MI AMIGA MARIÉN. MUJERES MUSULMANAS Y SUS VÍNCULOS CON
CRISTIANAS Y JUDÍAS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA MEDIEVAL
Las mujeres tenían prohibidas las
relaciones amorosas, eróticas o matrimoniales con personas de otra religión,
tener hijos con un varón de otra religión, o incluso amamantar a la niña o al
niño nacido de padres de otra religión; tenían vetado permanecer juntos bajo el
mismo techo, compartir comidas, festejos, o duelos. Pero, ¿cumplían, o podían
cumplir, estas normas? La documentación revela que eran muchas las ocasiones en
que las necesidades de la vida diaria hacían imposible su cumplimiento
María Jesús Fuente Pérez
Universidad Carlos III Madrid
Manuel Gómez Moreno, fragmento
de La salida de la Alhambra (1880) Creative Commons
Cierto día entré en casa del cadí
de Iwalatan tras haberme él autorizado y le encontré en compañía de una mujer
muy joven y de belleza maravillosa. Al verla quedé dudando y quise volver
atrás. Ella se rio de mí sin que le afectara rubor alguno. El juez me dijo:
‘¿Por qué te vas a ir? Es amiga mía’. Tal comportamiento me dejó perplejo,
porque este hombre es un alfaquí y ha peregrinado a La Meca.
Este texto, tomado de A
través del Islam, el famoso libro de Ibn Battuta, lo incluye Javier
Albarrán en su artículo “Ibn Batuta y las mujeres del Sahel”, publicado
en esta misma revista. De otras palabras de este libro (“la amistad de hombres
y mujeres entre nosotros está bien vista y no tiene nada de sospechoso. Además,
nuestras mujeres no son como las vuestras”), deduce Albarrán que “a pesar de
reconocerse como musulmanes, la explicación de la divergencia de costumbres y
de ‘ley islámica’ viene de la existencia de un ‘nosotros’ y un ‘vosotros’”.
Esta observación – la presencia de un “nosotros” y un “vosotros” -, me ha
encaminado a pensar en las mujeres musulmanas bajo el prisma de un “nosotras” y
un “vosotras”, que puede aplicarse no sólo a diferencias entre sociedades
musulmanas de lugares distintos, sino también a los espacios en los que estas
mujeres vivieron cohabitando con mujeres de otras creencias; entre ellas había
siempre un “vosotras” las mujeres, o un “vosotras” las pobres, o un “vosotras”
las musulmanas. Un estudio del mundo femenino en la península ibérica no puede
hacerse sin contemplar las semejanzas y diferencias entre mujeres de las tres comunidades
religiosas, así como las relaciones que mantuvieron entre ellas. Este último
aspecto es el que voy a enfocar brevemente en este artículo.
Como resultado de la conquista de
tierras de al-Andalus, muchas familias musulmanas de los grupos sociales menos
favorecidos se encontraron viviendo en los reinos cristianos. A las mujeres
musulmanas, como a cristianas y a judías, se les planteaban nuevos desafíos.
Tenían que afrontar un dilema: cumplir con las leyes, y al mismo tiempo hacer
frente a la práctica de la vida diaria, cosas que no siempre coincidían, y que
podían exponerlas a compromisos y problemas. ¿Cómo eran las relaciones entre
mujeres de diferente religión? ¿Cuándo se las ve juntas? ¿Cuándo, y cuánto,
necesitan unas de otras? ¿Sus relaciones se limitaban a lo necesario o tenían
posibilidad de fomentar la amistad o la sororidad?
