JEREZ, LOS ORÍGENES DE UNA CIUDAD
ISLÁMICA
Miguel Ángel Borrego Soto*
Los
hallazgos de las recientes excavaciones en puntos claves del centro Histórico
de Jerez, y la reinterpretación de las fuentes históricas y biográficas Árabes
han obligado a retrasar la génesis de la ciudad de Jerez al siglo VIII, Cuatro
centurias antes de lo estimado hasta hace poco tiempo.
Introducción
Los
orígenes de Jerez de la Frontera, en la provincia de Cádiz, han sido desde
antiguo tema muy debatido y sobre el que existen diversas y variadas hipótesis.
Una de ellas defiende que Jerez procede y está situado en el solar de la romana
Ceret o Cerit, tesis ya clásica y enfrentada tanto a la idea de aquellos
investigadores que respaldan una fundación islámica para Jerez, como a la
teoría que, partiendo de esta última, mantiene que la ciudad es producto de la
progresiva evolución de una supuesta alquería o población hispanorromana de
nombre desconocido y escasa relevancia, colonizada por los musulmanes a partir
del año 711.
Es
cierto que, a pesar del empeño de algunos historiadores locales por dar a Jerez
un pasado ancestral y remoto, casi legendario, el legado documental y
arqueológico de que disponemos evidencia que la ciudad carece de esa pretérita
historia, aunque no así su entorno. Habría que añadir, no obstante, que la nula
o escasa información con la que contamos sobre esta cuestión dificulta
enormemente la tarea de refutar el testimonio de la crónica anónima Dikr bilad
al-Andalus (segunda mitad s. XIV ó XV), que hace de Jerez una población
moderna, una de las que se construyeron en tiempos del Islam.
Es
más, las fuentes históricas y geográficas árabes suelen especificar, llegado
el
caso, el origen preislámico del lugar que describen, algo que nunca ha sucedido,
por ahora, con Jerez. Y aunque parece fuera de toda duda que el germen de la
ciudad debe rastrearse, efectivamente, en época andalusí, es * Miembro del
grupo de investigación Al-Andalus-Magreb (PAI HUM-385), Universidad de Cádiz, y
del Centro de Estudios Históricos Jerezanos (e-mail:
edabordo@telefonica.net). también
cierto que desconocemos la fecha exacta de ese asentamiento y si éste tomó el
nombre de algún enclave preexistente de origen romano o visigodo.
El Jerez prealmohade
En
el siglo V de nuestra era, tras la crisis del Bajo Imperio Romano, comienza a
despuntar en la zona del Guadalete la ciudad de Assidona, población que en el
último cuarto de la centuria siguiente –con la monarquía visigótica bien
asentada ya en nuestro territorio– se convirtió en el centro administrativo y
espiritual de una comarca cuyos límites coincidían con los del antiguo
Conventus Gaditanus.
Tras
la llegada del islam a la Península el año 711, esa comarca quedó integrada en
la provincia o cora de Sidonia, unidad político-administrativa con capital en
la ciudad del mismo nombre y extensión prácticamente similar a la de
sus
antecesoras goda y romana. Sidonia limitaba al norte con las coras de Niebla,
Sevilla y Morón; al este, con la de Takuruna; al sur, con la de Algeciras, y al
oeste, con el Océano Atlántico.
Hacia
mediados del siglo IX, la ciudad preponderante de la Cora aún era Sidonia, pero
a partir de las incursiones normandas del año 844, inicia un declive paralelo
al ascenso de otros núcleos urbanos como la hoy desaparecida Calsena y Jerez,
sucesivas capitales que al tiempo se convirtieron en centros intelectuales de
cierta importancia, coincidiendo con el período de bonanza económica que la
cora experimentaba por entonces. Este esplendor tiene su reflejo en la Historia
de los ulemas de al-Andalus del cordobés Ibn al-Faradi (m. 1013), que
inmortaliza a una treintena de sabios de Sidonia y otras ciudades y alquerías
de la zona, especialmente las mencionadas Calsena y Jerez.
