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viernes, 10 de agosto de 2012

Historia de los cristianos en al-Ándalus. la mujer cristiana en la sociedad medieval


LA MUJER EN LA SOCIEDAD MEDIEVAL




Imagen ideal de la mujer en el Medioevo2


Antes de entrar en un análisis más detallado sobre el papel que las mujeres desempeñaron en la sociedad medieval según los diversos estamentos de pertenencia a la misma -dama, campesina, trabajadora rural, monja, beguina, etc.-, conviene que nos hagamos una idea de la "imagen teórica" que se tenía en la Edad Media acerca de la mujer. Lo primero que hay que decir es que la imagen medieval de la mujer se nos presenta con matices frecuentemente contrastantes, conformada por ideas oscilantes y pendulares, que van desde el "desprecio" hasta la "adoración".


En primer lugar digamos que los principales "factores" que coadyuvaron a la creación de una imagen medieval de la mujer, fueron esencialmente cuatro: Los conceptos acuñados por los clérigos y los monjes, quienes a su vez eran tributarios de las ideas de los Padres de la Iglesia (en quienes influyeron, a su vez, las Sagradas Escrituras, y también -en mayor o menor medida- las ideas filosóficas heredadas de la Antigüedad Clásica), la aristocracia, la burguesía ciudadana y, al menos en algunos casos, la vida y las obras literarias -poco conocidas y menos estudiadas aún- de algunas mujeres medievales.


Tanto las fuentes, que podríamos llamar "eclesiásticas" (clérigos y monjes), como las que podríamos denominar como "laicales" (aristocracia y burguesía),3 dieron origen a una visión contrastante de la mujer; una imagen que tuvo evoluciones e involuciones a través del tiempo y que frecuentemente admitió dentro de la misma corriente aspectos contrapuestos.


Es necesario afirmar que, desde los albores de la Edad Media, las ideas predominantes fueron la de "la inferioridad de la mujer frente al hombre" -mengua que se apoyaba no en la personalidad de la mujer, sino simplemente en su sexo, considerado como inferior- y la de "la sujeción de la mujer frente al hombre".


Estas ideas, elaboradas por el ambiente monástico-clerical y la aristocracia, tuvieron como contrapartida una "contradoctrina": la de la "superioridad" de la mujer; doctrina que en el Medioevo estuvo fuertemente vinculada con el culto a la Virgen María (sobre todo en el ambiente monástico-clerical) y con el ideal de la "caballerosidad" (elaborado sobre todo en el ámbito aristocrático).


Particularmente a partir del s. XII, a las voces monástico-clericales y a las de la aristocracia se sumaron las de las clases media-altas de las ciudades, en las que aparece como trasfondo el papel desempeñado por las mujeres casadas o "solas" (solteras o viudas), particularmente por las que llevaban adelante una actividad comercial.


La intervención de la burguesía, no obstante, sobre todo en la Baja Edad Media (finales de los siglos XIII y XIV) alimentó una especie de "misoginia" que empeoró la imagen de la mujer, pues a través de los cuentos picarescos (contes gras) y de las trovas (fabliaux) que los juglares narraban en los días de fiesta, y que eran escuchados con gusto por ese estamento social (la burguesía), frecuentemente se ridiculizaba a las mujeres, presentándolas como taimadas, brujas, dominadoras de sus maridos, etc. Esta imagen obscureció bastante el ideal del "amor cortesano" dirigido a la Dama, y la "excelsitud" de la que era rodeado el culto a María, elaborados por aristócratas, clérigos y monjes respectivamente.


Cabría agregar como factor de formación de la imagen medieval de la mujer, los escritos de las mismas mujeres. Hasta el s. XIV, las "mujeres escritoras", provenientes del ambiente laical fueron muy escasas.4 Las escritoras del Alto Medioevo fueron, en su inmensa mayoría, monjas (de las cuales hablaremos más adelante). Recién en el s. XIV, y proveniente del mundo laico, podemos nombrar como escritora a Christine de Pisan entre cuyas obras cabe destacar Le Roman de la Rose y Le livre des trois vertus, (escrito con fines educativos y para uso de las mismas mujeres). Estas obras, aunque sea tardíamente, ayudaron a forjar la imagen medieval de la mujer.


Estas son, en síntesis, las fuentes de las cuales surgió la imagen medieval de la mujer: los monjes, los clérigos, los miembros de la Alta Aristocracia y la Burguesía emergente. Como vimos, esta imagen es ambigua, la mujer es vista siempre como inferior al varón, a veces toma las características de "Eva" y otras veces las de "María". En algunas ocasiones es vista como "fruto prohibido" y fuente de tentación, en otras es objeto de un amor caballeresco tierno, valeroso y devoto -no existe un auténtico caballero sin su correspondiente Dama-. Por otra parte, el "culto a la mujer", adquiere en María niveles rayanos a la adoración. Por el contrario, y en el peor de los casos -el de la literatura de moda entre la Burguesía- la imagen de la mujer alcanzará sus tintes más oscuros -como hemos indicado más arriba-.


Pero bien sabemos que la vida real no siempre suele coincidir con la imagen ideal-positiva o negativa- que nos hacemos de ella. Lo mismo sucede en el tema que venimos analizando; en la vida real, y en los diversos estamentos sociales que tomemos en consideración, las mujeres llevaron una vida muy diversa de la que nos pintan los "estereotipos" que había gestado el "imaginario popular".

La vida real de la mujer medieval en los distintos estamentos sociales


La Dama, quien frecuentemente podía llevar una vida bastante aburrida, era el objeto de poemas románticos de adoración (propios del amor cortesano). Durante el Medioevo gozaba de una relativa libertad; muchas de ellas fueron terratenientes, y si estaban solas, se manejaban con gran independencia, ejerciendo un peso determinante en la economía y en la sociedad del período típicamente feudal, usufructuando derechos idénticos a los de los varones.

La mujer terrateniente ejercía un gran poder (aunque frecuentemente estaba "atada" a sus feudos, lo cual implicaba que sus sentimientos fuesen por lo general ignorados, sus matrimonios fuesen acordados por sus padres y en muchas ocasiones fuesen prácticamente "enajenadas" junto con sus tierras). Si una mujer poseía tierras y enviudaba o quedaba soltera, ejercía un gran poder social y gozaba de una notable autonomía.


Las mujeres de la aristocracia medieval gozaba de gran importancia también en el ejercicio de su papel de madre y esposa. Su función más importante, pues, era desempeñada en el hogar, y particularmente durante la ausencia de su marido, ya que, por regla general, era la persona en quien él más confiaba. Frecuentemente, cuando partían para la guerra, los señores feudales dejaban a sus esposas como administradoras de las posesiones familiares, lo cual suponía que la Dama fuese capaz de poseer y ejercer amplios y a veces complejos conocimientos jurídicos (tenía que defender los derechos legales del feudo); debía supervisar al mayordomo y demás empleados, ser una hábil administradora de la hacienda familiar, planeando cuidadosamente el equilibrio entre los ingresos y los gastos.


Durante los períodos de guerra y especialmente si el marido se encontraba en campaña, frecuentemente la Dama debía también defender el Castillo si éste era atacado por enemigos.


La imagen de la mujer medieval ligada al tema de la "guerra" hoy puede parecernos extraña, no obstante, si nos adentramos en ese mundo vemos que estas dos realidades (mujer y guerra) no eran tan opuestas. La presencia de mujeres (y de niños) en las cruzadas está perfectamente documentada.5 No puede olvidarse el hecho de que, durante la reconquista de Jerusalén, algunas mujeres partieron hacia Oriente, y que incluso algunas de ellas tomaron formalmente la Cruz, convirtiéndose ellas mismas en "Damas Cruzadas", paralelo femenino de los "Caballeros Cruzados"; entre las damas más famosas que partieron hacia Levante no podemos olvidar los nombres de la Reina Leonor de Aquitania;6 de Ida de Lovaina, quien en 1106 partió hacia Oriente en búsqueda de su marido, Balduino de Mons, conde de Hainault,7 de María, esposa del Conde Balduino de Flandes, quien junto a su Marido abrazó la Cruz en la ciudad de Brujas el 23 de febrero de 1200;8 o de Berenguela de Navarra, esposa del Rey Ricardo Corazón de León,9 por mencionar sólo algunas.


Este "temple guerrero" de la mujer medieval tal vez nos permita comprender mejor actitudes como las de santa Juana de Arco, quien, más allá de su santidad personal, no dejó de ser una mujer de su tiempo.

Aún en tiempos de paz, la Dama tenía que poner en juego una gran capacidad organizativa para precaverse de que en sus feudos no faltasen ni la ropa ni la comida, no sólo para los más allegados sino incluso para todos los empleados; lo cual suponía proveer a la fabricación o adquisición de grandes cantidades de vestidos y alimentos. Suponía además la supervisión del propio predio, la selección de los trabajadores, el cuidado de animales y sembradíos, etc.

Las actividades de la esposa de un burgués próspero, no diferían demasiado de las de la Dama de la aristocracia.

La Mujer trabajadora y la Campesina tenían responsabilidades muy diversas respecto a las de las damas de las clases sociales más elevadas o a las de la esposa de un burgués acaudalado. Las mujeres de los estratos sociales más bajos no debían supervisar ni administrar grandes posesiones. No obstante, e independientemente de si eran casadas o solas, sus responsabilidades no eran menores. En lo que respecta a su importancia en la vida de una nación, jugaban un papel análogo al de los hombres de su esta­mento social: Debían ofrecerse para ser contratadas, trabajar para subsis­tir, ayudar a redondear la economía doméstica y, si eran casadas, normal­mente compartían las mismas tareas que sus maridos: La esposa de un curtidor de cueros, por ejemplo, además de velar por su casa y su familia, normalmente trabajaba en la curtiembre con él; la esposa de un campesi­no era su principal compañera en las tareas rurales. Si estaba sola, una mujer perteneciente a la clase de las obreras o campesinas, debía normal­mente trabajar como empleada doméstica (percibiendo el correspondien­te salario). Es sumamente frecuente observar en los documentos medie­vales que, en caso de viudez, tanto la trabajadora urbana como la rural, continuaban ejerciendo el oficio de su esposo. En casi toda Europa ob­servamos que, en el caso de las "mujeres solas", si ejercían alguna tarea in­dustrial, eran aceptadas por los gremios como "miembros plenos", con iguales derechos y obligaciones que los varones.

Las Monjas que se retiraban a vivir en un convento, cumplían también un papel importantísimo dentro de la sociedad medieval: La impor­tancia social de una comunidad monástica femenina solía estar en relación directamente proporcional con la importancia de su convento. Los gran­des Monasterios fueron poderosos centros de formación educativa de las niñas (y en algunos casos de los niños) y llegaron a convertirse en centros formativos de gran importancia en los que descollaron mujeres de altísi­mo nivel cultural entre las que podemos mencionar a Hildegarda de Bin-gen,10 Matilde de Magdeburgo,11 Matilde de Hackeborn,12 Gertrudis de Helfta,13 etc. Algunas de estas monjas fueron grandes escritoras que usa­ban el latín con elegancia y soltura, y que, en algunos casos —como el de santa Hildegarda de Bingen— escribieron desde sinfonías musicales, has­ta tratados de medicina.14


La educación de la mujer medieval


Sobre el tema de la "educación" de la mujer durante el Medioevo se han hecho muchas afirmaciones no siempre imparciales o suficientemente justificadas históricamente: Algunos autores han "pintado" a la mujer medieval como sumergida en el más craso analfabetismo; la realidad que nos presentan los documentos y las fuentes literarias que poseemos de aquella época, junto con los estudios históricos más serios, es mucho más matizada.


Si bien es indiscutible que en términos generales y en comparación con la Antigüedad clásica, en la Edad Media el nivel cultural general descendió notablemente; precisamente por ser "general", este descenso afectó a todos los grupos de personas -nobles y campesinos, varones y mujeres, etc.-.


Respecto a la educación de la mujer medieval pueden analizarse al menos tres aspectos: Las obras escritas para la educación de la mujer; los "centros" de educación a los cuales podía acceder la mujer durante la Edad Media y los niveles de alfabetización alcanzados por la mujer medieval.


Al menos hasta el s. XIII no abundan las "obras didácticas" dedicadas a la formación de la mujer; recién a partir de entonces comienzan a hacerse más abundantes. Estas obras, en general, estaban orientadas a lo que podríamos llamar una "formación vocacional" -en general más "práctica" que "teórica"-. A la mujer cortesana se la instruía sobre la adquisición de modales propios del estamento al que pertenecía -lo cual incluía, por ejemplo, saber leer y escribir, la cetrería, jugar al ajedrez, relatar historias, cantar y tocar instrumentos, etc.-. Los tratados más serios sobre la educación de la Dama, en cambio, insisten en aspectos más profundos que en el de crear habilidades tendientes a formar para la práctica del "amor cortesano". Los tratados dedicados a formar "buenas esposas" insisten más en la relación entre la esposa y su marido, la formación religiosa de una mujer devota, etc. Las posturas respecto a la erudición que debía adquirir una Dama eran oscilantes según los distintos autores: en general se favorecía que aprendan a leer -para que pudieran tener acceso a las Sagradas Escrituras- pero no siempre se promovía el aprendizaje de la escritura -para evitar, por ejemplo, que escribieran cartas de amor-. Muchos tratados, no obstante, insisten en que las damas debían saber leer y escribir y, para las monjas, el camino de la erudición se hallaba mucho más expedito. Frecuentemente la instrucción de las mujeres de la alta burguesía se asemejaba bastante a la de las damas de la aristocracia.


Las mujeres de las clases inferiores tenían un acceso mucho más limitado a la educación (como, por otra parte, sucedía con los varones de su mismo estamento social); las niñas pertenecientes a las clases trabajadoras o las campesinas podían acceder a las "pequeñas escuelas" ubicadas en las ciudades y más raramente en el campo.


Respecto a lo que hoy llamaríamos "centros educativos" debemos decir que en el Medioevo las mujeres podían recibir instrucción (literaria o práctica) básicamente en cuatro tipos de "escuelas": en los conventos, en las casas señoriales -poniéndose al servicio de las grandes damas-, trabajando como aprendizas en algún oficio y en las escuelas elementales, a las cuales tenían acceso incluso las niñas de las clases más pobres.