Las leyes religiosas de las tres
comunidades – junto a otras emanadas en los reinos – vetaban la relación entre
personas de otra religión en diversos aspectos de la vida. Las mujeres tenían
prohibidas las relaciones amorosas, eróticas o matrimoniales con personas de
otra religión, tener hijos con un varón de otra religión, o incluso amamantar a
la niña o al niño nacido de padres de otra religión; tenían vetado permanecer
juntos bajo el mismo techo, compartir comidas, festejos, o duelos. Pero,
¿cumplían, o podían cumplir, estas normas? La documentación revela que eran
muchas las ocasiones en que las necesidades de la vida diaria hacían imposible
su cumplimiento. A la hora de relacionarse, ¿qué importaba más, la religión de
una mujer que se necesitaba para alguna tarea, o la utilidad que aportaba? ¿Las
relaciones entre mujeres de la misma religión serían diferentes a las que se
tendrían con “otras” que practicaban otra religión? ¿Era la tónica normal
propia de una sociedad multi-religiosa y multicultural?
Mujeres de las tres religiones
juntas en un asunto común: la defensa de sus hijos. La “Matanza de los
inocentes” fresco de la catedral de Mondoñedo. Creative Commons
En la sociedad andalusí las mujeres
estaban discriminadas por el simple hecho de serlo – las leyes sobre la
herencia son buen ejemplo -, o por el grupo social al que pertenecían – como en
todas las sociedades, las mujeres son más o menos vulnerables dependiendo del
nivel económico de la familia -; al permanecer en territorios conquistados por
los reinos del Norte entró en escena un nuevo motivo de discriminación, el
credo religioso, que afectó a mujeres musulmanas y judías. Sin embargo, cabe
defender la hipótesis de que la religión no planteaba problemas graves en la
vida ordinaria de las familias, que las relaciones interreligiosas eran
normalmente pacíficas, y que el conflicto surgía por otras razones. La religión
se utilizaba como arma arrojadiza cuando surgía un conflicto de otra índole, o
cuando venía bien a la comunidad dominante. Los credos religiosos no frenaban
los vínculos entre mujeres, entre ellos la amistad.
Las relaciones que reunían a las
mujeres eran principalmente relaciones de trabajo; buena parte de los
intercambios tuvieron como escenario principal la casa o los lugares a los que
habían de acudir para cumplir con las necesidades domésticas. No faltaban
vínculos por otras razones; se reunían para celebrar hitos de la vida que
tenían la casa como escenario: bautizos, circuncisiones, fadas, y bodas. El
mundo de la casa era, pues, un espacio de intensas relaciones entre mujeres.
Vamos a examinar tres escenas domésticas y una festiva que conducían a entablar
vínculos entre ellas.
Primera escena doméstica: de nacer y de morir
Encontramos a Marién, una mora de
Toledo, en la cámara donde daba a luz la reina de Navarra Leonor de Trastámara
(1363-1416), fue la comadrona que la atendió cuando nacieron sus hijos Isabel
(1396) y Carlos (1397). Como ella, otras mujeres musulmanas se dedicaban al
oficio de comadrona o partera, y, a pesar de los impedimentos religiosos, que
prohibían atender a mujeres de otra religión, cristianas y judías acudían a
ellas cuando las necesitaban. Lo que era normal en aquel tiempo, que una mujer
de parto recibiera la ayuda de las vecinas, estaba prohibido si no eran de la
misma religión; cabe suponer que no cumplían la ley, como muestran los casos de
parteras o comadronas conducidas ante la justicia.
Se ayudaban porque se necesitaban
unas a otras en el momento difícil del parto. En muchas ocasiones una
parturienta no tenía oportunidad de elegir, en algunos sitios ni siquiera había
una “profesional de los partos”, pero donde sí había, no podían pararse a
contemplar si la religión de la parturienta coincidía con la de la comadrona.
Juana de Álava, una mujer cristiana de Daroca, fue atendida en sus partos por
comadronas moras y judías. Y viceversa, Catalina de Llenana, cristiana vecina
de Medinaceli, decía ante el tribunal de la Inquisición de Sigüenza que “todas
las moras e judías paren con ella porque no tenían otra partera”. Si las
mujeres de los grupos populares acudían a quienes tenían más cerca, la fama de
algunas comadronas llevaba a las mujeres de los grupos poderosos a llamar a
quien consideraban más experta, sin importar ni la religión ni la distancia. En
la documentación hay noticias de parteras moras, con fama de ser las mejores,
cuyos nombres han quedado por ser quienes atendían los partos de reinas e
infantas. Otra partera de nombre Marién, ejercía en Guadalajara durante el
reinado de Juan II.
