias.
Estas rivalidades y querellas no
podían faltar nunca en la corte, y mucho menos habiendo por medio un espíritu
tan inquieto como el de Mu'min ibn Sa'îd, que en ese terreno dio numerosas
señales de vida. Recordemos aquí, según datos conservados, las reiteradas
afrentas que infligió, dentro y fuera de palacio, a su compañero `Abbás ibn
Firnás, disparándole sátiras burlonas y escabrosas; por el mismo estilo, atacó
a otros personajes con versos en los que todo el efecto de la diatriba está
logrado a base de una obscenidad obsesiva; a otro poeta del círculo cortesano,
llamado `Abd Alláh ibn Bakr alKalá'i, le puso el mote de al-Nadl («vil» o
«infame»), mote que ya no se pudo quitar de encima y con el cual ha pasado a la
historia. Claro es que, como contrapartida, Mu'min tuvo que soportar las
réplicas furiosas de sus contrarios y enemigos, entre los cuales se encontraba
también Ahmad ihn Muhammad al-Kináni, apodado Tays al-ÿinn («el Chivo de los
genios »), hombre de lengua suelta y vida. disoluta.
Aparte de estas contiendas
dialécticas, limitadas al círculo en que se movían sus émulos, Mu'min ibn Sa'îd
hizo víctima de sus travesuras a encumbrados personajes de la sociedad
musulmana de la época. Uno de estos fue el juez supremo de Córdoba, llamado
'Arar ibn `Abd Allah. Era éste un hombre de corta talla, de aspecto tan
insignificante que «cuando se sentaba casi se hacía invisible», por la cual le
habían puesto el apodo de al-Qub'a («la Cogujada»). Y una vez, hallándose este
juez celebrando audiencia pública en la mezquita, llegó Mu'min (que la
frecuentaba mucho porque vivía cerca de ella) y, al entrar, se le acercó un
individuo analfabeto, rogándole que le escribiese su nombre en la cédula que,
como era costumbre, tenía que pasar al juez para que le llamase al llegarle el
turno. - «¿Cuál es tu nombre?» - le preguntó Mu'min. - «`Uqba» -, le contestó
el otro. Entonces el poeta tomó la cédula y, en lugar de escribir en ella el nombre
de `Uqba, escribió Qub'a, es decir, el apodo despectivo del juez. Cuando éste
tomó la cédula en sus manos y la leyó, le produjo el efecto que es de suponer y
estuvo a punto de estallar, aunque pudo reprimirse sin llegar a descomponer su
continente.
Otro día, encontrándose en una
reunión celebrada en la propia casa del mismo juez, tuvo Mu'min la audacia de
insinuar una acusación maliciosa contra aquél, lanzándola al correr de la
conversación con palabras veladas, pero que resultaban diáfanas para todos los
presentes, quienes se echaron a reír estrepitosamente con el consiguiente
embarazo para el juez, que quedó corrido.
Este juez, `Amr ibn `Abd Allah,
era considerado como hombre de gran capacidad y prudencia; pero sentía una gran
debilidad por un hijo suyo llamado Abú `Amr, sujeto de conducta desaprensiva,
propicio al cohecho, y que al fin fue acusado formalmente por falsificar los
documentos del juzgado de su padre para sustraer cantidades guardadas allí en
depósito; se originó un gran escándalo y los poetas se cebaron en ellos,
satirizando tanto al hijo, Abú `Amr, como al padre, `Amr. No podía faltar en
este coro la voz de Mu'min ibn Sa'id, quien efectivamente hizo públicos
entonces estos versos:
¡Por vida mía! Abú `Amr ha
deshonrado a `Amr.
¿Y un hombre como Abú `Amr puede
deshonrar a su padre?
Era `Amr un hombre con cuya luz
se alumbraban las gentes,
pero surgió Abu `Amr eclipsando
a la luna llena.
No se le conocía al corcel `Amr
más tacha que esa:
¿acaso los buenos caballos están
libres de tropezar?