No es cierto, como se ha sostenido hasta hace algunos años, que los conventos fuesen el único lugar en el que una mujer podía recibir cierta instrucción. De hecho, no todos los conventos tenían "colegios conventuales", ni todos eran lo suficientemente grandes como para poder brindar ese tipo de instrucción. Sí es notable señalar que los colegios de los conventos femeninos servían como centros de educación elemental no sólo para las niñas, sino también para los niños -que por lo general, al crecer, y dependiendo de las posibilidades de sus padres, eran enviados a abadías masculinas para hacer estudios más avanzados-.


En cuanto a qué enseñaban las monjas -tema en el que entran en juego muchas "variables" como el tamaño del convento, el nivel cultural de las mismas monjas, etc.- hay que indicar que existió un quiebre entre la Alta y la Baja Edad Media -ss. XII-XIII y ss. XIV-XV respectivamente-, ya que durante este último período se verificó una sensible disminución del nivel cultural de las mismas monjas -y concomitantemente de los que se educaban con ellas-.


Si nos preguntamos sobre el contenido de la enseñanza impartida por las monjas, ante todo debemos decir que, por la escasez y el carácter fragmentario de las fuentes que poseemos, es sumamente difícil formarnos una idea precisa acerca de este particular; necesariamente nos tendremos que mover en el campo de las hipótesis más probables. No obstante lo dicho, no cabe duda de que las niñas aprendían las oraciones elementales, canciones, costura, el arte de hilar, actos de devoción y buenas costumbres y, al menos en los monasterios más importantes, nociones básicas de latín y de alguna lengua extranjera -en Inglaterra, por ejemplo, y al menos durante el Alto Medioevo, no era infrecuente el aprendizaje del francés-.


La instrucción en los propios hogares o en hogares señoriales -al servicio de una dama de la aristocracia-, parece haber tenido una función más bien práctica que teórica -aprender los modales propios de una Dama, o aprender a servir en una casa de la aristocracia-.



En general, aún las niñas de los estamentos más elevados de la sociedad, eran tratadas con gran severidad, tanto por sus padres, como por sus tutores o por los señores a cuyo servicio eran puestas. Pocos son los casos en los que se registra documentalmente la existencia de un tutor comprensivo y bondadoso.


No parece que las chicas tuviesen fácil acceso a las escuelas de gramática -a la que sí tenían acceso los varones-. Mucho menos podemos pensar, durante el Medioevo, en la presencia de mujeres en las escuelas catedralicias o monásticas, y, cuando éstas tuvieron su origen, en las universidades -al menos como situación normal-. Sí, y como ya hemos señalado, tenían acceso a las escuelas elementales urbanas o rurales.


Ya hemos dicho que en estas escuelas se enseñaba a rezar, a leer y, en algunos casos, rudimentos de gramática latina. Es interesante señalar la presencia bastante frecuente de maestras en estas escuelas elementales; en el año 1380, por ejemplo, en las pequeñas escuelas de París, se contabilizaban veintiún maestras que dirigían y enseñaban en ellas.15 También es curioso que en la ciudad de Boston, en 1404 se haga referencia a una magistra scholarum, toda vez que el término magister scholarum era un término técnico que designaba al profesor de gramática latina. Esto nos permite suponer que en la ciudad de Boston, a fines del s. XIV y principios del s. XV existían mujeres que no sólo aprendían gramática latina -no sólo los rudimentos- sino que también la enseñaban.16


Los casos como el mencionado más arriba no parecen ser, sin embargo, la norma general, sino más bien la excepción. Incluso las escuelas elementales no parecen haber sido frecuentadas por las niñas de los estamentos inferiores, sino más bien por las pertenecientes a la pequeña Burguesía ciudadana y a algunas familias del campo.


Las niñas pertenecientes a familias obreras tenían acceso a una educación sumamente estrecha. En general podían aprender algún oficio, ya fuera junto a sus padres o como aprendizas en algún taller. Algo similar ocurría con las campesinas y las sirvientas domésticas; en general, todas ellas carecían completamente de educación formal. A lo sumo, y a través del respectivo párroco, aprendían las oraciones elementales; pero, por regla general, eran totalmente analfabetas.


Para terminar este apartado, vale la pena indicar que había una rama del saber en el que, no sólo se permitía, sino que incluso se esperaba que las mujeres tuvieran conocimientos; nos referimos a la medicina familiar y especialmente a la relacionada con enfermedades típicamente femeninas. Contamos incluso con tratados de medicina especialmente escritos o traducidos para ellas.


No obstante, hay que señalar que hasta el s. XIX, a las mujeres les estaba vedado el ejercicio de la medicina fuera del ámbito del hogar. Notables excepciones a esta regla fueron, por ejemplo, Trótula de Ruggero o de Salerno, primera ginecóloga de la historia (s. XI),17 y las otras médicas de la Universidad de Salerno (ss. XI y XII); también debemos mencionar a Jacqueline Felice de Almania, quien en la París del s. XIV gozaba de gran prestigio como médica. A pesar de las prohibiciones a las que fue sometida, siguió ejerciendo con éxito la medicina. Por la misma época y en la misma ciudad se suman a su nombre los de Joanna la llamada "hermana lega pero casada", Belota la judía y Margaret de Yprés, quienes eran descritas como "cirujanas". Junto con ellas, consta que en la París medieval, también otras mujeres fueron procesadas por la práctica de la medicina.
 

 Formas de vida consagrada femenina durante el Medioevo


El fenómeno de la vida consagrada femenina durante el Medioevo es mucho más multifacético de lo que a primera vista podría parecernos.

No hablaremos sobre la vida de los monasterios femeninos de corte benedictino o cisterciense por ser, tal vez, la más estudiada y conocida. Indudablemente, la vida religiosa benedictina ha dado frutos tan sobresalientes como santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), santa Gertrudis de Helfta (1256-1302), Matilde de Hackeborn (1241-1299) o Matilde de Magdeburgo (aprox. 1207-1282/1294), quienes fueron figuras de primer orden, tanto por sus escritos como por sus experiencias místicas, escritos y experiencias que las convirtieron en maestras de vida espiritual; pero tal vez sea menos conocida -y de ello diremos algunas palabras- la vida de las reclusas, de las beguinas, o el origen y la inserción de los movimientos religiosos femeninos surgidos en el Medioevo, y que son como la versión femenina de los correlativos movimientos masculinos.


El estilo de vida de las reclusas, como el de las ermitañas, se remonta al origen mismo del monaquismo en el s. III. En sus orígenes, las re-clusas se diferenciaban de las ermitañas en que optaban por encerrarse en una gruta, cabaña o semejante, cuyo acceso era clausurado y cuyo único contacto con el exterior lo constituía una ventana a través de la cual se les pasaban los alimentos.


A partir del s. IX la vida de las reclusas experimentó un giro decisivo, ya que este tipo de vida consagrada se "urbanizó" -quedó ligado a las ciudades-, los reclusorios comenzaron a edificarse junto a una iglesia, o a un monasterio, a las mismas puertas de la ciudad, a un cementerio, etc.18


La vida de las reclusas típicamente medievales no revestía las características extremas que frecuentemente ha trazado la historiografía posterior. Los reclusorios constaban normalmente de dos habitaciones: locutorio y dormitorio; y tenían dos (a veces tres) ventanas: una dirigida hacia la iglesia, a través de la cual la reclusa podía seguir los oficios religiosos y recibir la comunión, y otra, a través de la cual atendía a quienes se le acercaban a pedir consejo espiritual -o a "chismorrear" como lamentaba amargamente San Elredo de Rieval-.19 Algunas veces, las reclusas disfrutaban de un pequeño jardín, y su soledad no era tan absoluta, toda vez que podían criar algún animal doméstico y, frecuentemente, tenían una sirvienta junto a sí.20

Nunca existió una regla universal para todas las reclusas; pero durante la Edad Media circularon tratados acerca del estilo de vida que debían llevar; tal vez, los más famosos hayan sido el tratado Sobre la vida de las Reclusas que san Elredo de Rieval escribió para su hermana 21 y la Ancrene Riwle. 22


Las reclusas hacían voto de castidad, obediencia y estabilidad, pero no de pobreza, por lo cual son relativamente frecuentes las noticias sobre reclusas que desde su reclusorio administraban sus propiedades o que con su dinero hacían obras de caridad.23


Los tratados que versan sobre la vida de las reclusas indican de forma bien concreta el estilo de vida que debían llevar, tanto en el modo de vestir, como sobre la comida que podían consumir de acuerdo a los diversos tiempos litúrgicos, la oración, el tiempo dedicado al silencio, los servicios que podían prestar, etc.


No obstante, estos mismos tratados dejan traslucir que las reclusas no siempre llevaban una vida tan ordenada como se esperaba de ellas -San Elredo se queja varias veces de los abusos e incluso de los actos escandalosos en los que, en ciertas ocasiones, incurrían las reclusas-.24

En la primera mitad del s. XIII, y contemporáneamente a la expansión de los "movimientos religiosos masculinos" vemos tomar cuerpo, sobre todo en Francia, Alemania y los Países Bajos, a "movimientos religiosos femeninos" semejantes a los primeros en sus aspiraciones; se trata, por ejemplo, de las "piadosas mujeres" que obtuvieron autorización del Papa Honorio III (1216-1227) para vivir en común -sin pertenecer a una orden existente ni adoptar una regla determinada- y para edificarse mutuamente a través de amonestaciones recíprocas.25 Esta autorización del Pontífice está a la base de la organización del movimiento de las beguinas -quienes recibieron diferentes nombres en los distintos países-.


Desde un principio, las beguinas tuvieron detractores, en parte por su "situación intermedia" -vivían como religiosas siendo laicas; a veces vivían solas y a veces en común, etc.-; irritaba también el "uso" que hacían de las Sagradas Escrituras -y que frecuentemente traducían a las lenguas vulgares-; sus experiencias espirituales, no siempre ortodoxas; su intención de escapar al control del clero secular, ligándose más bien a las nacientes órdenes mendicantes; su calidad de "escritoras espirituales" [entre las autoras más notables podemos mencionar a Beatriz de Nazareth (1200-1268),26 Hadewiijch de Amberes (aprox. 1240),27 y Margarita Porète (| 1310)28]; la condición de "predicadoras" que se atribuían en algunas ocasiones, y su deseo de alcanzar una "relación inmediata" con Dios, a través de la contemplación y el éxtasis, sin contar con la mediación del clero -lo cual ponía en tela de juicio la función social de la Iglesia-.29



Frente al beguinismo la iglesia institucional adoptó dos actitudes distintas: algunos teólogos y pastores las rechazaron en bloque, asimilándolas a la herejía; en otros casos se intentó "integrarlas" dentro de los cauces institucionales de la Iglesia, bien "compeliéndolas" a adoptar la Regla de san Agustín; bien agregándolas a las terceras órdenes de diferentes institutos religiosos;30 o bien, después de un largo y complejo proceso, convirtiendo los beguinatos en verdaderos y propios conventos femeninos pertenecientes a órdenes reformadas (como el Cister) o a las órdenes mendicantes.31


A partir de la segunda mitad del s. XIII la valoración del beguinismo se fue haciendo cada vez más negativa; en parte por prejuicios injustificados, y en parte por una real degradación del movimiento mismo -muchas beguinas se dedicaban a la mendicidad, encontrándose en edad de trabajar, no observaban la castidad propia de su estado, o cultivaban doctrinas heterodoxas-. Se verificó, pues, entre las beguinas un fenómeno muy similar al acaecido con los movimientos religiosos masculinos: aquellas que lograron integrarse de algún modo (como terciarias o como monjas) en órdenes religiosas, pudieron -al menos en general- salvar sus ideales iniciales, aún a costa de tener que adaptarse a una "institucionalización" imprevista en los orígenes del movimiento; las otras, o bien fueron incomprendidas y a veces injustamente condenadas, o bien realmente cayeron en el cultivo de prácticas y doctrinas heterodoxas.32
 

3. Las "trovadoras de Dios"


Las autoras de las que venimos hablando, aún con características que las diferencian entre sí, tanto si nos referimos a Hildegarda de Bingen como a las beguinas del s. XIII o a Beatriz de Nazareth, quien fuera educada por las beguinas para terminar siendo priora cisterciense; en una publicación han merecido el apelativo de "trovadoras de Dios".33 Aunque en la obra mencionada no se explica el alcance de tal apelativo, creo que el mismo es correcto.


Los siglos XII y XIII -arco temporal en el que escriben tanto la Abadesa de Bingen como las principales representantes del movimiento begui-nal- constituyen una época de trovadores; en efecto, a principios del s. XII aparece entre los ambientes aristocráticos del mediodía francés una poesía en lengua occitana de rara complejidad; se trata de la poesía de los "trovadores" -trobar significa "inventar" o "hacer poemas"- la cual brilló entre 1150 y 1230. Los trovadores eran "poetas de corte" y su ideal de vida se cifraba en la "cortesía", la cual supone la conjunción de elementos como la generosidad, la delicadeza de los modales y el amor perfecto hacia la mujer amada. El estilo poético de los trovadores se extendió rápidamente por la península ibérica, Alemania, Italia y el norte de Francia.34


En Hildegarda, y más aún en las beguinas que hemos mencionado más arriba, se perciben claramente la presencia de todos estos elementos: Todas ellas manejan un lenguaje literario sumamente delicado y poético que coincide con el "lenguaje cortés"35 -de hecho, varias de ellas han escrito bellísimas poesías y canciones-,36 en ellas se expresa una espíritu de inmensa generosidad y entrega y el deseo de alcanzar un amor perfecto; sólo que en ellas, el objeto último de ese amor no es ningún hombre sino el mismo Dios. Creo que la suma de todos estos elementos nos permiten considerarlas con justicia como "las trovadoras de Dios".


