viernes, 9 de julio de 2021

LOS TRATADOS DE AGRICULTURA COMO FUENTE PARA EL ESTUDIO DE LA PROPIEDAD ARISTOCRATICA ANDALUSÍ

 

Al-QAnṭArAXLII 1,

Enero-junio 2021, e01eISSN 1988-2955

ISSN-L 0211-3589https://doi.org/10.3989/alqantara.2021


.LOS TRATADOS DE AGRICULTURA COMO FUENTE PARA EL ESTUDIO DE LA PROPIEDAD ARISTOCRÁTICA ANDALUSÍ*

Agricultural Treatises as Sources for the Study of Andalusi Aristocratic Property

 

Pedro Jiménez-Castillo

Escuela de Estudios Árabes, CSIC

ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-6012-4414

 

 

Inmaculada Camarero

Laboratorio de Arqueología y Arquitectura de la Ciudad (HUM-104)

ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-0197-9460

 

Resumen

El conjunto de tratados de agricultura que se elaboró en al-Andalus ha sido hasta ahora explotado como fuente para aspectos rela-cionados con la botánica y la historia de las técnicas agrícolas; sin embargo, se ha empleado poco para la obtención de información histórica, aspecto que hemos tratado de enfatizar en este trabajo. Con este objetivo, hemos intentado situar la eclosión de los libros de agricultura en su contexto histórico: el de la revolución económica y demográfica plenomedieval, uno de cuyos aspectos más significativos fue la expansión agrícola impulsada por un estamento de terratenientes, muchos de ellos residentes en las ciudades, que puso en marcha una producción orientada básicamente al mercado. A este grupo social es al que creemos estaban destinados principalmente  los  libros  geopónicos,  pues  tenía  la  necesidad  y  los  recursos  económicos  e  intelectuales  para  aprovecharlos,  a  diferencia de los pequeños propietarios y las comunidades gentilicias de campesinos que practicaban una agricultura destinada  esencialmente al autoabastecimiento. Una vez que reconocemos los libros de agricultura como auténticos manuales de aquellos hacendados, se puede recuperar esa literatura como fuente histórica de primer orden con el fin de conocer el funcionamiento y la organización de ese tipo de propiedad fundiaria en esta fase de la historia de al-Andalus.

Palabras clave: agricultura de al-Andalus; almunia; bustān; finca rústica; tratados de agricultura.

 

Abstract

The set of agricultural treaties that were drawn up in al-Andalus has been exploited so far as a source for aspects related to botany and the history of agricultural techniques; however, it has been little used as a historical source, which we have tried to emphasize in this article. To this end, we have tried to place the eclosion of agricultural books in their historical context: that of the High Middle Ages economic and demographic revolution, one of whose most significant aspects was the agricultural expansion driven by a landowning urban aristocracy that launched a production oriented basically to the market. It is precisely this privileged class that was interested in geoponic books and had the resources and training to take advantage of them, as we have tried to demonstrate. Once we recognize the agricultural books as authentic manuals of these landowners, that literature can be recovered as a first-rate historical source to know about the operation and organization of the land ownership of the Andalusian aristocracy.

 

Key words: agriculture of al-Andalus; almunia; bustān; country estate,agriculture treaties.

 

Cómo citar / Citation: Jiménez-Castillo,  Pedro  y  Camarero,  Inmaculada,  “Los  tratados  de  agricultura  como  fuente  para  el  estudio    de    la    propiedad    aristocrática    andalusí”, Al-Qanṭara,    42,    1    (2021),    e01.    doi:    https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.001.Recibido: 11/11/2019; Aceptado: 04/06/2020; Publicado: 02/07/2021Copyright: © 2021 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0).*  Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto ALMEDIMED “Almunias medievales en el Mediterráneo: Histo-ria y conservación de los paisajes culturales periurbanos” (PID2019-111508GBI00), del que es IP el Dr. Julio Navarro (EEA-CSIC). Cofinanciado con fondos FEDER, pertenece al Programa Estatal de Generación de Conocimiento y Fortalecimiento Científico y Tecnológico del Sistema de I+D+i, Subprograma Estatal de Generación del Conocimiento, del Ministerio de Cien-cia e Innovación. Sin la contribución de los colegas de este proyecto durante los últimos años, este trabajo no habría sido po-

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.0012en al-Andalus según demuestran no solo los tex-tos  árabes  sino  también  la  toponimia  e  incluso  la  documentación  latina  y  romance  posterior  a  la conquista2, denominaba a unas explotaciones agrícolas  que  comprendían  también  casas  de  campo destinadas al recreo de sus propietarios, definición que conviene, por otro lado, con el bustān ideal descrito por Ibn Luyūn en su trata-do de agricultura, como veremos más adelante. Es  decir,  en  algunas  de  sus  acepciones,  bustān y munya podían sersinónimos, según demostró Expiración García3; por consiguiente, cuando en los tratados de agricultura se hace mención a un bustān, puede referirse sencillamente a un huer-to  o  bien  a  una  almunia  con  las  características  que antes explicamos.Pero  los  libros  de  agricultura,  y  los  textos  árabes  en  general,  recogen  otros  términos  para  definir a estas fincas agropecuarias, debido se-guramente  a  la  diversidad  de  funciones  (agrí-colas,  ganaderas,  residenciales,  protocolarias,  recreativas) que en ellas se podían dar. Los más habituales son: ŷanna, pl. ŷannāt, dār, qaṣr, pl.quṣūr, karm, pl. kurūm, ḥušš, ḥā’iṭ, ḥa’ir / ḥayr,buḥayra, nāʽūra y riyāḍ. Los límites de bustān y ŷanna tampoco están claros4, pues depende del contexto  en  el  que  se  hallen.  Ŷanna  en  ocasio-nes  es  sustituida  por  el  singular  ŷinān,  propio  del  árabe  granadino;  dār  hace  alusión  a  cual-quier  tipo  de  casa  o  vivienda5; qaṣr, pl. quṣūr, que significa palacio o alcázar; karm, pl. kurūm, comúnmente es viña, viñedo6; ḥušš  hace  refe-rencia a un jardín o vergel; ḥā’iṭ es, la mayoría de las veces, un huerto cercado con muros; ḥā’ir / ḥayr es un jardín o bien un depósito de agua; buḥayra,  diminutivo  de  baḥr (mar), se refiere comúnmente a un lago o a una alberca; nāʽūra 2 Sénac, “De la madîna à l’almunia”, pp. 183-201; Eri-tja  i  Ciuró,  De l’Almunia a la Turris, passim;Ramón-Laca Menéndez de Luarca, “Almunias en los reinos de Castilla y Aragón”, pp. 443-451.3 García Sánchez, “Cultivos y espacios agrícolas irriga-dos en al-Andalus”, p. 20.4 Además de ser ŷanna y bustān prácticamente sinóni-mos,  en  ocasiones  aparecen  juntos,  lo  que  puede  deberse  a  un recurso estilístico, por lo que no habría realmente ninguna diferencia entre ellos. Véase para ello, García Sánchez, “Cul-tivos y espacios agrícolas irrigados en al-Andalus”,pp. 17-18 y 22-26.5 Navarro Palazón y Jiménez Castillo, “El Alcázar Me-nor de Murcia”, pp. 150-151.6 Como las que rodean a las murallas de la Granada na-zarí o las que riega la acequia de Aynadamar por la zona norte de la ciudad. Véase, por ejemplo, Ibn al-Jaṭīb, Al-Iḥāṭa, ed. B. Derradji, I, p. 221; ed. ʽInān, I, p. 120.1. IntroducciónEl  objetivo  general  de  este  trabajo  es  el  de  enfatizar  el  valor  de  los  tratados  geopónicos  andalusíes como una fuente histórica de primer orden,  más  allá  de  su  indiscutido  interés  para  el estudio de disciplinas y materias específicas, como  la  historia  de  las  técnicas  agrícolas  o  la  botánica. Para ello, trataremos de indagar sobre un aspecto crucial en este sentido y, sin embar-go, poco discutido en la historiografía, como es el de la finalidad y los destinatarios de dichas obras.  Este  análisis  nos  va  a  permitir  plantear  la hipótesis de que fueron escritas para propie-tarios de tierras con la formación y los recursos suficientes para tener acceso a unos libros que les  servían  de  manuales  para  la  gestión  de  sus  propiedades fundiarias y, en consecuencia, que proporcionan datos históricos valiosos sobre el funcionamiento y la organización del trabajo en las fincas de las élites, en el contexto de un pro-ceso, bien situado en el tiempo, de expansión de la agricultura orientada al mercado y de desarro-llo económico en general.Antes  de  comenzar  con  el  estudio,  creemos  imprescindible  adelantar  unas  consideraciones  en relación con la nomenclatura que nos encon-tramos recurrentemente en los libros de agricul-tura para designar a las propiedades fundiarias. En  esta  literatura,  como  en  general  sucede  en  los  textos  andalusíes,  se  pueden  registrar  dife-rentes  palabras  para  nombrar  realidades  apa-rentemente  similares  y,  por  otra  parte,  dichos  términos  son  marcadamente  polisémicos.  El  nombre que aparece más frecuentemente en los libros de agricultura para denominar las fincas de las que se ocupan es el de bustān, pl. basātīn, identificado normalmente como huerto o como jardín,  mientras  que  es  mucho  menos  frecuen-te munya, palabra de la que deriva la castellana «almunia»1. Este último término, muy utilizado 1 Efectivamente, este término es citado por al-Ṭignarī solo una vez y en su plural munà, con relación a los emparra-dos que se arman en las almunias. Véase, Kitāb zuhrat al-bus-tān, pp. 343-344. Véase, además, García Sánchez, “Termino-logía y funcionalidad de las almunias andalusíes”, pp. 17-25.sible, por lo que deseamos expresar nuestro reconocimiento a todos ellos, y en particular al IP del mismo. También damos las gracias a los dos revisores anónimos del borrador del ar-tículo, así como al consejo de redacción de la revista, puesto que sus numerosas correcciones y sugerencias han contribui-do notablemente a mejorar el texto final. Y, por último, no nos queremos olvidar del personal de la Biblioteca de la Escuela de Estudios Árabes, por la ayuda obtenida en la localización y acceso de las fuentes árabes que les hemos solicitado.

 

 

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3significa noria y rawḍ, pl. riyāḍ, jardín, vergel7. En los textos posteriores a la conquista cristiana, aparecen documentados con el sentido de finca privada los términos real (derivado de riyāḍ) que designa  propiedades  periurbanas  de  regadío,  y  rahal, que identifica explotacionespredominan-temente de secano8.De manera convencional, hemos optado por utilizar  aquí  el  término  «almunia»  para  hacer  referencia  al  tipo  de  propiedad  fundiaria  y  re-creativa  antes  descrita,  por  ser  el  vocablo  más  apropiado en el castellano actual para definir esa realidad.  No  obstante,  en  las  traducciones  nos  hemos  limitado  a  emplearlo  cuando  el  original  árabe  era  munya y,  en  cualquier  caso,  siempre  hemos  acompañado  nuestras  interpretaciones  con el vocablo árabe original.2.   Los tratados de agricultura y los calendarios andalusíesA  partir  del  s.  X,  un  círculo  de  médicos,  farmacólogos  y  botánicos  vinculados  a  la  cor-te cordobesa, se agrupó alrededor de la figura del  médico  Abū  l-Qāsim  Jalaf  b.  ʽAbbās  al-Zahrāwī  (s.  X-XI)9,  ocupándose,  además,  de  otras  ciencias  relacionadas,  como  era  la  agro-nomía10.  Pero  fue  en  el  siglo  XI  cuando  esta  disciplina  alcanzó  su  máximo  esplendor,  tanto  en  lo  práctico  como  en  lo  teórico,  dando  lugar  a  una  importante  literatura  geopónica,  que  ha  permitido  que  algunos  estudiosos  hablen  de  la  «escuela agronómica andalusí». Efectivamente, es en este siglo cuando un grupo de agrónomos «frecuentaron los mismos círculos intelectuales y  crearon  unos  vínculos  de  transmisión  del  sa-ber,  a  través  de  los  cuales  podemos  establecer  el concepto de escuela con una relación directa entre  maestros  y  discípulos»11.  Ellos  formaron  una verdadera comunidad científica, utilizando las  mismas  herramientas  de  análisis  y  compar-tiendo una visión similar del mundo12.7 Véase,  por  ejemplo,  Navarro  Palazón  y  Puerta Víl-chez, “Las huertas de Marrakech”, pp. 285-322.8 Jiménez Castillo, “Fincas aristocráticas en la Murcia islámica”,  pp.  749-791;  Jiménez  Castillo,  “Reales  y  rahales  de la Murcia andalusí”, pp. 389-436.9 Conocido como Abulcasis o Albucasis entre los lati-nos.10 Véase  más  de  este  personaje  y  su  influencia  en  el nacimiento de la ciencia agronómica andalusí en Álvarez de Morales, “Agrónomos andalusíes y sus legados”, pp. 24-25.11 García Sánchez, “Ibn al-ʽAwwām, Abū Zakarīyā’”, p. 448.12 El-Faïz, “L’apport des agronomes d’al-Andalus”, p. 55.Estos geóponos bebieron de fuentes orienta-les, las cuales a su vez habían recogido previa-mente la tradición clásica; las principales, según citan  los  propios  tratados  agrícolas  andalusíes,  son: Filāḥa rūmiyya  o  Filāḥa yūnāniyya,  atri-buida  a  Qusṭus;  la Agricultura Nabatea,  obra  traducida al árabe por Ibn Waḥšiyya en el siglo X a partir de materiales siríacos que se remontan a los siglos III-V d.C.; y la compilación anóni-ma  realizada  en  el  s.  X  y  dedicada  al  empera-dor  bizantino  Constantino  VII,  que  conocemos  como  los  Geoponica.  El  ascendiente  oriental  de las obras andalusíes no les resta valor alguno como  fuente  de  conocimiento  histórico  para  el  periodo  en  que  fueron  compuestas,  puesto  que,  más  allá  de  la  inspiración  y  de  la  información  recuperada de los antiguos, la propia opción por este  tipo  de  literatura  en  este  preciso  momento  tiene un significado que solo se puede interpretar adecuadamente  en  su  contexto  socioeconómico.  Además, los autores hispanoárabes aprovecharon la geoponimia clásica sin actuar como meros edi-tores  o  traductores  de  la  misma.  Efectivamente,  existen diferencias notables entre ambas tradicio-nes,  puesto  que  los  andalusíes  incorporaron  sus  propias  experiencias  y  desecharon  todo  aquello  que no consideraban de utilidad, de manera que sus libros reflejan un interés más elevado con re-lación  a  lo  práctico  y  experimental  que  sus  an-tecesores,  rechazando  lo  mágico  y  supersticioso  presente, sobre todo, en la Agricultura Nabatea13. Esto demuestra, en última instancia, el carácter pragmático y la intención utilitaria de la literatura agrícola en general a lo largo de la historia, desde la Antigüedad a la Edad Moderna, y en particular de la hispanoárabe.Los  tratados  de  agricultura  andalusíes,  tal  y  como lo hacían tradicionalmente las fuentes de donde  parten14,  suelen  comenzar  describiendo  los tipos de tierra, la manera de modificarla y prepararla para su siembra a través, entre otras labores, de la nivelación y roturación. Posterior-mente, se habla de los tipos de aguas y de abo-nos, según la tierra de la que se trate, de lo que se quiera plantar o del tiempo en el que se desee sembrar.  Precisamente,  una  de  las  principales  aportaciones  de  la  agronomía  en  el  siglo  XI  es  la creación de una auténtica ciencia pedológica 13 Carabaza Bravo, “El agua en los tratados agronómi-cos andalusíes”, pp. 19-38; García Sánchez, “Las fuentes ci-tadas en el tratado agrícola de al-Ṭignarī”, pp. 205-231; Fahd, “L’agriculture nabatéenne en Andalousie”, pp. 41-51.14 Carabaza Bravo, “El agua en los tratados agronómi-cos andalusíes”, p. 21.

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.0014destinada al acondicionamiento y mejoramiento de  los  suelos,  de  manera  que  no  solo  permitía  aumentar el rendimiento de las áreas cultivadas sino la colonización y puesta en explotación de otras tierras yermas que antes habrían sido con-sideradas como incultivables15.Seguidamente, los vegetales se analizan por grupos y se especifican diversas labores como su modo de siembra, abono, cultivo, injerto, poda y demás faenas. Algunos de los autores también ahondan  en  las  cualidades  que  esos  productos  poseen para la alimentación, así como las rece-tas  culinarias  que  se  pueden  realizar  con  ellos.  No  se  olvidan  de  tratar  el  tema  de  las  plagas,  del cuidado que se ha de proporcionar a los cul-tivos durante su desarrollo y del mejor modo y momento para la cosecha. Interesantes también son las páginas dedicadas a la conservación de las  especies  vegetales16 o  a  la  cría  de  animales  para su explotación17. En general, destacan por ser  obras  teóricas  pero  con  una  fuerte  base  ex-perimental, de manera que sus autores suelen in-cluir en sus textos la expresión de «yo mismo he visto», «yo ya lo he experimentado y es cierto» o «esto es algo ya experimentado y es verídico».Dentro de los tratados de agricultura, el más temprano  es  el  titulado  Kitāb    tartīb  awqāt al-girāsa  wa-l-magrūsāt   (Libro   del   ordena-miento de los tiempos de la plantación y de los plantíos),de la segunda mitad del s. X y princi-pios del s. XI18. Actualmente, se considera bas-tante  probable  que  su  autor  sea  el  andalusí  Ibn  Abī l-Ŷawād, de origen cristiano, mozárabe o muladí, y que este hubiera vivido en la Córdoba omeya justo cuando se inició la época de mayor esplendor  cultural19.  Esta  obra  depende  de  las  tradiciones  orientales  y  casi  no  habla  con  voz  propia. Tampoco se ocupa de asuntos tan impor-tantes como las aguas, las tierras, los estiércoles o los cereales; no alude al calendario agrícola ni 15 Bolens, “La révolution agricole andalouse”, pp. 124-125.16 Véase, para ello, García Sánchez, “La conservación de los productos vegetales”, pp. 251-293.17 Consúltese, por ejemplo, Carabaza Bravo, “Las palo-mas en la agricultura andalusí”, pp. 233-256.18Kitāb    tartīb  awqāt  al-girāsa  wa-l-magrusāt.  Un tratado agrícola andalusí anónimo, ed. y trad. Ángel Custo-dio López y López, Granada, 1990.19 Una nota marginal en el tratado de Ibn Luyūn seña-la que la obra de este autor tiene por título Kitāb al-Filāḥa. Puede suponerse, pues, que el título por el que se conoce esta obra, Kitāb fī tartīb awqāt al-girāsa wa-l-magrūsāt,  ofreci-do por el manuscrito tunecino, haya tomado el nombre de su primer capítulo. Véase, López y López, “Ibn Abī l-Ŷawād”, pp. 753-755.tiene sección dedicada a la veterinaria. De todas formas, es conocido por los geóponos posterio-res,  los  cuales  en  ocasiones  citan  en  sus  obras  párrafos idénticos20. De los diez capítulos en los que se divide esta obra, López y López destaca el quinto, dedicado al cultivo de las principales plantas  ornamentales  conocidas  hasta  la  fecha,  por lo que constituye el primer documento sobre la plantación de jardines en al-Andalus21.En  cuanto  a  los  calendarios  agrícolas  anda-lusíes,  que  fueron  fuente  continua  de  informa-ción  de  los  tratados  posteriores,  se  encuentran:  el Kitāb al-anwā’ wa-l-azmina -al-qawl fī l-šu-hūr-, de Ibn ʽĀṣim (s. XI)22;  el  Calendario de Córdoba, de ʽArīb b. Saʽīd (s. X)23  y  la Risāla fī awqāt al-sana,  de  autor  anónimo,  muy  posi-blemente redactada en algún momento del siglo XIII 24. Los tres tratan aspectos comunes, como el  nombre  de  los  meses  en  el  sistema  solar;  el  número y la definición del mes en cuestión25; temas  como  la  magia,  pronósticos  del  tiempo,  información  astronómica  y  meteorológica;  ca-lendario de fiestas religiosas e informaciones de tipo agrícola y zoológico. No obstante, el calen-dario  anónimoofrece  algunas  diferencias  con  respecto a los otros tres, pues se observan en la Risāla fī awqāt al-sana algunas novedades y la inclusión  de  un  tipo  de  información  relaciona-da con la producción, que está más acorde con su uso por parte de la élite terrateniente que de «campesinos sencillos y crédulos», como señala su  traductora26.  El  hecho  de  que  el  calendario  20 De todas formas, como apunta López y López «su relación  con  las  demás  obras  agronómicas  andalusíes  es  compleja, y entraña no poca dificultad hablar de ello con un mínimum de seguridad en las afirmaciones, pues los autores copian los textos unos de otros sin precisar su origen» (“Ibn Abī l-Ŷawād”, p. 755).21 El único rasgo original en la obra es cuando cita los nombres  con  los  que  son  conocidas  en  al-Andalus  algunas  plantas  que  crecen  en  los  jardines,  como  el  junquillo  blan-co (al-nisrīn), el lirio blanco (al-nīlūfar) y el alhelí (al-nam-mām). Véase para ello López y López, “Ibn Abī l-Ŷawād”, p. 754.22 Ibn ʽĀṣim, Kitāb al-anwā’ wa-l-azmina  -al-qawl fī l-šuhūr- (tratado sobre los anwā’ y los tiempos-capítulo so-bre los meses), est., trad. y ed. crítica por M. Forcada, CSIC /ICMA, Madrid, 1993.23 ʽArīb b. Saʽīd, Le Calendrier du Cordoue, publ.  R.  Dozy con trad. fr. anot. Ch. Pellat, E. J. Brill, Leiden, 1961.24Risāla fī awqāt al-sana. Un calendario anónimo an-dalusí, ed. y trad. M.ª A. Navarro, CSIC, Granada, 1990.25 La definición del mes incluye: el número de días, el signo  del  zodíaco,  las  mansiones  del  mes,  el  planeta  que  lo  rige, las características de este, la estación a la que pertenece, entre otros aspectos.26Risāla fī awqāt al-sana, p. 23.