Junto a comadronas, hay que apuntar
a mujeres musulmanas contratadas como nodrizas, independientemente del credo de
la familia del niño o niña al que amamantaban. Tenían fama de tener buenas
ubres y abundante leche y algunas familias recurrían a ellas. En juicios de la
Inquisición queda de manifiesto la práctica, así como los castigos, a quienes
quebrantaban la ley.
También aparecen mujeres musulmanas
en escenarios luctuosos. Bien notorias eran las plañideras que acompañaban a
los entierros, aunque también los cristianos tenían prohibido contratarlas. No
podían ejercer el oficio al acompañar al muerto, ni en las misas de cabo de
año, tal como indica El Libro de los Ordenamientos de Sevilla,
que dice que no traigan “moras nin judías para facer llanto al
enterramiento”.
Jan-Baptist Huysmans (1826-1906),
“Jóvenes mujeres enrollando lana”. Creative Commons
Segunda escena doméstica: de señoras y criadas
Encontramos a Marién, la burgueña,
esclava en la casa de una familia de Zaragoza que la compró a unos mercaderes
dedicados al tráfico lucrativo de estas mujeres. Marién había tenido “suerte”,
pues eran afortunadas las esclavas que podían entrar al servicio de una
familia, para la que trabajaban como criadas, mancebas, mozas o sirvientas.
Eran muy necesarias en casas de familias que podían cargar con su
mantenimiento, tanto en al Andalus como en los reinos del Norte.
Manuela Marín en su famoso
libro Mujeres en al-Ándalus cuenta una
historia peculiar, referente a una familia de buena posición, que podría
iluminar lo que las criadas significaban para las mujeres de los grupos
sociales elevados. La historia cuenta “una escena doméstica de la vida de Abu
Marwan al-Yuhanisi”. Un matrimonio se ocupaba de ayudar en su casa: el hombre,
Abu Ishaq Ibn Aysun, dedicado a las necesidades de la familia en el exterior de
la residencia, y su mujer al servicio de la casa y a amamantar a la hija de Ibn
Marwan. Un día Abu Ishaq y su esposa se ausentaron para ir a Guadix. Cuando Ibn
Marwan llegó a casa se encontró con su mujer bañada en lágrimas, desesperada
porque al faltar la sirvienta, ella se había tenido que ocupar del cuidado de
sus hijos.
Sirvientas, esclavas o libres, eran
esenciales en hogares de al-Andalus, y lo fueron también en hogares de otras
religiones cuando la población musulmana se quedó dentro de las fronteras de
los reinos cristianos. Como consecuencia de la conquista, musulmanas pobres
entraron al servicio de familias que las necesitaban en pueblos y ciudades. Su
situación era frágil, al ser vulnerables por razón de género, de religión y de
nivel social. Si una mujer musulmana perdía el contacto con su familia y
comunidad, corría el riesgo de convertirse en prostituta en una localidad
cristiana. Algunas de ellas, como los hombres también, servían como esclavas o
concubinas en hogares cristianos. Ambos trabajos, prostitutas en burdeles y
sirvientas o esclavas en hogares cristianos, se convirtieron en algo común para
las mujeres musulmanas. La servidumbre de criadas, esclavas o mozas, podía
extenderse a otro tipo de “servicio”: el oficio de la prostitución, que,
ejercido por mujeres musulmanas pobres pasó a ser un servicio doméstico.
