AL-MANSUR
Al-Mansur:
Abu Yusuf Ya‘qub b. Yusuf b. ‘Abd al-Mu’min. Alcazarquivir (Marruecos), 1160 –
Marrakech (Marruecos), 22.I.1199 (580 H./1184 C.-595 H./1199 C.). Tercer califa
almohade.
Califa
almohadeMecenas
Biografía
La muerte del segundo califa
almohade, Yusuf I, en Santarén el 29 de julio de 1184 fue mantenida en secreto
durante un tiempo, aprovechado por el sayyid (príncipe almohade) Abu Zayd
‘Abd al-Rahman b. ‘Umar b. ‘Abd al-Mu’min para reunir a los hijos del Califa y
a los principales jeques almohades y sugerir que fuese nombrado sucesor Abu
Yusuf Ya‘qub, uno de los hijos de Yusuf I (su madre era una esclava donada al
Califa por el ex-gobernante de Silves, el andalusí Sidray b. Wazir).
El nuevo Califa no hizo público el
fallecimiento de su padre hasta haber llegado a Sevilla y haberse asegurado
allí de que no habría oposición a su nombramiento, jurándosele fidelidad el 10
agosto de 1184. Abu Yusuf Ya‘qub tenía entonces veinticuatro años y medio. Era
rechoncho, de color moreno, de cabeza grande y ojos negros. El 2 de septiembre
dejó Sevilla, paró en Rabat donde adoptó oficialmente el título de “Emir de los
Creyentes” y llegó a Marrakech hacia comienzos de octubre. Tomó una serie de
medidas de reforma moral (prohibición de las bebidas alcohólicas y de los
vestidos suntuarios, persecución de los músicos) y otras que servían para
reforzar la imagen de que la doctrina almohade suponía el regreso a la edad de
oro del Islam. En este sentido, está el intento del Califa por dirigir la
oración en persona, actuar como juez en sesiones públicas y atender
directamente las peticiones de sus súbditos, aunque lo poco práctico de este
intento hizo que pronto se abandonase. También empezó entonces la construcción
en Marrakech del suburbio de al-Saliha, al sur de las antiguas murallas
almorávides, a donde el nuevo Califa planeaba trasladar su residencia,
abandonando el palacio almorávide en el que se había instalado su abuelo ‘Abd
al-Mu’min tras la conquista de la ciudad. Al-Mansur llevó a cabo una reforma
numismática con la acuñación del doble dinar, que tal vez haya que poner en
relación con la devaluación y eventual desaparición del dinar de Ibn Mardanis,
del que existía una gran demanda en la Europa cristiana (el “morabetino”).
Además, el doble dinar pudo haber sido introducido como reacción al intento por
parte de Alfonso VIII de dominar el mercado del dinar de oro acuñando su propio
morabetino en Toledo.
Pero al poco tuvo que salir en
expedición militar hacia el Magreb central. Los almorávides Banu Ganiya, que se
habían mantenido como gobernadores en Mallorca y que durante el gobierno de los
califas anteriores habían mostrado cierta disposición a someterse a los
almohades, decidieron, tras el desastre de Santarén, rechazar la autoridad
almohade. Se pusieron en contacto con los partidarios de los Hammadíes,
antiguos señores de Tremecén, derrocados por los almohades y que eran beréberes
Sanhaya como los almorávides. Esta alianza llevó al desembarco de los Banu
Ganiya en Bugía, ciudad que tomaron el 22 mayo de 1185, comenzando así un largo
y destructivo enfrentamiento en el norte de Africa. ‘Alī b. Ganiya también se
apoderó de Argel, Miliana, Asir y la Qal‘a de los Banu Hammad. Mientras tanto,
‘Alī b. Reverter (hijo del catalán Reverter que había sido uno de los
principales comandantes militares de los almorávides), preso en Mallorca a
donde había ido para exigir a los antiguos señores de su padre que se sometiese
a los almohades (a quienes él servía), aprovechó la ausencia de ‘Alī b. Ganiya
para, con la ayuda de los numerosos prisioneros cristianos, apoderarse de la
alcazaba de Mallorca. Hizo prisioneros a varios miembros de los Banu Ganiya,
por los que Ibn Reverter obtuvo un cuantioso rescate y seguidamente abandonó la
isla, junto con Muhammad b. Ganiya, el único miembro de la familia gobernante
que se había sometido a los almohades.
