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sábado, 18 de mayo de 2024

EL LEGADO CIENTÍFICO Y CULTURAL DE AL.ÁNDALUS

 

El legado Científico y Cultural, DE AL-ANDALUS


Cabe pensar que, en un principio, los árabes eran minoritarios en al-Andalus, siendo los hispanos y los beréberes mayoría. La lengua hablada, por lo tanto, no era el árabe. Sin embargo, a lo largo del siglo IX se produjo una fuerte arabización. La lengua árabe fue en al-Andalus sinónimo de refinamiento y erudición. No solo hablaban árabe los musulmanes, sino que también los propios mozárabes, cristianos que permanecieron bajo dominio musulmán, acabaron expresándose y escribiendo en este idioma, lo mismo que los judíos, comunidades ambas muy participativas en la vida pública de al-Andalus, dependiendo del momento. En este sentido existe un elocuente pasaje de Álvaro de Córdoba quejándose del auge del árabe en el siglo IX: “Muchos de mis correligionarios leen poesías y cuentos árabes, y estudian las obras de los filósofos y teólogos mahometanos, no para rebatirlas sino para aprender a expresarse en el lenguaje árabe más correcta y elegantemente”. Algunos de los más relevantes lingüistas de al-Andalus fueron al-Qali, Ibn al-Qutiyah y al-Zubaydi, todos del siglo X.

La cantidad y calidad de las ciencias, el arte y las letras cultivadas en al-Andalus es admirable, y el interés con que numerosos escritores supieron plantear las cuestiones básicas de la existencia humana. No es extraño que los andalusíes expresaran repatidas veces sus elogios de al-Andalus, como cuando al-Saqundi, en el siglo XIII, a un paso ya de que Córdoba y Sevilla dejaran de ser políticamente andalusíes, afirmaba en su preciosa “Epístola en elogio de al-Andalus”: “yo alabo a Dios, porque me hizo nacer en al-Andalus y me concedió la gracia de ser uno de sus hijos. Mi brazo puede alzarse con orgullo y la nobleza de mi condición me impulsa a realizar acciones meritorias”, o como cuando el visir granadino Ibn al-Jatib, ya en el siglo XIV, pondera sobre las demás “estas tierras andalusíes”, las mejores del mundo, dice “en belleza y vegetación, en extensión y bienes, en construcciones y fortalezas, en gentes y animales, en carácter y manera de ser, en costumbres y modo de vestir, en nobleza e inteligencia, en industrias y minas, en coraje y ardor, en refinamiento y gracia”.

La educación y el saber tuvieron desde el principio enorme importancia en el mundo musulmán. Frases como “Busca el saber desde la cuna hasta la tumba” o “No hay nada más importante a los ojos de Dios que un hombre que aprendió una ciencia y la enseñó a las gentes”, son algunas de las máximas más influyentes en la época. Los propios emires y califas como Abderrahman II, Abderrahman III y al-Hakam II fueron grandes eruditos que se rodearon de sabios. Hicieron traducir las principales obras del saber clásico, crearon bibliotecas públicas y privadas –algunas tan célebres como la de al-Hakam II–, y edificaron mezquitas y madrazas en las que se impartían ciencias religiosas y jurisprudencia. Algunos fueron excelentes poetas, como el propio rey al-Mu‘tamid de Sevilla y su amigo y visir, Ibn Ammar.

Se dedicaron numerosas obras al estudio del saber y a la enseñanza, y a la clasificación de las ciencias, como la que escribió Ibn Abd Rabihi en el siglo X: al-Iqd al-Farid (El collar único). Así se expresaba el autor acerca de los distintos saberes: “(son) los pilares en los que descansa el eje de la religión y del mundo. Diferencian al hombre de los animales, y al ser racional del irracional”. También el célebre Ibn Hazm (994-1064) dedicó numerosas páginas a clasificar las ciencias en libros como el Maratib al-ulum, o el Kitab al-ajlak. Este autor ha sido uno de los más prolíficos que ha dado el mundo musulmán, destacando como poeta, teólogo, jurista, historiador y filósofo. Cuatrocientas, nada menos, fueron las obras que escribió. Su lengua era tan crítica y mordaz contra el poder y la pobreza de espíritu que se llegó a decir que “su lengua era tan afilada como la espada de al-Hach-chach”. Acerca del saber dijo lo siguiente: “El que busca el saber para jactarse de él, o para ser alabado, o para adquirir riqueza y fama, está lejos del éxito, pues su objetivo es alcanzar algo que no es el saber”.

La prosa, la poesía y la música

La prosa y la poesía fueron dos disciplinas altamente valoradas por los andalusíes. La época de taifas supuso también una “descentralización” del saber. Los reyes de taifas compitieron entre sí por lograr el más alto grado de erudición y la corte más sabia, y cultivaron en especial la poesía. Uno de los poetas que alcanzaron más alta fama, aparte del mencionado al-Mu‘tamid, fue Ibn Zaydun (1003-1071), lo mismo que su amada, la bella princesa Wallada. También fueron renombrados al–Ramadi (m. 1015) y, siglos más tarde, Ibn Zamrak, el poeta del siglo XIV que plasmó sus versos en los muros de la Alhambra. La forma más cultivada y elegante en poesía era la qasida, de complicado metro, aunque también surgieron nuevas formas populares llamadas muwashaha y zéjel, cuyo máximo exponente fue Ibn Quzman (siglo XII), cuyo renombre llegó hasta Bagdad.