Utilizadas para el placer de los hombres, las mujeres musulmanas han sido
consideradas un trofeo de guerra de los conquistadores, como si la conquista
hubiera sido no sólo política sino sexual. Aunque es una idea interesante, que
podría explicar por qué la figura romantizada de la bella mora es un tropo de
la literatura española de finales de la Edad Media, la verdad es probablemente
más prosaica: el abuso y la violencia definían las relaciones entre mujeres
musulmanas y hombres cristianos, y las mujeres no sólo sufrían a manos de sus
clientes, patrones o señores, sino también de los hombres de sus propias
comunidades, ávidos de ganar dinero vendiendo como esclavas a mujeres
transgresoras de las reglas de la comunidad que no las permitían mezclarse con hombres
de otra religión.
Jean-Léon Gérôme (1824-1904), «Mujeres del harem alimentando a las palomas”. Creative Commons
Los contactos cotidianos entre
señoras y criadas generaban relaciones complejas y diversas. Se conocen
conflictos por denuncias de criadas que llevaban ante la justicia casos de
malos tratos. Buen ejemplo se encuentra en el proceso a la familia Arias Dávila:
Fátima, una esclava mora, señalaba que “un sábado tenía esta testigo en una
bodega, a una ornilla, una adafina que abía traydo de casa del dicho Frayme
(donde les hacían la adafina) y entró un perro y ge la comió, sobre lo qual la
fizo atar a este testigo la dicha Elbira, su ama, a una escalera, e le fizo dar
a un hombre suyo, en su presençia, de açotes”. Las señoras no las castigaban
por ser de otra religión, sino por descuidos o mala conducta en la casa, algo
que no solo afectaba a las criadas moras, sino a sirvientas de cualquier
religión.
Las malas relaciones son más
evidentes en momentos de crisis, tal como revelan los juicios de la
Inquisición. El enfado, la frustración o el odio de criadas o esclavas que
habían sido despreciadas o maltratadas salía en esos momentos. Cuando tenían
oportunidad de denunciar a sus señoras y vengarse de ellas no la perdían. Antes
del tribunal de la Inquisición, ¿no se extrañaban del comportamiento de sus
señoras? Fue al comenzar los interrogatorios de ese tribunal cuando dejaron de
verlo normal para tenerlo por delito. Al hacer las denuncias se puso de
manifiesto que tenían buena memoria.
Tercera escena doméstica: de la casa a la
calle
Encontramos a varias Marién en
documentos de la corona de Aragón, donde buena parte de la población musulmana
permaneció cuando la frontera de al-Andalus se fue desplazando hacia el sur:
una Marién, encargada del comercio de hierro, otra Marién, hortelana de Huesca,
una tercera Marién de Marquent, “maestra mora” que vivía en Calatayud
(Zaragoza) en 1487, y otras Marién de profesión desconocida, que en los
documentos aparecen como “pobres”. No sería arriesgado suponer que estas
“pobres” eran criadas que trabajaban en las casas, y hacían parte de las tareas
domésticas fuera de ellas, pues entre sus obligaciones estaba hacer labores que
no gustaban a las señoras: ir a la fuente a coger agua, al río o al lavadero
para lavar la ropa, al horno a cocer el pan, etc.
Entre las muchas Marién, nombre muy
popular entre las mujeres musulmanas, después de Fátima o de Axa, había también
pastoras, serranas, ayudantes de maestro albañil, amasadoras en obras de
construcción, peluqueras, curanderas, vendedoras ambulantes o en su tienda,
juglaresas, atabaleras, tamborinas, etc. Como en al-Andalus, también había
muchachas cantoras musulmanas en las cortes reales de Castilla y Aragón, en
particular en tiempos de los reyes Alfonso X y Sancho IV de León y Castilla, y
Pedro IV y Juan II de Aragón.
Ya fueran criadas o practicaran
otro tipo de oficios, las mujeres tenían oportunidad de coincidir con otras en
los espacios donde acudían para realizar trabajos; en el río, en el horno, o en
la plaza, o en lugares donde se juntaban para hilar, tomar el sol y charlar,
las moras se encontraban con las “otras”. Buen ejemplo de los contactos entre
mujeres de diferente religión se observa en un suceso ocurrido en el call de
Barcelona en 1301. Una pescadera cristiana entró en ese barrio judío a vender,
y pocas horas después una esclava musulmana encontró el cuerpo sin vida de un
recién nacido. Se interrogó a la pescadera cristiana, a la esclava musulmana y
a varias comadronas judías que tenían clientas cristianas. No se encontró
culpable.
