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miércoles, 28 de mayo de 2025

JAYRAN AL - 'AMIRI

 

JAYRAN AL-'AMIRI

Jayrān al-‘Āmirī. ?, u. t. s. X – Almería, ŷumādà II de 419 H./27.VI-25.VII.1028 C. Primer soberano taifa de Murcia y Almería.

Rey de Taifa

Biografía

Jayrān fue un personaje de relevancia notable en el contexto político del período conocido como la fitna, es decir, la descomposición del califato cordobés durante el primer tercio del siglo XI. Aunque ignoramos todo respecto a sus orígenes, sabemos que Jayrān pertenecía a la elite burocrática de origen eslavo que desempeñaba altos cargos en la administración Omeya. Desde el comienzo aparece vinculado al servicio de la dinastía amirí, siendo habitualmente designado en las fuentes como fatà, término que se utilizaba para nombrar a los oficiales de condición esclava que ocupaban los más altos puestos en la jerarquía palatina. No obstante, es improbable que el fundador de la dinastía amirí le otorgase alguna vez poder ninguno sobre Almería, como insinúa alguna fuente árabe, dado que este hecho no habría pasado desapercibido al célebre historiador y geógrafo almeriense al-‘Uḏrī, al que debemos el relato más detallado de su acceso al poder en dicha ciudad.

Más que en su función como servidor del califato de Córdoba, la importancia de Jayrān radica en su condición de soberano de las taifas de Murcia, durante un breve período, y, sobre todo, de Almería. Al igual que en otras ciudades del levante mediterráneo, como Tortosa, Valencia o Denia, antiguos servidores de la administración califal, de origen eslavo, se hicieron con el dominio de la capital almeriense durante los inicios de la crisis del Estado Omeya, a partir del año 1009. De esta forma, dos emires eslavos se sucedieron en el gobierno de la ciudad durante veintiséis años. El primero de ellos fue el Jayrān, que ejerció el poder a lo largo de catorce años, entre 1014 y 1028.

Las más antiguas referencias de que disponemos se refieren ya a la época de la fitna y, en ellas, Jayrān aparece como un personaje muy implicado en las continuas luchas por el poder que caracterizan la etapa final del califato cordobés. Su aparición en las fuentes se produce en el contexto de los primeros conflictos, que en el año 1009 enfrentaban a los partidarios de dos califas, el omeya Muḥammad al-Mahdī, bisnieto de Abderramán III (proclamado en febrero), y Sulaymān al-Musta‛īn (elevado a la dignidad califal en noviembre). En este contexto, Jayrān es mencionado como uno de los esclavos amiríes que vinieron a Córdoba para ayudar a al-Mahdī a resistir el ataque de los beréberes tras su derrota frente a ellos en el Guadiaro a finales de šawwāl de 400/15 de junio de 1010. Ibn ‘Iḏārī señala que su fidelidad hacia el califa al-Mahdī era escasa, siendo la facción de los eslavos, encabezada por el general Wāḏiḥ, la que acabó ejecutando a al-Mahdī y volviendo a proclamar al legítimo califa Omeya, Hišām II al-Mu’ayyad.

Jayrān abandonó Córdoba una vez que los beréberes se hicieron con el control de la ciudad, el 19 de abril de 1013, dirigiéndose hacia la zona del Levante, donde radicaban las bases de su poder, pues de allí procedía cuando acudió a Córdoba para ayudar a al-Mahdī. En cualquier caso, a partir de eso momento Jayrān se convierte en el principal caudillo de procedencia esclavona. Las noticias de que disponemos indican que en 403/24 de julio de 1012-12 de julio de 1013 logró hacerse con el control de Orihuela y de Murcia, de donde desplazó a sus primeros ocupantes beréberes. Un año más tarde, en muḥarram de 405/julio 1014, se apoderó de Almería tras imponerse a un rival eslavo llamado Aflaḥ, que finalmente fue ejecutado junto a sus hijos. Tal es el relato del cronista almeriense al-‘Uḏrī, que se pronuncia en términos favorables respecto a la figura de Jayrān y su actuación:

“En el mes de muḥarram del año 405/julio del 1014, entró en la ciudad de Almería el fatà Jayrān, enfrentándose a Aflaḥ y a sus dos hijos, a quienes asedió duramente hasta que consiguió demoler la Torre del Pozo y ocupar la alcazaba. Aflaḥ y sus hijos fueron asesinados y sus cadáveres arrojados al mar durante la noche. Almería y sus distritos fueron consolidados por el fatà Jayrān, quien estableció en ellos un régimen de gobierno digno de elogio”.

