EL COMERCIO EN
AL-ANDALUS
PUBLICADO EN 27 JULIO, 2002 POR FUNDACIÓN DE CULTURA ISLÁMICA
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Jul
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Autor del artículo: Cherif Abderrahman Jah
Con el nombre de al-Andalus se conoce al espacio territorial y politico
que, bajo la impronta de la cultura islámica, se mantuvo a lo largo de ocho
siglos, con ineludible convivencia, en la Península Ibérica. Fructífera
permanencia a la que debemos una parte importante de nuestro legado
socio-cultural, que ha prevalecido a lo largo de los siglos.
Esta herencia no se sustenta únicamente en el terreno de las ciencias
(medicina, botánica, matemáticas, astronomía, etc), o en los saberes del
espíritu y del puro intelecto, como la mística sufí y la filosofia, sino en una
forma hedonista de entender la vida, rodeándose de cuanto es bello, susceptible
de ser captado a través de los sentidos. Tanto por la vista y el oído, como por
medio del gusto y del olfato. El significado de estos últimos sentidos alcanzó
cotas tan elevadas, que sobrepasaron la función meramente fisiológica.
El simbólico lenguaje que podia trasmitir el perfume de una planta o las
variadas sensaciones del gusto y el olfato que podían percibirse de un guiso
aderezado con diversas especias, se inscribían como goces semejantes a los del
Primer Paraíso, al que tienen acceso los buenos musulmanes en la Otra Vida. No
en balde en los textos sagrados coránicos se alude en varias ocasiones a las
bebidas paradisíacas de los bienaventurados, elaboradas con especias:
«Allí se les servirá una copa que contendrá una mezcla de jengibre, tomada
de una fuente de allí que se llama Salsabil» Corán, Sura, 76, aleya, 17.
O la referencia a la abundancia de almizcle y de ámbar en el Paraíso,
sustancias aromáticas que fijaban las raíces del arbol celestial Tubà,
perfumando intensamente el Jardín del Bienestar (Yannat al-na`im).
De ahí que, en la vida de acá, estas sensaciones del gusto y el olfato se
cultivaran hasta lo más sublime de una percepción sensitiva. Por eso fueron tan
cuidadas y se procuró su logro y perfección, yendo a buscar esas plantas
aromáticas y las especias orientales hasta las tierras mas recónditas.
Oriente Extremo
Durante la expansión islámica se abrieron nuevos caminos hacia el Oriente
Extremo, rutas que fueron también transitadas por mensajeros de las ciencias y
por mercaderes. Hacia la cuenca mediterránea afluyeron especias poco conocidas
o, hasta entonces, sólo utilizadas por las élites egipcias o romanas, como la
canela, la pimienta, el clavo o el jengibre, procedentes de Ceilán, la India,
Islas Molucas y China, respectivamente.
Como consecuencia de ello, las llamadas «rutas de las especias» se fueron
trazando desde el Oriente hacia el Mediterráneo, en un ir y venir de mercaderes
y cargamentos, por mar y por tierra, haciendo llegar hasta al-Andalus todo el
elenco de esos productos, siglos antes de que el veneciano Marco Polo llevara a
su país las especias orientales como una gran novedad.
Desde Java y Sumatra, la islas de Ceilán (Sri Lanka) y las Molucas o las
costas occidentales de la India (el Malabar), se navegaba hasta los puertos del
Yemen, como Aden, con cargamentos de especias, maderas perfumadas como el
sándalo indio, sustancias aromáticas como el almizcle del Tibet, o frutos como
los melones del Sind (Pakistán). En el populoso puerto de Aden cargarían
incienso y ámbar gris, abundantes en Yemen, y con todo este bagaje se
adentrarían por el Mar Rojo para alcanzar el curso del Nilo hasta llegar a la
costa sur del Mediterráneo, Alejandría, y desde alli a al-Andalus.