Grabado del Ensemble de
gravures de costumes espagnols du XVIe siècle .Creative Commons
En las relaciones de trabajo
difícilmente se planteaban problemas por cuestiones de religión. Cuando algunas
actividades estaban vetadas, siempre se encontraba una fórmula para poder
ejercerlas. En el reino de Valencia, las curanderas mudéjares sanaban mediante
hierbas o remedios caseros, a pesar de que los Furs (Fueros de
Valencia) prohibían el ejercicio de la medicina a las mujeres, excepto si
atendían a niños pequeños o a otras mujeres, pero cuando una curandera
alcanzaba buena fama, no había impedimento para contratarla incluso por las
autoridades municipales, como ocurrió en Castellón, donde a mediados del siglo
XV invitaron a establecerse a una curandera mudéjar, porque “fos fet plaer que
fer li pusque per la bona obra que y fa”. En realidad, cabe pensar que en esos
casos la diferencia no la establecía la religión, sino la posición social o la
necesidad de acudir a servicios de una mujer estimada por su trabajo.
Una escena festiva: dos hitos a celebrar (nacimiento y
matrimonio)
Marina, una conversa de Berlanga,
acusada ante el tribunal de la Inquisición de Sigüenza, confesó que un día “fue
a visitar una mora parida e comió de su fruta”. No le había importado la
religión de la mujer, se había limitado a seguir la costumbre de la vecindad,
pero había incumplido la norma que prohibía visitar a gentes de otra comunidad
y comer con ellos. No sólo ayudaban en el parto, las vecinas visitaban a la
recién parida, y compartían la celebración en el hogar; en el caso de las
musulmanas, amigas y vecinas solían asistir a la ceremonia de las “fadas”. Las
moras no solían acudir a bautizos, pues se celebraban en la Iglesia, aunque no
faltaban ocasiones en que visitaban lugares de oración de las “otras”. Hay
testimonios de vecinas que confesaban ante el tribunal de la Inquisición de
Sigüenza haber ido con gentes de la localidad a la sinagoga a oír predicar a un
judío, o a la mezquita, a ver “a çela de los moros”.
Otro hito importante en la vida del
hombre, el del matrimonio, promovía también las relaciones interreligiosas.
Aunque la asistencia a bodas de parejas de otra religión estaba prohibida, como
señalaban las leyes de Castilla y de Aragón, o el ordenamiento de judíos y
moros de Juan II de Castilla decía que “moros y judíos no vayan a sus bodas ni
entierros”, hay menciones a la asistencia de bodas entre miembros de las
distintas comunidades. En 1304 el rey Jaime II de Aragón ordenó al Batlle de
Morvedre que prohibiese a los conversos participar en bodas de musulmanes.
Tanta prohibición hace sospechar que era práctica común.
Theodore Chassériau. “Mujeres
saliendo del baño”. Creative Commons
La participación activa de las
mujeres en tareas de socialización de la comunidad musulmana, como bodas – o
convites de boda – y entierros, muestra la intensidad de las relaciones
intercomunitarias. Los festejos locales, especialmente en pueblos medianos o
pequeños, reunía a miembros de las tres comunidades; a las fiestas religiosas y
populares locales, propias de la comunidad cristiana, no faltaban individuos de
las otras dos religiones, incluso entrando en las iglesias cristianas. Lo
prohibía el concilio de Valladolid de 1322 y la normativa del rey Juan II de
Castilla que ordenaba que “ningún judío ni moro ni judía ni mora no sean osados
de entrar ni entren en ninguna iglesia ni monasterio”. Pero en las fiestas de
un pueblo, ¿quién renunciaba a participar?
