AL-MUZAFFAR
Biografía
Al-Muẓaffar: Abū Marwān ‘Abd al-Malik b. Muḥammad (Almanzor) b. ‘Abd Allāh b. Abī
‘Āmir al-Ma‘āfirī, Sayf al-Dawla, al-Muẓaffar bi-llāh. Córdoba, 364
H./975 C. – Frente al monasterio de Armilat a 15 kms. al norte de Alcolea, 16 de ṣafar de
399 H./20.X.1008 C. Chambelán (ḥāŷib) del califa cordobés Hišām II y
gobernante y señor absoluto de al-Andalus entre los años 1002 y 1008.
Nació
plausiblemente en el barrio de la Ruṣāfa de Córdoba, en la suntuosa residencia
que su padre Almanzor se había hecho construir allí dos o tres años antes,
cuando, elevado a la magistratura de la Šurṭa (policía) media,
se convirtió en uno de los primeros dignatarios del Estado. Su madre se llamaba
al-Ḏalfā’ (la de la nariz pequeña y bonita), lo que indica su origen servil, su
condición de esclava. ‘Abd al-Malik jamás dejó de sentir debilidad por su
madre. Ibn ‘Iḏārī dice: “Fue el mejor de los hombres en testimoniar piedad
filial a su padre, el más firme de ellos en sus promesas y el más unido a su
familia y a sus clientes. Era para su madre de la misma manera. No equiparó a
nadie con ella durante el tiempo de su poderío, ni cambió su estado, ni
modificó su condición”. Su madre siempre le fue de gran ayuda, pues ésta no
sólo protegió a su hijo en vida, librándolo del complot más importante urdido
contra él, sino que también a la muerte de su hijo cuidó de su nieto Muḥammad
b. ‘Abd al-Malik, que llegaría a ser señor de Jaén en 412/1021-22 y donde se
mantendría un tiempo, muriendo en 419/1028-29.
‘Abd
al-Malik, más conocido por su tardío título honorífico de al-Muẓaffar,
pasó sus primeros tres años de vida en la mansión de su padre en la Ruṣāfa.
Cuando estaba a punto de cumplir los cuatro años, su progenitor —que se había
hecho construir una suntuosa munya (Almunia) a la que había
dado su propio nombre, llamándola al-‘Āmiriyya— lo llevó a vivir
allí a fines de 367/978 junto con el resto de la familia. En seguida mandó
construir en terrenos cercanos una ciudad palatina al este de Córdoba, la
llamada al-Madīna al-Zāhira (la ciudad resplandeciente) a la
que, una vez acabada, se trasladó con todos sus familiares y gran número de
clientes en 370/981, y en la que ‘Abd al-Malik creció y vivió el resto de su
vida, salvo en los cortos periodos de ausencia por motivos políticos y
militares; pues su padre dotó a sus hijos, así como a los principales
dignatarios de su séquito, de espaciosas mansiones. Con todo, cuando ‘Abd
al-Malik fue dueño del poder se construyó para él una nueva residencia, un
alcázar fortificado extramuros de la ciudad palatina, a la cual daría el nombre
de al-Ḥāŷibiyya, denominación extraída de su título de ḥāŷib,
la duración de este alcázar fue de unos seis años a lo máximo.
La estrella
de ‘Abd al-Malik se elevó en 379/989, cuando su hermano consanguíneo ‘Abd
Allāh, seis años mayor, participó en una conjura contra su padre Almanzor, en
compañía de ‘Abd al-Raḥmān b. Muṭarrif, jefe de la Marca Superior, cuya capital
era Zaragoza, y de ‘Abd Allāh b. ‘Abd al-‘Azīz, conocido en romance como Piedra
Seca, gobernador de Toledo, que prometieron al joven de 22 años que le
ayudarían a derribar a su padre y a ocupar su puesto. Descubierta la conjura,
el joven ‘Abd al-Allāh, aunque se refugiara en Castilla, a la postre fue
entregado a Almanzor, quien mandó ejecutarlo y enviar su cabeza al califa Hišām
II a Madīnat al-Zahrā’, junto al parte de las victorias obtenidas allende el
Duero en el año 380/990. A partir de ese momento ‘Abd al-Malik se vuelve de más
en más importante. Pero ya antes, avezado en alguna campaña militar, había sido
enviado por su padre en 388/998 al otro lado del Estrecho con un ejército para
reforzar al general en jefe destacado en la región, el fatà kabīr,
el gran oficial esclavón Wāḍiḥ, encargado de pacificar el país, a fin de
controlar el territorio, y a la vez vigilar entre otros intereses el comercio,
mantener el flujo de oro desde el Sudán y tener en mano la recluta de
mercenarios para mantener ejércitos combativos, en su política de legitimación
por medio de la guerra santa, contra los cristianos del norte peninsular.
