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jueves, 10 de abril de 2025

HUERTOS DE AL-ANDALUS. EL DESARROLLO DE LA AGRICULTURA DOMESTICA

 

Huertos de al-Andalus.

El desarrollo de la agricultura doméstica

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El legado cultural de al-Andalus es, sin duda, una constante en los pueblos y ciudades que integran las Rutas de El legado andalusí. En la Ruta del Califato, concretamente, alcazabas, recintos amurallados o ingenios hidráulicos forman parte de un importante patrimonio que atestigua la herencia musulmana entre Córdoba y Granada.

La presencia de huertos y jardines que jalonan el curso de los riachuelos y coronan las cumbres de las antiguas medinas, es la que aún podrá transportar al viajero en el tiempo para recrear la estampa romántica que describiese Washington lrving: “[…] bellos jardines colgantes, bosquecillos de naranjos, limoneros y granados, elevados cedros y altivas palmeras, mezclábanse con las firmes y almenadas murallas y torres, que permitían adivinar la opulencia y el lujo que reinaban dentro”.

Muy similar debió ser la imagen percibida por los monarcas castellanos cuando el estandarte de la cruz acababa coronando los más elevados baluartes de las poblaciones andalusíes. El paisaje urbano entremezclaba el adobe de los tapiales con la exuberancia de los espacios ajardinados cuyos máximos exponentes comenzaron en la almunia de la Arruzafa y terminaron en la Alhambra. Las innovaciones en la actividad agrícola, unida a los grandes avances en botánica que se experimentaron durante esta época, acabarían finalmente en una transformación artística de la propia naturaleza.

En este sentido, la diferenciación entre huerto y jardín durante el periodo islámico sería prácticamente inapreciable. Sería ya a partir de la Baja Edad Media y de forma más sistemática a medida que se consolidaba el avance cristiano, cuando ambas definiciones acabarían refiriéndose en la práctica a conceptos distintos. El protagonismo que los espacios ajardinados tuvieron en los palacios de al-Andalus se irá diluyendo en beneficio de los cultivos hortofrutícolas donde primará más el sentido de autoabastecimiento que el puramente estético. El aprovechamiento de los recursos hídricos configuró los espacios periurbanos andalusíes dando lugar a las características vegas en las que una continua sucesión de huertas presentaba un espacio agrícola caracterizado por su diversidad y riqueza.

 

Vista desde los huertos del Generalife, con la Alhambra al fondo.


El clima mediterráneo marcaría en buena medida el tipo de plantaciones que habrían de darse en los medios rurales propiciando, gracias a una intensa actividad comercial, el contacto entre las zonas de producción de las grandes villae y la ciudad o civitas. Organizado en varios sectores, el espacio agrario aparecía diferenciado según el grado de aprovechamiento humano del que fuera objeto. De este modo encontraríamos el huerto (hortus) o el monte (silva) y entre ambos la tierra cultivada (ager) y la inculta próxima a ella (saltus).


 

Vista aérea de Moclín (Granada). Localidad de la Ruta del Califato.

Una de las grandes aportaciones de la cultura islámica a la agricultura en al-Andalus fue la organización espacial del territorio. Sin embargo, aunque los árabes fueron los principales agentes en este proceso de evolución en los cultivos, sería conveniente remontarnos hasta la época romana para conocer el origen del sistema agrario que durante siglos se dio en la península.


Tal y como se ha indicado con anterioridad, la agricultura romana ya se encontraba plenamente adaptada al ecosistema mediterráneo, por lo que los cultivos que se llevaban a cabo en la zona que nos ocupa procederían de la domesticación de especies autóctonas y de otras aclimatadas al territorio desde hacía mucho tiempo. La necesidad de aprovechar las estaciones más húmedas marcaba tanto el tipo de plantación como las fechas en las que habría de llevarse a cabo. Será ese el motivo de aparición en la Bética de la característica trilogía mediterránea (cereal, olivo y vid) que desde la antigüedad tuvieron grandes centros productores en los pueblos que hoy integran la Ruta del Califato. Los silos romanos de Espejo, las villae de Cabra, Alcaudete o las situadas en la propia vega de Granada y la numismática descubierta en los términos de Castro del Río, Baena o Alcalá la Real, por citar algunos ejemplos, demuestran la existencia de unos cultivos de secano procedentes del monte mediterráneo a cuya climatología se encontraban perfectamente adaptados.