En al-Andalus proliferaron grandes músicos, entre los que cabe destacar el célebre Ziryab, procedente de Bagdad en el siglo IX, quien, además de revolucionar las modas en el vestir, la cosmética y la cocina, fue un magnífico tañedor de laúd, instrumento al que agregó una quinta cuerda.

La prosa –sobre todo filosófica– también tuvo buenos representantes, algunos de la talla del gran pensador Ibn Tufayl, que destacó con su delicioso Hayy Ibn Yaqzan, también conocido como el Libro del filósofo autodidacta, sin duda precursor del Robinson Crusoe de Defoe. También destacó el poeta Ibn Suhayd (m.1034), con su obra al-Tawabi wa-l-zawabi (Espíritus y demonios).

La historia y la geografía

Entre los musulmanes de la Edad Media, la historia cobró un especial interés, escribiéndose numerosas obras repletas de interesantes datos históricos, pero también geográficos, sociológicos y biográficos.

Hay constancia de que existieron numerosos historiadores, geógrafos y antologistas en al-Andalus, aunque muchas de sus obras se han perdido. Entre ellos surgió una saga de al-Razi, entre los que destacó Isa (siglo X), que escribió una historia general de al-Andalus conocida más tarde como “La Crónica del moro Rasis”. Igualmente valiosa fue la Historia de la conquista de al-Andalus, de su contemporáneo Ibn al-Qutiya. En el siglo XI surgieron una serie de notables historiadores como Ibn Hayyan, nacido en Córdoba en 987, erudito autor de numerosas obras que reflejan la sociedad y acontecimientos de su época. Más adelante destacaron Ibn Said al-Magribi, nacido en Granada a principios del siglo XIII y su contemporáneo Ibn Idari.

El siglo XIV contó con dos grandes estadistas y pensadores: el lojeño Ibn al-Jatib y el tunecino Ibn Jaldún, autor de una obra fundamental de su tiempo: la Muqaddima.

Finalmente, entre los antologistas tuvo gran relevancia el sevillano al-Himyari y los autores del siglo XII, Ibn Bassam e Ibn Jaqan. Entre los geógrafos brillaron al-Udri (siglo XI), su contemporáneo al-Bakrial-Idrisi, llamado el “Estrabón de los árabes”, y el tangerino Ibn Batuta –el mayor viajero de su tiempo–, legándonos importantes testimonios de al-Andalus y de muchos otros lejanos lugares del mundo entonces conocido.

Filosofía y sufismo

En los primeros tiempos del Islam en Oriente pronto se cultivó la ciencia de la filosofía y la lógica en un clima de tolerancia religiosa e intelectual. En al-Andalus se introdujeron las primeras traducciones al árabe de los filósofos griegos, en especial Aristóteles, y fue surgiendo un pronunciado interés por esta materia que, sin embargo, dependiendo del momento no era bien vista por las rígidas autoridades religiosas. A menudo se prohibió su estudio y se quemaron las obras de Ibn Hazm, del oriental al-Gazali y de Averroes. Los filósofos, sin embargo, sostenían que el intelecto y la razón no estaban en absoluto reñidos con la revelación, y constituían el instrumento más adecuado para alcanzar la verdad. “La filosofía es amiga y hermana de leche de la religión. No contradice a la revelación, sino que la confirma”, afirmaba Averroes.
El propulsor del estudio de la filosofía fue Ibn Masarra, autor del siglo X. Después surgió Ibn Hazm y su contemporáneo malagueño, el hebreo Ibn Gabirol, que profesó una filosofía neoplatónica en su Yambu al-hayat (Libro de la fuente de la vida). El siglo XII vio florecer a Ibn Bayyah (Avempace), y a su discípulo Ibn Tufayl, cuya obra, la ya mencionada Hayy Ibn Yaqzan, tuvo una honda repercusión entre los cristianos.

Pero sin duda, el que más influyó, tanto en el mundo musulmán como en toda Europa, fue Averroes (Ibn Rushd, 1126-1198), de quien se han conservado varias importantes obras. Contemporáneo suyo fue el eminente filósofo judío Maimónides (1135-1204).

No obstante, contra esta corriente racionalista existieron en al-Andalus varios místicos sufíes de la talla de Ibn al-Arif (1088-1141) o Ibn Arabi de Murcia (1165-1240), quienes sostenían aquella tradición profética que reza: “conócete a ti mismo, y conocerás a tu Señor”, pero no desde un punto de vista racional e intelectual, sino puramente intuitivo y místico.

Las ciencias naturales

No se puede dejar de mencionar a los grandes sabios andalusíes de las ciencias naturales, que revolucionaron muchos aspectos de la vida con su saber. Estudiaron las matemáticas, la astronomía, la medicina, la botánica, la agronomía, etc., pero también otras ciencias más reprobadas por la ortodoxia como la astrología, la alquimia y la magia. Se estudiaron con detalle los movimientos de las estrellas y los planetas por medio de sofisticados astrolabios, se avanzó en el estudio del álgebra y la aritmética, cuyo precursor fue el oriental al-Jwarizmi (de donde procede la palabra logaritmo), y se perfeccionaron en medicina las teorías de Hipócrates y Galeno.

En al-Andalus destacaron en el campo de los matemáticas numerosos autores, como el madrileño Maslama al-Mayriti, Ibn Mu’ad, al-Mu’taman ibn Hud o Ibn Bayya (Avempace), entre muchos otros.

La medicina tuvo su máximo exponente en Averroes, destacando numerosos autores en este campo, como al-Zahrawi, Ibn Zuhr, etc.