‘Abd
al-Malik se distinguió en los combates por su pericia y valor —Ibn ‘Iḏārī en
el Bayān advierte que “combinaba el exceso de modestia con la
extremada valentía”— hasta tal punto que en la batalla más decisiva, rota un
ala del ejército andalusí, dirigió personalmente la carga restableciendo no
sólo la situación, sino alcanzando la victoria contra el ejército zanāta de
Zīrī b ‘Aṭiya. ‘Abd al-Malik entró triunfante en Fez en šawwāl de
388/octubre de 998.
Esta
victoria tuvo gran resonancia en Córdoba, donde Almanzor para celebrarla
manumitió y dotó a mil quinientos esclavos suyos, y ordenó el reparto de
limosnas a todos los menesterosos de sus dominios. Instalado en Fez como un
auténtico virrey, ‘Abd al-Malik nombró jefes de distrito hasta Siŷilmāsa,
puerta del desierto y depósito del tráfico comercial transahariano, amén de
someter a los habitantes de esas tierras a impuesto. En Fez hizo algunas obras
edilicias, así como mejoras en la mezquita aljama de al-Qarawiyyīn. Unos meses
más tarde fue llamado a Córdoba por su padre, llegando el 28 de rabī‘
II de 388/18.IV.999; mientras Wāḍiḥ, el gran fatà, volvía
al norte de África para reemplazarlo.
Almanzor
dueño único y absoluto del poder, renunciaría al título de ḥāŷib,
chambelán, dándoselo a su hijo —si bien el dictador se atribuyó otros títulos
verdaderamente soberanos: Sayyid, señor, y Malik Karīm,
noble rey— ‘Abd al-Malik entretanto se había hecho imprescindible para las
empresas guerreras de su padre. En la expedición llamada de Cervera (gazwat
Sarbīra) en el verano del año 390/1000, frente al ejército mandado por el
conde de Castilla, Sancho García, por primera vez Almanzor estuvo cerca de la
derrota al bascular los cristianos el ala derecha del ejército musulmán, la
situación se restableció gracias a un destacamento mandado por ‘Abd al-Malik y
‘Abd al-Raḥmān (Sanchuelo), el otro hijo de Almanzor. Parece que en las últimas
expediciones de Almanzor, éste iba acompañado de sus dos hijos.
Así, cuando
el dictador muera en Medinaceli el 2 de ramadán de 392/noche del 10 al 11 de
agosto de 1002, ‘Abd al-Malik se hallará a la cabecera del lecho de su padre,
quien antes de morir tuvo tiempo de aconsejar a su hijo la manera de mantener
el poder en manos de su familia; pues, a más de haberle allanado el camino, le
dejaba una hacienda próspera, así como los graneros y depósitos de armas bien
provistos. Le advierte que debe vigilar a los recaudadores de impuestos y no
malgastar los recursos del Estado. En vista de que la jāṣṣa o
aristocracia principesca y de servicio ha sido aniquilada, es importante que
mantenga y conserve las prerrogativas externas del califa Hišām II,
manteniéndolo aislado y entretenido lejos de los asuntos de Gobierno. Eso sí,
debe cuidarse de la camarilla que le rodea, a fin de que no lo utilicen para
sus fines o intrigas, pues “todo el mal vendrá de aquel que consiga ganárselo y
pretenda alzarse en su nombre”. Finalmente ha de tratar con benevolencia a su
hermano consanguíneo ‘Abd al-Raḥmān (Sanchuelo), más joven y peor dotado que
él, y servirse de los clientes amiríes, miembros todos de su familia extensa,
para los puestos de confianza tanto en la capital como en las fronteras.
Estas
recomendaciones, como nos transmite Ibn Ḥayyān, también se las hizo a sus
clientes esclavones, exhortándolos a que se mantuvieran alerta y obedecieran a
‘Abd al-Malik, “vuestro hermano y señor, y no os dejéis seducir por el
resplandor de los Omeyas, ni por las promesas de aquellos de sus miembros que
sólo pretenden dividiros… Nadie después de muerto yo tendrá tanto celo por
vosotros como mi hijo. La clave de vuestra fuerza es que os mantengáis juntos
como un solo hombre”.
Tomando al
pie de la letra los consejos de su padre ‘Abd al-Malik se apresuró a volver a
Córdoba, dejando a su hermano menor al cargo de las exequias de su progenitor.