Tropas almohades, ayudadas por la
flota de Ceuta, reconquistaron en la primavera de 1186, entre otras, las
ciudades de Argel y Bugía y marcharon contra ‘Alī b. Ganiya, ocupado entonces
con el asedio de Constantina. El líder almorávide, abandonando el asedio, se
retiró hacia Hodna, desde allí tomó Tozeur y Gafsa, pactando una alianza en
Trípoli con los contingentes turcos de los Guzz, enviados por el califa abbasí
contra el “herético” califa almohade. Túnez y Mahdiyya fueron las únicas
ciudades que quedaron en poder de los almohades en Ifrīqiya.
Fue entonces cuando el califa
almohade decidió mandar en persona una gran expedición hacia la parte oriental
de sus dominios. Tras haber visitado Tinmal para implorar la protección del
Mahdī en diciembre de 1186, llegó a Túnez en la primavera de 1187 y desde allí
envió contra los rebeldes y sus aliados tropas al mando de un primo suyo, quien
fue derrotado el 24 de junio de 1187 en la llanura de ‘Umra, cerca de Gafsa.
Tres meses después (14 octubre) los almohades vencían sin embargo en al-Hamma y
a comienzos de 1188 Gafsa fue reconquistada. El sur de Ifriqiya volvía a estar
en poder de los almohades. El capaz ‘Ali b. Ganiya moriría poco después. Pero
su sucesor Yahya b. Ganiya mantuvo la oposición a los almohades, causando
graves daños en la zona oriental del imperio, donde también actuaba el armenio
Qaraqus al frente de tropas turcas (los Guzz). Todo ello distrajo tropas y
fondos de la defensa de al-Andalus.
Tras una campaña que había
comenzado mal, pero de la que acabó saliendo victorioso, el Califa inició el
regreso y llegó a Tremecén, ciudad de la que era gobernador su tío Abu Ishaq
Ibrahim. Al dudar el califa de su fidelidad, fue destituido y murió linchado
por el populacho. Otro tío, Abu l-Rabī, Sulayman, gobernador de Tadla, también
fue arrestado. Un hermano del Califa, Abu Hafs ‘Umar al-Rasid, gobernador de
Murcia, se había puesto en contacto con el rey de Castilla Alfonso VIII, parece
que con la intención de establecer un reino propio, dependiente de los
castellanos, como el de Ibn Mardanīs (este al-Rasīd tal vez era hijo del
matrimonio de Yusuf I con una de las hijas de Ibn Mardanīs; el propio califa
Ya‘qub había contraído matrimonio con una de ellas). Pero los triunfos
militares del Califa en Túnez hicieron que los partidarios de al-Rasīd le
abandonasen. Aunque con anterioridad no se había ejecutado a ningún miembro de
la familia mu’miní, esta vez tanto Sulayman como al-Rasīd fueron llevados a
Salé y ejecutados, preludiando todo ello las profundas divisiones dentro de la
familia califal que tanto contribuirían a la caída de la dinastía. Tal vez la
decisión de al-Mansur de restablecer el uso de la maqsura (un
espacio cerrado en la mezquita reservado al califa y su entorno) tuviera que
ver con estas traiciones dentro de la familia mu’miní.
Fue entonces cuando el Califa
volvió a ocuparse de la Península Ibérica, de donde había partido hacía casi
cinco años, con objeto de contener los ataques de portugueses y castellanos,
quienes habían continuado su expansión, si bien querellas entre los distintos
reinos cristianos habían impedido aprovechar la ausencia del Califa para lanzar
una gran ofensiva. Sancho I de Portugal, con la ayuda de contingentes cruzados
que iban de camino hacia Palestina (Jerusalén había sido conquistada por
Saladino en 1187), conquistó Silves el 3 septiembre de 1189, después de un
asedio que duró tres meses, durante los cuales ningún gobernador almohade de
las ciudades vecinas hizo intento alguno por ayudar a sus habitantes. Tal vez
ello fue debido a que, al mismo tiempo, el rey de Castilla Alfonso VIII atacó
Magacela, Reina, Alcalá de Guadaira y Calasparra, distrayendo hacia la zona las
tropas que podrían haber ido a socorrer a la asediada Silves.
