BATALLA DE GUADALETE Y SUS CONSECUENCIAS
Antonio Alba Fernández: octubre 2019
Los acontecimientos bélicos que se
desencadenaron en las proximidades del río Guadalete –algunas fuentes árabes
sitúan el enfrentamiento cerca de Barbate, Medina Sidonia o Jerez de la
Frontera–, entre los días 19 y 26 de de julio del año 711, marcaron el futuro
de Hispania y de los pueblos que la habitaban: visigodos e hispano-romanos.
Antecedentes
Los visigodos
fueron en origen un pueblo germánico nómada,
cuya principal actividad era el pastoreo. Con la llegada del siglo III comenzó
su expansión hacia el sur de Europa, llevando como consecuencia a cabo una
oleada de incursiones sobre los territorios del Imperio Romano, quien intentó
contenerlos firmando acuerdos con ellos y cediéndoles territorios. Sin embargo,
pronto las hostilidades se acabaron desatando entre ambos (batalla de
Adrianópolis, año 378).
Desde sus orígenes, los visigodos desarrollaron una organización
tribal a través de clanes y tribus, eligiendo un comandante para ir a la
guerra. Por otro lado, siempre destacaron por ser un pueblo supersticioso, ya
que creían que el líder electo les debía traer la victoria. No obstante, si
esta no se producía el líder podía ser eliminado, designándose a continuación
uno nuevo. Bajo estas premisas, no es de extrañar la multitud de reyes godos
que se sucedieron, siendo muchos de ellos eliminados a través de conjuras o por
grupos de poder.
Entre finales del siglo VI y principios
del siglo VII, nos encontramos con el inicio de la dominación visigoda de la
Península. Acción que recayó en un primer momento en manos de Leovigildo, quien
se trasladó definitivamente a la Península para ejercer efectivamente su poder.
Teniendo que enfrentarse en numerosas ocasiones a los suevos y a los grupos de poder
contrarios a su autoridad, ya que no fue elegido rey sino designado por su
hermano, Liuva I, quien residía en la Galia Narbonense y cuyos hijos eran
pequeños para gobernar.
Mapa que nos muestra la situación de la Península Ibérica y el norte de
África entre los años 710-711, antes de la invasión Omeya. Fuente: Geacron
Tras años de conspiraciones, sucesiones,
muertes y asesinatos de reyes, don
Rodrigo llegó al trono peninsular en el año 710. El nuevo monarca
había sido elegido legalmente a través de los métodos visigodos tradicionales.
Sin embargo, pronto tuvo que lidiar con la oposición y con las conjuras
orquestadas por los hijos del monarca anterior, Witiza.
Los miembros del bando witizano, a pesar
de su oposición al nombramiento de don Rodrigo, se atrevieron a jurar fidelidad
al nuevo monarca mientras a sus espaldas se conjuraban para eliminarlo, algo
que les dejaría libre el camino al trono.
Así las cosas, el paso principal
que deciden dar los
hijos de Witiza para acabar con el reinado de don Rodrigo es entrevistarse con los musulmanes, que
se encontraban en plena expansión, y a quienes los witizanos ofrecieron la
apertura de las puertas de la Península a cambio de su ayuda.
En el momento de la entrevista con los
witizanos, los musulmanes se hallaban asentados en las cercanías de Ceuta.
Ciudad visigoda, cuya propiedad abría la puerta a la posesión del Estrecho de
Gibraltar, y acercaba enormemente las posibilidades para lanzar expediciones
sobre la Península Ibérica, llave occidental de la Europa cristiana.
“Está comprobado, por crónicas árabes y
cristianas, que los witizanos cruzaron el estrecho para realizar un trato con
los musulmanes: facilitarles la invasión y concederles botín a cambio de
recuperar el trono” (Primo Jurado 2016, 52).
En este momento histórico, la ciudad de Ceuta se encontraba en manos de
un gobernador visigodo conocido con el nombre de don Julián, gran aliado
del antiguo rey Witiza. Don Julián siempre se había caracterizado por defender
férreamente la ciudad de las posibles invasiones extranjeras. Sin
embargo, la muerte de Witiza y la llegada al trono de don Rodrigo le hicieron
replantearse sus fidelidades, girando hacia la traición a su nuevo rey. No
obstante, con el paso de los años
surgieron leyendas, como la de la Cava, que explicaban como el origen de
la traición de don Julián no sólo estuvo marcado por lo narrado anteriormente,
sino que el detonante principal fue el agravio que sufrió su hija Florinda a
manos de don Rodrigo, quien la poseyó sin su consentimiento. En definitiva, ya
sea por unas o por otras razones, el gobernador de Ceuta pasó a formar parte
del complot orquestado por el bando witizano, algo que resultó decisivo debido
a la posición estratégica de la ciudad ceutí.