 

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5anónimo sea relativamente tardío (s. XIII), pos-terior  a  la  mayoría  de  los  tratados  geopónicos  redactados  en  al-Andalus,  le  permitió  hacerse  eco  del  saber  recogido  en  estos;  así  lo  explica  el autor en la presentación de su obra, después de señalar los temas que va a abordar en ella27: También  se  menciona  en  esta  obra  aquello  que  la  gente  no  debe  ignorar  sobre  los  tiempos  de  la  siembra  y  de  la  plantación,  los  muchos  cuidados  que  requiere  la  maduración  de  la  fruta,  la  época  en  que  paren  los  animales  y  otras  cuestiones  se-gún la opinión de los agrónomos (ʽalà maḏhabahl al-filāḥa).De  su  contenido  se  desprende  que  estaba  destinado a auxiliar a los agricultores en la ex-plotación  de  sus  fincas,  dada  la  enumeración exhaustiva  de  las  labores  agrícolas  que  debían  realizarse  en  cada  mes  y  las  informaciones  de  carácter administrativo que la acompañan, tal y como lo hacen los kutub al-filāḥa.Por lo que se refiere a los tratados de agricul-tura, son seis las obras que vamos a considerar en este estudio como fuente fundamental para el conocimiento de las propiedades aristocráticas. Sus autores son llamados de múltiples y variadas formas,  entre  las  que  se  encuentran:  fallāḥūna(lit. «agricultores»),aṣḥāb al-filāḥa (lit. «hom-bres de la agricultura»), ahl al-filāḥa (lit. «gente de agricultura») y, como señalábamos más arri-ba, mahara fī l-filāḥa28  (lit.  «expertos  en  agri-cultura»). Todos estos apelativos aluden en este contexto a su categoría de «geóponos», es decir, hombres de gran conocimiento y experiencia en las ciencias agrícolas. Son los siguientes:Ibn Wāfid (1007/8-1074/5) escribió una obra llamada Maŷmūʽ fī l-filāḥa (Compendio de agri-cultura)cuya autoría, sin embargo, es objeto de discusión entre los investigadores29. El soberano al-Ma’mūn Ibn Ḏi l-Nūn de Toledo (1043-1075) 27Risāla fī awqāt al-sana, pp. 35 ár. / 151-152 trad.28 Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l- filāḥa, pp. 293 tr. / 94 ár. 29 Véase para ello, Carabaza Bravo, “La edición jordana de al-Muqniʽ de Ibn Ḥaŷŷāŷ: Problemas en torno a su auto-ría”,  pp.  71-81;  Carabaza  Bravo  y  García  Sánchez,  “Estado  actual y perspectivas de los estudios sobre agronomía anda-lusí”,  pp.  112-113;  García  Sánchez,  “Problemática  en  torno  a  la  autoría  de  algunas  obras  agronómicas  andalusíes”,  pp.  333-341; Álvarez de Morales y Carabaza Bravo, “Ibn Wāfid, Abū l-Muṭarrif”, pp. 567-568. Se suele considerar hasta la fecha que la obra de Ibn Wāfid está incluida dentro de la de Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa,  concretamente  en  las  pp.  6-84. Cuando nos refiramos a su obra, citaremos Ibn Wāfid, Compendio de Agricultura en Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-fi-lāḥa, ed. S. Ŷarrār y Abā Ṣafīya, ʽAmmān: Maŷmaʽ al-Luga al-ʽArabiyya al-Urduniyya, 1982. le  encargó  la  creación  y  el  mantenimiento  del  Bustān al-Nāʽūra o Huerta de la Noria. Lo con-firma Ibn al-Abbār cuando dice en su Takmilaque el geópono Ibn Wāfid: «se había encarga-do de la plantación de la célebre huerta (ŷanna) de este rey»30. Fue Ibn Baṣṣāl quien tomaría su relevo al hacerse cargo de dicha huerta, posible-mente a la muerte de aquel31. Su tratado nos in-teresa especialmente por los datos que aporta en referencia a la economía doméstica; por los con-sejos  acerca  de  lo  que  hay  que  tener  en  cuenta  a la hora de elegir los trabajadores y encargados de las grandes fincas; así como por las informa-ciones zootécnicas que ofrece. Posiblemente, su Compendio de Agricultura  fue  escrito  antes  de  ocuparse  del  Bustān al-Nāʽūra de al-Ma’mūn, ya que no incluye en él sus opiniones personales sobre los temas que trata32.Ibn Haŷŷāŷ (fines del s. XI, principios del s.  XII)  escribióel  tratado  titulado  al-Muqniʽ fī l-filāḥa  (Lo  que  basta  saber  acerca  de  la  agri-cultura)33.  No  se  tienen  datos  de  su  nacimiento  o muerte; solo se conoce que su obra salió a la luz  en  1073-1074.  Perteneciente  a  la  aristocra-cia  sevillana,  tuvo  grandes  conocimientos  teó-rico-prácticos de agronomía y fue transmisor de las opiniones de «los antiguos»34, características estas de las que habló el mismo Ibn al-ʽAwwām en su obra. De Ibn Baṣṣāl toma algunas informa-ciones, ya que redactó su libro con posterioridad al del geópono toledano35. Como decíamos ante-riormente, su al-Muqniʽfī l-filāḥa contiene dos tratados  agrícolas  diferentes,  al  incluir  dentro  de sus páginas el Compendio de Agricultura de Ibn Wāfid, por lo que solo se considera como 30 Ibn al-Abbār, al-Takmila, ed. F. Codera, VI, p. 551. En esta ocasión, como se aprecia, el autor le llama ŷanna en lugar de bustān, lo que confirmaría la sinonimia existente en-tre estos dos términos.31 López  y  López,  “Ibn  Baṣṣāl, Abū  ̔Abd  al-Lāh”,  p. 568; Álvarez de Morales y Carabaza Bravo, “Ibn Wāfid, Abū l-Muṭarrif”, p. 565.32 Álvarez de Morales y Carabaza Bravo, “Ibn Wāfid, Abū l-Muṭarrif”, vol. 5, p. 568.33 Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, ed. S. Ŷarrār y Abā Ṣafīya, ʽAmmān: Maŷmaʽ al-Luga al-ʽArabiyya al-Urduniy-ya,  1982.  Para  la  traducción  española  a  esta  edición  jorda-na, véase J. M.ª Carabaza Bravo, Aḥmad b. Muḥammad b. Ḥaŷŷāŷ al-Išbīlī: al-Muqniʽ fī l-filāḥa,  intr.,  est.  y  trad.  con  glosario (Tesis doctoral leída en 1987), Universidad de Gra-nada, Departamento de Estudios Semíticos, Granada, 1988.34 Ibn Ḥaŷŷāŷ ofrece al final de su libro la lista de sus fuentes,  que  son  manifiestamente  griegas  y  latinas. Véase, para ello, Fahd, “Traductions en arabe d’écrits géoponiques”, p. 16.35 Carabaza Bravo, “Fuentes escritas y orales del trata-do agrícola de Ibn Haŷŷāŷ”, pp. 90-91.

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.0016obra de Ibn Haŷŷāŷ las cuarenta últimas pági-nas, aunque en origen era más extensa, según demuestran las referencias de Ibn al-ʽAwwām, por lo que deberemos recurrir a la enciclopedia agrícola de este último para completarla36. Par-ticularmente, es de nuestro interés al-Muqniʽfī l-filāḥa porque el autor sevillano refleja en ella su experiencia personal en las tierras que poseía en el Aljarafe, en las que pudo contrastar el sa-ber heredado de las fuentes clásicas y orientales con la práctica diaria en tierras peninsulares37.Ibn Baṣṣāl (n. ca.  1048)  es  el  autor  del Ki-tāb al-qaṣḍ wa-l-bayān  (Libro  del  propósito  y la demostración)38, que fue dedicado al rey taifa de Toledo al-Ma’mūn b. Ḏi l-Nūn (gob. 1043-1075), para el cual trabajó en su Bustān al-Nāʽūra  seguramente  continuando  la  tarea  que comenzó Ibn Wāfid en dicha propiedad. En  su  tratado  tomó  como  base  los  datos  que  le proporcionó su propia experiencia, sin ha-berse apoyado en fuentes antiguas, por lo que fue tachado por algunos autores como «anal-fabeto»  o  «iletrado».  Fue  maestro  de  Abū l-Jayr al-Išbīlī y de al-Ṭignarī, quienes die-ron detalles en sus obras de sus experimentos agronómicos  y  de  los  trabajos  agrícolas  que  realizaba  en  la  citada  huerta  real.  En  ocasio-nes, es Ibn al-ʽAwwām quien recoge todos es-tos  comentarios  en  su  magna  obra.  En  todos  ellos  se  puede  apreciar  cómo  sus  logros  son  producto de la adaptación de los frutos al cli-ma de al-Andalus y, más concretamente, al de Toledo39. Pero no solo hablan de Ibn Baṣṣāl los geóponos, sino también historiadores y li-teratos como Ibn Saʽ īd al-Magribī, al-Ḥiŷārī o Ibn Gālib, quienes rememoran su figura y su obra40. Posteriormente, y ante la inminente caída de Toledo (1085), Ibn Baṣṣāl se trasladó a Sevilla, donde pasó a encargarse de la finca de al-Muʽtamid Ibn ʽAbbād, conocida como Ŷannat o Ḥā’iṭal-Sulṭān, según confirma Abū l-Jayr en numerosas ocasiones. Y es aquí don-36 Carabaza Bravo, “Ibn Ḥaŷŷāŷ al-Lajmī, Abū ʽUmar”, p. 384.37 Carabaza Bravo, “Ibn Ḥaŷŷāŷ al-Lajmī, Abū ʽUmar”, p. 385.38 Ibn Baṣṣāl, Kitāb al-Qaṣḍ wa-l-bayān, Libro de agri-cultura, ed y trad. J. M.ª Millás Vallicrosa y M. ʽAzīmān. Te-tuán,  1955  (ed.  facs.  con  estudio  preliminar  por  Expiración  García Sánchez y J. Esteban Hernández Bermejo), Granada: Sierra Nevada 95, 1995.39 López y López, “Ibn Baṣṣāl, Abū ̔Abd al-Lāh”, pp. 566-568.40 López y López, “Ibn Baṣṣāl, Abū ̔Abd al-Lāh”, pp. 567-570.de se consolidará la llamada «escuela agronó-mica  andalusí»,  de  la  que  fue  maestro  (šayj) indiscutible. A partir de su llegada, se le dará prioridad  en  ella  al  valor  de  la  experiencia  por encima de la teoría tradicional41. Este au-tor es importante para nuestro estudio por su énfasis en el método práctico y experimental adaptado a la realidad andalusí, así como por citar especies de reciente introducción, como la berenjena, el arroz o el algodón, o como el naranjo  y  el  limonero,  ambas  nombradas  en  su  tratado  por  primera  vez  en  la  historia  de  al-Andalus42.Abū  l-Jayr  al-Išbīlī  (s. XI-XII),  escribió  elKitāb al-Filāḥa  (Tratado  de  Agricultura)43.  Se  le conoce asimismo por su apelativo al-Šaŷŷār «el  arboricultor»  o  «el  botánico»,  por  ser  ade-más  maestro  docto  en  botánica.  Nació  en  Se-villa,  como  indica  su  nisba,  sin  que  se  sepa  la  fecha exacta. En su Kitāb habla de la «Finca del Rey  (Ḥā’iṭal-Sulṭān)»  de  al-Muʽtamid  y  fue allí seguramente donde entraría en contacto con Ibn Baṣṣāl44.  Para  redactar  su  tratado,  consul-tó  tanto  a  eruditos  como  a  hombres  de  campo  experimentados,  a  lo  que  añadiría  sus  propias  observaciones y experiencias en sus tierras sevi-llanas45. Sus coincidencias con Ibn Wāfid e Ibn Baṣṣāl han dado lugar a que se cuestionara si los tres  geóponos  bebieron  de  las  mismas  fuentes  o si Abū l-Jayr trasladó a su obra parte de los textos de aquellos46. Nos interesa su tratado, so-bre todo, por el capítulo que dedica a la contra-tación  de  los  trabajadores  y  encargados;  por  la  información que aporta sobre las esculturas ve-getales  propia  de  los  espacios  ajardinados;  por  las plantas ornamentales de los aljibes, pozos y acequias; por los cercados de las grandes fincas, así como por los métodos que recomienda para que  las  hortalizas  estivales  puedan  consumirse  en el invierno.Al-Ṭignarī (S. XI-XII), autor del Kitāb Zu-hrat al-bustān wa-nuzhat al-aḏhān  (Esplendor  41 López y López, “Ibn Baṣṣāl, Abū ̔Abd al-Lāh”, pp. 569-570.42 López  y  López,  “Ibn  Baṣṣāl, Abū  ̔Abd  al-Lāh”,  p. 572.43 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa. Tratado de agricultura, ed. y trad. Julia María Carabaza Bravo, Madrid: ICMA, 1991; Carabaza Bravo, “al-Išbīlī, Abū l-Jayr”, pp. 396-397.44 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 60 ár. / 229 tr.;Cara-baza Bravo, “al-Išbīlī, Abū l-Jayr”, pp. 395 y 397.45 Carabaza Bravo, “al-Išbīlī, Abū l-Jayr”, p. 397.46 Carabaza Bravo, “al-Išbīlī, Abū l-Jayr”, p. 397.

 

 

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7del jardín47 y recreo de las mentes)48, era miem-bro de una familia granadina de noble linaje ára-be49. No se tienen datos de su nacimiento o muer-te, aunque Ibn al-Jaṭīb señala que aún vivía en 108750. De Granada se trasladó a Almería, donde trabajó unos años en el Busṭān al-Ṣumādiḥiyyade Muʽtaṣim Ibn Ṣumādiḥ (gob. 1054-1091), en donde llevó a cabo una serie de prácticas experi-mentales. De aquí pasó a Sevilla, relacionándose a partir de este momento con Ibn Baṣṣāl, con el que no siempre estuvo de acuerdo, según se pue-de apreciar en la propia obra de al-Ṭignarī. Tras hacer el ḥāŷŷ o peregrinación a la Meca, se ins-taló de nuevo en Granada donde terminó su obra agrícola, que fue ampliamente utilizada por Ibn al-ʽAwwām e Ibn Luyūn51. Dedicada al príncipe almorávide de Granada Abū l-Ṭāhir Ṭamīm52, el Kitāb Zuhrat al-bustān  es  un  tratado  teórico  y  práctico  en  el  que  el  autor  mezcla  la  tradición  clásica  mediterránea  con  la  oriental  y,  tras  un  proceso de comprobación y experimentación, la pone en práctica en suelo andalusí53. Hemos uti-lizado  ampliamente  a  este  geópono  en  nuestro  trabajo,  ya  que  nos  da  detalles  de  aspectos  tan  importantes como dónde construir las aceñas y los zafariches en las grandes fincas; lo que hay que tener en cuenta a la hora de elegir los traba-jadores  y  los  encargados  de  estas  propiedades;  de lo perjudicial que es contratar para labrar las fincas gente poco experimentada, como jóvenes o  niños;  cuáles  son  algunas  de  las  plantas  que  embellecen los zafariches; el modo de armar los parrales en las almunias (munà) y, por último, la práctica  industrial  agrícola  que  se  desarrollaba  en los siglos XI- XII en tierras andalusíes.47 Teniendo en cuenta el contenido de los libros de agri-cultura andalusíes en general y de este en particular, sería más correcto traducir bustān, en este contexto, como «huerta» o, incluso, «almunia».48 Al  Ṭignarī, Kitāb  Zuhrat  al-bustān  wa-nuzhat  al-aḏhān: Esplendor del jardín y recreo de las mentes,ed. Expi-ración García Sánchez, Madrid: CSIC, 2006. 49 García  Sánchez,  “al-Ṭignarī,  Abū ʽAbd  Allāh”,  p. 454.50 García  Sánchez,  “al-Ṭignarī,  Abū ʽAbd  Allāh”,  p. 454; Ibn al-Jaṭīb, Iḥāṭa, ed. M. ʽA. A. ʽInan, II, p. 284. Véanse de este último también I, p. 129; II, pp. 282 y 283, donde da más detalles de la vida de al-Ṭignarī y ofrece fragmentos de algunas de sus obras.51 García Sánchez, “al-Ṭignarī, Abū ʽAbd Allāh”, pp. 454-455.52 Hijo del sultán almorávide Yūsuf b. Tāšufīn, gobernó de 1107 a 1110 y de 1115 a 1126, según afirma Ibn Luyūn en unas notas marginales. Debió de escribirla, pues, entre 1007 y 1014. Véase el prólogo del Kitāb Zuhrat al-bustān, p. 14.53 García Sánchez, “al-Ṭignarī, Abū ʽAbd Allāh”, pp. 456-459.Ibn al-ʽAwwām (S. XII-XIII), autor del enci-clopédico Kitāb al-Filāḥa (Libro de Agricultu-ra)54, desarrolló su actividad en la zona del Al-jarafe de Sevilla, seguramente en terrenos de su propiedad, en donde llevó a cabo labores de ex-perimentación, según se puede leer en su mag-na obra. En ella reúne todo el saber agrícola y zootécnico, tanto andalusí como oriental, el cual resume, contrasta y recrea55. La Agricultura Na-batea es una de las fuentes que más utiliza, jun-to con las de tradición greco-bizantina, mientras que entre los andalusíes los más citados son Ibn Ḥaŷŷāŷ, Ibn Baṣṣāl, Abū l-Jayr y al-Ṭignarī56. Pero antes de incorporar en su Kitāb los comen-tarios y experiencias de otros, Ibn al-ʽAwwām los ensaya en sus tierras; por eso llegó a decir: «Ninguna  sentencia  establezco  en  mi  obra  que  no  haya  probado  por  la  experiencia  repetidas  veces»57. Nos ha sido útil en este estudio sobre todo por ofrecer datos sobre economía domésti-ca  y  gestión  de  las  explotaciones  agrícolas,  así  como  por  las  informaciones  ofrecidas  en  rela-ción con la cría y los cuidados de los caballos, ganado y animales de corral. Además de estas seis obras fundamentales, hay una séptima de gran valor recopilatorio, el Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa, que fue escrita en el periodo nazarí  por  el  almeriense  Ibn  Luyūn  (1282/3 -1349/50)58. Este tratado geopónico está escrito en metro raŷaz, que es el más sencillo de todos, lo que hace pensar en fines mnemotécnicos de cara a su fácil aprendizaje59. Contiene una de-54 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, ed. y trad. J. A. Banqueri, 2 vols., Madrid, 1802 (ed. facs. con estudio prelimi-nar  y  notas  por  J.  Esteban  Hernández  Bermejo  y  Expiración  García Sánchez), Madrid: Ministerio de Agricultura, 1988. En la reproducción de los textos que hemos realizado en este tra-bajo se ha mantenido la grafía y acentuación de 1802.55 García Sánchez, “Ibn al-ʽAwwām, Abū Zakarīyā’”, pp. 448-449.56 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, pp. 8-10.57 García Sánchez, “Ibn al-ʽAwwām, Abū Zakarīyā’”, pp. 449-450. La cita se encuentra en Ibn al-ʽAwwām, I, p. 10.58 Lirola Delgado y García Sánchez, “Ibn Luyūn”, pp. 41-49.59 La actividad fundamental de Ibn Luyūn fue la docencia, por  lo  que  las  urŷūza-s  u  obras  redactadas  en  verso  en  metro  raŷaz, término de donde procede su nombre, eran muy utiliza-das por él. Como señala en el prólogo de su tratado, escribió esta obra basándose en las de autores expertos, así como en fuentes orales, recogiendo los datos que le ofrecieron personas prácticas y experimentadas. Sus fuentes principales fueron Ibn Baṣṣāl y, sobre todo, al-Ṭignarī, lo que se evidencia tanto en el texto como en las notas marginales, las cuales es posible que, incluso, fue-ran redactadas y copiadas por el autor almeriense. Véase, Lirola Delgado y García Sánchez, “Ibn Luyūn”, pp. 43-44.

