LA POESÍA EN AL-ÁNDALUS
Al mismo tiempo que las
tropas musulmanas ensanchaban sus fronteras políticas hacia Occidente, donde
quiera que plantaban sus estandartes penetraba la ciencia y la cultura de
Oriente; pero esta cultura no quedaba anquilosada en sus moldes de procedencia,
sino que recibía de las nuevas tierras sugestiones e influencias que le daban
un sello personal y característico. Y esto sucede con la poesía; aquella poesía
que nació en la Arabia preislámica va avanzando hacia lo que más tarde se
llamaría Al-Andalus y, sin dejar sus raíces, su esquema esencial, adquirirá una
personalidad propia que le hará ser igual y al mismo tiempo diferente de la
poesía oriental.
El pueblo andalusí poseía una
fina sensibilidad: el rey, el príncipe y el magnate, el artesano y el hombre
del pueblo, todos, en general, gustaban de la poesía y llevaban dentro de sí un
poeta, o quedaban extasiados ante cualquier recital poético; el obrero y el
campesino buscaban en la poesía un descanso en medio de las fatigas de sus
rudos trabajos; los príncipes y magnates una evasión de las preocupaciones
cotidianas. No faltaron hombres que buscaron en la poesía su medio de vida, que
intentaban medrar elogiando a sus mecenas.
En la poesía andalusí
encontramos la más amplia gama de temas, siendo el principal de ellos el de la
naturaleza, que aparece por doquier, ya sea en la descripción de sus variados
aspectos, ya sirviendo de marco a otros temas muy diversos. El báquico, por
ejemplo, aparece casi siempre enmarcado en ella, a orillas de un manso río,
bajo un manto de estrellas, con jóvenes escanciadores de dulce mirar, de boca
que semeja una flor cuyos pétalos son los dientes. También los amantes celebran
sus ocultas entrevistas entre arboledas o floridos prados. Otro de los
principales temas y que no puede faltar en un pueblo tan sensible, es el
amoroso: junto a un amor puro, platónico, que sólo vive del espíritu, que teme
hasta rozar suavemente al ser amado por temor a que se desvanezca, encontramos
versos que expresan el más fuerte amor sensual, las más ardorosas pasiones. El
panegírico abunda asimismo en este ambiente, en el que la adulación juega un
papel importante, en el que los príncipes y magnates recompensan generosamente
los elogios de quienes alaban sus palacios, sus conquistas, sus éxitos, sus
favores... se canta la búsqueda de una vida suntuosa y de placer. Encontramos
cantores ascéticos y místicos, y no falta tampoco el tema elegíaco, que canta
el dolor y el llanto, tan frecuentes en toda sociedad y en todo tiempo. La
poesía filosófica y de enigma tiene también su lugar en la exuberante
producción poética de la inspiración andalusí.
En cualquiera de estos temas
el poeta andalusí, al igual que el oriental, llenas sus casidas de abundantes
metáforas; metáforas, en ocasiones bellas, pero, a veces, extrañas y hasta
carentes de estética para nuestro gusto actual; algunas de fácil
interpretación, pero otras, tan rebuscadas, que nos resulta difícil hallar su
verdadero significado.
En el periodo comprendido
entre los dos Emiratos, es decir desde el año 711 al 929, la poesía andalusí es
oscura y pobre. Fue cultivada por ‘Abd al-Rahmán I y Abd al-Rahmán II, y en
general, por todos los príncipes Ómeyas y los magnates, y también por hombres casi
indignos de llevar el nombre de poetas. Lo más importante de este periodo lo
constituye la llegada a Al-Andalus del célebre cantor oriental Ziryábz, llamado
el "Pájaro Negro", expulsado de Bagdad en tiempos del legendario
Harúm al-Rasid, y contra el cual escribió numerosas sátiras Yahyá ibn al-Hakam
alBakri. Este odio contra Ziryáb fue causa de ~su destierro. Otro de los
poetas en tiempos de Abd al-Rahmán II fue Bisr ibn Habib, cuya arrogancia
aparece reflejada en sus versos:
Yo he de pegarle fuego al Universo
entero
y he de llegar a donde no
llega la propia muerte;
yo soy aquel que no tiene par
en el mundo
y cuya alta calidad anda en
proverbio.
En su lucha por conseguir la
hegemonía de A1-Andalus, ‘Abd al-Rahmán III (912-961) se vio acompañado de una
pléyade de poetas que exaltaban su poder y la magnificencia de su corte. La
lírica arábigo-andaluza alcanza su apogeo en este periodo califal. El ambiente
de tolerancia que se respiraba en Córdoba favorece la expansión de las letras,
pues allí convivían las culturas musulmana, cristiana y judaica, y se hablaba
el árabe y el romance; Córdoba todo lo recibía, lo asimilaba y lo transformaba,
creando un estilo propio y personal.