Si
hacemos caso de las fuentes escritas, la ruina de Sidonia y de Calsena parece
concretarse en el siglo de las taifas. A partir de ese momento, los datos sobre
ambas poblaciones, sobre todo los de la primera, desaparecen. Sobre la ciudad
de Sidonia sabemos muy poco durante la época islámica y su exacta ubicación,
pero la coincidencia toponímica ha llevado a localizarla comúnmente
donde
hoy se levanta Medina Sidonia.
Sin
embargo, en el entorno del castillo de Doña Blanca, a medio camino entre Jerez
y El Puerto de Santa María, se hallan los restos islámicos más antiguos de la
provincia de Cádiz conocidos hasta ahora, fechados a comienzos del siglo VIII.
El nombre de este yacimiento y el de toda la zona donde se localiza es, desde
época medieval, Sidueña. En su solar hay vestigios importantísimos de una
importante polis fenicia de nombre aún por concretar y otros de origen romano,
visigodo e islámico. La idea de que este enclave pueda relacionarse con la
Asido fenicia que citan Plinio y el anónimo de Rávena y que sería la génesis de
la supuesta Assidona romana o visigoda y, por ende, de la Sidonia andalusí, es
demasiado sugestiva como para desecharla. La etimología y las fuentes
geográficas parecen darnos la razón.
Tradicionalmente,
la traducción del topónimo árabe /Shiduna/ o /madinat Shiduna/ al español, ha
sido la de “Medina Sidonia”, interpretación que, aunque
obvia,
resulta más confusa e imprecisa que las apropiadas “Sidonia”, “ciudad de
Sidonia”, “(cora de) Sidonia” o, mejor, “Sidueña”, denominación que, como ya
hemos apuntado, existe hoy día.
Las
descripciones que las fuentes árabes hacen del enclave en el que la Sidueña
islámica se situaba nos obligan a revisar y reinterpretar los textos, ya que
aquéllas poco o nada tienen que ver con Medina Sidonia, y bastante con la
Sidueña
localizada a los pies de la Sierra de San Cristóbal, sobre el extenso valle de
Sidueña por el que discurre el río Guadalete y –según al-Mas’udi (m. 956)–
frente a la “isla de Cádiz”.
En
efecto, nos cuenta el historiador Ahmad al-Razi (m. 955) que Sidueña fue una
ciudad “muy grande a maravilla”, con un monte sobre ella “de muchas fuentes que
dan muchas aguas”, semejante al “hermoso promontorio vestido de diversos
frutales y fecundado con copiosos nacimientos de agua, a quien hoy llamamos la
Sierra de San Cristóbal, por su ermita, castillo y atalaya […]” que nos refiere
el jerezano Fray Esteban Rallón en pleno siglo XVII y que recuerda a la
“Montaña Media” que al-Himyari (m. 1325-6) coloca “cerca de Sidueña”, con
restos antiguos y una gruta en su interior. Sea como fuere, el emplazamiento
coincide con el mismo donde, al sur del alfoz jerezano, se ubicaba el pago,
dehesa o lugar de Sidueña que encontramos en documentos castellanos desde el
siglo XIV, una zona de viñedos, olivares y huertas en la que es posible que
estuvieran situadas, en el siglo XII y “sobre el Guadalete”, las ruinas de la
yerma y deshabitada ciudad de Sidueña, como parece señalar la versión medieval
de al-Zuhri (s. XII).
Una
visita al lugar nos hace pensar, también, si no fue éste el lugar fácilmente
practicable por mar para los ataques normandos de los años 844-5 o el debatido
escenario de la famosa batalla que en el año 711 enfrentó a las tropas del rey
don Rodrigo con las musulmanas de Tariq.
Lo
cierto es que los primeros nombres de los habitantes del Jerez islámico
aparecen en los años finales del siglo IX, momento en el que se advierte un
mayor número de nombres de sabios musulmanes en los repertorios
bio-bibliográficos, y la proliferación en las crónicas de noticias sobre la
ampliación de mezquitas y la construcción o fundación de nuevas ciudades.