 

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.0018tallada  descripción  de  una  finca  aristocrática (bustān)  que  aúna  indicaciones  arquitectóni-cas, paisajísticas y utilitarias, como veremos a lo largo de este trabajo; es considerada por los expertos como la única aportación personal y digna de interés de todo el tratado60.3.  Finalidad, destinatarios y contexto históri-co de los tratadosAunque  los  libros  de  agricultura  han  sido  ocasionalmente  empleados  como  fuente  para  la  historia  económica,  sobre  este  aspecto  cree-mos que aún pueden proporcionar información valiosa  si  son  contextualizados  adecuadamente  y se intenta determinar a quiénes estaban desti-nados y con qué finalidad se escribieron, cues-tiones relevantes que, sin embargo, no han sido abordadas extensivamente ni existe acuerdo ce-rrado en relación con ellas, como veremos.Lucie  Bolens  incorporó  los  libros  de  agri-cultura  en  su  interpretación  funcionalista  de  la  expansión agrícola del siglo XI, según la cual estos  tratados  tendrían  su  origen  en  los  gober-nantes y sus consejeros, quienes se dieron cuen-ta del importante papel que tiene la agricultura en un país próspero; así pues, a modo de los di-rigentes ilustrados inspirados por la fisiocracia, aquellos habrían fomentado y patrocinado a los geóponos, dando lugar a la llamada «revolución agrícola andalusí» del siglo XI61.Por su parte, Miquel Barceló, el gran impul-sor de los estudios sobre las sociedades agríco-las  andalusíes  a  partir  de  la  arqueología  espa-cial, no trató el tema de manera directa, aunque en algunas de sus publicaciones dio a entender 60 Lirola Delgado y García Sánchez, “Ibn Luyūn”, p. 45. Las traducciones que presentamos en este trabajo, correspon-dientes al tratado agrícola de Ibn Luyūn كتاب إبداء الملاحةوإنهاءالرجاحةفي أصول صناعة الفلاحة  (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa o‘Libro del comienzo de la hermosura y de la culminación de la inteligencia, acerca de los fundamentos del arte de la agricultura’), parten del manuscri-to  fechado  en  749  /  1348  en  Almería,  el  cual  está  depositado  en la Biblioteca de Estudios Árabes de Granada, actualmente digitalizado y accesible en línea. La descripción de la almunia se encuentra en el capítulo 157, fols. 49v y 50r. La edición y traducción de esta obra fue objeto de la tesis doctoral de Joa-quina Eguaras Ibáñez, leída en 1944, aunque su publicación no se produjo hasta 1975. En esta 1ª edición, p. 28, n. 36, la autora alude a otras traducciones anteriores de este último capítulo N.º 157, entre las que se encuentran la de su director de tesis, Emi-lio García Gómez, quien la publicó, tomándola de J. Eguaras, en “Sucursal del paraíso”, p. 3, así como en Silla del Moro, p. 112, en los años 1947 y 1948, respectivamente.61 Bolens, “La révolution agricole andalouse du XIe siè-cle”, pp. 121-141.que consideraba esta literatura como una fuente para  obtener  información  acerca  de  la  organi-zación  del  trabajo  de  los  grupos  gentilicios  de  campesinos.  Paradójicamente  se  apoyaba  en  Bolens, quien afirma que en estos libros «L’im-pression  reste  d’une  exploitation  intensive  de la  propriété  sous  économie  de  main–d’œuvre et sans que soit jamais exprimé le besoin d’une réduction de travail (contrairement à Colume-lle)»62, para deducir que, en efecto, «los grupos de  campesinos  andalusíes  parecen  actuar  sin  consideraciones  de  ahorro  de  trabajo;  sus  cri-terios debían venir, entonces, determinados por consideraciones   de   satisfacción   comunitarias   [...]»63.  En  una  publicación  posterior,  Barceló  asumió, siguiendo a Félix Retamero, que los tra-tados agronómicos habrían sido favorecidos por los estados, con el fin de disciplinar los trabajos campesinos  para  conseguir  de  ciertas  especies,  entre las que destacan las arbóreas, los máximos rendimientos a efectos de tasación fiscal64.  Sin  embargo, la opinión de Retamero no parece ser exactamente esa, aunque, en efecto, asocia estos libros con el poder, considerando a sus autores «geóponos palatinos» que, trabajando en el ám-bito cortesano, codificaron el saber agronómico de la misma manera que otros hicieron lo propio con los conocimientos filológicos, astronómicos o meteorológicos. Según Retamero, los tratados reflejan prácticas agrícolas llevadas a cabo prin-cipalmente en las ciudades o en sus inmediacio-nes, siendo la intención de estas obras, tal y como expresa Ibn Haŷŷāŷ, la de unir la práctica con un conjunto de reglas sabias y ordenadas: «La clara intención normativa de los “libros de agricultura” revela un interés por disciplinar medidas y opera-ciones que remite a espacios precisos, cercanos, vinculados  o  directamente  organizados  por  el  poder  político»65.  Se  trataría,  por  consiguiente  y  según su consideración, de tratados destinados a servir como manuales para el cultivo de las fincas vinculadas  al  sultán,  quien  disponía  de  recursos  para  dotarlas  de  las  infraestructuras  necesarias  para  su  riego  que  son  descritas  en  estas  obras,  como, por ejemplo, las norias66.62 Bolens, Les méthodes culturales au Moyen Age,  p.  121.63 Barceló, Kirchner y Navarro, El agua que no duerme, p. 19.64 Barceló, “De Mulk a Mulūk: esperando a los al-murā-biṭūn”, p. 64.65 Retamero Serralvo, “La sombra alargada de Wittfo-gel”, p. 277.66 Retamero Serralvo, “De Mulk  a  Mulūk:  un  conjunto  de reglas sabias y ordenadas:”, pp. 75-91.

 

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9Carmen Trillo asoció la geoponía a los sulta-nes taifas: «floreció al calor de las cortes reales y,  en  particular,  debió  su  prosperidad  a  la  ne-cesidad  de  cuidar  los  jardines  palaciegos  y  de  convertirlos en pequeños paraísos lo más bellos y  originales  posibles»67.  Si  bien,  más  adelante  se  inclinaba  por  vincularla  con  el  autoconsu-mo y con un tipo de propiedad «lo suficiente-mente  amplia  para  abastecer  a  su  dueño,  pero  lo  bastante  pequeña  para  ser  cuidada  como  un  jardín»68. Es decir, que esta literatura habría sido gestada en el seno del poder y tendría como des-tinatarios al sultán y a los pequeños agricultores.Expiración  García  y  J.  Esteban  Hernández,  en  su  estudio  preliminar  a  la  edición  y  traduc-ción de Banqueri del tratado de Ibn al-ʽAwwām, no tratan explícitamente el tema de la finalidad o el destinatario de estas obras, pero, de manera genérica,  comentan  que  «son  textos  totalmente  didácticos,  dirigidos  a  las  poblaciones  campe-sinas, en un estilo claro, simple y preciso»69. A pesar de ello, cuando indagan sobre la figura del autor, asumen que este debió de ser un terrate-niente  ilustrado:  «Se  trata  posiblemente  de  un  noble  terrateniente  [...],  agricultor  dinámico  y  responsable, atento a sus propiedades [que] re-comienda a los propietarios de fincas agrícolas que no dejen de visitar diariamente sus viñedos [...]; también da normas para la selección de los obreros del campo e incluso astutas recomenda-ciones de empresario para la organización de las cuadrillas de trabajo»70.Efectivamente,  el  examen  detenido  de  estos  tratados obliga a descartar la posibilidad de que fueran escritos con el fin de llegar a los peque-ños  agricultores,  incluidos  los  campesinos  que  habitaban  las  alquerías  y  que  han  sido  estudia-dos preferentemente por los investigadores de la escuela francesa, a partir de Pierre Guichard, y por Miquel Barceló y sus discípulos. Estos gru-pos  unidos  por  lazos  tribales  o  clánicos  cons-truyeron los pequeños sistemas hidráulicos que irrigaban unas tierras de propiedad predominan-temente colectiva, de las que obtenían lo nece-sario para subsistir y los excedentes justos para evitar su captura por el estado. Por el contrario, la agricultura que describen los libros que veni-mos  analizando  incorpora  avances  y  experien-cias propios de cultivos intensivos y comercia-67 Trillo San José, Agua, tierra y hombres, p. 52.68 Trillo San José, Agua, tierra y hombres, p. 68.69 Ibn al-ʿAwwām, Estudio preliminar a la edición, I, p. 18.70 Ibn al-ʿAwwām, I, pp. 22-23.les que nada tendrían que ver con la actividad de los pequeños campesinos o de los grupos genti-licios, como los capítulos dedicados a la contra-tación de trabajadores y encargados o capataces, que encontramos en Ibn Wāfid71, Abū l-Jayr72, al-Ṭignarī73 e Ibn al-ʽAwwām74; la construcción de  mansiones  de  recreo,  pabellones  e,  incluso,  residencias de invitados, que vemos en Ibn Lu-yūn75; o la implementación de ingenios hidráu-licos relativamente costosos que permitieran la extensión  del  riego76. Significativamente, y en relación a este último aspecto, en los tratados es-tán del todo ausentes las grandes obras hidráuli-cas impulsadas por los gobernantes para el riego de sus fincas, como veremos detalladamente en el apartado 4.4, lo que interpretamos como otra prueba  de  que  tampoco  los  sultanes  fueron  los  destinatarios preferentes de estos textos.Pero además de estas consideraciones que se derivan  indirectamente  del  contenido  de  los  li-bros de agricultura, los propios agrónomos ofre-cen indicios suficientes acerca de la finalidad de sus obras y sus destinatarios. Así, en el prólogo de su tratado, Ibn al ʽAwwām recoge el consejo de Qays b. ʽĀṣim77 a sus hijos: «Procurad cuidar vuestra hacienda (māl). Esto es lo que da fama célebre al noble, y lo que le produce utilidades sólidas que le satisfagan, en vez de una ociosi-dad indigna de alabanza»78. Este hadiz79 permi-te deducir que los receptores no eran príncipes, pero  tampoco  humildes  campesinos  pues,  ob-viamente,  para  estos  la  ociosidad  no  sería  una  opción. A la misma conclusión podemos llegar 71 Ibn Wāfid, Compendio de Agricultura en Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l- filāḥa, pp. 9-10 ár. /184-185 trad.72 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa. pp. 139-142 / 286-288 tr.73 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 103-106.74 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, pp. 532-534.75 Aunque data de fines del siglo XIII o principios del XIV,  la  descripción  de  la  vivienda  señorial  contenida  en  Ibn  Luyūn es una buena prueba de lo que venimos exponiendo. Véase, كتاب إبداء الملاحة وإنهاء الرجاحة في أصول صناعة الفلاحة  (Ki-tāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa) [Manuscrito], fols. 49v y 50r; Eguaras Ibáñez, Tratado de Agri-cultura (1988), pp. 171-175 y 254-255, así como también Re-tamero Serralvo, “La sombra alargada de Wittfogel”, p. 277.76 Así, por ejemplo, el riego se vincula normalmente a pozos  y  aceñas,  lo  que  contrasta  con  la  obtención  de  agua  por  gravedad  en  la  mayor  parte  de  los  espacios  hidráulicos  campesinos que ha documentado la arqueología. Véase, Reta-mero Serralvo, “La sombra alargada de Wittfogel”, pp. 87-88.77 Qays b. ʽĀṣim fue líder de los Banū Muqāʽis y de su propia tribu y que murió en el año 47/667. Véase, Kister, “Ḳays b. ʽĀṣim”, EI2, pp. 832-833.78 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, pp. 3-4.79 En la religión islámica, dicho o hecho de Mahoma de transmisión tradicional.

 

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00110a partir del prólogo de Ibn Luyūn: «He recogi-do todo lo más aceptable y que generalmente se practica en el país de al-Andalus, a fin de que quien  se  interese  en  su  estudio  aprenda  de  una  sola vez todo lo que un labrador (fallāḥ) puede llegar a saber al cabo de su vida»80. De manera aún más explícita, en el prólogo o introducción a  su  obra81, al-Ṭignarī considera que el oficio (ṣinaʽa)  de  la  agricultura  necesita  dos  tipos  de  conocimientos: ʽilm bi-hā e ʽilm fī-hā. El prime-ro es de tipo científico teórico-práctico, es decir, el aprendizaje de todas aquellas cuestiones que competen  a  la  agricultura;  en  resumen,  los  te-mas que incluyen todos los tratados agronómi-cos. El segundo lo constituyen los aspectos ju-rídicos, necesarios para llegar a la comprensión de qué es lo prohibido y qué es lo lícito, sobre todo  las  cuestiones  referidas  a  las musāqāt,  un  tipo de contrato de aparcería para las tierras de regadío que, en palabras del autor, «tienen unos fundamentos y unas cláusulas específicas»82.Por tanto, los autores de los libros de agricul-tura  se  dirigen  a  un  estamento  de  propietarios  fundiarios interesados por la explotación de sus fincas de la manera más rentable, que creemos poder identificar también en otros tipos de fuen-tes escritas como, por ejemplo, el tratado de ḥis-ba de Ibn ʻAbdūn, quien señala: El príncipe debe prescribir que se dé el mayor im-pulso  a  la  agricultura,  la  cual  debe  ser  alentada,  así  como  los  labradores  han  de  ser  tratados  con  benevolencia  y  protegidos  en  sus  labores.  Tam-bién es preciso que el rey ordene a sus visires y a los personajes poderosos de su capital que tengan explotaciones agrícolas personales; cosa que será del  mayor  provecho  para  uno  y  para  otros,  pues  así aumentarán sus fortunas; el pueblo tendrá ma-yores  facilidades  para  aprovisionarse  y  no  pasar  hambre; el país será más próspero y más barato, y su defensa estará mejor organizada y dispondrá de mayores sumas83.Precisamente estos «visires y personajes po-derosos de la capital», así como otros ciudada-nos propietarios de fincas, creemos que son los destinatarios preferentes de los tratados de agri-cultura. Se trata de unas élites terratenientes que 80 Ibn Luyūn, Tratado de Agricultura (1988), pp. 53 ár. / 198 tr.81 García Sánchez, “Agricultura y legislación islámica”, pp. 179-193.82 García Sánchez, “Agricultura y legislación islámica”, p. 185. Véase este párrafo en la fuente árabe: al-Ṭignarī, Ki-tāb Zuhrat al-bustān, pp. 19-20.83 Ibn ʻAbdūn, Sevilla a comienzos del siglo XII, p. 42.tenían  la  educación  y  los  recursos  suficientes para poder acceder a ellos —recordemos que los libros antes del Renacimiento y la invención de la imprenta eran un bien aún más raro y valio-so—,  y  que  pretendían  adquirir  conocimientos  sobre cómo administrar y gestionar unas fincas agrícolas destinadas a obtener rendimientos más allá  del  autoconsumo.  Otras  fuentes  andalusíes  informan  de  manera  indirecta  sobre  las  clases  urbanas que disponían de patrimonio fundiario; por ejemplo, la crónica de los jueces de Córdoba de al-Jušanī (finales s. X), quien describe varios acontecimientos en los que los personajes desig-nados  para  la  magistratura  aparecen  relaciona-dos con las fincas que ellos mismos gestionan e, incluso, cultivan. Así, por ejemplo, Al-Muṣʽab b. ʽUmrān al-Ḥamdānī, «para aceptar el cargo del juez, puso como condición que el emir Hišam le  permitiera  ir  a  su  aldea  (ḍayʽa)84 [de Almo-dóvar,  a  27  km  de  Córdoba]  todos  los  sábados  y  domingos,  circunstancia  que  le  fue  concedi-da»85; o también el caso de Saʽīd b. Sulaymān, a  quien  se  le  encontró  arando  con  su  yunta  de  bueyes en su aldea (fī ḍayʽati-hi), sita en el Faḥṣ al-Ballūṭ o Llano de las Bellotas (Valle de los Pedroches),  por  el  emisario  que  fue  a  comuni-carle que había sido elegido juez de Córdoba86. Este tipo de referencias tienen claramente como objetivo ensalzar a los personajes biografiados asociándolos, antes o después de desempeñar la magistratura, con una actividad que se conside-ra especialmente digna y honorable, como es la agricultura.El  desarrollo  de  la  Córdoba  califal  y,  ya  en  el siglo XI, la expansión demográfica y el cre-cimiento de las capitales provinciales, incremen-taron  la  demanda  de  alimentos  en  los  mercados  urbanos y, consiguientemente, el aumento de los beneficios para los productores rurales. En este contexto, los libros geopónicos tendrían como fin ilustrar  a  los  nuevos  propietarios  de  tierras  que,  sin  haber  sido  formados  en  este  oficio,  busca-ban en la agricultura una forma de negocio. Para 84 El término ḍayʽa,  que  ha  dado  lugar  a  nuestro  ara-bismo ‘aldea’, aparece normalmente asociado en las fuentes andalusíes  a  propiedades  particulares  de  un  solo  dueño,  a  diferencia  de  qarya (alquería) que normalmente identifica a las localidades habitadas por campesinos independientes que pueden estar unidos por relaciones gentilicias o simplemente vecinales.  Véase,  entre  otras,  Guichard,  Al-Andalus frente a la conquista cristiana, p. 309.85 Al-Jušanī, Historia de los jueces de Córdoba, pp. 46-47 ár. La traducción es nuestra. Cfr. p. 57 trad. Ribera.86 Al-Jušanī, Historia  de  los  jueces  de  Córdoba,pp. 108-109 ár. La traducción es nuestra. Cfr. p. 132 trad. Ribera.