En 1190, Abu Yusuf Ya‘qub se lanzó
a la ofensiva, partiendo de Marrakech, con altos en Rabat y Tarifa. El califa
marchó a Córdoba, donde visitó las ruinas de Madīnat al-Zahra, y donde
estableció treguas con los castellanos (ya había concluido otras con León). A
continuación, el ejército califal atacó las fortalezas portuguesas de Torres
Novas y Tomar, al norte de Santarén, mientras otro ejército asediaba Silves.
Torres Novas capituló, pero Tomar, defendida por los templarios, resistió.
Problemas de avituallamiento (que se repetían con frecuencia en las campañas
almohades) y un brote de disentería en el campamento almohade que afectó al
propio califa forzaron a éste a levantar el asedio de Tomar y Silves,
regresando a Sevilla en el mes de julio. Pasó el invierno en la ciudad, donde
se dedicó a administrar justicia personalmente, ocupándose en especial de los
casos que podían exigir la aplicación de la pena capital. Entre ellos estaba el
de ‘Alī al-Yazīrī, un rebelde de corte mesiánico de origen andalusí, y sus
seguidores, de los que fueron ejecutados noventa y nueve. Otro rebelde,
al-Asall, que actuaba en el Zab, también fue derrotado y muerto.
Al año siguiente, el Califa procuró
empezar antes su campaña, haciéndolo en el mes de abril. Después de atacar
varias fortalezas al sur del Tajo (Alcacer do Sal, Palmela y Almada), capturó
Silves por sorpresa el 10 julio de 1191. Estas conquistas, sin embargo, no
fueron acompañadas de medidas adecuadas para asegurar el mantenimiento a largo
plazo de esas fortalezas en manos musulmanas.
El Califa regresó al Magreb, donde
cayó enfermo y decidió nombrar heredero a su hijo Muhammad (el futuro
al-Nasir), al que los miembros de la dinastía juraron fidelidad. Al recuperarse
de su enfermedad, en 1193, se dedicó a ampliar notablemente la ciudad de Rabat,
de dónde partían las expediciones para al-Andalus, construyendo además una
nueva mezquita de la que sólo se completó el alminar. También ordenó la
construcción de la fortaleza de Hisn al-Faray (Aznalfarache) cerca de Sevilla,
en la orilla occidental del Guadalquivir. El lugar sería celebrado por los
poetas cortesanos en innumerables poemas. Poco después, en 1195, el Califa
organizó una nueva expedición contra los cristianos, al haber expirado las
treguas de 1190 y haber atacado Alfonso VIII la región de Sevilla (en 1192 el
papa Celestino III había logrado concertar a León, Castilla y Aragón). Tras
dirigirse primero a Sevilla, partió en seguida, llegando, vía Córdoba y el
puerto de Muradal, a la llanura de Salvatierra y al Campo de Calatrava donde se
enfrentó a Alfonso VIII, con un ejército en el que había tropas andalusíes,
beréberes, árabes y turcas (los Guzz),
además de contar con la ayuda del disidente castellano Pedro Fernández de
Castro y sus seguidores. El 18 o 19 de julio de 1195 los castellanos fueron
derrotados en la batalla de Alarcos, en la que las fuentes musulmanas destacan
la participación de antepasados de los meriníes y hafsíes, las dinastías que
surgirán de la descomposición del imperio almohade. El día que llegó la noticia
de la victoria a Córdoba, Averroes se postró y rezó dando gracias a Dios por
aquella victoria. Los castillos de Alarcos, Malagón, Benavente, Caracuel y
Calatrava fueron capturados. A su regreso a Sevilla, el Califa adoptó el título
de al-Mansur bi-llah (el Vencedor por Dios) para marcar su victoria.
En la primavera de 1196, el Califa
rechazó la petición de treguas de los castellanos y tomó Montánchez, Trujillo y
Plasencia, devastando asimismo, en el valle del Tajo, la región de Talavera.
Llegó incluso hasta la vega de Toledo y saqueó sus viñedos y huertos. Castilla
fue atacada al mismo tiempo por el rey leonés Alfonso IX, a quien ayudaron
tropas musulmanas, y por el Rey de Navarra. Otra expedición al año siguiente
llevó al Califa a Córdoba (fue entonces cuando tuvo lugar el proceso y condena
de Averroes) y de allí a saquear el valle del Tajo, pero sin lograr entablar
batalla, pues Alfonso VIII se retiró detrás de la sierra del Guadarrama. Los
almohades atacaron Madrid, que fue defendida con éxito por Diego López de Haro,
así como Alcalá de Henares y Guadalajara; luego iniciaron el regreso a Sevilla.
