LA CIENCIA ASTRONÓMICA EN LA CIVILIZACIÓN MUSULMANA
Durante varios siglos, la lengua
árabe fue la única lengua de investigación científica que hubo alrededor del
Mediterráneo
Autor: Regis Morelon - Fuente: Revista Alif Nûn
Observatorio
astronómico
Introducción
Querer hablar del
desarrollo de las ciencias árabes a partir del siglo noveno resulta
particularmente ambicioso. Es imposible tratar con profundidad este tema en
poco tiempo, por eso, me limitare a ofrecer algunos puntos de interés, pues en
la actualidad existe muy poco material que haya sido publicado y sea accesible.
Si se observa lo
que se ha escrito en los libros sobre historia de la ciencia general, se verá
que todos se copian entre sí y que proclaman, casi sin excepción, que la
ciencia árabe no ha hecho sino repetir la ciencia griega para transmitirla a
Occidente, sin originalidad ni verdaderos descubrimientos. Esto explica porque
sólo hace algunos años que los investigadores publican, traducen y comentan con
seriedad los textos científicos árabes, y sus resultados todavía no están
integrados en las síntesis generales, las cuales todavía siguen siendo muy
parciales. Estos investigadores han comprendido que la visión de la historia de
la ciencia era totalmente falsa, e incluso algunos han llegado a decir que los
sabios árabes lo habían inventado todo; lo cual es tan ridículo como decir que
no habían inventado nada. Hay que tratar de situarnos en un movimiento global y
afirmar que, en la historia universal de la ciencia, hay un movimiento
importante que es el paso por la ciencia árabe y que, si se hace abstracción de
ésta, no puede comprenderse cierto tipo de desarrollo de la historia de los
descubrimiento del ingenio humano en su conocimiento del mundo que lo rodea. De
forma más precisa, hoy en día resulta evidente que no es posible pensar en un
desarrollo de las ciencias exactas en Europa a partir del siglo XVII si se hace
abstracción del paso por la historia de la ciencia árabe2.
Para situar un
poco mejor esta cuestión, voy a poner un ejemplo bastante lejano, el de la
China. Allí tuvieron lugar muchos de los descubrimientos científicos, antes de
nuestra era o en el transcurso de sus primeros siglos, en el campo de la astronomía
o de las matemáticas, pero en su gran mayoría permanecieron casi en exclusiva
dentro del mundo chino, sin que pasaran a otro clima cultural. Por el
contrario, todos los descubrimientos que tuvieron lugar alrededor del
Mediterráneo pasaron de una orilla a la otra, a través de las diferentes
culturas que en él se desarrollaron de un modo sucesivo. En esta cuenca
mediterránea, o en su entorno inmediato, es en donde poco a poco se fue
forjando la ciencia moderna desde la antigüedad, y el querer ignorar una de sus
fases históricas es condenarse a no comprender nada de este movimiento. En este
marco es en el que hay que colocar todo el periodo de la ciencia árabe: no hay
que tener miedo de ver una continuidad y partir del periodo mesopotámico, que
forma parte de este conjunto, para pasar luego al mundo griego, después al
árabe y, finalmente, al latino a partir del siglo XVI. Toda esta historia
comporta rupturas y continuidades, pero en su conjunto íntegro es imposible no
tener en cuenta a una de sus etapas. Una vez se ha esbozado este cuadro
general, volvemos al problema de la ciencia árabe. Se trata de una etapa muy
importante en el desarrollo de las ciencias exactas en los alrededores del
Mediterráneo, que tuvo lugar entre los siglos VIII y XV; y digamos seguidamente
que por “ciencia árabe” hay que entender la ciencia que se produjo en esa
lengua, aunque se hiciera por árabes, persas, turcos, beréberes u otros.
Durante varios siglos, la lengua árabe fue la única lengua de investigación
científica que hubo alrededor del Mediterráneo, inmediatamente posterior a la
lengua griega y anterior a la latina, y finalmente vendrían las diferentes
lenguas europeas, principalmente a partir del siglo XVII.
Las traducciones
en lengua árabe y el nacimiento de una lengua científica
Ya que mi trabajo
tiene lugar en el campo de la historia y en el de la astronomía, de ellos es de
donde voy a tomar varios ejemplos.
