miércoles, 10 de abril de 2024

REFRESCO DE LIMÓN ANDALUSÍ "XARAB O SHARBAT""

 

REFRESCO DE LIMÓN ANDALUSÍ

“XARAB O SHARBAT”


Los andalusíes y sus descendientes, solían hacer bebidas naturales y caseras, con diferentes sabores, colores, texturas y aromas. Estas bebidas se denominaban “SHARAB”, y después los conocemos como refrescos caseros.

Un lujo destacado por nuestros ance

stros granadinos nazaríes era el hielo, bajado desde las alturas de la sierra por los comerciantes de la nieve en recuas de borricos que porteaban en grandes bloques helados, sacados de posos de hielo, y que eran transportados y protegidos con paja y lana para mantener el frio. Con el además de conservar mejor los alimentos, preparaban refrescantes bebidas, como ejemplo refrescos helados de lima.

El comercio de la nieve estaba bajo licencia real.

Con el fin de recuperar las sanas  tradiciones le pongo esta receta del Xarab Andalusí de limón recién exprimido.

 

Ingredientes

Para 1 Litro:

3 Cucharadas de miel soperas (mínimo)

3 Vasos de agua

Limones frescos., para conseguir 250 ml de zumo recién exprimido.

Hierbabuena fresca

Agua de azahar

Elaboración

La proporción suele ser de 1 de zumo de limón por 3 de agua, pero el zumo de limón es muy acido, por lo que se puede añadir un poco más de agua, eso es al gusto, igual que la cantidad de miel y agua de azahar. Mi consejo es ir añadiendo los ingredientes poco a poco e ir probando hasta conseguir la mezcla deseada.

Lavamos la hierbabuena fresca y quitamos los tallos, solo utilizaremos las hojas verdes.

Ponemos un vaso grande de agua en el recipiente de la batidora, vertimos  en el las hojas de hierbabuena y trituramos...

En una jarra bien fresca, incorporamos los 2 vasos de agua restantes y la mezcla conseguida de  la trituración de la hierbabuena. Con este procedimiento la hierbabuena casi es imperceptible.

También podemos cortar o picar muy  finamente las hojas de hierbabuena e incorporarlas directamente al agua. Con este procedimiento conseguimos que la hierbabuena adquiera presencia en el Sharab. Reservamos.

Lavamos bien los limones que han de ser lo más frescos posible y jugosos, vamos recién cosechados.

Cortamos un limón por la mitad y después cortamos un trozo de piel del otro lado, quitándoles el pedúnculo, luego colocamos la fruta en el exprimidor con la piel hacia abajo Con un prensa rápida el zumo saldrá fácilmente. También podemos utilizar otras técnicas para exprimir los limones.

Una vez exprimidos los limones uno a uno, colamos el zumo obtenido hasta llenar un vaso grande (250 ml. aproximadamente).

Añadimos el zumo de limón al agua con hierbabuena que teníamos reservada.

Le incorporamos unas gotas de agua de azahar,

Endulzamos: con la miel,  retiramos medio vas del preparado. Y diluimos en las 3 cucharadas de miel. Devolvemos el medio vaso de xarab con miel sin dejar de batir para que se integren bien todos los ingredientes

Probamos por si fuese necesario añadirle más miel o más agua helada, dependiendo de la acidez de los limones.

Cuando hemos conseguido el punto deseado de acidez y dulzura, enfriamos en el frigorífico, o servimos acompañado con hielo.

¡Buen provecho!

AJUARES EN LA GRANADA NAZARÍ: LA APORTACIÓN DE LA DOCUMENTACIÓN NOTARIAL

 

AJUARES EN LA GRANADA NAZARÍ: LA APORTACIÓN DE LA DOCUMENTACIÓN NOTARIAL


Parece razonable considerar que la selección de objetos de ajuar incluida en los contratos de acidaque – dote matrimonial – cumplía un valor social, dando visibilidad a bienes que destacaban por su ostentación y suntuosidad, y omitiendo otro tipo de enseres más modesto y anodino, por mucho que fuese necesario en el día a día del hogar. Da la impresión de que con estas donaciones matrimoniales puestas por escrito las familias andalusíes pretendían hacer gala de su prestigio


MARÍA DOLORES RODRÍGUEZ GÓMEZ
UNIVERSIDAD DE GRANADA


Bordado nazarí con lacería. Museo Lázaro Galdiano.


