SANCHUELO
Biografía
Sanchuelo: Abū-l-Muṭarrif ‘Abd al-Raḥmān b. Muḥammad (Almanzor)
b. ‘Abd Allāh b. Abī ‘Āmir, Nāṣir al-Dawla, al-Ma’mun, apodado Šanŷūl (Sanchol
o Sanchuelo). Al-Madīna al-Zāhira, c. 374/984 – cercanías de
Córdoba el 3 de raŷab de 399/3.III.1009. Visir, chambelán (ḥāŷib)
y presunto heredero del califa Hišām II b. al-Mu’ayyad.
‘Abd al-Raḥmān b. Muhammad b. Abī ‘Āmir, hijo de Almanzor y de una princesa
cristiana, hija del rey de Pamplona, Sancho Garcés II Abarca, que convertida al
islam llamóse ‘Abda. Fue ésta quien llamó a su hijo Sanchuelo en recuerdo de su
padre y por lo mucho que se le parecía. Este tercer chambelán amirí, tras su
padre Almanzor y su hermano mayor al-Muẓaffar, se arrogó el poder en Córdoba a
la muerte de este último, que según algunas fuentes murió en circunstancias
sospechosas, llegando a decir que fue envenenado por su hermano menor,
Sanchuelo.
Cuando se hizo con el poder no pasaba de los veinticinco años y estaba
mediocremente dotado, era vanidoso y llevaba una vida desordenada. Sin el menor
sentido de las realidades políticas cometería error tras error, hasta alienarse
la opinión pública. Según al-Bayān al-Mugrib, el Califa le dio el
pésame por su hermano y le otorgó la investidura de autoridad soberana y le
confió el oficio y las funciones de ḥāŷib. Sanchuelo enseguida
celebró una recepción general en la cual las distintas categorías sociales de
la capital del califato le prestaron juramento de fidelidad, después de haber
recibido de Hišām II los sobrenombres honoríficos de al-Nāṣir
al-Dawla (Defensor de la dinastía) que precedía a aquel otro de al-Ma’mūn (El
fidedigno) conferido para la ocasión; de manera que se haría llamar en
adelante al-Ḥāŷib al-‘Alà al-Ma’mūn Nāṣir al-Dawla (Chambelán
Excelso y Fidedigno Defensor de la Dinastía). Esto acaecía al día
siguiente de la muerte de al-Muẓaffar, el 17 de ṣafar de
399/21 de octubre de 1008.
El nuevo señor de al-Ándalus se condujo de manera descabellada, al decir de
las crónicas, pues vivía embriagado pasando el día entre cantores, efebos y
bufones, dándose a placeres de todo tipo. Además, pecaba de blasfemo, pues
cuando oía al almuédano gritar “Acudid a la oración”, decía: “Si dijeses acudid
a la copa sería mejor para ti”. Vivía además en relación de amistad con el
Califa, así como con los jefes de las tropas. De ahí pasó a solicitar del
califa Hišām II que lo designase su heredero, cosa que no le fue difícil
conseguir, ya que ambos vivían en franca camaradería.
Sanchuelo hizo todo lo que su padre Almanzor había recomendado no hacer en
su testamento, esto es, mantenerse alejado del Califa y mostrarle sumisión cara
a los demás. En fin, Sanchuelo fue designado heredero en rabī’ I del
año 399/noviembre de 1008, diversas fuentes han conservado el acta de
investidura. Ni al-Muẓaffar ni Almanzor se les habría ocurrido nunca tal cosa,
ya que la población de al-Ándalus, por mucho que respetara a los amiríes,
identificaba la salvaguardia del país con los derechos dinásticos de la casa
omeya. A consecuencia de esto se dio un gran malestar, tanto entre la plebe
cordobesa como entre los marwāníes, en particular entre los descendientes de
‘Abd al-Raḥmān III, que no eran pocos. Este malestar llevaría en el momento
favorable al derrocamiento de los amiríes y con ello empezaría una guerra civil
que se prolongó más de veinte años, hasta producir la extinción del califato de
Córdoba.
Sanchuelo siguió con sus despropósitos al día siguiente de su investidura
como heredero, convocando a todos los notables de Córdoba a su palacio para que
le rindieran pleitesía, entre ellos a los marwāníes, “que mostraron
exteriormente sometimiento y humildad”. Confirió a su hijo ‘Abd al-‘Azīz,
todavía un muchacho, el cargo de ḥāŷib, sumándole el título
de Sayf al-Dawla (Espada de la dinastía), sobrenombre otrora
de su tío al-Muẓaffar, permaneciendo en su puesto mientras duró el poder de su
padre.
