ARTE Y ARQUITECTURA DE AL-ANDALUS
El
arte musulmán se refiere a la unidad creativa de un arte y una arquitectura
propios de una civilización de enorme extensión geográfica, que no se limita
sólo a una etnia específica, sino que abarca áreas tan diversas como gran parte
del África negra, el Magreb, Indonesia, el Golfo Pérsico y algunas zonas del
Cáucaso, Europa, China o India. Bajo este signo de auténtica identidad
supranacional, existen muchas diversidades culturales que toman formas locales
o regionales. En los primeros tiempos del Islam surge pronto un arte rico y
variado basado en la tradición clásica, en el arte bizantino, en el persa y en
el de los pueblos orientales sometidos. Sin embargo, la originalidad de las
estructuras arquitectónicas y los motivos ornamentales dan como fruto un arte
propio, típicamente musulmán. En todas las creaciones artísticas islámicas se
advierte un indiscutible parentesco y vocabulario común.
La
ornamentación es, sin duda, uno de los aspectos que más han contribuido a la
unificación del arte musulman. Los mismos temas decorativos aparecen, tanto en
la arquitectura como en las artes suntuarias, con independencia del material,
la escala o la técnica empleada. La gran profusión de superficies decoradas
hace que las estructuras queden parcialmente camufladas. Mediante la repetición
de motivos, a menudo geométricos, y la sabia combinación de materiales y
texturas, se logra un efecto tridimensional que dota a los edificios de cierto
misterio y ligereza. La luz y el agua son elementos indispensables para lograr
ese efecto casi irreal. Tanto en los edificios como en los objetos decorativos,
la caligrafía, los motivos de estrellas entrelazadas, y los motivos vegetales
estilizados, también llamados atauriques, abigarran el espacio en una armoniosa
interrelación.
Los
motivos figurativos aparecen a menudo en los objetos domésticos, contrariando
la creencia popular de que la tradición musulmana los prohibe. Aunque en
realidad, si no los prohibe, ciertamente los desaconseja, ya que la divinidad
perdería su carácter trascendental e inmaterial al intentar ser representada;
por ello, nunca existen figuraciones en los edificios religiosos. Otro de los
elementos decorativos arquitectónicos más característico son los mocárabes, que
separan determinados espacios y están conformados de alvéolos semi-esféricos o
prismáticos que se repiten y superponen, como en un auténtico enjambre.
Entre
las artes decorativas hispano-musulmanas, merecen ser destacadas las arquetas y
botes de marfil preciosamente tallados, los almireces, pebeteros y grifos en
bronce, los objetos de madera tallada, los ataifores, lebrillos, jarras y
jofainas de cerámica vidriada, las pilas de abluciones y cipos lapidarias de
mármol, la orfebrería en oro, los tejidos en seda bordada, y los libros
encuadernados e iluminados.
En
cuanto a la arquitectura, son numerosos los edificios hispano-musulmanes que
aún se pueden admirar en España. Entre los de carácter religioso constan las
mezquitas. El origen de las mismas fue, al parecer, la casa del propio profeta
Mohammed, que presentaba un sector techado y otro a cielo descubierto. Tan
sencillo esquema fue gradualmente evolucionando, hasta convertirse en un
organismo perfectamente funcional y adecuado para la celebración de la oración
de la comunidad.
Casi
todas las mezquitas –decimos casi porque en al-Andalus se orientaban a veces de
manera ligeramente distinta– presentan una orientación hacia la qibla, en la
Meca, en cuyo muro existe un mihrab desde el que el imam dirige la oración.
También están dotadas de un alminar desde el que el almuédano convoca a la
oración cinco veces al día. Otro elemento característico es el patio, o shan,
en el cual se encuentra la fuente de abluciones. El sector cubierto de la
mezquita, llamado haram, suele configurarse como una gran sala hipóstila, con
naves perpendiculares a la qibla. Las naves extremas se prolongan en ocasiones
rodeando el patio. Entre las mayores mezquitas que existieron en al-Andalus
sobresale la de Córdoba, y entre las más humildes, la de Almonaster la Real.
Otro de los edificios más característicos del mundo musulman son las medersas,
o madrazas, destinadas a la enseñanza de las ciencias religiosas y la
jurisprudencia. Se articulaban antaño en torno a un patio al que se abrían
cuatro grandes salas o iwanes, y sobre el que daban las habitaciones de los
estudiantes. Aún se conserva un sector de la madraza de Granada, pero las más
espectaculares son las madrazas meriníes de Fez, en especial la Bu Inania.
También
de carácter religioso, se levantaban en al-Andalus numerosos mausoleos en los
que se enterraban a los reyes y los santones. Estaban cubiertos de cúpulas y
solían tener planta cuadrada. En el terreno de la arquitectura militar, cabe
mencionar la fortificación de las ciudades mediante murallas que presentan
torres defensivas a tramos regulares. Suelen estar precedidas por una
barbacana, y cuentan con un parapeto almenado. Las puertas de acceso se
estructuran a veces en recodo. De gran interés son las murallas de Niebla y las
de Sevilla. Las alcazabas son también construcciones típicamente defensivas
que, en ciertas ocasiones, albergan en su recinto auténticas ciudades
residenciales, como es el caso de la de Málaga y la de Almería. Dentro de la
arquitectura residencial destacan también los palacios y alcázares, algunos tan
suntuosos como el de la Alhambra y el de Madinat al-Zahra, auténtica
ciudad-palacio.
Otra
de las características de la arquitectura hispano-musulmana es la gran
profusión de baños o hammam, esenciales para la higiene. Derivados de las
termas clásicas, están integrados por varias estancias en las que la
temperatura varía de forma progresiva. Para ello se distribuye de forma
subterránea el aire, que se calienta mediante grandes calderas. Ronda y Jaén
disponen de magníficos ejemplos.
Y,
por fin, no habría que dejar de mencionar las alcaicerías, o qisarias, recintos
herméticos en el interior del zoco en el que se venden las mercancías más
preciadas. Es interesante, en este sentido, la Alcaicería que se conserva,
rehecha, en Granada. Las alhóndigas, o funduq, se destinaban, en cambio, a
almacenar productos y para alojamiento de mercaderes, de ahí la palabra fonda.
Aún se conserva un notable ejemplo en Granada: el llamado Corral del Carbón.
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