 

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11al-Ṭignarī, algunos de ellos son ‘gente ignoran-te (qawm min al-ŷuhhāl)’ que, para explotar sus fincas y con el fin de economizar, contrataban a jóvenes y a niños a los que se pagaría menos de lo habitual, a pesar de la poca o nula experiencia que tenían. Por esa razón, el geópono granadino recomienda irónicamente que se contrate a algún jornalero:La gente ignorante [en lo referente] a la labranza (qawm min al-ŷuhhāl bi-l-ḥarṯ)entrega sus tierras a los jóvenes y a los niños y, si uno de ellos echa a perder algo, no sabe arreglar lo dañado; tampo-co  distingue  el  tiempo  en  el  que  se  siembra  del  que no se siembra, ni sabe cuándo se cultivan las coles  y  las  berenjenas  ni  cuándo  se  trasplantan  [del  almácigo  a  la  tierra],  ni  cuándo  se  cultivan  las  cebollas  u  otras  plantas  diferentes.  Por  tanto,  [desconoce]  el  momento  en  el  que  se  debe  hacer  la siembra de todo lo que se vaya [a cultivar] allí, así como tampoco sabe diferenciar lo que está en buen estado de lo que se ha echado a perder o de lo que aún permanece en pie. Y, cuando está arando con los bueyes, no distingue la izquierda de la de-recha ni sabe si el arado tiene la tracción adecuada o no. Por tanto, es mejor ordenarle que esta tarea se la encomiende a su jornalero (aŷīr), quien será benévolo  con  la  yunta  de  bueyes  y  no  los  tratará  con brusquedad si [esta labor] la comparte con él. Todo esto es una evidente desvergüenza y una fal-ta de corrección con respecto a los trabajos de los agricultores (aʽmāl al-fallāḥīna)87.En definitiva, consideramos que no existe en los  tratados  evidencia  alguna  que  permita  pen-sar  que  se  trate  de  manuales  que  pretendieran  servir de guía para futuros jardineros reales, ni encontramos en ellos una «intención claramen-te normativa», como opina Retamero. Es cierto que los textos recogen anécdotas con relación a los sultanes desde tiempos de ʽAbd al-Raḥmān I, teniendo en cuenta, como es lógico, que algunos de  los  geóponos  trabajaron  para  los  monarcas  cuidando de sus fincas. Por ejemplo, Abū l-Jayr dice de la finca sevillana de al-Muʽtamid (gob. 1069-1090):  «Yo  mismo  he  observado  muchos  árboles de las especies antes aludidas en la huer-ta (ḥā’iṭ) del rey de nuestra comarca. Se afirma que los plantó el abuelo [Abū l-Qāsim Muḥam-mad  b.  Ismāʽīl  b.  ʽAbbād  (gob.  1023-1042)] del  monarca,  y  que  se  han  encargado  de  ellos  tres mandatarios (ru’asā’), todos los cuales han muerto  una  vez  cumplidos  los  sesenta  años»88. Esto no significa que los tratados de agricultura 87 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, p. 114.88 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 229 trad. / 60 ár.se escribieran para los soberanos, aunque sí pa-rece lógico suponer que también ellos, como te-rratenientes, se encontraban dentro del grupo de potenciales destinatarios, compartiendo el obje-tivo de hacer más productivas sus propias fincas y,  de  esa  manera,  aumentar  sus  riquezas,  pues  conviene recordar que en los Estados islámicos medievales existía una clara distinción entre la Hacienda Pública o Tesoro Público (Bayt al-mālo Jizānat al-māl) y el Patrimonio Real o tesoro privado del soberano (mustajlaṣ o jāṣṣiyat bayt al-māl)89. A este último pertenecerían, por ejem-plo, algunas de las más productivas fincas que circundaban  Granada  en  época  nazarí,  según describe Ibn al-Jaṭīb:La  llanura  de  la  ciudad  (sahl al-madīna)  está  ro-deada por detrás de la muralla de almunias (munà) y  de  huertas  (ŷannāt).  Son  bienes  inmuebles  de  alto valor (ʽaqār ṯamīn), [que les aportan] impor-tantes  ganancias  (ʽaẓīn  fā’ida),  ininterrumpidas  cosechas (mutaʽāqaba galla), y no se sabe que [en algún momento] [estas tierras] hayan estado muer-tas (lā yaʽrifu al-ŷimām). No se ha dejado de sem-brar  (lā yufāriqu al-zarʽ)  en  la  tierra  blanca  (arḍbayḍā’) [o tierra de labor], cuyo precio del marjal (ṯaman  al-marŷaʽ)  es  muy  elevado,  alcanzando  los veinticinco dinares de oro. Se sabe que, entre [esas tierras], se encuentran [algunas] propiedades pertenecientes al sultán [mustajlaṣ al-sulṭān], que se tiene dificultad para decir el valor que tienen (o que pueden alcanzar) (mā yaḍīqu ʽan-hu niṭāqu al-qīmati) por la longitud (ḏarʽan) [que poseen], el lugar  envidiable  (gibṭatan)  [donde  están  situadas]  y  la  disposición  (intiẓāman)  [de  la  que  gozan].  Se  les atribuyen casas que salen como estrellas (dūr nāŷima), torres elevadas (burūŷ sāmiya), amplias eras (bayādir famīḥa) y excelentes (māṯila) palo-mares (qaṣāb li-l-ḥamāyn / ḥamā’im) y gallineros (dawāŷŷin).En realidad, el estamento social andalusí que podía estar interesado en los libros de agricultura sería el mismo al que siempre ha estado orientado este tipo de literatura a lo largo de los siglos. Así, por  ejemplo,  Columela  deja  clara  la  condición  de  aquellos  a  quienes  está  dedicada  su  obra:  se  trata  de  acomodados  propietarios  de  tierras  que  residen en la ciudad, como él mismo o su vecino Silvino: «la hacienda más cómoda es la que está cerca de la ciudad, a la cual, aun el hombre que tiene  ocupaciones  pueda  dar  con  facilidad  una  vuelta todos los días después de haber concluido los negocios del foro»90. Durante el Renacimien-89 Molina López, “Más sobre el mustajlaṣ”, p. 112.90 Columela, Los doce libros de agricultura, p. 13.

 

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00112to también proliferaron en Europa los tratados de agricultura —entre ellos el de Gabriel Alonso de Herrera publicado en 1513—, elaborados por au-tores  que  pertenecían  a  la  élite  intelectual  y,  en  la  mayor  parte  de  los  casos,  a  un  estrato  social  alto, por lo que se ha concluido que sus enseñan-zas, obtenidas de su propia experiencia personal y cotejadas con las expuestas en las obras clási-cas  de  la  Antigüedad  y  del  Medievo,  se  dirigen  ante todo a sus pares estamentales, es decir, a los dueños de tierras cercanas, a quienes muestran la manera  de  mejorar  su  rendimiento,  de  instruir  a  sus  campesinos,  de  aclimatar  nuevas  especies  y  de  obtener  provecho  de  la  venta  de  excedentes.  Los labradores, por lo tanto, accederían a los con-tenidos de los volúmenes por medio de las órde-nes que recibían de sus patrones91. La  misma  opinión  defiende  Eloy  Terrón, quien considera que ni los tratados geopónicos antiguos  ni  los  modernos  fueron  escritos  para  los  pequeños  y  medianos  agricultores,  puesto  que, además de su analfabetismo generalizado, «no necesitaban que nadie viniera a darles ins-trucciones teóricas de cómo tenían que realizar las faenas de su oficio»92.Las  fincas  que  cultivaban  el  estamento  de agricultores y terratenientes a que nos referimos serían   de   carácter   plenamente   agropecuario,   tanto de secano como de regadío, aunque entre ellas también se encontraría el tipo de propiedad que de manera genérica venimos denominando ‘almunia’,  en  el  que  se  combinaba  el  solaz  y recreo  con  la  explotación  agrícola.  Además  de  constituir una fuente de ingresos, estas fincas se distinguían por acoger edificios residenciales a los que se podían retirar temporalmente sus pro-pietarios, según confirman, por ejemplo, el poe-ta Ḥāzim al-Qarṭāŷannī en su Qasīda Maqṣūra (s. XIII)93, el polígrafo granadino Ibn al-Jaṭīb en al-Iḥāṭa  (s.  XIV)94  o  los  viajeros  y  humanistas  Jerónimo Münzer (s. XV) y Luis de Mármol (s. XVI)95. Su presencia en al-Andalus se remonta a los años inmediatos a la conquista musulmana, 91 Beutler, “Un chapitre de la sensibilité collective”, p. 1291, en Quirós, “El Libro de Agricultura”, p. 9.92 Terrón, “La experiencia derivada de la práctica agro-pecuaria”, pp. 26-27, en Quirós, “El Libro de Agricultura”, p. 10.93 Pocklington, La Casida Macsura de Házim al-Car-tayánni,p. 13.94 Ibn al-Jaṭīb, Al-Iḥāṭa,  ed.  B.  Derradji,  I,  p.  215;  ed.  ʽInān, I, p. 117.95 Münzer, Viaje por España y Portugal. Reino de Gra-nada,  p.  119;  Simonet,  Descripción del reino de Granada,p. 196.de acuerdo con las referencias contenidas en la crónica anónima Ajbār Maŷmuʽa96, confirmadas por la construcción de la almunia al-Ruṣāfa por ‘Abd al-Raḥmān el Emigrado en memoria de su homónima  siria.  No  obstante,  sería  a  partir  del  siglo XI cuando proliferaron significativamente por  toda  la  península,  impulsadas  por  algunos  reyes taifas que fundaron almunias con jardines y  huertos  en  torno  a  sus  capitales;  por  ejem-plo,  la  «Huerta  del  Rey»  (Ŷannat  al-Sulṭān) de al-Ma’mūn de Toledo, que fue, al parecer, proyectada por los agrónomos Ibn Wāfid e Ibn Baṣṣāl, como vimos anteriormente. También en ese momento al-Muʽtaṣim [1051-1091] mandó construir «en las afueras de la ciudad de Alme-ría, una huerta (bustān) de artística traza con pa-lacios  de  peregrina  factura.  A  ella  llevó,  entre  otras cosas, los más singulares frutales como el platanero en sus diversas especies, y la caña de azúcar [...]. Es conocida por al-Ṣumādiḥiyya y se  encuentra  muy  cerca  de  la  ciudad,  rodeada  por otras muchas huertas (basātīn) parecidas»97.De igual manera, en Valencia los inmigrantes cordobeses  que  se  establecieron  en  la  ciudad  a  comienzos  del  siglo  XI  «construyeron  mansio-nes (manāzil) y palacios (quṣūr) y establecieron prósperas  (zāhira)  huertas/almunias  (basātīn) y  espléndidos  (nāḍira)  jardines  (ryaḍāt),  por  donde  hicieron  correr  el  agua  en  abundancia»,  según señaló Ibn Ḥayyān y recogió posterior-mente Ibn Bassām98. Esta última referencia nos recuerda que este tipo de propiedades fundiarias no  solo  estaban  vinculadas  a  personajes  próxi-mos  al  poder,  sino  que  constituían  una  fuente  de ingresos para las clases altas en general. Así también, en el Pla de Lérida predominaban los espacios destinados al pasto para el ganado, que eran aprovechados por las almunias, algunas de las  cuales  se  dedicaban  exclusivamente  a  esta  actividad económica. Según Jesús Brufal, estas almunias leridanas proliferaron a partir del siglo XI, en una coyuntura social y económica en que la  necesidad  de  aumentar  la  productividad  del  campo favoreció la adquisición de bienes rura-les por parte de la oligarquía capitalina: 96 Esta crónica del s. XI habla del Qanāt ʽĀmir, una pro-piedad  perteneciente  a  uno  de  los  primeros  jefes  yemeníes  que se instalaron en la Península, cuyo nombre era ʽĀmir. La fuente la identifica con el nombre de munya.Véase, Ajbar Machmuâ, trad. y anot. E. Lafuente Alcántara, Madrid, 1867, pp. 63 ár. / 67-68 trad. Asimismo, García Sánchez, E., “Las huertas del Generalife en época islámica”, p. 58.97 Al-ʽUḏrī, Nuṣūṣ, p. 85.98 Ibn Bassām, Al-ḏajīra fī mahāsin ahl al-Ŷazīra, vol. 3, p. 17.

 

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13[...]  son  explotaciones  agropecuarias  que  tienen  un propietario urbano. Representan el carácter he-gemónico de la ciudad sobre el territorio a través de sus élites urbanas que residen en ella, conoci-das también como la «gente de la ciudad»99.En resumen, en el siglo XI, las fuentes escri-tas árabes y cristianas, así como la arqueología, permiten detectar un incremento notable de las explotaciones  agropecuarias  en  manos  de  las  élites  y  los  estamentos  acomodados  de  las  ciu-dades de al-Andalus, tanto de almunias como de fincas estrictamente orientadas a la producción, coincidiendo precisamente con el auge de la li-teratura geopónica.En el epílogo de su obra, Ibn Ḥaŷŷāŷ espe-cifica a quiénes estaba destinada y a quiénes no, opinión  compartida  por  Ibn  al-ʽAwwām,  pues recoge la cita en su prólogo:Querido  hermano,  con  el  fin  de  obsequiarte,  he completado y ultimado mi libro en torno a la agri-cultura,  conforme  al  objetivo  propuesto.  Deesta forma,  te  evito  recurrir  a  las  opiniones  de  gentes  ignorantes y rústicas que carecen de base científi-ca y claro fundamento, a pesar de su vasta práctica y vinculación con este oficio100.Es decir, Ibn Ḥaŷŷāŷ identifica a unos cam-pesinos dotados de conocimiento práctico, pero no científico, que indudablemente no son aque-llos a los que estaba dirigido su libro; un antago-nismo  entre  campesinos  y  hacendados  urbanos  al que también hace referencia Ibn ʻAbdūn: El  cadí  debe  ordenar  a  los  habitantes  de  los  pue-blos que cada pueblo tenga un guarda jurado para impedir que las propiedades particulares sean tra-tadas  como  las  comunes,  porque  los  campesinos  suelen mirar como propias las fincas de las gentes de la ciudad101.Los  geóponos  no  desconocían  el  valor  que  tenía la experiencia acumulada durante genera-ciones  por  los  pequeños  agricultores  de  las  al-querías, por lo que su desdén no estaría asociado a la soberbia de los tratadistas o a la relación de vecindad entre unos y otros, como afirma Reta-mero102. Más bien la rivalidad tendría su origen, según creemos, en el tipo de agricultura desti-nada  fundamentalmente  al  autoconsumo  que  99 Brufal, “La Lleida de secano”, p. 261.100 Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l- filāḥa, pp. 122 ár. / 327 trad. Fue recogido posteriormente por Ibn al-ʽAwwām. Véa-se, Libro de agricultura, I, p. 2.101 Ibn ʻAbdūn, Sevilla a comienzos del siglo XII, p. 152.102 Retamero, “De Mulk a Mulūk”, p. 87.aquellos  practicaban,  en  fuerte  contraste  con  la  orientación  intensiva  y  comercial  en  la  que  estaban  interesados  los  autores  de  los  libros  y  sus  destinatarios.  Estamos  ante  un  tipo  de  des-ajustes relacionados con cambios en el modelo social  durante  este  periodo,  concretamente  con  la  estructura  de  la  propiedad  de  la  tierra,  pues  la  expansión  de  los  terratenientes  urbanos  no  solo se realizó mediante la colonización de nue-vos  espacios  agrarios,  sino  también  a  costa  de  la  apropiación  de  fértiles  tierras  pertenecientes  a pequeños campesinos. Esta competencia oca-sionó conflictos de los que existen indicios en las fuentes escritas; por ejemplo, Ibn Ḥayyān, contemporáneo de los hechos que describe, ex-plica que, en tiempos de los dos copríncipes es-lavos de Valencia, Mubārak y Muzaffar, «recau-daban los impuestos con el mayor rigor de todas las categorías de la población, hasta el punto de que la situación de sus súbditos se degradó»103.Frente a la presión fiscal del Estado, los hom-bres de religión tendrían la obligación de limitar o desautorizar los impuestos ilegales de acuerdo con el islam, defendiendo así a los propietarios legítimos de la tierra, como reconocen unos ule-mas  que,  en  cierta  ocasión,  según  al-Ṭurṭūšī, acusaban a los visires: Vosotros  sois  los  que  os  coméis  las  haciendas  de  las  gentes,  sin  provecho  para  ellos,  y  consideráis  lícito el oprimirlos sin razón; los que priváis, poco a  poco,  de  sus  medios  de  vida,  arrebatándoselos  como precio de vuestro soborno y de vuestra pre-varicación; los que queréis la tierra sin derecho104.Por causa de la presión impositiva, según Ibn Ḥayyān, las gentes emigraron unas tras otras de las regio-nes que ocupaban, las cuales, a fin de cuentas, se arruinaron.  Mientras  tanto,  a  ellos  y  a  sus  pares  todo  les  sonreía,  gracias  al  impuesto  [jarāŷ]  que  les procuraba rentas abundantes [...], la gente no pudo  hacerle  frente  sino  emigrando  de  sus  casas  y abandonando sus alquerías [qurà]. Aquellos dos bárbaros y sus secuaces no se conmovían por ello, y no dudaban en someter a las mismas condiciones a los que se establecían allí después de ellos.Es  decir,  la  imposibilidad  de  hacer  frente  a  las  cargas  impositivas  y  las  deudas  daba  lugar  a  la  emigración  de  los  campesinos  y  la  expro-piación de las fincas, que pasaban a manos de 103 Guichard,  “Crecimiento  urbano  y  sociedad  rural”, pp. 164 ss.104 Al-Ṭurṭūšī, Lámpara de los príncipes, tomo I, p. 111.

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00114la  aristocracia  terrateniente:  «[...]se  apropia-ban los pueblos cuya gente había emigrado para hacer de ellos explotaciones particulares[ḍiyāʽ mustajlaṣa]».  De  hecho,  la  existencia  de  estas  aldeas pertenecientes a individuos ricos que las habían adquirido durante «los días de los rebel-des»,  está  igualmente  atestiguada  en  varias  fe-tuas de Ibn al-Ḥāŷŷ105.Finalmente, algunos de esos campesinos libres que fueron desposeídos de  sus  tierras,  después  volvieron  a  trabajarlas,  pero como jornaleros empleados por los nuevos amos:Y cuando uno de estos notables daba su nombre a una de esas explotaciones, sus antiguos habitantes volvían allí, aceptándolo como amo, trabajando a cambio  de  una  parte  del  producto  y  con  la  espe-ranza  de  que  él  les  protegería  contra  los  reveses  de la fortuna. De acuerdo con Ibn Ḥayyān, este proceso no solo aconteció en la región de Valencia, sino que «eso  fue  lo  que  hicieron  la  mayor  parte  de  los  rebeldes  que  se  adueñaron  de  las  regiones  del  Andalus o se sublevaron en sus confines, tras la disgregación del poder de la Comunidad[sultān al-ŷamā‘a]en Córdoba al final de la dinastía de los Banū ʽĀmir»106.La situación crítica del campesinado andalusí por causa de la presión impositiva la documenta también el alfaquí pro almorávide al-Ṭurṭūšī: [...]  preponderaron  los  musulmanes  sobre  el  ene-migo, y el poder de este se vio abatido y quebran-tado, mientras las tierras estuvieron repartidas en poder de las tropas, las cuales les hacían producir y trataban benignamente a los campesinos[...].Así continuaron las cosas hasta los últimos tiempos de Benabiamir, el cual sustituyó el pago de las tropas por una soldada mensual que se percibía en dine-ro  e  impuso  un  tributo  sobre  las  tierras,  de  cuya  cobranza  se  encargaron  las  mismas  tropas.  Estas  esquilmaron  al  pueblo,  devastaron  sus  haciendas  y  lo  dejaron  arruinado.  Ahuyentáronse  las  gentes  y no fue posible a las tropas seguir explotando los campos [...]107.Según Ahmed Tahiri «al encabezar la cúspi-de del poder a escala local o provincial, la nue-va  casta  acabó  sometiendo  a  los  productores  a  una  serie  de  obligaciones  tributarias»,  de  ma-105 Benaboud, “La economía de al-Andalus”, p. 238.106 Guichard, “Crecimiento urbano y sociedad rural”, p. 160.107 Al-Ṭurṭūšī, Lámpara de los príncipes,  tomo  II,  pp.  92-93.nera  que  se  vieron  obligados  a  trabajar  la  tie-rra  sujetos  a  prestaciones  de  todo  tipo,  lo  que  alteró seriamente las características sociales de los  sectores  productivos  de  la  ‘amma  rural108. La  presión  fiscal  sobre  los  campesinos,  unida al aumento de la demanda de bienes de consu-mo  en  los  mercados  ciudadanos,  ocasionó  que  muchos  de  esos  agricultores  arruinados  o  des-poseídos engrosaran al proletariado urbano, uno de los factores que explica el crecimiento de las medinas en el siglo XI109. Ibn al-Jaṭīb recoge una significativa historia acerca de los peligros que acechaban  a  los  campesinos  cuando  se  les  ago-biaba con impuestos en exceso. En concreto trata de un súbdito de Ibn Mardanīš que tenía en los al-rededores de Játiva, «una pequeña finca de la que vivía,  pero  los  impuestos  superaron  sus  ganan-cias y huyó a Murcia, aunque Ibn Mardanīš tenía establecido que, quien huyese ante el enemigo, se le confiscarían los bienes para el tesoro. El hom-bre  de  Xátiva  contaba:  cuando  llegué  a  Murcia,  huido  de  mi  patria,  me  coloqué  en  la  construc-ción y llegué a reunir dos mithqales de oro [...]», a  lo  que  siguen  diferentes  peripecias  cuyo  hilo  conductor  es  la  exagerada  carga  impositiva  que  ejerció sobre sus súbditos el Estado mardanisí110. Es  decir,  el  antiguo  campesino  perdió  su  tierra  por  causa  de  los  impuestos  y  acabó  emigrando  a la ciudad para convertirse en obrero de escasa cualificación, decisión forzada que solo se toma-ba  cuando  no  quedaba  otra  salida.  En  los  casos  más extremos, la presión fiscal podía dar lugar a que los más desfavorecidos acabaran cayendo en la pobreza, tal y como ha podido determinar Ana M.ª Carballeira: «The situation of social inferio-rity left the poor particularly vulnerable and thus susceptible to injustices like the expropriation of their property by those in positions of power»111.Por consiguiente, el contexto histórico en el que  se  debe  situar  la  proliferación  de  la  litera-tura  geopónica  andalusí  en  el  siglo  XI  es  el  de  la expansión demográfica y económica, uno de cuyos pilares fue precisamente la eclosión de la agricultura comercial y, con ella, la de un tipo de explotaciones vinculadas a propietarios urbanos 108 Tahiri, Las clases populares, p. 62.109 Por  ejemplo,  Azuar,  “Formación  de  la  ciudad”; Bosch, “El siglo XI en al-Andalus”, p. 190; Guichard, “Cre-cimiento  urbano  y  sociedad  rural”,  p.  164  y  ss;  Guichard  y  Soravia, Los reinos de taifas,  pp.  186-191  y  200;  Jiménez  Castillo, “La ciudad y el reino de Murcia”, pp. 177-190; Ma-zzoli-Guintard, Villes d’al-Andalus, p. 187.110 De Epalza y Rubiera, “La sofra (sujra)”, p. 34.111 Carballeira Debasa, “Living on the margins of socie-ty”, pp. 145, 148, 

 