En pleno siglo XIV, en unas fechas imprecisas que tuvieron que ser con posterioridad al año 1340, tuvo lugar el enlace matrimonial en el reino nazarí de Granada de dos miembros de la familia gobernante magrebí de los benimerines. La desposada era Masʻūda, nieta del poderoso “jefe de los combatientes por la fe” (šayj al-guzāt) ʻUṯmān b. Abī l-ʻUlà, cuya participación en la política nazarí fue absolutamente relevante y decisiva durante el gobierno de los emires Muḥammad III, Naṣr, Ismāʻīl I y Muḥammad IV (r. entre 1302 y 1333). Su prometido era Abū ‛Alī Manṣūr, cuyo padre se había rebelado contra el sultán benimerín Abū Saʻīd ʻUṯmān II (r. 1310-1331), de quien era hijo. Ambos contrayentes pertenecían a ramas disidentes de la misma familia, que encontraron refugio en Granada. 

El contrato de acidaque, palabra hoy en día en desuso que hace referencia a la dote (del árabe al-ṣidāq), fue puesto por escrito por uno de los personajes más influyentes de la política y la cultura del emirato granadino, el visir natural de Loja, Lisān al-Dīn Ibn al-Jaṭīb, del que nos ha llegado una versión resumida inserta en una recopilación de sus escritos. 

Además de una importante cantidad en metálico y un número considerable de esclavas, Abū ‛Alī Manṣūr agasajó a su prometida en el contrato de acidaque con un elenco de piezas de ajuar que resulta abrumador, incluyendo, en palabras del propio Ibn al-Jaṭīb, “un surtido de ropa suntuosa y joyas de oro puro, según corresponde al elevado y destacado rango de ambos contrayentes” (Hoenerbach: 1965, pp. 94 ed., 113 trad.).  

Veamos seguidamente la extraordinaria relación de pertenencias de ajuar, comenzando por los textiles y cueros: un cordón de seda (šarrāba) valorado en cien dinares de oro; doce vestidos de seda (ṯawb) bordados de oro: cinco al estilo mansūqa, tres al estilo muṯaqqala y cuatro al estilo muqaḍḍaba; doce piezas de tela (maqṭaʻ) trabajados a la manera de Ifrīqiya, y otros doce a la manera de Susa; doce alquinales de lino; doce pañuelos para la cabeza (šarabiyya) de seda o lino crudo; tres mantos (munūt) de seda bordados de oro; tres mantos de paño escarlata (iškarlaṭ); cuarenta alifafes (liḥāf) de seda, de ellos diez bordados de oro al estilo mansūqa, diez de seda, diez de paño y diez de lana; veinte alhamares (ḥanbal) de lana, diez de ellos con trabajo de Ouarsenis y los otros diez con trabajo ʻudwī; veinte almadraques (maṭraḥ), de los que diez eran de cuero decorados con pan de oro, y el resto, de paño; diez tejidos (anwāḥ) de lana; catorce colchones (muḍarrabāt) de tipos diversos y cincuenta almohadones (mijādd), veinte de los cuales eran de seda, diez de ellos recubiertos y bordados y el resto, de lino blanco. 


Tejido nazarí de seda. Patronato de la Alhambra.


Además de los textiles suntuosos, no podía faltar en el ajuar dotal de una persona de tal alcurnia las joyas, algunas de las cuales, como se comentó anteriormente, eran de oro: cuatro alfileres (jalā’il), una corona o diadema (tāŷ) y dos cadenas (qilāda), pero también se encuentran aljófares (ŷawhar) en cuatro collares (ʻuqūd), y en un colgante para la frente (sullam ŷawhar). Otras preseas de las que no se precisan los materiales que las componen son brazaletes (d.ḥḥa) y aros para los pies (qarāqis), así como un collar o colgante de un tipo denominado mazamm. El valor total de estas alhajas ascendía a la elevada cantidad de mil dieciocho dinares. 



Brazalete o ajorca nazarí. Museo Lázaro Galdiano.