No podemos abordar, ni siquiera sumariamente, el contenido de sus obras, pero al menos digamos que en las mismas se integran perfectamente una doctrina sólida junto con su experiencia espiritual. En este sentido ellas se ubican en el polo opuesto al de los doctores escolásticos; usando un lenguaje "eckhartiano" podríamos decir que ellas son "Lebemeisterinen" (maestras de vida), por oposición a los "Lesemeistern" -Lectores de las Sagradas Escrituras-.37 Nuestras beguinas supieron unir la "mística del amor" a la "mística del ser", expresándose en un lenguaje en el que se funden el simbolismo del amor cortés con la expresión metafísica del amor de Dios.38


Para concluir, querría señalar otras dos características de las beguinas, que muestran su importancia para la vida cultural y eclesial de la Edad Media. Ellas pueden ser calificadas como "madres de varias lenguas modernas" y como "maestras de prelados y de maestros espirituales".


Obviamente, estas expresiones no pueden entenderse de manera absoluta y excluyente; pero es una realidad que por no haber escrito en latín -salvo Hildegarda y alguna otra mujer excepcional- sino en sus propias lenguas, las beguinas se cuentan entre las primeras escritoras del antiguo flamenco, del primitivo neerlandés, del primitivo alemán y de varios dialectos que están en los orígenes del francés.


Aún aquellas mujeres cuyos nombres no trascendieron en la historia, pueden considerarse "maestras y consejeras de prelados y de maestros espirituales" en cuanto que, muchos obispos se aconsejaban con ellas, y muchos autores místicos que las confesaban o dirigían espiritualmente, frecuentemente sistematizaron los fenómenos místicos que las beguinas experimentaban en la oración. Por nombrar sólo algunos casos, son paradigmáticos la relación que existió entre el Cardenal Jacques de Vitry (1170-1240) y María de Oignies (1177-1213), quien fuera su inspiradora;39 o entre Meister Eckhart y varias beguinas de cuyas experiencias se nutrió y que fueron fuente de inspiración para su doctrina mística.40
 

Ricardo Walter Corleto OAR

Historia de los cristianos en al-Ándalus. Amor y sexualidad en la edad media


AMOR Y SEXUALIDAD EN LA EDAD MEDIA

Introducción histórica


La vivencia de la sexualidad, de las relaciones de pareja y del amor, son construcciones de cada época, cultura y religión. Estos conceptos no han sido vividos de la misma manera a lo largo de la Historia, tampoco en los diez siglos de Edad Media. El contexto o las circunstancias han determinado el cómo, el cuándo, o el quiénes.


Boda medieval

Partiendo de esta premisa, es muy complicado establecer una línea continua pero sí intentaremos dar unas pinceladas sobre aquellas cuestiones que las determinaron. Así por ejemplo, ni judíos ni musulmanes sufrieron tanta presión como los cristianos en la reglamentación del matrimonio y las relaciones carnales pero sí hicieron del matrimonio una dominación mucho mayor del varón respecto a la mujer.


El amor, el matrimonio y la Iglesia


La Iglesia, durante la Edad Media, recogió la antorcha del Imperio Romano y siendo cristiana, judía o musulmana, aglutinó tierras y gentes, convirtiéndose en un pilar fundamental para cualquier estado y sociedad.

Así, los clérigos pasaron a ser los consejeros espirituales y morales, siendo los únicos capaces de marcar la diferencia entre el Bien y el Mal. Tal era el nivel de implicación, que consiguieron además de explicar fenómenos meteorológicos, procesos evolutivos y enfermedades y curas, acceder hasta los espacios privados, las relaciones familiares y de pareja así como a las prácticas sexuales entre ellos.

El principal objetivo por parte, sobre todo, de las altas esferas eclesiásticas, fue acabar con las tradiciones provenientes de los bárbaros quienes, entre otras prácticas, tenían como aceptado el concubinato, el adulterio- que en realidad no era como lo conocemos sino que al no tener instituido el matrimonio, podían unirse y separarse libremente- así como el incesto, donde los hombres se relacionaban con primas, hermanas o las hijas de éstas.

Por ello la respuesta de la Iglesia fue el asentar el matrimonio como institución que llevaría al buen orden social, alejando prácticas poco deseables.


Sexo en la Edad Media
En el matrimonio, cada uno de los cónyuges tenía una posición - la privada para las mujeres, la pública para los hombres- y funciones diferentes - los hombres eran los encargados de mantener a la familia, las mujeres de cuidar al esposo, los hijos y la casa- para asegurar la armonía y el buen desarrollo de la convivencia. Siendo el matrimonio unión entre hombre y mujer, las relaciones entre el mismo sexo, tradición proveniente del mundo clásico, también pasaron a ser una práctica prohibida. El matrimonio debía ser heterosexual- aunque no utilizasen esta misma palabra- y ningún otro. Todo el intrincado concluía con la amenaza de excomunión, una terrible pena en la Edad Media, y con el juicio divino que castigaría a los pecadores enviándoles directamente al Infierno.

Para llevar a cabo tal misión, articularon una serie de principios que corroboraban las teorías divinas relacionadas con las relaciones de pareja y las prácticas sexuales, entre las que se incluía el pecado que suponían éstas fuera del matrimonio- lucharon sobre todo contra la infidelidad- o que la mujer no llegase doncella al matrimonio, organizando todo un culto entorno a la virginidad como virtud que cualquier mujer debía mantener.

Con el paso de los siglos, las exigencias a los varones se fueron relajando, cayendo sobre la mujer la responsabilidad de castidad, única forma de que un varón se asegurase sobre la paternidad de la criatura, de otra forma impensable en la época. Los mayores castigos y penitencias por adulterio impuestas a mujeres que a hombres, no vienen sino a corroborar los diferentes criterios entorno a la cuestión donde además, el marido se va convirtiendo, poco a poco, en el garante del cuerpo de su mujer, aumentando, si es posible, el control sobre la esposa.

Los tratados de la época también se hicieron eco de cómo debían ser las relaciones sexuales, las cuales se despojan de todo goce o disfrute y se resumen en el acto coital con finalidad reproductiva. No debían mantenerse relaciones si no se tenía tal objetivo. Canecillo de San Miguel de Fuentidueña

Claro está, una cosa fue la teoría, otra la práctica. Las leyes -jurídicas o eclesiásticas- no siempre marcaban la vida diaria de los hombres y las mujeres quienes, lejos de las instituciones, debían vivir sus vidas como pudiesen. Además, las fuentes suelen centrarse en los nobles por lo que sabemos menos de otras clases sociales así como de las diferencias entre los matrimonios en el campo y la ciudad.



Sí sabemos que tanto unos como otros llevaron a cabo prácticas distintas, especialmente entre la nobleza - como ya dijimos los matrimonios sellan acuerdos y el amor poco tiene que ver- y los campesinos y artesanos. Lo mismo ocurre con la idealización no sólo de las relaciones sino también de los hombres y mujeres, especialmente de ésta que es representada más como objeto que como sujeto, respondiendo a ideas creadas en las mentes de unos pocos.



(Autora del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:

Ana Molina Reguilón






Historia de los cristianos en al-Ándalus. Protestas e intolerancia de la iglesia cristiana medieval

PROTESTAS E INTOLERANCIA DE LA IGLESIA CRISTIANA MEDIEVAL



El deseo de una experiencia religiosa más profunda y personal —que caracterizó al renacimiento espiritual de la Alta Edad Media— condujo al pueblo en direcciones hostiles a la iglesia institucional. A partir del siglo XII la herejía, la permanencia de las doctrinas religiosas diferentes de las enseñanzas ortodoxas de la iglesia, llegó a ser un problema para la iglesia católica.

La herejía mejor conocida de los siglos XII y XIII fue el catarismo. A los cátaros (la palabra cátaro significa «puro”) también se les conoció como albigenses, por la ciudad de Albi, una de sus fortalezas en el sur de Francia. Creían en un sistema dualista en que el bien y el mal eran entidades distintas y separadas. Las cosas del espíritu eran buenas, como creadas por el Dios de la luz; las cosas del mundo eran malas, ya que las había creado Satán, el príncipe de la oscuridad. Del mismo modo, los humanos estaban inmersos en el dualismo. Sus almas, que eran buenas, estaban atrapadas en cuerpos materiales, que eran malos.

Según los cátaros, la iglesia católica, una institución materialista, no tenía nada que ver con Dios, y era esencialmente mala. No había necesidad de seguir sus enseñanzas o de reconocer su autoridad. El movimiento de los cátaros tuvo gran apoyo por parte de importantes nobles del sur de Francia y norte de Italia.

La difusión de la herejía en el sur de Francia alarmó a las autoridades eclesiásticas. El papa Inocencio III llamó a los nobles del norte de Francia para que llevasen a cabo una cruzada (una campaña militar en defensa de la cristiandad) en contra de los herejes. La cruzada contra los albigenses, comenzada en el verano de 1209 y que duró casi dos décadas, fue sangrienta. Miles de herejes (e inocentes) fueron asesinados, incluyendo poblaciones completas de algunas villas. Por ejemplo, en Béziers siete mil hombres, mujeres y niños fueron masacrados cuando buscaban refugio en la iglesia local.

El ejército cruzado debido a la gran afluencia de nobles franceses estaba compuesto por unos 30.000 hombres, un tamaño inmenso para la costumbre de la época. La dirección de la cruzada correspondía en su aspecto religioso al legado papal Arnaud Amalric y en su aspecto militar estaba dirigida por el noble Simón IV de Montfort, debido a la larga experiencia militar de éste noble, que había participado en la Cuarta Cruzada (contra Bizancio) y había peleado en Tierra Santa.

Ramón Roger Trencavel, vizconde de Albí, Béziers y Carcasona será el principal líder de los nobles que defendían a los cátaros.

El 21 de julio de 1209, los cruzados sitiaron Béziers, uno de los principales focos cátaros. Simón de Montfort atacó la ciudad, tomándola rápidamente y masacrando horriblemente a la población, sin importarle si eran cátaros o no. Alrededor de 8.000 personas murieron en la ciudad de Béziers, pasando a la historia la famosa frase:”Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos”, atribuida por la mayoría de fuentes al legado papal Arnaud Amalric.

Esta matanza sobrecogió a la población de la zona y tuvo un efecto devastador sobre los nobles defensores y sus tropas, capitulando sin resistencia la mayoría de fortalezas y ciudades que acogían a los cátaros.

El sur de Francia fue devastado, pero el catarismo permaneció, lo cual provocó que la iglesia católica instrumentara un método regular para descubrir y lidiar con la herejía. Esto condujo al surgimiento del Santo Oficio, como se le llamó a la Inquisición papal, una corte formal, cuyo trabajo fue investigar y tratar heréticos. Cualquiera que fuera acusado de herejía, se rehusara a confesar y estuviera todavía considerado culpable, se le remitía a los autoridades seculares ara que lo ejecutarán. Para los cristianos del siglo XIII, que creían que sólo había un camino de salvación, la herejía constituía un crimen contra Dios y la humanidad, por lo que se justificaba el uso de a fuerza para salvar las almas de la condenación. El fanatismo y el temor desatado en la lucha contra los herejes también se utilizaron contra otros, sobre todo contra el más conocido de los grupos extraños a la sociedad occidental: los judíos.

PERSECUCIÓN DE LOS JUDÍOS: Los judíos constituyeron la única minoría religiosa de la Europa medieval a la que se le permitía practicar una religión no cristiana. En la Baja Edad Media los judíos estaban activamente involucrados en el comercio y las artesanías. Más tarde, una vez que los sistemas feudales y gremiales les prohibieron tener propiedades y comercios, algunos judíos vieron en el préstamo de dinero una forma para sobrevivir, aunque esto sólo era cierto para una minoría.

No se conoce con precisión el número de judíos que había en Europa. Inglaterra tenía una población relativamente pequeña, tal vez entre 2500 y 3000 judíos, lo que representa uno de cada mil habitantes. Había una mayor cantidad en el sur de Italia, España, Francia y Alemania. En el sur de Europa los judíos desempeñaban una importante función como intermediarios culturales e intelectuales ‘ntre el mundo musulmán y el cristiano.


El entusiasmo religioso de la Alta Edad Media produjo un brote de intolerancia contra los supuestos enemigos del cristianismo. Aunque esto fue evidente en las cruzadas contra los musulmanes , los cristianos también se ocuparon de buscar a los enemigos en casa, persiguiendo a los judíos en Francia y en el área del Rin durante la primera cruzada. Los judíos de Speyer, Worms, Mainz y Colonia fueron atacados por bandas de cristianos cruzados. Un cronista contemporáneo describió la forma en que una banda de cruzados ingleses —que se detuvieron en Lisboa, Portugal, camino de Tierra Santa— “echaron a los paganos y a los judíos, siervos del rey, que vivían en la ciudad, saquearon sus propiedades y sus posesiones, y quemaron sus casas; y después les quitaron sus viñedos, sin dejarles ni una uva ni un racimo. Incluso los que trataron de proteger a los judíos corrieron peligro.

Cuando el arzobispo de Mainz proveyó refugio a los judíos, un populacho enardecido atacó su palacio y lo obligó a huir. Los papas también salieron en la defensa de los judíos, expidiendo decretos que recordaban a los cristianos que no se debía perseguir a los judíos.

En el siglo XIII, en esa densa atmósfera religiosa creada por la lucha contra los herejes, los judíos fueron más y más perseguidos. Los frailes incitaban a actuar contra estos asesinos de Cristo, haciendo referencia al punto de vista cristiano tradicional de que los judíos son los responsables de la muerte de Jesús, y quemaban en público libros judíos. El Cuarto Concilio de Letrán de 1215 decretó que los judíos debían usar ropas que los distinguieran de los cristianos. El mismo concilio fomentó el desarrollo de los ghettos judíos, o recintos amurallados, no para protegerlos, sino para aislarlos de los cristianos. Las persecuciones y la nueva imagen del odiado judío alentaron una tradición antisemita que llegó a ser una de las peores contribuciones de la Europa cristiana al legado occidental.