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Í15más o menos acomodados112. Esta «revolución» agrícola,  presentaría  las  características  de  los  procesos  de  comercializaciónntropología comparada, en que las élites no se conforman  con  las  exacciones  tributarias,  sino  que aspiran a incrementar sus ingresos mediante la  apropiación  de  la  tierra  y  la  práctica  directa  de  una  agricultura  orientada  a  la  comercializ

3. De esta manera, los libros de agricultu-ra andalusíes serían en sí mismos un exponente del  desarrollo  tecnológico,  uno  de  los  aspectos  que, junto con el demográficouentra en la base de toda expansión económica preindus-trial. De lo expuesto se concluye que estos trata-dos no solo tienen valor desde el punto de vista botánico, sino que pueden servir como fuente de información  muy  valiosa  acerca  de  unas  cues-thistóricas  sobre  las  que,  por  otra  parte,  disponemos  de  muy  pocos  datos,  compiedad rústica de la aristocracia andalusí y los modos  en  que  se  explotaba  y  se  organizaba  el  trabajo  en  ella,  según  trataremos  demostrar  a continuación.4.    El  espacio  y  el  trabajo  agrícola  según  los  libros de agriculturaLos libros de agricultura tratan casi todos los aspectos  de  las  ciencias  agrícolas;  no  obstante,  ahora dejaremos de lado los aspectos puramente botánicos y técnicos para centrarnos en aquellos más propios de la historia económica. No preten-demos ser exhaustivos en este análisis, sino tratar sencillamente  de  demostrar  que,  una  vez  ubica-dos estos libros en su contexto histórico, pueden convertirse  en  una  fuente  de  información  muy  valiosa en relación con la organización y el fun-cionamiento de las propiedades fundiarias de las elites andalusíes, al menos para el periodo en el que fueron escritos.4.1. Organización espacialEl autor almeriense Ibn Luyūn, en su capítu-lo  titulado:  «Sobre  lo  que  se  ha  de  elegir  en  la  disposición de las huertas (basātīn), sus vivien-112 Jiménez  Castillo  y  Simón  García,  “El  poblamien-to  andalusí  en  las  tierras  de  secano”,  pp.  215-259;  Jiménez  Castillo, “Fincas aristocráticas en la Murcia islámica”, pp. 749-791,  Jiménez  Castillo,  “Reales  y  rahales  de  la  Murcia  andalusí”, pp. 389-436; Jiménez Castillo, “La expansión agrí-cola”, en prensa; Malpica Cuello, “Formación y desarrollo del sistema irrigado en al-Andalus”, p. 55.113 Kautsky, The  Politics  of  Aristocratic  Empires,  p.  291; Lenski, Poder y privilegio, pp. 201-308.das (masākin) y las casas de labor (diyār al-bā-diya)», describe cada uno de los elementos que deben  formar  parte  de  una  almunia  ideal,  a  la  que se refiere como bustān (pl. basātīn), expli-cando cómo han de disponerse los edificios resi-denciales, así como las diferentes áreas cultiva-das e infraestructuras hidráulicas, distinguiendo las que tienen un carácter más recreativo de las que son de naturaleza esencialmente productiva. Explica que las flores y plantas ornamentales se han  de  situar  cerca  de  la  residencia  y  las  espe-cies utilitarias en áreas periféricas e, incluso, in-dica el tipo de plantas que han de flanquear los paseos:Para  la  elección  [del  emplazamiento  de]  las  vi-viendas de las fincas (basātīn) [se debe considerar un  lugar]  en  alto  (išrāf),  que  [facilite]  su  protec-ción  (ḥifż)  y  vigilancia  (taʽyiyn).  [Las  viviendas]  deben  mirar  hacia  el  sur  (qibla)  y  [han  de  dispo-nerse] cerca de la puerta [de entrada a la finca]. La alberca/el  zafariche  (ṣahrīŷ)  y  el  pozo  (bi’r)  [de-ben situarse] en lo más alto o, en lugar del pozo, una  acequia  (sāqiya),  cuyas  aguas  corran  por  la  umbría [...]. Cerca de esta alberca, se deben plan-tar  especies  que  no  pierdan  sus  hojas  y  que  sean  alegres a la vista. A una cierta distancia de estas, se disponen las flores (anwār) y, tras ellas, los árbo-les de hoja perenne (wāqy al-ašŷār). En cuanto a las viñas (dawālī), se deben plantar en los laterales de  la  vivienda  y,  en  medio  de  todo,  que  abunden  los emparrados (ʿarā’iš). Y, en la parte inferior de estos emparrados, que los paseos (mamāšī) rodeen el  jardín  (bustān),  cercándolo  [...].  La  base  de  todo  lo  que  crezca  en  un  jardín (yubassatinu)  es  la  proximidad  [a  la  vivienda],  ya  que  estará  más  cuidado (aṣwan) por esta razón114.Por su parte, al-Ṭignarī indica dónde insta-lar las aceñas y los zafariches en la finca con el fin de que sean más efectivos, pero también con el propósito de que el dueño y sus allegados puedan gozar del relax que ofrece pasear junto a estanques y canales sin tener que atravesar los huertos. Estos espacios cultivados y resguarda-dos pueden, sin embargo, ser contemplados des-de esta parte alta de la propiedad. Sobre la segu-ridad de estos huertos, al-Ṭignarī lo deja claro: si es preciso, que se protejan más que las casas. Y, por último, nos queda señalar una cuestión de terminología, a saber, la ‘polisinonimia’ pre-sente en este pequeño párrafo del geópono gra-nadino, que demuestra que los términos bustān, 114 Ibn  Luyūn, كتاب  إبداء  الملاحة  وإنهاء  الرجاحة  في  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.

 

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00116ŷanna y ŷinān  se  pueden  usar  indistintamente  para denominar una misma zona cultivada:Al-Filāḥa  al-Rūmiyya115:   al   trazar   la   aceña   (sawānī) y el zafariche (ṣahārīŷ) procura que es-tén  cerca  de  las  puertas  de  las  huertas  (ŷannāt), en  un  lugar  elevado,  en  la  zona  más  alta  de  to-dos  los  huertos  (ŷinān), con el fin de que, quien desee  contemplar  (farŷa)  el  huerto  (bustān),  no  tenga  que  atravesarlo.  [Esto  sucede]  cuando  [la  persona]  tiene  la  intención  de  entrar  en  el  huer-to  (bustān),  [y  pasear]  por  los  lugares  por  donde  corre el agua y están los zafariches (ṣahārīŷ), por el  sosiego  (rāḥa)  que  esto  [ofrece].  Cuando  todo  ello  se  encuentra  cerca  de  la  puerta,  no  lo  tiene  que atravesar más que quien tenga la necesidad de hacerlo.  El  huerto  (ŷinān)  debe  estar  preservado  del paso de la gente, pero dispuesto para su con-templación. Y, si es necesario, que se protejan los huertos (basātīn) de una manera más fuerte que las viviendas (dūr)116.Más  allá  de  estos  huertos  ajardinados  o  es-pacios  de  regadío  junto  a  las  viviendas,  en  los  que se situaban cultivos que unían su valor prác-tico al ornamental, Ibn Luyūn ubica las tierras de  labor  destinadas  plenamente  a  cultivos  de  consumo «a cierta distancia de todo lo anterior» reservando una parte de la finca «a la tierra de labor (arḍbayḍā’)117, para que se siembre lo que uno quiera que brote»118. Todos los elementos que según los libros de agricultura forman parte de estas fincas son los 115 El texto de Casiano se tradujo directamente del grie-go al árabe en el s. VIII con el título de al-Filāḥa al-Rūmiyya y  constituye  una  de  las  fuentes  de  donde  toma  información  al-Ṭignarī. Véase,  para  ello,  García  Sánchez,  “Las  fuentes citadas en el tratado agrícola de al-Ṭignarī”, p. 209. Como señala  Carabaza  Bravo,  al-Filāḥa al-Rūmiyya  solo  propone  lugares elevados y no próximos a establos y graneros. Véase, “El agua en los tratados agronómicos andalusíes”, p. 28.116 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 94-95.117 Los términos arḍ bayḍā’ o ‘tierra blanca’ hacen re-ferencia normalmente a la tierra inculta y baldía, tanto en los tratados agrícolas como en los jurídicos. Sin embargo, en los histórico-geográficos se alterna este significado con el con-trario, es decir, con tierras fértiles. El geópono Ibn Luyūn es la excepción, pues se refiere con estos términos a la tierra de labor,  tal  y  como  también  lo  vemos  en  su  coetáneo  Ibn  al-Jaṭīb cuando habla de la tierra de la vega de Granada bañada por  el  Genil,  cuando  dice:  «No  se  ha  dejado  de  sembrar  (lā yufāriqu al-zarʽ) en la tierra blanca (arḍ bayḍā’), cuyo precio del marjal (ṯaman al-marŷaʽ)es muy elevado, alcanzando los veinticinco dinares de oro». Véase, Al-Iḥāṭa, ed. B. Derradji, I, p. 231; ed. ʽInān, I, p. 125. Asimismo, consúltese, Jiménez Castillo, “Reales y rahales de la Murcia andalusí”, p. 411.118 Ibn Luyūn,(Kitāb  Ibdā’  al-milāḥa  wa-inhā’  al-riŷāḥa    uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.mismos que conocemos a través de otras fuentes, como, por ejemplo, los modelos ideales conteni-dos en los formularios notariales, lo que no deja lugar a dudas acerca del tipo de propiedad del que estamos tratando. Así, según Ibn al-ʽAṭṭār:Si  el  objeto  de  toma  de  posesión  fueran  fincas (amlāk) [...] has de decir: de todas las fincas des-critas y cuyos límites han sido especificados en este  escrito,  sitas  en  tal  alquería  (qarya)  de  tal  región de la circunscripción de Córdoba (o de tal provincia). La descripción de estos [bienes inclu-ye]  una  casa  (dār)  con  tales  límites,  un  muladar  (dimna) de tierra con tales límites, un fundo (ḥaql) con tantos límites, un viñedo (ḥadiqa aʽnāb) con tales límites, una almazara de aceite (maʽzara li-l-zayt) con tales límites, tantos y tantos pies de olivo (aṣlan min šaŷar al-zaytūn) en tal lugar de la alque-ría (qarya) conocida por tal119Era importante que esta propiedad estuviera cercada; al respecto, Ibn Luyūn afirma: «Resul-ta excelente proteger la finca (bustān)  con  una  tapia (ḥā’iṭ) que la rodee totalmente»120; incluso que se empleen algunas especies de árboles que contribuirían a su protección y aislamiento:En  los  límites  [de  la  finca,  se  plantan]  árboles como  la  higuera  (tīn)  u  otros  semejantes  que  no  causen ningún perjuicio. Todos los grandes fruta-les deben plantarse en la parte norte, con el fin de que  protejan  del  viento  del  norte  todo  lo  que  allí  haya plantado o instalado (aqwām), y sin que lle-guen a tapar el sol cuando empieza a calentar121. Por el geópono Abū l-Jayr sabemos que no solo  se  cerraban  con  muros  los  huertos  y  los  viñedos, sino también las grandes fincas (fadā-dīn).  Él  dirá:  «Te  diriges  a  un  campo  (faddān) que hayas vallado totalmente con un seto (bi-si-yāŷ) o muro (aw ḥā’iṭ) [...]»122.Aparte de las obras geopónicas, los tratados jurídicos también hablan de los cercados, reali-zados  con  vallas,  muros  o  setos,  los  cuales  te-nían  varias  funciones:  como  delimitadores  de  la propiedad, como medio de adquisición de las 119 Ibn al-ʽAṭṭār, Kitāb al-waṯā’iq wa-l-siŷillāt, pp. 520 ár. / 781 trad.120 Ibn  Luyūn,كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa),  fol.  49v.  Para  consultar  los  cerramientos  (ḥā’iṭ / ḥadīqa / galqa) en al-Andalus, tanto en el huerto como en el jardín (ŷanna / bustān), véase García Sánchez, “Cultivos y espacios irrigados en al-Andalus”, pp. 28-29.121 J. Eguaras no traduce esta última frase.122 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 145 ár. / 291 tr.; Gar-cía Sánchez, “Cultivos y espacios agrícolas”, p. 2

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17tierras jurídicamente muertas (mawāt)123, como protectores de los cultivos que había tras ellos o para evitar los destrozos que pudiera ocasionar el ganado124. Resguardados también estaban los reales (riyāḍ), propiedades de carácter aristocrá-tico situados en la periferia irrigada de las ciuda-des y poblados importantes del Šarq al-Andalus, los  cuales,  según  Guichard,  comprendían  una casa  de  recreo  rodeada  por  un  jardín125.  La  do-cumentación confirma que estaban vallados me-diante tapias de tierra y/o setos y que protegían los animales que allí se criaban, así como árbo-les frutales, hortalizas y aperos126. Otras fuentes textuales  que  prueban  la  existencia  de  cercas  son las histórico-geográficas, como es el caso de al-Jušanī y su Historia de los jueces de Córdoba, en donde habla del cercado (ḥayṭ) de una almunia (munya) propiedad del juez al-Ḥabīb, la cual es-taba realizada con dos filas de árboles127. Por otra parte,  hemos  de  recordar  que,  para  la  construc-ción de la huerta de al-Buḥayra en 1171, se com-praron las tierras que rodeaban a los palacios para plantar olivos, viñas y frutales y, posteriormente, todo el conjunto se rodeó con un muro hecho de cal, arena y piedras, transportadas estas últimas, al igual que ladrillos, cal y frutales, por las bestias y esclavos del ʽAmīr al-Mu ́minīn128.4.2. La casaIbn al ʽAwwām recomienda, citando un pro-verbio (maṯal),«que el labrador (ṣāḥib al-ḍayʽa, 123 La  mayoría  de  los  juristas  andalusíes  consideraba que esta labor vivificadora debía ir acompañada de la inten-ción  de  cultivar  en  un  periodo  corto  de  tiempo,  ya  que,  el  cerramiento  por    solo  no  era  considerado  normalmente  un  acto vivificador por el que cualquier individuo pudiera ad-quirir  una  tierra  muerta.  Véase,  Camarero  Castellano,  “Las  labores vivificadoras como medio de adquisición de la tierra muerta”, pp. 14-16.124 Al-Qayrawānī, al-Risāla,  pp.  214  ár.  /215  tr.  y  pp.  270 ár. / 271 tr.; Ibn Ḥabīb, Kitāb al-Wāḍiḥa, pp. 122-123 ár. / 124 tr.; al-Wanšarīsī, al-Miʽyār, VIII, pp. 335-338 y 351-353; Linant  de  Bellefonds,  EI2,  III.  s.  v.  iḥyā’,  p.  1080.Camare-ro Castellano, Sobre el ‘estado de ŷā’iḥa’. Teoría y práctica jurídica de la calamidad rural y urbana en Al-Andalus,  pp.  47-49 y 122.125 Guichard, Les musulman de Valence et la Reconquê-te, II, pp. 374-379; Guichard, Al-Andalus frente a la conquis-ta cristiana, pp. 504-511.126 Jiménez Castillo, “Fincas aristocráticas en la Murcia islámica”,  pp.  772-773;  Jiménez  Castillo,  “Reales  y  rahales  de la Murcia andalusí”, p. 413. 127 Al-Jušanī, Historia de los jueces de Córdoba,  pp.  188 ár. / 234 trad. Ribera.128 Ibn  Ṣaḥīb  al-Salāt, al-Mann  bi-l-imāma,  pp.  189-190.lit.dueño de la finca rústica)por sí mismo debe visitar freqüentemente su heredad(ḍayʽa), y no ausentarse  de  ella,  principalmente  en  el  tiem-po  de  las  labores,  como  la  cava  &c.  para  que  le conste del cuidado y vigilancia de los jorna-leros»129. El contenido de esta sentencia confir-ma  de  nuevo  el  tipo  de  terrateniente  urbano  al  que estaban destinados estos libros, y conviene con  la  existencia  generalizada  de  viviendas  en  las fincas particulares que debieron de funcionar como  segundas  residencias,  aspecto  que  cono-cemos bien gracias a las fuentes escritas y, sobre todo, a la arqueología, aunque la mayor parte de las conservadas o excavadas forman parte de al-munias pertenecientes a diferentes soberanos130.Ibn  Luyūn  indica  cómo  deben  disponerse cada  uno  de  los  componentes  del  espacio  do-méstico, así como su entorno inmediato, y cuá-les son sus características principales. En primer lugar, explica cómo debe ser el emplazamiento y la orientación de la casa131:Un lugar en alto (išrāf) que facilite su protección y vigilancia. Debe mirar hacia el sur y [ha de dis-ponerse] cerca de la puerta [de entrada a la finca]En cuanto a los accesos de la vivienda132:Debe  tener  dos  puertas,  para  que  esté  más  prote-gida y sea mayor la tranquilidad del que la habita. [...]  La  puerta  principal  tendrá  bancos  (maṣāṭib) y  a  su  alrededor  (ḥawla-hu)  un  zaguán  (raḥaba) proporcional [al edificio]No  es  de  extrañar  que  el  autor  incida  en  la  presencia  de  los  bancos  del  zaguán,  pues  este  tipo  de  elementos  permitían  descansar  a  los  que  esperaban  a  ser  recibidos  en  el  interior  de  la casa, pero también servían para que el dueño contara con un espacio en el que despachar con clientes,  arrendatarios  o  jornaleros,  sin  necesi-dad de hacerlos pasar a los espacios más priva-dos133. También contempla la existencia de unas dependencias  para  huéspedes  próximas  al  nú-cleo principal, pero individualizadas, con el fin 129 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, p. 4.130 Véase Navarro Palazón y Trillo San José (ed.), Al-munias. Las fincas de las elites en el Occidente islámico: po-der, solaz y producción.131 Ibn  Luyūn,كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.132 Ibn  Luyūn,كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.133 Navarro Palazón y Jiménez Castillo, Siyāsa, pp. 216-217.

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00118de preservar la intimidad de los que allí se alo-jaran, que suponemos se organizarían como un núcleo doméstico en torno a un patio central134:En la parte baja de la finca (bustān) [se construi-rá]  una  morada  (manzil)  con  su  [propia]  puerta  para huéspedes o para los amigos más íntimos, así como un zafariche (ṣahrīŷ). Estará rodeado de ár-boles para que quede oculto a quien desde arriba lo  mire.  Todos  los  aposentos  [se  construirán]  en  uno o dos lugares [de la finca] que estén sin ocu-par, y quedarán ocultos y protegidos135.Otro  elemento  singularizado  con  respecto  a  la casa y sobre el que, efectivamente, existen al-gunos testimonios documentales, arqueológicos e incluso iconográficos, es la torre residencial (que Ibn Luyūn llama burŷ suknà), en donde se-guramente se combinaba este uso con el defen-sivo136.  La  recomendación  de  este  autor  acerca  de  la  conveniencia  de  proteger  las  residencias  campestres con una torre creemos que debe ser situada  en  su  contexto  cronológico,  es  decir,  a  comienzos  del  siglo  XIV,  cuando  existían  fun-dados  temores  a  las  incursiones  cristianas  ene-migas a las ciudades de al-Andalus. Esta situa-ción  política  era  muy  diferente  de  la  existente  en  época  califal,  lo  que  explicaría  la  ausencia  de este tipo de fortalezas asociadas a las almu-nias  que  conocemos  por  las  fuentes  escritas  y  arqueológicas del entorno de la Córdoba del si-glo  X.  A  partir  del  siglo  XI  su  presencia  debió  de  ser  cada  vez  mayor,  a  medida  que  se  incre-mentaba  la  inseguridad  y  el  riesgo  de  algaras.  Por ejemplo, en el valle del Ebro abundaban los pequeños  establecimientos  para  unas  pocas  fa-milias de campesinos que casi siempre contaban con torres, lo que explica la frecuencia de topó-nimos en burŷ, y a todos ellos se les denominó en las fuentes latinas posteriores a la conquista con el nombre de «almunias». A fines del siglo XV, sabemos que las torres eran muy numerosas en  el  entorno  de  las  ciudades  nazaríes.  En  este  sentido, Münzer escribe que la vega de Granada inmediatamente  después  de  la  conquista  caste-llana  «tiene  huertos  irrigados  por  acequias  lle-134 Ibn  Luyūn,كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.135 J. Eguaras no traduce la última frase. Tampoco re-coge  correctamente  el  término  mawḍiʽayni,  forma  dual  de  mawḍiʽ, ‘lugar’, al no incluir la ʽayn. Véase, Tratado de Agri-cultura (1988), p. 273.136 Jiménez Castillo, “Fincas aristocráticas en la Murcia islámica”, pp. 775 y 779; Jiménez Castillo, “Reales y rahales de la Murcia andalusí”, pp. 415-418.nos  de  casas  y  de  torres,  habitados  durante  el  verano»137.  Con  relación  a  Baza,  Hernando  del  Pulgar  escribía  lo  siguiente:  «avia  mas  de  mill  torres pequeñas, porque cada veçino de aquella çibdat que tenia en ella alguna parte, facia vna torre cercana a sus arboles; y aquello que le per-tenecía regaua con açequias»138.4.3. Jardines y huertos ornamentalesEn torno a la residencia principal, se encuentra la parte más cuidada de la finca, que se denomi-na en términos jardineros «huerta de primor»139, área bien dotada de agua en la que conviven las plantas de puro ornato con los cultivos produc-tivos  que  también  tienen  valor  estético,  como,  por ejemplo, los cítricos. Es igualmente la zona verde más privada por su proximidad a la mora-da de los propietarios, por lo que también debe contar con cerca propia e incluso barrera vegetal que la aísle de otras áreas productivas de la finca y de los trabajadores que faenan en ellas. Así lo demuestran los ejemplos conservados en el Ag-dāl de Marrakech y en el Generalife, así como este texto de Ibn Wāfid, si nuestra interpretación es correcta140:Si  quieres  disponer  un  huerto  (bustān),  escoge  un  lugar  adecuado  de  agua  corriente,  y  que  se  halle  en vecindad con las gentes para hacerles compañía (li-yakun qarīban min masākin al-nās muṣāḥabatanla-hum),  pues  los  huertos  más  hermosos  (aḥsan al-basātīn),  más  recreativos  (anzah) y más útiles (anfaʽ) son los que están próximos (qarīban) [a la vi-vienda]. Dispón la plantación de árboles altos como el plátano oriental, el ciprés, el pino, el sauce, el no-gal, el avellano y otros semejantes junto a los mu-ros  del  huerto  (ḥawā’iṭ al-bustān),  hasta  rodearlo  completamente, y así será más bello (aḥsana) [...]El texto es dudoso puesto que no especifica si los huertos en cuestión se encuentran próximos a la casa, como nosotros nos inclinamos a pensar, 137 Münzer, Viaje por España y Portugal, p. 105.138 Del Pulgar, Crónica de los señores Reyes Católicos, p. 339.Valo139 En las almunias palatinas mejor conservadas, es po-sible  distinguir  de  manera  muy  clara  estas  «huertas  de  pri-mor»,  bien  individualizados  con  su  propia  cerca,  que  en  el  Agdāl se corresponde con el recinto Dār al-Hanā’ y, en el Ge-neralife de Granada, con la Huerta Grande (Navarro Palazón y  Puerta  Vílchez,  “Las  huertas  de  Marrakech  en  las  fuentes  escritas”,  p.  287;  Navarro  Palazón  y  Garrido  Carretero,  “El  paisaje  periurbano  de  Marrakech”,  pp.  244  y  254;  Navarro,  Garrido y Almela, “The Agdal of Marrakesh. Part II”, p. 31.140 Ibn  Wāfid, Compendio  de  Agricultura   en   Ibn   Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ, pp. 35 ár. /218-219 trad.