En esta escritura de esponsales apenas si se hace referencia a otro tipo de objetos del hogar necesario para la actividad cotidiana, pues únicamente se anotan dos elementos de tocador: un espejo y una ampolla para perfumes, cuya cuantía en total ascendía a ciento diez dinares de oro. 

En la escritura de Masʻūda y Manṣūr se percibe el papel relevante que ocupan los textiles por el número de artículos que contiene, así como por su diversidad, encontrándose piezas elaboradas en seda, lino de diferentes clases, paños y lana, a los que habría que añadir elementos realizados en cuero. No suele ser este tipo de documentación notarial muy proclive a dar datos sobre colores, formas, diseños, etc., pero, en este caso, en algunos artículos se precisan más detalles de su hechura, y se mencionan bordados de oro en diferentes estilos: mansūqamuṯaqqala y muqaḍḍaba, así como otras piezas trabajadas a la manera ifrīqī (de Ifrīqiya, aproximadamente el actual Túnez), sūsī (de la ciudad tunecina de Susa), wanšarīsī (de la región del Ouarsenis, en Argelia) y ʻudwī (“de allende”, haciendo referencia al Magreb). Únicamente se mencionan dos colores, el escarlata y el blanco.  

Puede llamar la atención la cantidad de almadraques, colchones y almohadones que se observan en este ajuar, pero no es nada de extrañar si tenemos en cuenta que estas piezas con relleno tenían un mayor uso del que se les da hoy en día, puesto que también servían como asiento en lugar de sillas o sillones, o de colchonetas sobre una especie de bancos, a la manera de lo que en Marruecos en la actualidad se les da el nombre de “metarbas”. Este es un ejemplo claro de cómo los textiles cumplían una importante función como mobiliario, elemento éste que solía ser poco frecuente en las viviendas andalusíes y que, de hecho, no cuenta con ninguna pieza en el contrato de esta pareja de nobles benimerines. 

Este precioso documento, de gran valor asimismo por ser uno de los pocos contratos matrimoniales que se conservan sobre al-Andalus de personas de tan alto rango, se ajusta a un modelo dotal dirigido a mujeres de posición elevada en donde no pueden faltar las joyas, los textiles, objetos de tocador o domésticos, todos ellos de una calidad y riqueza excelentes. Traemos a colación las palabras del imprescindible Ibn al-Jaṭīb quien, en otra de sus obras, describe el atuendo de los habitantes del reino nazarí: 

«El vestido más usado por las distintas clases sociales y más propagado entre ellos es el de paño de lana teñido en invierno. Son muy variadas las calidades de las telas, según la fortuna y la posición social. En verano usan el lino, la seda, el algodón, el pelo fino de cabra, la capa de Ifrīqiya, los velos tunecinos y los finísimos mantos dobles de lana […]. 
Los turbantes son muy poco usados por los habitantes de esta ciudad; solamente lo llevan los jeques, cadíes, ulemas y el ejército magrībí […]. 
Las joyas de los ricos, como, por ejemplo, collares, brazaletes, ajorcas y pendientes son, hasta hoy día, de oro puro e, incluso, muchos adornos de los pies, de los que no son precisamente ricos, están hechos de plata pura. Las piedras preciosas, como el jacinto, topacio, esmeralda y aljófar, son copiosas entre las personas que ocupan una posición elevada, al arrimo de la sombra protectora del gobierno, o son de familia de rancio abolengo […]. 
Sus mujeres […] han llegado al colmo hoy en día en la variedad de los adornos, el empleo de afeites, la emulación en los tisúes de oro y brocados, y la frivolidad en las formas de los atavíos». (Ibn al-Jaṭīb: 2010, 128-9). 



Collar en filigrana de oro del tesoro de Bentarique. Museo Arqueológico Nacional.