De
estos ulemas, muchos tendrán origen muladí, lo que evidencia la progresiva
islamización
de la Península en esas fechas.
En
la primera fase de este proceso, que iría desde el siglo VIII hasta comienzos
del IX, el grado de asimilación de la población autóctona había sido prácticamente
nulo, debido al escaso número de musulmanes que entró en la Península durante
la conquista y otros factores como la endogamia característica de los clanes
árabes que conformaban la élite política y militar invasora, o la fuerte
oposición, espoleada por combativas y díscolas sedes episcopales, que la
minoría musulmana encontró en el arraigado cristianismo de muchas de las urbes
conquistadas. Esto llevó, en no pocas ocasiones, a la edificación de nuevos
asentamientos puramente musulmanes junto a las insurrectas metrópolis
cristianas. Se procuraba, de esa forma, el control del territorio a escasa
distancia del enemigo militar y espiritual. ¿Sucedió esto con Sidueña, sede del
obispado de la región, y Jerez?. No sería el primer y único caso de este tipo en
al-Andalus, recuérdese, por ejemplo, lo sucedido con las ciudades de Elvira y
Granada.
Desconocemos
las causas por las cuales Sidueña fue perdiendo importancia en favor de Jerez,
pero las continuas ofensivas normandas y el posible enfrentamiento con la cúpula
eclesial asidonense pudieron provocar en la autoridad musulmana la necesidad de
hallar o construir otra población. Ésta pudo ser Jerez, lugar cercano aunque
más hacia el interior, en el centro de una
rica
comarca agrícola próxima al mar de nombre Cerit. Lo cierto es que, en el siglo
X, las autoridades envían a Jerez intelectuales y hombres expertos en ciencias
religiosas desde la cercana Sidueña, tal vez para asegurar la arabización e
islamización de sus habitantes.
Es
significativo que algunas fuentes de finales del siglo X y del XI denominen a
esta nueva población, que cuenta ya con mezquita aljama, /Sharish Shiduna/,
Jerez Sidonia (o Jerez Sidueña). Con todas las reservas y objeciones que
quieran hacerse, el hecho revela que Jerez fue, de alguna manera, consecuencia
y continuación de Sidueña. Con el paso de los años, Jerez pierde el “apellido”
y a su vecina Sidueña, de la que, como señalamos anteriormente, apenas quedaban
rastros en el siglo XII. Dice al-Razi (m. 955): […] Et Xerez Sadunia es nombrada
entre todas las cibdades de Espanya, et en
ella
ha todas las bondades de la tierra et de la mar; que si vos yo quissiese contar
todas las bondades della et de su termino, non podria. Et las aguas non se
dannan como otras, et la su fruta dura mucho. Et Xerez es tan buena que le non
puede escusar en lo mas de Espanya […]. De la misma forma llama Ibn Hayyan (m.
1076) a Jerez en un fragmento dedicado al ataque normando del año 844 a la zona, en tiempos del
emir Abd al-Rahman II (m. 852). Aún en el siglo XIII, Ibn Dihya (m. 1235) sigue
haciendo lo propio cuando menciona el lugar al que pertenece la alquería de
Jarana y la ciudad de nacimiento y residencia del poeta y juez Ibn Lubbal (m.
1187-8), autor de los versos siguientes [metro tawil]:
“Cuando
el que está afligido contempla el bello rostro
de
la tierra de Sidueña, olvida su pena.
Parece
que la mano de la lluvia hubiera cubierto
de
verdes brocados sus valles y majadas.
Como
un aladar por las mejillas del hermoso,
discurren
los arroyos por sus marjales".