Allí continuó el Califa con la construcción de la mezquita y su alminar (la
Giralda) e inspeccionó a los oficiales encargados del fisco con objeto de
acabar con la corrupción. Nombró a tal efecto a un sobrino del famoso Abu Hafs
‘Umar al-Hintatī, uno de los compañeros de Ibn Tumart cuyo apoyo había sido
decisivo en el establecimiento de la dinastía mu’miní. Este sobrino, llamado
Abu Zayd ‘Abd al-Rahman b. Yuyyan, tendría un papel muy importante en el futuro
de la dinastía.
Tras pasar casi tres años en la
Península, el Califa decidió regresar a Marrakech, cruzando el Estrecho en
marzo de 1198. Habiendo enfermado poco después, se entregó a ejercicios de
devoción y obras piadosas (se dice que por remordimiento por haber mandado
ejecutar a miembros de su familia), repartiendo limosnas y construyendo un
hospital. También tomó medidas discriminatorias contra los judíos conversos (de
cuya conversión dudaba), obligándoles a llevar un signo especial para
distinguirlos de los musulmanes “viejos”. Antes de morir, reunió en su palacio
de al-Saliha a los jeques almohades y a los miembros de su familia y les hizo
una serie de recomendaciones respecto al gobierno del imperio, entre ellas la
de ocuparse con especial interés de “los huérfanos y la huérfana”, refiriéndose
a los andalusíes y a al-Andalus, necesitados de tropas y de mantener
fortificadas las fronteras.
El corto reinado de al-Mansur
(quince años) no le había permitido llevar a cabo él mismo esa recomendación,
para la que había empezado a dar pasos (por ejemplo, cuando procuró asegurar el
mantenimiento de Alcacer do Sal en manos musulmanas). También intentó el
saneamiento de la recaudación fiscal, al tiempo que parece haber procurado
reducir el número de parientes suyos en la administración del imperio y ganarse
a los andalusíes dando mayor participación a las familias de notables urbanos
en el gobierno. El dudoso apoyo andalusí a los almohades se refleja en una de
las acusaciones hechas contra Averroes: según los acusadores, al comentar
el Libro de los
animales de Aristóteles el filósofo habría dicho que él
había visto una jirafa en la corte del “rey de los beréberes”, forma despectiva
de referirse a quien se titulaba califa. Aunque la anécdota no sea cierta,
revela el temor almohade a no ser tomados en serio en sus pretensiones
califales. De hecho, el califato almohade, cuyo carácter beréber se había
intentado disimular mediante la adopción por los mu’miníes de genealogías
árabes, no llegó a gozar de reconocimiento fuera del Occidente islámico. Cuando
llegó una embajada de Saladino para solicitar la ayuda de la flota almohade
contra los cruzados (ayuda que no fue otorgada), en la carta correspondiente no
se mencionaba el título califal de éste.
Entre las familias andalusíes que
colaboraron con los almohades se cuentan, entre otras, las de los Banu Zuhr,
Banu l-Yadd, Banu Rusd (Averroes) y Banu Hawt Allah, uno de los cuales, el
malagueño Abu Muhammad Ibn Hawt Allah, fue preceptor de los hijos del califa
al-Mansur. El intento de éste por dar mayor participación a los andalusíes en
el gobierno local (como parece reflejarse en el nombramiento de visires y
cadíes) tal vez fuese uno de los factores que influyeron en la persecución
contra Averroes. Una delegación almohade fue a Marrakech en 1194-1195 pidiendo
que se condenase a Averroes, pero el Califa no atendió sus ruegos. Durante el
paso del Califa por Córdoba en ese mismo año, lo volvieron a intentar sin
éxito. Tan sólo en 1196 se decidió a condenarlo, parece que no por instigación
de los alfaquíes malikíes como se ha venido repitiendo hasta ahora, sino, por
lo que sabemos ahora gracias a trabajos como los de D. Urvoy, J. Puig, É.