De esta forma, inicialmente el poder de Jayrān se ejerció de forma simultánea sobre Murcia y Almería, hasta que su sucesor, Zuhayr, a quien el propio Jayrān había confiado el gobierno de Murcia, cayó en manos de los Banū Ṭāhir en 1038. Desde Almería, Jayrān desempeñó un papel protagonista en los sucesos de la época. Su actuación, como la de la mayor parte de los dirigentes de esta época, estuvo marcada por una notoria oscilación de sus fidelidades políticas, que fueron fluctuando en función de las circunstancias, a veces a favor de los omeyas y otras en apoyo de los ḥammūdíes.

Desde Almería, Jayrān siguió manteniendo sus ambiciones políticas y oponiéndose a la facción beréber. Para ello, no dudó en dar su apoyo a ‘Alī b. Ḥammūd frente al califa Sulaymān al-Musta‘īn, acompañándolo en su entrada a Córdoba el primero de julio de 1016. En este contexto se sitúa la detención del célebre polígrafo cordobés Ibn Ḥazm, que se había exiliado en Almería y fue encarcelado por Jayrān durante unos meses, acusado de conspirar a favor de la dinastía omeya, si bien finalmente fue liberado y desterrado. La alianza de Jayrān con Ibn Ḥammūd no fue duradera, pues se rompió al año siguiente ante la evidencia de la ausencia del califa Hišām II, que se suponía estaba en Córdoba. Ibn Ḥammūd quiso entonces matar a Jayrān, quien logró huir hacia el Levante. Allí se fraguó su alianza con el soberano de Zaragoza Munḏir b. Yaḥyà y el conde de Barcelona Ramón Borrel, quienes se unieron para proclamar frente al ḥammūdí a un bisnieto de Abderramán III. Cuando se disponían a partir desde Játiva hacia Córdoba les llegó la noticia de la muerte de ‘Alī b. Ḥammūd, proclamando entonces a su candidato con el sobrenombre de al-Murtaḍà. Sin embargo, al advertir que el omeya no estaba dispuesto a someterse a sus dictados, Jayrān abandonó la idea de llevarlo a Córdoba, siendo asesinado por unos emisarios del eslavo en el año 409/20 de mayo de 1018-8 de mayo de 1019 cerca de Guadix. Su cabeza fue enviada a Jayrān y Munḏir b. Yaḥyà al-Tuŷībī, que estaban en Almería, donde celebraron su muerte.

La participación de Jayrān en los sucesos de la fitna no cesó prácticamente hasta el final de su vida. Tras la salida de Córdoba de Yaḥyà b. ‘Alī b. Ḥammūd, Jayrān entró en la ciudad en rabī‘ I de 417/mayo de 1026 en compañía de Muŷāhid de Denia, habiendo sido enviados ambos por el soberano zīrí granadino Ḥabbūs b. Māksan. Allí permanecieron cerca de un mes, hasta que surgieron desavenencias entre ambos y Jayrān decidió salir de la capital, concretamente el día 19 de junio, al igual que hizo poco después el soberano de Denia, quedando la ciudad en un estado de agitación y tumultos.

A su continua intervención en los asuntos políticos de la época hay que sumar su actividad dentro de la capital almeriense, donde llevó a cabo importantes obras constructivas, tales como la ampliación de la mezquita aljama en 410/1019-1020 y el amurallamiento del arrabal de la Muṣallà, situado en la zona oriental de la ciudad, en torno al camino de Pechina. Asimismo, las fuentes afirman que la fortaleza de Almería era conocida como fortaleza de Jayrān, si bien fue construida por ‘Abd al-Raḥmān III y luego reformada por Almanzor, quien, supuestamente, habría nombrado a su cliente gobernador de la ciudad, por lo que tomó su nombre. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que, a partir de Jayrān, Almería comenzó un desarrollo urbanístico que culminaría en época almorávide, cuando se convirtió en una de las principales ciudades de al-Andalus.

