domingo, 1 de enero de 2012

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. La invasion Arabe


La invasión Árabe.


Es la historia de un gran pueblo de oriente que vino a occidente y creo en el a lo largo de ocho siglos de dominio y convivencia el primer foco de cultura de la Edad Media Europea. Tal vez muchos de nosotros oímos hablar de los musulmanes y tengamos en nuestra mente la idea de algo muy remoto. Y, sin embargo, los musulmanes están ahí, a la vuelta de la esquina del tiempo en nuestra historia. Forman, con lo que nos dejaron, un sustrato fundamental del pueblo español. Son en gran parte el propio pasado del pueblo español. Un pasado que pervive en la lengua, en las costumbres, en el arte, en la gastronomía, la agricultura, la medicina y en el mismo modo de ser de los españoles. Veamos de donde venían, que buscaban y que encontraron más allá de las columnas de Hércules.




La llegada de los árabes a la península ibérica


En los primeros años del siglo VIII. En una España precariamente unida, el gobierno de los visigodos está desmembrado por las luchas internas entre los tres hijos del difunto rey Witiza y el duque de la Bética, Rodrigo, elevado al trono por los nobles que desean mano firme en los asuntos de estado y un rey que conserve la unidad  nacional.


España esta absolutamente dividida y Toledo, la capital del reino, es sede de intrigas y conjuras. Los que ven en peligro su victoria no dudan en cruzar el estrecho y pedir allá en las costas de África la ayuda que necesitan para desplazar al que creen un usurpador. Pero, ¿Quiénes están al otro lado del estrecho? Son unos hombres nuevos que venidos desde Oriente cumpliendo la Guerra Santa que proclamo su profeta Mahoma, se han abierto paso desde los desiertos de Arabia y en menos de noventa años han conquistado todo el norte africano y solo esperan la ocasión para salir del pequeño paso que les separa de Europa. Ahora la ocasión ha llegado. España es campo abonado para la invasión aunque los poetas prefieran crear una leyenda romántica econtrada en las viejas callejuelas de la capital visigoda, Toledo




“de la perdida de España fue aquí funesto principio


Una mujer sin ventura, un hombre de amor rendido


Si duermes, rey don Rodrigo, despierta por cortesía


Y veras tus malos hados, tu peor postrimería


Y veras tus gentes muertas y tu batalla rompida,


Y tus villas y ciudades destruidas en un día.


Si me pides quien lo ha hecho yo muy bien te lo diría.


Ese conde don Julián por amores de su hija.


Porque se la deshonraste y mas de ella no tenia”.






El 28 de abril del año 711 desembarca el general Tarik ben Ziyad al frente de 12.000 hombres en un lugar de la costa española que desde entonces tomaría el nombre de quien la conquisto, Ibn el Tarik , Gibraltar.


Con el viene los hijos de Witiza y buen numero de nobles disconformes, entre ellos el conde Olban, el don Julián de los romances cristianos. Todos ellos creen aun firmemente que la invasión árabe solo tiene por objeto restáurales en el poder.


El rey Rodrigo acude a enfrentarse con los invasores. El escenario de la batalla fue la hoy deseada laguna de La Janda. Y las crónicas árabes relatan así la jornada.


“Encontrándose Rodrigo y Tarik en un lugar llamado el lago y pelearon  encarnizadamente mas las alas derecha e izquierda, al mando de los hijos de Gaitiza, dieron a huir y aunque el centro resistió algún tanto, al cabo, Rodrigo fue también derrotado y los muslimes hicieron una gran matanza en los enemigos. Rodrigo desapareció sin que se supiese lo que le había acontecido pues los musulmanes encontraron  solamente su caballo blanco que había caído en un lodazal y el cristiano que había caído con él, al sacar el pie, se habia dejado el botín en el lodo. Solo Alá sabe lo que pasó pues no se tuvo nunca noticia de él ni se le encontró vivo ni muero”




La rápida conquista


La victoria musulmana de La Janda ha dejada a España a merced de sus invasores y la conquista a partir de aquella jornada es casi un paseo militar. El ejército musulmán se divide en tres cuerpos. El primero sigue la conquista hacia las comarcas de Málaga y Granada. El segundo, al mando del propio Tarik, se interna hacia la meseta para conquistar la capital visigoda. Toledo, abandonada ya por sus habitantes cristianos, no ofrece ninguna resistencia y los musulmanes la toman y confían a witizianos y judíos el gobierno provisional de la ciudad por medio de  “capitulaciones”. El tercer cuerpo del ejercito sitia Córdoba y la ocupa tras una breve resistencia de sus habitantes.
Con aquella conquista casi todas las plazas principales del sur de la península quedan en manos de los árabes. La cabeza de puente esta firmemente establecida. Pero la Guerra Santa no es solo una guerra de conquista: la religión marcha íntimamente ligad al avance de los ejércitos. El sur de España comienza a poblarse de mezquitas. Muchas de ellas no son sino adaptación precipitada de templos cristianos. Los árabes, en ese momento, no sienten ninguna necesidad de crear. Se utilizan los materiales más a mano para elevar los minaretes. Arcos de herraduras, creados por los visigodos sirven para enjambrar los ventanucos de las torres. Columnas bizantinas sirven de pilastras. Basta una altura que domine las ciudades para que a la voz del almuecín pueda llamar a los fieles en las horas  de la oración. El aspecto del sur de la península va cambiando. Ahora comienza a ser ya una prolongación del lejano Oriente abandonado cien años antes en pos de la expansión política y religiosa.