Y no habremos de olvidar en este rapidísimo repaso al botánico malagueño Ibn-Baytar (1197-1248) o al agrónomo Ibn al-Awam, a quien debemos un exhaustivo y valioso tratado de agricultura, El Libro de la Agricultura. Todos ellos influyeron decisivamente en la Europa contemporánea y en la posterior, y sus textos fueron estudiados hasta bien entrado el siglo XVII por hombres de la talla de Miguel Servet, Copérnico, Nicolás Massa o Galileo.

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lunes, 29 de abril de 2024

IBN AL-BAYTAR Y LA FARMACOLOGÍA MEDIEVAL

 

IBN AL-BAYṬĀR Y LA FARMACOLOGÍA MEDIEVAL


La obra de Ibn al-Bayṭār es muy extensa y está dedicada al estudio de la botánica, la zoología y la mineralogía con fines farmacológicos. En total se le atribuyen una docena de composiciones, algunas de ellas perdidas, otras duermen todavía manuscritas sin editar ni traducir en bibliotecas de todo el mundo, y otras tantas han visto la luz en ediciones y traducciones a varias lenguas.

ANA M. CABO GONZÁLEZ
UNIVERSIDAD DE SEVILLA



Detalle de una de las ilustraciones de una traducción árabe del Tratado de las plantas de Dioscórides. BNF ms. Arabe 2850, f. 117bis v.


El malagueño Ḍiyāʾ al-Dīn Abū Muḥammad ʿAbd Allāh b. Aḥmad al-Malāqī, más conocido como Ibn al-Bayṭār, puede ser considerado uno de los farmacólogos más importantes de la historia de la ciencia y, por supuesto, uno de los científicos andalusíes que más aportó a esa disciplina. 

La vida de Ibn al-Bayṭār transcurre durante la segunda mitad del siglo XII y la primera del XIII, y es Málaga o sus alrededores, posiblemente Benalmádena, la localidad que lo vio nacer. 

Fue en el seno de su familia donde el malagueño se inició en las artes de la botánica y de la farmacología, ya que su padre, Aḥmad b. ʿAbd al-Mālik y su abuelo, Abū Marwān ʿAbd al-Mālik Ibn al-Bayṭār, se habían dedicado al estudio de diferentes ciencias, entre ellas, las naturales. 

De esta primera etapa de la vida y la formación de nuestro autor se conservan pocos datos biográficos, pero de lo que no hay duda es de que adquirió, durante la misma, los conocimientos básicos y la estimulación necesaria como para desear ampliar sus estudios sobre plantas, animales, minerales y sus usos en la farmacología más allá de su localidad natal. 

En su población de nacimiento, Ibn al-Bayṭār residió hasta los 18 o 20 años, edad en la que se trasladó a Sevilla, con la intención de ampliar sus conocimientos de la mano de los más prestigiosos y conocidos botánicos musulmanes de la época: ʿAbd Allāh b. Ṣāliḥ, Abū l-Ḥaŷŷāŷ y Abū l-ʿAbbās al-Nabātī. Fue de este último del que se convirtió en discípulo distinguido y con el que aprendió a conocer y reconocer la amplia flora de Sevilla y sus alrededores, especialmente, de las tierras del Aljarafe, por donde realizaban sus labores de herborización. Este período transcurrió antes de 1220-1, fecha en la que inicia su largo viaje a Oriente, de donde nunca regresó. 

Detalles de este largo periplo podemos encontrar en su propia obra, donde va dejando pinceladas de lugares por los que pasa, personas a las que conoce y flora y fauna que recoge, cuyos datos almacena para su posterior estudio y descripción. 

El viaje sin retorno se inicia en el norte de África, concretamente en la ciudad de Ceuta, una vez atravesado el Estrecho de Gibraltar; desde allí se desplaza a Bujía, donde toma rumbo a Constantina, para llegar, más tarde, a Túnez, arribar después a Trípoli y, finalmente, detenerse en Barca, donde emprende viaje por el mar Mediterráneo en dirección a Asia Menor, tierra que recorre durante al año 1224 y que lo pone en contacto directo con las tradiciones clásicas griega y latina, y con las grandes obras de los médicos grecorromanos Dioscórides (40-90 d. C.) y Galeno (129-210 d. C.). 



Mapa del recorrido de Ibn al-Bayṭār.


De aquí se traslada a Siria, donde conoce a Ibn Abī Uṣaybi‘a, médico de Damasco muy conocido por su obra de recopilación de biografías de médicos ilustres, composición que comienza en los albores de la historia y termina con las vidas y las obras de sus coetáneos. Entre estas biografías podemos encontrar la de nuestro autor, a quien el médico damasceno describe con estas palabras: 

“La primera vez que me encontré con él fue en Damasco en el año 633 H (1253-4 d. C.) y pude apreciar sus magníficas cualidades y su gran conocimiento de las plantas. Yo exploré junto a él los alrededores de Damasco […] Con nosotros llevábamos las obras de Dioscórides, de Galeno y de al-Gāfiqī […] Primero él me citaba los términos griegos que aparecían en Dioscórides, después añadía lo que este decía de cada planta, sus características y sus propiedades, haciendo lo mismo con Galeno y los demás sabios, y señalando aciertos, contradicciones y errores. Así pude constatar su profundo conocimiento de las plantas y de las obras de los grandes clásicos Dioscórides y Galeno”. 