Otra ruta posible desde el litoral indio era navegar hacia el Golfo Pérsico
y, adentrándose en la desembocadura conjunta del Éufrates y el Tigris, remontar
el curso de este gran río bíblico hasta Bagdad, capital del mundo islámico
oriental y sede del califato abbasí. Desde Bagdad se llegaría en largas
caravanas al litoral mediterráneo de Palestina. El siguiente destino sería
al-Andalus.
Al ir atravesando, de este a oeste, todos estos países del orbe islámico,
los mercaderes harían acopio en los bulliciosos zocos orientales de sésamo de
Irán, rosas de Alejandría, juncia de Kufa (Iraq), granadas e higos doñegales de
Siria, almáciga de la isla mediterránea de Chíos, dátiles de Ifriqiya (Túnez) y
alheña del Magreb, entre otros productos.
Segun refieren los viajeros de la época ( ss. X-XIII), atravesar el
Mediterráneo desde la costa palestina o desde Alejandría (Egipto), hasta los
puertos de al-Andalus (Denia, Cartagena, Almería o Málaga) tenía una duración
de tres meses, a veces más, por las frecuentes tormentas y consiguientes
naufragios. Al llegar a los puertos andalusíes, los fardos de especias y otros
productos exóticos, que habían conseguido alcanzar el final del periplo, eran
depositados en funduqs (alhóndigas), una especie de posada-almacén, para el
descanso de los mercaderes y sus acémilas, al tiempo que servían de lugar de
depósito de sus fardos de mercancías.
Especias, maderas olorosas, frutos secos, sustancias aromáticas… Todo ese
elenco de mercaderías del aroma pasaban a ser vendidos en los zocos de
al-Andalus, tras el consiguiente pago de las alcabalas a las autoridades del
mercado. Así en los zocos intramuros de la Cordoba califal, la Sevilla almohade
o la Granada nazarí, como en los zocos del resto de las más importantes
ciudades andalusíes, se podian encontrar desde la pimienta negra de la India,
la casia de China, el cardamomo de Java, la nuez moscada de las Molucas, la
canela de Ceilán, el áloe de Socotora, hasta el incienso, la mirra y el ámbar
gris de Yemen, junto al almizcle de la meseta del Tibet. Estos productos
costosos por su laboriosa importación, se vendían en las tiendas de los
especieros o perfumistas (al-‘attarin), incrustadas en las callejas del zoco.
Un zoco populoso por el que deambulaba una sociedad mestiza, la andalusí,
integrada por diversos grupos de población, de origen hispanorromano y
visigodo, junto al grupo social arabe y al bereber, con un mosaico de creencias
musulmanas, cristianas y hebreas. En definitiva, una sociedad plural y
cosmopolita que demandaba esa gran cantidad de mercancías exóticas, traídas
desde las más lejanas latitudes.
Productos aromáticos
La cantidad de productos aromáticos que enmarcaban la vida de los
andalusíes, era tanta, que no podia quedarse limitada a la oferta de mercancías
orientales transmediterráneas. Se hizo necesario la aclimatación en
tierras andalusíes, de aquellas plantas aromáticas que no eran susceptibles de
importarse por su corta duración y lo costoso de su importación, iniciándose a
lo largo de dos centurias, una especie de movimiento migratorio de plantas y
frutales aromáticos hacia al-Andalus, de la mano del hombre.
Muchas de ellas se aclimataron bien en lo predios andalusies como el
azafrán, cuyo cultivo se extendió por los campos de Baza (Jaén), Toledo,
Guadalajara, Zaragoza, Valencia, Sevilla y Granada.
La gran producción de azafrán que se consiguió, hizo posible que sus
excedentes fueran exportados a Oriente desde los puertos de Málaga y Almería.
También progresó el cultivo del comino, el ajonjolí o sésamo índico, y el anís,
entre otros.
Frutales como los limoneros y naranjos amargos de China, así como los
granados de Siria, junto a las hortícolas como el melón y la sandía procedentes
del Lejano Oriente, inundaron los jardines-huertos de al-Andalus, haciendo que
en las mesas de los andalusíes hubiera fruta aromática abundante durante casi
todas las estaciones del año.