“Así, don Julián juró fidelidad a Muza
ibn Nusair, gobernador o valí del África musulmana, y se convirtió al islam”
(Primo Jurado 2016, 53).
Guadalete: la batalla
Muza ibn Nusair, una vez que obtuvo el
visto bueno del Califa Omeya de Damasco, ordenó al caudillo, Tariq ibn Ziyad
poner en marcha una operación expedicionaria sobre la Península Ibérica, para
la que contó con el soporte y el apoyo de don Julián, quien les franqueó el
paso a través de Ceuta. Las fuerzas Tariq, en esta primera expedición de tanteo
se mostraron sorprendidas al desembarcar en la actual región de Tarifa, ya que
no encontraron oposición alguna ante sus acciones. Por lo que los musulmanes
rápidamente pusieron en marcha una segunda expedición, pero esta vez con un
mayor número de fuerzas, olvidándose del tanteo y la exploración para dar paso
a la invasión y a la fuerza armada.
De esta forma, en dicho segundo
viaje, Tariq desembarcó en la
actual región de Algeciras al mando de unos 17.000 infantes bereberes –7.000
hombres según otras fuentes, de lo que se deduce que nos encontramos ante un
número simbólico–, durante el mes de abril del año 711, con los que llevó a
cabo numerosos saqueos por la región, esperando que las fuerzas visigodas se
manifestaran y le plantaran cara.
Con la llegada de los musulmanes a la
Península, el plan de los witizanos comenzaba a tomar forma. Los conjurados pensaban utilizar a los
musulmanes para que les hicieran el trabajo sangriento: eliminar en el
campo de batalla a don Rodrigo y a sus seguidores, lo cual una vez alcanzado
podrían aprovechar para llegar al trono. Sin embargo, estos no contaban con que
los musulmanes tenían sus propias intenciones y no se dieron cuenta de que en
lugar de ser ellos quienes estaban utilizando a los musulmanes para lograr sus
objetivos, eran ellos los utilizados por los omeyas para proseguir con su
expansión.
Con todo, en pocos días don Rodrigo fue
informado del nuevo asentamiento musulmán en el sur peninsular y las correrías
que estaban llevando a cabo en la región a la espera de su respuesta militar.
“En los primeros días del mes de junio de
este año 711, el grueso de las tropas omeyas se hallaba ya en Hispania,
afianzándose, en el dominio de Algeciras, una cabeza de puente que permitiría
controlar la comunicación entre las dos orillas del Estrecho” (Abellán Pérez
2014, 62).
La respuesta a la invasión no podía ser
inmediata, puesto que el rey se encontraba en las norteñas regiones de la
actual Navarra combatiendo a los vascones, quienes se habían levantado en armas
contra su autoridad. Debido a esto, don Rodrigo decidió enviar un contingente
de caballería, al mando de su sobrino Sancho para observar a los nuevos
invasores y recabar información sobre sus actividades y posiciones.
A pesar de la estrategia conservadora
ejercida por Sancho, este fue capturado y su caballería eliminada rápidamente
por los hombres de Tariq. Esta funesta noticia llegó a don Rodrigo, quien
decidió no esperar más, desplazándose rápidamente al encuentro de su
adversario. No obstante, este veloz avance jugó en contra del monarca visigodo,
ya que no gastó tiempo en poner en marcha levas en las diferentes aldeas que
atravesó, ni dejó hombres suficientes para guarecer las ciudades más próximas a
la contienda.
El objetivo
principal de don Rodrigo era buscar el enfrentamiento directo con Tariq a través de una batalla decisiva que le hiciera
retroceder al continente africano. Batalla en la que compareció toda la flor de
la nobleza visigoda, entre la que se encontraban los witizanos.
“Los estudios más rigurosos hablan de una
importante diferencia entre las dos fuerzas, mientras Tariq contaba con 17.000
soldados (16.700 de infantería y 300 jinetes), el ejército visigodo sumaba
40.000 efectivos –30.000 según otras fuentes– (35.000 infantes y 5.000 de
caballería)” (Primo Jurado 2016, 54).
Don Rodrigo y
sus tropas avistaron el campamento musulmán un 19 de julio del 711, localizado sobre una colina al lado del río
Guadalete y fortificado por una empalizada.
Como hemos podido observar a través de
los números aportados, la superioridad cristiana era aplastante. Además,
contaban con la ventaja de encontrarse en terreno conocido. No obstante, la
mala estrategia de combate desarrollada por don Rodrigo y la traición de los
witizanos a su rey, jugaron a favor del contingente invasor.
Cuadro que nos muestra al rey don Rodrigo arengando a los jefes de su ejército antes de la batalla de Guadalete. Óleo sobre lienzo obra de Bernardo Blanco datada el año 1871. La pintura se conserva actualmente en el Museo del Prado.