Desde Siria, Ibn al-Bayṭār viaja hasta Persia, pasando por Irak y recorriendo el norte de la península arábiga, siempre en busca del conocimiento farmacológico de plantas, animales y minerales, y recopilando datos de lugares, de términos, de especies y de personas que le descubrían nuevos horizontes del saber y la ciencia. 

Finalmente, se dirige a Egipto, lugar en el que nuestro autor se instala definitivamente bajo el amparo y la protección del sultán ayyubí al-Mālik al-Kāmil Muḥammad b. Abī Bakr, a quien había llegado recomendado como valioso botánico y farmacólogo. Este sultán, apreciando las dotes médico-farmacológicas de Ibn al-Bayṭār, lo nombró “Jefe de los herboristas” de su corte y, desde entonces, formó parte del séquito del sultán hasta su muerte, pasando, después, a servir al hijo que lo sucedió y al que dedicó sus dos obras más importantes: el Kitāb al-Ŷāmiʿ y el Kitāb al-Mugnī

Durante el largo viaje que hemos descrito, Ibn al-Bayṭār, aprovechó para ir tomando referencias botánicas y lexicográficas de todas aquellas plantas, animales y minerales que iba descubriendo por esas tierras, haciendo así un gran trabajo de campo que, más tarde, reelaboraría y sería la base para su ingente producción científica. 

La obra de Ibn al-Bayṭār es muy extensa y está dedicada al estudio de la botánica, la zoología y la mineralogía con fines farmacológicos. En total se le atribuyen una docena de composiciones, algunas de ellas perdidas, otras duermen todavía manuscritas sin editar ni traducir en bibliotecas de todo el mundo y otras tantas han visto la luz en ediciones y traducciones a varias lenguas. Entre todas estas obras podemos destacar las siguientes: 

Un Comentario al Libro de Dioscórides. De esta composición Ibn Murād llevó a cabo una edición (Túnez, 1990) y A. Dietritch una edición y una traducción al alemán (Göttingen, 1991). Se trata de una colección de nombres de medicamentos en diferentes lenguas (griego, árabe, beréber y latín) y de sus descripciones, y que tiene como fin fin acabar con las muy contadas confusiones que a lo largo de la historia se habían producido con muchos de ellos. 



Traducción árabe del Tratado de las plantas de Dioscórides. BNF ms. Arabe 2850, f. 70v.


Un Libro que aclara e informa sobre los errores y falsedades que contiene “El Método”. Se trata de una obra dispuesta en forma de diccionario que recoge las inexactitudes que Ibn al-Bayṭār detectó en la lectura de la composición titulada El Método, del médico iraquí de origen cristiano del siglo XI Ibn Ŷazla. 

Un Libro sobre lo que es útil saber acerca de los medicamentos simples. Obra compuesta en veinte capítulos en los que se van enumerando las diferentes partes del cuerpo, las dolencias que estas partes pueden padecer y los tratamientos que se deben aplicar según los casos. 

Una Epístola sobre el tratamiento de los venenos. Es una composición menor en la que el autor recopila una serie de antídotos para combatir diferentes envenenamientos. 

Un Tratado sobre las propiedades del limón. Esta obra contiene la descripción de las propiedades terapéuticas del limón. Aunque no se conserva copia manuscrita árabe alguna, sí existen varias traducciones al latín en las que se explicita que el autor es Ibn al-Bayṭār. 

Un Libro sobre la norma del médico. En él se describen en ochenta capítulos las enfermedades que pueden darse en cualquier parte del cuerpo humano, las terapias que se deben aplicar y su posología. Este trabajo se estructura de la siguiente forma: comienza por la cabeza y termina por los pies, pasando por cada uno de los órganos del cuerpo. 



Traducción árabe del Tratado de las plantas de Dioscórides. BNF ms. Arabe 2850, f. 11r.


Un Tratado sobre lo que es útil saber acerca de los medicamentos simples. Esta es la segunda obra en importancia de entre las composiciones de Ibn al-Bayṭār. Su contenido gira en torno a la función terapéutica de los medicamentos y está compuesta por veinte capítulos. 

Y, finalmente, la más importante y reconocida de todas, una Colección de medicamentos y alimentos simples. Se trata de un ingente diccionario, ordenado alfabéticamente, en el que se recogen las propiedades de alrededor de mil cuatrocientos simples (vegetales, animales y minerales), y cuya información es tomada de los grandes médicos griegos Galeno y Dioscórides, así como de más de un centenar de autoridades hindúes, persas y árabes, completado todo ello con los resultados de su propia experimentación. El orden interno de cada término estudiado siempre es el mismo: los diferentes sinónimos árabes, griegos y de otras lenguas por los que es conocido el simple propuesto, la descripción física del mismo, las propiedades terapéuticas que contiene, las enfermedades que cura y sus formas de aplicación, fundamentalmente. Todo ello, evidentemente, bien referenciado en las fuentes de las que el autor se nutre. 

La obra comienza con un extenso y detallado prólogo que describe con minuciosidad la intención que tiene el autor al escribir esta composición, y precisa los pormenores de su estructura, enumerando los seis propósitos fundamentales que aquí presentamos de manera muy resumida: 

1.  Explicar lo que Dioscórides y Galeno han dicho sobre los alimentos y los medicamentos, y el uso que de ellos ha de hacerse. 

2.  Exponer las opiniones de autores antiguos y modernos, y lo que en ellos es verdad confirmada, dejando a un lado todo aquello que se aparte de la evidencia y la confirmación.