 

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19o a la ciudad, lo que cambiaría la interpretación sustancialmente. No obstante, creemos que solo puede hacer referencia a la vivienda, pues de un huerto  privado,  aunque  esté  cerca  de  la  urbe,  no se podría afirmar que hace compañía a las gentes, ni tampoco es cierto que los huertos más hermosos y recreativos sean los más próximos a las  medinas;  sin  embargo,  estas  características  sí se pueden predicar de los huertos ajardinados que, de existir, siempre se situaban, lógicamen-te, junto a la vivienda de los propietarios.Otra prueba indirecta de la atención que los geóponos ofrecen a los jardines y huertos orna-mentales que junto con las extensiones dedica-das a la agricultura orientada al mercado forma-ban parte de las almunias, son las páginas en las que  se  ocupan  de  las  plantas  aromáticas  por  el  placer  que  dan  a  los  sentidos  de  la  vista  y  del  olfato141.Al-Ṭignarī diferencia los parrales que se plan-taban sobre los andenes elevados o paseadores, que debían asociarse a armazones o emparrados para que se pudiera pasear por debajo de ellos, de los que se situaban en los jardines en hondo que los rodeaban llamados arriates (riyāḍāt), los cuales podían ser más bajos, ya que no estaban en espacios destinados a la circulación:En  las  grandes  almunias  (al-munà al-kibār),  las  horcas o pértigas deben colocarse sobre los paseos de forma que sobrepasen la altura de las personas que  circulen  por  ellos.  En  el  caso  de  los  jardines  (riyāḍāt)  y  en  aquellos  lugares  en  los  que  nadie  pasee por debajo de las parras (dawālī), estas que-darán a la altura de los que caminen a su alrededor por los andenes, dejando entre los racimos de uvas y la cabeza de quien vaya paseando un espacio no inferior a dos palmosEn relación con los cultivos y su utilización con vistas al esparcimiento, Abū l-Jayr explica en su tratado cómo manipularlos para conseguir formas insólitas. Estas esculturas vegetales eran otro de los elementos propios del huerto de pri-mor  situado  en  la  zona  cercana  a  la  residencia  principal de las almunias, aunque también flan-quearían los caminos que, desde las puertas de 141 Véanse, para ello, Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 120-122 ár / 325-327 trad.; Ibn al-ʽAwwām, Kitāb al-Fi-lāḥa, I, pp. 248-252, 303-313; II, pp. 266-274 y 280-294; Ibn Baṣṣāl, Libro de Agricultura,  pp.  163-172  ár.  /  207-219  tr.;  Ibn Luyūn,كتاب إبدأالملاحةوإنهاء الرجاحةفي أصول صناعة الفلاحة(Kitāb  Ibdā’  al-milāḥa  wa-inhā’  al-riŷāḥa    uṣūl  ṣināʽat al-filāḥa),fols 43r y 43v; Ibn Luyūn, Tratado de Agricultura(1988), cap. 140, pp. 173-176 ár. / 263-264 tr. Joaquina Egua-ras; Ibn Baṣṣāl, Libro de Agricultura, pp. 181 ár. / 230-231 tr.la finca, se dirigían hacia la residencia principal. El autor sevillano dice al respecto142:A veces se componen formas insólitas (aškāl garī-ba) en el huerto (bustān): una de ellas consiste en tomar  una  caña  dura,  limpiarla  y  hacer  con  ella  unos cinchos torneados del grosor de la pierna del hombre [...], y se ponen de pie en diversos lugares del huerto [...], y se siembra a sus pies granos de índigo  [...].  Cuando  germinan,  las  ramas  se  en-ganchan  a  estos  cinchos,  se  trenzan  alrededor  de  ellos  y  los  cubren  hasta  el  punto  de  no  verse  la  caña en absoluto, de forma que se ve una especie de columna que se eleva sobre las plantas verdes, especialmente  cuando  florece,  y  permanece  así todo el período estival (al-ṣaīf kullu-hu) [...]. Lo mismo se hace (hakaḏā yuṣnaʽ) en los pabellones (al-qibāb) y en los corredores (al-aziqqa) hechos de caña (al-maṣnūʽa min al-qaṣab).De la misma manera que los emparrados pro-tegían del sol y del relente, para disfrutar apropia-damente de los huertos y jardines era conveniente la existencia de pabellones de madera o de obra en medio del área cultivada, normalmente sobre los andenes o paseadores que la cruzaban o con-torneaban. A ellos se refiere Ibn Luyūn143:En el centro del huerto (bustān) debe haber un pa-bellón (qubba) para poder sentarse y conversar (li-l-muŷālasāt)144, desde donde se pueda ver en todas las direcciones, pero en el que no se oiga lo que se dice para todo aquel que entre, y en el que no se deje de prestar atención a la persona que se dirija hacia él. Se deben poner rosas que trepen por [el pabellón], así como arrayán y todo lo que adorne la tierra de un huerto (arḍ al-bustān).4.4. Las infraestructuras hidráulicasAdemás  de  extensiones  variables  de  espa-cios  destinados  a  la  agricultura  de  secano,  las  grandes fincas agrícolas, y las almunias en par-ticular, también contaban de manera preferente 142 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa,  pp.  284-285  trad.  /  137 ár.143 Ibn  Luyūn, كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.144 J.  Eguaras  leyó al-muŷālasāt   en   lugar   de   li-l-muŷālasāt, por lo que no consideraremos únicamente que el pabellón  tenía  asientos,  sino  también  su  utilidad.  Así  pues,  la finalidad de este pabellón podría ser tanto un lugar de re-unión donde poder conversar con familiares y amigos, como un  espacio  donde  recibir  a  visitantes  distinguidos.  Véase  en  Kazimirski, I, p. 315 la Forma III de este verbo ŶLS: «Être assis en compagnie de quelqu’un».

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00120con  áreas  en  las  que  se  practicaban  de  manera  intensiva los cultivos irrigados artificialmente. A diferencia de los sistemas hidráulicos vincu-lados a las alquerías campesinas, que se caracte-rizaban por el aprovechamient o de los recursos naturales  y  la  economía  de  medios,  los  de  las  fincas de las élites disponían frecuentemente de  infraestructuras   relativamente   costosas   como   evidencia  de  la  capacidad  de  movilizar  recur-sos por parte de sus dueños y de los beneficios esperados de esas inversiones. Se trata, sin em-bargo, de una hidráulica de rango medio puesto que  en  los  libros  de  agricultura  tampoco  están  presentes las grandes obras de ingeniería aplica-das al riego de las fincas de los sultanes, como, por ejemplo, las presas de derivación y acequias que  daban  servicio  a  las  propiedades  nazaríes  del cerro del Sol en Granada145; los acueductos e ingenios asociados a la Alcazaba de Almería146y a la Buḥayra de Sevilla147;  los  albercones  de  las almunias califales como la Rummāniyya148 y los del entorno del Castillejo de Monteagudo en Murcia149; diques como el que mandó construir en la garganta del Ciervo Ibrāhim ḅ. Hamušk, el señor de Segura y lugarteniente de Ibn Mar-danīš150;  o  los  complejos  sistemas  de  galerías  drenantes y estanques de las almunias del alfoz de Marrakech151. En los tratados de agricultura son frecuentes las  referencias  a  los  diferentes  elementos  que  permitían  la  captación,  conducción  y  distribu-ción de los recursos hídricos, acerca de los cua-les Ibn Luyūn dice152: «El zafariche (ṣahrīŷ) y el pozo (bir’)  [deben  situarse]  en  lo  más  alto.  O,  en  lugar  del  pozo,  una  acequia  (sāqiya),  cuyas  aguas corran por la umbría».145 Orihuela  Uzal  y  García  Pulido,  “El  suministro  de agua en la Granada islámica”.146 Así lo refiere al-ʽUḏrī. Véase, Nuṣūṣ, p. 85.147 Valor Piechotta y Jiménez Hernández, “Las almunias de  la  Sevilla  almohade:  Buhayra  y  Aznalfarache”,  pp.  323-342.148 Arnold,  Canto  García,  y  Vallejo  Triano, Munyat ar-Rummānīyya.149 Navarro Palazón y Jiménez Castillo, “Aproximación al estudio del Castillejo de Monteagudo”, pp. 447-451.150 Salvatierra y Gómez, “La presa de la Garganta del Ciervo”, p. 309.151 Navarro  Palazón  y  Garrido  Carretero,  “El  paisaje periurbano de Marrakech”. Véanse estos y otros ejemplos en la  monografía  coordinada  por  Navarro  Palazón  y  Trillo  San  José, Almunias. Las fincas de las élites en el Occidente islá-mico.152 Ibn  Luyūn,كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 49v.También al-Ṭignarī aconseja instalar las ace-ñas (sawānī) y los zafariches (ṣahārīŷ) en la par-te más alta de la finca, con el fin de que posibilite el suministro de agua al resto de los huertos153:Lo primero que se necesita cuando se quiere poner en  funcionamiento  una  aceña  (sāniya)  en  la  tierra  que se desea regar, con el fin de que el agua de esta aceña  atraviese  toda  esta  tierra,  es  tener  en  cuenta  cuál es la parte más alta del huerto (bustān), ya que, lo que se ponga en la parte más baja del mismo, no puede regar con sus aguas [el resto del huerto].Ibn al-ʽAwwām recoge una parte de ese frag-mento para indicar en qué parte del huerto (ŷan-na) se ha de ubicar el pozo154:[...] que se procure hacer el pozo en lo más alto de la huerta (ŷanna) ó del huerto de hortalizas (mab-qala), cerca de la puerta ó en medio de él, si fuere posible; lo primero, para que de allí se pueda regar todo;  y  lo  segundo,  para  que  los  que  entraren,  le  tengan inmediato.Obviamente,  la  posición  elevada  que  reco-miendan los geóponos tiene como objetivo facili-tar el riego de los cultivos por gravedad. Esta par-ticularidad se aprecia igualmente en Ibn Baṣṣāl quien,  en  su  estudio  de  los  pozos,  trata  además  otras  cuestiones,  como  son  el  lugar  idóneo  para  abrirlos,  el  modo  de  hacerlo  dependiendo  de  la  lejanía o cercanía a un río, el mes más propicio, los indicios que señalan si hay aguas subterráneas cerca  del  lugar  elegido,  el  modo  de  montar  las  aceñas  y  la  distancia  que  hay  que  respetar  entre  pozo y pozo para que no se vean afectados en el caudal o en la calidad de su agua155. Los  elementos  destinados  a  la  captación,  conducción  y  almacenamiento  de  agua  tenían  una  finalidad  eminentemente  agrícola  y  con-suntiva. Pero también servían con fines hedo-nistas, como explica al-Ṭignarī: «[Y pasear] por los lugares por donde corre el agua y están los zafariches  (ṣahārīŷ),  por  el  sosiego  (rāḥa)  que  esto [ofrece]»156. Así lo demuestran también las referencias de Abū l-Jayr y de al-Ṭignarī a algu-nas  plantas  que  se  cultivaban  alrededor  de  los  153 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 94-95.154 Véase, Ibn al-ʽAwwām, Libro de Agricultura,  I,  p.  144. Este autor dice que lo ha tomado “de Ibn Baṣṣāl y de otros”.155 Ibn Baṣṣāl, Libro de Agricultura,  pp.  223-228  trad.  / 174-179 ár. Parte de sus comentarios son recogidos por Ibn al-ʽAwwām. Véase el capítulo que este geópono dedica a la apertura  de  los  pozos  en  los  huertos  (ŷannāt)  y  en  las  casas  (diyār) en Libro de Agricultura, I, pp. 142-147.156 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 94-95.

 

 

 

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21lugares  donde  se  hacía  presente  el  agua,  como  es  el  caso  del  serbal  (gubayrā’),  un  árbol  uti-lizado normalmente como planta ornamental157. Así, según Abū l-Jayr158:  «Se  planta  alrede-dor de los aljibes (ṣahārīŷ), los (ābār) y las ace-quias (sawāqī) para que, cuando aparezca el que llegue  a  beber  agua,  quede  frente  a  él  y  halle  extraordinario el perfume de su flor y la belle-za de su fruto». Y, citado por Ibn al-ʽAwwām, al-Ṭignarī dijo que este árbol: «Se planta junto á los estanques (ṣahārīŷ) por su elegancia ó her-mosura de su flor al desplegarse»159.4.5. La ganadería y los establosEn las almunias se criaba ganado con fines co-merciales y también para la explotación agrícola, pues  los  animales  se  empleaban  principalmente  para el tiro del arado, así como para la obtención de su estiércol que era fundamental para abonar los  cultivos160.  Casi  todos  los  tratados  agrícolas  andalusíes  dedican  páginas  enteras  a  citar  los  beneficios del estercolamiento, señalando cuáles son los mejores para cada cultivo y dando detalles de cómo se prepara y cuál es el momento óptimo para estercolar161. No obstante, solo se conservan datos zootécnicos en los tratados de Ibn Wāfid y de Ibn al-ʽAwwām162. El primero se ocupa del ga-nado vacuno, lanar y caballar. También le intere-sa el tratamiento de sus enfermedades, la protec-ción de plagas, el forraje conveniente, la elección de la dehesa y el tiempo del apareamiento. Otras especies de las que trata son las abejas, palomas, gallinas,  ocas,  pavos  reales  y  perdices,  a  todas  157 Consúltese, para ello, Carabaza Bravo et al.,Árboles y arbustos de al-Andalus, pp. 135-136.158 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, p. 266 trad. / 110 ár.159 Ibn al-ʽAwwām, Libro de Agricultura, I, p. 325.160 Véase, a modo de ejemplo, Libro de Agricultura de Ibn al-ʽAwwām, I, cap. II, pp. 98-134.161 Véase, Ibn al-ʽAwwām, Libro de Agricultura, I, cap. II, pp. 98-134; Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa,  pp.  86-87  ár.  /  249-250 tr.; Ibn Baṣṣāl, Libro de Agricultura, pp. 55-60 trad. / 49-53 ár.; al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 74-78; Ibn Luyūn,كتاب إبدأالملاحةوإنهاء الرجاحةفي أصول صناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fols. 7r-9r; Ibn Luyūn, Tratado de Agricultura (1988), pp. 66-72 ár. / 208-211 tr.; Ibn Wāfid, Compendio de Agriculturaen Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 10-11 y 31-32 ár. / 186-187 y 214- 215 tr.; Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 94-95 y 109 ár. / 292-294 y 312-313 tr.162 ElKitāb Zuhrat al-bustān wa-nuzhat al-aḏhān  de  al-Ṭignarī (s. XI-XII) parece ser que constaba de una parte (maqāla) dedicada a la zootecnia y veterinaria, aunque no se ha conservado. Véase, para ello, García Sánchez, “El tratado agrícola del granadino al-Ṭignarī”, p. 290, así como de la mis-ma autora, al-Ṭignarī, Abū ʽAbd Allāh”, p. 458.les dedica un capítulo, ya que las considera útiles y beneficiosas (manāfiʽ),  y  dice  que  son:  «muy  habituales  en  las  aldeas  (ḍiyāʽ)  y  en  los  huertos  (basātīn)»163.Hay que señalar que en dichos tra-tados, siguiendo los pasos de la geoponimia clá-sica, están completamente ausentes los animales exóticos  o  los  de  uso  cinegético,  que  eran  habi-tuales en las fincas medievales de los soberanos; se trata, creemos, de otro indicio que confirma que estos no eran los destinatarios preferentes de estos libros aunque también se sirvieran de ellos como cualquier terrateniente.Ibn Wāfid dedica muchas páginas a la cría de palomas en estos espacios productivos, e in-cluso la presenta de manera más extensiva que Ibn al-ʽAwwām. La palomina, su excremento, era  muy  codiciada  entre  los  agricultores  desde  la Antigüedad. Como señala Julia Carabaza, los agrónomos latinos y del mundo bizantino ya ha-blaban de su beneficio por su alto poder calorí-fico y daban detalles de cómo debía utilizarse. Ibn Wāfid recoge tanto este saber antiguocomo el  propio  de  la  cultura  árabo-islámica,  si  bien,  como concluye la autora, «aunque el agrónomo toledano quisiera dar un ‘tinte clásico’ a sus pa-labras, no hizo en realidad más que acudir a una fuente  de  su  mismo  entorno  cultural  [la  fuente  zoológico-literaria de mayor peso en la cultura islámica medieval: el Kitāb al-Ḥayawān de al-Ŷāḥiẓ] y redactar su capítulo sobre estas aves basándose en ella de manera casi exclusiva»164:Es necesario adquirir palomas y servirse de ellas constantemente en las labores agrícolas, dado su beneficioso  estiércol  para  toda  clase  de  frutos y  tierras,  [...]  las  palomas  son,  pues,  utilísimas  (rafq kaṯīr) y reportan grandes beneficios (manā-fiʽ ŷamma)165.Posteriormente, y dentro del capítulo dedica-do a los animales que se tienen en casas (buyūt) y  huertas  (basātīn),  Ibn  al-ʽAwwām  habla  en primer  lugar  de  las  palomas,  lo  que  denota  la  gran importancia que les confiere a estas aves dentro  de  la  explotación  agrícola.  Según  Ca-rabaza,  la  existencia  de  pasajes  idénticos  entre  este autor e Ibn Wāfid se debe al hecho de que usan las mismas fuentes y de que el autor sevi-llano utiliza la obra agrícola del toledano, aun-163 Ibn  Wāfid, Compendio  de  Agricultura   en   Ibn   Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 66-79 ár. / 259-275 tr.164 Carabaza Bravo, “Las palomas en la agricultura an-dalusí”, pp. 241-251.165 Ibn  Wāfid, Compendio  de  Agricultura   en   Ibn   Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 71 y 72 ár. / 265 y 266 tr.