Este poema llegó a oídos del
emir Muhammad quien, considerando la gravedad del caso y el escándalo
producido, destituyó al juez. Esto ocurría en el año 263 (876-7).
Dentro del ambiente palatino,
Mu'min ibn Sa'îd - que, como hemos visto antes, era el poeta privado del
príncipe Maslama y se hacía oír en los certámenes poéticos del alcázar cordobés
- frecuentaba la sociedad de los altos dignatarios de la corte. Parece ser que
tuvo amplio y continuado trato con el visir Hámid al-Zaÿÿáli, y también éste, a
pesar de su elevado rango, tuvo que sufrir algún picotazo del lenguaraz poeta.
Ya, las circunstancias en que ascendió al visirato suscitaron un comentario
poético de Mu'min, del cual sólo se nos ha conservado un intencionado verso.
Por otra parte, este visir llevaba fama de ser muy avaro, y en una ocasión
ciertas personas preguntaron a Mu'min ibn Sa'îd: « - ¿Por qué no frecuentas las
reuniones que organiza el visir Hámid, a pesar de que hace tanto tiempo que le
conoces? En cambio vemos que sí asistes a las de los otros visires-. Y Mu'min
respondió: «Ese es como el entierro de un extranjero; los que asisten a él sólo
lo hacen por Allah [es decir, de balde]-. Estas palabras llegaron a oídos de,
Hámid y, naturalmente, le sentaron muy mal. Sin embargo, disimuló, y, por el
momento, no le hizo ningún reproche; pero un día, al salir de palacio, y como
Mu'min le acompañara hasta su casa, al tiempo de despedirse dijo Hámid
ceremoniosamente al poeta: « -¡Allah te recompense largamente, oh Abú Marwán, y
tenga en cuenta tus buenos pasos!-» (que es la frase que se acostumbra a decir
en la despedida del duelo a los que asisten a los entierros).
Todavía, y para coronar su
carrera de satírico avieso y maldiciente, Mu'min ibn Sa'îd no vaciló en
arremeter contra la persona que representaba, prácticamente, la más alta
jerarquía de la nación, es decir, contra Háshim ibn `Abd al-'Aziz, primer
ministro y privado del emir Muhammad. Este encumbrado personaje había sido
protector y favorecedor generoso de Mu'min ibn Sa'îd, y precisamente en el
trance más amargo de su vida fue víctima de la sátira malévola y traidora del
poeta. Como es sabido, Háshim ibn `Abd al-`Aziz, en una desafortunada campaña
guerrera, emprendida en el año 262 (876), cayó prisionero del rebelde Ibn
Marwán al-Yilliqi, quien lo envió cautivo a Oviedo, la capital cristiana del
norte, y allí permaneció dos años, hasta que pudieron pagarse los cien mil
dinares que se pedían por su rescate. Pues bien, al recibirse en Córdoba la
noticia del cautiverio del visir cordobés, Mu'min ibn Sa'îd, lleno de alegría
por su desgracia, se dirigió a Abu Hafs, primo y enemigo de Hashim, y le dedicó
una qasida que comenzaba así:
¡Brinda de mañana, oh Abú Hafs,
por el cautiverio de Háshim!
¡Brinda con tres botellas y
cinco jarros!
¡Y haz público lo que guardabas
en secreto,
porque ya ha truncado Dios el
poder de Háshim!
Esta qasida la recitó en
secreto, pero, y para que se vea la doblez del poeta, luego compuso otra en el
mismo metro y con la misma rima, que decía así:
¿Cuándo querrá el destino
restituir el poder a Háshim?
¿Cuándo volverá a convocarnos
él, luz de nobleza y generosidad?
