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viernes, 19 de abril de 2024

EL PAPEL DE LA MUJER EN LA MÚSICA DE AL-ÁNDALUS

 

EL PAPEL DE LA MUJER EN LA MÚSICA DE AL-ÁNDALUS

Mujeres esclavas, libres, transmisoras de tradiciones y educadoras de los hijos, así como su reflejo en la iconografía

Reynaldo Fernández Manzano – Es un medievalista, organista y musicólogo


Gracias a los Diccionarios biográficos, género histórico de gran tradición en el mundo islámico, conocemos a más de 116 mujeres en la cultura de al-Andalus. Recientemente mencionar los estudios de Mika Paraskeva (2016): Entre la música y el eros. Arte y vida de las cantoras en el Oriente medieval. El libro de las canciones Kitab al-agani. Mi artículo (2020) sobre El papel de la mujer en la música de al-Andalus, en el libro homenaje al catedrático José Antonio González Alcantud, y el completo y documentado libro de Manuela Cortés García (2022) Actividades artísticas de las mujeres andalusíes y moriscas, canto, instrumentación y danza, que tuve el honor de prologar.

Dentro de este colectivo podemos distinguir tres grandes grupos: las mujeres esclavas, las mujeres libresy la mujer y la cultura popular y cotidiana.

Se ha mitificado el papel de la mujer en al-Andalus en la literatura de finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, considerando a la mujer en al-Andalus como una precursora -casi- del feminismo actual, culta y liberal. Ciertamente llegó a un grado de desarrollo mayor que en otras zonas del mundo medieval pero con bastantes limitaciones. Las esclavas no eran libres, pertenecían a sus amos, debían satisfacerlos física e intelectualmente. Una joven esclava que supiera cantar, tocar instrumentos, componer poemas, bailar, era mucho más apreciada que otra que careciera de estas cualidades, pero era para mostrarlas ante su señor o para que este presumiera de su poder y riqueza ante sus amigos -hombres- exhibiéndola, prestándola o vendiéndola. Gozaban de un estatus mejor que el resto de las esclavas, siendo las favoritas, pero cuando la juventud y belleza desaparecían su papel era diferente, encargándose del aprendizaje de otras esclavas jóvenes. También había escuelas de esclavas para así aumentar su valor a la hora de su venta.

Las mujeres libres, como muy bien indica Manuela Marín, con alguna excepción, habían recibido la formación de su padre, sus hermanos o su marido.

La mujer también jugó un papel destacado en la cultura popular, ritos nupciales, de nacimientos, etc., así como en los cantos y danzas que acompañan los ciclos festivos agrarios y religiosos y en la educación de los pequeños. La cultura amazing (o bereber) se transmitirá fundamentalmente por la memoria oral de los poetas y las mujeres, tan importante en al-Andalus y África.

En el terreno de la iconografía referida a Granada podemos destacar las pinturas de la casita árabe que se sitúa a la izquierda de la Torre de las Damas en los Jardines del Partal, descubiertas en 1908 al levantar los enlucidos de las paredes de una reducida habitación. Se pueden ver, en la parte baja, hombres y mujeres que se solazan con músicos y cantores, una tañedora de `ūd, otra de duff (adufe, pandereta) junto a cantantes. Según Antonio Fernández Puertas fueron realizadas en época de Yusuf I (1340-1350).

El amor ‘udrî y amor cortés se desarrolló tanto en el mundo islámico como en el cristiano con mutuas influencias y relaciones.

Al-Mu`tamid (1040-1069), rey de Sevilla, paseando un día a orillas del Guadalquivir con su amigo y amante Ibn `Ammâr de Silves o Abenamar (1031-1086) jugaban a improvisar poemas, entretenimiento extremadamente popular en la sociedad andalusí de la época. Al levantarse una ligera brisa sobre el río, dijo al-Mu‘tamid: «El viento tejiendo lorigas en las aguas». Ante lo cual esperaba la respuesta de su compañero. Sin embargo, Ibn Ammar no tuvo tiempo de responder puesto que ambos oyeron una voz femenina que completaba la rima: «¡Qué coraza si se helaran!». La voz correspondía a una muchacha escondida tras los juncos. Era una joven bellísima llamada Rumaikiyya, esclava de un arriero. Al-Mu‘tamid quedó inmediatamente enamorado, la llevó a su palacio y la hizo su esposa, tomando el nombre de Itamad. Cuando al-Mutamid fue depuesto, Rumaikiyya partió con él al exilio. La relación Al-Mu‘tamid y Rumaikiyya fue la fuente de numerosas historias, como la que aparece en el Libro de los ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio, cuento XXX, De lo que aconteció al rey Abenabed de Sevilla con su mujer, Ramaiquía, obra de Don Juan Manuel.