Exasperó aún más el descontento cuando el 13 de ŷumādà I de
399/13 de enero de 1009 determinó que todos los dignatarios y empleados del
gobierno debían presentarse a su audiencia al día siguiente, viernes, tocados
con turbante a la beréber, no con los usuales y altos bonetes de diversos
colores propios de los andalusíes. Mientras, la oposición tenía ya un líder en
ciernes, el marwāní y futuro califa Muḥammad II al-Mahdī. Merced a los dineros
procurados por al-Ḏalfā’, madre del fallecido al-Muẓaffar, la cual tenía un
odio mortal por Sanchuelo, a quien acusaba de la muerte de su hijo. Ella no
había dejado de intrigar contra él invitando a los marwāníes a levantarse
contra el poder del heredero al califato. Más tarde al-Ḏalfā’ y su nieto serían
respetados por al-Mahdī.
Los cristianos del norte de la Península no ignoraban lo que
ocurría en Córdoba, y sabían perfectamente quién era el irresponsable que
detentaba el poder. No perdieron, por tanto, la ocasión de atacar las fronteras
del dominio andalusí, sin importarles en absoluto la reacción del nuevo
soberano amirí. En este hostigamiento destacó especialmente Sancho García,
Conde de Castilla, puesto que había comprobado la nulidad del nuevo hombre
fuerte de al-Ándalus y no ocultaba su desdén por él. En esos días, en efecto,
“entró en tierra de moros hasta la ciudad de Molina y destruyó la torre azenca”
(a la espera de su futura expedición a Toledo y a Córdoba, de donde vendría
cargado de riquezas).
Sanchuelo decidió contra toda razón, e incluso avisado por oficiales
esclavones del complot que se preparaba contra él, emprender en pleno invierno
su primera expedición contra los cristianos norteños en medio de fuertes fríos
y violentas lluvias, a mediados de ŷumādā I de 399/15 de enero
de 1009. Tomó el camino de Toledo entre barrizales y durante el camino la única
medida que tomó fue hacer que Ibn al-Rassān, jefe de la policía —y antaño
hombre de la plebe— pregonase: “Manda el Príncipe de los Creyentes al-Ma’mūn
esto y esto”, haciendo que lo repitiera varias veces por el real, hasta llegar
a Toledo.
Tan pronto se supo en Córdoba por un correo que Sanchuelo se disponía a
entrar con su ejército en tierra de infieles, Muhammad b. Hišām con algunos
individuos atrevidos y apoyado por la plebe de Córdoba, a la que había
repartido sumas de dinero que al-Ḏalfā’ había puesto a su disposición, mandó
asaltar el Alcázar de Córdoba en el que pasaba el invierno el califa Hišām II,
sin ningún tipo de resistencia seria lo tomaron y se proveyeron de armas. En
seguida el jefe de la revuelta se proclamó califa con el nombre de al-Mahdī
bi-llāh (El bien encaminado por Dios). Al día siguiente le llegó el turno a
al-Medina al-Zāhira, que se tomó sin dar un golpe, ya que los defensores de la
ciudad de los amiríes prefirieron aceptar el amán del nuevo Califa. El saqueo
fue inmediato, ni siquiera se respetaron los harenes de Almanzor y de sus
hijos. Sólo se dejaron libres y sin molestar a las mujeres de noble linaje, que
debían desalojar la ciudad. Las de origen servil pasaron a poder del nuevo
Soberano. Al-Ḏalfā’ fue tratada con todo miramiento y se le permitió vivir en
una mansión de su propiedad en la ciudad de Córdoba. Ésta había tomado de
antemano la precaución de poner a buen recaudo su fortuna personal.
Cuando en al-Zāhira no quedó nada por llevarse, al-Mahdī ordenó demoler la
ciudad, cosa que se llevó a cabo en la segunda mitad de febrero del año 1009,
no quedando casi piedra sobre piedra. Así, la ciudad de Almanzor, a la que
había prodigado todos sus cuidados, no duró más que 29 años habitada; pues se
acabó de construir en 980.