 

 


edro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00122que nunca haga referencia a ello en su tratado166. Dice Ibn al-ʽAwwām:Sábete, que las palomas son de grande utilidad; que hacen  compañía;  que  su  grangería  es  necesaria;  y  que su uso es indispensable en la agricultura por la utilidad que hay en su estiércol para todos los frutos y las tierras. Es la palomina indispensable, y no hay cosa que pueda suplirla, y una corta cantidad de ella hace que no sea necesaria mucha de otros estiérco-les.  Son  pues  muchas  las  comodidades,  y  muchos  los provechos que hay en las palomas167.Como se aprecia, ambos autores se muestran decididamente  pragmáticos  en  sus  consejos  al  subrayar  explícitamente  en  sus  obras  la  renta-bilidad  que  las  palomas  pueden  proporcionar.  La información zoológica recogida en estos dos tratados agrícolas es valiosa, ya que da todo tipo de detalles relacionados con estas aves y su uti-lización  en  la  agricultura,  ampliando  sensible-mente los datos proporcionados por los autores clásicos, pero aprovechando la información que necesitan en las diferentes fuentes que tienen a su alcance168.Por su parte, Ibn Luyūn cita la torre-palomar (burŷ li-l-ḥamām) entre los elementos que debe tener  la  almunia,  otro  indicio  de  que  la  cría  de  estas aves era algo más que habitual en este tipo de fincas: Y si [la finca] está dotada de una torre-palomar (burŷ li-l-ḥamām) y de una torreta habitable, todo ello la completará a la perfección (tamām)169.Por  ser  una  obra  de  carácter  enciclopédico,  Ibn al-ʽAwwām es quien ofrece más informa-ción sobre los animales presentes en las fincas, al dedicarle los 5 últimos capítulos de los 35 que componen su obra170. De esta manera, en el cap. 166 Junto a autores clásicos y al tratado de Ibn Wāfid, como decimos, Ibn al-ʽAwwām también utiliza para elabo-rar  su  apartado  sobre  las  palomas  el  Kitāb al-Ḥayawān de al-Ŷāḥiẓ, el libro de dietética de Abū Marwān Ibn Zuhr y la Agricultura  Nabatea.  Véase,  Carabaza  Bravo,  “Las  palomas  en la agricultura andalusí”, pp. 240, 245-246 y 251.167 Ibn al-ʽAwwām, Libro de Agricultura, II, p. 701, cap. 34.168 Carabaza Bravo, “Las palomas en la agricultura an-dalusí”, pp. 252-255.169 Ibn  Luyūn,كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 50r.170 Los capítulos que tratan específicamente los anima-les son los 31-34. El 35 se ha perdido. Para el estudio de los animales domésticos, así como de otros de los que se sacaban provecho en las grandes fincas, según las informaciones ob-tenidas,  entre  otras  obras,  de  los  tratados  geopónicos  anda-31  trata  la  crianza  de  animales  (filāḥa al-ḥa-yawān),  como  el  ganado  vacuno  (baqr),  las  ovejas  (ḍām)  y  cabras  (maʽaz).  El  cap.  32  está  consagrado a la cría de los caballos (jayl), mulos (bigāl), asnos (ḥamīr) y camellos (abil). Todos ellos son utilizados por algunos de los motivos que  ofrece  el  autor,  principalmente  porque  sir-ven  para  las  labores  del  campo  y  por  la  como-didad  que  ofrecen  a  la  hora  de  hacer  un  viaje,  como el Ḥaŷŷ o peregrinación a la Meca. Poste-riormente,  recoge  una  serie  de  consideraciones  zootécnicas y veterinarias acerca de este tipo de ganado. El cap. 33 trata del arte de la veterinaria (fann al-bayṭara) y el cap. 34, como acabamos de ver, de las aves (al-ḥayāwān al-ṭāyr) que normal-mente  se  tienen  en  la  casa  [de  campo]  (buyūt), en  las  huertas  (basātīn) y en las aldeas o fincas (ḍiyāʽ, pl. de ḍayaʽ), como son las palomas (ḥam-mām),  los  gansos  (iwazz),  las  cercetas  (burak), los pavos reales (ṭawāwīs, pl. de ṭāwuws), las ga-llinas  (duŷāŷ),  pl.  de  daŷāŷ)  y  las  abejas  ‘de  las  que dan miel’ (naḥl maʽsal). Ibn al-ʽAwwām dice en la presentación de este capítulo que se utilizan por el provecho (manfaʽa) que se obtiene de ellas y también por su hermosura, elegancia o belleza (ŷamāl). De entre todas estas especies, se detiene en las gallinas171 y en las abejas172, ya que son las más explotadas para su comercialización. El cap. 35, aunque perdido, trata de los perros aptos para la caza (kilāb mubāḥ ittijāḏi-hā li-l-ṣayd) y para [guardar] los sembrados (zarʽ) y el ganado (māši-ya), según anuncia el mismo autor en su prólogo. Los perros solo estaban permitidos en las grandes fincas por el beneficio que se obtenía de ellos, a pesar de considerarse un animal impuro173.Por su parte, Ibn Luyūn, en la descripción del bustān, también habla de las bestias, centrándo-se específicamente en los establos y en el lugar idóneo  donde  se  han  de  construir,  así  como  de  los elementos que se debe disponer en ellos, dis-lusíes, consúltese Álvarez de Morales, “La zootecnia en los tratados agrícolas árabes”, pp. 81-91.171 Ibn al-ʽAwwām, Libro de Agricultura,  II,  pp.  706-717.172 Ibn al-ʽAwwām, Libro de Agricultura,  II,  pp.  717-731. 173 Efectivamente, en el islam está prohibido tener pe-rros, ya que se considera un animal impuro, pero está permi-tido si es para cazar o para guardar una finca, sus sembrados y su ganado, y siempre y cuando la propiedad esté en despo-blado, sin otras viviendas alrededor. Por eso, Ibn al-ʽAwwām habla de mubāḥ o lícito, cuando las menciona, entre las que se encontrarían las huertas (ŷannāt / basātīn), en donde el pe-rro  estaría  permitido  al  cumplirse  todos  los  requisitos  de  su  tenencia.

 

 

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23tinguiendo  los  espacios  para  las  caballerías  de  los rediles para el resto del ganado174:El  establo  (iṣṭabl)  ha  de  construirse  cerca  de  la  puerta [de entrada a la finca] para [uso de] las bes-tias (dawābb), así como para los aperos de labran-za (ālāt). Y el edificio para el ganado menor o para el mayor (al-dār li-l-ganam aw li-l-baqar) se debe instalar en la parte más baja [de la finca] o cerca de donde  puedan  estar  bajo  vigilancia.  Deberá  estar  rodeado de espacios cubiertos (buyūt) y techados (saqāyf) para protegerlos del frío y del viento im-petuoso. Es fundamental que la casa de una alque-ría  (al-dārbi-l-qarya)175  tenga  algorfas  (guraf)  y  una fosa (ḥafra) para el estiércol, siempre que no se tenga el temor [de que cause algún incidente].Es  interesante  destacar  también  en  el  frag-mento anterior la mención a la fosa para el es-tiércol, puesto que la arqueología viene demos-trando igualmente la proliferación de los campos de silos destinados a la producción de estiércol (compost) como abono para las tierras de culti-vo, lo que algunos califican como una verdadera «revolución sucia»176. El desarrollo de la técnica del abonado, de la que también da testimonio la atención que se presta en estos libros a la palo-mina,  como  antes  indicábamos,  es  un  apartado  fundamental en relación con el progreso técnico y el incremento de la productividad que de ello se derivaba. 4.6. La organización del trabajo Los tratados geopónicos contienen también referencias muy interesantes acerca de la orga-174 Ibn  Luyūn,كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 50r. La arqueología apenas ha aportado información  sobre  los  establos  de  las  almunias;  conocemos  las caballerizas del Agdāl (Navarro, Garrido, Torres y Triki, “Agua, arquitectura y poder en una capital del Islam”, pp. 39 y 40) y el Patio de las Caballerizas del Generalife (Bermúdez, “El Generalife”, pp. 16 y 17), así como algunos ejemplos re-lacionados  con  las  viviendas  de  una  población  mediana  de  carácter rural como Siyāsa (Navarro Palazón y Jiménez Cas-tillo, Siyāsa, pp. 217 y 220); se trata efectivamente de depen-dencias situadas junto a la entrada de la casa, que comunican con  el  patio  central  y  con  el  zaguán  o  directamente  con  la  calle, y que cuentan con uno o varios pesebres.175 Como ya se dijo, normalmente la qarya es un peque-ño poblado habitado por campesinos independientes, aunque en  este  contexto  debe  entenderse  como  una  de  esas  alque-rías que formaban parte de la propiedad de un terrateniente. Véase, para ello, Ibn al-Jaṭīb, Lamḥa, pp. 24-25; Ibn al-Jaṭīb,Al-Iḥāṭa, ed. B. Derradji, I, pp. 232-233; ed. ʽInān, I, p. 126. 176 Malalana y Morín, “La elaboración de compost en al-Andalus durante los siglos X-XI”, pp. 118-126.nización del trabajo y la mano de obra con que se explotaban las fincas aristocráticas, un tema del que sabemos muy poco, más allá de alguna información  que  al  respecto  se  puede  espigar  en textos de otra naturaleza como, por ejemplo, los formularios notariales o las colecciones de fetuas.Tal y como dijimos anteriormente, al-Ṭignarī refiere que la musāqāt  era  una  de  las  fórmulas  empleadas en la explotación de las fincas a las que estaban destinados los libros de agricultura. Concretamente, se trata de un contrato de apar-cería  vinculado  a  tierras  irrigadas,  en  donde  se  acuerda que el aparcero ponga todo el trabajo a cambio de una parte convenida de los frutos177. Para  los  cultivos  de  secano,  el  contrato  tipo  más  extendido  era  el  de  la  muzāraʽa,  donde  el  propietario de la finca concedía su tierra a un agricultor por un período determinado, en el que tenía lugar la siembra, el cuidado y la siega de la cosecha. La semilla la ponían ambos contra-tantes  o  uno  solo,  lo  que  establecía  el  tipo  de  muzāraʽa  que  se  acordaba  (a  medias,  al  tercio,  al cuarto y al quinto)178.En  los  tratados  geopónicos  son  frecuentes  las  referencias  a  las  contrataciones  de  braceros  o temporeros, aconsejando sobre las cualidades que  conviene  que  tengan  los  trabajadores  que  se han de emplear en las fincas, así como los capataces encargados de dirigirlos. Al respecto, Ibn Luyūn señala que: «Para realizar las tareas [agrícolas] (aʽmāl), se deben elegir jóvenes que escuchen los consejos de los viejos»179. También al-Ṭignarī incluye en su obra un capítulo dedi-cado  a  «la  elección  de  los  trabajadores  (ʽum-mālūn) y de los encargados de las explotaciones agrícolas  (ūkalā’)»180. Por su parte, Abū l-Jayr en su «Capítulo relativo al gobierno de los jor-naleros (juddām)» se ocupa extensamente de las aptitudes que ha de poseer el propietario de una finca para lidiar con éxito con sus empleados de manera que esta buena relación repercuta posi-tivamente en su fortuna. Asimismo, da detalles de cómo deben ser estos trabajadores y de cómo se han de organizar para hacer su labor de una manera más eficiente181.177 Véase, Vidal Castro, “La musāqāt”, pp. 429-451.178 Camarero Castellano, “El concepto del contrato de aparcería llamado muzāraʽa”, pp. 181-198.179 Ibn  Luyūn,كتاب  إبداء  الملاحةوإنهاء  الرجاحةفي  أصولصناعة الفلاحة (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa), fol. 50r. 180 Al-Ṭignarī, Kitāb Zuhrat al-bustān, pp. 103-106.181 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa,  pp.  139-142  ár.  /  286-

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00124Del  mismo  modo,  en  su  capítulo  sobre  las  capacidades  que  conviene  que  tengan  dichos  agricultores, titulado «Qué hombres deben ser preferidos  para  hacer  las  labores,  plantacio-nes y demás faenas rústicas», Ibn al-ʽAwwām aconseja182:que sean mozos y jóvenes por ser los mas fuertes, los mas alegres y expeditos, y los ménos perezo-sos para las faenas, y que los cavadores sean pa-res. Que el plantador de vides ú otros árboles, el inxertador y el escamondador sea joven de veinte á treinta años ó poco mas [...]. En las mangas [ó divisiones] no se han de poner juntos mas de qua-tro hombres, y si fueren mas, no han de juntarse á trabajar en un sitio para que [por aquella parte] no se adelante la labor.Era  habitual  que  los  propietarios  delegaran  en  un  capataz  el  control  y  la  vigilancia  de  los  trabajadores durante el día. Este encargado de-bía darle el parte al finalizar cada jornada. Ibn al-ʽAwwām al respecto dice183:El  dueño  de  la  posesión  (ṣāḥib al-ḍayʽa)  con  el  capataz  (nāẓir)  registrará  las  labores  después  de  concluidas  para  tener  conocimiento  de  quanto  se  hubiere trabajado; y aunque todo el dia haya estado ausente, conocerá la diligencia y esmero de los tra-bajadores en ausencia suya, ó su desidia y floxedad, si hubieren trabajado ménos [de lo que deben].Cuando  los  terratenientes  no  estaban  pre-sentes en sus propiedades rústicas, a estos ca-pataces se les confiaba la administración de sus fincas,  según  la  recomendación  de  ʽAtabaʽ  b. Abī Sufyān a su encargado, que recoge Ibn al ʽAwwām184:Cuida con esmero y vigilancia de mi pequeña po-sesión (ṣaʽīr mālī) para que se haga grande; y no la tengas ociosa quando grande, para que no se haga pequeña»185.También  Ibn Wāfid  se  ocupa  de  este  tema en el capítulo titulado «Elección de los jornale-ros»186, en el que, además de las recomendacio-288 tr.182 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, pp. 532-533.183 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, p. 534.184 Ibn al-ʽAwwām, Libro de agricultura, I, p. 4.185 Para este hadiz, véase El Faïz, “L’apport des trai-tés  agronomiques  hispanoarabes  à  l’histoire  économique d’al-Andalus”, p. 419.186 Ibn Wāfid, Compendio de Agricultura en Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, pp. 9-10 ár. / 184-185 trad. También se encuentra en la traducción castellana de esta obra. Véase, Mi-llás Vallicrosa, “La traducción castellana”, pp. 281-332.nes antes señaladas por los anteriores geóponos sobre la juventud que estos deben tener para que su labor sea óptima, aconseja:Si hay un gran número de campesinos, no convie-ne que trabajen juntos en un mismo lugar porque, cuando lo hacen, hablan mucho y se instruyen mu-tuamente en diversas tretas y en cómo holgazanear en el trabajo, y debería existir, entonces, el mismo número de capataces que de campesinos. Deben agruparse de diez a seis, ni uno más ni uno menos y su trabajo ha de ser parejo. Colocarás a los que trabajen con el azadón de dos en dos, para que el holgazán trabaje tanto como el activo y constante, y  que  uno  de  ellos,  de  quien  te  fíes  y  al  que  des  algo por ello, se encargue del otro187.4.7. Productividad y comercializaciónLos productos cultivados en las fincas que venimos tratando estaban destinados esencial-mente  al  mercado,  de  manera  que  las  explo-taciones  constituían  una  fuente  de  riqueza  y  prosperidad  para  sus  dueños;  por  consiguien-te,  es  normal  que  los  tratados  geopónicos  de-diquen  mucha  atención  a  plantas  comerciales  como la vid. Acerca de los cereales, sin embar-go, no se extienden demasiado porque, según explican, los procedimientos son bien conoci-dos por todos.Además, algunos autores relatan técnicas de procesamiento  de  algunas  de  esas  plantas  o  de  su conservación; por ejemplo, Ibn al-ʽAwwām, en su cap. 30, recoge una gran variedad de fuen-tes  documentales  relacionadas  con  la  práctica  industrial  agrícola,  entre  las  que  se  encuentran  los geóponos Ibn Baṣṣāl, Abū l-Jayr y al-Tig-narī. Es un capítulo extensísimo, en el que trata, como él mismo señala, y entre otros temas, «Del modo  de  destilar  el  agua  rosada,  y  de  hacer  el  vinagre y el arrope de las uvas, el mostazado y semejantes.  Señálense  los  meses  del  año  y  las  operaciones  de  agricultura  que  es  bueno  hacer  en cada uno de ellos»188.Como es lógico, una parte de la producción de las grandes fincas también era reservada para el autoconsumo, tanto de los cultivos más comu-nes como de otros singulares, cuyo valor residía 187 Esta última frase de Ibn Wāfid la tomaría años des-pués Abū l-Jayr. Véase esta cita en Kitāb al-Filāḥa, pp. 141 ár. / 287 tr.188 Ibn  al-ʽAwwām, Kitāb al-Filāḥa,  II,  pp.  388-428.  Ibn Baṣṣāl, Libro de Agricultura, pp. 231 tr. /181 ár.; Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 173-185 ár. / 309-317 tr.; al-Ṭig-narī, Kitāb al-Zuhrat, pp. 119-143.

 

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25en la ostentación. Por ejemplo, Abū l-Jayr ex-plica  algunos  métodos  para  que  ciertas  plantas  propias  de  verano  se  puedan  disfrutar  también  en el invierno, de manera que tanto los dueños de  las  fincas  como  sus  invitados  se  quedaran maravillados189:Para  la  ruda,  el  jazmín,  la  calabaza,  el  pepino,  el  pepinillo  y  otras  clases  de  hortalizas  de  estío  se hacen para ellas unos tejadillos de caña sobre pies  de  madera  que  las  protegen  del  granizo,  y  se encienden diferentes fuegos alrededor, aunque lejos de ellas para transmitirles aire caliente. Esto solo se hace para que las hortalizas estivales pue-dan  comerse  en  el  invierno  y  esto  cause  admi-ración tanto a las personalidades (ru’asā’) como a  los  invitados  (aḍyāf),  por  lo  insólito  (yagribu bi-hi) que resulta.No  obstante,  por  su  propia  naturaleza,  los  li-bros de agricultura apenas contienen información sobre la segunda fase del proceso de explotación agrícola, que sería la comercialización y venta de los  productos.  Para  encontrar  datos  al  respecto,  tenemos que acudir a otro tipo de fuentes docu-mentales,  como  las  jurídicas.  Así,  por  ejemplo,  una fetua recogida por al-Wanšarīsī (s. XVI), re-lativa a Ifrīqiya, pero emitida por el jurista anda-lusí Yaḥyà b. Umar (s. IX), da muestra de ello190:Se consultó a Yaḥyà: quien trae trigo a la ciudad no se puede saber si es para venderlo o para con-sumo propio. Respuesta. En este caso, dejaremos que  lo  transporte  a  su  casa.  Otra  cuestión:  ¿Y  si  alguien que se llevó trigo de su finca (manzil)191 a su  casa,  quiere  venderlo,  porque  le  hace  falta  su  precio,  y  enseña  en  su  mano  una  muestra  por  el  zoco, y por esa muestra se lo compran los trigue-ros, a condición de medirlo en la casa para luego 189 Abū l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa, pp. 235 trad. / 67-68 ár.190 Al-Wanšarīsī, al-Miʽyār, VI,  pp.  406-422.  Este  dic-tamen pertenece a un conjunto de fetuas que, según demos-traron M. ‘A. Makkī y E. García Gómez, constituye el más antiguo antecedente de los tratados de ḥisba (García Gómez, “Unas ‘ordenanzas del zoco’ del s. IX”, pp. 253-316, esp. p. 300). Aunque la cuestión formulada en esta fetua tuviera ori-gen en Ifrīqiya, es de perfecta aplicación en al-Andalus, ya que, como dice E. García Gómez «el autor era andalusí, los problemas eran los mismos y el ambiente resultaba en aquella primitiva sazón muy análogo» (García Gómez, E., “Unas ‘or-denanzas del zoco’ del s. IX”, p. 261, nota 1).191 Uno de los significados de manzil, además de vivien-da, hospedería, parada y morada, es el de finca, que es el que E. García Gómez y M. ʽA. Makkī eligen en esta fetua por el contexto y como resultado de la traducción de la expresión: min mazili-hi ilà bayti-hi, ‘de su finca a su casa’. Véase la aclaración realizada por el traductor, al respecto de este tér-mino, en García Gómez., “Unas ‘ordenanzas del zoco’ del s. IX”, p. 300, nota 2.trasladarlo a sus tiendas? Contestó Yaḥyà: opino que no debe permitirse al vendedor que lo venda en su casa, y opino que debe trasladarlo a los zo-cos de los musulmanes.A diferencia de los tratados de ḥisba, las fe-tuas relativas al alfaquí Yaḥyà b. Umar (s. IX), compuestas  por  preguntas  y  respuestas,  distan  mucho de las recomendaciones emanadas de los almotacenes  en  los  tratados  de  los  siglos  XI  y  XII. En esta ocasión, ante la cuestión presenta-da, el dictamen emitido opta por no permitir que los dueños de las fincas vendan directamente en su casa el trigo que han obtenido en sus fincas, sino que deben hacer todas las gestiones comer-ciales en el mercado. Pero lo que ahora nos in-teresa de esta fetua es que documenta la figura del dueño de tierras que, además de sus fincas, posee una residencia en la ciudad en la que mora habitualmente y que comercializa los productos de su actividad agrícola en el mercado urbano. Es justamente el tipo de terrateniente que estaría muy  interesado  en  la  información  que  aportan  los libros de agricultura para la adecuada explo-tación de sus propiedades. 5. SíntesisPara situar adecuadamente los libros de agri-cultura en su contexto histórico es necesario que tratemos  de  aproximarnos,  aunque  sea  breve-mente, a la estructura de la propiedad de la tierra en  el  momento  de  su  redacción,  tarea  que,  por  otro lado, no es sencilla debido a la escasez de estudios sobre el tema. Parece probado que la primera «revolución» agrícola en al-Andalus arrancó con la llegada de los  primeros  pobladores  orientales  tras  la  con-quista  y  se  desarrolló  durante  la  fase  paleoan-dalusí. La introducción de nuevos cultivos y la expansión  de  la  tecnología  hidráulica  asociada  estuvo  a  cargo  primordialmente  de  grupos  de  campesinos  unidos  por  lazos  clánico-tribales,  desprovistos de conexiones decisivas con el po-der, los cuales colonizaron amplios sectores del medio rural e implantaron sistemas productivos, en los que predominaba el dominio colectivo192. Asentados en alquerías, estos campesinos prac-ticaban una agricultura orientada al autoabaste-cimiento que generaba los excedentes mínimos, 192 Guichard, Al-Andalus. Estructura antropológica, pp. 338-458; Barceló, “El diseño de los espacios irrigados”; Bar-celó, Kirchner y Navarro, El agua que no duerme, pp. 38-46; Kirchner, Virgili y Antolín, “Un espacio de cultivo urbano”, pp. 13-14; Trillo San José, Agua, tierra y hombres, pp. 43-48.