A finales del siglo XIII los reyes europeos, que antes se veían a sí mismos como protectores de los judíos, habían despojado a las comunidades judías de su dinero y dejaron de protegerlas. Eduardo I expulsó a todos los judíos de Inglaterra en 1290. El rey francés siguió su ejemplo en 1306, los volvió a admitir en 1315 y los expulsó de nueva cuenta en 1322. Conforme se extendía esta política hacia Europa central, la mayoría de los judíos del norte de Europa se vieron obligados a trasladarse a Polonia, como su último refugio.

INTOLERANCIA Y HOMOSEXUALIDAD

El clima de intolerancia que caracterizó las actitudes del siglo XIII hacia musulmanes, herejes y judíos también se hizo manifiesto contra otro grupo: los homosexuales. Aunque la iglesia condenó la homosexualidad en la Baja Edad Media, no le había preocupado demasiado el comportamiento homosexual, y tal actitud también prevaleció en el mundo secular. Sin embargo, alrededor del siglo XIII, estas actitudes tolerantes cambiaron drásticamente. Algunos historiadores relacionan este cambio con el clima de temor e intolerancia que prevaleció en el siglo contra los grupos minoritarios que se apartaban de la norma de la mayoría. Un enfoque preferido de los críticos fue identificar a los homosexuales con otros grupos detestados. Se describió la homosexualidad como una práctica regular de musulmanes y conspicuos herejes, como los albigenses. Entre 1250 y 1300, lo que se había tolerado en la mayor parte de Europa, ahora constituía un acto criminal que merecía la muerte.


La legislación contra la homosexualidad se refería a ésta, por lo común, como un pecado “contra natura”. Éste es precisamente el argumento desarrollado por Tomás de Aquino, quien ha formado la opinión católica en esta materia durante siglos. En su Summa Teologica, Tomas de Aquino manifestó que el propósito del sexo era la procreación , por lo tanto, solo podía ser practicado legítimamente de forma que no excluyera esta posibilidad. Así la homosexualidad era "contraria a la naturaleza" y constituía una desviación del orden natural establecido por Dios. Este argumento y las leyes que prohibían la actividad homosexual so pena de castigos graves siguió siendo la norma en Europa y en cualquier parte del mundo cristiano hasta el siglo XX.



Fuente Consultada: Civilizaciones de Occidente  de Jackson Spielvogel

lunes, 30 de julio de 2012

Historia de los cristianos en al-Ándalus. Cristianos en al-Ándalus (siglos VIII_XII)

CRISTIANOS EN AL-ÁNDALUS  (SIGLOS  VIII – XII )

 Rosetón mudéjar de la iglesia de San Lorenzo en Córdoba.La tracería se forma base de arquillos que se entrecruzan como en el "sebka" almohade.Posiblemente de principios del s. XV, y posterior a la construcción del templo fernandino.
El derecho islámico de guerra separaba en las presas hechas al enemigo los bie- nes muebles del suelo conquistado. Los primeros, incluyendo a los cautivos, se consideraban botín y el estado se reservaba el quinto. El suelo, en cambio, que- daba para la Umma o comunidad de musulmanes, existiendo dos posibilidades a considerar. Si el territorio era ocupado por la fuerza, permanecía indiviso e inalienable bajo la propiedad suprema de la Umma, y sus antiguos ocupantes podían permanecer en él pagando el tributo conocido como jarach , Pero si los habitantes del territorio se sometían de buen grado, firmando una capitulación, recibían la dimma o protección islámica, que les garantizaba todos sus derechos a cambio de pagar la chizia o capitación1.

La Crónica mozárabe, una de las raras fuentes coetáneas de la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica, refiere con tintes sombríos el momento de la conquista: matanzas, huidas de la población indígena a los montes, etc. Tradiciones musulmanas tardías sostienen, en cambio, que la mayor parte de Hispania no se resistió sino que capituló. Valga como paradigma el famoso tratado suscrito por Abdelaziz con el conde Teodomiro en abril de 713 2.

Al principio había cristianos por doquier, en la ciudad y en el campo. La crónica mozárabe, cuya redacción concluye en 754, cita los censos de hechos por los primeros gobernadores para asegurar el pago de los primeros gobernadores para asegurar el pago de los impuestos, pero no nos aclara qué zonas de la Península estaban regidas por los términos de un tratado de paz o de conquista. Tampoco lo hacen las fuentes árabes. Por eso surgirán problemas, más adelante, cuando se planteen litigios sobre propiedad. En 1125 el cadí 'Iyad recogía la opinión predominante al afirmar que la naturaleza del estatuto de los cristianos en al-Andalus era un problema sin resolver. No estaba claro quiénes se habían beneficiado de un pacto (sulhiyyun), que les concedía la propiedad de los bienes que detentaban, y quiénes habían sido conquistados de viva fuerza (' anwatan) y, por tanto, habían sido desposeídos de sus bienes 3.


1. EL RITMO DE LAS CONVERSIONES AL ISLAM

La ausencia de proselitismo religioso de parte de los conquistadores no excluye que se produjeran conversiones al Islam en fecha temprana. Pero el ritmo de las mismas en al-Andalus sigue siendo una incógnita, pese a las propuestas de Richard Bulliet a favor de una islamización lenta y tardía. El historiador americano ha descrito un proceso general de conversión que él cree que fue la norma en todos los territorios conquistados por los árabes. Traza unas curvas de conversión basándose en el análisis  estadístico de los nombres de los ulemas y letrados, de quienes los tabaqat, o diccionarios biográficos, guardan muchos centenares de biografías. Bulliet rastrea las cadenas onomásticas de generación en generación hasta que aparecen nombres como Tudmir, Rudruq, Lubb... a fin de averiguar el momento en que se convirtió al Islam algún miembro de las familias en cuestión. El historiador es consciente de lo aleatorio que resulta conceder un número de años a cada generación; también, de la existencia de genealogías falsas. Pero estas objeciones no importan si la muestra estadística es amplia. Según él, un 10% de la población de al-Andalus estaría integrada por circa 750; cien años más tarde, éstos representarían el 20% y, en 950 el 50%. Para el cambio de milenio, los musulmanes tendrían ya una mayoría abrumadora,  en torno al 75 ó el 80 % 4.

El problema reside a la hora de traducir estos porcentajes a números concretos. No s lo mismo que la Península tuviera siete millones de habitantes en el 711según afirma Glick, o cuatro como propone Richard Fletcher. Tampoco conocemos la evolución demográfica posterior. Pero tanto el segundo como Ma. Jesús Viguera, aun aceptando que los datos de Bulliet son meramente orientativos, consideran que la curva de conversión se ve corroborada por otras fuentes. En concreto, el historiador británico ve una correspondencia entre los citados cálculos y la reconstrucción y sucesivas ampliaciones de la mezquita de Córdoba, de Abderrahman I (784-786) al hachib Almanzor (987-990)5.

Otros investigadores muestran sus reservas respecto a la hipótesis de Bulliet. Pierre Guichard, por ejemplo, cuando afirma que la impresión que se extrae de las crónicas referentes a las revueltas muladíes en el último tercio del siglo IX y primeras décadas del siguiente no es la de un país en el que los dimmíes cristianos sean numerosos. Sólo en las Alpujarras y los Montes de Málaga hay comunidades "mozárabes" importantes, que salen a relucir con motivo del alzamiento de Umar ibn Hafsún. En el resto de al-Andalus escasean las referencias a grupos cristianos que, en muchos casos, podían haber emigrado al norte para participar en la repoblación del valle del Duero6.

La verdad es que nadie ha ofrecido hasta ahora una interpretación alternativa a la de Bulliet. Así pues, habría que aceptar sus propuestas a favor de una islamización lenta y tardía, admitiendo que su ritmo varió de unas zonas del país a otras. En este sentido, el análisis de unas cuentas fiscales de la cora de Córdoba ha permitido a Miquel Barceló comprobar que, a mediados del siglo IX, apenas el 25% de las 773 alquerías del distrito estaban habitadas por campesinos cristianos7. Lo antedicho sugiere un ritmo de conversión más rápido que el supuesto por Bulliet, sin duda estimulado por la proximidad de la capital del emirato.

Muchos de los conversos, conocidos como muwalladun o muladíes, tardarán en desprenderse de sus prácticas y costumbres cristianas pese a la desaprobación de los juristas. Un texto de la primera mitad del siglo IX, inserto en una fetua de época posterior, recoge la opinión sobre el particular de Yahyá b. Yahyá al-Laytí. Este jurista beréber, que conspiró contra el emir al-Hakam I (796-822) e influyó en su sucesor Abderrahman II (822-852), fue uno de los artífices del establecimiento de la ley malikí como escuela legalmente oficial en al-Andalus, antes de su muerte en 849. No hay duda de que el malikismo, con sus actitudes rigurosas y bastante conservadoras, encontró muchas cosas que corregir. En el caso que nos ocupa, al-Laytí considera a las mujeres principales culpables de que continuara observándose el descanso dominical entre los conversos y, asimismo, de que se tomaran vacaciones los días de fiestas cristianas. Por eso, recomienda que se las obligue a trabajar los viernes hasta la llamada a la oración, recen entonces y vuelvan al trabajo de cuidar de sus maridos e hijos. Los únicos días libres para ellas serían las dos principales fiestas musulmanas: la del Fitr o ruptura de ayuno del Ramadán, y la de los Sacrificios o del Carnero8. No transcurrirá mucho tiempo antes de que esas críticas tengan su respuesta del lado cristiano, si bien en un sentido muy diferente.


2 . LA SOCIEDAD "MOZÁRABE" (SIGLOS VIII-IX)

En los primeros tiempos del emirato omeya los cristianos tributarios ocuparon puestos tanto en la administración como en la milicia. Pero a medida que aumente el poder de los fuqaha disminuirá su influencia en la esfera estatal. A fin de cuentas, como "protegidos" que eran, los cristianos carecían de toda representación política a pesar de contar con sus propias élites civiles y religiosas. La Crónica mozárabe da cuenta de la iniciativa del gobernador Uqba (737-742) para garantizar que las gentes de cada religión fuesen juzgadas de acuerdo con sus leyes, lo que suponía, en el caso de los cristianos, mantener el Forum Iudicum de época goda. Tanto esto como los esfuerzos por regularizar el cobro de impuestos ayudan a explicar el desarrollo de comunidades cristianas con un cierto grado de autonomía interna en Toledo, Mérida y, sobre todo, Córdoba. Los cristianos de esta ciudad estaban gobernados por un comes, también denominado defensor o protector. El ejercicio de la justicia correspondía al censor o qadi al-nasara ("juez de los cristianos"), que carecía de competencias en aquellos litigios entre dimmíes y musulmanes. Por su parte, el exceptor se encargaba de percibir la chizia, que se abonaba colectivamente en fracciones mensuales. Tanto éste como el censor acabarán siendo nombrados directamente por los emires.

Se mantuvo en pie la organización eclesiástica de época visigoda. Pero gran parte de los bienes de la Iglesia habían pasado a manos de los conquistadores y varias sedes episcopales estuvieron vacantes durante algún tiempo. Otros obispos y algunos responsables de comunidades monásticas colaboraron con la administración omeya. El abad Sansón, que sabía árabe, tradujo cartas del emir para Carlos el Calvo. Pero los "colaboracionistas" más famosos fueron, sin duda, Hostegesis, obispo de Málaga, Samuel, titular de la diócesis de Elvira, y Servando, comes de Córdoba. En el caso de Hostegesis parece que aprovechaba sus visitas pastorales para elaborar listados de los cristianos residentes en la diócesis malagueña, facilitando así el cobro de los impuestos estatales9.

No hay pruebas de que los cristianos vivieran en barrios especiales, apartados del resto de la población. Al contrario, en la obra al-Mustajraía del jurista cor­dobés al-'Utbi, muerto en 869, salen a relucir cuestiones que ponen de manifiesto que había contactos frecuentes entre cristianos y musulmanes. Preguntas tales como si los segundos pueden aprovechar para sus abluciones el agua que antes ha usado un infiel; o si pueden vestir las ropas de cristianos o utilizar tejidos hechos por ellos; si se les puede enterrar juntos; si la mujer musulmana puede amamantar a un niño cristiano y, para terminar, si los  files creyentes pueden saludar a los dimmíes o devolverles el saludo. Otras cuestiones revelan la existencia de familias mixtas: ¿puede un hijo musulmán asistir al entierro de su padre cristiano? O bien, ¿puede acompañar a su madre cristiana y darle dinero?10.

El estrecho contacto con los musulmanes produjo desorientación cultural entre los "mozárabes", algunos de los cuales se mostrarían receptivos a diferentes manifestaciones heterodoxas del cristianismo. El arzobispo de Toledo Cixila (774-783) tuvo que combatir el sabelianismo, una herejía surgida en Libia en el siglo III, la cual reducía la Trinidad a manifestaciones diferentes de una misma persona divina. Su reaparición en al-Andalus hay que interpretarla como un deseo de acercarse al Islam. Un fin similar perseguiría el adopcionismo, que defendió el primado Elipando a fines del siglo VIII. Según él, la figura de Cristo sólo guardaba una naturaleza divina secundaria, derivada de la del Padre, que se la concedía por adopción. Esta herejía apenas tuvo seguidores en al-Andalus, pero causó preocupación en los medios asturianos y carolingios. El papa Adriano I llegó a compararla con el nestorianismo y algún investigador moderno ha planteado la posible venida de misioneros de esta confesión al occidente islámico11.


2.1. LOS "MÁRTIRES" DE CÓRDOBA (850-859)

A mediados del siglo IX una extraordinaria oleada de fervor sacudió a la comunidad cristiana de Córdoba y su entorno: sacerdotes y laicos, hombres y mujeres buscaron inmolarse insultando públicamente al Islam y ofendiendo el nombre de Mahoma. La pena que automáticamente se imponía por esto era la muerte, pero parece que las autoridades dieron a los culpables una oportunidad de retractarse antes de ordenar su ejecución. El primer caso documentado fue el de Perfecto en 850, al que siguieron otros—alrededor de medio centenar— hasta 85712. Se conoce lo sucedido gracias a los Memoriale Sanctorum escritos por Eulogio de Córdoba, que fue ejecutado en marzo de 859, y al Indiculus Luminosus, obra redactada cinco años antes por su amigo y biógrafo, Paulo Alvaro. Uno y otro pertenecían a familias acomodadas. Eulogio tenía a un hermano en la administración del Estado; otros dos comerciaban con el país de los francos. En cuanto a él, destinado al sacerdocio, se formó con el abad Speraindeo. En un viaje que hizo a Navarra se trajo La Eneida, las poesías de Juvenal y Horacio, La Ciudad de Dios, de San Agustín, y un texto polémico sobre la figura del Profeta, criticada desde el punto de vista moral, que luego utilizaría en sus obras.