Comenzaremos en
el siglo IX de nuestra era, aunque es muy probable que hubiera elementos de
investigación científica antes de esta fecha, porque el desarrollo de las
ciencias exactas en el trascurso del siglo IX fue tan brillante y fecundo que
no hubiera podido producirse en un terreno científico completamente virgen. No
obstante, todavía no poseemos los suficientes estudios serios sobre lo que pudo
pasar en Bagdad y en Damasco en el siglo VIII o antes, en este campo, para que
podamos decir algo útil; sin embargo, voy a dar la reseña de un pequeño suceso
que tuvo lugar a finales del siglo VIII. La India era muy relevante en el campo
de las ciencias exactas alrededor del siglo VI, y las primeras fuentes de la
astronomía científica que se transmitieron al mundo árabe fueron las fuentes
hindúes. Esto fue algo que continuó posteriormente, y tenemos huellas precisas
de lo que pasó en el siglo VIII, concretamente en Bagdad hacia el 780, cuando
una misión oficial hindú se presentó para visitar al Califa. Entre sus
delegados había un astrónomo que llevaba consigo un texto de astronomía el cual
fue traducido al árabe. Los textos de astronomía hindúes contenían,
principalmente, métodos prácticos para alcanzar resultados inmediatos y simples
en el cálculo de las posiciones de los planetas. Los primeros tratados de
astronomía científica árabe de finales del siglo VIII y de comienzos del siglo
IX son copias calcadas de esta tradición, pero desde el momento que las fuentes
griegas estén disponibles en árabe, la influencia hindú pasará rápidamente a un
segundo plano, ya que los textos griegos eran mucho más ricos en razonamientos
teóricos y permitían un desarrollo de la astronomía como ciencia exacta. Estos
textos griegos van a hacer su aparición en Bagdad en torno al año 820.
En estos
momentos, el Califa al-Ma’amûn, que gobernó en Bagdad desde el 813 al 833,
desempeñó un papel muy importante. Bajo su impulso y gracias a su financiación,
comenzaron a ser traducidos todos los textos científicos griegos accesibles, de
todas las disciplinas y materias: medicina, matemáticas, astronomía, etc. Este
movimiento de traducción se propagará a lo largo de este siglo, pero fue bajo
el mandato de al-Ma’amûn cuando se comenzaron la mayoría de las traducciones, y
también fue este Califa el que tomó la decisión política de introducir en su
imperio estos textos científicos, permitiendo el desarrollo de la corriente de
investigación en las ciencias exactas.
En su mayor
parte, los textos griegos se estudiaban ya en este lugar, pues el imperio ‘abbasí ocupaba parte del antiguo imperio
bizantino –al menos en lo relativo a los actuales estados de Siria, Egipto e Iraq–
y algunos centros culturales de este imperio tan importantes como Apamea,
Antioquia, Harrán, Damasco o Alejandría formaban parte del imperio ‘abbasí en esa época. Aunque llevaban
años sin ser utilizados, la mayoría de los textos ya estaban en las bibliotecas
de estas ciudades o en las de los conventos cristianos que existían en la
región. También se enviaron expediciones desde Bagdad a Bizancio en busca de
libros griegos de los que no existían copias en el país árabe.
Hubo una
institución en Bagdad llamada la “Casa de la Sabiduría” (Bayt al-Hikma) que desempeñó un papel
importantísimo en este trabajo. Organizada y financiada por el poder central,
este centro cultural fue fundado probablemente por Hârûn al-Rashîd dos
generaciones antes. Era a la vez una biblioteca, una especie de academia y un
centro de traducción e investigación. Junto a esta institución oficial y
vinculados con ella, se crean otros equipos de trabajo, como por ejemplo el
formado alrededor de los tres hermanos Banû Musa, unos mecenas y brillantes
matemáticos y astrónomos que atrajeron a Bagdad a personas tan importantes como
Thâbit ben Qurra, originario de Harrán y perfecto conocedor del siríaco, el
griego y el árabe, el cual tradujo y compuso tratados sobre todas las ciencias
conocidas de su época. Todos estos sabios trabajaron en equipo y las obras
bibliográficas antiguas, como el Fihrist de
al-Nadîm, escrito en el 945, dan noticia de la gran cantidad de correspondencia
científica que había entre ellos, en la que se discutían y trataban problemas
concretos. En esta época hubo un verdadero medio de investigación científica en
el sentido en el que hoy lo entendemos, colaborando todos en un mismo trabajo,
ya fueran musulmanes, cristianos, judíos, zoroastrianos o sabeos. Algunos han
hablado de una “edad de oro” de la investigación en el Bagdad de entonces, lo
que es probable que sea parcialmente cierto.
