UN SABOR DE ORIENTE MEDIO
Autor: EFE - Fuente: LaInformacion.com
A la hora de hablar de las grandes cocinas de
la historia, no es mucha la gente que menciona la de la llamada Edad de Oro del
Islam, que comienza con el cambio de capital (de Damasco a Bagdad) y de
dinastía (de Omeyas a Abasíes), allá por el siglo VIII; tiempos de Harun
al-Rashid y su hijo Al-Mamún.
Mucha
gente cree, y dice, que se trata de cocina árabe. Sólo en parte. La cocina de
la corte de Bagdad (y antes la de Damasco, y también la de Córdoba) no bebía en
fuentes exclusivamente árabes, forzosamente limitadas como corresponde a la
cocina de un pueblo no estable, sino nómada y dedicado al pastoreo; la gran
cocina necesita una sociedad estabilizada y estructurada, como sucedió, en el
caso de América, con las de México y Perú.
La
cocina de aquellos palacios tenía una fuerte influencia de la gran cocina del
Imperio Bizantino; pero, además, tenía una importante influencia de otra gran
cocina, más antigua: la del Imperio Persa. De hecho, la madre del propio
Al-Mamún era persa.
Puede
decirse, sin temor a equivocarse, que en aquellos tiempos también en
gastronomía el imperio islámico iba por delante del resto del mundo.
De
aquellas cocinas quedan rastros en todo lo que, visto desde América, que no
desde Europa, puede llamarse Oriente Medio; la cocina bizantina está presente
incluso en Grecia, además de en Turquía (que tampoco es un país árabe), Siria,
Líbano, Palestina (no Israel), Jordania, Irak, Egipto...
Ahora
está de moda decir que esas cocinas son herederas del Imperio Otomano,
olvidando que los otomanos no tomaron Constantinopla hasta mediados del siglo
XV y que su cocina es, también, heredada de los bizantinos y los persas.
Para
recordar los platos de la corte de Harun al-Raschid basta con echar un vistazo
a Las mil y una noches. Para
conocer la cocina que queda, sobre todo en niveles populares, lo mejor es darse
un paseo por la zona... o ir a cenar a un restaurante libanés y entablar
conocimiento con la sabrosa teoría de los mezzés
o entremeses, sucesión de deliciosos aperitivo que a mí siempre me recuerdan
una comida a base de tapas.
Por
supuesto, en una mesa de Oriente Medio no faltará una refrescante ensalada.
Pero créanme que cuando digo aquí "refrescante" no estoy haciendo una
metáfora: es totalmente cierto. Me refiero a lo que suele llamarse tabboulé,
que es una ensalada que se sirve al comienzo de la comida, pero que no se retira:
se deja sobre la mesa para que cada comensal siga picando cuando le apetezca,
justamente para eso, para refrescar.
Parece
ser plato muy antiguo, de origen sirio. En principio no es más que una mezcla
de diversas hojas y bulgur, que
es un trigo germinado, secado y machacado muy usado en la cocina de la zona,
donde se cuece en tres veces su volumen de agua y, ya evaporada ésta, se mezcla
con mantequilla fundida. Parece que el paso siguiente fue aliñar la cosa con
limón, añadir especias... y ahí está. Mucho después se añadió el tomate.
Ustedes
laven y escurran un vaso de bulgur.
Báñenlo con el zumo de un par de limones y resérvenlo. Laven, escurran y corten
las hojas de un manojo de perejil y otro de menta, en trozos muy pequeñitos.
Reduzcan medio kilo de tomates a daditos minúsculos, casi triturados. Sazonen
los tomates con sal y una mezcla a partes iguales (una cucharadita en total) de
pimienta negra, comino y canela. Mezclen todo, rieguen con un vaso de aceite
virgen y sírvanlo. Puede hacerse en platos individuales, aunque es muy
frecuente que se disponga el tabboulé sobre hojas de lechuga.
Sabores
del Mediterráneo oriental, allá donde, hace una docenita larga de siglos, se
había refugiado la sabiduría de Occidente, incluyendo en este concepto,
naturalmente, la mejor cocina del mundo conocido. También gastronómicamente
estamos en deuda con ellos.
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