Las vidas de muchos mártires revelan su pertenencia a familias religiosamente mixtas. Asimismo, los textos denuncian la presencia en Córdoba de cristianos musta 'rib o "mozárabes", es decir, arabizados13 Éstos podían pasar por musulmanes porque hablaban el árabe, vestían a la usanza oriental, se circuncidaban y respetaban las leyes dietéticas del Islam. Algunos sacerdotes, incluso, habían descuidado sus vestiduras propias y adoptado las modas generales. Por esto, y para recordarles que debían guardar el celibato, el clérigo cordobés Leovigildo de Ansefredo escribió Liber de habitu clericorum a instancias del cabildo de la iglesia de San Cipriano. Había, además, quienes compartían las ideas islámicas sobre la divinidad de Cristo y no creían que hubiera muchas diferencias entre las dos religiones. Es evidente que se había producido una fractura en el seno de la comunidad, entre los cristianos "complacientes" y los más rigurosos. Los segundos, con su tendencia a inmolarse parecen haber pretendido "redimir" al resto de sus correligionarios.

Eulogio y Paulo Alvaro escribieron sus obras, justificando los martirios voluntarios, después que Abderrahman II convocara un concilio eclesiástico para resolver el problema. Presidido por Recafredo, metropolitano de Sevilla, los asistentes no se pronunciaron acerca de la cuestión del martirio, pero a instancias del exceptor Gómez, que seguía órdenes del emir, acordaron desalentar la continuación de tales prácticas entre los fieles al considerar que era insensato y peligroso provocar a las autoridades musulmanas. Éstas podrían alterar el estatuto legal de la comunidad en su conjunto14.

En la década siguiente se reavivarían las querellas cristológicas gracias al enfrentamiento protagonizado por el abad Sansón y el obispo Hostegesis, que en los escritos del primero aparece como Hosti Jesu, o enemigo de Jesús. El malagueño es acusado de negar la omnipresencia de Dios en todas las cosas y, más concretamente, de sostener que Jesús se había formado en el corazón de María, y no en su vientre. De este modo rechazaba el misterio de la Encarnación y, en consecuencia, la divinidad de Jesús. La herejía de Hostegesis, que era otra forma de acercarse al Islam, demuestra que los llamados "martirios voluntarios" no habían servido para nada. No obstante, el deseo de inmolarse vuelve a ma­nifestarse a principios del siglo X. En la biografía de Aslam b. Abdallah al-Aziz, que fue cadí mayor de Córdoba en 913-922 y 924-926, sale a relucir el caso de un cristiano que buscaba emular a Cristo y que fue devuelto a su casa tras recibir una tanda de latigazos. Mayor interés reviste una fetua de Ibn Lubaba, fallecido en 926, que narra cómo la cristiana Dalja declaró ante el consejo de jueces de Córdoba que Jesús era Dios y que Mahoma había mentido al declarar que era profeta de una divinidad inexistente. Razones más que suficientes para que la condenasen a muerte15. Ambos episodios ponen de manifiesto que el recuerdo de los "mártires'' seguía vivo.


22. LOS CAMPESINOS CRISTIANOS


Cuando los musulmanes invadieron la Península Ibérica la mayoría de la población indígena, más o menos cristianizada, residía en el campo. A pesar de ello, la mayor parte de las noticias sobre los nuevos dimmíes corresponde siempre a comunidades urbanas. Queramos o no, tendemos a hacer caso omiso de las comunidades cristianas que sobrevivieron en el ámbito rural hasta fechas tardías. Sin embargo, los acontecimientos que marcan las revueltas contra los Omeyas en época de Muhammad I, al-Mundír, Abdallah y Abderrahman III nos dan la oportunidad de conocer a estos campesinos "mozárabes".

El emir Muhammad I (852-886) mantuvo la política de fortalecimiento del estado que habían venido desarrollando sus antecesores. En el plano fiscal, esto se tradujo en el endurecimiento de la presión tributaria y en la comisión de abusos dado que, para estimular el celo de los gobernadores provinciales, se les cedió una parte de los ingresos recaudados. A los alzamientos protagonizados por los muladíes de las Marcas fronterizas se sumarían, a partir de 870, otros en el sur de al-Andalus. El vocablo fitna, con sus significados de "sedición", "revuelta" y "guerra civil", resulta apropiado para definir los conflictos sociopolíticos y étnico-culturales que se generalizan durante la etapa del emir Abdallah (888-912). La historiografía moderna tiende a interpretar esta crisis como los últimos coletazos de una fiscalidad feudalizante, que beneficiaba a los terratenientes muladíes, frente a la presión del estado cordobés. Esta resistencia contribuiría a que árabes y beréberes se sublevaran en algunas ciudades y sus áreas de influencia. Pero los cristianos sólo van a jugar un papel importante en las revueltas que tienen como escenario las montañas andaluzas. De grado o por fuerza van a apoyar a los "señores" muladíes, quienes aparentaban protegerlos suplantando al Estado en la exacción de renta16.

Como es sabido, el enemigo principal de los Omeyas fue Umar b. Hafsún que, refugiado en Bobastro, junto a las gargantas del Chono, encabeza una revuelta en la zona malagueña contra el emir al-Mundir (886-888), la cual coincide con alzamientos muladíes en otras partes de Andalucía Oriental. Este caudillo se comportaba como un "señor de la guerra" en el peor de los sentidos, pues no hacía distinciones a la hora de atacar a sus vecinos para robarles o imponerles tributo. De ese modo acabaría extendiendo su dominio directo e influencia desde Algeciras hasta las proximidades de Elvira y Jaén. Un cronista tardío, Ibn Hayyán, señala que el rebelde contaba con el apoyo de comunidades muladíes y, sobre todo, cristianas: aparte de Bobastro, las de Jubiles, Belda, Santopítar, Jotrón y Monterrubio, entre otras; y siguiendo a al-Razi, escribirá que "eran/ cristianos/ la mayoría de los hombres y guerreros de Ibn Hafsún".

Así pues, todo parece indicar que seguía habiendo una solidaridad entre autóctonos por encima de las diferencias religiosas. De ahí que no esté claro por qué Umar ibn Hafsún se convirtió al cristianismo en 899. La noticia de esta apostasía—que no todos creyeron-, fue aprovechada por la propaganda del emir para fortalecer la voluntad de lucha de los suyos. Ibn Hayyán refiere que algunos de sus aliados muladíes se apresuraron a abandonarle, facilitando así que la presión militar ejercida por Abderrahman III a partir de 912 obligue al líder rebelde a someterse formalmente poco antes de morir, en 917. Sus cuatro hijos y herederos se enzarzan en luchas intestinas que preparan el camino para la rendición final de Bobastro, en enero de 928. Pero dado que las fuentes emirales se refieren a Ibn Hafsún como infiel, algún historiador moderno opina que esa infidelidad pudo ser el resultado de los tratos que aquél sostuvo con el régimen fatimí de Ifriqiya. Al margen de que en Bobastro hubiera dos iglesias y un obispo que atendía por el nombre de Ibn Maqsim (Máximo), cabe la posibilidad de que la historia sobre la conversión al cristianismo del famoso caudillo no fuera más que un rumor para desacreditarlo17. El hecho de que el emir se apresurara a abrir la tumba de Ibn Hafsún para que todos se convencieran de que había muerto como cristiano nos hace pensar que los bulos difundidos por el gobierno no habían encontrado el eco esperado.

Las fuentes que tratan de la fitna mencionan la presencia de muchas fortalezas en las zonas sublevadas. Los estudios de arqueología extensiva han confirmado la existencia de un amplio fenómeno de encastillamiento en Andalucía Oriental, distinguiendo dos tipos de fortalezas: los simples refugios, con recinto vacío y sin ocupación estable, y otros más complejos, capaces de mantener guarni­ciones permanentes y, a veces, poblaciones campesinas. Pero si las estructuras están darás no ocurre igual con la cronología, que sigue siendo dudosa. Se supone que las fortalezas-refugio—muchas con nombres latinos--, son las más antiguas, remontándose incluso a la época de la conquista. En cambio, las más sofisticadas comenzarían a aparecer durante la fitna.

Sirva esto para explicar la política de pacificación emprendida por Abderrah­man III al compás de sus campañas militares. Los amos de fortalezas que se someten mediante pacto son llevados a la capital y tratados con gran condescendencia, según da a entender al-Jusani en su Historia de los jueces de Córdoba, mientras que las poblaciones campesinas son obligadas a bajar al llano. Refiriéndose al área de Málaga Ibn Hayyan escribe: "...hizo rendirse a la gente de la fortaleza de Santopitar, Contares y Jotran, y otros baluartes infieles, haciéndolos bajar de sus montes y dispersarse por los llanos. Destruyó todas las fortalezas, no quedando a los cristianos en aquella región baluarte que se cite ni ciudadela habitada... "18.


3. PAZ CALIFAL Y ARABIZACIÓN CULTURAL (SIGLO X)


Hacia 953 Otón I envió una embajada al califa de Córdoba para pedirle que pusiera fin a las actividades de los bandidos "sarracenos" enriscados en la acrópolis de Fraxinetum, en Provenza. Su hermano Bruno, arzobispo de Colonia, había redactado unas cartas credenciales cuyo contenido era insultante para el Islam. El portador de las mismas fue Juan, monje del monasterio de Górz, cerca de Metz, el cual— conociendo su contenido—esperaba aparentemente recibir el martirio de mano de los infieles.

Se conserva una Vita Johannis Gorcienses escrita por el abad de San Arnulfo, en Metz, que la dejó sin terminar a causa de su muerte en 983. Por eso ignoramos lo que pasó con el asunto de Fraxinetum. En contrapartida sabemos de la situación en que vivían los cristianos cordobeses gracias a las discusiones que Juan de Górz mantuvo con el obispo local, Juan. Conocedor el califa del contenido de las cartas que portaba el emisario alemán se negó a recibirle mientras no retornara el clérigo Recemundo, que había ido a la corte imperial a pedir unas "cartas más diplomáticas". Habida cuenta de que no volvió hasta el año 956, Juan de Górz tuvo ocasión de discutir largo y tendido con el prelado cordobés sobre los problemas de la cristiandad andalusí. Como insistía en presentar sus cartas, el obispo Juan le rogará que tenga en cuenta la situación de los cristianos cordobeses, que vivían en paz porque cumplían las leyes. Al reprocharle el embajador que estuviera circuncidado, Juan insistirá en que la necesidad les obligaba a vivir de ese modo. Y como Juan de Górz no atiende a razones el califa, que estaba al tanto de sus charlas con el obispo, amenaza a éste con tomar represalias sobre los suyos. El prelado planteará a su interlocutor germano que los pecados de sus antecesores les habían llevado a ser gobernados por unos paganos que, a pesar de todo, les permiten practicar la religión. Por eso les obedecen en todo lo que no afecte a la fe cristiana19.

El pragmatismo que refleja la opinión del obispo Juan es significativo. También lo es que los califas continuaran sirviéndose de dimmíes en la administración del estado y que les premiasen por ello. Los servicios de los cristianos eran tan apreciados como los de los judíos en el campo de las relaciones exteriores. A raíz de la batalla de Simancas-Alhandega (939) Ramiro II de León mandó una embajada a Córdoba. El califa respondería enviando al judío Hasday b. Saprut a la corte leonesa. Con él iban Abbas b. al-Mundhir, arzobispo de Sevilla, Yaqub b. Mahran, obispo de Pechina, y Abdalmalik b. Hassan, obispo de Elvira. Años más tarde, el clérigo Recemundo sería nombrado obispo de esta ciudad con motivo de su ida al Sacro Imperio.

Las muestras de onomástica árabe que acabo de citar me sirven de excusa para tratar el grado de arabización cultural de la población cristiana residente en al-Andalus. El principal argumento a favor de una arabización importante es aquel pasaje del Indiculus Luminosus de Paulo Álvaro donde se lee que los jóvenes cristianos de la época eran muy "admirados por su destreza al hablar árabe", conocían bien la literatura arábiga e ignoraban la propia pues, entre otras cosas, apenas hablaban el romance20. Refiriéndose a este pasaje, Thomas F. Glick escribió hace casi tres décadas que el testimonio de Álvaro es casi el único pues no existe literatura cristiana en árabe (o no se ha conservado) y la extensa producción en latín pone de manifiesto el escaso interés que los "mozárabes'' sentían por la sociedad árabe en la que estaban inmersos. Hoy día sabemos que sí hubo escritos en lengua arábiga, aunque su número y calidad no puedan compararse a los producidos por los cristianos de Oriente o, sin ir más lejos, los judíos de al-Andalus21.

Según J.P. Monferrer la arabización fue un proceso desigual, pues afectó más a la ciudad que al campo. En la primera, las élites cristianas se arabizan incluyendo al clero, mientras que en el ámbito rural continuará hablándose el romance-árabe. Los cambios onomásticos no deben ocultar que el interés por la lengua árabe pudo deberse a cuestiones relacionadas con la defensa de la fe cristiana, circunstancia que explicaría las traducciones de escritos bíblicos con contenido polémico, o sin él. El primer texto "árabe cristiano" conocido data del ano 889. Se trata de la traducción versificada del Libro de los Salmos hecha por Hafs B. Albar al-Qutí (el Godo) con la ayuda del obispo cordobés Valencio. Parece que escribió más obras. En la introducción a su Salterio, donde explica las razones de la traducción y la necesidad de la misma, alude a la existencia de una ver­sión anterior en prosa, con errores. También se atribuye a Hafs el Godo una versión árabe de la Historia adversus paganos, de Paulo Orosio. En cuanto a la traducción de otro material bíblico, el polígrafo Ibn Hazm (994-1064) afirma que había bastantes textos en árabe circulando en pleno siglo X: traducciones de los Evangelios y de las epístolas de San Pablo, sobre todo. La producción poética también debió tener cabida entre los cristianos arabizados si, después de todo, Paulo Álvaro llevaba razón al lamentarse22.