Tal
vez por todas estas razones, comprendamos mejor por qué el Dikr bilad
al-Andalus considera a Jerez una población moderna, una de las que se construyeron
en tiempos del Islam. Esta aseveración podría dejar fuera de toda
duda
que el germen de la ciudad debe rastrearse en la Sidueña emiral o califal,
si
no fuera porque seguimos sin saber la fecha exacta de ese asentamiento y si
éste
tomó el nombre y ocupó el espacio de algún enclave o región preexistente
de
origen romano o visigodo, Ceret o Cerit, al que se le añadió el de su antecesora,
Sidueña. Recordemos, con todo, a Casiri, quien afirma que Jerez debe su nombre
al persa Xiraza, en cuyo honor, la colonia del mismo origen allí
asentada
–parte tal vez de los contingentes militares del sirio Balch b. Bishr llegados
a la Península en el 741– llamó a esta ciudad que, poco a poco, fue recibiendo
a los habitantes de la colindante Sidueña y otros puntos del entorno.
En
conclusión, la Sidueña de las crónicas y repertorios bio-bibliográficos árabes
no es la actual Medina Sidonia, que debió de llamarse de otra forma, probablemente
Madinat Ibn al-Salim, porque lo que encuentra Alfonso X a mediados del siglo
XIII es un castillo y una villa que conserva el apelativo de Medina y “que es
en la tierra de Sydonia”. El enclave de la /Shiduna/ andalusí, tal vez la Asido
latina de origen fenicio a la que el arzobispo toledano Jiménez de Rada
adjudica el nombre de Assidona, se halla en Sidueña, lugar cercano a
Jerez
cuya descripción concuerda con la de los textos árabes. Este enclave terminó
despoblándose y, por diversas razones, cedió su hegemonía a Jerez, ciudad con
la que llegó incluso a identificarse.
Almorávides y almohades
La
época de los reinos de taifas (s. XI) supuso para Jerez la merma paulatina de
su naciente hegemonía tras someterse a los Banu Jizrun de Arcos –que
convirtieron a esta ciudad en la capital del reino del mismo nombre– y, posteriormente,
a los Banu Abbad de Sevilla, metrópoli que absorberá y eclipsará política e
intelectualmente a las poblaciones y coras bajo su dominio. La entrada de los
almorávides, primero, y la de los almohades, después, supone un cambio en la
situación, ya que muchas ciudades importantes de la zona tendrán la oportunidad
de luchar por su autonomía y conseguir alguna preeminencia. Jerez destaca por
su oposición al poder almorávide entre los años 1143 y 1145, convirtiéndose en
un pequeño reino influyente –gobernado por Abu l-Gamr Ibn Azzun, de los Banu
Ganiya– en el período conocido como segundas taifas o taifas de transición
entre almorávides y almohades.
Con
estos últimos recupera Jerez su peso político en la región debido, tal vez, a
su inmediata sumisión al califa Abd al-Mu’min y a que éste, a cambio, declarara
libre de confiscaciones a la ciudad. Los geógrafos Ibn Galib (s. XII) y
Yaqut
(s. XIII) la vuelven a citar como capital de la cora en esos siglos.
La
importancia mercantil y estratégica que la ciudad llegó a alcanzar entre mediados
del XII y las primeras décadas del XIII fue notable. Antes de ser tomada por
los cristianos, Jerez era una medina de unos 20.000 habitantes, con más de 20
mezquitas, rodeada de una fuerte muralla y dotada de alcázar, adarves,
alcaicería, y todos los elementos de una gran urbe andalusí, judería y arrabales
incluidos.
De
la mano de este indudable avance comercial y urbano de Jerez durante los siglos
XII y XIII, llega su desarrollo cultural. Los sabios jerezanos eran, en su
mayoría, aristócratas y notables que, junto a su ocupación erudita, ostentaban
cargos religiosos y jurídicos de responsabilidad en la ciudad. Éstos, al igual
que otros ulemas de su tiempo, acudían a aprender, perfeccionar su formación e,
incluso, enseñar a los lugares de referencia de la época, es decir, Córdoba,
Sevilla, Málaga o Granada, sin olvidar las peregrinaciones en busca de
conocimiento a Oriente. Es el caso de los jerezanos Ibn Lubbal (m. 1187-8), Ibn
Malik (m. entre 1195 y 1197) o Ibn Azhar (m. 1188-9), convertidos pronto en prestigiosos