Fricaud y M. Geoffroy, por instigación de los jeques almohades que no veían con
buenos ojos la dedicación a la filosofía del andalusí y, sobre todo, por los
cambios que Averroes proponía en la doctrina de Ibn Tumart. Hubo un edicto del
Califa ordenando abandonar el estudio de las ciencias de los antiguos, excepto
aquellas que, como la medicina, la aritmética y la astronomía, eran de utilidad
para todos y necesarias además para llevar a cabo las prácticas rituales
(fijación de las horas de la oración y de la qibla).
El edicto de al-Mansur fue redactado por su secretario andalusí Abu ‘Abd Allah
Ibn ‘Ayyas al-Bursani y se ha conservado en la obra al-Dayl wa-l-takmila de
Ibn ‘Abd al-Malik al-Marrakusi. El Califa, que parece haber actuado bajo
presión de los jeques almohades, en cuanto pudo dio marcha atrás. A comienzos
de 1198-1199, un grupo de notables sevillanos testificaron en contra de las
imputaciones formuladas contra Averroes y el Califa, satisfecho con ello,
levantó la medida adoptada contra él y contra el grupo de discípulos que lo
apoyaron. Averroes fue llamado a Marrakech como una forma de rehabilitación, si
bien no consta que fuese restituido en sus cargos.
La persecución de las ciencias de
los antiguos no fue la única que tuvo lugar bajo su reinado. Al-Mansur era gran
admirador del jurista y teólogo andalusí Ibn Hazm (fue a visitar ex-profeso su
tumba), cuya doctrina zahirí había supuesto un duro ataque contra la de los
alfaquíes malikíes preponderante en al-Andalus, alfaquíes a los que acusaba de
no utilizar apropiadamente el Corán y las tradiciones del Profeta como
fundamentos de la ley religiosa. Al-Mansur habría tratado de sustituir el
malikismo andalusí por la doctrina legal de Ibn Hazm (también se dice que por
el hanbalismo), aunque parece más apropiado decir que lo que buscaba era que
los alfaquíes se inspirasen directamente en las fuentes reveladas haciendo uso
de su esfuerzo de interpretación, exactamente el programa expuesto por Averroes
en su obra jurídica “El comienzo para quien se esfuerza por llegar a una
interpretación personal y el fin para quien se contenta con un conocimiento
adquirido de otros” (Bidayat
al-muytahid wa-nihayat al-muqtasid), que terminó de componer
precisamente bajo el reinado de al-Mansur en 1188. Entre las medidas tomadas
por el Califa para llevar adelante su programa de renovación del ámbito del
derecho se cuenta la quema de obras malikíes en Fez, después de haber salvado
los textos coránicos y de la Tradición del Profeta, así como el Muwatta’,
obra de Malik b. Anas (el fundador de la escuela malikí) que era considerada
una obra de hadiz (Tradición del Profeta). Otra medida fue el nombramiento,
altamente simbólico, de Ibn Baqi como cadí, pues este Ibn Baqī era descendiente
de un sabio religioso cordobés que en la segunda mitad del s. IX había
intentado combatir las tendencias malikíes desde posturas doctrinales que
tenían ciertas concomitancias con las de los almohades. Al-Mansur encargó a uno
de los cuadros político-religiosos (talaba)
almohades, al-Dahabī (1159-1204), que era especialista en ciencias de los
antiguos, la supervisión de los cadíes y la emisión de opiniones jurídicas.
Como su padre Yusuf I, al-Mansur
fue un mecenas del mundo del saber. Averroes compuso a instancias suyas su
comentario al poema médico de Avicena. De época de al-Mansur se conservan unas
bellas copias (hechas en 1193) del así llamado Muwatta’ de
Ibn Tumart, que se trata en realidad de la recensión del Muwatta’ de
Malik b. Anas hecha por el discípulo de este último Ibn Bukayr. También ordenó
la compilación de tradiciones sobre la oración extraídas de diez colecciones de
hadiz, imitando así lo que Ibn Tumart había hecho sobre la purificación; esa
compilación fue enseñada a la gente, recompensándose a quienes la aprendían de
memoria. Bajo su reinado se asiste a un extraordinario desarrollo del sufismo
(es la época del famoso místico murciano Muhyī l-din Ibn ‘Arabī). Del propio
Califa se dijo que al final de su vida se dedicó a hacer vida de sufí,
tejiéndose en torno a él una serie de leyendas que han sido estudiadas
recientemente por H. Ferhat.
Leer menos
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Autor/es
Maribel
Fierro
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