El universo de esos aromas y perfumes, ya producidos en al-Andalus o
importados, ocupó sus espacios propios tanto en el ámbito comercial, como en el
socio-religioso, el doméstico y lúdico. Los espacios señeros del olor eran los
zocos, donde al abigarramiento visual de colorido múltiple se unia la
mezcolanza de aromas diversos, unos, gratos a la percepción olfativa, contiguos
a otros olores menos agradables, como los que despedían curtidores y
tintoreros, por ello a extramuros de la medina o ciudad islámica. También a las
afueras se instalaban los zocos de ganado : ovejas, cabras, bovinos, caballos y
camellos.
Entre los olores placenteros, se encontran no sólo los aromas de especias y
condimentos, también de verduras, frutas, quesos, cuajadas de leche, churros y
buñuelos elaborados en el propio zoco, dulces con canela y miel y, sobre todo,
el inmisericorde olor de los chiringuitos que ofrecían comida caliente a las
gentes del zoco : Platos como los tayines o guisos de carne, muy especiados con
cilantro, pimienta negra y jengibre, o los mirkas o salchichas de cordero con
comino y canela, junto a los clásicos platos de cus-cús similares a volcanes
humeantes y con un arco iris de verduras rematando su cráter, receta de
vocación bereber, introducida en la Península por los almohades . Todos estos
efluvios, inundaban los espacios callejeros de los zocos, como un apetitoso
reclamo para los hambrientos, cumpliendo con esa tradición tan arraigada en la
sociedad islámica desde hace siglos, de «comer fuera ».
Productos culinarios
En la cocina doméstica esos platos aumentaban su nómina y su sofisticación,
también su composición de aromas, con las berenjenas rellenas con espliego,
canela, pimienta y hojas de cidra, o la refinada «bastela» de origen andalusí,
exportada con los moriscos al Magreb, y su cálido olor a hojaldre recién hecho,
rociado de canela y azúcar en polvo. Junto a ella, almojábanas de queso, canela
y miel y las típicas pastas de almendra (al-lawziny ) con agua de azahar,
almendras, miel y azúcar. O los famosos canutos (qananit) rellenos de
almendras, piñones y pistachos picados con amalgama de miel, pimienta, canela,
espliego y azafrán. De esta forma, el cosmos aromático tambien envolvía el
espacio doméstico, ámbito de vital importancia.
Había otro espacio social, marco mucho más solemne y espiritual como
receptáculo de perfumes y aromas, era el lugar de las mezquitas. Para la
reflexión espiritual y el acercamiento a la divinidad, era preceptivo el
impregnar la atmósfera con olores de cierta connotación religiosa de carácter
universal, como el incienso, en sus variantes amarilla y blanca, y la mirra,
con su color rojo cristalino, ambos procedentes de Arabia.
Como especialidad propia del mundo de Oriente Extremo, se quemaba en
pebeteros sustancias solidificadas como el almizcle y el ámbar gris, al tiempo
que maderas costosas y aromáticas, como la del sándalo maqasiri, procedente de
Makassar, ciudad de las islas Célebes o Sulawesi.
Las mezquitas de al-Andalus refulgían con sus abundantes lámparas de bronce
y cristal, en las que ardían lamparillas en aceite perfumado. Desde los
numerosos pebeterosse expandían los diferentes aromas, especialmente en el mes
sagrado de Ramadán (noveno mes del calendario musulmán).
Una muestra de la solemnidad del mes de Ramadán en la Córdoba del siglo X,
nos la ha dejado el cronista Ibn ´Idari (s. XIII), en su obra Bayan al-Mugrib,
al referirse a la gran cantidad de perfumes empleados en esas fechas en la
Mezquita Aljama de Córdoba:
“Se consumían anualmente alrededor de quinientas arrobas de aceite, de las
que la mitad ardía solamente en el mes de Ramadán… El consumo de perfumes en la
noche 27 de Ramadán [Noche del Destino] ascendía a cuatrocientas onzas de ámbar
gris y ocho onzas de madera de agáloco”
Ya vimos que en el reducto de la casa andalusí la utilización de aromas y
perfumes era abundante y cotidiana.