También las andalusíes menos pudientes recibían en sus contratos de esponsales tejidos, algunas joyas, perfumes y, en menor medida, otro tipo de enseres domésticos, aunque, obviamente, más modestos que los de la princesa benimerín. Al contrario de lo que ocurre en las cartas de dote y arras moriscas, quizás influidas por el mayor detalle con que eran precisadas las dotes cristianas, la mayoría de los objetos útiles para la vida diaria en el seno del hogar no aparece especificado en estas escrituras. Conviene precisar que, si bien son las novias las destinatarias del acidaque, sus prometidos solían abonar una primera parte del mismo en dinero metálico, que los padres de ellas o sus tutores en caso de fallecimiento de éstos empleaban para adquirir los objetos del ajuar doméstico, e incluso ellos mismos hacían entrega de este tipo de bienes como donación matrimonial para facilitarles una convivencia más cómoda. Por otra parte, las propias mujeres podían emplear el montante de la dote en adquirir pertenencias, tal y como recogió por escrito el viajero alemán Jerónimo Münzer quien, en su visita a Granada en 1494, recién conquistada por los cristianos, comentaba de las mudéjares: “Cada esposa invierte la dote en gastos propios, como collares, ropas, etc.” (Münzer: 1987, 57-8). 

Parece razonable considerar que la selección de objetos de ajuar incluida en estos contratos de acidaque cumplía un valor social, dando visibilidad a bienes que destacaban por su ostentación y suntuosidad, y omitiendo otro tipo de enseres más modesto y anodino, por mucho que fuese necesario en el día a día del hogar. Da la impresión de que con estas donaciones matrimoniales puestas por escrito las familias andalusíes pretendían hacer gala de su prestigio.   

Continuando con la información aportada por el material documental notarial sobre este tipo de bienes, los testamentos o repartos de herencias resultan asimismo de gran utilidad para estos fines. Al igual que ocurre con los contratos de acidaque, suelen ser parcos en la descripción de este tipo de elementos del hogar, pero se conserva algún caso que merece la pena ser detallado. La protagonista se llamaba Fāṭima bt. Saʻīd b. Lubb, y era una mujer que, como muchas granadinas, tenía una casa y un terreno. Concretamente su casa se hallaba en el Albaicín, y poseía una viña en Pinos Puente, en las afueras de Granada. El 28 de abril de 1481 se puso por escrito su legado y el 7 de febrero de 1495, su pliego particional, en donde se mencionan numerosas piezas que formaban parte de su vida cotidiana, cuya cuantía total sumaba 141 dinares y 516 dírhames. 


Tejido de seda nazarí de lacerías y gacelas. Museo Lázaro Galdiano.


Los textiles, como cabría suponer, constituían los elementos más importantes del ajuar de Fāṭima, encontrándose entre sus vestimentas medio manto de lienzo de importación; tres almaizares (manšaf) de diferentes clases; una marlota (mullūṭa) de paño; una camisa (qamīŷa) de lienzo; dos calzas (ŷawrab); un vestido del tipo durnūq remendado; unos zaragüelles (sarwāl) de mujer; un mandil (manḏīl) bordado; tres tocas y otras gastadas por el uso; una almalafa (milḥafa) para la cabeza; dos camisas; un vestido de diario de lienzo y un manto de paño. Asimismo Fátima dejó en herencia diversos artículos para la casa, entre los cuales se encontraban cinco almohadas usadas, otra sin usar, y cinco de esparto; una alcatifa (qaṭīfa) de lana; una sábana de lienzo; una alfombra o estera para orar y una almalafa de cama. Además, en su casa tenía madejas de lino, lo cual era muy frecuente en una sociedad como la andalusí, en donde las viviendas solían contar con telares para confeccionar la mayoría de las prendas de uso de la casa. Aunque no sean productos textiles propiamente dichos, como parte de los atuendos y elementos del hogar también se observa el cuero entre las piezas de su ajuar, concretamente en dos zapatos (sabbāṭ), unas zaleas (salā’ij) y en un almadraque.  



Zapato de cuero curtido. Patronato de la Alhambra.


Si bien son pocas las joyas mencionadas entre las pertenencias de esta mujer granadina, que tendría una condición social media, sin ahogos económicos, pudo disfrutar de una manilla (miqyās) de oro tres aljófares y un tūt (“tute”, pieza tubular de collar), también de oro.  