3.  Evitar las repeticiones.

4.  Disponer la obra por orden alfabético para facilitar su estudio y su consulta.

5.  Demostrar los errores cometidos por otros autores y

6.  Escribir los nombres de los elementos en diferentes lenguas. 

Esta obra fue muy conocida en su tiempo y, prueba de ello, son las numerosas copias manuscritas que se conservan en la actualidad (concretamente 86, repartidas por Europa, Asia, África y América), y los cuantiosos trabajos de edición, traducción y estudio que sobre ella se han llevado a cabo a lo largo de la historia: las ediciones totales realizadas en El Cairo (1874) y en Beirut (1992); las parciales de al-Jaṭṭābī (Beirut, 1990) y de A. M. Cabo-González (Sevilla, 2002, 2005, 2009, 2010, 2011 y 2012); las traducciones al latín en los siglos XVII y XIX, la traducción al alemán de J. von Sontheimer (Stuttgart, 1840-42) y la francesa de L. Leclerc (París, 1877-83), entre otras. A esto hay que añadir otros muchos estudios y reflexiones que convierten a la obra en una de las más conocidas y reconocidas de la historia de la farmacología. 



Traducción árabe del Tratado de las plantas de Dioscórides (detalle). BNF ms. Arabe 2850, f. 116v


Para poder entender mejor la estructura y la finalidad del Kitāb al-Ŷāmiʿ, recogemos aquí el pasaje que contiene la descripción de las propiedades de la cicuta: 

“A esta planta se la denomina ŷaqūṭa en la lengua vulgar de al-Andalus. Dioscórides, en su Libro IV, la llama conium, y dice de ella que tiene un tallo nudoso como el del hinojo, es de gran porte, de hojas similares a las de la cañaheja y despide un aroma intenso; la parte superior de los tallos desarrolla umbelas de florecillas blancas y semillas como las del anís, aunque de un blanco más intenso; la raíz de la cicuta es hueca y no profundiza en la tierra. Por su parte, Galeno añade en su Libro VII, que el poder de este medicamento es el de enfriar intensamente, y todo el mundo lo sabe. Dioscórides sigue diciendo que la cicuta forma parte de los medicamentos letales, que mata por enfriamiento, y que el vino puro puede ser un buen remedio contra el daño que esta planta produce; la cicuta, aplicada en forma de cataplasma, alivia la erisipela y las pústulas, machacada con sus hojas y aplicada sobre los testículos es de utilidad contra las poluciones nocturnas, y usada de la misma forma sobre los testículos de los niños, los empequeñece y los atrofia; aplicar esta cataplasma sobre el pene, lo relaja, y sobre los pechos de las parturientas, les corta la leche y les impide que aquellos se agranden. Sigue diciendo Dioscórides que la cicuta con mayor poder e intensidad es la que crece en la isla de Creta, en Mégara y en Cilicia. Dioscórides agrega en su Libro VI, el dedicado a los venenos, que si se bebe cicuta, hace perder la razón y la vista, produce hipo y delirio, enfría las extremidades y, por último, produce espasmos y asfixia al estrecharse la tráquea y la laringe; llegados a este punto, lo oportuno es que el paciente comience a vomitar y a laxar el vientre para forzar la expulsión de la cicuta, luego debe tomar cosas que le beneficien como es el melote, y que lo beba lentamente, después debe tomar leche de burra o ajenjo con pimienta fresca, ruda, mosto, hojas de laurel y goma de asafétida, todo ello hervido; este es un antídoto muy eficaz”. 

Ibn al-Bayṭār nunca regresó a al-Andalus, presumiblemente porque el avance cristiano hacia el sur de la península y la conquista de las grandes ciudades no animara a nuestro autor a volver a sus orígenes. El malagueño murió en Damasco como consecuencia, al parecer, de ingerir por error un veneno mortal mientras llevaba a cabo su proceso de constatación de las propiedades del mismo. Esto ocurrió en los últimos días del mes de octubre o los primeros de noviembre del año 1248.


PARA AMPLIAR: 

 

 

 

martes, 23 de abril de 2024

MUSTAJLAS : EL PATRIMONIO PARTICULAR DE LOS EMIRES NAZARÍES

 

MUSTAJLAṢ: EL PATRIMONIO PARTICULAR DE LOS EMIRES NAZARÍES

El sultán era el legítimo representante de la Hacienda Pública. A título privado, contaba con su propio patrimonio particular, denominado mustajlaṣ. Las mujeres de la dinastía nazarí eran las principales transmisoras de bienes al mustajlaṣ de diferentes soberanos por la vía hereditaria

PAOLA LUQUE VARGAS
UNIVERSIDAD DE GRANADA



Vista de Granada de Joris Hoefnagel (1542-1601). Biblioteca Digital Hispánica.


En el Emirato nazarí de Granada, el sultán, como jefe de Estado y líder de la comunidad musulmana ―imām― es el legítimo representante de la Hacienda Pública y el máximo responsable de su gestión y administración. Esta institución, denominada en árabe Bayt al‑māl ―lo que literalmente significa “Casa del dinero”―, se ocupa de los fondos que deben emplearse en causas de interés público. A partir de trabajos publicados en las tres últimas décadas se ha consolidado la idea acerca de la existencia en la estructura financiera de al‑Andalus de otra entidad independiente, supervisada también por la figura del emir: Bayt māl al‑muslimīn (“Casa del dinero de los musulmanes”), encargada de los habices o fundaciones pías a favor de la comunidad de creyentes. En la actualidad, no obstante, hay evidencias suficientes para creer que se trate, en realidad, de una dependencia de la Hacienda Pública.