Aun cuando en el palacio califal intrigaban esclavos palatinos y clientes
marwāníes, e incluso llegaron a soliviantar a la plebe urbana, sus esperanzas
fueron vanas. Hišām II, que tenía un temperamento apacible, le entregó un
decreto en el que le confería las mismas prerrogativas que a su padre,
rogándole que evitase el derramamiento de sangre. Da la impresión de que ‘Abd
al-Malik siempre agradeció al Califa su buena disposición para que él recibiera
la herencia paterna sin dificultades. Por eso lo tratará con mayores
miramientos que Almanzor, llegando incluso a invitarlo a ciertas fiestas en su
palacio al-Zāhira. El decreto de investidura fue leído públicamente
desde el almimbar de la mezquita aljama cordobesa. En cuanto a los fatà-s
palatinos que habían tomado posiciones contra el nuevo gobernante, fueron
desterrados a Ceuta.
Acto seguido
se expidieron cartas a las provincias de al-Andalus y allende el Estrecho,
dando cuenta del fallecimiento de su padre y de su nombramiento para regir en
su lugar los destinos del imperio, un imperio completamente pacificado y
sólidamente organizado que gozaba de una prosperidad económica sin precedentes.
Autores de diversas épocas se hacen eco de esta situación en términos
parecidos: Los siete años del régimen de ‘Abd al-Malik fueron para al-Andalus
un período de paz y de bonanza, una verdadera edad de oro, si se compara con
los sucesos que sobrevendrían a su muerte, que trajeron, a más de una cruenta
guerra civil, la ruina del califato. Los cronistas están de acuerdo en comparar
el corto periodo de su mandato con la primera semana de bodas (sābi‘
al-‘arūs) de unos recién casados. En términos generales se dio una
verdadera luna de miel entre el hāŷib y su pueblo. Al-Maqqarī
resume el período de la siguiente forma: “Cuando murió Almanzor se alzó con el
poder tras él su hijo ‘Abd al-Malik al-Muẓaffar Abū Marwān. Siguió el proceder
de su padre en la política y en las incursiones. Los días de su reinado fueron
fiestas. [El reinado] duró siete años y se le dio el nombre de al-Sābi‘ por
alusión a sābi‘ al-‘arūs” (cuando a los siete días de casados los
esposos dan una fiesta a sus familiares y amigos). Sabemos efectivamente que
desde su advenimiento ‘Abd al-Malik se concilió las voluntades de las gentes,
reduciendo un sexto los impuestos (‘ibāya) de todo el país y rebajando
los atrasos de los tributos impagados.
Así mismo se
consagró a seguir la conducta que su padre le había indicado en sus últimas
recomendaciones: justificar la necesidad de su régimen y conservar su
popularidad, mediante la paz interior y el hostigamiento continuo al enemigo
cristiano más allá de las fronteras. Así cada año de la jefatura de ‘Abd
al-Malik está marcado por una expedición de verano (ṣā’ifa) o de
invierno (šātiya). Enseguida, en 393/1003, dirigió una expedición hacia
Cataluña, devastó las cercanías de Barcelona y tomó 35 castillos (85 según Ibn
‘Iḏārī), así como 5570 cautivos, estableciendo en algunas fortalezas
guarniciones musulmanas, donde cada hombre recibía dos dinares al mes y una
tierra de labor. Éste es un ejemplo de las contadas veces que se intentó
repoblar la tierra con musulmanes allende las fronteras de al-Andalus, desde la
fundación del emirato independiente.
En el año
394/1004 tal era el prestigio de ‘Abd al-Malik, que fue solicitado para ejercer
de árbitro en una querella entre el conde de Castilla, Sancho García, su aliado
en la anterior aceifa contra Cataluña, y Mendo González, el tutor gallego del
pequeño rey leonés Alfonso V, que contaba diez años, y ambos magnates querían
para sí la regencia del reino. El juez de los mozárabes de Córdoba Asbag b.
‘Abd Allāh b. Nabīl, enviado por el ḥāŷib amirí, se pronunció
a favor del gallego. Esto desató las iras del castellano, que, según el historiador
Ibn Ḥayyān, tuvo que sufrir una aceifa musulmana por su territorio, viéndose
obligado a ir a Córdoba y comprometerse a servir de nuevo en las futuras
expediciones guerreras de ‘Abd al-Malik.
En el verano
de 395/1005 ‘Abd al-Malik se dirigió en aceifa contra el Reino de León y contra
sus rivales los Banū Gómez de Carrión, corriendo las llanuras de Zamora, muy
devastada por las expediciones de Almanzor, capturando alrededor de 2000
prisioneros y tomando cuantioso botín.