El ejemplo más notorio de aculturación en el siglo X es el texto bilingüe llamado Calendario de Córdoba, curioso híbrido de almanaque astronómico árabe y calendario litúrgico cristiano. Su parte latina fue redactada hacia 960 por el obispo de Elvira, Recemundo, a instancias del príncipe al-Hákam, futuro califa. Considerada en su conjunto, la obra no es un tratado de agricultura del tipo de los que verán la luz a partir del siglo siguiente, aunque es probable que fuera utilizada con fines fiscales. Llama la atención cómo se mezclan en la misma las indicaciones sobre los cambios a lo largo del año agrícola con un recordatorio de las fiestas celebradas por los cristianos andalusíes. El 1 de enero es definido correctamente como Fiesta de la Circuncisión, mientras que al-'Ansara es el 24 de junio, también el día de San Juan o solsticio de verano. Parece que estas dos fechas se asociaron en al-Andalus con los antiguos festivales persas de Nauruz y Mihrajan, o equinoccios de primavera y otoño respectivamente, siendo Nauruz el día de Año Nuevo persa23.

Las celebraciones y fiestas cristianas eran menos austeras que las musulmanas. No es extraño, pues, que los miembros de las élites urbanas gustaran contemplarlas. Tampoco, que los muladíes conservaran la costumbre de celebrar la Navidad y el Año Nuevo del calendario juliano, intercambiando regalos en esas fechas.


4. FUQAHA Y POETAS: LA ÉPOCA DE LOS TAIFAS (SIGLO XI)


Hanna Kassis sostiene que, gobernando los Taifas, los "mozárabes" van a tener que afrontar dos situaciones difíciles y, hasta cierto punto interrelacionadas. De un lado, la descomposición del estado que, para bien o para mal, les había dado un mínimo de seguridad. De otro, el avance de los cristianos del norte y, con él, la esperanza de una teórica liberación. Los cristianos andalusíes empiezan a ser vistos como una especie de "quinta columna" a pesar de que el grado de arabización de aquellos que vivían en las ciudades, conservando su identidad religiosa, despertaba sospechas entre sus correligionarios de León, Castilla y Cataluña24.

Los alfaquíes de la época no dejaron de recordar que los dimmíes tenían un estatuto separado, subordinado a la comunidad islámica, y que por tanto debían vivir aparte de la misrna. Una fetua relevante en este sentido es la dictada por Ab l-Hasan al-Qabisí (935-1012). Destacamos el texto siguiente: "Es mejor que no te asocies con alguien que profesa una religión diferente a la tuya. No hay inconveniente en que le hagas un favor a tu vecino si te lo pide y si lo que pide no es pecaminoso. No hay inconveniente si le respondes con palabras amables a condición de que no lo magnifiquen o coloquen en una posición superior a la suya, o que se sienta a gusto en su religión. Si te saluda (con el saludo "la paz sea contigo") responderás sólo "y contigo". No añadas nada. No hay provecho en interesarse por su salud o la de su familia. No te excedas o vayas demasiado lejos. Cumple lo que se debe dentro de unas buenas relaciones vecinales "25.

No parece que sus recomendaciones fueran seguidas si atendemos a lo que nos cuentan algunos poetas del período. Caso del guadijeño Abú ´Abdallah b. Haddad, que pasó la mayor parte de su vida en Almería, en la corte de al-Mutásim el Tuchibí (1051-1071). En un poema escrito hacia 1075 recuerda sus amores juveniles; en especial la pasión que llegó a sentir por una muchacha cristiana, Jámila, a la que se dirige con el apelativo de Nuwaira o "lucecíta". El poema pone en evidencia la existencia de relaciones que, si bien ilegales, probablemente eran corrientes. También, que los cristianos de Guadix practicaban abiertamente su religión. íbn Haddad confiesa que frecuentaba la iglesia por amor a la joven y da a entender que sentía celos de los sacerdotes que paseaban su mirada sobre la audiencia femenina como el lobo que va a devorar a los corderos. Años antes, Ibn Suhayd, otro poeta que había pasado la velada en una de las iglesias de Córdoba, al acecho de una doncella, nos describe una ceremonia que más parece una fiesta pagana que cristiana. No faltan en estos textos literarios alusiones al uso por los cristianos del zunnar, o cinturón de cuero, a manera de señal distintiva. Una práctica vejatoria, de origen oriental, que anuncia un cambio en la actitud del Islam andalusí hacia los cristianos sometidos26.

Las insinuaciones sobre la conducta de los sacerdotes con sus feligresas reflejan animosidad y, sobre todo, desconocimiento de lo que era la Iglesia. Lo pone en evidencia Ibn Hazm en su Kitab al-Fisal o "Libro de las sectas", que escribió para demostrar la rectitud del Islam. Si bien el polígrafo cordobés conocía la Biblia y el Talmud a través de traducciones al árabe, esto no le ayudó a mantener una postura abierta hacia el cristianismo o el judaismo. Tanto él como otros escritores de la época sabían bastante poco de los cristianos. Un exceso de prejuicios e ideas simplistas les impulsaban a mirarlos con mala gana y rencor.

Esta postura recuerda la mantenida por Eulogio y Paulo Alvaro en sentido contrario, dos siglos antes, y que seguía viva, aparentemente. En el cuarto concilio de Cartago (256) se había acordado que el obispo no leyera escrituras de gentiles; y la de los herejes, sólo si había necesidad de refutarlas. En una copia de este texto que circuló por al-Andalus en el siglo XI, el escribano añadió la siguiente nota: "prohibido leer el libro árabe en esta época (sólo para refutarlo)". Con todo, el distanciamiento entre cristianos y musulmanes, su incapacidad para aceptarse mutuamente, garantizaban la coexistencia por muy precaria que ésta fuera.27.

Apenas hay noticias sobre las comunidades rurales en época de las Taifas. En las Memorias de 'Abdallah, último rey zirí de Granada, recordando el tratado sobre delimitación de fronteras alcanzado con su hermano Tamin, régulo de Málaga, leemos:". ..evacué para él, las plazas de Riana y Jotran, cuyos habitantes eran cristianos, y por estar situados entre ambos territorios no podían rebelarse contra ninguno de los dos...28. La cuestión estriba en saber cómo y cuando habían vuelto los campesinos cristianos a estos antiguos poblados, pues, recordémoslo, Jotron figura en la lista de lugares cuyos habitantes fueron obligados a bajar al llano por orden de Abderrahman III durante la primera fitna.

Creo que no está de más traer a colación un texto del iraquí Ibn Hawqal, que anduvo por al-Andalus en los años 948 y 949. Traducido por Ma José Romaní, dice lo siguiente: "Hay en al-Andalus más de una explotación agrícola que agrupa millares de campesinos, que ignoran todo de la vida urbana y son europeos de confesión cristiana. Cuando se sublevan se atrincheran en un castillo. La represión es de larga duración, pues ellos son intrépidos y obstinados; cuando han desechado el yugo de la obediencia, es extremadamente difícil reducirlos, a menos de que se les extermine hasta el último, empresa penosa y duradera 29.Según Guichard, a pesar de su fecha relativamente tardía el texto alude sin lugar a dudas a las revueltas indígenas acaecidas de 880 en adelante30. Pero también puede reflejar una realidad contemporánea: campesinos descontentos con sus condiciones de vida—ignoramos si se les renovó el pacto de la dimma tras la sumisión de Ibn Hafsún—vuelven al monte cuando la ocasión les es propicia. Es de suponer, en este sentido, que los desórdenes de la segunda fitna contribuirían a multiplicar las deserciones. Hay, no obstante, otra explicación posible: que pese a lo escrito por Ibn Hayyan, no todos los rebeldes fueran obligados a bajar a las zonas llanas al término de la revuelta.


5. LOS ALMORAVIDES, O EL PRINCIPIO DEL FIN


Habida cuenta de la actitud de Yúsuf b. Tasufin hacia sus propios correligionarios, no hay que sorprenderse por la intransigencia que manifestó con varias comunidades dimmíes. En 1106 fueron enviados a Marruecos algunos grupos de "mozárabes" malagueños; quien sabe si los habitantes de esas comunidades encastilladas en Riana y Jotron. Once años después, una bula de Pascual II da cuenta de cómo Julio, obispo de Málaga, había ido a Roma a quejarse de su situación. Encarcelado por los almorávides, sus feligreses le habían reemplazado por el archidiácono de la catedral, que fue consagrado por otros obispos de la Bética. Una noticia interesante pues muestra que la iglesia andalusí no estaba tan aislada como comúnmente se cree.

Tampoco hay que olvidar las sospechas de "quintacolumnismo" a las que me he referido anteriormente. En 1086, después que los almorávides derrotaran a los castellano-leoneses en Sagrajas, García Jiménez se mantuvo emboscado en la fortaleza de Aledo, entre Lorca y Murcia, gracias a la actitud levantisca de Ibn Rasiq, "señor" de Murcia, que se oponía al sevillano al-Mutamid. Así favorecía a los de Aledo o, al menos, no se oponía decididamente a las correrías de aquellos. Pero no está claro el papel desempeñado por los campesinos cristianos de la zona, los cuales corrieron a refugiarse en la fortaleza al tener noticia de que el emir almorávide marchaba sobre ella en 1088. El granadino 'Abd Aüah refiere en sus "Memorias": "El castillo estaba lleno con los subditos cristianos de toda aquella comarca, que se habían prevenido para el asedio de cuanto les era necesario, como quien ha podido hacerlo con desahogo". Aunque no debían de ser muchos dado el tamaño exiguo de la fortaleza, Aledo aguantó con éxito un cerco de cuatro meses. La plaza no sería recuperada para el islam hasta el año 109131.
  

  SAN LORENZO

Iglesia fernandina que se encuentra en el barrio de San Lorenzo de Córdoba al cual da nombre. Fundada sobre una antigua mezquita, fue construida durante la segunda mitad del siglo XIII.  Su estructura es la típica de las iglesias andaluzas de la época: planta rectangular de tres naves, sin crucero y cabecera en forma de ábside. El alminar árabe fue convertido por Hernán Ruiz el Joven en torre renacentista y se considera precedente de la Giralda de Sevilla.

En Córdoba se conoce con el nombre de Iglesias Fernandinas a aquellos templos cristianos que fueron mandados erigir por Fernando III "El Santo" tras la conquista de la ciudad en el siglo XIII. Se les denomina también iglesias de reconquista. La misión de cada una de estas iglesias era doble. Por una parte, la de ser centros espirituales de la ciudad, funcionando como iglesias, y por otra parte, ser los centros administrativos de la ciudad de Córdoba, siendo cada una de las iglesias, cabeceras de los barrios o collaciones en los cuales se dividía la ciudad desde la Edad Media y hasta el siglo XX

   

    BIBLIOTECA

GONZALO DE BERCEO

La creciente hostilidad hacia los cristianos tributarios se refleja en una fetua del cadí cordobés Ibn al-Hayy (ob. 1135) condenando cualquier ayuda prestada a los mismos, porque eso es honrar su politeísmo y cooperar a que se mantengan en su incredulidad, e incitando al poder público a prohibir tales prácticas. No será el único. Diversas cuestiones sobre la laxitud de las costumbres andalusíes van a ser aireadas durante el período almorávide como pone de relieve la postura del faqui Ibn Abi Randaq al-Turtusí (1060-1126), que pasó la mayor parte de su vida enseñando en Egipto, donde tuvo como discípulo a Ibn Tumart, el fundador del movimiento almohade. Al-Turtusí dedicó especial atención a todo lo relacionado con la bid'a o "innovación", para la que no hay precedente en la sunna ('sendero") del Profeta. No todas las innovaciones eran malas, pues las había permitidas, recomendadas u obligatorias por ley. Pero a nuestro faquí le interesaban más las prácticas (y no las creencias) relacionadas con los cristianos, las cuales desaprobaba implícita o explícitamente.

Ya se ha visto cómo seguían celebrándose los festivales cristianos. Además, se introdujeron nuevas prácticas gastronómicas en la celebración de los festivales musulmanes. En la noche 27 del Ramadán (noche de la revelación del Corán o Profeta) se compraban turrones y frutas a imitación de los cristianos en Año Nuevo. Otra costumbre nazarena denunciada por al-Turtusí era el consumo de almojábanas y buñuelos en la celebración de al-'Ansara (24 de junio) .También condena que las mujeres entren los baños sin cubrirse, como hacían las "mujeres del libro", y, en general, que los musulmanes acudan a esos establecimientos en compañía de no creventes32 .

Mención aparte merece el tratado de bisba de Ibn Abdun, que está lleno de referencias hostiles a los cristianos (y judíos) de Sevilla. Aparte de recomendar que se prohiba el repique de campanas en las iglesias, el autor escribe:"... un musulmán no debe dar masaje a un judío ni a un cristiano, así como tampoco tirar sus basuras ni limpiar sus letrinas, porque el judío y el cristiano son más indicados para estas faenas, que son faenas de gentes viles. Un musulmán no debe cuidarse de la caballeriza de un judío ni de un cristiano, ni servirle de acemilero, ni sujetarle el estribo, y si se sabe que alguien lo hace repréndasele". Salta a la vista el corte populista y demagógico del lenguaje que emplea Ibn Abdun. Es posible que algunos cristianos y hebreos gozaran de una posición que les permitía tener a mahometanos a su servicio. Pero se halaga a éstos recordándoles que por ley eran superiores a los dimmíes aunque la realidad cotidiana lo desmiente.