Tras su última intervención en la intrincada lucha entre los diversos soberanos por la supremacía y el control de la legitimidad califal, Jayrān no volvió a salir de Almería, pasando sus dos últimos años dentro de sus territorios. Su muerte se produjo dos años después, en ŷumādà II de 419/27 de junio-25 de julio de 1028, de forma natural, habiendo dispuesto que su sucesión al frente de la taifa almeriense recayera en otro eslavo amirí, llamado Zuhayr, como así ocurrió.

Bibliografía

M. Sánchez Martínez, “La cora de Ilbīra (Granada y Almería) en los siglos X y XI, según al-‘Udrī”, en Cuadernos de Historia del Islam, VII (1975-1976), págs. 5-82

E. Molina López, “Los Banū Ṣumādiḥ de Almería (s. XI) en el Bayān de Ibn ‘Iḏārī”, en Andalucía Islámica. Textos y Estudios, I (1980), págs. 129-140

J. J. Rodríguez Lorente, “Aportación al estudio numismático de los taifas del Califato, los territorios del eslavo eunuco Jayrān”, en Al-Qanṭara, II (1981), págs. 453-455

R. P. Dozy, Historia de los musulmanes de España, vol. III, Madrid, Ediciones Turner, 1983, págs. 247-248, 255, 257-259, 279-280

D. Wasserstein, The Rise and Fall of the Party Kings. Politics and Society in Islamic Spain, 1002-1086, Princeton, University Press, 1985

J. A. Tapia Garrido, Almería musulmana, I (711-1172), en Historia general de Almería y su provincia, t. III, Almería, Ed. Cajal, 1986, págs. 170-183

M.ª J. Viguera, Los reinos de taifas y las invasiones magrebíes, Madrid, Mapfre, 1992, págs. 91 y 95-97

F. Maíllo Salgado (estud., trad. y notas), La caída del califato de Córdoba y los Reyes de Taifas, Salamanca, Universidad, 1993, págs. 90, 109, 110, 111, 113-114, 125-126 y 144

M.ª J. Viguera (coord.), Los reinos de taifas. Al-Andalus en el siglo XI, Madrid, Mapfre, 1994, págs. 66

F. Clément, Pouvoir et légitimité en Espagne musulmane à l’époque des taifas (Ve-XIe siècle). L’imam fictif, París, L’Harmattan, 1997

P. Guichard, Al-Andalus frente a la conquista cristiana, Madrid-Valencia, Editorial Biblioteca Nueva, Universitat de Valencia, 2001

J. Lirola Delgado, Almería andalusí y su territorio, Almería, Fundación Ibn Tufayl, 2005, págs. 25, 31, 199

Autor/es

Alejandro García Sanjuán

 

sábado, 29 de julio de 2023

ABÚ MUHAMMAD IBN MAN IBN SUMADIH

 

ABÚ MUHAMMAD IBN MAN IBN SUMADIH  


, ABÚ MUHAMMAD IBN MAN IBN SUMADIH (Almería, 1037 - Almería, 1091). Rey morisco.


      Rey de la taifa de Almería. Conocido por al-Mutasim bilá, es decir «aquel que busca la protección de Dios», formó parte de una dinastía que llegó a Almería de manera azarosa. Cuando Zuhayr murió en el campo de batalla, los notables de Almería eligieron a un miembro de la familia Banú Ramîmî para dirigir los destinos de la ciudad. Pero la influencia de los eslavos (traídos de Europa oriental y formados para desempeñar los más altos puestos de la administración y del ejército califal) aún era fuerte. Así que, al poco, tomó el poder el rey de Valencia, Abd al-Aziz al-Mansur, hijo de Sanchuelo y nieto de Almanzor, que, según algunos autores, se apropió del tesoro público dejando a su cuñado Abú l-Ahwas Man como gobernador (1041). Al proceder de una familia árabe, que había alcanzado gran notoriedad en el valle del Ebro (Tudela) hasta su reciente expulsión, las aspiraciones de Man eran superiores. Así que aprovechó la rebelión de Lorca, Játiva y Jódar contra al- Mansur para proclamar su independencia (rayab del 443, 24-II a 5-III-1042).