En el otoño
de 396/1006 se repitió la campaña, pero hacia el noreste. Aunque la expedición
se llamó de Pamplona, en realidad se dirigió a Zaragoza, Huesca y Barbastro,
para penetrar desde esa ciudad en territorio enemigo. Comenzó por devastar la
llanura habitada de Binueste, y desde allí hacia San Juan de Matidero en
Sobrarbe. La expedición se malogró por el frío y las recias lluvias. De vuelta
a Córdoba, según Ibn ‘Iḏārī, el vulgo comentaba con desprecio esta expedición,
“porque no les habían sido traídos jóvenes cautivos con los que renovar sus
deleites, según la costumbre de los tiempos de su padre… La codicia de un
tratante de esclavos le hacía decir: Murió el importador de esclavos, aludiendo
a Almanzor”. ‘Abd al-Malik para combatir esos malévolos rumores, hizo insertar
en el mensaje de la victoria un párrafo en el que explicaba la razón de su
malograda expedición.
Para colmo
de males ese mismo año fue descubierto por su madre Ḏalfā’ un complot contra él
(Ibn ‘Iḏārī data los hechos dos años más tarde, si bien parece más fiable la fecha
más temprana). Ya antes ‘Abd al-Malik se había desembarazado del fatā
kabīr, el gran oficial Tarafa, que llegó a ser nombrado jalīfa (título
que sólo llevaron esclavones amiríes que desempeñaron un papel político de
primer orden como, por ejemplo, Wāḍiḥ, Jayrān, Zuhayr, Muŷāhid) y ḥāŷib durante
una grave enfermedad del propio ‘Abd al-Malik. Acusado de corrupción y de
conspiración, fue deportado a Baleares y, meses después, eliminado en un
calabozo. En esa conspiración se vio complicado el poeta al-Ŷazīrī, otrora
prefecto de policía y jefe de la cancillería, dicho personaje fue asesinado en
la cárcel.
Pero fue la
conjura descubierta por Ḏalfā’ la que cambió del todo a ‘Abd al-Malik. Éste
había confiado la dirección administrativa del Estado al visir ‘Īsā b. Sa‘īd, a
cuyo hijo el ḥāŷib le dio incluso la mano de una de sus
hermanas. ‘Īsā en el culmen del poder concibió el proyecto de derribar a ‘Abd
al-Malik y a Hišām II, y colocar en el trono a uno de los conjurados, Hišām b.
‘Abd al-Ŷabbār, nieto de ‘Abd al-Raḥmān III; detrás, la vieja aristocracia
cordobesa, fuera del juego político, apoyaba la conjuración. ‘Īsā b. Sa‘īd fue
invitado a al-Madīna al-Zāhira y sin más
asesinado. Días más tarde el pretendiente al Trono fue llevado a una cámara
expresamente construida para él “y no se le vio más”. Estos hechos sucedían a
comienzos de diciembre del año 1006.
A partir de
entonces ‘Abd al-Malik tomó las riendas del Estado y se dedicó con ímpetu a
legitimar su posición mediante la guerra santa. Efectivamente, en 397/1007
condujo una aceifa hacia Castilla en septiembre. Atacó la ciudad de Clunia y
derrotó a los castellanos, volviendo a Córdoba con un gran botín de esta
expedición, conocida con el nombre de gazat al-Naṣr (la
incursión de la victoria). A su vuelta a Córdoba solicitó y obtuvo del Califa
el laqab o título honorífico de al-Muẓaffar (el
Triunfador) —hasta entonces se había contentado con el de Sayf al-Dawla (espada
de la dinastía)— así como la kunya o sobrenombre honorífico de
Abū Marwān, elevando a su hijo Muḥammad al doble visirato, por encima de los
demás visires y dándole la kunya de Abū ‘Āmir.
Aunque no
poseyera la cultura de su padre, ‘Abd al-Malik también mantuvo un círculo de
poetas y literatos oficiales a los que pagaba pensiones. Con motivo
precisamente de la imposición del nombre honorífico de al-Muẓaffar
bi-llāh (el Triunfador merced a Dios) y de la kunya de
Abū Marwān, se han conservado una serie de versos de distintos poetas
conmemorando este hecho. Hay un poeta que especialmente resume la atmósfera de
esos fastos refiriéndose al ḥāŷib y recogidos en el Bayān:
“Tiempos nuevos y acciones nuevas/Una vida que es esplendorosa y una
prosperidad que se acrecienta/Lluvia abundante cae y vivir es grato/El poderío
persiste y vuelve la fiesta/La suerte llama a ‘Abd al-Malik/como el sol de la
mañana que la fortuna favorece”.