 

 

Los cítricos fueron otras de las muchas aportaciones que los árabes introdujeron en la agricultura de al-Andalus, que ya reflejaban los tratados agrícolas de época andalusí.  

La irrigación artificial de los campos se llevaba a cabo de forma muy ocasional y a menudo se circunscribía tan sólo al ámbito de los huertos, cuya ubicación, ya desde época romana, habría de situarse próxima a las viviendas tal y como aparece indicado en los escritos de Columela: “Los huertos de frutales y hortalizas que estén cerrados con un seto, cerca del  caserío, en un lugar donde pueda desembocar toda la porquería del corral y de los baños, como también el alpechín que resulta de exprimir las aceitunas, pues con semejantes residuos se fertiliza también la hortaliza y el árbol”. Este sistema agrario no implicaba, por tanto, una modificación notable del entorno, ya que al depender directamente de la pluviosidad, las zonas de cultivo no se veían condicionadas por la existencia de recursos hídricos permanentes.

Los jardines, por su parte, estaban también muy relacionados con esas grandes villae, aunque su presencia no se daba tan solo en las fincas de recreo de las zonas agrarias. En el ámbito urbano se han constatado igualmente en importantes testimonios tales como los aparecidos recientemente en unas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en Córdoba. En este caso no sólo se ha podido apreciar la exquisitez en el diseño del jardín, sino también la importancia que se le dio al agua como elemento ornamental que abastecía surtidores y fuentes. Aun así, la presencia de zonas ajardinadas en la Ruta del Califato no tendrá una verdadera significación hasta la configuración de al-Andalus. Durante este periodo se dará, sobre todo, una mayor proliferación de las producciones hortofrutícolas, que junto con las provenientes del resto de cultivos desarrollados en las zonas rurales, servirán para el abastecimiento de la civitas y para el importante comercio que se desarrollaría por todo el imperio hasta el siglo V.

En las cercanías de casi todos los núcleos de población de al-Andalus, el paisaje aparecía moteado con fincas de cultivo o recreo, de mayor o menor dimensión, donde las cosechas eran utilizadas en el consumo doméstico, tradición que perdura hasta nuestros días en muchos lugares de nuestra geografía.  


 

La caída del mundo romano se traduciría en un decrecimiento en importancia de la ciudad como centro de control administrativo y en una mayor ruralización social que llevó añadida, en la mayoría de los casos, una economía de subsistencia en la que el comercio reduciría de manera sensible su radio de acción y el cultivo del huerto familiar se iría extendiendo paulatinamente. El proceso de involución desarrollado durante la Alta Edad Media conllevará un cierto retroceso en la agricultura, utilizándose un sistema de explotación extensivo que habrá de perdurar hasta la aparición de una clase social dominante a la que acabarán vinculándose los derechos sobre las tierras incultas y los hombres libres. En este momento tendrá lugar una expansión agrícola cuya principal característica será la de introducir un sistema de explotación más intensivo que el anterior, aunque continuasen siendo predominantes los cultivos de secano.

La interacción cultural que se dio en al-Andalus propició la llegada de nuevos cultivos y especies que, aunque no eran propias del bosque mediterráneo, acabarían aclimatándose. El arroz, la naranja agria, el limón y la lima, la caña de azúcar, la berenjena, el plátano y el árbol del mango, entre otros, procedían de orígenes tan lejanos como Birmania, el sureste asiático o el archipiélago malayo.