 

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00126con el fin de evitar su captura por parte del Esta-do. Junto al modelo productivos asociado a esas comunidades campesinas, las crónicas acreditan la  existencia  de  grandes  fincas  situadas  en  el entorno de las ciudades, pertenecientes a las fa-milias más poderosas, así como de propiedades particulares que se extendían por áreas más ale-jadas, lo que sin duda reducía su valor relativo.En el otro extremo temporal, la estructura de la  propiedad  de  la  tierra  en  época  nazarí,  que  conocemos mejor gracias a una documentación de archivo árabe y castellana sensiblemente más rica,  presenta  cambios  sustantivos.  En  torno  a  las ciudades predominaban las fincas aristocrá-ticas,  así  como  las  alquerías  y  aldeas,  algunas  de las cuales estaban habitadas por campesinos independientes y otras eran propiedad de algún señor. En las zonas plenamente rurales, también la propiedad gentilicia parece haber sido mino-ritaria frente a la privada, detectándose la exis-tencia de campesinos enriquecidos e incluso de terratenientes ajenos al vecindario que empren-dían cultivos comerciales193. Según Carmen Tri-llo, el cambio de una estructura de la propiedad predominantemente gentilicia, como sería la de los  primeros  siglos,  a  otra  aldeana  y  esencial-mente privada, pudo deberse a factores que fa-vorecieron  la  pérdida  de  vigor  de  los  lazos  de  parentesco  como,  quizás,  el  desarrollo  comer-cial y la presión castellana.Entre  ambos  extremos,  hay  efectivamente  indicios  que  deben  ser  tenidos  en  considera-ción,  con  relación  a  ese  proceso  de  cambio  en  el dominio de la tierra, que seguramente no fue progresivo  ni  homogéneo194.  A  partir  del  s.  X,  se detecta el incremento de la propiedad priva-da en el medio rural e, incluso, el paso a manos de particulares de algunas tierras comunitarias, según parece desprenderse, por ejemplo, de for-mularios notariales andalusíes, como los de Ibn al-‘Aṭṭār (m. 1009), Ibn Mugīṯ (m. 1067) y al-Ŷazīrī (m. 1089), en los que abundan los mo-delos  destinados  a  negocios  entre  particulares  y  están  del  todo  ausentes  referencias  a  propie-dades  comunitarias  relacionadas  con  el  linaje  o  de  cualquier  otra  índole.  En  los  Maḍāhib al-ḥukkām,  colección  de  fetuas  que  recoge  casos  relacionados  con  la  actividad  judicial  del  cadí  ʿIyāḍ  (1083-1149),  abundan  las  referencias  a la  progresión  de  la  propiedad  privada,  hasta  el  193 Trillo  San  José, Agua, tierra y hombres,  pp.  200,  207, 220, 244 y 245.194 Trillo San José, Agua, tierra y hombres,  pp.  180  y  181.punto de que Delfina Serrano concluye que «la propiedad es individual en la práctica totalidad de  los  casos»195.  Así  pues,  aunque  siguen  exis-tiendo  las  tierras  comunitarias  (mawāt),  estas  se limitan a ciertas áreas (ḥarim) que circundan las alquerías y, en cualquier caso, se encuentran sometidas  a  la  presión  de  algunos  vecinos  que  pretenden  apropiárselas,  incluso  cuando  se  tra-ta de prados dedicados al pastoreo intensivo del ganado196.  Asimismo,  está  registrada  en  estas  sentencias la expansión de los cultivos privados sobre tierras muertas, a veces yermas por aban-dono, mediante usucapión o prescripción adqui-sitiva (ḥiyāza)197, lo que demuestra que este fue uno de los medios empleados para la formación de  propiedad  particular.  También  la  documen-tación  cristiana  muestra  indicios  en  este  senti-do; así, por ejemplo, en el momento previo a la conquista de mediados del s. XIII, la propiedad era totalmente privada en la huerta de la Murcia andalusí,  a  juzgar  por  la  información  derivada  del  Repartimiento198.  De  acuerdo  con  los  datos  que extrae de la literatura jurídica, Vincent La-gardère detecta que, entre los siglos XII y XIII, una  parte  de  los  campesinos  en  busca  de  nue-vas tierras se habrían apropiado y repartido las tierras comunes de su alquería o los bienes del Estado, conservando al mismo tiempo el uso y mantenimiento colectivo de los sistemas de rie-go provenientes de la captura de arroyos, ríos o manantiales  naturales,  una  transformación  que  orientaba  la  agricultura  hacia  cultivos  de  rega-dío especulativos e intensivos con mayor valor añadido199.  Por  su  parte,  Lucie  Bolens  también  detectó la proliferación de la pequeña propiedad privada, a partir del final del califato y durante el periodo de los reinos de taifas, pero no lo atri-buyó a la iniciativa campesina, como lo hiciera Lagardère, sino al Estado y a los terratenientes, mediante  la  venta  masiva  de  propiedades  y  la  195 Ibn ‘Iyāḍ, Mad̲āhib al-ḥukkām, pp 56, 62 y 63.196 Ibn ‘Iyāḍ, Mad̲āhib al-ḥukkām, pp. 66 y 67.197 Por ejemplo, un hombre había comprado «propieda-des antiguas y nuevas, dentro y fuera de la muralla de Mála-ga, a saber: casas, tierras incultas, una plantación de higueras y otros frutales, campos cultivados (ʿamira)  y  deshabitados  (gāmira), y demás propiedades que constaban a su nombre en la Cora de Rayya hasta los alfoces (aḥwāz) más alejados de dicha ciudad y sus zonas más extremas», tierras que él mismo explotaba y cuidaba. (Ibn ‘Iyāḍ, Mad̲āhib al-ḥukkām, p. 277).198 Manzano Martínez, “Aproximación a la estructura de la propiedad”, pp. 61-75;Manzano Martínez, “Aproxima-ción a la problemática histórica”, pp. 489-507.199 Lagardère, “Terres communes et droits d’usage”, p. 53.

 

 

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27parcelación  del  suelo  a  favor  de  los  colonos  instalados  en  el  terreno  y  personalmente  inte-resados en el rendimiento de sus cultivos200. El declive  de  los  derechos  de  carácter  colectivo  basados en sistemas de linaje a favor de la pro-piedad privada de la tierra tendría que ver con la decadencia de la estructura social clánica a par-tir  del  siglo  X,  paulatinamente  suplantada  por  una  sociedad  «aldeana»,  basada  cada  vez  más  en la familia nuclear y las relaciones de vecin-dad en el ámbito rural, según parece derivarse de  los  trabajos  de  Guichard201.  Cabe  suponer  que  una  de  las  causas  de  este  proceso  sería  el  triunfo del Estado omeya en el siglo X, cuando se inició una transición compleja que finalizó con  la  imposición,  hacia  la  época  del  califato,  de  la  formación  social  islámica  caracterizada  por  la  hegemonía  de  lo  privado  y  del  mundo  urbano202.  Seguramente,  también  tendrían  con-secuencias en este sentido los efectos derivados de  la  primera  «revolución»  verde:  la  agricultura  intensiva, irrigada y acompañada de nuevos pro-ductos  fue  capaz  de  generar  «local  surpluses»,  que comenzaron a fluir hacia el Estado y hacia las elites urbanas, de manera que el aumento de los rendimientos  agrícolas  incrementó  el  comercio,  la  acuñación  de  moneda,  la  demanda  de  bienes  de consumo y, en última instancia, la creación de nuevos espacios de cultivo203. El ejercicio de los derechos de propiedad sobre las fincas agrícolas también acabaría alimentando el proceso de pri-vatización  y  concentración  pues,  dado  que  los  dueños podían determinar el uso de las tierras de-cidiendo sobre la manera de cultivarlas, muchas 200 Bolens, Agronomes andalous,pp. 2-14.201 Guichard, Al-Andalus. Estructura antropológica, pp. 332-338; Guichard, Les Musulmans de Valence, I, pp. 227 y 228; Guichard, Al-Andalus frente a la conquista, pp. 291-301. Esta situación quizás no era homogénea en todo el territorio andalusí; por ejemplo, en las islas Baleares, tardíamente co-lonizadas por los musulmanes a partir de la segunda mitad del s. IX, todavía en el primer tercio del siglo XIII «el patrón de asentamiento  andalusí  –basado  en  territorios  de  control  clá-nico  y  en  la  asociación  a  espacios  de  cultivo  irrigado,  com-partidos cuando su tamaño lo permite, o de disfrute exclusivo por parte de un grupo clánico, cuando no superan las 2 ha de superficie, y dejando extensas zonas de intersticio, yermas, probablemente de aprovechamiento silvo-pastoral– es un pa-trón estrictamente tribal y clánico, donde el concepto de pose-sión individual de tierras no tiene cabida» (Kirchner, “Ḥuṣūny alquerías”, p. 261).202 Acién  Almansa,  “Poblamiento  y  fortificación”,  p. 142.203 Glick, Islamic and Christian Spain, pp. 61-62.de ellas irían a parar finalmente a manos de aque-llos que lograran obtener mayor productividad204.En este contexto de transformación de la es-tructura  de  la  posesión  de  la  tierra,  la  eclosión  de  los  libros  geopónicos  en  el  siglo  XI  está  es-trechamente relacionada con la proliferación de propietarios  fundiarios  particulares,  principal-mente ciudadanos con recursos y formación su-ficientes, interesados en los beneficios crecientes que  proporciona  una  agricultura  basada  en  los  adelantos técnicos de la «revolución verde» y en un  mercado  en  expansión  debido  al  desarrollo  demográfico y urbano. Ellos y no los sultanes se-rían, en términos generales, los destinatarios de una literatura que no estaría asociada a la multi-plicación de patrocinadores reales con el estable-cimiento de las taifas, sino a la eclosión de dicho estamento de terratenientes. Al igual que sucedió en  la  Europa  occidental  durante  la  «revolución  económica» del siglo XI, las medinas andalusíes en proceso de crecimiento pudieron absorber la población  desplazada  del  campo,  gracias  al  de-sarrollo del comercio y del artesanado incentiva-dos  por  el  incremento  en  la  demanda  de  manu-facturas y bienes de consumo por parte de unos grupos relativamente acomodados. Entre ellos se hallaban los propietarios de tierras enriquecidos e, incluso, los propios sultanes, los cuales se be-neficiaron precisamente del control de una parte de  la  producción  agrícola  orientada  al  merca-do. Por consiguiente, los tratados de agricultura constituyen una fuente de información histórica muy valiosa acerca de las características y la or-ganización del trabajo en un modelo de hacien-das que estaba eclosionando precisamente en el momento en que se redactaron esos libros, como resultado de los cambios profundos que estaban teniendo  lugar  en  relación  a  la  propiedad  de  la  tierra y al sistema productivo en general.Fuentes geopónicasTratadosAbū  l-Jayr, Kitāb al-Filāḥa. Tratado de agricultura, ed.  y  trad.  Julia  María  Carabaza  Bravo,  Madrid,  ICMA, 1991.Columela,  Lucio  Junio  Moderato,  Los doce libros de agricultura, trad. Juan María Álvarez de Sotomayor y Rubio, Madrid, imprenta de D. Miguel de Burgos, 1824.204 Watson, Innovaciones  en  la  agricultura,  pp.  234-236.

 

Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00128Ibn ʻAbdūn, Sevilla a comienzos del siglo XII. El trata-do de Ibn ʻAbdūn, trad. y estudio de Emilio García Gómez y Évariste Lévi-Provençal, Sevilla, Biblio-teca de temas sevillanos, 1992.Ibn al-ʽAwwām, Kitāb al-Filāḥa. Libro de agricultura, ed. y trad. Josef Antonio Banqueri, 2 vols., Madrid, 1802  (ed.  facs.  con  estudio  preliminar  y  notas  por  J. Esteban Hernández Bermejo y Expiración García Sánchez), Madrid, Ministerio de Agricultura, 1988.Ibn Baṣṣāl, Kitāb al-Qaṣḍ wa-l-bayān: Libro de agri-cultura,  ed.  y  trad.  José  María  Millás  Vallicrosa  y Mohamed ʽAzīmān. Tetuán, 1955 (ed. facs. con estudio preliminar por Expiración García Sánchez y J. Esteban Hernández Bermejo), Granada, Sierra Nevada 95, 1995.Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, ed. S. Ŷarrār y Abā Ṣafīya, ʽAmmān:  Maŷmaʽ  al-Luga  al-ʽArabiyya al-Urduniyya, 1982. (La obra de Ibn Wāfid está incluida dentro de esta, en las pp. 6-84).Ibn Ḥaŷŷāŷ, al-Muqniʽ fī l-filāḥa, intr., est. y trad. con glosario  por  Julia  María  Carabaza  Bravo,  (Tesis  Doctoral  leída  en  1987),  Universidad  de  Grana-da,  Departamento  de  Estudios  Semíticos,  1988,  [en  línea],  disponible  en:  <https://digibug.ugr.es/handle/10481/5929>, [consultado el 06/02/2020].Ibn  Luyūn, كتاب  إبداء  الملاحة  وإنهاء  الرجاحة  في  أصولصناعة  الفلاحة  (Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa    uṣūl  ṣināʽat  al-filāḥa)   [Manuscrito],   Almería,  1348,  [en  línea],  disponible  en:  Manus-cripta:<https://csic-primo.hosted.exlibrisgroup.com/primo-explore/fulldisplay?docid=34CSIC_ALMA_DS21130141780004201&context=L&vid=34CSIC_VU1&search_scope=CAT_BIB_scope&tab=default_tab&lang=es_ES>,  [consulta-do el 03/02/2020].Ibn Luyūn, Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa,ed.  y  trad.  por  Joaquina  Eguaras  como  Tratado de agricultura,  Patronato  de la Alhambra y el Generalife, Granada, 1975.Ibn Luyūn, Kitāb Ibdā’ al-milāḥa wa-inhā’ al-riŷāḥa fī uṣūl ṣināʽat al-filāḥa, ed.  y  trad.  por  Joaquina  Eguaras  como  Tratado de agricultura,  Patronato  de  la  Alhambra  y  el  Generalife,  Granada,  D.L.  1988.  (Publicaciones  del  Patronato  de  la  Alham-bra, 2).Kitāb fī tartīb awqāt al-girāsa wa-l-magrusāt. Un tra-tado agrícola andalusí anónimo, ed. y trad. Ángel Custodio López y López, Granada, 1990.Al  Ṭignarī, Kitāb  Zuhrat  al-bustān  wa-nuzhat  al-aḏhān: Esplendor del jardín y recreo de las men-tes,ed. Expiración García Sánchez, Madrid, CSIC, 2006.CalendariosʽArīb  b.  Saʽīd, Le Calendrier du Cordoue, Reinhart Pieter Anne Dozy (ed.), Charles Pellat (trad./anot.), Leiden, E. J. Brill, 1961.Ibn  ʽĀṣim, Kitāb  al-anwā’  wa-l-azmina  -  al-qawl  fī l-šuhūr - (tratado sobre los anwā’ y los tiempos - capítulo sobre los meses), por Miquel Forcada (est., trad. y ed. crítica), Madrid, CSIC /ICMA, 1993. Risāla fī awqāt al-sana: Un calendario anónimo an-dalusí,  ed.  y  trad.  María  Ángeles  Navarro,  CSIC,  Granada, 1990.Fuentes histórico-geográficasAjbar Machmuâ, trad. y anot. E. Lafuente Alcántara, Madrid,  1867,  [en  línea],  disponible  en:  <http://www.bibliotecavirtualdeandalucia.es/catalogo/consulta/registro.cmd?id=100088>, [consultado el 28/02/2020].Ibn al-Abbār, al-Takmila, ed. Francisco Codera, Ma-drid,   Biblioteca   Arabico-Hispana   V-VI,   1886-1889, [en línea], disponible en: <http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000045489&page=1>, [consul-tado el 28/02/2020].Ibn Bassām, Al-ḏajīra fī mahāsin ahl al-Ŷazīra,  ed.  Iḥsān ʽAbbās, 4 vols. Beirut, 1997, [en línea], dis-ponible   en:   <https://archive.org/details/zakhera_mahasen_jazeera/mode/1up>     [consultado     el     10/02/2020].Ibn al-Jaṭīb, Al-Iḥāṭa fī ajbār, Muḥammad ʽAbd Allāh ʽInān  (ed.),  El  Cairo,  Maktabat  al-Janŷī,  1973-1977, 4 vols.Ibn al-Jaṭīb, Al-Iḥāṭa fī ajbār, Bouziani Derradji (ed.), Argel,  Dār  al-Amal  li-l-dirāsāt,  Ministère  de  la Culture, Fonds National pour la Promotion et le Développement des Arts et des Lettres, 2009.Ibn  al-Jaṭīb,  Lamḥa  al-badriyya    ajbār  al-dawla al-naṣriyyya, Beirut, 1980.Ibn al-Jaṭīb, Historia de los reyes de la Alhambra: el resplandor de la luna llena (Al-Lamḥa al-badriy-ya), Estudio preliminar por Emilio Molina López; traducción e introducción de José María Casciaro Ramírez, Granada, Universidad, 1998.Ibn  Ṣaḥīb  al-Salāt, al-Mann  bi-l-imāma,  Ambrosio  Huici  Miranda  (est.  prelim.,  trad.  e  índ.),  Textos Medievales, 24, Valencia, Anubar, 1969.Al-Jušanī: Historia de los jueces de Córdoba por Al-joxaní,  Textos  árabes  y  trad.  Julián  Ribera,  Ma-drid, Centro de Estudios Históricos, 1914.Münzer, Jerónimo, Viaje por España y Portugal. Rei-no  de  Granada,  intr.  Manuel  Espinar  Moreno,  Granada, 2008.Simonet, Francisco Javier, Descripción del reino de Granada bajo la dominación de los naseritas: sa-cada de los autores árabes y seguida del texto in-

 

 

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Pedro Jiménez-Castillo / inmaCulada CamareroAl-Qanṭara XLII 1, 2021, e01eISSN 1988-2955 | ISSN-L 0211-3589  doi: https://doi.org/10.3989/alqantara.2021.00130e Islámica (1978), Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1981, pp. 183-195.Brufal, Jesús, “La Lleida de secano en los siglos XI-XI-II:  nueva  interpretación  del  territorio”,  en  Antonio  Malpica  (ed.),  Análisis de los paisajes históricos. De al-Andalus a la sociedad feudal, Granada, Alhu-lia, 2009, pp. 241-265.Camarero  Castellano,  Inmaculada,  “El  concepto  del  contrato  de  aparcería  llamado  muzāraʽa, según los juristas  malikies  de  al-Andalus  (s.  VIII-XV)”,  Bo-letín de la AsociaciónEspañola de Orientalistas, XXXVIII (2002), pp. 181-198.Camarero  Castellano,  Inmaculada,  “Las  labores  vivi-ficadoras como medio de adquisición de la tierra muerta”, Ciencias de la Naturaleza en al-Andalus. Textos y Estudios, VII (2004), pp. 179-193.Camarero Castellano, Inmaculada, Sobre el ‘estado de ŷā’iḥa’. 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