Volviendo al
asunto de las traducciones, tomemos como ejemplo el paso al árabe de los textos
de astronomía griegos. El sabio griego más importante en el campo de la
astronomía es Ptolomeo, que vivió en el siglo segundo de nuestra era. Realizó
la síntesis de todos los trabajos de sus predecesores, añadiendo sus propias
observaciones e investigaciones personales. Su obra más importante en esta disciplina
es el Almagesto, en trece
volúmenes, que es un tratado completo de astronomía teórica que servirá de
manual básico para todos los astrónomos hasta el siglo XVI. Por orden de
al-Ma’amûn, esta obra fue traducida al árabe por al-Hajjâj, entre los años 826
y 827. Se edificaron dos observatorios, uno en Bagdad y otro en Damasco, para
verificar por observación directa los resultados mencionados por Ptolomeo.
Luego veremos cómo se llevó a cabo esta verificación y cuáles fueron los
trabajos originales compuestos en Bagdad sobre esta base. La obra de Ptolomeo
no es simplemente un conjunto de fórmulas matemáticas que permiten la
composición de unos mapas en los que se reflejan los movimientos de los astros,
como era el caso de los tratados hindúes traducidos a finales del siglo VIII,
sino que es rica en lo que a la enseñanza teórica respecta, con demostraciones
geométricas muy elaboradas que sedujeron con rapidez la los sabios de Bagdad.
La traducción de al-Hajjâj era muy fiel al texto griego original y en Bagdad, a
lo largo del siglo IX, todavía era preciso que en el equipo de trabajo hubiera
alguien que conociera el griego para poder acudir al texto original y saber qué
es lo que realmente quería decirse, pues el léxico árabe aún no estaba a punto
y el vocabulario científico no estaba completamente establecido. Pero tomando
como base esta traducción se hizo posible un trabajo en árabe y se desarrolló
la investigación con la creación de una ciencia en lengua árabe. En el 892 hubo
una segunda traducción al árabe de la misma obra, el Almagesto, después de sesenta y cinco
años de práctica de la ciencia, pero esta segunda traducción ya no exigía la
necesidad de recurrir eventualmente a alguien que conociera el griego, pues la
lengua árabe se había convertido en una lengua científica con un vocabulario
desarrollado y adaptado. De esta forma, tenemos en Bagdad, en el siglo IX, dos
fechas precisas en lo que a la astronomía concierne: 826 y 892. En el año 826
el idioma árabe todavía no estaba preparado, pero en el 892 la lengua se había
convertido en científica. Podría decirse los mismo de todas las ciencias
exactas, ya que con las matemáticas, por ejemplo, sucedió algo semejante. Poco
a poco, una lengua se puso a punto, y al cabo de cierto tiempo, cuando hay una
investigación en este idioma, ya no es necesario acudir a la lengua original,
pues el árabe es suficiente.
Debido al
desarrollo de las ciencias y a la creación científica en Bagdad, puede decirse
que la lengua árabe se convirtió a partir del siglo IX en el único idioma
científico de la época alrededor del Mediterráneo, y así siguió siendo durante
varios siglos.
El desarrollo de
la astronomía científica en lengua árabe desde el siglo IX al XI
Como dije
anteriormente, fueron construidos dos observatorios por orden de al-Ma’amûn,
uno en Bagdad y otro en Damasco. En astronomía y en el resto de disciplinas, la
investigación científica comenzó de inmediato con las traducciones del griego
al árabe y los tratados con los resultados de estas investigaciones se
compusieron a partir de la primera mitad del siglo IX. La astronomía griega era
geocéntrica, es decir, que en ella se consideraba a la Tierra como centro
absolutamente estable del mundo, con el resto de los astros girando a su
alrededor. Los árabes seguirán manteniendo esta tradición, y habrá que esperar
a Copérnico, en el siglo XVI, para que comience a ser contemplado el movimiento
de la Tierra, tanto sobre sí misma como alrededor del Sol.