Sin embargo, ni Háshim ni sus
hijos ignoraban la existencia de aquella primera y malintencionada redacción de
la qasida, y cuando el ministro fue, al fin, rescatado, y volvió a hacerse
cargo de su visirato en Córdoba, puso en juego todo su poder y toda la
influencia que ejercía sobre el ánimo del emir Muhammad, hasta que logró meter
a Mu'min en la cárcel. Aquí no le valieron al poeta sus súplicas, que fueron
muchas, tanto en verso como en prosa, dirigidas al poderoso visir; insistió
después, recurriendo a la intercesión de Muhammad ibn Yahwar, abuelo de Háshim,
sin que tampoco le sirviera de nada; y el poeta tornó de nuevo a redactar
sátiras mordaces dominado por negros pensamientos. Aludiendo al propio Abtu
Hafs, antes mencionado, decía en un poema:
He arriesgado, por amor de
`Umar, mi cabeza,
¿y hay en mí algo más valioso
que mi cabeza?.
En esta situación se encontraba
cuando, un día, los presos forzaron la cárcel de Córdoba y se fugaron en masa.
Mu'min no quiso huir con ellos, pensando que este gesto suyo sería tenido en
cuenta y habría de servirle para obtener la libertad y el perdón. Por eso,
cuando el visir Háshim llegó a la puerta de la prisión a fin de inspeccionar
por sí mismo lo ocurrido, y tomar las medidas oportunas, Mu'min salió a su
encuentro tratando de conmoverle con sus súplicas; pero el visir no se dignó
mirarle siquiera y ordenó al carcelero que lo volviera a poner a buen recaudo y
lo tratara con implacable rigor. Y siete días después de este suceso, el
miércoles 4 de rayab del año 267 (8 febrero 880), en el mismo calabozo acabó la
vida de nuestro poeta, muerto de desesperación.
A través de las líneas que
anteceden, hemos podido hacernos una idea sobre el espíritu satírico que
alentaba en Mu'min ibn Sa'îd, y que es, sin duda, la nota más destacada en su
producción. Pero todavía queda algo por decir para comprender el alcance de la
personalidad de este autor y su papel en la historia literaria de al-Andalus.
No toda su producción se redujo
al género satírico. Sabemos que fue «poeta famoso y muy fecundo», y
efectivamente, aunque se ha conservado sólo una parte muy exigua de su obra, al
lado de los versos registrados hasta aquí, conocemos algunos más, redactados en
tono distinto, que nos revelan aspectos nuevos del genio de su autor.
Mu'min ibn Sa'id, como era usual
en aquel tiempo, realizó un viaje a Oriente con el fin de ampliar sus estudios;
en Bagdad conoció a Abú Tammám y aprendió sus poesías, trayéndolas a al-Andalus
donde se dedicó a enseñarlas a las nuevas generaciones de estudiantes.
Corresponde pues a Mu'min ibn Sa'îd el mérito de haber introducido y difundido
aquí una pieza de la cultura literaria árabe tan importante como la obra
poética de Abu Tammám.
A propósito de esta labor suya,
los cronistas nos cuentan de paso que, en una de sus clases, se estaba leyendo
y comentando un verso de Abú Tammám que decía:
Era aquél un país donde me
despojé de los placeres como me despojo [del anillo, y donde me divorcié de la
alegría (surûr), repudiándola tres veces.
Uno de los estudiantes que
escuchaban, y que no había entendido bien el sentido del verso, tomando la
palabra surûr como si fuera un nombre propio de mujer, le preguntó:
- ¿Y quién era esa Surûr?
- Esa era la esposa de Abú
Tammám -contestó Mu'min-; yo la conocí en Bagdad.
Con esta anécdota, quiere el
cronista darnos una muestra más de aquellas «salidas» repentinas y ocurrentes
de Mu'min ibn Sa'îd, frecuentes en él y que, en efecto, están en la línea de su
carácter, de reflejos rápidos y agudos. Como lo está también aquella otra que
nos dice cómo una noche de Ramadán, hallándose presente el visir Hámid
al-Zaÿÿáli, estaba Mu'min leyendo en voz alta uno de los textos islámicos
acostumbrados en tales noches y, en lugar de leer rectamente el pasaje que
decía: «al adúltero y la adúltera, dadles pena de azotes», leyó: «al adúltero y
la adúltera, casadlos», cosa que provocó el consiguiente y regocijado alboroto,
tras el cual el visir Hámid improvisó unos versillos alusivos.