Pero la utilización de estos aromas no se limitaba sólo al ámbito de la
cocina, como hemos descrito, sino que estaban también presentes en el cuidado
personal de sus moradores.
Cuidados a los que, sorprendentemente, fueron muy proclives los andalusíes,
hombres y mujeres, según se desprende de la gran cantidad de recetas con
diversas aplicaciones estéticas que aparecen en los tratados de higiene y
medicina. La utilización de estas aplicaciones cosméticas se realizaba, tanto
en la casa como en las dependencias del hammam o baños árabes públicos, que
funcionaban en cada barriada de las medinas y cuyo número fue elevado, ya que
existía, al menos uno, en cada barriada.
A juzgar por las reseñas de los cronistas, se apuntan hasta 600 hammam en
Córdoba, en época califal (siglo X).
A estos baños acudían los hombres por la mañana y las mujeres por la tarde.
En sus dependencias, cuya entrada era gratuita por tratarse de un servicio
público, se aplicaban masajes corporales con aceites de almendras, rosas,
nenúfares, jazmines y narcisos, junto al aceite de manzanilla, para tonificar,
relajar y perfumar la piel de las mujeres que acudían con frecuencia al hammam.
El zoco
Productos de embellecimiento que, en la mayor parte de los casos, los
compraban previamente las usuarias en el zoco. Las andalusíes también se
cuidaban los ojos con diversos colirios, que aparte de su función higiénica,
servían para realzar la mirada y darle más intensidad, como sucedía con un
famoso colirio elaborado con jugo de bayas de arrayán y khul (polvo de
antimonio).
Otra práctica cosmética muy frecuente en el hammam fue el teñirse los
cabellos con alheña (al-hanna), así como decorarse las manos y pies con
tatuajes geométricos de hanna.
En al-Andalus se hizo famoso el teñido de los cabellos con alheña, mezclada
con aceite dulce de oliva; moda que imperó desde el siglo IX, tanto entre
mujeres como en los hombres.
Entre éstos, se cuenta que, siguiendo los dictados de la moda en Córdoba,
el mismo emir omeya Abderrahman II (siglo IX) teñía sus cabellos y barbas con
alheña. Esta planta, al parecer introducida por los árabes en al-Andalus en los
primeros tiempos de la conquista, fue muy estimada en el mundo islámico, ya que
una piadosa tradición, atribuye al Profeta del Islam estas palabras sobre la
excelsitud de al-hanna: “Las flores de la alheña son las más suaves de las
plantas aromáticas en esta vida terrenal y en la otra vida del Más Allá”
En cuanto a los perfumes, eran muy apreciados por los andalusíes, ya que
según la creencia general tonificaban el cerebro y los órganos sensoriales. Los
perfumes se seleccionaban según las estaciones del año. En invierno se usaban
perfumes cálidos como los elaborados con almizcle, algalias o aceite de jazmín.
Para primavera, eran apropiados los perfumes de agua de azahar, narcisos,
jazmines, malvaviscos o albahaca. En el verano, perfumes de polvo de musgo y
sándalo, y el de agua de manzana. En otoño, agua de rosas, o de plantas
aromáticas como albahacas y toronjil. Esta selección marcaba las modas
estéticas de la élite andalusí. Entre las clases populares, se utilizaba mucho
el agua de azahar y el agua de mirto, menos costosas de adquirir.
La minuciosidad de tantos cuidados estéticos, aplicados entre la sociedad
de al-Andalus, ha quedado reflejada en la obra de higiene del granadino Ibn
al-Jatib (siglo XIV), visir del emir nazarí de Granada, Muhammad V.
Pero el máximo despliegue de ese atractivo mundo de perfumes y aromas, se
hallaba en la naturaleza que rodeaba la vida del andalusí, ya fuera en el
espacio menor del jardín doméstico, o bien en el jardín-huerto de los grandes
predios, o en los jardines palaciegos creados para experiencias botánicas.
