miércoles, 24 de julio de 2019

YUSUF IBN TASUFIN





Datos biográficos
Califa almorávide: 1061-1106
Nacimiento: 1083
Fallecimiento: 2-IX-1106
Sucesor: Ali Ibn Yusuf
Índice


En abril-mayo de 1071 el emir de los almorávide Abu Bakr puso las bases para la trascendental fundación de Marrakech, la capital, dando así un definitivo carácter sedentario al Estado almorávide, redondeado con la construcción del alcázar soberano Qasr al hayar, con toda la proyección política de un hecho así, y cuyos muros estaban ya en pie en julio de ese mismo año 1071. Poco después, en septiembre de ese año, el emir Abu Bakr nombró a Yusuf Ibn Tasufin lugarteniente suyo, mientras él tornaba al Sáhara. Yusuf aprovechó este mandato para enraizar su poder, disponiendo la necesaria estructura administrativa y militar, pues, como nos indica el mismo Ibn Idari, compró entonces esclavos negros y envió una delegación a al Andalus para traer mercenarios cristianos, dando a todos caballos, es decir, dotándose de caballería; impuso también a los judíos de su territorio una grave contribución, para hacer frente a sus proyectos estatales; y se rodeó de una mayor pompa oficial.

Por entonces, hacia 1072-73, regresó a Marrakech, junto a él, su primo Abu Bakr, y, viéndole tan instalado en el poder, temiendo que se lo arrancaría por la fuerza, se los cedió. Yusuf pasó a ser el emir de los almorávides. Su expansión territorial progresa hacia el centro y luego hacia en norte del Magreb: Fez, que fue atacada en 1063 y tomada definitivamente a los magrawa en 1070. Desde allí su avance se bifurca: un objetivo es la taifa de Ceuta, que incluye Tánger, plaza que lograron dominar en 1078-79, para acabar entrando en el gran puerto ceutí en julio de 1084, fecha preferible a la citada por otras fuentes, el año anterior 1083; el otro objetivo era seguir hacia el oriente del Magreb, y, en efecto, ocuparon Tremecén, en octubre de 1075, y luego el Oranesado, la región de Chelib y la ciudad de Argel, en 1082-1083, parándose en esta dirección, en los confines de los hammudíes, más allá dominando otros contríbulos sinhaya, los ziríes; en pleno Magreb central los almorávides se detuvieron. Es una expansión militar (sometiendo por pacto o armas a otros grupos tribales, mayoritariamente zanata), favorecida por la buena acogida de los ulemas —doctores de la ley mahometana— al reformismo malikí almorávide.

Asegurados los almorávides en el litoral mediterráneo del Magreb, además de en su continuación atlántica, tras su toma de Ceuta, pertinaz resistente hasta 1083-84, los acontecimientos se precipitaron en al Andalus. Ya vimos como allí se iba formando la idea de pedirles socorro, como llegó a llamárseles para asuntos locales, que no atendieron, y como se decidió conjuntamente, tras la caída de Toledo en poder de Alfonso VI, enviar una delegación oficial, encabezada por caídes de las taifas de Badajoz, Granada y Sevilla, más el representativo caíd de Córdoba, y el visir sevillano Ibn Zaydun, quizá también el secretario Ibn Qasira.

Este algo mayor protagonismo sevillano, en sus relaciones con los almorávides, tenía sobre todo el motivo de la extensión de esta taifa por el litoral y los puertos frente al Estrecho, desde los cuales habían incluso colaborado con la nueva dinastía magrebí en tomar Ceuta, aunque las fuentes discrepen en fijar la amplitud de este apoyo: Ibn Bassam y Mafajir al barbar mencionan una sola gran nave, enviada por al Mutamid a comerciar con Tánger, y prestada al emir almorávide, mientras Ibn Jaldunrefiere como el puerto ceutí fue hostigado por la escuadra sevillana.

