jueves, 26 de diciembre de 2019

AL-ÁNDALUS Y LOS BEREBERES


AL-ÁNDALUS Y LOS BEREBERES



Algunas notas de historia social

15/09/1997 - Autor: Raschid Raha Ahmed - Fuente: Verde Islam 7
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Con la siguiente reflexión pretendemos destacar la importancia de la antropología en el análisis histórico de los pueblos de tradición oral.
Por ejemplo, investigando la Guerra del Rif —sacada del olvido por “Fundamentos de Antropología” nº. 4/5 del Centro de Investigaciones Etnológicas “Angel Ganivet” dirigido por José A. González Alcantud y por el reportaje de M. Leguineche, Anual 21— dos prestigiosos historiadores sociales, mediante minuciosas y detalladas indagaciones —uno, recorriendo de una cresta a otra las abruptas montañas del Rif, rompiéndose incluso una pierna al caerse del burro, entrevistando en su lengua autóctona a los campesinos, y otro, leyendo con lupa, palabra tras palabra un montón de archivos inéditos que ha podido recopilar en su despacho de Rabat— llegan a conclusiones bastante diferentes sobre la relación del Estado respecto a las tribus del Rif.

Dos versiones
¿Quién de los dos, el antropólogo David Montgomery Hart o el historiador Germaine Ayache, se ha acercado más a la realidad histórica? ¿Qué fuentes historiográficas tienen más valor y más objetividad, los documentos escritos o los archivos orales?
No queremos poner en tela de juicio el trabajo de los historiadores, sino enfatizar que —por regla general— estos se han centrado fundamentalmente en el estudio de las fuentes escritas, estrechamente ligadas al espacio urbano y a la función del Estado centralizador.
En este sentido no es de extrañar la enorme abundancia de obras referentes al Estado Califal Omeya de Córdoba, de los Nazaríes de Granada y de los Reinos de Taifas. Esto a fin de cuentas es una parte de la historia, una versión oficial de la sociedad andalusí —y norteafricana— diferente de la otra versión, que podríamos definir muy bien con el término de “historia social”. Quiere ello decir que siempre han existido dos grandes versiones de la historia.
La historia oficial o de los arabistas, durante mucho tiempo ha consistido en una narración de las sucesiones dinásticas y de las realizaciones arquitectónicas; la otra, la social, ha sido protagonizada por las cábilas. Por un lado, una historia bien documentada, rodeada de murallas, y por otro, la del dominio de las tribus, poco conocida.

La ciudad-estado
Como dice Miguel Barceló: “Que en Al-Ándalus había un estado Omeya y después unos ‘pequeños estados’ de Taifas, nadie lo pone en duda. Que estos estados acuñaban moneda, hacían edificios, creaban jardines, daban fiestas, alimentaban y vestían a poetas aquiescentes e intelectuales dóciles y a ejércitos de muy diferente tamaño, tampoco lo duda nadie. Pero que en Al-Ándalus había campesinos es mucho más que dudoso”.
Así pues, los que practicaban la agricultura de terrazas, los que organizaban los espacios hidráulicos y los que intercambian sus cosechas y sus mercancías en los zocos semanales, estaban en un plano marginal y secundario porque la ciudad, con su función central de poder y lugar de la ortodoxia religiosa, acaparaba toda la atención de los historiadores, que no pueden concebir la historia sin monumentos históricos como la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba o la Giralda de Sevilla. Pero, como subraya M. Barceló, “la ciudad-estado produce pobres y empobrece a los campesinos” a través de una fiscalidad que, cuando se hace insoportable, deriva rápidamente en fuente de algún conflicto social, es decir, en un suceso histórico.
Nos podemos plantear la siguiente pregunta: ¿es posible concebir una historia fuera de las murallas de la ciudad-Estado? La respuesta nos viene de la mano del maestro Ibn Jaldún, mentor de la historia social en el mundo islámico, quien puso de relieve la dinámica historicidad de “los pueblos sin voz”, o mejor dicho, de los pueblos de tradición oral, y más exactamente de la tradición tribal. Porque como afirma Magali Morsy, reinsertar el fenómeno tribal en el discurso histórico, es “restituir al término una dimensión que le fue amputada”. Añade Morsy que la tribu no tiene sentido nada más que a partir del momento en que es considerada como una estructura con “vocación histórica” capaz de alcanzar formas de organización política más desarrolladas. El ejemplo más cercano de ello lo tenemos en la revolución socio-política de las tribus del Rif, emprendida bajo el liderazgo de Abdelkrim, quien creó todo un estado republicano en el mundo rural sin ocupar ninguna de las ciudades de la zona: ni Melilla, ni Fes ni Tetuán.

Etnografía
Es exactamente en este punto donde cobran especial relevancia investigaciones como el minucioso estudio sobre la segmentariedad de una tribu, la de los Ait Waryaghar, llevado a cabo por David M. Hart, o la “Historia Social de Al-Ándalus” de Pierre Guichard, basadas en los datos etnográficos y en el estudio de las estructuras antropológicas de las tribus. Si en el mundo occidental, la historia social se fundamenta en el estudio de las clases sociales, los partidos políticos y los sindicatos, en el mundo musulmán, su objeto de estudio lo constituye el elemento tribal.

Al-Ándalus bereber
Respecto a la formación de la sociedad de Al-Ándalus y a la relación entre el Estado y los campesinos, P. Guichart identifica a un sector poblacional muy activo en dicho proceso histórico, el de los bereberes, sobre los cuales, Jacinto Bosch Vilá escribió esta rotunda afirmación: “la historia musulmana de España es en gran parte una historia de los bereberes”.
A pesar de la rotunda escasez de archivos escritos, los asentamientos y migraciones bereberes pueden ser identificados siguiendo algunas pautas que hemos podido recoger en el estupendo coloquio, organizado en homenaje a Guichard y coordinado por Antonio Malpica en Granada, el pasado Mayo del 96. A saber: los topónimos referentes a los nombres de las tribus y de las secciones tribales bereberes, incluyendo sus formas arabizadas, las excavaciones arqueológicas —sistemas de regadío, tipos arquitectónicos...— dirigidas por Barceló en Valencia y Mallorca, y por el equipo de Malpica en las cordilleras de la Alpujarra y Jaén, los datos gastronómicos como el cuscus —cocina típicamente bereber— y la falta de hallazgos numismáticos en las pequeñas ciudades campesinas —sin murallas— reflejo de la existencia del trueque como sistema de intercambio económico.
En definitiva, no es nada objetivo desde el punto de vista histórico, confundir a los bereberes norteafricanos con los árabes orientales; lo que constituye, en cierta manera una injusticia cultural respecto a la negación de su determinante papel en la historia social en la formación del Al Andalus. Bástenos un simple ejemplo. En el folleto del Legado Andalusí sobre la ruta de los Almohades y Nazaríes, se dice: “La evolución de las relaciones entre los reinos de Castilla y Granada, a lo largo de los tres últimos siglos de presencia árabe ...”, cuando en realidad sería más justo decir “presencia árabe-bereber”. Prosigue diciendo que “los Almohades fueron una dinastía bereber ...” y que en la batalla de las Navas de Tolosa, “...los árabes disponían de tropas ligeras...”
Habría que aclarar, en este y otros casos de qué pueblos se trata, pues finalmente, el mensaje no es claro y queda la interrogante: ¿fueron los Almohades bereberes o fueron árabes?


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