      Ibn Sumadih no exhibió los atributos de la soberanía, pero preparó el camino para implantar una dinastía aprovechando una revuelta. Su hijo, el famoso al-Mu’tasim, se declaró rey de Almería desde 1054, inaugurando el periodo más largo de estabilidad en un siglo convulso. La imagen de al-Mu’tasim como un monarca despreocupado por los asuntos de Estado, absorto en veladas literarias y ansioso por procurar el bienestar de sus súbditos, nos la trasmiten los beneficiarios de su generosidad y los historiadores románticos que, exclusivamente, se basan en ellas para trazar el perfil de la época. Ciertamente, las veladas literarias hicieron famoso a Ibn Sumadih, pero esta actitud bohemia y poco virtuosa debió provocar la censura de los doctores en la ley musulmana y la indignación del pueblo. Desde luego, es sorprendente la riqueza temática y variedad compositiva de la literatura producida en aquella corte literaria, que va desde la poesía más complicada a las populares moaxajas, la contribución más novedosa de la lírica andalusí, en la que destacó el malagueño Abbada al- Qazzaz.

      Además, el rey contó con un geógrafo de Huelva, Abú Ubaid al-Bakrí (1040-1094), que fue su primer ministro; y con Al-Tignarí, uno de los mayores expertos agrónomos de su tiempo, que realizó diversas experiencias de introducción de cultivos en Almería y, probablemente, diseñara algunas máquinas hidráulicas; el antólogo Al-Fath Ibn Chaqan; el lexicógrafo Abu Galib y los poetas Al-Hadad, Ibn Saraf (1052- 1132) y Abú-l-Walid. Su visir fue Abú Asbag Ibn al Arqam, también poeta. De igual modo, Abú-l-Abbás Al-Udri (1003-1085), geógrafo e historiador, disfrutó de la protección del Rey.

      Al-Mu’tasim, además, emprendió diversas obras públicas que constituyen un verdadero programa dinástico para prestigiar a la monarquía con todos sus atributos de poder. De esta manera mandó levantar diversos palacios como la Sumadihiyya, “sorprendentemente hermosa”, situada en las inmediaciones de la ciudad, de los palacios y defensas de “su Alcazaba inexpugnable”, según nos dice Ibn Jáqan, a la que dotó de un abasto adicional de agua derivado del canal conducido a la mezquita mayor (1066).

      Al-Mu’tasim fue también un activo guerrero, no tan torpe como lo pintan sus enemigos. En efecto, su reino quedó limitado al norte por el Almanzora y los Filabres. Pero es que sus adversarios eran muy poderosos (por ejemplo, el famoso al-Mu’tamid de Sevilla). No obstante, emprendió largas hostilidades con Abd Aláh, rey de Granada, al que logró arrebatar Guadix y otras plazas. Para su defensa utilizó tropas mercenarias (en especial beréberes norteafricanos), lo que suponía grandes gastos. Este esfuerzo defensivo fue ingente y provocó el descontento de la población y la pérdida de legitimidad religiosa. Además, la precariedad militar fue paralela a la débil legitimidad de la dinastía, que careció de un respaldo religioso que le apoyara. Los alfaquíes y la población acabaron por desear que alguien restableciera la legitimidad. Cercado por enemigos en la frontera terrestre, el pequeño reino sólo pudo llevar una tímida política exterior con los diminutos estados costeros norteafricanos, a los que les unía un importante comercio.

      Los últimos tiempos de su reinado supusieron un constante esfuerzo militar, desorbitado para un pequeño reino como el almeriense que, sin embargo, pudo resistir la presión de dos de los más grandes estados taifa, mientras otros sucumbían. De una parte, el rey sevillano al-Mu’tamid se apropió de Murcia y extendió su autoridad hasta el valle del Almanzora. Con una frontera en los Filabres, la delimitación del territorio resultó confusa. Con Granada las hostilidades nos son conocidas puntual, pero unilateralmente, a través de las memorias de Abd Alá, el contrincante bereber. Aparte de un primer conflicto en los inicios del reinado -que acabó con la permuta de castillos fronterizos (Chant Aflij -Picena-, con el desconocido de Chíles)-, el refugio del visir granadino en la corte almeriense alentó a al-Mu’tasim para hacerse temporalmente con la importante ciudad de Baza, a la vez que se producían algunos cambios territoriales menores (conflictos en Fiñana y Montaire, en el límite provincial). Los conflictos fueron más graves si cabe con las huestes cristianas que obligaban al pago de tributos. El mismo Al-Mutasim tuvo que batallar vanamente a las mismas puertas de Almería (1088) contra un pequeño ejército de cristianos establecido en el castillo murciano de Aledo. El escarnio sufrido y la presión feudal creciente le obligaron a pedir ayuda, muy a su pesar, a los almorávides norteafricanos en unión de otros soberanos andalusíes.