Aquella embajada andalusí, oficial y conjunta, acordó con el emir almorávide su apoyo militar, y que vendría a al Andalus para cumplir la guerra santa, solo para defenderlo de los ataques cristianos, y sobre todo de Alfonso VI, pues nada podían contra él los taifas, degradados en su situación estatal, militar y económica. Quedaría claro que el emir almorávide no conquistaría las taifas, y estas aceptaron sus condiciones, incluso la de entregarle Algeciras como sede de su desembarco. Pero las relaciones entre taifas y almorávides parecen siempre establecerse en términos confusos, llenos de recelos, que bien se muestran en al Hulal al mawsiyya, aunque agrandados por una exaltación que no tapa del todo el fondo real de las tensiones entre andalusíes y magrebíes.

Así Yusuf b. Tasufin, advertido por su secretario almeriense Ibn Asbat sobre la versatilidad de los reyes de taifas, adelantó su desembarco en Algeciras, en junio de 1086, antes de que al Mutamid de Sevilla hubiera preparado entregársela.

En septiembre cruzó Yusuf b. Tasufin el Estrecho, encaminándose a Sevilla, saliendo a recibirle obsequiosos los reyes de esta taifa y de Badajoz. El almorávide convocó a su campaña a los andalusíes, que le salían al paso, alborozados. Las tropas musulmanas de almorávides y de los sevillanos, con participación de taifas meridionales (con sus reyes a la cabeza: Abdállah de Granada y su hermano Tamim de Málaga, excusándose Abu Yahya Muhammad de Almería, pero enviando a su hijo; y muchos arráeces de plazas menores, y soldados y voluntarios) subieron hacia Badajoz, por donde Alfonso VI también avanzaba, y había logrado tomar el fuerte enclave de Coria en 1079. A contener tamaño ejército acudió Alfonso VI, y hubo intercambio de misivas para fijar el día de la batalla.

Se dio el viernes 23-X-1086. Mutamid de Sevilla recibió la primera acometida castellana y ya flaqueaba cuando fue auxiliado por magrebíes al mando de Dabud b. A´isa. La contracarga almorávide, dirigida por el propio emir Yusuf, decidió la victoria, cuyo parte dio el mismo, alborozado, en carta conservada, al soberano zirí (otro sinhaya como él) de Ifriqiya, la otra gran potencia magrebí extendida por el actual Túnez, dándole su interesantísima interpretación del evento, pero sobre todo justificando su intervención en al Andalus, que de tal modo podía influir en la situación internacional.

La carta acaba explicando como Yusuf volvió a Sevilla capital de al Mutamid, y allí pasamos unos días, marchándonos de su lado y despidiéndonos de él, pero no con adiós definitivo. La batalla se dio en la comarca fahs de al Zallaqa, como precisa Ibn Simak en al Hulal al-mawsiyya, entre los actuales topónimos de Azagala y Sagrajas, al norte de Badajoz. Es interesante notar que Ibn Jaqan jamás aplica ese nombre, sino que llama a la victoria La jornada del viernes yawm / al-aruba. Es típica la exaltación de algunas fuentes al contar un desquite así para los musulmanes, aumentando de forma inverosímil la cantidad de combatientes enemigos, que el Rawd al-Quirtas sube hasta 80.000 jinetes y 200.000 peones.

Tras su éxito, regresó Yusuf b. Tasufin al Magreb, donde entre tanto había ocurrido la muerte de su heredero Sir. En al Andalus dejó un escuadrón de tres mil caballeros. Pronto se rehicieron los cristianos, y volvieron con sus exigencias de parias, y con sus incursiones, ahora por el Levante, donde, alrededor de Valencia, operará a su antojo el Cid desde 1087, y por tierras de Murcia, donde los castellanos instalaron una cuña en el castillo de Aledo, desde el cual, y en connivencia encubierta con el gobernador murciano Ibn Rasiq (que buscaba contrapesar el expansionismo de Sevilla de al Mutamid), asolaban los alrededores.

Una delegación de Valencia, Murcia, Lorca y Baza, y también de Sevilla, otra vez fueron a llamar al emir almorávide, que volvió a desembarcar en Algeciras mediado junio de 1088. Volvió Yusuf b. Tasufin a convocar a los andalusíes para la guerra santa contra Aledo y volvieron a presentase con sus mejores halagos e impedimenta, como la curiosa máquina de asedio en forma de elefante, que trajeron de Almería, según cuenta el emir Abdállah en sus Memorias.