Lejos
estaban poetas y cortesanos de sospechar que estaban viviendo el fin de una
época, la llamada Expedición de la Enfermedad (gazat al-‘illa) sin
embargo pareció a algunos premonitoria. En efecto, en el transcurso del
invierno de 398/1007-1008 se dirigió a la fortaleza de San Martín (quizá San
Martín de Rubiales, a la orilla derecha del Duero entre Roa y Peñafiel) que fue
tomada y pasada a cuchillo su guarnición arteramente, y repartidos después
niños y mujeres entre los vencedores. Al-Muẓaffar, enfermo ya, trató de
reponerse en Córdoba, ordenando preparar una expedición de invierno. Con
dolores salió de la capital a mediados de ṣafar de 399/martes
19 de octubre de 1008, pero tuvo que ordenar un alto, y al día siguiente moría
de una angina de pecho. Frente al Monasterio de San Zoilo Armilatense el 20 de
octubre de 1008, cuando contaba treinta y tres años. Expiró frente al lugar que
los cronistas musulmanes denominaban Dayr Armilāt, que se hallaba a
unos escasos 15 kilómetros de Alcolea, en la linde de los términos de Córdoba,
Adamuz y Ovejo, y que ha dado su nombre a un riachuelo que pasaba cerca del
lugar, el Guadalmellato. Era en las inmediaciones de ese monasterio donde se
solía hacer la primera parada de etapa o jornada al salir de Córdoba camino de
Toledo. El mismo lugar donde sería asesinado Sanchuelo, el hermano de
Al-Muẓaffar, apenas cuatro meses después.
A
consecuencia de la rapidísima muerte del ḥāŷib, algunos cronistas
insisten en que ‘Abd al-Malik fue envenenado por su hermano Sanchuelo,
valiéndose de un cuchillo emponzoñado por una cara de la hoja, partió una
manzana y la mitad envenenada se la dio a su hermano mientras él comía la otra.
Hasta una fuente cristiana tan lacónica —pero siempre tan vertida hacia las
cosas moras— como los Anales Toledanos II, salidos parece de la mano
de un mudéjar, recogen: “Comió Sanchol media manzana, e dio la otra media a su
hermano Abdelmalik, e murió con ella”.
Esto no
parece descabellado, ya que la madre de ‘Abd al-Malik, Ḏalfā’, ayudó con sus
dineros al seguido derrocamiento de Sanchuelo, y el nuevo califa Muhammad
al-Mahdī no hizo nada contra ella ni contra su nieto, más bien lo contrario,
según el Bayān: “Protegió Muhammad entretanto a Ḏalfā’, y al hijo
de su hijo y sus bienes, y le permitió instalarse en su casa en la parte norte
de la ciudad. Se trasladó a ella con lo que le quedaba y allí permaneció
rodeada de sus bienes en libertad para disponer de sus propiedades. Había
tomado medidas para sacar los dineros y tesoros y darlos en depósito antes de
los acontecimientos; tras eso los recogió el hijo de su hijo Muḥammad b. ‘Abd
al-Malik, después de que ella muriera”. Las fuentes difieren acerca de la
suerte que corrió el hijo de Al-Muẓaffar, unas dicen que se aposentó en Jaén,
donde murió como señor de la ciudad en 419/1028-29; otra versión, que parece
más admitida, mantiene que se refugió con el eunuco amirí Jayrān, régulo de la
taifa almeriense, quien lo nombró ḥāŷib dándole a su vez el
gobierno de la ciudad de Murcia, luego las cosas se deterioraron entre ellos y
Jayrān lo echo de la ciudad. Muḥammad se refugió en Orihuela intentando
resistir, pero tuvo que abandonar la ciudad y dejar sus bienes personales que
eran muchos —los salvados antaño por su abuela Ḏalfā´— Se vio obligado a pedir
auxilio al señor de Denia, Muŷāhid, otro esclavón amirí, que lo amparó durante
un tiempo, terminando por llevárselo a Córdoba en 417/1026. Finalmente desde
allí se fue al Algarve, donde murió de viruelas en 421/1030.
Con la
desaparición de Al-Muẓaffar se inicia la guerra civil que traería la caída del
califato cordobés y la desagregación de al-Andalus en los llamados reinos de
taifas.
Bibl.:
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Anónimo, Kitāb Mafājir al-Barbar, ed. M. Ya‘là, Tres textos
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San Sebastián, Nerea, 2002, págs. 235-249.
Felipe
Maíllo Salgado
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