En parte de las prohibiciones de
asistir a festejos o duelos venían motivadas por el temor a compartir comidas y
bebidas prohibidas para las distintas comunidades, prohibición que se
encontraba en códigos de envergadura, como las Partidas, y en
normas de algunos lugares que afianzaban la prohibición.
Necesidad, amistad, sororidad
Tantas restricciones de asistir a
festejos de los “otros” conducen a pensar que las relaciones entre los
“nuestros” y los “vuestros”, y las “nuestras” y las “vuestras” no eran
habitualmente problemáticas, e incluso, en ocasiones, como en otras sociedades
multiculturales, podían ser amistosas. Si no hubiera sido así, habría sido
innecesario establecer tantas prohibiciones y repetirlas de vez en cuando.
Junto a la necesidad de relacionarse en distintos ambientes, y posiblemente por
el roce que se desprende de esas relaciones “ineludibles”, las mujeres llegaban
a hacerse amigas, independientemente de la religión que practicaban. La amistad
entre mujeres, fuera cual fuera su religión, debió de ser común y fluida, tal
como ponen de manifiesto los documentos del tribunal de la Inquisición. De
hecho, las delaciones de criptojudaísmo a finales del siglo XV y comienzos del
XVI y de criptoislamismo a lo largo del XVI fueron posibles por el contacto tan
directo y próximo en que vivían, y habían vivido, las tres comunidades.
Los vínculos entre mujeres,
desarrollados en diversos ámbitos, muestran cómo, independientemente de su
religión, mantenían una red de relaciones dentro y fuera del hogar. Las Marién
citadas, como las Axas y las Fátimas, eran amigas de otras musulmanas y de
mujeres de otras religiones. La amistad podía llevar a connivencia de un grupo
femenino de diversa religión si necesitaba unirse para conseguir algo, aunque
no fuera precisamente bueno, como darle una paliza a otra vecina. Este pudo ser
el caso de la agresión que sufrió María Martín, vecina de Teruel, en 1331; fue
atacada en la calle con piedras y fustas por varias personas: Hamet “el
Cuende”, Marieta, la esposa de Hamet, María, la criada del converso García
Gonçales, Uzeyt, esposa de Alí el alamín de los sarracenos de Teruel, y María
Meiá, hija de Gonçalvo Garcia; sin embargo, es probable que el ataque, del que
María Martín quedó inválida, se debiera a sospechas de adulterio, no a motivos
religiosos.
Otros documentos aportan casos de
amistad entre mujeres. En el juicio a Juana la platera testificó María, vecina
de Ariza, que la acusaba de que al recibir la noticia de que había muerto un
moro, había dicho “Dios le perdone en su ley”, y la testigo la rectificó
diciendo que nadie podía salvarse sino en la ley cristiana, a lo que Juana la
platera respondió “que lo desía porque estaban delante vnas moras y porque
tenía amistad con ellas”.
Las relaciones de amistad entre
mujeres musulmanas, o entre éstas y mujeres de otras religiones ¿podrían
calificarse de sororales? Lo fueron para las mujeres musulmanas si se tiene en
cuenta la definición del DRAE que define la sororidad como “relación de
solidaridad entre las mujeres”. Pero también serían sororales bajo el prisma de
la sororidad defendida en un libro reciente, Historia de la sororidad.
Historias de sororidad: “dar cuenta de las expresiones, formas y prácticas
en las que se ha declinado cotidianamente, en cada situación, atendiendo a los
condicionantes y a la multiplicidad de pertenencias – clase social, raza,
religión… – y de circunstancias vitales posibles”.
Para finalizar, no se puede dejar de destacar el papel de las mujeres musulmanas cuando al-Andalus desaparece: fueron ellas las que salvaguardaron la cultura (costumbres, lengua, gastronomía…) y la identidad de la comunidad musulmana (de la parte de sus miembros empeñados en su supervivencia), aunque hubieron de hacerlo de manera oculta. Esa es otra apasionante historia.
Para ampliar:
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