ISLAM Y CIENCIA EN AL-ANDALUS (II). LA CIENCIA EN AL-ANDALUS
’Ilu.
Revista de Ciencias de las Religiones. 2006, XVI, pp. 75-92
- Autor: Juan Martos
Quesada - Fuente: ’Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones
Tras una etapa de
supervivencia de la ciencia de carácter mozárabe, a lo largo del siglo VIII, el
desarrollo de la ciencia andalusí tiene lugar a partir del siglo IX, con el
apoyo del poder estatal omeya, dinastía instaurada a mediados del siglo VIII, y
el proceso de orientalización que la misma lleva a cabo, especialmente a
principios del siglo IX.
Tal y como ha
descrito M. ‘A. Makki (31), el proceso de orientalización de la cultura
andalusí comienza ya con el acceso al trono del primer emir omeya en el año
756, con un primer periodo de influencia siria, seguido de una etapa de
influencia iraquí, que se inicia a principios del siglo IX y se consolida bajo
el emirato de ‘Abd al-Rahmān II (821-852).
Es necesario
destacar el importante papel jugado por los viajeros andalusíes que parten
hacia Oriente, Egipto o el Norte de África (32), a fin de poder cursar estudios
con los maestros de estas tierras o bien para cumplir con sus deberes de
peregrinación, y que acaban trayendo las últimas novedades en los campos
culturales y científicos.
Pronto es Córdoba
la que se convierte en meta de los viajeros y sabios no andalusíes, que, de la
misma manera, cumplen un papel de transmisión de la cultura y de la ciencia. La
Mezquita aljama de Córdoba —fundada por ‘Abd al-Rahmān I en el año 786— acaba
por convertirse en un centro de difusión cultural en donde, poco a poco, se van
introduciendo las enseñanzas de la medicina, las matemáticas y la astronomía.
No es ajeno a
este desarrollo de las ciencias en al-Andalus el interés que los emires omeyas
y gran parte de la nobleza andalusí sienten por los libros y por las
bibliotecas (33). Sabemos que ‘Abd al-Rahmān II envía a ‘Abbās b. Nāsih a
Oriente a fin de comprar libros; la existencia de una biblioteca real está
documentada desde la época del emir Muhammad (852-886) y que ‘Abd al-Rahmān III
y sus dos hijos Muhammad y al-Hakam llegaron a formar importantes bibliotecas
personales.
Todo esto motivó
que la ciencia andalusí, tras un proceso de asimilación de la ciencia árabe de
tradición indo-iraní y helenística proveniente de Oriente, sufriera un salto
cualitativo hacia la segunda mitad del siglo X, con figuras como Maslama el
madrileño y su escuela, en el campo de la Astronomía y las Matemáticas, o de
al-Zahrāwī en el ámbito de la medicina, que dará sus frutos más evidentes en el
siglo XI (34).
En cuanto a la
postura del Islam andalusí, hay que decir, en primer lugar que, aunque no fue
la única escuela o corriente musulmana que se dio en al- Andalus, tal y como
deja claro Maribel Fierro en su excelente artículo (35), lo cierto es que el
Islam en la España musulmana toma el nombre de mālikismo. Es tal esta especificidad
religiosa del Islam andalusí, que se ha llegado a hablar de esta escuela como
la “espina dorsal” de la identidad de al-Andalus.
Ni siquiera la
época almohade, con la persecución de los alfaquíes mālikíes, fue capaz de
marginar esta tendencia, cuya uniformidad es palpable a lo largo de toda la
época omeya, tal y como ha quedado demostrado en los innumerables trabajos que,
sobre la presencia de dicha escuela en al-Andalus se han escrito (36).
La sensación de
tierra fronteriza que tenía la sociedad andalusí determinó en gran medida que
el ya mencionado proceso de arabización fuera vivido intensamente, pues
al-Andalus se sentía parte de la dār al-islām, de la comunidad islámica; esta
orientalización, tal y como observa Maribel Fierro en su citado artículo hace
incluso que se diferencie del Norte de África, región con la que sin duda forma
un bloque geopolítico hegemónico, pero cada uno con sus especifidades propias.