      Cuenta al-Maqqari que estando Al-Mu’tasim en el lecho de muerte aconsejó a su hijo, a quien había nombrado hayib o “primer ministro” y heredero, Muizz al-Daula («el sostén del Estado»), que cuando cayese Sevilla se aprestase a huir a África. Lo hizo refugiándose en el Reino de Tremecén con el que Almería mantenía numerosos lazos comerciales. Sus demás hijos y esposas permanecieron bajo protección almorávide, entre ellos se encuentran Abú Ya’far Ahmad, Rafí-l-Dawla y Umm al-Kiram, todos poetas.


Cara Barrionuevo, Lorenzo

RAMÓN GUERRERO, Amelina (1995).
MOLINA LÓPEZ, Emilio (1981).
SECO DE LUCENA, Luis (1967).

 

viernes, 14 de abril de 2023

ABÚ MUHAMMAD IBN MAN IBN SUMADIH

 


ABÚ MUHAMMAD IBN MAN IBN SUMADIH  


, ABÚ MUHAMMAD IBN MAN IBN SUMADIH (Almería, 1037 - Almería, 1091). Rey morisco.


      Rey de la taifa de Almería. Conocido por al-Mutasim bilá, es decir «aquel que busca la protección de Dios», formó parte de una dinastía que llegó a Almería de manera azarosa. Cuando Zuhayr murió en el campo de batalla, los notables de Almería eligieron a un miembro de la familia Banú Ramîmî para dirigir los destinos de la ciudad. Pero la influencia de los eslavos (traídos de Europa oriental y formados para desempeñar los más altos puestos de la administración y del ejército califal) aún era fuerte. Así que, al poco, tomó el poder el rey de Valencia, Abd al-Aziz al-Mansur, hijo de Sanchuelo y nieto de Almanzor, que, según algunos autores, se apropió del tesoro público dejando a su cuñado Abú l-Ahwas Man como gobernador (1041). Al proceder de una familia árabe, que había alcanzado gran notoriedad en el valle del Ebro (Tudela) hasta su reciente expulsión, las aspiraciones de Man eran superiores. Así que aprovechó la rebelión de Lorca, Játiva y Jódar contra al- Mansur para proclamar su independencia (rayab del 443, 24-II a 5-III-1042).

      Ibn Sumadih no exhibió los atributos de la soberanía, pero preparó el camino para implantar una dinastía aprovechando una revuelta. Su hijo, el famoso al-Mu’tasim, se declaró rey de Almería desde 1054, inaugurando el periodo más largo de estabilidad en un siglo convulso. La imagen de al-Mu’tasim como un monarca despreocupado por los asuntos de Estado, absorto en veladas literarias y ansioso por procurar el bienestar de sus súbditos, nos la trasmiten los beneficiarios de su generosidad y los historiadores románticos que, exclusivamente, se basan en ellas para trazar el perfil de la época. Ciertamente, las veladas literarias hicieron famoso a Ibn Sumadih, pero esta actitud bohemia y poco virtuosa debió provocar la censura de los doctores en la ley musulmana y la indignación del pueblo. Desde luego, es sorprendente la riqueza temática y variedad compositiva de la literatura producida en aquella corte literaria, que va desde la poesía más complicada a las populares moaxajas, la contribución más novedosa de la lírica andalusí, en la que destacó el malagueño Abbada al- Qazzaz.