Dotado de un carácter tan ligero
e incisivo, podemos figurarnos cómo se conduciría Mu'min en el ejercicio de la
enseñanza, pues, como ya hemos dicho, fue maestro de poesía y literatura. Daba sus
clases en un rincón de la mezquita, y en el ángulo de enfrente se instalaba el
juez supremo de Córdoba, aquél a quien llamaban por mal nombre al-Qub'a, el
cual dirimía allí los litigios que se le presentaban, en medio de un atento
grupo de asistentes que le escuchaban con el respeto debido a su alta dignidad.
En cambio, el grupo que rodeaba a Mu'min estaba compuesto por jóvenes
bulliciosos y alborotadores, quienes un día promovieron tan violento altercado
que una zapatilla salió volando por los aires yendo a caer en medio del corro
que constituía la audiencia del solemne juez.
A pesar de todas estas notas de
ligereza, y ante la carencia de mayores elementos de juicio, a la hora de
juzgar la calidad poética de sus producciones tendremos que aceptar el criterio
de los antólogos árabes. Ya hemos visto la energía de su vena satírica, por la
que mereció el apodo de «el Di'bil de al-Andalus». Por otra parte, Ibn Hayyán
le llama fahl shu'arâ' Qurtuba ", título que, como es sabido, sólo se
aplica a personajes de reconocida altura poética. Además, mereció que Ibn Faraÿ
de Jaén lo incluyera en su famosa antología titulada Kitáb al-Hadâ'iq, obra en
la que el antólogo seleccionó las mejores producciones poéticas andaluzas con
objeto de competir con autores orientales. Todo ello indica la estima en que
los andalusíes tuvieron sus versos.
De estos, aparte las
composiciones satíricas reseñadas en páginas anteriores, han llegado a nosotros
algunos fragmentos más, casi todos ellos del género amoroso. He aquí uno, en el
que se dirige a la mujer amada:
Tan sólo puedo ya mirarte; y aun
esta mirada
lastima al corazón que palpita
en mi pecho:
pues mis ojos, al verte, están
en el Paraíso Eterno,
pero mi corazón está en el
Infierno.
Ibn Hayyán nos ha conservado
otro poema del género gazal que es interesante por estar dedicado a Muhammad
ibn Hishám, apodado al-Qitt («el Gato»), miembro de la familia omeya, pues era
descendiente del emir Hishám I, y que a su vez fue abuelo de Ahmad, personaje
nombrado en la historia de al-Andalus porque fue cabeza de un curioso
movimiento político y espiritual contra el emir `Abd Alláh. Este Muhammad ibn
Hishám era hombre de extraordinaria hermosura, celebrada por los poetas de su
tiempo, entre ellos Mu'mirt ibn Sa'îd, que compuso los siguientes versos
dirigidos a su elogiada a través del cantor Mansúr:
Decidle a Mansúr: ¡Oh, Abú Nasr!
Con la infalibilidad sagrada del
plectro y del laúd,
¿no has dado sentencia hoy
contra la luna,
en favor del hijo de aquél que
fue apodado al-Qitt?
No creó Allah Clemente, entre
todas sus criaturas,
ninguna más hermosa que él, ¡oh,
Abú Nasr!
¡No! ¡Lo juro por Aquél en torno
al cual gira Quraysh,
en su Santo Lugar, durante diez
días!
Cuando mira, parece que
estuviera en su pupila
el ángel Hárút, ejerciendo su
magia.