A título privado, los soberanos granadinos cuentan con su propio patrimonio particular, denominado por las fuentes árabes andalusíes mustajlaṣ. Este término se emplea, por extensión, para referirse a los bienes inmobiliarios adscritos a la hacienda personal de los sultanes, a las rentas generadas por los mismos y al espacio físico en que se depositan estas últimas. El vocablo se corresponde con el participio de un verbo que tiene como acepción principal la de “apoderarse” o “apropiarse de algo”, motivo por el que tradicionalmente se ha venido entendiendo la confiscación como la esencial vía de composición de esta hacienda. En efecto, las usurpaciones y confiscaciones están constatadas, como las que efectúa Muḥammad XI Boabdil durante la Guerra de Granada (1482-1492) sobre los bienes de sus adversarios, entre ellos numerosos heredamientos pertenecientes a sus hermanos Sa῾d y Naṣr ―hijos de la relación entre Muley Hacén y su concubina Soraya―. Existen, asimismo, otras formas de adquisición de propiedades con destino al mustajlaṣ bien atestiguadas, como la herencia y la compra, entre otras.



Escena idealizada de un sultán con bailarinas y músicos en una sala de la Alhambra. Les Almées, óleo de Paul Bouchard (c. 1893). Museo de Orsay, París. Wikimedia Commons.


En lo que a la herencia concierne, la persona del emir participa en la sucesión de sus familiares en los mismos términos en que lo hace cualquier otro sujeto de derecho, obteniendo una cuota variable en función de su categoría de heredero y del grado de parentesco con el causante. En relación con ello, cabe señalar que en el contexto del Emirato nazarí no se infieren abusos o prácticas que, encaminadas a aventajar a los sultanes en estos procesos, puedan concurrir en contra de lo establecido por el derecho islámico en materia de herencia. El estudio de la documentación disponible sobre este asunto

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permite arrojar otra información interesante en lo que al periodo señalado se refiere: las mujeres de la dinastía nazarí son las principales transmisoras de bienes al mustajlaṣ de diferentes soberanos por la vía hereditaria.  Por citar solo algunos ejemplos, según un documento conservado en cuyo contenido se remite a un pliego particional fechado en torno a 1431-1432, el emir Muḥammad IX “El Zurdo” participa como heredero de primer rango en la sucesión de una de sus esposas, Zahr al‑Riyāḍ, al igual que lo hacen también la hija de ambos, de nombre Umm al-Fatḥ, y la madre y los hermanos de la difunta. Otra fuente, el material de una pesquisa llevada a cabo a principios del siglo XVI, da noticia de cómo hacia el año 1483 Muley Hacén y su hermano Muḥammad XII “El Zagal” heredan de su tía Umm al‑Fatḥ numerosos bienes inmuebles, algunos de ellos en copropiedad.


Testimonio acerca del reparto de parte de la herencia de Zahr al-Riyāḍ, en el que consta cómo el sultán Muḥammad IX el Zurdo dona a su hija Umm al-Fatḥ la parte que le habría correspondido en esa herencia de la alquería de Ṣujayra (Zujaira). Biblioteca de la Escuela de Estudios Árabes, CSIC, ms. 73. 1


Por otro lado, hay casos documentados de compras inmobiliarias por parte de los emires a propietarios particulares, como la hecha en enero de 1479 por Muley Hacén a un tal “Abyjafar Hamete” de dos hazas de riego sitas en la alquería de Ogíjares, la cual incluye también el dominio de dos balsas y media de lino. Con todo, resulta considerablemente superior el volumen de noticias relativas a inmuebles adscritos al patrimonio personal de sultanes o al de futuros sultanes mediante compra a la Hacienda Pública. En teoría, dado que pertenecen a la comunidad y todo individuo tiene derecho a una porción indivisa de los mismos, los fondos públicos son inalienables e intransferibles. Sin embargo, ante determinadas situaciones fruto de la coyuntura política y de las necesidades económicas del Estado, la normativa legal se ajusta de manera que permite la enajenación de estos bienes, siempre bajo el principio del interés comunitario y todo ello a través de unos procesos notarial y administrativo muy concretos. De esta forma, los contratos de venta de inmuebles de la Hacienda Pública cuentan, además de con las cláusulas y disposiciones propias de toda escritura de su tipología, con elementos específicos que, en cada caso, manifiestan el origen de la propiedad, certifican la aprobación de la esfera jurídica granadina y obligan al pago de cierto gravamen. En ocasiones, en estas actas se detecta la omisión intencionada de uno o varios de estos elementos en un modo de evitar obligaciones fiscales a la parte adquiriente; se trata de operaciones irregulares que dejan ver la preeminencia de los intereses personales y familiares de los soberanos granadinos sobre el beneficio a la Hacienda Pública. Así, en 1448, el ya citado emir Muḥammad IX “El Zurdo” adquiere para su patrimonio particular, libre de cargas fiscales, el baño de al‑Šawṭār; lo compra directamente a los fondos del Estado, a la sazón gestionados por él mismo. Luego, entre marzo de 1459 y febrero de 1460, sin que se haga constar en el contrato la obligación al pago de cierta obligación, el sultán Sa῾d vende a sus hijos Yūsuf y el futuro Muḥammad XI “El Zagal” numerosas tiendas propiedad del Estado ubicadas en el centro de la ciudad de Granada. Años más tarde, su hijo y sucesor Muley Hacén también busca favorecer con la enajenación de bienes de la Hacienda Pública a su familia, y no solo a la conformada con Soraya ―que tanto ha trascendido a través de historias y leyendas―, igualmente a los vástagos habidos con su primera esposa. Como ejemplo, en 1465, este monarca transmite la finca de El Nublo de los “heredamientos de la corona real” al patrimonio privado de sus hijos Yūsuf y Boabdil ―futuro Muḥammad XI―, quienes entonces son apenas unos niños.