      Además, el rey contó con un geógrafo de Huelva, Abú Ubaid al-Bakrí (1040-1094), que fue su primer ministro; y con Al-Tignarí, uno de los mayores expertos agrónomos de su tiempo, que realizó diversas experiencias de introducción de cultivos en Almería y, probablemente, diseñara algunas máquinas hidráulicas; el antólogo Al-Fath Ibn Chaqan; el lexicógrafo Abu Galib y los poetas Al-Hadad, Ibn Saraf (1052- 1132) y Abú-l-Walid. Su visir fue Abú Asbag Ibn al Arqam, también poeta. De igual modo, Abú-l-Abbás Al-Udri (1003-1085), geógrafo e historiador, disfrutó de la protección del Rey.

      Al-Mu’tasim, además, emprendió diversas obras públicas que constituyen un verdadero programa dinástico para prestigiar a la monarquía con todos sus atributos de poder. De esta manera mandó levantar diversos palacios como la Sumadihiyya, “sorprendentemente hermosa”, situada en las inmediaciones de la ciudad, de los palacios y defensas de “su Alcazaba inexpugnable”, según nos dice Ibn Jáqan, a la que dotó de un abasto adicional de agua derivado del canal conducido a la mezquita mayor (1066).

      Al-Mu’tasim fue también un activo guerrero, no tan torpe como lo pintan sus enemigos. En efecto, su reino quedó limitado al norte por el Almanzora y los Filabres. Pero es que sus adversarios eran muy poderosos (por ejemplo, el famoso al-Mu’tamid de Sevilla). No obstante, emprendió largas hostilidades con Abd Aláh, rey de Granada, al que logró arrebatar Guadix y otras plazas. Para su defensa utilizó tropas mercenarias (en especial beréberes norteafricanos), lo que suponía grandes gastos. Este esfuerzo defensivo fue ingente y provocó el descontento de la población y la pérdida de legitimidad religiosa. Además, la precariedad militar fue paralela a la débil legitimidad de la dinastía, que careció de un respaldo religioso que le apoyara. Los alfaquíes y la población acabaron por desear que alguien restableciera la legitimidad. Cercado por enemigos en la frontera terrestre, el pequeño reino sólo pudo llevar una tímida política exterior con los diminutos estados costeros norteafricanos, a los que les unía un importante comercio.

      Los últimos tiempos de su reinado supusieron un constante esfuerzo militar, desorbitado para un pequeño reino como el almeriense que, sin embargo, pudo resistir la presión de dos de los más grandes estados taifa, mientras otros sucumbían. De una parte, el rey sevillano al-Mu’tamid se apropió de Murcia y extendió su autoridad hasta el valle del Almanzora. Con una frontera en los Filabres, la delimitación del territorio resultó confusa. Con Granada las hostilidades nos son conocidas puntual, pero unilateralmente, a través de las memorias de Abd Alá, el contrincante bereber. Aparte de un primer conflicto en los inicios del reinado -que acabó con la permuta de castillos fronterizos (Chant Aflij -Picena-, con el desconocido de Chíles)-, el refugio del visir granadino en la corte almeriense alentó a al-Mu’tasim para hacerse temporalmente con la importante ciudad de Baza, a la vez que se producían algunos cambios territoriales menores (conflictos en Fiñana y Montaire, en el límite provincial). Los conflictos fueron más graves si cabe con las huestes cristianas que obligaban al pago de tributos. El mismo Al-Mutasim tuvo que batallar vanamente a las mismas puertas de Almería (1088) contra un pequeño ejército de cristianos establecido en el castillo murciano de Aledo. El escarnio sufrido y la presión feudal creciente le obligaron a pedir ayuda, muy a su pesar, a los almorávides norteafricanos en unión de otros soberanos andalusíes.

      Cuenta al-Maqqari que estando Al-Mu’tasim en el lecho de muerte aconsejó a su hijo, a quien había nombrado hayib o “primer ministro” y heredero, Muizz al-Daula («el sostén del Estado»), que cuando cayese Sevilla se aprestase a huir a África. Lo hizo refugiándose en el Reino de Tremecén con el que Almería mantenía numerosos lazos comerciales. Sus demás hijos y esposas permanecieron bajo protección almorávide, entre ellos se encuentran Abú Ya’far Ahmad, Rafí-l-Dawla y Umm al-Kiram, todos poetas.


Cara Barrionuevo, Lorenzo

RAMÓN GUERRERO, Amelina (1995).
SECO DE LUCENA, Luis (1967).
MOLINA LÓPEZ, Emilio (1981).


.Fuente: Instituto de Estudios Almerienses