A pesar de la destrucción de al-Zāhira, de la que Sanchuelo se enteró en
Toledo, éste disponía todavía de un aguerrido ejército con el que bien hubiera
podido recuperar Córdoba y vuelto a tener las riendas del poder. Sin embargo,
en vez de volver a la capital a marchas forzadas, mostró una conducta indecisa
y errática, perdiendo unos días preciosos a fin de recibir el juramento de
obediencia de cada uno de los soldados que componían el ejército. Pronto
comenzaron las deserciones, el jefe zanāta, Muḥammad b. Ya‘là optó por no
combatir, pues ello atraería sobre sus familias aposentadas en Córdoba los
rigores del populacho. Por su parte el cadí Ibn Ḏakwān que había acompañado al
cuerpo expedicionario, declaró que Sanchuelo se ponía fuera de la ley al querer
atacar la capital y exponer a la matanza a miles de inocentes; además, ¿no era
sabido acaso que no se comportaba como fiel musulmán? Por tanto, nadie podía
sentirse comprometido por el juramento que se le había prestado.
Todo esto sucedía en Calatrava, donde pasó cuatro días sin saber qué
decisión tomar. Lo único que hizo fue desprenderse del título de heredero
presunto y limitarse al de ḥāŷib. Desde allí volvió a tomar el
camino de Córdoba dando rodeos innecesarios, y cuando llegó a Manzil Ḥānī, a
dos jornadas de la capital, cargando con setenta concubinas de su harén, los
bereberes del ejército lo abandonaron esa misma noche (a fines de ŷumādà
II de 399/28 de febrero de 1009) siendo muy bien acogidos a su llegada
a Córdoba; no quedándole a Sanchuelo más que cincuenta hombres de a caballo que
lo dejaron en el alcázar de Armilāṭ, a una jornada de Córdoba. Abandonado por
sus partidarios, salvo por algunos esclavones y un grupo de cristianos al mando
de García Gómez de Carrión, el cual debía ser muy afecto a Sanchuelo, ya que
pereció con él sabiendo lo que le aguardaba.
Entretanto, al-Mahdī había enviado a una nutrida caballería para darle
caza. Sanchuelo y García Gómez fueron atrapados en un convento mozárabe frente
a Armilāṭ por el nuevo ḥāŷib Ibn Ḏurà, liberto de al-Ḥakam II.
Las humillaciones por las que pasó Sanchuelo a la hora de su captura son cuasi
inenarrables. Se prestó entre otras cosas a besar el casco del caballo del
nuevo ḥāŷib, mientras sus concubinas fueron enviadas a Córdoba. De
camino a la capital en un alto pidió que le quitasen las ligaduras, entonces
intentó quitarse la vida con un puñal que llevaba oculto en su borceguí; pero
se lo impidieron. En el acto Ibn Ḏurà ordenó que lo mataran, así como a su
compañero García Gómez, quien, sin proferir una palabra, mostró una gran
valentía y una lealtad al amirí del todo inmerecida. Ambos fueron decapitados y
llevadas sus cabezas al nuevo dueño del alcázar de Córdoba.
Según recoge Ibn ‘Iḏārī del relato de Ibrāhīm b. al-Qāsim, conocido como
Ibn Raqīq, el cadáver de Sanchuelo llegó a Córdoba en las siguientes
condiciones: “Estaba yo de pie junto a Bāb al-Ḥadīd (Puerta de hierro) cuando
llegaron con Sanchuelo atravesado sobre un mulo, desnudo el cadáver,
amarillentas las manos y los pies por la aleña… puesto boca abajo, mostrando
sus partes pudendas. Ví, por Dios, a gentes bajas del campo que le escupían en
el trasero, mientras la plebe se reía de su acción, sin que nadie desaprobase
lo que se hacía con él”. Al-Mahdī ordenó el sábado 4 de raŷab de
389/4 de marzo de 1009 que el cadáver de Sanchuelo fuera vaciado y que lo
llenasen de plantas aromáticas para conservarlo. Se ajustó su cabeza al cuerpo
y se le vistió con camisa y zaragüelles y, en esa guisa, fue clavado en un alto
madero en Bāb al-Sudda (Puerta de la Zuda) y se emplazó la cabeza de
García Gómez en otro madero más bajo a su lado. Mientras que Ibn al-Rassān, el
jefe de policía de Sanchuelo, que había pregonado “Este es el Emir de los
Creyentes al-Ma’mūn (El Fidedigno) que os ordena esto”, por mandato del nuevo
califa pregonaba: “Este es Sanchuelo al-Ma’būn (el sodomita pasivo), que él y
yo seamos malditos”.
Así terminó la breve y nada gloriosa aventura de este indigno hijo de
Almanzor.
Bibl.: J. A. Conde, Historia de la dominación de los árabes en
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Estudios Árabes e Islámicos, Universidad de Salamanca, 1993, págs. 29, 36-41,
43-51, 53-61, 65, 68-74, 76, 86, 90, 92, 135); R. Dozy, Histoire des
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Felipe Maíllo Salgado
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