Por otra parte,
el indudable monopolio mālikí no fue obstáculo para que éste diera cabida a diversas
reformas internas que, por un lado, aseguraron su supervivencia social y
religiosa, y por otro, permitió ciertas vías de escape de pensamiento que
sirvieron de alternativa al resto de las tendencias islámicas presentes en
al-Andalus.
Antes de entrar
en las opiniones del mālikismo oficial con respecto a la actividad científica,
es preciso decir que el resto de las tendencias — šāfi‘ísmo, hanafismo,
zāhirismo, mu‘tazilismo, masarrismo y awzā‘ísmo— en al-Andalus no se pronuncian
respecto a este punto —o, al menos, nosotros no hemos encontrado ningún texto
al respecto—, lo cual es lógico, dado que todos sus esfuerzos irían dirigidos a
defender sus principales puntos de vista con respecto al mālikismo: la defensa
del hadīz por los šāfi‘íes, la libertad de acción por los hanafíes, la
peculiaridad del Corán creado por los zāhiríes, el pro-‘abāsismo por los
mu‘tazilíes o el ascetismo por los masarríes; de todas formas, también es
lógico suponer que dichas corrientes musulmanas no se opusieron a la labor científica
en al-Andalus, es más, que incluso la apoyaran, tal y como hicieron los
mu’tazilíes o los hanafíes en Oriente, de hecho tenemos noticias de astrónomos
y matemáticos andalusíes, a partir del siglo IX, de reconocidas tendencias
mu‘tazilíes, como Abū ‘Ubayda al-Layzī, astrónomo valenciano muerto en el año
305/917, conocido como ¼āhib alqibla, maestro señalador de la alquibla,
partidario de que ésta se orientara hacia el Este y no hacia La Meca; Abū ‘Abd
Allāh Muhammad b. Ismā’īl al-Nahwī al-Hākim, que vivió entre los años 248/862 y
el 330/942 aproximadamente; Ahmad b. Našr de Córdoba, fallecido en el año
332/944, que escribió un libro de geometría con el peculiar título De las
dimensiones desconocidas; ‘Abd al-Rahmān b. Ismā‘īl b. Badr de Córdoba, conocido
como el Euclides andalusí; o Abū-l-Qāsim Maslama b. Al-Qāsim b. Ibrāhīm de
Córdoba, astrónomo, astrólogo y alquímico de tendencias esotéricas, muerto en
el año 352/96437.
En cuanto a los
mālikíes andalusíes, para analizar sus posiciones respecto a la ciencia de los
antiguos, veremos dos aspectos; en primer lugar, el número de alfaquíes de esta
escuela que se dedicaron a trabajos o profesiones relacionadas con el campo de
la ciencia; en segundo lugar, mostraremos algunas de las opiniones que, con
respecto al trabajo científico por los musulmanes, hemos recogido de ulemas
mālikíes de al-Andalus.
Para saber el
número de científicos que ejercieron en al-Andalus o la proporción de los
mismos en el mundo intelectual andalusí, es necesario acudir a los diccionarios
biobibliográficos, a las obras del género Tabaqāt,
género literario específico del mundo musulmán medieval, que recoge las
biografías y la obra de los principales sabios islámicos (38).
La primera
reflexión tras consultar este tipo de libros para al-Andalus, es que el número
de científicos recogidos en los mismos es muy inferior al número de ulemas, de
alfaquíes que son también biografiados. Por poner un par de ejemplos, el Ta’rīj ‘ulamā’ al-Andalus (Historia de
los sabios de al- Andalus) de Ibn al-Farabī (39), de las más de mil seiscientas
biografías recogidas, sólo se citan a treinta y seis personajes que practicaran
las ciencias de los antiguos; asimismo, Ibn al-Abbār, en su Takmila li-kitāb al-Sila, que recoge
casi tres mil biografiados, únicamente a un centenar de ellos se refiere como
sabios activos en el ámbito científico (40).