Si en algo destaca la partición de herencia de Fāṭima bt. Saʻīd b. Lubb es por la presencia de mobiliario y objetos del hogar, que son mencionados raramente en los documentos notariales árabes granadinos. Cabe destacar los utensilios de cocina, tales como tres redomas (maḍraba) de vidrio, (una de ellas de tipo “malagueño”), un almirez (mihrās) chino, una sartén (miqlā) de cobre, una tinaja de barro (jābiya) para el agua, una caldera (burma) de cobre, una orza (baṭīra) de barro y un ataifor (ṭayfūr). Otros elementos que podrían estar en cualquier dependencia de su casa eran un arca (tābūt) de madera, de gran utilidad como objeto que servía para guardar telas y otras pertenencias, y un armario o aparador (marfaʻa), mueble no demasiado habitual, puesto que lo más frecuente para contener piezas eran las alacenas encastradas en las paredes, que se solían cerrar con puertas de madera. 




Gran ataifor nazarí del árbol. Patronato de la Alhambra.


No podían faltar en la casa de Fāṭima las herramientas e instrumental de trabajo, con utensilios propios de las faenas agrícolas como una sierra pequeña (munšāyir) y un azadón (bašāṭīr) de hierro, además del telar (maramma) con el que probablemente se dispondría a tejer las madejas de lino que también había dejado como herencia. 

Los documentos de Masʻūda y Fāṭima constituyen una fuente de información valiosísima para conocer aspectos de la vida doméstica en el reino nazarí. En ellos figura una simple muestra de la enorme riqueza de vocabulario que se observa en los ajuares andalusíes. Quienes hayan leído este trabajo con atención, sin duda se habrán percatado de la importante cantidad de arabismos que ha generado este tipo de material en nuestra lengua (alifafe, alhamar, almohada, zalea, etc.). Aunque muchos de ellos hayan caído hoy en día en desuso, gracias al Diccionario de la Lengua Española, por ejemplo, sus significados pueden ser rescatados del olvido. 

NOTA: Esta/e publicación es parte del proyecto de I+D+i «Vestir lacasa: espacios, objetos y emociones en los siglos XV y XVI«, 
PGC2018-093835-B-100, financiado por MCIN/AEI/10.13039/501100011033/ y 
FEDER “Una manera de hacer Europa”. IP: María Elena Díez Jorge.  


PARA AMPLIAR:

 

lunes, 1 de abril de 2024

¿EL ANILLO DE BOABDIL? ANILLOS -SELLOS Y MATRICES SIGILARES EN AL-ÁNDALUS

 

¿EL ANILLO DE BOABDIL? ANILLOS-SELLO Y MATRICES SIGILARES EN AL-ANDALUS


A la vista del material arqueológico y de archivo, parece claro que en al-Andalus el anillo (jātam o jātim) se utilizó para sellar documentos oficiales y correspondencia solo hasta la caída del califato de Córdoba (1009). A partir del siglo XI se empleó el sello (llamado en árabe ṭābiʽ, nombre que designa también a su huella y a la huella del anillo); era pequeño primero, luego fue cada vez más grande


ANA LABARTA
UNIVERSIDAD DE VALENCIA


Arqueta de Leyre (año 966). Detalle del gobernante con su anillo-sello en el meñique izquierdo. Foto: Museo de Navarra (Pamplona). 

Siguiendo el ejemplo del profeta Mahoma, que se hizo hacer un anillo de plata para sellar las cartas, las autoridades musulmanas medievales en Oriente y en Occidente tuvieron también un anillo-sello. Aunque hay pocas referencias y muy marginales sobre al-Andalus, bastan para documentar que lo tenían los gobernantes, ministros, cargos militares y jueces, y que lo usaban para validar órdenes, salvoconductos, declaraciones, citaciones a juicio y otros documentos oficiales, además de cerrar la correspondencia. La impronta no se estampaba con tinta, cosa que no empezaría a hacerse hasta muchos siglos más tarde, sino sobre una bolita de arcilla húmeda que muy pronto se cambió por cera, en la que las letras quedaban en relieve. 

Consta cuál era el texto que llevaban en su anillo los califas legítimos, los omeyas y los abasíes de Oriente hasta el siglo XIII y también los gobernantes de al-Andalus. Aquí la fórmula más usual asociada al nombre de cada uno fue “en Dios confía fulano y en él se refugia”, hasta que ‘Abd al-Raḥmān II (m. 852) perdió el suyo y se hizo uno nuevo que decía “Abd al-Raḥmān está satisfecho con el decreto de Dios”. Esta nueva fórmula fue la que usaron todos sus sucesores hasta Hišām II (1013). No ha quedado ninguno de esos anillos, ni tampoco sus improntas, ni los documentos que las llevaban.