Pero las principales invectivas de Ibn Abdun van dirigidas contra los cristianos, que desde su punto de vista deberían ser asimilados cuanto antes. Recurriendo a tópicos en vigor, recomienda a las mujeres musulmanas que se abstengan de entrar en las "abominables" iglesias porque los clérigos son libertinos, fornicadores y sodomitas. Y a las mujeres cristianas sólo ha de permitírseles ir a sus templos en los días de fiesta, porque allí comen, beben y fornican con los sacerdotes. No hay ninguno de ellos que no disponga de dos o más mujeres con las que acostarse. Han tomado esta costumbre "por haber declarado ilícito lo lícito y viceversa"33.Convendría pues mandarles que contrajeran matrimonio, como ocurre en Oriente. Y si se niegan, que se les prohiba mantener mujeres en sus casas, sean de la edad que fueren. Además, hay que obligarles a circuncidarse como hizo al-Mutadid 'Abbad, upues si a lo que dicen siguen el ejemplo de Jesús (¡Dios lo bendiga y salve!), Jesús se circuncidó y precisamente ellos, que han abandonado esta práctica, tienen una fiesta que celebran solemnemente, el día de la circuncisión"34.

La animadversión que respiran estos textos también pudo estar relacionada con el temor a que los "mozárabes" ayudaran a sus correligionarios del norte, que se mostraban muy audaces en sus incursiones a tierras meridionales. AI final de cada primavera, cuando la hierba era abundante, bajaban al mediodía las milicias concejiles de Toledo, Segovia, Ávila y Salamanca. Una vez cruzados los pasos montañosos, se fortificaban en un lugar apropiado y enviaban partidas a quemar las cosechas, robar ganado y secuestrar personas. Esta forma de operar, aparte de arruinar los campos cultivados, ponía de manifiesto la inutilidad de los gastos hechos por los almorávides en reforzar las defensas urbanas, los cuales corrían por cuenta de la población andalusí.


5.1. LA EXPEDICIÓN DE ALFONSO I DE ARAGÓN Y LOS "MOZÁRABES" (1125-1126)

La presencia, el número y la organización de los cristianos en el sur de al-Anda-lus se ponen de manifiesto por el papel que desempeñaron en la expedición de Alfonso I el Batallador (1104-1123) a tierras andaluzas. Su participación en este episodio es evidente por lo que nos cuenta Ibn Sairafi en su Kitab al-anwar al-jalida (historia almorávide hoy perdida), en la versión de Ibn al-Jatib35.

Según este autor del siglo XIV, el rey Alfonso recibió repetidos mensajes de los cristianos tributarios del distrito de Granada, y de otras partes, pidiéndole que acudiera en su ayuda. Como el aragonés no terminaba de decidirse, los conspiradores le enviaron un extenso documento con los nombres de hasta 12.000 combatientes "mozárabes'', a los que se añadirían otros, que estaban ocultos, cuando el monarca hiciese acto de presencia con su ejército. Con esto y con la descripción de una ciudad de Granada, llena de riquezas y habitada por gentes holgazanas y condescendientes, consiguieron convencerle36.

El "tirano'' Ibn Rudmir—nombre incorrecto pues Alfonso era hijo de Sancho Ramírez—parte de Zaragoza el 30 de septiembre de 1125 con 4.000 caballeros y sus servidores. Pasa cerca de Valencia y hostiliza a los almorávides de la guarnición con la ayuda de cristianos comarcanos que acuden a él para engrosar su ejército, o para servirle como guías. El 31 de octubre atraviesa el desfiladero de Játiva y prosigue su camino hasta el valle del Almanzora, donde permanecerá ocho días cerca de Tíjola antes de marchar sobre Baza, que intenta tomar en vano. El 4 de diciembre ataca la ciudad de Guadix por su lado occidental, retirándose luego al Cenete, donde celebrará la Navidad. Mientras tanto la conjura "mozárabe" salía a la luz y muchos de los implicados en la misma buscaban cobijo en el campamento aragonés noticiosos de que Abu Tahir Tamin, el gobernador de al-Andalus, residente en Granada, pretendía detenerlos a todos.

Alfonso I se acercó a la capital granadina, a donde habían llegado refuerzos norteafricanos, cuando disponía de casi 50.000 hombres. Pero el mal tiempo le obligó a acampar entre Fardes y Níbar por espacio de diez días, durante los cuales no dejó de recibir provisiones de los campesinos cristianos del entorno. A estas alturas, al monarca aragonés ya no le interesaba Granada: según la crónica, reprendió a los notables "mozárabes" que lo habían llamado, en especial a un Ibn Callas, el cual, a su vez, culparía al rey por haberse entretenido demasiado, permitiendo así que los musulmanes pudieran reaccionar. Al mismo tiempo le recordaba que ellos lo habían sacrificado todo por su causa y que, dadas las circunstancias, ya no podían esperar nada bueno de los almorávides.

El 23 de enero de 1126 el Batallador se dirige a tierras de Córdoba saqueando por doquier y con el ejército de Abu Tamin pisándole los talones. Cuenta Orderic Vital en su Historia Ecclesiastica—la única crónica cristiana contemporánea que refiere estos hechos—como los "sarracenos" de villas y ciudades sacaban sus rebaños al campo y los dispersaban en todas direcciones, para distraer la atención de los expedicionarios. Finalmente, en Arniçol o Aranzuel, cerca de Lucena, los aragoneses y sus aliados derrotaron al ejército almorávide el 10 de marzo de 112637.

Alfonso vuelve sobre sus pasos, penetra en la áspera comarca de las Alpujarras, sale al mar por Salobreña y se dirige al oeste, hacia la playa de Vélez Málaga. Aquí sube a una barca y come luego pescado recién capturado. El cronista muslime, extrañado, escribe: "Era éste un voto que había formulado y cumplía ahora, o bien lo hacía sólo para que se hablase luego de él. Lo ignoro". La verdad es que se trataba de una ceremonia con un alto contenido simbólico desde el punto de vista feudal: el monarca aragonés tomaba posesión de los confines de España antes de retirarse. Es como si emulara el gesto protagonizado por Alfonso VI de Castilla-León al llegar a las playas de Tarifa en 1082 y adentrarse en el mar montado en su caballo. No es de extrañar, pues, que nuestro cronista se muestre algo desconcertado.

El Batallador toma de nuevo la ruta de Granada y acampa en Dílar y Alhendín antes de penetrar en la Vega. Pero al ser rechazado por sus contrarios decide emprender el camino de regreso. Se lleva consigo a diez mil "mozárabes" que serán bienvenidos en el reino de Aragón, necesitado de gentes con las que colonizar los territorios ganados tras la toma de Zaragoza en 1118. Orderic Vital da a entender que entre ellos estaban los responsables de la fallida aventura, los cuales, reunidos en presencia del rey, declaran que habían vivido como cristianos desde hacía generaciones, "pero nunca hemos sido capaces de aprender la verdadera doctrina de la fe divina. Debido a nuestra sujeción a los infieles...nunca hemos podido solicitar maestros de Roma o de la Galia y ellos tampoco han podido venir debido a la barbarie de los paganos a los que estábamos sometido?.

El texto refleja indirectamente los temores de una comunidad que se resiste a perder sus señas de identidad. También, la imposibilidad de recibir ayuda espiritual dado el mal trato que los musulmanes solían dispensar a los misioneros de la iglesia romana. Pero el cronista anglonormando afirma que la única razón que indujo al Batallador a protagonizar una gesta de estas proporciones fue emular las hazañas que anteriormente habían llevado a cabo a su servicio algunos caballeros francos. Es probable, sin embargo, que el monarca aragonés se hubiera sentido tentado por la posibilidad de fundar en Granada una especie de principado como el que Rodrigo Díaz de Vivar había organizado en Valencia, según apuntó hace años José Ma Lacarra38.


5.2. EL TRASLADO DE POBLACIONES CRISTIANAS A MARRUECOS


No todos los "mozárabes" andaluces se marcharon con el ejército aragonés. Según Ordene Vital los almorávides "descargaron su ira sobre los que se habían quedado y, por un edicto general, les privaron cruelmente de sus pertenencias y los maltrataron atrozmente...Muchos fueron muertos con torturas indescriptibles y el resto fue enviado al otro lado del Estrecho, a África, condenándolos a un duro exilio". Esto es cierto, pero sólo en parte. Es posible que los que se quedaron creyeran que iban a poder seguir viviendo bajo la autoridad almorávide. Si así fue, se equivocaron. El prestigioso cadí cordobés Abu l-Walid b. Rush declaró ante el emir Ali b. Yusuf que los cristianos habían roto el tratado y perdido el derecho a ser protegidos, razón por la que consideraba lícita su deportación al Magreb. En el otoño de 1126 el emir ordenó trasladar al otro lado del mar a un número indeterminado de familias cristianas de Granada, Córdoba y Sevilla, e instalarlas en las regiones próximas a Mequínez y Salé39. En el caso de los "tributarios" cordobeses, los datos arqueológicos revelan que en la primera mitad del siglo XII se clausuró la entonces catedral de los Tres Santos, hoy iglesia de San Pedro, y su emplazamiento fue remodelado para levantar unos baños40.

Debo advertir que los almorávides no pusieron en tela de juicio el estatuto de la dimma. Por eso hubo cuestiones legales acerca de las propiedades que los cristianos dejaban en al-Andalus, en especial las iglesias. En una consulta hecha por el emir en 1127 a otro reputado cadí, el granadino Ibn Ward, sale a relucir que los cristianos tributarios deportados de Sevilla a Mequínez le habían pedido licencia para vender los bienes de conventos e iglesias. La respuesta del magistrado admite esa posibilidad sólo en el caso de que viviesen aún quienes habían donado esos bienes a los establecimientos eclesiásticos; de lo contrario pasarán a pertenecer al tesoro público41. Tyad (ob. 1148-1149), —otro jurista granadino al que me he referido con anterioridad— considera ilícita la venta de los bienes susodichos pues habían sido instituidos para los ídolos y no para Alá. Pero va más lejos al pasar por alto la naturaleza del primitivo estatuto de los cristianos: los bienes raíces que éstos poseían deben ser considerados de su propiedad por el hecho de que la venían detentando. Los dictámenes de ambos juristas contienen, además, referencias a cristianos que se convierten al Islam para no ser expulsados, así como a otros que venden sus propiedades a los musulmanes antes de marcharse42.

Estos "mozárabes", y otros que llegan en 1138, fueron empleados como milicia al servicio de los agentes del fisco almorávide. Aunque existen razones para creer que fueron aprovechados en otros menesteres. En una fetua tunecina, no identificada, Abu l-Hasan al-Magribí opina que el soberano puede conceder ciertos favores a los cristianos cuando hay más provecho que inconvenientes en hacerlo. Son expertos en albañileria, arboricultora e irrigación, artes en las que apenas descuellan los musulmanes y que no ejercen. Y aparte de eso, su instalación entre los creyentes, debilitará a los infieles. Y pone como ejemplo a los almorávides, que habían transferido mu 'ahadun (tributarios) a Marruecos. Éstos pidieron permiso para levantar templos e Ibn al-Hayy dio una fetua favorable al respecto. Su asentamiento en el Magreb Extremo ha acarreado un considerable crecimiento de riquezas que sirven para combatir al enemigo43.

La iglesia "mozárabe" sobrevivió en el exilio. Cierto que Ibn Ward había recomendado que no se permitiera a los cristianos expulsados edificar nuevos templos, quedando obligados a practicar cada uno el culto en su domicilio y prescindiendo del uso de campanas y otras manifestaciones exteriores. Pero la citada fetua de Ibn al-Hayy deja claro que todos los que han sido deportados por orden del Emir de los Creyentes tienen derecho a construir iglesias allí donde se instalen44. Otro testimonio interesante es la nota añadida al final de un manuscrito de los Evangelios, en árabe; dice así: "Este libro fue escrito por el obispo Miguel, hijo de Abd al Aziz, siervo de los siervos del Mesías.. .para Ali, hijo de Abd al Aziz, hijo de Abderrahman. Fue terminado el viernes 23 de julio de Era Hispánica 1175 (1137) en la ciudad de Fez, al otro lado del mar, en el año undécimo después de la deportación de cristianos andalusíes a este lugar (¡Quiera Dios devolverlos a su patria!). Lo copió en el año 57 de su existencia45.


6. LOS Y EL FIN DE LA CRISTIANDAD ANDALUSÍ    ALMOHADES

Mucho se ha escrito sobre la política del califa 'Abd al-Mumin hacia las minorías religiosas, que algunos han llegado a comparar con la del fatimí al-Hakim, el "califa loco". Pero no es cierto que el soberano almohade planteara a cristianos y judíos la opción de convertirse o morir después de conquistar Marraqech en 1147: les ofreció además la posibilidad de irse a tierra de cristianos. En adelante, sólo los judíos y cristianos ricos, que fingen convertirse, continuarán viviendo bajo la autoridad de los "unitarios''46. En 1154 catorce familias de onomástica arabizada, dirigidas por el arcediano Miguel, de origen malagueño, se establecen en Huerta de Valdecarábanos, a orillas del Tajo. La Chronic Adefonsi Imperatoris constata el hecho cuando señala que en "aquel tiempo muchos miles de peones y jinetes cristianos con su obispo y gran parte de los clérigos que fueron de la casa real de Ali y su hijo Taxufin, atravesaron el mar y vinieron a Toledo"47.

Los dimmíes cristianos residentes en al-Andalus también se apresuraron a emigrar a tierras norteñas. Los excesos cometidos por los hermanos de Ibn Tumart al ocupar Sevilla por la fuerza, en enero de 1147, provocan un sálvese quien pueda48. Los hubo que barruntaron lo que se avecinaba y se marcharon antes. En mayo de 1146 Alfonso VII concedía posesiones en la campiña toledana a Juan Sibilí y otros. No serían los únicos pues, ocho años más tarde, encontramos viviendo en Talavera a Clemente, obispo "electo" de Sevilla, y a los titulares de las diócesis de Niebla y Sidonia, cuya identidad se desconoce. A estos grupos se añadirán otros procedentes de las zonas de Baza, Málaga y Córdoba, que se confunden con los cristianos autóctonos y con los que habían llegado allí con anterioridad. De este modo, los restos de la cristiandad andalusí acabaron concentrándose en el valle del Tajo, contribuyendo a que la lengua árabe se mantuviera en esta zona hasta el siglo XIV49.