maestros en la propia Jerez, centro de obligada visita para muchos
sabios
de al-Andalus y, en menor medida, del resto del Islam, desde principios del
XII. El poder, asimismo, promovería y se impregnaría de ese ambiente ilustrado.
Uno de los gobernadores de Jerez durante la época almohade fue, por ejemplo, el
prolífico poeta sevillano Abu Umar Ibn Abi Jalid (m. 1215-6). Entre los
jerezanos que estudiaron con los arriba mencionados se cuentan, entre otros
muchos, el gramático Ibn Abd al-Mu’min (m. 1223), muy conocido por su excelente
comentario a las Macamas de al-Hariri de Basora, el poeta Ibn
Shakil
(m. 1208-9), el médico Ibn Rifa’a (m. 1239) o el visir y poeta Ibn Giyat (m.
1223) quienes, a su vez, continuaron la labor de instruir a nuevos discípulos
en
la ciudad procedentes de la misma Jerez y de otras partes de al-Andalus. Con la
conquista de la ciudad por las tropas del rey castellano Alfonso X, culmina la
historia andalusí de Jerez. Tras la entrega de la ciudad a las tropas cristianas
y la consiguiente expulsión de la población musulmana, muchos ulemas de origen
jerezano acabaron por prosperar fuera de al-Andalus. Los repertorios
bio-bibliográficos nos dicen que algunos eligieron el Magreb como lugar de
residencia, en concreto las ciudades de Salé y Mequinez, y otros Oriente, ya
que se asentaron en Alejandría, Jerusalén o Damasco.
Para
saber más:
-
ABELLÁN PÉREZ, Juan, El Cádiz islámico a través de sus textos, Cádiz,
2005
(2ª ed.).
-
ABELLÁN PÉREZ, Juan, Poblamiento y administración provincial en al-
Andalus.
La Cora de Sidonia, Málaga, 2004.
-
AGUILAR MOYA, Laureano, “Jerez islámico”, en CARO CANCELA, Diego
(coord.),
Historia de Jerez de la Frontera. De los orígenes a la época
Medieval,
I, Cádiz, 1999, pp. 193-256.
-
BORREGO SOTO, Miguel Ángel, “Algunas consideraciones sobre el Jerez
prealmohade
y preislámico (Cerit)”, Estudios sobre Patrimonio, Cultura y
Ciencia
Medievales, VII-VIII (Cádiz, 2005-6), pp. 55-70.
-
BORREGO SOTO, Miguel Ángel, “La ciudad andalusí de Shiduna (Siglos
VIII-XI)”,
Al-Andalus--Magreb, 14 (Cádiz, 2007), pp. 5-18.
-
BORREGO SOTO, Miguel Ángel, “Sabios musulmanes de Jerez (ss. IXXIV)”,
Al-Andalus--Magreb,
11 (Cádiz, 2004), pp. 7-66.
-
BORREGO SOTO, Miguel Ángel, “Poetas del Jerez islámico”, Al-Andalus--
Magreb,
15 (Cádiz, 2008), pp. 41-78.
-
GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Rosalía, “La ciudad islámica de Jerez: una visión
desde
la arqueología urbana”, en LÓPEZ ENAMORADO, Mª Dolores y
REYES
RUIZ, Antonio (eds.), Tetuán y Jerez: dos ciudades a través de la
historia,
Jerez 2006.
-
GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Rosalía y RUIZ MATA, Diego, “Prehistoria e
Historia
Antigua de Jerez”, en CARO CANCELA, Diego (coord.), Historia de
Jerez
de la Frontera. De los orígenes a la época medieval, I, Cádiz, 1999, p.
155.
-
RUIZ MATA, Diego, “La fundación de Gadir y el Castillo de Doña Blanca:
contrastación
textual y arqueológica”, Complutum, 10 (Madrid, 1999), pp.
279-317.
-
VEGA GEÁN, Eugenio José y GARCÍA ROMERO, Francisco Antonio,
Origen
e historia del antiguo obispado asidonense, Jerez, 1997.
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