LOS SUPUESTOS «MOZÁRABES» Y EL DESTINO DE LOS CRISTIANOS DE AL-ANDALUS
Publicado por JAVIER
ALBARRÁNel11 JULIO,
2018
Se ha venido utilizando
para nombrar a la comunidad cristiana de al-Andalus un término que, a pesar de
su origen árabe, no sabemos cómo era utilizado en tierras andalusíes
JAVIER ALBARRÁN
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID
Detalle de la Biblia Hispalense (s. X),
BNE ms. vitr/13/1
Ya en la Historia de los
mozárabes de España (1897), Francisco Javier Simonet apuntaba que, a
pesar del origen arábigo del término “mozárabe”, no se había evidenciado su
utilización en ninguna fuente andalusí. De hecho, la aparición más temprana de
la palabra en la Península Ibérica se encuentra en un documento del año 1026
perteneciente al archivo de un monasterio leonés, San Cipriano de Valdesalce.
Según el arabista decimonónico, etimológicamente el término derivaría de la voz
pasiva de la forma X del verbo ‘ariba o ‘aruba, pudiendo traducirse entonces
como “arabizado”. Asimismo, subrayó Simonet la irredenta fe cristiana (y
católica) de este grupo humano. Por tanto, para Simonet el término “mozárabe”
era de origen islámico y se usaba para designar a los cristianos hispanos que
habitaban en al-Andalus.
El hecho de que el término no apareciese
en los textos andalusíes no ha supuesto un obstáculo para que, tras esa primera
monografía académica sobre el tema, la gran mayoría de autores hayan designado
como “mozárabes” a los cristianos de origen hispano que residían en el
territorio andalusí y que, por tanto, estarían arabizados. Es decir, se ha
venido utilizando para nombrar a la comunidad cristiana de al-Andalus un
término que, a pesar de su origen árabe, no sabemos cómo era utilizado en
tierras andalusíes, y que, además, ha sido destinado a asignar fundamentalmente
dos marcadores culturales: religión (cristiana) y lengua (árabe).
¿Quiénes eran, por
tanto, los mozárabes de al-Andalus?
Si bien no hemos conservado ningún texto
andalusí que nos ayude a comprender cómo era utilizado este término, sí sabemos
cómo se definía en el Oriente islámico medieval: al-Azharī, lexicógrafo iraquí
del siglo X, describió al musta’rib, de donde probablemente
derivaría el término mozárabe, como “aquel que no es de ascendencia puramente
árabe pero que se ha introducido entre los árabes, habla su lengua e imita su
apariencia”. La palabra, por tanto, estaba desprovista de cualquier
significación religiosa, designando “tan solo” al arabizado lingüística y culturalmente.
Creo que esta idea es la que debe guiar nuestra concepción en torno a la
“comunidad de mozárabes” de al-Andalus, rompiendo así el binomio
cristianismo/arabización que hasta ahora ha perdurado. Es decir, los cristianos
andalusíes eran, en su mayoría, mozárabes, pero no eran los únicos mozárabes.
Los judíos arabizados también lo eran, al igual que los bereberes islamizados y
arabizados, o los hispanos convertidos al islam y, una vez más, arabizados.
Dicho de otro modo, los mozárabes andalusíes eran aquellos individuos
caracterizados por su arabización, independientemente de su religión. De esta
manera podemos subrayar la especificidad más importante del término “mozárabe”,
a saber, lo árabe, y dejar de lado la cuestión religiosa, asunto
que, desde Simonet hasta autores contemporáneos, ha adquirido una importante
carga ideológica en corrientes nacional-católicas que ven a los mozárabes como
los guardianes de la fe católica y del verdadero espíritu nacional español.