La ciudad de Lisboa, tomada en 1147 por los portugueses y sus aliados flamencos e ingleses, es la excepción que confirma la regla Había en ella una comunidad "mozárabe" con su obispo, que se mostró poco amistoso con los europeos del norte. Por este motivo, el prelado fue ejecutado y sus feligreses condenados a la esclavitud. Se ha dicho que sucedió así porque los conquistadores los confundieron con musulmanes, lo que indicaría el alto grado de arabización de los cristianos lisboetas: en la carta de un cruzado inglés leemos que, con motivo de una epidemia, los cruzados vieron a los supuestos moros abrazando la cruz e invocando el nombre de María Santísima. Pero habría que preguntarse por qué éstos se equivocaron donde había acertado el príncipe noruego Sigurd Jorsalfar, que en 1109 describía a Lisboa como una ciudad mitad cristiana, mitad pagana (musulmana)50. Es probable que el castigo aplicado a estos "mozárabes" obedeciera al disgusto que provocaba su prolongada cohabitación con los islamitas.


Sea como fuere, después de la caída de Lisboa no van a quedar cristianos en el al-Andalus, se trate de Valencia, Murcia o la actual Andalucía. En este sentido, sabemos ahora que fueron los judíos quienes se alzaron en la zona de Granada tras la derrota de Ibn Hamusk a manos de los almohades (1162). René Dozy vio cristianos donde se trataba de israelitas. Es a estos a quienes se refiere Ib al-Jatib, ya que el siglo XIV, cuando se escribe: No queda hoy más que una pequeña tropa, la cual está acostumbrada desde hace tiempo al desprecio y a la humillación51.


7. CONSIDERACIONES FINALES



Según Emilio Cabrera, el predominio de la población cristiana durante más de dos siglos contribuye a explicar la "convivencia pacífica". Ésta no sería sólo resultado del talante conciliador de los musulmanes sino, al mismo tiempo, la consecuencia de querer evitar problemas con el grupo más poderoso. Claro que este razonamiento también sirve en sentido contrario: cuando los cristianos «conviertan en un grupo residual y mal asimilado, almorávides y almohades se encargarán de hacerles la vida difícil. Esto ha sido en cierto modo lo que hemos tenido ocasión de ver aquí52.


Es hora de desterrar para siempre tópicos que se remontan a la época de la Ilustración. El Islam no era tolerante pues discriminaba por razones religiosas y ahí están sus leyes para probarlo. No tiene sentido afirmar -como hace Colbert y recoge Glick- que los cristianos andalusíes pudiesen obtener información veraz sobre la figura del Profeta preguntando a cualquier musulmán que pasara por la calle. Corrían el riego de contravenir una de las prohibiciones que pesaban sobre ellos, como parece que sucedió en el caso del cordobés Perfecto. Aunque no está claro cuando se restringió el toque de campanas, sabemos que Ibn Abdun reclamaría la supresión de las mismas a principios del siglo XII. En cuanto a la obligación de portar señales distintivas como el zunnar, o cinturón de cuero, parece que ya estaba en vigor en época de los Taifas.


       El patronazgo del gobernante fue el medio habitual para que un cristiano tributario fuera admitido en la administración estatal, pese a las objeciones planteadas por los líderes religiosos. Pero si corrían malos tiempos para los musulmanes el gobernante en cuestión aplicaba la ley en todo su rigor. Un ejemplo significativo: nada más subir al poder Muhammad I (852) echó a los cristianos

del alcázar cordobés y los declaró indignos para desempeñar oficios palaciegos. El mismo emir ordenó destruir las iglesias levantadas después de la conquista, lo cual da a entender que no se había cumplido la prohibición existente sobre el particular. Yúsuf ibn Tasufin procedería de igual modo al ordenar en 1099 la demolición de un templo cerca de Granada. En definitiva, más que de tolerancia habría que hablar de permisividad al permitir que se incumplieran las leyes53.

  

NOTAS

1. Ver capitulos que dedica al tema KHADDURI, M.: War and Peace In tbe Law of Islam, Baltimore, 1955.



2. CHALMETA, P.: Invasión e islamización. La sumisión de Hispania y la formación de al-Andalus, Madrid, 1994.



3. KASSIS, H.: "Arabic-speaking christians in al-Andalus in age of turmoil (fifth/eleventh Century until A.H. 478/A.D. 1085)" en Al Qantara, XV-2 (1994), 404 y 405.



4.   BULLIET. R.W.: Conversión lo Islam in the Medieval Period: An Essay in Quantitatitve History, Cambridge(Mass.). 1979, pp. 114-127. Ver la glosa que hace GLICK. T.: Cristianos y musulmanes en la Edad Media (711-1250), Madrid. 1991pp. 43-47.



5.   FLETCHER, R.: Moorish Spain. Londres. 1992, pp. 35-38. VIGUERA, Mª J.: "Cristianos y judíos en al-Andalus", en Tomas Quesada Quesada. Homenaje, Granada. 1988. pp. 622 y 623.



6.   BONNASSIE. P., GUICHARD. P. y GERBET. M.C: Las Españas medietales. Barcelona, 2001. p. 78.



7. BARCELÓ, M. "Un estudio sobre la estructura fiscal y procedimientos contables del emirato omeya de Córdaba (138-300/755-912) y del Califato (300-366/912-976)", en Acta Histórica et Archaeologica Mediaevalia 5-6 (1984-1985), 45-72.



8. LA GRANJA, F. de: "Fiestas cristianas en al-Andalus (Materiales para su estudio).II: Textos de Turtusí, el cadí Tyard y Wansarisi, en al-Aldalus, XXXV-1 (1970), 136-138 en particular.



9. Si prescindimos de la carga ideológica, es fundamenta] el libro de SIMONET, F.J.: Historia de los mozárabes de España, Madrid, 1897-1903. Para una visión general de los cristianos que vivían bajo dominio islámico, véase FATTAL, A. Le statut legal des non musulmans en pays d'Islam, Beirut, 1958.



10. FERNÁNDEZ. A. y FIERRO, M.; "Cristianos y conversos al Islam en al-Andalus bajo los Omeyas: una aportación al proceso de islamización a través de una fuente legal andalusí del siglo III/IX". en CABALLERO, L. y MATEOS, P (eds ). Visigodos y Omeyas: un debate entre la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media, Madrid, 2001, pp. 415-428



11. Concretamente, MONFERRER, J.P.: "Los cristianos arabizados de al-Andalus", en Historia de Andalucía 3 Andalucía en al-Andalus, p 234.



12. A decir verdad, el primer 'mártir" seria el joven Isaac, llegado del monasterio de Tábanos, que murió después. El caso de Perfecto, párroco de San Acislo, es diferente. Contra su voluntad se vio mezclado en una discusión callejera sobre asuntos religiosos y, al defender sus creencias en público, fue acusado de hacer proselitismo.



13. Vengo utilizando el término tradicional de "mozárabe" como sinónimo de cristiano que vive bajo dominio islámico por pura comodidad. Hace muchos años R. Hitchcock escribió que debía reservarse exclusivamente para designar el fenómeno -de índole sobre todo cultural- desarrollado en zonas no musulmanas de la Península. Cf. "El supuesto mozarabismo andaluz", en Actos del / Congreso de Historia de Andalucía. Historia medieval I (Córdoba, 1978), 249-151.



14. COLBEBT E.B. The Martyrs of Córdoba, 850-859. Washington, 1962; WOLF, K.B.: Chrístian Martyrs in Muslim Spain, Cambridge, 1988, COOPE. J.A.; Tbe Martyrs of Córdoba: Community and Family Conflict in an Age of Mass Conversions. Lincln-Londres, 1995; DELGADO LEÓN, F: Alvaro de Córdoba y la polémica contra el Islam. El "Indiculus Luminosus", Córdoba, 1996. Los textos de Eulogio y otros escritos han sido publicados por GIL, J.: Corpus Scriptorum Muzarabicorum, Madrid, 1973, 2 vols.



15. AL-JUSANl; Historia de jueces de Córdoba, Traducción y notas por Julián Ribera, Madrid, 1965, pp. 654-657.



16. ACIÉN, M. Entre el feudalismo y el Islam, Jaén 1994.



17 MARTÍNEZ ENAMORADO. V.-. Al-Andalus desde la periferia: La formación de una sociedad musulmana en tierras malagueñas. Málaga, 2003, pp.22-23 y 553-560.



18. Supra n° 15, pp. 644-647. Cf. Crónica del Califa 'Abdarrabmán III an-Nasir entre los años 912 y 942 (al- Muqtabis V), Trad. por Ma J. Viguera y F. Corriente, Zaragoza, 1981, p. 167



19. Abderrahman Ali el-HAJJI: Andalusian diplomatic relations with Western Europe during the Umayyad period (AH. 138-366/AD). 755-976;, Beirut, 1970, pp. 207-227.


20. Cf. Corpus scriptorum muzarabicorum, I, pp. 314-315.


21. GLICK, T.: ob. cit, p. 231, ver, asimismo. MILLET, G.D.. Chrétiens mozarabes et culture islamique dans I'Espagne des Vllle-IXe siecles, Paris, 1984.


22. Supra nº 11, p. 232



23. PELLART, CH. (Ed.): Le Calendrier de Cordove, Leiden, 1961.


24. Cf. "Arabic-Speaking Christians in al-Andalus...", ob. cit., 402.


25. Ibidem, 405 y 406. La versión española es mia.


26. PÉRÈS, H.- Esplendor de al-Andalus. La poesía andaluza en árabe clasico en el siglo XI. Sus aspectos generales,


sus principales temas y su valor documental, Madrid, 1983. pp.281-287.


27. KASSIS, H.:ob. cit., 420 y 421



28. LEVI PROVENÇAL. E. y GARCÍA GÓMEZ. E.: El siglo XI en primera persona. Las "Memorias" de Abd Allah, último rey ziri de Granada, destronado por los almorávides (1090), traducidas por..., Madrid, 1980, p. 188.


29. IBN HAWQAL Configuración del mundo (fragmentos alusivos al Magreb y España), ed. Mª. José Romaní, Valencia, 1971, p. 63.


30. GUICHARD, P.: ob. cit., p. 75.



31. LEVI PROVENÇAL. E. y GARCÍA GÓMEZ. E.: ob. cit., pp. 205-212.

 32. LA GRANJA, F. de: ob. cit., 120-124.


33. Da a entender que la imposición del celibato eclesiástico favorecía el amancebamiento y el adulterio.


34. GARCÍA GÓMEZ, E- y LEVY PROVENÇA!.. E.. Sevilla a comienzos del siglo XII. El tratado de Ibn Abdun, Sevilla, 1981. pp. 149-151. Por cierto, no hay constancia de que el citado régulo sevillano hubiese ordenado circuncidar a los clérigos cristianos.


35. DOZY,R,; Recberches sur l'histoire et la literature de l'Espagne au Moyen Age, Leiden, 1881, pp. 348-363.


36. Lo que nadie ha explicado hasta ahora es donde habían adquirido los "mozárabes" esa capacidad militar. Que yo sepa, ni los califas ni los régulos del siglo XI se sirvieron de estos dimmíes como auxiliares en sus guerras.



37. Véase la edición bilingüe a cargo de Marjorie Chibnall, VI (Oxford, 1978), pp. 405-407.



38. Cf. Alfonso I el Batallador, Zaragoza, 1978, pp. 87 y ss.


39. SERRANO, D.: "Dos fatuas sobre la expulsión de mozárabes al Magreb en 1126", en Anaquel de Estudios Árabes, nº 2 (1991) 162-182.


40. VIGUERA, Mª. j.: "Andalucía andalusí: del siglo VIII al XIII ", en Historia de Andalucía 3-- Andalucía en al-Andalus, Barcelona, 2006, p. 105.


41. LAGARDÈRE, V: "Communautés mozarabes et pouvoir almorávide en 519 H/1125 en Andalus", en Studia Islámica, LXVII (1988), 99-119.


42. KASSIS, H.: ob. cit., nota n° 3; LAGARDÈRE, V.: Histoire et société en Occident musulman au Moyen Age. Analyse du "Mi ´yar" d'al-Wansarisi, Madrid, 1995, pp. 274 y 275.


43. lbídem.p, 39. nº 131.


44. loc. cit., p. 66, nº 251.


45. FLETCHER, R.; ob. cit., pp. 112 y 113. La traducción al español es mía.


46. Se trata de una cuestión controvertida. Véase el análisis de MOLENAT, J.P.: "Sur le rôle des almohades dans la fin do christianisme local au Maghreb et en al-Andalus", en Al Qantara, XVlll-2 (1997), 396-401 en particular.


47. CEPEDA, J.: Repoblación en la zona del Tajo. Huerta de Valdecarábanos, Valladolid, 1955.


48. GARCÍA SANJUÁN, A..- "Declive y extinción de la minoría cristiana en la Sevilla andalusí (ss.XI-XII)", en Historia. Instituciones. Documentos, n° 31 (2004), 269-286.


49. GONZÁLEZ, J.: Repoblación de Castilla la Nueva, Madrid, 1976,1, pp. 67-94.


50. Sobre lo que sucedió en Lisboa, véase MOLENAT, J.P.:"ob. cit.",392 y 393. Además, FERREIRO ALEMPARTE, J.:Arribadas de normandos y cruzados a las costas de la Península Ibérica, Madrid, 1999, pp. 63 y 165.


51. DOZY, R.: ob. cit., I, pp. 364-388, MOLENAT, J.P. "ob. cit", 402.


52. "Los cristianos de al-Andalus y el problema de la convivencia durante la época omeya" en Actas de III Congreso de Hª. de Andalucía. Andalucía medieval, I (Córdoba, 2003), pp. 231-249.


53. A este respecto, son útiles las observaciones contenidas en LEWIS, B.: "L´Islam et les non-musulmans", en Annales E.S.C. nº 3-4 (1980), 784-800.

  

CRISTIANOS EN AL-ANDALUS

(siglos VIII-XII)

  

José Enrique López de Coca Castañer

Universidad de Málaga