 

 

La llegada de los árabes a la Península Ibérica supondrá una aportación innovadora a la agricultura existente hasta ese momento. Las diferentes conquistas que a lo largo de la historia habían protagonizado hicieron que, pese a haber tenido un origen como pastores nómadas, terminaran asimilando las costumbres y economía de los pueblos sedentarios de tradición agrícola con los que entraban en contacto. También de distintas zonas del continente africano acabarían domesticándose cultivos como el mijo, el panizo y la judía de vara, que llegarían a la India durante el segundo y el primer milenio a.C. y desde allí hacia el imperio sasánida entre los siglos V y VII de nuestra era. El periplo de estas especies supuso que algunas zonas conquistadas por los árabes conociesen ya determinados cultivos que, más tarde serían también experimentados en las tierras andalusíes. La agricultura de secano imperante hasta el momento acabará modificándose para acoger árboles y plantas procedentes de climas tropicales y semitropicales caracterizados, entre otras cuestiones, por la abundancia de unas lluvias estivales inexistentes en el clima mediterráneo.


 

La irrigación se va a hacer imprescindible para desarrollar determinados cultivos, y a partir de ese momento, comenzarán a aparecer con profusión referencias como las de los inventarios de recursos hídricos o kurals en las que se describen los distintos sistemas hidráulicos de Córdoba, entre los que destacaban sus aceñas sobre el río.

 

Las distintas obras escritas por los geógrafos árabes nos dan una visión más o menos exacta de las transformaciones que desde su llegada se llevaron a cabo en la agricultura peninsular. Mientras Ibn al-Faqih afirmaba en el siglo IX que el territorio hispánico era pobre en palmeras de dátiles, pero muy abundante en “aceite, algodón y lino”, las descripciones que algún tiempo después se hagan de la cora de Ilbira ya incluirán cítricos y caña de azúcar. El desarrollo del regadío habría de permitir una agricultura intensiva con abundancia de cosechas, cuyas referencias aparecerán de continuo en tratados como los de al-Razi, reflejando fielmente el paisaje agrario de la zona que nos ocupa:

E la su tierra es abondosa de muy buenas aguas e ríos e de arboles muy espesos, e los mas son naranjales, avellanares e granados dulces, e maduran mas ayna que las que son agras. E ay munchas cañas de que fazen el açucar.

Otros geógrafos testimoniaban igualmente los distintos cultivos que se daban en la Ruta del Califato durante la etapa andalusí. Sería el caso de la descripción que Ibn Galib hace sobre el castillo de Baena, del que indica está “situado sobre una colina cuya tierra es de buena calidad, plantada con árboles, viñedos y toda clase de árboles frutales”.

José Manuel Cano de Mauvesin Fabergè

Historiador

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domingo, 10 de octubre de 2021

CASTILLOS ANDALUSÍES DE MÁLAGA

 

CASTILLOS ANDALUSÍES DE MÁLAGA


PUBLICADO EL 6 ENERO, 2020 POR FUNCI


06
Ene

Autor del artículo: Francisco M. Romero

Fecha de publicación del artículo: 06/01/2020

Como decíamos ayer, son muy numerosos los castillos de Málaga, auténticos bastiones del pasado que resuenan en el presente, hitos de un ayer que es necesario conocer para saber por qué nos dirigimos inexorablemente hacia el futuro que parece aguardarnos con tanta saña.

Una senda de los castillos, fortalezas, baluartes, bastiones de la provincia que recorrer para recordar que nos asentamos en un vasto legado patrimonial y que la seguridad con la que contamos hoy en día no se alcanzó -sin esfuerzo ni dolor- de la noche a la mañana y que, ni mucho menos, es algo que esté garantizado por siempre.

Repartidos por toda la geografía de la provincia malagueña se localizan hasta 90 castillos, en diversos estados de conservación: desde las fortalezas restauradas y recuperadas que siempre han mantenido su utilidad, hasta el mero montón de piedras, testigos mudos del verdadero valor que la perspectiva del tiempo otorga a las cosas.

Así, diez castillos listamos en este comienzo de año en el que el peso de la fecha, 2020 d.C., hace que nos pongamos demasiado intensos y dramáticos.

Castillo de Álora

El castillo de Álora, en estado de ruina consolidada, se alza sobre un cerro vigilando la localidad desde hace siglos. Del castillo de Álora se conservan dos torres en buen estado, ya que han sido reconstruidas, y numerosos lienzos de muralla, con nichos adosados en su interior porque durante más de doscientos años ha sido empleado como cementerio.