La lengua árabe –y todas las manifestaciones
culturales asociadas a ella– emerge así como un marcador de diferenciación de
primer nivel en al-Andalus, utilizado incluso por los propios cristianos que
habitaban en territorio andalusí: cuando Álvaro de Córdoba, en su Indiculus
Luminosus, critica a sus correligionarios por preferir el árabe en vez del
latín, el elemento diferenciador que destaca es la lengua. Asimismo, en los
diccionarios biográficos andalusíes, una de las críticas habituales entre
ulemas y, por tanto, un marcador de diferenciación entre ellos, era el grado de
conocimiento del árabe. La “cristianización” historiográfica del término
“mozárabe” referido a al-Andalus propicia que se puedan perder esos matices en
torno al uso de la lengua por los diferentes grupos sociales andalusíes y a su
significación como elemento de contraste. Esto no quiere decir, por supuesto,
que la religión no estableciese fronteras entre comunidades en al-Andalus,
aunque lo más probable es que el término “mozárabe” no las recogiese. En el
caso cristiano, Eva Lapiedra ya recogió en su Cómo los musulmanes
llamaban a los cristianos hispánicos (Alicante, 1997) todos los
términos que en las crónicas árabes se referían a ellos, destacando como
referencia religiosa el de naṣrānī, nazareno/cristiano.
La otra cara de esta misma moneda sería
el término ‘aŷam, vocablo traducido habitualmente como “bárbaro”. A
pesar de que en ocasiones se asocia a elementos cristianos, lo cierto es que en
otras muchas ocasiones identificaba a gentes que no eran árabes ni hablaban
árabe. Es decir, designaba a quien no estaba arabizado, sin importar su
religión. La lengua, por tanto, no definía la adscripción religiosa, y podía
incluso ser un elemento de diferenciación terminológica más determinante: en
este tipo de léxico la arabización puede que fuese más determinante que la
propia islamización, o que la ausencia de ella.
Por otro lado, muy vinculada a este
último proceso, el de islamización, está la cuestión de la supervivencia de las
comunidades cristianas en al-Andalus. En este sentido, Simonet introdujo
también una idea que ha pervivido en el imaginario popular: “los fieros
almorávides no pensaron sino en destruirlos del todo, y si no lo consiguieron
por completo, la situación de aquellos infelices cristianos fue cada día más
azarosa y miserable”. Los norteafricanos, por tanto, imbuidos de un fanatismo
religioso sin precedentes, tendrían como objetivo la desaparición de los
cristianos andalusíes. Se reforzaba así, de nuevo, la interpretación
nacionalista del arabista decimonónico en un momento, además, en el que los
conflictos coloniales con Marruecos estaban a la orden del día: habrían sido
unos nuevos invasores extranjeros, norteafricanos/marroquíes, quienes pusieron
en jaque a los verdaderos españoles, los mozárabes. A pesar de ser esta una
interpretación superada, algunos autores siguen apostando por ella, e incluso
aparece en la primera acepción del vocablo “mozárabe” en el Diccionario de la
Lengua Española de la RAE:
“Se dice del individuo de la población
hispánica que, consentida por el derecho islámico como tributaria, vivió en la
España musulmana hasta fines del siglo XI conservando su religión cristiana e
incluso su organización eclesiástica y judicial”.
Con la llegada de los almorávides a
al-Andalus en la última década del siglo XI, los cristianos, siguiendo esta
visión, habrían perdido su estatus de dhimmíes, política basada en
considerarles (junto a los judíos) como protegidos, condición que se lograba
mediante el pago de un impuesto personal y otro territorial, que dependía de
las propiedades de cada uno. Además de esos tributos y una serie de normas
sobre las relaciones con la comunidad musulmana, los cristianos pudieron
mantener su religión, su hacienda, sus costumbres e incluso sus leyes y
magistrados, lo que les otorgaba cierta autonomía. Por supuesto, este estatus
se basaba en la aceptación de la superioridad del islam, como demuestra el
conocido pacto de Tudmir o Teodomiro, igual que se venía realizando en Oriente
desde las primeras conquistas islámicas.
Sin embargo, la perspectiva más plausible
–y que defienden la mayoría de especialistas a pesar de no haber trascendido al
público general como demuestra el Diccionario de la Lengua Española– es la de
que los almorávides no pusieron en tela de juicio el estatuto de la dhimma.
