LA GALERA
MORISCA
Las guerras moriscas han dado mucho que
hablar y cientos de publicaciones sobre aquellos episodios; pero gran parte de
lo escrito presenta lo ocurrido de manera tan tendenciosa y acientífica que
para gran parte del público, poco o mal informado, aquellas fueron contiendas
de españoles contra extranjeros de origen árabe. Y nada más lejos de la realidad.
Que una parte bien numerosa de los hispanos fuera de religión
musulmana y tuvieran el árabe como primer idioma no implica en absoluto que
fueran de raza árabe. Ni ellos ni sus antecesores, musulmanes también y
áraboparlantes desde siglos atrás pero tan hispanos como los de lengua latina
(originaria del Lacio, en la actual Italia, al fin). Así que decirles moros (o
moriscos en otro contexto y tiempo) no puede significar otra cosa que islámicos
de corazón y de fe.
De entre las innumerables obras sobre
aquella rebelión y su represión por el ejército cristiano, tres son las más
reconocidas, escritas además por testigos más o menos directos pero que
escribían cuando ocurrieron: La guerra de Granada, de Diego Hurtado de Mendoza,
un noble granadino que tuvo problemas con la burocracia de Felipe II, que era
considerada por aquel como corrupta e ineficaz; Historia de la rebelión y
castigo de los moriscos de Granada, de Luis de Mármol y Carvajal, un soldado
con menos preparación literaria pero de gran minuciosidad en sus relatos; y La
guerra de los moriscos (en realidad Segunda parte de las guerras civiles de
Granada), de Ginés Pérez de Hita, soldado también y que es el que escribe la
más vitalista y emotiva de las tres, siendo además la que deja más claro el
carácter de “guerra civil” de aquellos enfrentamientos entre nativos del mismo
país pero de distintas religiones. Ninguno entra en las causas que los
provocaron, pues todos temían a la Inquisición.
En 2008, Ana Reche Sánchez publica en Baza (ediciones ADG) una
adaptación al español actual de la Crónica del cerco y destrucción de la Galera
morisca, fragmento de la obra de Pérez de Hita sobre estas guerras. Aunque el
autor fue soldado en aquellos tiempos, no participó en el cerco a Galera, así
que su narración no es la de un testigo presencial, sino que se vale para ella
del diario de guerra de un compañero de armas: el alférez Tomás Pérez de Evia, que
sí intervino en los hechos.
Que Pérez de Hita no fue testigo presencial se nota en detalles
como el grito de guerra que pone en boca de los moriscos: ¡Mahoma! ¡Mahoma!,
impensable en cualquier musulmán, que ve en ese nombre la degeneración de
origen cristiano y propósito despectivo hacia el nombre verdadero del profeta
Muhámmad (s. a. w. s.). A pesar de ello, habla de los moriscos con respeto y,
si bien, como soldado cristiano que es, se deshace en halagos para con los
suyos, reconoce el valor, la fe y la gallardía de los moriscos, que prefirieron
morir luchando con honor antes que entregarse.
Llega a reconocer que, de haber contado estos con municiones y la
ayuda que esperaban, no hubieran podido vencerles. Y no oculta que mientras el
bando cristiano contaba con los tercios de Nápoles (los más temidos en el mundo
de entonces), cuatro piezas de artillería, pólvora para voladuras de muros y
murallas y un total de unos doce mil soldados profesionales, los moriscos de
Galera, que no eran militares y apenas llegaban a cuatro mil (incluidos niños,
mujeres y ancianos), tenían que defenderse con piedras (de la que eran expertos
lanzadores, dice el cronista), flechas y espadas, junto a algunas herramientas
de pico que utilizaban como armas.
Aun así, las tropas de D. Juan de Austria, con él mismo
dirigiéndolas en persona, necesitaron desde el 18 de enero al 9 de febrero de
1570 para tomar el pueblo, tres semanas. El cronista narra cómo hasta los niños
y las mujeres intervenían en las batallas suministrando piedras a los hombres
y, en algún caso, interviniendo las mujeres en el cuerpo a cuerpo, como una
mujer llamada Zarzamodonia, descrita en la narración como alta y morena, que
con su espada llegó a matar hasta 18 caballeros de entre los mejores del
ejército cristiano antes de caer abatida por un certero arcabuzazo. Calderón de
la Barca (cristiano nuevo) se inspiraría en un morisco relacionado con aquellos
hechos para su drama Tuzamí de la Alpujarra, o Amar después de la muerte.
La represión de D. Juan de Austria, tras la victoria, no pudo ser
más cruel, como el propio cronista reconoce. Mandó asesinar sin piedad a todos
los supervivientes (pocos, pues la mayoría había muerto en el combate),
incluidos mujeres y niños. Sólo en el último momento se apiadó de algunas mujeres
y de los niños menores de cinco años. También prohibió edificar en el pueblo, y
si los herederos de D. Juan Enríquez, dueño de las tierras, querían repoblarlo,
tendrían que hacerlo en la llanura y sin murallas.
Hoy día, Galera extiende, junto al pueblo crecido con la
repoblación en el llano, varios barrios de casascueva, en parte rehabilitadas
por extranjeros que buscan un lugar tranquilo y hermoso en el que vivir. Pasear
por esas calles empinadas y bellísimas, de casitas recogidas e integradas con
la tierra que las rodea, agreste y singular, todavía puede hacer sentir aquella
esencia espiritual y aquel carácter aguerrido y hondo que un día las habitó.
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