Adosados a esta fortaleza se encuentran los restos de la antigua parroquia del pueblo, destruida por un terremoto y que hoy en día es la Capilla de Jesús Nazareno de las Torres.

La torre del homenaje del castillo de Álora está habilitada para su visita, y desde ella hay unas magníficas vistas de los alrededores.

Castillo de la Peña de Ardales

Como gran parte de las fortalezas malagueñas, el castillo de la Peña de Ardales está situado sobre un gran promontorio rocoso a 496 metros de altitud, dominando la localidad, asentada a sus pies, y la ancha llanura que se extiende en dirección a la Sierra de Peñarrubia y que constituye una de las entradas naturales hacia Málaga, de ahí su importancia estratégica.

El castillo de la Peña de Ardales está compuesto por las ruinas de un castillo medieval que data del siglo IX al XV, y una gran iglesia mudéjar del siglo XV, que contiene un impresionante artesonado y varias capillas barrocas. Se construyó durante la revuelta de Omar Ibm Hafsun y formó parte de sus dominios hasta que los Omeyas cordobeses pusieron fin a la rebelión con la conquista de Bobastro.

Esta fortaleza tiene comunicación visual con la torre almenara de la Sierra de Peñarrubia y el castillo de Turón.

A partir del siglo XIII, tras la conquista del valle del Guadalquivir por las tropas castellanas, el castillo de Ardales cobrará nuevamente importancia, pues la zona se convertirá en frontera entre Castilla y el reino nazarí de Granada, cambiando de unas manos a otras en varias ocasiones.

En la actualidad, del castillo también podemos diferenciar dos recintos amurallados. El exterior se adapta al terreno, bordeando el contorno de la peña sobre la que se edificó, configurando una planta irregular. El recinto interior, probable alcázar o residencia señorial situado en la parte más elevada de la peña, es de planta cuadrada, y tendría una torre en cada esquina.

En total se conservan nueve torres que rodean el perímetro de la peña, aunque es probable que otras hayan desaparecido. Una de ellas, quizás la del homenaje, cierra el recinto superior por el noroeste.

Castillo de Casares

Situado sobre un abrupto macizo de roca caliza y en lo más alto del pueblo, se alza el conocido como castillo de Casares. La arquitectura del castillo de Casares es irregular, adaptada al relieve, con dos entradas originales en codo, con puertas de arco, por las calles Villa y Arrabal.

Además de restos de la muralla, se conservan también parte de los muros y torres del alcázar, situados en la parte más elevada de la meseta.

Esta fortaleza servía de elemento de comunicación entre las ensenadas litorales de Manilva y Estepona, y las fortalezas, torres y aldeas del interior, así como con la ciudad de Ronda. Y es que desde su ubicación se dominan los valles, colinas y llanuras costeras que se extienden desde la serranía de Ronda hasta la bahía de Algeciras, teniendo enlaces ópticos con Jimena, Castellar y Gibraltar.

Los restos que se conservan de la fortaleza, así como los resultados de las diversas excavaciones realizadas en su solar, no arrojan datos sobre asentamientos anteriores al medievo. Así, las primeras referencias a esta fortaleza son de fuentes árabes del siglo XIII, cuando, formando parte del protectorado benimerín, Casares adquirió gran importancia como una de las fortalezas situadas entre el litoral del Estrecho y la Serranía de Ronda.

Castillo de la Duquesa, Manilva

El castillo de la Duquesa en Manilva se encuentra en la playa de La Duquesa y recibe también el nombre de Fortín de Sabinillas, por encontrarse junto a este núcleo costero.

El castillo de la Duquesa fue construido en el siglo XVIII por Francisco Paulino durante el reinado de Carlos III, con el fin de defender esta zona de las constantes incursiones de piratas y corsarios.

La fortaleza se construyó aprovechando unos viejos muros romanos y que apenas superaban un metro de altura. La estructura del castillo albergaba un destacamento para la caballería y otro para la infantería, así como un pajar, una cocina y una capilla.