Museo PRASA Torrecampo (Córdoba). Fotos: Juan Bautista Carpio
Anillo N. I. 7676 visto de lado y desde arriba. 
Dice “La confianza | de ‘Isà | [está] en Dios”.  


Los anillos-sello andalusíes más antiguos que se han conservado, de los siglos VIII y IX, eran de particulares; son de plata y constan de un aro y una caja de lámina, cerrada, rellena de alguna materia. Sobre la tapa figura un breve texto grabado en hueco y en negativo. Ese texto no habla en primera persona, diciendo “soy de…”, ni desea buena suerte a su dueño, como hacían algunos anillos romanos; tampoco declara “soy un anillo”, ni afirma que “sella” o “valida”. Lo normal es que, imitando a los gobernantes, lleve escrito “en Dios [nombre propio] confía”, “[nombre] confía en Dios” o “la confianza de [nombre] está en Dios”.

Museo PRASA Torrecampo (Córdoba). Anillo N. I. 7675 de plata y cornalina con inscripción; vista lateral. Foto: Juan Bautista Carpio. 


Se observa una evolución en los anillos durante el siglo X: la caja de plata pasa a estar abierta y la inscripción va grabada sobre una cornalina, un granate u otra piedra alojada en su interior. A finales de siglo desaparecen los anillos con piedra inscrita y en su lugar la caja lleva pasta de vidrio de color que imita una piedra. El anillo fue perdiendo su función como sello, se convirtió en simple adorno y fue sustituido por la matriz sigilar.


Biblioteca de la Universidad de Granada, Ms-2-041 (2-10). Huella de un anillo con granate, hoy perdido. Decía “En Dios | Talīd ibn | ‘Abd al-Akram | confía”. Dibujo: Labarta 2017.


Surge la incógnita, que no tiene aún respuesta, de por qué se abandonó el anillo-sello; no sería para aumentar el área de las huellas, pues las matrices miden entre 7 y 10 mm de lado, igual o menos que la superficie inscrita en los anillos, que podía llegar a 11 x 15 mm. Tal vez se debiera a que las piedras tendían a soltarse del anillo y perderse: se han encontrado muchos anillos sin piedra y muchas piedras grabadas sueltas.

La matriz sigilar o sello

Las matrices más antiguas consisten en una barrita metálica, generalmente de bronce, de una sola pieza, de unos 30 mm de altura; un orificio permite llevarla colgada de una anilla. En su base, a menudo cuadrada con las esquinas cortadas, está la inscripción en negativo, en la que figura tan solo un nombre propio. Se han encontrado muy pocas y casi todas han aparecido fuera de contexto arqueológico: en el despoblado de Vascos (Toledo), en el castillo de Montanejos (Castellón), en la necrópolis islámica de Mértola (Portugal) pero sin relación con ninguna tumba, en el castillo de Miravet (Tarragona) o en la localidad de Aranzueque (Guadalajara) dentro de un tesorillo de monedas.

Museo de Castellón. Matriz del castillo de Montanejos.
Vista lateral y de la base.  
Dice “Abū Bakr | ibn Jamīs”. Fotos: Ferran Olucha. 


Las monedas que acompañaban al sello de Aranzueque fechan su ocultamiento casi con seguridad a finales del siglo XI y las características de las grafías de todas estas piezas las sitúan entre los inicios del siglo XI y la llegada de los almohades.  

No existe ninguna evidencia de sello ni de huella del periodo almohade y aunque sabemos que en el anillo de uno de sus dirigentes figuraba “He delegado en Dios; Él me basta y ¡qué excelente delegado es!” no es seguro que ese anillo anónimo se usara para sellar, al igual que sucede con otros anillos que solo llevan inscritas muestras de piedad. 