Una de las
primeras obras sobre astronomía teórica basadas en la tradición de Ptolomeo es
el “Tratado del año solar”3
que, atribuido falsamente a Thâbit ben Qurra y compuesto después del 832 y
antes del 850, trata de descubrir la duración del año solar, base de todas las
constantes astronómicas. Ptolomeo, en el libro tercero del Almagesto, había propuesto una
explicación geocéntrica del movimiento del Sol y había compuesto unas tablas
que permitían calcular su posición.
Entre el 830 y el
832, los astrónomos de al-Ma’amûn confrontan sus propias observaciones de la
posición del Sol con las posiciones calculadas a partir de los esquemas
propuestos por Ptolomeo, aproximadamente unos setecientos años antes, y
constataron un importante desfase. Ante esta situación pueden imaginarse dos
actitudes posibles: o bien mantener la antigua teoría “poniendo los relojes en
hora”, es decir, añadiendo a todas las tablas el valor del desfase que se había
constatado, o bien cuestionar la misma teoría solar y volver a construir unas
tablas en función de los resultados teóricos así adquiridos. Prevaleció esta segunda
actitud y el “Tratado del año solar”
criticó fuertemente a Ptolomeo, disecó su razonamiento, aunque manteniendo su
visión geocéntrica, y llegó a poner a punto una nueva teoría centrada en la
órbita solar, contrariamente a lo expuesto en el Almagesto. De esta forma, el
cálculo de la duración del año solar era mucho más exacto que el de Ptolomeo.
He aquí, pues, una actitud que se generalizó muy rápidamente respecto a los
textos científicos griegos: tomarlos como base de trabajo para construir una
obra original.
Acabamos de ver
un ejemplo de tratado “teórico”, pero muy pronto van a aparecer problemas de
astronomía “práctica”. Efectivamente, a partir de finales del siglo VIII y con
el desarrollo de las ciencias exactas en el contexto concreto de una sociedad
musulmana por organizar en el marco del vasto imperio ‘abbasí, a los sabios de las distintas
disciplinas se les pidió la solución de cierto número de problemas de orden
práctico, con implicaciones sociales y religiosas. Así fue como los astrónomos,
por ejemplo, tuvieron que responder a las demandas de los astrólogos, cuyo
papel social a nivel oficial era importante4 . Las tablas
astronómicas para el cálculo de la posición de los astros se harán, en parte,
con este objeto pero, principalmente, el trabajo de los astrónomos contribuyó a
resolver los problemas prácticos del calendario, de los horarios y de la
orientación en la tierra y en el mar5. Todos estos temas fueron el
origen de importantes desarrollos teóricos que sobrepasaron con creces el marco
estricto de los problemas prácticos en cuestión: la geomancia y la ciencia de
la hora, la cuestión de la qibla
para la determinación de la dirección hacia La Meca a partir de un lugar dado,
el cálculo de la visibilidad del creciente lunar, la geografía matemática y el
cálculo de la latitud y la longitud de un lugar, la ciencia náutica para la
orientación en el mar...Detengámonos un momento sobre la cuestión del
calendario.
En el mundo
árabe, como ya sabemos, el calendario oficial es el lunar6.
Recordemos que el año uno de la hégira comenzó el viernes 16 de julio del 622
d.C., que el año lunar está compuesto por doce meses de veintinueve o treinta
días, que el cambio de fecha tiene lugar con la puesta de Sol, y que el paso de
un mes a otro se produce con la visión de la primera franja de la luna
creciente en el horizonte, justo antes de la puesta de Sol. Ptolomeo transmitió
un valor muy exacto de la duración media del mes lunar: veintinueve días y un
poco más de media hora (unos cuarenta y cuatro minutos aproximadamente); lo
cual daba como resultado un año lunar de doce meses y de 354,367 días de
duración, por término medio. Este valor se verificó y se tomó desde el siglo IX
por los astrónomos árabes que pusieron a punto un ciclo de treinta años para
construir un calendario oficial, en el que se alternaban meses de veintinueve y
treinta días, y en el que once de los años de este ciclo tenían un día de más
añadido al último mes, que normalmente tenía veintinueve días. La
correspondencia astronómica se respetaba respecto a su duración a largo plazo,
pero la visibilidad del primer creciente lunar en el horizonte, en la tarde del
día veintinueve, siempre implicaba el cambio de mes en el lugar en que se
efectuaba dicha observación, aunque esto pueda llevar acarreado la diferencia
de una unidad en el número de días del mes, entre un extremo y otro del mundo
musulmán. Si bien la visibilidad efectiva del creciente lunar es algo que en
principio se exige en la ley religiosa, la cuestión que se le planteaba a los
astrónomos era la posibilidad de prever mediante el cálculo, la visibilidad del
creciente lunar en un lugar determinado, en la tarde del día veintinueve del
mes, cualquiera que fuera el dato del calendario oficial. Este problema es de
difícil solución debido al número de los parámetros en cuestión –coordenadas
celestes del Sol y de la Luna, velocidad aparente de estos dos cuerpos
celestes, latitud del lugar, luminosidad del cielo en el horizonte, etc.– y,
como muchos astrónomos lo abordaron, trajo consigo unos desarrollos teóricos
muy importantes sobre la visibilidad de los astros en el horizonte
inmediatamente después de la puesta de Sol.