Fue empleado como cuartel de la Guardia Civil durante años y, actualmente, es un lugar de encuentro de citas culturales y de ocio, además de albergar restos arqueológicos encontrados en la zona, por lo que este castillo nunca ha dejado de ser empleado.

Castillo de Lízar, Frigiliana

No se sabe con certeza cuando se construyó el castillo de Lízar de Frigiliana, si en el siglo IX -coincidiendo con la revuelta de Omar Ben Hafsun contra el emir de Córdoba- o durante el siglo XI -coincidiendo con la construcción de otros recintos similares por parte de los almorávides-.

El castillo de Lízar disponía de agua procedente de una acequia, que le llegaba a través de un pequeño acueducto y ocupó una superficie de unos 4.000 metros cuadrados. Ubicado en lo alto del pueblo, se conserva en muy mal estado: en la actualidad únicamente quedan de él restos de su cimentación y parte de la rampa de acceso.

Según las crónicas que nos han llegado de la época, esta importante defensa fue destruida por los ejércitos cristianos en el año 1569 por orden de Luis de Requesens, comendador mayor de Castilla, con el beneplácito de Felipe II, que deseaba acabar con todo lo que le recordara la rebelión de los moriscos y tampoco quería que volviera a ser refugio de sus enemigos.

No se conoce la estructura de su trama interior, pero sí la del trazado exterior, gracias a la conservación de algunos lienzos de muralla de poca altura y restos de muros. Así, la fortaleza cubriría la totalidad de la corona del cerro de Lízar. Además, se presupone que la defensa del castillo contaría con varias torres y por lo menos un acceso desde la cara sur, hacia el pueblo, aunque también pudo tener otra puerta en la cara norte, siendo un punto de acceso más fácil.

Castillo de Cártama

Sobre la agreste cumbre del cerro de la Ermita, desde la que se disfruta de inmejorables vistas de la Vega del Guadalhorce, un castillo musulmán del siglo X otea el horizonte: es el castillo de Cártama, que se erigió durante siglos como uno de los principales baluartes de la defensa de Málaga.

La ubicación estratégica de este castillo resultaba clara si tenemos en cuenta que vigila la Hoya de Málaga, el último tramo navegable del Guadalhorce, al pie de las sierras Espartales y la Llana, puerto fluvial durante la época romana.

El castillo de Cártama posee una planta rectangular, con doble recinto defensivo, de modo que el primero disponía de diez torres y, el segundo, que se acercaba a la ciudad, mantiene ocho torres y una torre albarrana.

Además, dicha fortaleza estaba preparada para soportar asedios con el apoyo, entre otras cosas, de un aljibe realizado en época califal. Este depósito está excavado en la roca, con forma cuadrangular cubierto con bóveda de cañón.

Fortaleza del Rey Chico o Castillo de Qasr Bunayra, Casarabolena

La Fortaleza del Rey Chico, también conocida como castillo de Qasr Bunayra, de Casarabolena data, en su mayor parte, del siglo X y está declarada como Bien de Interés Cultural, aunque de ella perduran pocos restos, en concreto varias torres y algunos lienzos de muralla.

Se cree que el castillo de Qasr Bunayr tiene un origen romano, aunque fueron los árabes los que le proveyeron de esplendor.

Concretamente, Umar ibn Hafsum, en el año 922, lo convirtió en su base de operaciones contra Bobastro, de modo que en esa época nazarí fue un bastión fundamental.

De hecho, es el principal exponente del antiguo asentamiento árabe en la localidad, creciendo a su alrededor la ciudad islámica amurallada, lo que acabo el día 2 de junio de 1485 cuando los castellanos entraron en el municipio y emplearon el asentamiento como fortaleza militar hasta el siglo XVIII.

Alcazaba de Ronda o Castillo del Laurel

La alcazaba de Ronda fue parcialmente destruida durante el asedio de Ronda en 1485 durante la Reconquista, trabajo que, cerca de 400 años después, terminarían las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia. Para rematar, además, la alcazaba de Ronda sufrió daños a principios del siglo XX como resultado de la ampliación de la calle de las Imágenes y la construcción sobre él de un internado que recibió el nombre de Castillo del Laurel.