Entre los grandes poetas de
la época califal podemos mencionar a Ibn ‘Abd al-Rabbihi (890-940); Ibn Háni'
de Elvira (m. 973), que hubo de huir a Oriente debido a su vida licenciosa y
desordenada; el romántico príncipe Taliq (963-1009), encarcelado por haber
asesinado a su padre; etc. Pero cuando ya el califato marcha inexorable hacia su
caída, surgen dos grandes figuras, tal vez los mejores poetas de toda la
historia de Al-Andalus: uno fue Abú Amir ibn Suhayd (992-1035), autor del
opúsculo titulado: Risálat al-rawábi wa-l-zawábi; que se considera como
precursor de la Divina Comedia de Dante; el otro es el gran polígrafo Ibn Hazm
(994-1063), cuya obra más significativa es el Tawq al-hammáma, "El collar
de la paloma", tratado sobre el amor y los amantes, escrito en prosa y
verso. Su importancia es tal que se ha traducido a casi todas las lenguas
europeas.
Tras la caída del califato
cordobés, hacia mediados del siglo XI, Al-Andalus se fragmenta en los llamados
reinos de Taifas. Con la desunión y rivalidad entre los diversos príncipes, que
traen consigo una decadencia política y militar, corre paralelo un gran momento
de esplendor para la poesía; un "falso" esplendor en opinión de
García Gómez:
“Es para mí "falso"
el apogeo de la lírica en el siglo XI, porque quiebra la continuidad histórica
y falsea la derecha trayectoria que hasta entonces seguía dicho género
literario. Cuando estaba a punto de romper a hablar con voz nueva, de
hispanizarse, de independizarse, la catástrofe política y la suicida conducta
de los Taifas le hacen dar marcha atrás, y torna a esclavizarse al Oriente y a
imitar con ceguera a Bagdad. Pero el que sea falso no quita que sea apogeo”.
En las cortes de Toledo,
Badajoz, Zaragoza, Almería y Murcia, y especialmente en la Sevilla de los
‘Abbádies, se rinde culto a la poesía. Los poetas en número jamás igualado,
llenan todo el ámbito de la Península: los reyes, príncipes, magnates, etc., se
entrecruzan billetes poéticos para excusarse, invitarse, para insultarse o
mandarse regalos... "¡Todo es poesía! Poesía en gran parte artificial y
falsa pero en la que no dejan de aflorar de vez en cuando los más nobles y
eternos sentimientos humanos"".
Como ya hemos dicho, el
centro de mayor importancia para la poesía es Sevilla: su rey Al-Mu'tadid ibn
‘Abbád se hizo rodear de poetas entre los que destacan Abú-l-Walid al-Himyari,
Ibn alQútiyya, y el célebre Ibn al- Ammár; el mismo rey, cruel, ambicioso y
sin escrúpulos, gustaba componer versos. Pero la verdadera figura poética de
aquella Sevilla `abbadi fue su hijo y sucesor Al-Mu'tamid, gran mecenas de la
poesía, protector no sólo de los poetas de su corte, sino de los allende sus
fronteras, que acudían a él buscando refugio y protección. Su vida fue pura
poesía, e incluso durante su cautividad en Agmat no deja de componer los más
sentidos poemas y muere evocando sus palacios y olivares sevillanos.
Contemporáneos de Al-Mu'tamid
son, entre otros, los siguientes poetas: Ibn Zaydún (1003-1070), aposentado en
Sevilla y cantor de su Córdoba natal; su poesía es humana, pero sobre todo fue
el poeta del amor; célebres fueron sus relaciones con la princesa Walláda, que
más tarde lo abandonó. Ibn al-Labbána de Denia (m.113), dulce y suave, que dejó
el más conmovedor recuerdo de la caída de los `abbádíes describiendo su
llorada deportación a África. Poetas procedentes de Sicilia buscan refugio en la
Sevilla abbadi, como Ibn Hamdis que cantó la gesta de Al-Mu'tamid frente a
Alfonso VI en Zallága.
También la corte de Almería,
con su rey Al-Mu'tasim, se vio concurrida de poetas, a los que el rey acogía,
cualquiera que fuera su procedencia y siempre con la misma bondad, perdonando
las ofensas cuando éstas eran excusadas en bellos poemas. Además de sus hijos,
destaca el visir Ibn al-Haddád.