De haberlo hecho, por ejemplo, no se hubieran discutido cuestiones legales
acerca de las propiedades que dejaron en al-Andalus –en especial iglesias– los
cristianos deportados tras la expedición de Alfonso I de Aragón en 1124 por las
tierras del sureste andalusí. Parece, a tenor de las fetuas de expulsión
estudiadas por Delfina Serrano, que los desterrados tras la campaña aragonesa
fueron los que habían roto, según las autoridades almorávides, el pacto de
protección, lo que nos indica que este seguía vigente. Además, parece que el
mayor rigor a la hora de aplicar el pacto de la dhimma habría
comenzado a aparecer antes, gobernando todavía los reyes de taifas, época en la
que los cristianos de al-Andalus tuvieron que afrontar dos situaciones
difíciles y, hasta cierto punto, interrelacionadas. De un lado, la
descomposición del estado omeya, configuración política que, para bien o para
mal, les había dado un mínimo de seguridad. De otro, el avance de los
cristianos del norte y, con él, la esperanza de una teórica liberación.
Empezaban a ser vistos por los andalusíes como una “quinta columna”: los
alfaquíes de la época no dejaron de recordar que los dhimmíes tenían
un estatuto separado, subordinado a la comunidad islámica, y que debían vivir
aislados de la misma.
Asimismo, esta aplicación más rígida del
pacto de protección de los cristianos no sería causa de una visión más fanática
de la religión, sino de la coyuntura política: la toma de Barbastro (1064) y de
Toledo (1085) supusieron un punto de inflexión en el islam andalusí, comenzando
a mostrarse más insistente en aplicar los pactos de forma correcta y completa.
Todo esto se puede ejemplificar en el tratado de ḥisba, de buen
funcionamiento del zoco, de Ibn ‘Abdūn, traducido y publicado hace varias
décadas por Emilio García Gómez. Los preceptos nos remiten más bien al efectivo
cumplimiento de una tradición preestablecida que a la introducción de normas
novedosas, aun admitiendo la existencia de elementos inéditos en alguna de sus
estipulaciones, como la obligación de que los clérigos cristianos se
circuncidasen, la prohibición a los dhimmíes de comprar libros
escritos por musulmanes, o el impedimento a los clérigos cristianos de tener
concubinas.
Entonces, ¿cuándo
entran en decadencia los cristianos de al-Andalus?
Si bien no con los almorávides, son
muchos los especialistas que opinan que con la llegada de los almohades sí
desaparecieron las comunidades cristianas andalusíes. Algunos investigadores,
entre los que me encuentro, somos de la opinión de que es posible que hubiese,
al menos en el plano doctrinal e ideológico de este movimiento, una política de
conversión o expulsión de cristianos y judíos.
Los cristianos fueron sin duda un
elemento configurador en la creación ideológica almohade, convirtiéndose la
lucha contra ellos en un importante foco de legitimación que justificó, por
ejemplo, su expansión hacia la Península Ibérica. Como no podía ser de otra
manera, en las crónicas pro-almohades la gran mayoría de referencias que sobre
cristianos aparecen son bélicas. Describen una situación de guerra entre el
Imperio almohade y los reinos del norte peninsular. Más aún, los cristianos no
solo se presentaban como enemigos fuera de las fronteras almohades o dentro de
los límites que se deseaban dominar, sino que los califas sucesores de Ibn
Tūmart también tuvieron que lidiar con los que residían dentro de su propio
territorio. Y aquí las crónicas vuelven a acercarnos a la idea de que bajo los
almohades desaparecieron, al menos teóricamente y durante un periodo de tiempo
determinado, los cristianos y judíos, es decir los dhimmíes, del
norte de África y de al-Andalus.
El norte de África, Marrakech en
concreto, era el centro neurálgico del poder almohade, donde sus estructuras
estaban mucho más desarrolladas y asentadas. Y parece que fue allí, en el
Magreb, donde esta política contra cristianos y judíos se llevó a cabo de forma
más efectiva, ya que, además, las comunidades de dhimmíes eran
más débiles. No es de extrañar por tanto que uno de los cronistas, ‘Abd
al-Wāḥid al-Marrākushī, afirme no solo la existencia de esa política almohade
que negaba el pacto de la dhimma, sino también su cumplimiento
efectivo en el ámbito magrebí. Ninguna iglesia ni sinagoga quedó en pie según
este autor. Es más, parece que en tiempos del califa Abū Yūsuf se tomaron
nuevas precauciones que venían a endurecer ese trato hacia los antiguos dhimmíes,
ahora forzosamente islamizados. El califa impuso una vestimenta a los nuevos
musulmanes que se habían convertido desde el judaísmo, ya que no se fiaba de la
veracidad de la conversión de los antiguos seguidores de la ley de Moisés. Esa
desconfianza solo puede ser fruto de que su islamización fuese forzada y, por
tanto, la voluntad real de llevarla a cabo por pura convicción religiosa
estuviese en entredicho. Que sean judíos los destinatarios de esta medida
discriminatoria nos indica, acerca de nuestros protagonistas, los cristianos,
que, o bien su islamización fue, a ojos de las autoridades, sincera o, más
probable, que ninguno quedaba bajo gobierno almohade al menos en el norte de
África.