Un viejo colegio internado que hoy en día está abandonado y cuyo patio se usa de aparcamiento. Queda muy poco de la estructura árabe original, y a pesar de que en numerosas ocasiones se ha intentado rehabilitar como hotel, la Junta de Andalucía nunca ha concedido los permisos necesarios para ello.

El posicionamiento primigenio de esta fortaleza obedecía a su una importancia estratégica para Ronda, ya que aprovechaba un espolón rocoso situado, adaptado con al menos dos líneas de murallas. En el interior, el castillo estaba protegido por un muro de torres fortificadas, encontrándose la torre del homenaje en el lado oriental frente a la ciudad.

De este modo, su situación permitía que la entrada a la ciudad y los dos arrabales pudiera controlarse desde la fortificación, formando, junto con la desaparecida Puerta de las Imágenes, un sistema defensivo casi inexpugnable, sólo vulnerable mediante asedio.

Castillo del Águila, Gaucín

En lo más alto del pueblo de Gaucín se encuentran las ruinas del castillo del Águila. Su origen es árabe y fue construido en el siglo XX.

Del castillo del Águila se conservan la muralla, la torre homenaje, los aljibes y algunos otros elementos, gracias ha que ha sido reconstruido en varias ocasiones, a lo largo de los siglos por su valor estratégico.

La última de dichas reformas tuvo lugar en el año 1808 con motivo de la Guerra de la Independencia, reforma que fue reforzada en 1842 durante la regencia del general Espartero. Hasta el siglo pasado estuvo artillado y guarnecido.

El castillo del Águila oculta un camino subterráneo de escape, obra de los árabes. Junto a la fortaleza, por la parte oriental, encontramos la ermita del Santo Niño, que en un tiempo fue habilitada como cuartel, y una de las torres del castillo, que se empleó como polvorín.

El castillo cementerio de Benadalid

Fuera del casco urbano de Benadalid, al norte de esta localidad, localizamos un viejo cementerio con torres cilíndricas que no es nada más ni nada menos que un castillo: el castillo cementerio de Benadalid.

No está claro el origen del castillo de Benadalid: no se sabe a ciencia cierta si se remonta a la época romana o a los siglos XIII o XIV porque es una de las fortalezas más extrañas en su adscripción medieval y la cita documental más antigua data del año 1286.

Su edificación es de planta regular y en forma trapezoidal, con el acceso principal en la base mayor y orientado al noroeste. Sus muros son de mampostería trabada con mortero de cal y cuenta con tres torres cilíndricas, a falta de una por causa de un derrumbe. En el centro del recinto se encuentra un aljibe subterráneo y junto al acceso hay otra torre de sección cuadrangular.

En su exterior se reviven, una vez al año que, como todo el mundo sabe, no hace daño, las luchas que debieron disputar las fuerzas moras (¿hoy en día hay que decir árabes?) y cristianas, alterando la calma y tranquilidad que reina en la zona durante la mayor parte del tiempo.

martes, 17 de noviembre de 2020

LA BATALLA DE JEREZ

 

LA BATALLA DE JEREZ


Francisco Gilet .

Los siglos durante los cuales trascurrió la Reconquista contemplaron grandes gestas o renombradas batallas como la de las Navas de Tolosa o de Covadonga, sin embargo, otras victorias cristianas, de menor resonancia, tuvieron importantes consecuencias. La de Cutanda es un ejemplo al provocar el éxito de Alfonso I de Aragón la consolidación de la conquista de Zaragoza. Igual sucedió después de la batalla de Jerez, librada en las cercanías de la ciudad andaluza en el año 1231; el poder del rey Ibn Nasr fue debilitado, al tiempo que se acrecentaba la influencia de su rival, Muhammad ibn Nasr, rey de Arjona, facilitando la penetración de las tropas del rey Fernando III en el valle del Guadalquivir, para llegar a conquistar las ciudades de Jaén, Córdoba, Sevilla y Murcia.