Afortunadamente
para al-Andalus, tal y como afirma Miquel Forcada en su excelente artículo
sobre biografías de científicos andalusíes anteriormente citado, podemos contar
con dos obras de este tipo dedicadas exclusivamente a hombres de ciencia, el Kitāb Tabaqāt al-aTibbā’ wa-l-hukamā’ de
Ibn Ŷulŷul, que recoge biografías de médicos, y el Kitāb Tabaqāt al-uman, del toledano Sā‘id al-Andalusī (41).
Una lectura de
estas biografías de científicos de al-Andalus nos hace extraer dos conclusiones
al menos. La primera es que el ejercicio de la actividad científica no es
incompatible con el desarrollo de otras actividades o estudios relacionados con
campos de pensamiento más islámicos, como el fiqh,
el adāb o el dīn, siendo Ibn
Sa‘id el que más se esfuerza en intentar demostrar la compatibilidad de ambas
tradiciones intelectuales (42).
Efectivamente,
personajes como Sa‘īd b. ‘Abd al-Rahmān b. Muhammad b. ‘Abd al-Rabbihī fueron a
la vez médico y alfaquí (43), Muhammad b. Tamblīs al-Tamimī fue médico y
transmisor de la Muwatta’ de Mālik (44) o Ibn al- Samīna, que fue médico,
astrólogo y un experto en ciencias religiosas (45). La segunda conclusión es
que los científicos andalusíes no formaron un grupo marginado de la sociedad en
la que desarrollaban su actividad, pues muchos de ellos llegaron a tener cargos
de cierta relevancia, como lo demuestran las biografías de Abū Bakr Sulaymān b.
Bāŷ, que fue cadí y médico (46) o ‘Abd al-Mālik b. Habīb, reconocido y famoso
alfaquí que practicaba la medicina (47).
En cuanto a la
posición del mālikismo andalusí con respecto a las ciencias de los antiguos, no
hemos podido encontrar ningún texto significativo que aclare esta cuestión,
pero sí hemos encontrado diversas opiniones respecto a este tema de ulemas
mālikíes, que nos pueden orientar en la percepción de este asunto.
Hay escritores
mālikíes que se decantan claramente por una actitud hostil al desarrollo
científico, al que ven como un pensamiento extraño y peligroso para el Islam,
como por ejemplo Ibrāhīm b. Mūsa, muerto en el año 1398, que llega a la
conclusión de que sólo son valiosas aquellas ciencias que eran necesarias o
útiles para la práctica religiosa (‘amal) no teniendo valor todas las demás,
que únicamente servirían para apartar a las personas del camino recto (48).
Al-Qayrawānī, en
su Risāla, afirma textualmente: “No se ha
de estudiar la ciencia de los astros más que para determinar la dirección de la
alquibla y para cronometrar la noche. Cualquier otro propósito diferente a los
mencionados ha de ser evitado” (49).
Asimismo, autores
de diccionarios biográficos de intelectuales mālikíes, como Ibn Baškuwāl,
ignoran u obvian las actividades científicas de sus personajes biografiados,
resaltando sólo su labor en las disciplinas de carácter marcadamente islámico,
como ocurre por ejemplo con el gienense Ibn Mu‘ād, reconocido matemático y
astrónomo de primer orden, cuya obra fue esencial para la transmisión de las
ideas científicas de Oriente a al-Andalus; pues bien, Ibn Baškuwāl la silencia
y al-Sābbī dice sólo que era faylasūf
zamāni-hi (50).
Incluso autores
mālikíes que practicaron el ejercicio de la ciencia, como el médico, alfaquí y
escritor ‘Abd al-Malik b. Habīb (m.238/853), muestran en algunas de sus obras
científicas un cierto recelo hacia la ciencia griega; así, por ejemplo en su
obra Risāla fī ma‘rifat al-nuŷūm,
en la que recoge las tradiciones de Mālik sobre Astronomía, contrapone la
astronomía tradicional árabe a la astronomía de origen clásico, a la que
condena por su relación con la astrología (51).