Estas transacciones con trasvases de propiedades desde la Hacienda Pública al patrimonio personal de diferentes sultanes y otros miembros de la dinastía nazarí han generado un denso debate entre los especialistas estudiosos del tema, llegándose a plantear la idea de una situación de no delimitación entre ambas instituciones y sus fondos, resultado de la administración arbitraria y caprichosa de los sultanes al margen de las autoridades jurídicas. Al contrario, y aunque todavía queda mucho por hacer en este sentido, recientes investigaciones perciben en las fuentes estudiadas una conciencia real de la distinción entre la Hacienda Pública y el mustajlaṣ en el Emirato Nazarí de Granada. Paralelamente, como ha quedado reflejado ya en líneas previas, están demostrando la aplicación de una metódica burocracia en lo que concierne a la transferencia y gestión de bienes del Estado. Por otro lado, conviene saber que a veces la interacción entre las citadas entidades se produce de la manera inversa, constituyendo el patrimonio particular de los soberanos un apoyo eventual para la Hacienda Pública. En el año 1466, Sa῾d invierte el precio de la venta de cuatro tiendas de su propiedad privada ubicadas en la Alcaicería “en el pro de los moros y en las cosas de sus neçesydades y en labor de sus fortalezas y en el vien e pro comun general y espeçial de la vniversydad de ellos”. La disposición del monarca a favor de las necesidades de la comunidad de las 1.150 doblas de oro que recibe por estos inmuebles se inscribe en la línea de una política recaudatoria hacia las arcas públicas, las cuales se encuentran mermadas debido a los elevados costes de las treguas con Castilla, y, además, deben hacer frente a las deudas contraídas con diferentes servidores durante los periodos de guerra.



Plano de Granada árabe (1910), Luis Seco de Lucena. Archivo del Patronato de la Alhambra y el Generalife, Colección de Planos/P-006283


“No hay parte alguna de la muralla sin huertas, viñedos, ni jardines”

En el siglo XIV, durante los gobiernos de Yūsuf I (1333-1354) y Muḥammad V (1354‑1359 y 1362-1391) descuella en el Emirato nazarí la figura del secretario, visir y cronista ―entre otras muchas facetas― Lisān al‑Dīn Ibn al-Jaṭīb (m. 1374). Conocedor de primera mano del asunto, en varias de sus obras da cuenta de algunas de las propiedades pertenecientes al mustajlaṣ del emir y emite valoraciones de conjunto tan jugosas y excepcionales como la que sigue:

“Rodean la muralla de la ciudad vastos jardines y espesos bosques pertenecientes al mustajlaṣ, de manera que, detrás de esa verde barrera, las blancas almenas brillan como las estrellas en medio de un cielo oscuro. No hay parte alguna de la muralla sin huertas, viñedos, ni jardines. En la parte norte de la llanura hay unas almunias de majestuoso tamaño y extremado valor, que no pueden ser costeadas salvo por gente relacionada con el poder real, dado lo excesivo de su precio. Algunas de estas almunias producen unas cosechas al año por valor de quinientos dinares de oro, a pesar del bajo coste de las verduras en esta ciudad. Treinta de estas almunias pertenecen al mustajlaṣ. Las ciñen y se unen con sus extremos unas magníficas fincas, nunca esquilmadas, siempre fecundas, cuyas rentas alcanzan en nuestro tiempo los veinticinco dinares de oro. La Hacienda Pública es incapaz de saber el valor que pueden alcanzar estas fincas, debido a su extensión, el lugar envidiable donde se encuentran y la disposición de la que gozan. Todas ellas tienen casas magníficas, torres elevadas, eras amplias, palomares y gallineros bien acondicionados. En los alrededores de la ciudad, bordeando la muralla, se encuentran más de una veintena de fincas del mustajlaṣ. En estas fincas vive un gran número de hombres y de sementales de buena raza que se emplean para arar la tierra, para la agricultura; en muchas de ellas hay fortificaciones, molinos y mezquitas. En esta fértil posesión, que es el alma del campo y lo más selecto de este buen país, se entremezclan alquerías y poblados que están en manos de propietarios particulares”.