Las huellas de sello que se conservan en documentos de los siglos XIV y XV son de un tamaño mucho mayor. Los sellos de los reyes nazaríes eran redondos y se imprimían con matrices metálicas grandes, similares a las que usaban los otros reyes coetáneos hispanos y europeos. Es posible que, al igual que éstos, cada uno tuviera varios, de diferentes diámetros, para usarlos según con qué documentos. Los que colgaban de los pergaminos podían llegar a 100 mm de diámetro; los que se imprimían sobre cera roja pegada a documentos de papel tienen entre 60 y 80 mm, aunque en misivas reales escritas en romance se ven algunos que miden solo entre 45 y 57 mm. En cartas enviadas por los ministros, secretarios o altos cargos del ejército hay sellos de entre 20 y 35 mm y unos pocos de entre 15 y 20 mm; incluso estos últimos son demasiado grandes como para ser huellas de anillos. 

A la vista del material arqueológico y de archivo, parece claro que en al-Andalus el anillo (jātam o jātim) se utilizó para sellar documentos oficiales y correspondencia solo hasta la caída del califato de Córdoba (1009). A partir del siglo XI se empleó el sello (llamado en árabe ṭābiʽ, nombre que designa también a su huella y a la huella del anillo); era pequeño primero y luego fue cada vez más grande.

La leyenda del anillo de Boabdil

Son muchas las narraciones legendarias sobre cómo fue la entrega de Granada a los Reyes Católicos y sobre la marcha del último rey, Boabdil, ilustradas en nuestra mente a través del lienzo de Francisco Pradilla La rendición de Granada guardado en el Palacio del Senado de Madrid y otras pinturas historicistas del siglo XIX. Los objetos que se vinculan a Boabdil, ya sean ropajes, calzado o armas, son piezas que ejercen una especial atracción en el Museo del Ejército de Toledo. 

Según una de esas leyendas, Boabdil le habría regalado su anillo a Íñigo López de Mendoza y Quiñones (m. 1515), segundo Conde de Tendilla y primer Marqués de Mondéjar, y su familia lo habría conservado hasta la muerte del octavo Conde de Tendilla en 1656. 

El origen de este relato se encuentra en la Historia de la Casa de Mondéjar de Gaspar Ibáñez de Segovia (m. 1708), que afirmaba estar siguiendo la Historia de los Condes de Tendilla, redactada medio siglo antes por Gabriel Rodríguez de Ardila. 

Según la narración de Ibáñez, que transcribo del manuscrito modernizando un poco la ortografía, “en el momento de la entrega de la Alhambra de Granada, Boabdil preguntó a quién daban los Reyes la tenencia de la alcaidía del Alhambra y, diciéndole que al conde de Tendilla, pidió se le llamasen; y sacando una sortija de oro del dedo, con una piedra turquesa donde estaban escritas estas letras: lei lehe ille ali lehu alahu tabihu aben abi abdilehi, que traducidas en nuestro castellano dicen: No hay otro dios sino el verdadero Dios y este es el sello de Aben Abi Abdilehi, se la dio y le dijo: «Con esta sortija se ha gobernado Granada desde que se ganó por los moros; tomadla para que la gobernéis con ella y Dios os haga más dichoso que a mí». La cual yo he visto y se guarda en los señores de esta Casa”. 

Añade luego: “Esta sortija, de que dice Ardila entregó el rey de Granada al conde de Tendilla, la conservaron sus descendientes hasta que, muerto el marqués don Íñigo, último varón de esta Casa, en la ciudad de Málaga el año de 1656 sin dejar sucesión, se perdió por no haber atendido la marquesa doña María, su hermana, hallándose en Madrid, a solicitar recobrarla, o no teniendo noticia de cuan apreciable prenda era, u olvidada, después de tantos años como faltaba de la casa de sus padres, de la estimación con que se mantenía en ella”.  

La narración está recogida en la Historia de Granada de Miguel Lafuente Alcántara (1846), la Historia de España de Modesto Lafuente (1888), Las capitulaciones para la entrega de Granada de Miguel Garrido Atienza (1910) y todos los autores que les han seguido. Pero no está en el capítulo que relata la llegada de los Reyes Católicos a La Alhambra en la obra de Rodríguez de Ardila editada por Foulché-Delbosc. 

¿Tenía Boabdil un anillo? Posiblemente sí, incluso varios. ¿Tenía un anillo-sello? Aunque en teoría no se puede afirmar ni negar tal cosa, la realidad es que no hay ninguna otra referencia a él, ni queda su impronta, ni rastro de ella, en los documentos conservados. Y, como hemos visto, entre los musulmanes nadie usaba ya anillos para sellar desde inicios del siglo XI. 