El mismo día
del avistamiento del campamento, ese 19 de julio, don Rodrigo decidió lanzar su
ataque. Este consistió en una carga de
caballería cuesta arriba dirigida contra el campamento enemigo, pero
desbaratada por el estrechamiento de la colina. Siendo las oleadas de flechas
musulmanas las encargadas de masacrar a los visigodos en esta primera
tentativa. Ninguna de las tres cargas de caballería que lograron efectuar antes
del toque de retirada alcanzó a penetrar en el campamento de Tariq.
Al día siguiente los combates continuaron
tras una larga noche derrotista en el campamento visigodo. Donde los witizanos
se dedicaron a desmoralizar a las tropas, esgrimiendo que los invasores sólo
buscaban botín y que una vez llenaran sus bolsillos regresarían a sus tierras,
con lo que propusieron a sus seguidores abandonar a don Rodrigo en plena lucha
para que los musulmanes acabaran con él y sus hombres.
“Los witizanos estaban al frente de las
alas del ejército, por decisión del propio don Rodrigo que buscaría con ello
una reconciliación” (Abellán Pérez 2014, 62).
El segundo día de lucha le tocó el turno
a la infantería visigoda, igualmente masacrada por las flechas enemigas en la
misma colina del día anterior. Esta vez en mayor número, ya que los movimientos
de los infantes eran más lentos. A todos estos infortunios se unió la deserción pactada de los witizanos y sus
tropas en el momento crucial de la refriega –sus seguidores
suponían un 20% del total del ejército–, dejando a don Rodrigo sólo ante la
ofensiva de Tariq, la cual llegó el día 26 de julio tras varios días de
iniciativa visigoda. Esta ofensiva supuso el golpe final y marcó el momento
decisivo del combate.
“Don Rodrigo cuya única virtud fue la
valentía, muere con la espada en la mano y con su caballo Orelia asaetado. Su
cadáver se pierde” (Primo Jurado 2016, 55).
El ataque de Tariq fue devastador, ya que
destrozó casi por completo a las huestes visigodas, haciéndose con la victoria
y sumiendo en el desastre al mundo visigodo.
Cuadro que nos muestra al rey don Rodrigo montando a su caballo Orelia en
los momentos finales de la batalla de Guadalete. Óleo sobre lienzo fechado en
1858, obra de Marcelino Unceta y conservado actualmente en el Museo del Prado.
Consecuencias
Tras la derrota, los restos del
descabezado ejército visigodo fueron reorganizados, plantando cara en una nueva
batalla campal en las proximidades de Écija a las tropas de Tariq, siendo los
primeros derrotados nuevamente y aniquilados.
La noticia de
la victoria de Tariq llegó velozmente a Muza, quien se desplazó a la Península
con 18.000 hombres, poniendo en marcha una nueva línea
activa de invasión, ahora que la única oposición se encontraba en las grandes
ciudades como: Córdoba, Sevilla, Toledo, Mérida, etc. Ciudades que sufrieron la
traición del descontento pueblo judío. Población cansada de las abusivas cargas
impositivas y las persecuciones que sufrían, siendo los responsables de abrir
por las noches las puertas de las ciudades amuralladas para franquear el paso a
los invasores.
Así, antes de llegar al final del año 711, la capital del Reino Visigodo,
Toledo, estaba ya en manos de los musulmanes gracias a la traición
judía. De esta forma, ante la facilidad de conquista, Muza rompió su pacto con
los witizanos, quienes decidieron huir, concluyendo el primero apoderarse de
toda la Península Ibérica, acabando con hispano-romanos y visigodos. Don
Julián, por su parte, intentó organizar una resistencia cerca del río Tajo,
pero en su huida hacia el norte fue capturado cerca de Huesca y asesinado por
sus aliados musulmanes.
La expansión musulmana no terminó aquí,
sino que años más tarde cruzaron los Pirineos internándose en las regiones
francas donde fueron derrotados (batalla de Poitiers, año 732), viéndose
obligados a frenar su expansión europea por el momento.
La derrota en Guadalete supuso la pérdida
de casi la totalidad del territorio peninsular a favor de los musulmanes,
quedando como únicos focos de resistencia cristiana las regiones montañosas del
norte peninsular, desde donde se extendió la futura Reconquista, la cual costó
en torno a siete siglos concluir. Por su parte, la victoria de Tariq provocó el
surgimiento de un Emirato sometido al Califa de Damasco, al menos en las
décadas inmediatamente posteriores a la conquista, ya que dicho estatus
cambiaría con la llegada al poder de Abd al Rahman I. Con todo lo anterior, se
daba inicio a la idea de Al-Ándalus, y se ponía punto y final a la existencia
del Reino Visigodo.
Bibliografía
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