Para llevar a
buen término estas investigaciones era necesaria la creación en Bagdad de una
tradición de investigación científica en lengua árabe en todos los campos de
las ciencias exactas y, entre ellos, en el de la astronomía. Esta última
disciplina hacía varios siglos que ya no estaba viva en la cuenca mediterránea,
ya que no se habían registrado más que algunas observaciones aisladas entre el
siglo II y el VIII y, por lo general, los sucesores de Ptolomeo en lengua
griega no fueron más que simples comentadores. Había pues una discontinuidad en
esta tradición, y cuando se trató de revivificarla en Bagdad, bajo el mandato
de al-Ma’amûn, las fuentes de trabajo eran mayoritariamente griegas, pero era
preciso volver a encontrar las bases y métodos que convenían para esta
disciplina y, por lo tanto, volver a crearlos. El resultado presenta una mejora
muy sensible en relación a su modelo heleno, dependiendo todo el desarrollo
ulterior de la astronomía árabe de este punto de partida, del que pueden
subrayarse tres características7:
a) La gran
importancia otorgada a la relación entre teoría y observación conducirá a la
creación de grandes observatorios con un programa de observaciones continuas, a
partir de los dos primeros de Bagdad y Damasco, y a la evolución hacia modelos
geométricos que cada vez reflejen mejor el movimiento de los astros en un marco
geocéntrico.
b) El fundamento
matemático de la astronomía se desarrollará muy fuertemente, lo que junto con
el brillante desarrollo de las diferentes disciplinas matemáticas árabes,
constituirá uno de los pilares del progreso científico de toda la escuela
oriental de la astronomía árabe, reduciendo cada vez más la parte no
despreciable del empirismo que se encontraba en los trabajos de Ptolomeo.
c) Se realzará la
relación de conflicto entre la astronomía “matemática”, que trata de dar cuenta
de la forma más racional y precisa posible del movimiento teórico de los
astros, y la astronomía “física”, que tiene por objeto el encontrar cuál es la
organización concreta del Universo, en el marco de los principios cosmológicos
basados principalmente en los escritos de Aristóteles. Esta preocupación la
encontramos ya en los escritos de Ptolomeo, pero los astrónomos árabes hicieron
de este conflicto uno de los motores del progreso de la investigación
astronómica, junto con los dos puntos precedentes8.
Esta actitud será
constante y, en el siglo XI, Ibn al-Haytham (muerto alrededor de 1040) hizo
balance de los dos siglos de investigación que le habían precedido, constatando
las dificultades a las que se enfrentaba la astronomía, que hasta entonces
seguía en el marco de lo que había sido propuesto por Ptolomeo. Todo este
trabajo lo compendia en una obra que lleva por título “Dudas sobre Ptolomeo” (al-shukûk alâ Batlamiyûs)9. En
ella, sólo se limita a enumerar un listado de todo lo que aparece como
contradictorio o inexacto en los razonamientos de este ilustre predecesor, sin
proponer soluciones pero mostrando todas las imposibilidades a las que se
encaraba la investigación astronómica, que hasta entonces permanecía dentro del
marco trazado por Ptolomeo. De esta forma, corrobora que hay que encontrar
nuevas bases de trabajo que ya no estarán centradas en los trabajos de este
gran astrónomo griego.
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