De todas formas,
no faltan autores mālikíes que se decantan a favor del ámbito científico. Como
ya hemos comentado, Sā‘id de Toledo, que defendió en todo momento la
compatibilidad del Islam con la ciencia, afirmaba rotundamente que el auge de
una nación iba en proporción directa al desarrollo de sus posibilidades
científicas (52).
El polígrafo
granadino Ibn al-Jatīb, tal y como señala Roser Puig, afirmaba que un cierto
conocimiento científico era necesario en la corte nazarí para poder ascender
socialmente (53). Asimismo, Ibn Ŷulŷul decía sentir “cierta amargura” por el cambio de chaqueta de Almanzor que,
por razones políticas, decidió apoyar a los alfaquíes en contra de los que
practicaban las ciencias de la antigüedad y afirmaba que “los sabios aparecen
cuando florecen los estados de reyes que buscan la sabiduría” (54).
Y, por supuesto,
contamos con las opiniones positivas de los grandes pensadores andalusíes Ibn
Hazm, Averroes, Avempace e Ibn Tufayl, filósofos aristotélicos y defensores de
la ciencia de los antiguos. Ibn Hazm, en su clasificación de los saberes,
coloca a la Medicina, a la Astronomía y a la Matemática como saberes generales
universales, es decir, que trascienden a los pueblos, en contraposición al fiqh, al kalām o a la ciencia del hadīz, que los considera saberes
particulares de cada pueblo, en este caso, del islámico (55).
Averroes, el gran
defensor del razonamiento en el mundo islámico medieval y de la lógica
aristotélica, luchó, tal como nos dice D. Urvoy, con todas sus fuerzas para
evitar que determinadas aleyas del Corán fueran interpretadas y explicadas por
los alfaquíes a la gente como contrarias al ejercicio de la ciencia (56).
Asimismo, Ibn Tufayl fue un gran defensor del conocimiento de la naturaleza y
del cuerpo humano, que lo llevó sin duda a practicar la disección de animales y
a reivindicar el ejercicio de la observación científica, al razonamiento
inductivo y a una explicación racional y lógica de los fenómenos naturales y
animales, compatibles con el Islam (57). Esta misma postura se respira en toda
la obra de Avempace, lo que valió estar continuamente perseguido por la
calumnia de la heterodoxia por los alfaquíes andalusíes del siglo XII,
defensores de la interpretación literal de los hadices y a los que cualquier
especulación al margen de ese literalismo les parecía una aberración clarísima
(58).
Por último,
dedicaremos una palabras a las obras jurídicas andalusíes. Tanto las
colecciones de fetuas, como la de al-Wanšarisī (59) o las recopilaciones de
actas notariales, como la de Ibn al- ‘Attār (60), cuando hacen mención de casos
o prácticas legales de profesionales de las ciencias, como los médicos o los
repartidores de herencia, lo cierto es que lo hacen de una manera neutral,
normativizando sus actividades, pero sin comentar o definir en ningún momento
estas actividades con respecto a su relación con las creencias islámicas.
En conclusión,
podemos decir que, en al-Andalus, el desarrollo científico se produjo con la
llegada de los omeyas, paralelo a su proceso de arabización de la sociedad de
al-Andalus, que hizo posible su emancipación de la ciencia mozárabe a partir
del siglo IX y que contó, desde el primer momento, con un tácito apoyo estatal.
Fue quizás esta característica lo que hizo que en al- Andalus no se diera una
reacción negativa exagerada contra las ciencias heredadas de los antiguos, tal
y como se produjo en Oriente, por parte de los alfaquíes y ulemas musulmanes,
aunque no por ello, dejó de lanzarse mensajes de recelo, heterodoxia y
antiislamismo contra estas ciencias por una parte de éstos, especialmente a
partir del siglo XII.
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