Los musulmanes no lograron ganar Aledo, solo consiguieron que los cristianos lo evacuaran, tras incendiarlo. El fracaso puso de manifiesto todos los males de la situación taifa: sus divisiones y rencillas, sus cortos intereses que les hacían oscilar entre los almorávides y Alfonso VI, pues, nada más volver Yusuf b. Tasufin al Magreb, en noviembre de 1088, los reyes de Granada y Sevilla, quizá también de Badajoz, volvieron a sus componendas con el rey castellano.

Esta vez el emir envió dos columnas a Valencia, la primera de unos 4.000 jinetes, según crónicas árabes que procuran abultar su número, y la segunda al mando del príncipe Muhammad b. Tasufin. Desde entonces, hasta la tercera venida de Yusuf b. Tasufin a la Península, pasan dos años, y durante ellos se agrava la crisis taifa. Los andalusíes reclaman contra la ilegitimidad de sus reyes, sus impuesto extra-legales, y, apoyado por dictámenes jurídicos o fetuas que reprochan a los taifas sus transgresiones, el emir almorávide decide conquistar al Andalus.

Entre los textos emitidos a favor de Yusuf b. Tasufin sea soberano en lugar de las taifas conocemos un bloque documental sobre el que volveremos enseguida, algo posterior a dictámenes previos, emitidos tanto en al Andalus como en el Magreb, y sin los cuales el recto emir no dio el paso de destituir a los taifas. Ese aludido bloque documental, interesantísimo, fue reproducido en la Rihla del caíd sevillano Ibn al Arabi, y contiene los siguientes textos.

Petición del ulema sevillano Abu Muhannad b. al Arabi († Alejandría, en 1099, cuando regresaba a al Andalus de su viaje por Oriente) al califa abbasí de Bagdad, al Mustazhir, para obtener su reconocimiento a favor de Yusuf b. Tasufin como soberano de al Andalus, con el título de emir de los musulmanes y el epíteto de defensor de la Fe, acta del citado califa, fechada en 1098, reconociendo todo eso al emir almorávide, acta, en el mismo sentido, del visir abbasí Ibn Yahir; petición del ulema sevillano al eminente ulema oriental al Gazali de una fetua, —fatua, dictamen jurídico— en pro de la intervención de Yusuf b. Tasufin en al Andalus; fetua de al Gazali a favor de esta intervención; carta de al Gazali abundando en los argumentos de su fetua; carta del ulema andalusí, afincado en Alejandría, al Turtusi, exhortando al emir Yusuf al buen gobierno.

Estos textos califican de ilegales a los reyes de taifas, fomentadores de la desunión, que recurrían a los cristianos, y así cedían ante ellos, mientras que al emir almorávide lo presentan como salvador y como servidor y representante legal del califa abbasí, y por él legitimado. Como indicaba al Gazali en su carta: Todo rebelde de verdad, con la espada ha de ser llevado a la verdad. Y así, Yusuf b. Tasufin tornó con sus ejércitos a la Península por tercera vez, a principios del verano del 1090, dispuesto a conquistar al Andalus.

El atractivo de su propuesta religiosa, de su capacidad de combate por la guerra santa, su rigor impositivo en los límites de la ley, su legalismo en todo, su austera ortodoxia, en escandaloso contraste con la imagen y acciones de los reyes de taifas, decidió el cambio de actitud de Yusuf b. Tasufin, cuyo tercer desembarco tuvo el resuelto empeño de acabar con las taifas, animado por los ofrecimientos de entregarle sus tierras que recibía de los andalusíes de todas partes.
Así, por iniciativa propia, cruzó con sus ejércitos a la Península en el verano de 1090. En septiembre depuso al rey taifa de Granada, mientras los reyes de Sevilla y Badajoz le felicitaban por ello: el propio emir Abdállah, incapaz de resistir, detalla todo esto en sus Memorias: Yusuf avanzó sobre Granada, donde la población le esperaba entusiasmada, y Abdállah salió a entregarle el poder el domingo 8-IX-1090.