La realidad andalusí, sin embargo, no era
la del Magreb. Los almohades se propusieron dominar una tierra que lindaba con
fuertes reinos cristianos y en la que todavía habitaban, aunque cada vez menos
numerosas, importantes comunidades de dhimmíes. No tenemos ninguna
referencia que –al igual que al-Marrākushī anteriormente– nos afirme con
rotundidad que se abolió el pacto de protección con judíos y cristianos en
al-Andalus. Sin embargo, podemos extraer de algunos fragmentos cierta
información que nos acerca a esa misma conclusión. El rebelde Ibn Hamusk,
enemigo andalusí de los almohades, decidió “traicionar” Granada, es decir,
atacar una ciudad que ya estaba bajo el poder de la dinastía beréber. Y lo hizo
debido a que en ella pretendía encontrar el apoyo de unos aliados que, deducía,
no se encontraban del todo satisfechos con el gobierno almohade: los “judíos islamizados”.
Parece que nos encontramos ante el mismo problema que al-Manṣūr pretendió
combatir en el Magreb: una comunidad de judíos que se había visto obligada a
islamizarse para poder continuar residiendo en Granada, pero, que según creía
Ibrāhīm b. Hamusk, aprovecharían cualquier oportunidad para deshacerse del
control almohade. Por otro lado, parece que cuando una población en la que
había cristianos acataba el gobierno de los almohades, la expulsión de los
seguidores de Cristo era parte de esa “almohadización”, como ocurrió en los
casos de Alcira o de Cuenca.
No obstante, como ya hemos anotado
anteriormente, esta política solo se mantuvo durante un periodo de tiempo
determinado. Para poder ser aplicada era necesario que el aparato estatal
almohade estuviese funcionando a pleno rendimiento. Así, cuando comenzó a
agrietarse, en al-Andalus tras la batalla de las Navas de Tolosa y en el Magreb
con la aparición, sobre todo, de los benimerines, los cristianos volvieron a
tomar protagonismo.
PARA AMPLIAR:
- Aillet, c. Les mozarabes: christianisme,
islamisation et arabisation en Péninsule Ibérique ( IXe – XIIe siècle),
Casa de Velázquez, Madrid, 2010.
- Albarrán, J. La cruz en la media luna.
Los cristianos de al-Andalus: realidades y percepciones, Sociedad
Española de Estudios Medievales, Madrid, 2013.
- Bennison, A. y Gallego, M. A. (eds.), «Religious
Minorities under the Almohads», volumen especial de Journal of
Medieval Iberian Studies, 2/2 (2010).
- Christys, A. Christians in al-Andalus,
711-1000, Curzon Press, Richmond, 2002.
- Fierro, M. The Almohad Revolution.
Politics and Religion in the Islamic West during the Twelfth-Thirteenth
Centuries, Ashgate, Burlington, 2012.
- García Sanjuán, A. “Judíos y cristianos en la
Sevilla almorávide: el testimonio de Ibn’ Abdun”, Tolerancia
y convivencia étnico-religiosa en la Península Ibérica durante la Edad
Media: III Jornadas de Cultura Islámica, Alejandro García Sanjuán
(ed.), Universidad de Huelva, Huelva, 2003, pp. 57-84.
- Hitchcock, R. Mozarabs in medieval and
early modern Spain: identities and influences, Ashgate, Burlington,
2007.
- Simonet, F. J. Historia de los mozárabes de
España: deducida de los mejores y más auténticos testimonios de los
escritores cristianos y árabes, Viuda é hijos de M.
Tello, Madrid, 1897.
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