Vamos a repasar juntos con cuidado la noticia.  

Dice que se sacó del dedo “una sortija de oro”. El anillo de los musulmanes acostumbraba a ser de plata, pues la Tradición desaconseja que los varones lo lleven de oro, metal que está admitido solo para las mujeres.  

La turquesa es una piedra que se puso de moda a mediados del siglo XIV y en el XV, pero es muy extraño que nos diga que llevaba una inscripción, ya que es frágil y no se usaba para hacer sellos; hubiéramos esperado que fuera una cornalina. 

El supuesto texto del anillo también resulta raro, por varias razones. En su torpe transcripción, que suena como tomada de oído, creo reconocer: lā ilaha illā Allāh ‘no hay más dios que Dios’ y haḏā hu ṭābiʽu ibn Abī ‘Abdi-llāhi ‘este es el sello de Ibn Abī ‘Abd Allāh’. En la primera parte, la profesión de fe musulmana, echo en falta la referencia a la misión profética de Mahoma. En la segunda parte, la joya se presentaría como ṭābi‘, ‘sello’, término que, como hemos visto, corresponde a la matriz, no al anillo, que se llama en árabe jātim; pero hay que recordar, además, que ninguna de estas dos palabras árabes consta en ningún anillo.  

Más sorprendente es la manera de nombrar a su dueño: ibn Abī ‘Abd Allāh ‘el hijo de Abū ‘Abd Allāh’, sin mencionar su nombre propio. Lo habitual en los anillos y sellos es encontrar el nombre propio de su poseedor seguido de ‘hijo’ y el nombre de su padre o de un sobrenombre. 

En cualquier caso, Boabdil se llamaba Abū ‘Abd Allāh Muḥammad, de modo que ‘el hijo de Abū ‘Abd Allāh’ no sería él sino un hijo suyo (o el hijo de otro Muḥammad). El padre de Boabdil, conocido entre los castellanos como muley Hacén, no se llamaba Abū ‘Abd Allāh, sino Abū-l-Ḥasan ‘Alī. De modo que, de haber existido tal joya, su dueño no podía ser Boabdil.  

La frase que éste habría dicho al entregárselo al conde de Tendilla (“con esta sortija se ha gobernado Granada desde que se ganó por los moros”) parece sugerir que en la imaginación de quien inventó la leyenda no se trataba simplemente del anillo personal de Boabdil, sino de uno heredado, transmitido de generación en generación, desde los orígenes del reino. Pero el fundador de la dinastía, Muḥammad I, tampoco se llamaba ibn Abī ‘Abd Allāh.  

Creo que lo dicho basta para mostrar que la referencia al “anillo de Boabdil”, sus características y el texto de su supuesta inscripción carecen de realidad histórica y son un invento de mediados del siglo XVII para ensalzar a la Casa de Mondéjar.

Museo Arqueológico y Etnológico de Granada DJ 00738. Anillo nazarí de oro con una turquesa, encontrado en la excavación de plaza de los Chinos, 5. Fotos: Isidro Toro y Manuel Morales. 

Ahora bien, “una sortija de oro con una piedra turquesa”, sin inscripción en la piedra, sí corresponde a un tipo de anillo que estuvo de moda en época nazarí. Algunos poemas populares de esa época mencionan el regalo de un anillo, con esmeralda o turquesa, por parte del amante como testimonio de amor y evidencia de la relación. Incluso se ha hallado uno bien conservado en excavaciones arqueológicas en Granada; exteriormente va decorado con líneas incisas que en su día iban rellenas de esmalte negro y lleva un letrerito grabado en ambos costados que dice “la gloria pertenece a Dios”. Otro anillo, también de oro y muy parecido en construcción y decoración, se encontró en la alcazaba del castillo de Mértola (Portugal). 

Dicen que toda leyenda tiene algo de verdad. Es posible que el Conde de Tendilla, una vez establecido en Granada, adquiriera un anillo como estos y que sus descendientes lo conservaran durante varias generaciones; si en familia lo llamaban “el anillo de Boabdil” sería bromeando; pero, una vez extraviado, fue fácil dejar volar la fantasía y adornar el recuerdo.


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