Desafortunadamente, no se hallan descripciones de este calibre más allá de las proporcionadas por el cálamo de este autor. También se vuelve imposible encontrar documentación de registro en la que se inscriban los inmuebles que conforman el patrimonio particular de los diferentes sultanes, aunque parece evidente que existe y debe de ser una parte indispensable en la administración y gestión de los mismos, sobre todo teniendo en cuenta el nivel de burocratización que se observa en otros aspectos en el contexto de la Granada nazarí. Sin ir más lejos, la Hacienda Pública cuenta con varios libros de registro, en función de la tipología de los inmuebles, en los que se recogen datos como el nombre y la ubicación del inmueble, los distintos cambios de titularidad que experimenta y los gravámenes que pesan sobre el mismo. De esto último se tiene constancia gracias a los informes de una pesquisa iniciada a finales del siglo xv por petición de los Reyes Católicos para averiguar la situación en la que se encuentran las heredades que les pertenecen en Granada, en virtud de lo establecido en las capitulaciones con el último monarca nazarí. Aquí se hace reiterada alusión al contenido de “los libros de la hazienda de los reyes moros”, que con objeto de la citada empresa se trasladan del árabe al castellano. Por su inestimable valor, estos documentos son susceptibles de haberse conservado concienzudamente, pero en la actualidad resulta todo un reto para los investigadores localizarlos en los fondos de algún archivo. En definitiva, la información disponible sobre el conjunto del mustajlaṣ, más aún sobre propiedades concretas, es fragmentaria y se encuentra muy dispersa en fuentes de diversa índole y naturaleza. A pesar de las dificultades, es posible identificar algunas de las propiedades adscritas al mustajlaṣ de distintos emires y, aun lamentando la disparidad cuantitativa y cualitativa de las noticias, conocer datos relevantes sobre las mismas.



Informe sobre las “rentas mal llevadas” de los Reyes Católicos en Granada, donde se hace referencia a “los libros de la hazienda de los reyes moros”. Archivo General de Simancas, Consejo Real, 651, fol. 9, pieza 11


La Huerta Alta de la Alcazaba Cadima

En árabe al-Ŷanna al-῾Ulyà. Se trata de una huerta con infraestructuras y edificaciones en su interior, sita en la antigua alcazaba de Granada, en lo más alto del actual barrio del Albaicín. Gracias a una copia de un contrato notarial de compraventa se pueden rastrear hasta cuatro cambios de titularidad de este inmueble remontando su propiedad hasta la noble señora Umm al‑Fatḥ, hija de Muḥammad V; luego, en un momento no precisado, la finca es heredada por su sobrino el emir Muḥammad IX “El Izquierdo”, anexionándose a su mustajlaṣ hasta que en marzo del año 1448 la vende por precio de 3.750 dinares de oro a sus hijas, las señoras, horras, castas, de elevado rango y benditas, ῾Ā’iša y Fāṭima, en partes iguales y proindiviso. Acto seguido, el monarca procura una permuta entre los bienes de ambas mujeres, cediendo a Fāṭima la cuota de propiedad de ῾Ā’iša sobre esta huerta, a cambio de la mitad de otra huerta que la primera posee en la misma zona de la Alcazaba Cadima, presumiblemente de similar valor y extensión.

Palacio de Daralhorra en Granada, detalle del interior, de Mechthild Brinkmann. Grabado 21/40; pertenece a la obra «Patios árabes. Granada. MCMLXXXIV. Cinco patios granadinos vistos por una pintora alemana”. Archivo del Patronato de la Alhambra y el Generalife, Colección de Grabados/0145.



Los detalles que ofrece el documento sobre la localización de la Huerta Alta ―sus “límites son al sur el camino y las viviendas del cementerio, al norte el camino que hay detrás del aljibe grande antiguo, a levante el camino y a poniente las viviendas del cementerio”―, permite plantear varias hipótesis sobre su posible ubicación en el plano de la ciudad de Granada; según una de ellas, la huerta de Fāṭima se situaría en el actual emplazamiento de la Placeta del Cristo de las Azucenas, al este del convento de Santa Isabel la Real, siendo el límite al norte el Aljibe del Rey, al este la calle Pilar Seco y al sur la calle Santa Isabel la Real. Respecto a la huerta propiedad de ῾Ā’iša, no se indican ni tan siquiera sus lindes, por lo que parece más difícil poder situarla, no obstante, hay quien la ubica al noroeste de la primera, correspondiéndose con el solar donde luego se levantan el palacio nazarí de Daralhorra y el convento mencionado y su iglesia.


Para ampliar:

  • GASPAR REMIRO, Mariano, «De Granada musulmana. El baño de la ruina ó del axautar». La Alhambra 9 (1906): 21-30.
  • LUQUE-VARGAS, Paola, “El mustajlaṣ nazarí: génesis, evolución y transmisión (siglos xiii-xvi)”. Tesis Doctoral. Universidad de Granada, 2023. Acceso el 1 de diciembre de 2023: https://hdl.handle.net/10481/83034.
  • MALPICA CUELLO, Antonio, y TRILLO SAN JOSÉ, Carmen, «Los Infantes de Granada. Documentos árabes romanceados». RCEHGR 6 (1992): 361-422.
  • MOLINA LÓPEZ, Emilio, «El mustajlaṣ andalusí (I) (s. VIII-IX)». RCEHGR 13-14 (1999): 99-189.
  • PEINADO SANTAELLA, Rafael, «El Patrimonio Real nazarí y la exquisitez defraudatoria de los principales castellanos». Medievo HispanoEstudios in memoriam del Prof. D. W. Lomax (1995): 297-318.
  • SECO DE LUCENA PAREDES, Luis, «La sultana madre de Boabdil». Al-Andalus 12 (1947): 359-390.
  • TRILLO SAN JOSÉ, Carmen «El Nublo. Una propiedad de los Infantes de Granada». En Homenaje al Profesor José María Fórneas Besteiro, 867-879. Granada: Universidad de Granada, 1995.
  • ZOMEÑO RODRÍGUEZ, Amalia, “Daralhorra en la Alcazaba Cadima: propiedades reales a finales del siglo xv”, en Bárbara BOLOIX GALLARDO (coord.), El palacio nazarí de Daralhorra, Granada: Patronato de la Alhambra y el Generalife, 2019.

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