En Granada, bajo el reinado
de Bádís ibn Habbús, vivieron los poetas en constante terror, por lo que aquí
no brilla la poesía y los versificadores disparan sus sátiras contra los
reyezuelos de esta Taifa:
¡Mundo extraño y apresurado
el de este siglo XI andaluz, donde las lavanderas pasan de la orilla del río al
trono, a la muerte o al destierro! Su signo es el fracaso. El lánguido rey
al-Mu`tasim de Almería, pálido reflejo de Al-Mu'tamid, lo decía cuando en su
propia alcoba reñían los almorávides que lo destronaban: Todo me ha fallado,
hasta la muerte.
Con la llegada de los
almorávides a la Península, Al-Andalus queda prácticamente convertida en
provincia africana. Los nuevos dominadores, de lengua beréber, apenas si
entienden la brillante cultura árabe, que parece pronta a extinguirse en medio
de este ambiente hostil. Los poetas tienden a agolparse en torno a los nuevos
dueños y la poesía se hace cada vez más artificiosa; es el panegírico el que
cobra mayor auge. Pero hay hombres de fina sensibilidad, que, para no dejar
perder el legado de sus antepasados, se dedican a recoger cuantas obras llegan
a sus manos: es la época de las grandes antologías, como la Dajira,
"Tesoro", de Ibri Bassám (m. 1148), los Qalá'id al-`iqyân,
"Collares de oro" y el Matmah alanfus, "Otero de las
almas" de Ibn Jáqán (m. 1140).
Los poetas de esta época se
adaptan, en general, a las nuevas circunstancias y entran al servicio de los
dominadores. Los sucesores de Yúsuf se contagian algo del refinamiento de los
andalusíes y buscan sus versificadores y secretarios entre la gente más
destacada del periodo de los Taifas. Entre los más famosos de estos poetas se
encuentra Ibn Jafáya de Alcira (1058-1139), que destacó sobre todo por su
virtuosismo descriptivo de las flores y los jardines, lo que le valió el
sobrenombre de "el jardinero". Otro gran poeta fue su sobrino Ibri
al-Zaqqáq (m. 1135).
En esta época, y como
reacción contra las formas aristocráticas que habían imperado anteriormente,
aparece un gusto especial por lo vulgar, lo popular y lo desvergonzado; se
cultivan ampliamente las sátiras violentas y las poesías inmorales y obscenas
de los grandes zejeleros, entre los que destaca Ibn Quzmán (m. 1160), cuyos
zéjeles, desvergonzados y satíricos, aparecen cuajados de diminutivos; es el
contraste con la aristocrática poesía anterior.
Pero, mientras en Al-Andalus
van surgiendo descontentos e intrigas contra los dominadores almorávides, en el
Norte de África nace un nuevo movimiento de la mano de los almohades. Estos,
tras conquistar Marruecos, deciden pasar a la Península, bajo el mando de su
caudillo ‘Abd al-Mu'min, para ayudar a los andalusíes contra el poder
almorávide.
Con ello la historia se
repite de nuevo, ya que estos protectores se convierten en dominadores, y así
comienza para Al-Andalus el periodo almohade (1 145-1265), periodo de paz que
favorece el desarrollo de las letras, las artes y las ciencias, aunque en el
fondo el Islam andaluz se va agotando lentamente, viviendo de su pasado.
Mas el entusiasmo por la
poesía no decae, antes bien se acrecienta y vuelve a ser cultivada con
extraordinario esplendor. En Sevilla pululan de nuevo los poetas por doquier,
siendo tal vez el más famoso de ellos el judío converso al Islam Ibráhim ibn
Sahl, que muere en el año 1251 ahogado en el río Guadalquivir, cuyo esplendor
había cantado en sus versos.
En la escuela levantina aún
persisten ecos de la poesía descriptiva con el valenciano Ibn Gálib al-Rusafí
(1177), y en Murcia nace Safwán ibn Idris (1164-120 1), autor del Zád
al-Musáfir o "Viático del caminante".
En la época almohade Granada
ve resurgir la poesía con figuras de relevante importancia, como Ibri
Mutarrifz, partidario del amor ’udri, Abú Ya’far ibn Sa’id, cuyos amores con la
poetisa granadina Hafsa le llevarían a la muerte.
En este periodo brillan
sobremanera el valenciano Ibn alAbbár (m. 1260), e Ibn Sa'id al-Magribi de
Alcalá la Real (12131286), ambos son más conocidos como historiadores, pero
también cultivaron la poesía.
A pesar de este efímero
esplendor, los cimientos del poderío musulmán en Al-Andalus aparecen cada vez
más carcomidos; el avance cristiano va reduciendo sus fronteras y los hombres
de letras dejan su patria y viajan a Oriente para difundir en la cuna del Islam
la cultura andalusí; entre éstos recordaremos, por ser los más relevantes y
para cerrar este breve capítulo de la poesía en al-Andalus, al gran Ibn ‘Arabi
de Murcia (1165-1240) y al ya mencionado Ibn Sa'id al-Magribi.
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