Un mes después, los almorávides ocuparon la taifa de Málaga, en parecidas circunstancias. Ambos reyes hermanos, Abdállah y Tamim, de origen beréber sinhayí como también era el emir almorávide, tratados con bastante miramiento, fueron deportados al Magreb, a donde regresó también el emir almorávide, dejando a su sobrino Sir b. Abi Bakr al frente de sus nuevos territorios y de los siguientes proyectos de conquista, realizados con planificación militar excelente.

Tarifa fue ocupada por los almorávides en diciembre de 1090. El cuerpo principal de sus ejércitos, mandado por Sir, fue sobre Sevilla, mientras otra sección, mandada por Muhammad b. Hayy, iba sobre Córdoba; otra, bajo las órdenes de Abu Zakariyyza b. Wanisu, atacaba Almería, y un destacamento, dirigido por Garrur, fue sobre Ronda. Tres de estos objetivos (la capital, Córdoba y Ronda) eran de la taifa sevillana. Córdoba cayó el 27-III-1091.

Antes de acabar aquel año, la dinastía taifa de Almería se embarcó hacia territorios de los hammudíes. Siguen avanzando por tierras levantinas, donde no deben enfrentarse tanto a las resistencias andalusíes como a los cristianos que las algarean, y que quizá habían reocupado Aledo, pues Ibn al Abbar llama conquistador de Aledo al caíd Ibn A´isa, que dirige estas operaciones, y a quien el gobernador de Lorca le entrega esta plaza; en junio de ese mismo año 1091 entra en Murcia, y pronto, en 1092, Denia y Játiva le abren las puertas. Más al norte, el Cid detendrá su avance durante unos años, aunque Ibn A´isa envió tropas que lograron entrar en la acosada Valencia en 1092. Este destacamento fue obligado por el Cid a retirarse de allí en septiembre de 1093, mientras apretaba su cerco, hasta conseguir apoderarse de la ciudad el 15-VI-1094.

Entretanto, los almorávides continuaban su progresión. Por el centro ocuparon Jaén, y por el oeste todo el territorio taifa sevillano, que comprendía el Algarve, pero dejaron momentáneamente a los Banu l-Aftas en su taifa de Badajoz, pues les venían ayudando, incluso parece que a tomar Sevilla. Pero el rey de esa taifa, al Umar al Mutawakkil, para asegurarse más, pactó a la vez con Alfonso VI, cediéndole Santarem, Lisboa y Cintra, y contra él fueron las tropas almorávides, mandadas por Sir, y conquistaron la taifa, llegando hasta Lisboa en noviembre de 1094. Ya vimos la severa venganza almorávide, ejecutando a varios Bani I-Aftas.

Siguieron subiendo los almorávides por el este en cuanto lograron ocupar la simbólica Valencia el 5-V-1102. La crónica principal de estos sucesos, al Bayan al mugrib, expone cuánto costó conquistarla, pues el mismo Yusuf b. Tasufin, instalado en Ceuta, controlaba el paso de un nuevo ejército de Levante, llegado a la Península en septiembre de 1094, y al poco derrotado por el Cid en Cuart de Poblet. Varios caídes almorávides fracasaron ante la plaza, y al fin, muerto el Cid en 1099, aún tardó tres años en lograrla el emir Mazdali.

Cortados hasta entonces por Levante, otra de las obsesiones de Yusuf b. Tasufin había sido el centro peninsular, y viniendo a la Península por cuarta vez, en 1097, preparó una expedición por tierras toledanas, ganando la batalla de Consuegra, el 15-VIII-aquel año, pero por allí no podía abrirse paso hacia la Marca Superior, donde resistían las taifas de Albarracín y Alpuente, más las del valle del Ebro, con capitales en Zaragoza, y Lérida-Tortosa.

Solo tras conquistar Valencia pudieron los almorávides alcanzarlas: Alpuente y Albarracín (en abril de 1104), y, ya en tiempos del segundo emir almorávide de al Andalus, Zaragoza (en mayo de 1010). Es imprecisa su conquista de Lérida y Tortosa, pero en 1114, según al Bayan al mugrib, los almorávides tomaron y desmantelaron Tarragona. Las Baleares no fueron ocupadas por los almorávides sino a finales de 1116, después del ataque pisano-catalán que desde finales de 1113 venía hostigando aquellas islas.