La fama de Mu'min ibn Sa'îd
trascendió de al-Andalus y llegó pronto a Oriente, pues Ta'álibî, erudito
oriental que escribe entre los siglos X y XI, inserta en su Yatima cuatro
composiciones de nuestro autor. La primera de ellas consta de tres versos (metro
ramal rima mî), de tema erótico, construidos sobre el tópico de comparar un
rostro hermoso con el sol y la luna. La segunda está constituida por cuatro
versos (metro kâmil, rima dî), también eróticos, de sabor arcaico, con alusión
a la caravana del desierto, propia del nasîb de los antiguos poemas. La tercera
se compone de otros cuatro versos, en los que alude con emoción a la Rusáfa
cordobesa:
Su corazón, al recordar la
Rusáfa, se llenó de nostalgia
y vertió a torrentes el agua de
sus ojos.
¡Cuántos amigos agradables tengo
en la Rusáfa!
¡Si no fuera por ]a ausencia, no
vendría a ellos nostálgico!
¡Qué hermosa residencia, la
tierra de Rusáfa,
con cuyo recuerdo el corazón
siente lo que siente!
¡No censuréis mi amor por un
país donde está mi gente,
pues la ausencia ha sentenciado
que yo esté enamorado de él!
Por último, la cuarta
composición tiene cinco versos (metro ramal, rima dî), en los que se trasluce
un sentimiento de amargura:
Solamente perjudica a mi
dignidad
el hecho de que yo no soy como
las gentes de este país.
No hay entre ellos más que seres
rencorosos
y envidiosos de los hombres de
valía.
Evitan encontrarse conmigo
igual que evitarían el encuentro
de un león.
Mi presencia es, ante sus ojos y
sus intenciones,
más insoportable que ninguna
otra cosa.
Y aunque me vieran en el fondo
del mar
nadie me cogería de la mano.
Tales son los poemas recogidos
por Ta'álibî secamente, sin haberse dignado dedicarles comentario alguno. Casi
todos son, como se ha visto, del género amoroso y no están exentos de ternura.
Ante ellos, no podemos menos que pensar, una vez más, en lo mal representados
que suelen estar los autores árabes en algunas antologías, y, en consecuencia,
la falsa semblanza que ofrecen de los mismos. En este caso concreto, si para
conocer a nuestro poeta no tuviéramos más datos que los que nos proporcionan
los versos insertos en la Yatîma, no podríamos hoy saber que Mu'min ibn Sa'îd
había sido, en realidad, tan tremendo satírico como nos declaran las restantes
fuentes.
Para completar la reseña de
cuantos datos puedan ayudar a esclarecer la figura de nuestro biografiado, sólo
nos queda hacer una breve consideración a propósito de cierta noticia recogida
por Ibn Idári en el Bayán, referente a las obras realizadas por el emir
Muhammad en la mezquita de Córdoba, que reza así:
«El emir Muhammad ibn `Abd
ar-Rahmán hizo perfeccionar los lados de la mezquita, embelleciéndola con
adornos esculpidos y mandó levantar la maqsûra en la que abrió tres puertas.
Cuando se terminaron estos trabajos entró en la mezquita e hizo el salat
fervorosamente con humildes prosternaciones, lo cual hizo decir a Mûsá ibn
Sa'îd:
¡Por mi vida! el emir ha
manifestado su humildad
y ha hecho patente, a la vez, su
magnificencia y su piedad,
pues ha erigido un templo sin
igual en el mundo
y ha orado, en acción de
gracias, postrado ante el Señor del Trono,
¡Bienaventurado aquél por quien
el emir Muhammad
haya intercedido cuando ha hecho
allí su oración!.
No hemos encontrado ninguna otra
referencia por la que podamos saber con certeza quién fue este poeta llamado
Mûsá ibn Sa'îd, y ante esta solitaria alusión no refrendada por otros textos,
se nos ocurre pensar que acaso se trate del propio Mu'min ibn Sa'id, pues la
evidente semejanza gráfica de ambos nombres en árabe explicaría fácilmente el
error de su lectura por los copistas o el editor. Si fuera así, tendríamos un
dato más que añadir a los ya conocidos para precisar las actividades de nuestro
poeta en la corte cordobesa.
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