Estos espacios evocaban reminiscencias de aquel Jardín del Paraíso, ya aludido
anteriormente, con todo su profundo sentido espiritual.
La sociedad de al-Andalus, esencialmente a partir del siglo XI, salía con
frecuencia al campo, en grupos familiares, disfrutando de jornadas completas al
aire libre, en especial junto a los ríos, donde merendaban. La
mayor parte de los andalusíes eran grandes conocedores de las plantas y buenos
jardineros y agricultores. Gracias a esta afición, y a la política de
aclimatación de nuevas plantas, hubo un enorme desarrollo de la agricultura,
desde finales del siglo IX hasta el siglo XIV. Autores como los toledanos Ibn
Wafid e Ib Bassal (siglo XI), los sevillanos Abu l- Jayr (s. XI-XII) e Ibn
al-Awwam (s.XII-XIII), o el almeriense Ibn Luyun (s. XIV), entre otros muchos,
nos han dejado magistrales tratados de agricultura, que hasta tiempos
relativamente recientes, han servido de manuales para los agricultores
españoles entre los siglos XVII al XX, pues, durante el XVI, fueron traducidos
muchos de ellos al castellano.
La afición por la naturaleza tuvo una vertiente de sublimación poética.
Muchos poetas de al- Andalus quisieron plasmar lo que contemplaban sus ojos al
pasear entre la vegetación, y con una enorme minuciosidad y espíritu
metafórico, describieron granados, almendros, ciruelos…bajo el rocío de la
mañana o la brisa del atardecer, como si el propio jardín en su conjunto fuera
un ser vivo con sentimiento. Aquel cromatismo natural dio lugar a la “poesía de
jardines” (rawdiyyat, de rawd = jardín), y dentro de este género sobresalieron
los temas florales en los que se aludía a rosas, violetas, mirtos, jazmines,
lirios, azucenas… como si fueran la persona amada. Género poético que se
denominó nawriyyat o “poesía floral”.
Entre los cultivadores más sobresalientes de este tipo de poesía de los
jardines, fue Ibn Jafaya de Alcira (siglo XI), llamado por esta afición
al-Yannan (“el Jardinero”). A él debemos descripciones poéticas como ésta:
“Ráfagas de perfume atraviesan el jardín cubierto de rocío, cuyos costados
son el circo donde corre el viento… Yo enamoro a este jardín donde la margarita
es la sonrisa; el mirto, los bucles, y la violeta, el lunar.”
Anteriormente, poetas como Ibn Abi ´Abda, ministro y poeta de la corte del
califa Abderrahman III (siglo X), nos habían dejado fragmentos poéticos en
torno a las flores, como esta exaltación a la rosa, que sintetiza ese amor por
la belleza de las flores aromáticas:
“La rosa es lo más bello que el ojo puede contemplar, lo más delicado de
cuanto riegan las nubes generosas. Las flores de los jardines, se inclinan ante
su hermosura y la obedecen por lejos que estén. Cuando surge la rosa en sus
ramas, Unas flores mueren y otras palidecen de envidia…”
BIBLIOGRAFIA
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Vallvé, J. La división territorial de la España musulmana, C.S.I.C.,
Madrid, 1986
RESEÑA DEL AUTOR
Cherif Abderrahman Jah, Presidente de la Fundación de Cultura Islámica,
islamólogo y especialista en la historia de al-Andalus, ha publicado diversas
obras sobre distintas facetas de esa etapa histórica (reseñadas en la
bibliografía), especialmente sobre la cultura andalusí, a través del agua y de
sus plantas aromáticas y jardines, así como su comercio, entre otros temas.
Comisario de la Exposición los “Aromas de al-Andalus” y autor del libro del
mismo nombre. Su esfuerzo y labor en aras del diálogo intercultural y del
acercamiento al conocimiento objetivo de una de las etapas históricas más
fecundas de la Península Ibérica, son suficientemente conocidos.
Extracto del libro “Los Aromas de Al-Andalus”, Alianza editorial, Madrid,
2002.
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