En junio del año 712 el emir de Marruecos, Muza nun Noseir, desembarca en la región de Algeciras con 18.000 hombres que viene a consolidar la conquista. Ha pasado apenas un año y los mismos visigodos que facilitaron la invasión se han dado cuenta de que las intenciones de los árabes van mucho más allá de una ayuda momentánea para restablecer a los disidentes en el poder. Las ciudades cierran las puertas de sus murallas y ofrecen una resistencia encarnizada cuando ya es tarde. Sevilla se defiende durante un mes heroico y es entregada por desavenencia interna de sus habitantes. Mérida resiste seis meses de asedio y es tomada por asalto. Orihuela logra pactar gracias a una estratagema.


“Fueron después a Tozmir, cuyo verdadero nombre era Orihuela y se llamaría Tozmir del nombre de su señor, el cual salio al encuentro de los musulmanes con un ejercito numeroso que combatió flojamente, siendo derrotado en campo raso. Los pocos que pudieron escapar huyeron a Orihuela donde no tenía gente de armas ni medios de defensa. Pero su jefe, Tozmir, al ver que no era posible la resistencia con las pocas tropas que tenia, ordeno que las mujeres dejasen sueltos sus cabellos, les dio cañas y las colocó sobre la muralla de tal forma que pareciesen un ejercito hasta que él hiciese las paces.”


La colonización


Los musulmanes conquistaron lo que mas ansiaban: las tierras fértiles y el agua. El contraste con la tierra seca de sus desiertos africanos inspirará a sus poetas y creara la lírica de aquella región que quedaría bautizada con el nombre de Al-Andalus.


“Oh, Dios, qué bello corría el rió en su lecho, mas apetecible para abrevarse en el que los labios de una bella, curvado como una pulsera, rodeado por las flores como por una vial actea”.




“Mira el campo sembrado donde las mieses parecen al inclinarse ante el viento escuadrones de caballería que huyen derrotados, sangrando por las heridas de las amapolas”.


Las tierras de Al-Andalus son fértiles si se les cuida. Y lo olivos son ya entonces, según las crónicas, tan espesos que el sol apenas se filtra por ellos. La producción permite exportar el sobrante por toda la cuenca mediterránea. Si la tierra de Al-Andalus es fértil y merece cualquier sacrificio, merece ser defendida de los lejanos focos de resistencia cristiana que han surgido, pequeños pero invencibles en las ásperas montañas del norte.


Al-Andalus comienza a poblarse de castillos. Su silueta se vuelve un factor inalterado del paisaje andaluz. Los mas grandes son a la vez centros urbanos y constituyen autenticas plazas fuertes que domina la llanura fértil que cabe bajo su protección.


Levaban el nombre de cala y aun hoy muchas ciudades de España conservan ese nombre más o menos alterado en recuerdo de las fortalezas que son ya solo un montón deforme de ruinas que apenas si resaltan su forma chata sobre las colinas.


Calatayud, Calamocha, Calatañazor. Las ciudades  se rodearon de murallas y muchas de estas defensas no fueron sino una adaptación de las antiguas fortificaciones romanas. Bastaba orientar debidamente las entradas según las costumbre  árabe y sustituir por ladrillos y argamasa las zonas derribadas que antes estuvieron construidas con bloques de cantera. Para los musulmanes, aquella aparente endebles de muros y construcciones tenia un significado casi religioso puesto que mostraban lo efímero de las construcciones humanas frente a la grandeza de la obra de Dios. Pero ladrillo, madera y yeso, sus materiales favoritos, marcaran la impronta de un  estilo que habrá de conservarse como base de la gran arquitectura española de siglos posteriores.


Así, ciudades muradas, alcazabas y castillos quedaron como una siembra de fuerza que se extendió desde las lejanas tierras fronterizas con los cristianos hasta las orillas azules del mediterráneo. En principio estas fortalezas fueron apenas un baluarte defensivo; en siglos posteriores se embellecerían y lograrían convertirse en auténticos palacios donde la defensa alternaría su dura silueta guerrera con imágenes de belleza y de bienestar. Pero los primeros años de la conquista musulmana fueron tiempos duros y anárquicos. Los invasores dependían en los políticos y lo religioso de los califas omeyas de Damasco. España, Al-Andalus, estaba ocupada por árabes aventureros y beréberes semisalvajes de las montañas africanas, discípulos oportunistas de la fe de quienes les habían conquistado, faltos de organización efectiva perdían su poder de fuerza, de disensiones internas. Los emires se sucedían violentamente y ninguno de ellos logro conservar el poder el tiempo suficiente para sostener un  régimen de paz en las tierras, los campos y el mar. Las expediciones guerreras, cada vez más lejanas, terminaban en simples algarabías o lo que comenzaba a ser peor, en peligrosas derrotas.


(Historia de España)

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