Al genio militar y administrativo de Yusuf b. Tasufin se debe la fundación y consolidación del imperio almorávide, que en su tiempo no solo alcanza prácticamente su plena extensión (a falta del valle del Ebro y las Baleares), sino que establece su consciente organización, eficaz en todo este periodo inicial, girando alrededor de su fuerza militar, y dirigiendo también los grandes caídes —próximos familiares, contríbulos o de tribus muy afines del emir Yusuf— la gobernación territorial; a ese círculo cercano pertenecen también los visires.
Sin embargo los secretarios fueron andalusíes, pues cuando los almorávides incorporan al Andalus la mayoría de sus letrados se les unen. Antes Yusuf había logrado reclutar para su servicio en el Magreb uno solo de esta procedencia, el almeriense Abderramám b. Asbat. La máquina administrativa así lograda parece funcionar plena y eficazmente en todo este emirato de Yusuf b. Tasufin, como lo muestran los documentos administrativos correspondientes.

En 1103 Yusuf hizo reconocer a su hijo Ali como heredero en Córdoba, repitiendo la proclamación efectuada el año anterior en Marrakech, y allí volvió, tras disponer algunas cuestiones en al Andalus, como el envío del gobernador de Granada, Ali b. al Hayy a Valencia, donde permaneció desde noviembre de 1103 a junio de 1104, pues sabiendo entonces que Alfonso VI sitiaba Medinaceli, contra él fue, pasando por Calatayud, desde donde pidió refuerzos al caíd Abu Muhammad b. Fatima; ambos se dirigieron hacia Toledo, y atacaron Talavera, muriendo entonces b. al Hayy.

El balance conquistador de los almorávides en tiempos de Yusuf b. Tasufin se apunta los éxitos de la recuperación de Valencia y de algunas de las plazas portuguesas cedidas por la taifa de Badajoz (sobre todo Lisboa), y por la recuperación de las tierras ocupadas por Alfonso VI entre Toledo y Córdoba, tradicionalmente llamadas de la mora Zaida, de modo que, sin lograr Toledo, los almorávides volvieron a asomarse al Tajo, en algunos tramos.

En 1105 se difundió por al Andalus la noticia de que el emir Yusuf estaba enfermo, y cundió la pena, sobre todo entre los encargados de la administración, señala expresivamente Ibn Idari, que ofrece la primicia de una algara de Alfonso VI contra tierras de Sevilla, atajado por los generales de Sir, desde Sevilla, y por Musa, hijo de Ali b. al Hayy, desde Granada.

Se iba agravando el emir almorávide, acudiendo a Marrakech, a su lado, su hijo Tamim, desde el Levante de al Andalus, mientras el heredero presunto, Ali b. Yusuf empezaba a tomar las riendas del poder, y así fue él quien envió una carta a Sevilla, destituyendo al caíd. El 2-IX-1106 se agravó la enfermedad del emir Yusuf, y murió en su alcázar de Marrakech. Ibn Abi Zar es la única fuente que señala que murió centenario, lo cual parece increíble, por la evolución de su cronología y porque ningún otro lo indique.

El principal modo de apreciar el carácter y transcendencia de Yusuf b. Tasufin es deducirlo de sus actuaciones, filtradas por las crónicas. Resulta así buen gobernante, enérgico y legalista, y en todo ello debió sobresalir, cuando se lo reconoce incluso la I Crónica General de España, asegurando que defendió muy bien su tierra y mantuvo a sus súbditos con justicia, sabiendo reprimir a los revoltosos. Las fuentes musulmanas, por su lado, ensalzan sobre todo su religiosidad, dado a rezos frecuentes, su templanza al castigar, sus distinciones a Alfaquíes y ulemas —doctores de la ley mahometana—, obedeciéndoles en todo, su realismo, su capacidad para defenderse de los enemigos y su esfuerzo permanente en el gobierno, sin descanso.

VIGUERA MOLINS, Mª Jesús, Historia de España Menéndez Pidal, Editada por Espasa Calpe; 1994, Tomo Tomo VIII.2 págs. 49-54.

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