Mientras Fernando III recorría las principales ciudades de su reino de León, envió a su hijo Alfonso a tierras andaluzas, con la imprescindible compañía de Alvaro Pérez de Castro, el Castellano, señor de la Casa de Castro, junto con el magnate Gil Manrique,  mandando aquel las fuerzas de la corona cristiana. Hay que señalar  que existen dudas sobre la persona de este Alfonso, dado que el hijo del rey en aquellas fechas tendría nueve años, por lo cual, algunos historiadores  tienden a señalar a este personaje como el hermano del rey, el infante Alfonso de Molina, hijo del difundo Alfonso IX de León. Sin embargo, la versión que afirma tratarse del hijo del rey Fernando lo hace en estos términos: “Mandó a don Alvar de Castro, el Castellano, que fuese con él, para guardar el infante y por cabdillo de la hueste, ca el infante era muy moço e avn non era tan esfforçado, e don Alvar Pérez era omne deferido e muy esforçado”.

Las tropas castellanoleonesas, descendieron desde Toledo para dirigirse hacia Andújar y avanzar devastando la tierra cordobesa, especialmente el municipio de Palma del Rio, población que exterminaron para llegar a las cercanías del rio Guadalete, en las proximidades de la ciudad de Jerez, en donde instalaron el campamento.

El emir Ibn Hud, que había logrado reunir un numeroso ejército, muy superior al cristiano, vino a interponerse entre las tropas de Pérez de Castro y la ciudad de Jerez. La desventaja cristiana no solamente era numérica sino también de posición, ya que tenía imposible la retirada. Alfonso Pérez de Castro arengó a sus tropas proclamando que el repliegue era imposible, por lo cual solamente cabía la esperanza de morir combatiendo. Ordenó, pues, el ataque del ejército cristiano, el cual avanzó y logró abrir una brecha en las filas musulmanas, las cuales se vieron rodeadas por sus flancos, lo cual provocó su pánico al verse deshechas sus filas, imperando el desorden.

Emprendieron los musulmanes de Ibn Mad la huida, convirtiéndose la batalla, desde ese momento, en una masacre de musulmanes huyendo hacia Jerez. Los hermanos Garci y Diego Pérez de Vargas tuvieron una gran presencia en la batalla, apelado este último “Machuca” como consecuencia de la acción que ejecutó durante la contienda; al haber roto en la lucha, su lanza y espada, desgajó un verdugón de olivo con su cepejón y blandiéndolo, con suma destreza, a cada golpe caía un musulmán, escena que provocó que Alvar Pérez de Castro al ver tales prodigios de valor, exclamase; “Machuca!, Diego, ¡Machuca!” Y desde entonces se llamó Diego Vargas Machuca.

El ejército cristiano atribuyó su victoria en la batalla de Jerez, así como su ausencia de bajas, a la presencia durante la misma del apóstol Santiago, patrón de España, quien, según las crónicas de la época, fue visto durante la batalla, portando un estandarte blanco y una espada, combatiendo junto al lugar donde luchaba Álvaro Pérez de Castro el Castellano.

Es decir, que Santiago parece ser que no solamente ayudó a la reconquista cristiana en Clavijo, sino que también hizo acto de presencia en Jerez, si bien Alfonso X, quién seguramente estuvo presente en la batalla, no lo menciona. Aunque sí alabó y grandemente la batalla de Jerez, con estas palabras;

    “Conviene que sepades los que esta estoria oyredes que la cosa del mundo que más quebrantó a los moros, por que el Andaluzía ovieron a perder e la ganaron los christianos dellos, fue esta cabalgada de Xerez, ca de guisa fincaron quebrantados los moros, que non pudieron después auer el atreuimiento nin el esfuerço que ante avíen contra los christianos, tamaño fue el espanto e el miedo que tomaron desa vez”.

Después de su victoria en la batalla de Jerez de la Frontera, Pérez de Castro se dirigió a Castilla y entregó al infante Alfonso a su padre el rey, que se hallaba en la ciudad de Palencia.

Francisco Gilet

Bibliografía

Ansón Oliart, Francisco (1998). Fernando III, rey de Castilla y León.

Martínez Díaz, Gonzalo (2000). «La conquista de Andújar: su integración en la Corona de Castilla