Guillermo IX (1071-1127), Conde de Poitiers y Duque de Aquitania, será el primer trovador occidental del que nos ha quedado obra en lengua provenzal. En los años 1101 y 1102 participó tardíamente en la Primera Cruzada tras la caída de Jerusalén. Sostuvo varias guerras contra los condes de Tolosa. Fue excomulgado en dos ocasiones, una de ellas por abandonar a su esposa legítima y arrebatarle a la fuerza la mujer a su vasallo el vizconde de Châtellerault. Hizo adornar su escudo de guerra con la imagen de su mujer desnuda. Entre 1120 y 1123 combatió junto a Alfonso I el Batallador, su cuñado, para intentar conquistar a los musulmanes el reino de Valencia.

Guillermo IX, según Ramón Menéndez Pidal, se vería influenciado por la poesía y la música de al-Andalus, así como por el amor `udrī.

En la Alhambra de Granada, concretamente en la Sala de los Reyes, tenemos pinturas en las tres bóvedas realizadas para Muḥammad V, en donde se muestran escenas de caza, así un caballero cristiano ofrece un león a una dama islámica y un caballero musulmán caza a un jabalí para una dama cristiana a los pies del “Castillo del Amor”; un torneo a muerte entre un caballero cristiano y otro nazarí, bajo la mirada de unas doncellas en un castillo. Un caballero cristiano que lucha con un hombre salvaje que tiene secuestrada a una dama; una partida de ajedrez entre una dama y un caballero (que puede simbolizar compartir los secretos del amor); la fuente de la juventud y el famoso “Castillo del Amor”; junto a la representación de diez personajes hispanomusulmanes en la nave central.

Según investigaciones de Carmen Bernis Madrazo (1982) estas pinturas se realizaron a comienzos de 1380 en el estilo gótico lineal o franco gótico. Jesús Bermúdez Pareja (1987) se ocupó del tema en una interesante monografía. Antonio Fernández Puertas (2017) argumenta y ofrece datos para considerar que fueron realizadas probablemente por un pintor venido de la corte castellana de Juan I Trastámara.

 

 

lunes, 1 de abril de 2024

¿EL ANILLO DE BOABDIL? ANILLOS -SELLOS Y MATRICES SIGILARES EN AL-ÁNDALUS

 

¿EL ANILLO DE BOABDIL? ANILLOS-SELLO Y MATRICES SIGILARES EN AL-ANDALUS


A la vista del material arqueológico y de archivo, parece claro que en al-Andalus el anillo (jātam o jātim) se utilizó para sellar documentos oficiales y correspondencia solo hasta la caída del califato de Córdoba (1009). A partir del siglo XI se empleó el sello (llamado en árabe ṭābiʽ, nombre que designa también a su huella y a la huella del anillo); era pequeño primero, luego fue cada vez más grande


ANA LABARTA
UNIVERSIDAD DE VALENCIA


Arqueta de Leyre (año 966). Detalle del gobernante con su anillo-sello en el meñique izquierdo. Foto: Museo de Navarra (Pamplona). 

Siguiendo el ejemplo del profeta Mahoma, que se hizo hacer un anillo de plata para sellar las cartas, las autoridades musulmanas medievales en Oriente y en Occidente tuvieron también un anillo-sello. Aunque hay pocas referencias y muy marginales sobre al-Andalus, bastan para documentar que lo tenían los gobernantes, ministros, cargos militares y jueces, y que lo usaban para validar órdenes, salvoconductos, declaraciones, citaciones a juicio y otros documentos oficiales, además de cerrar la correspondencia. La impronta no se estampaba con tinta, cosa que no empezaría a hacerse hasta muchos siglos más tarde, sino sobre una bolita de arcilla húmeda que muy pronto se cambió por cera, en la que las letras quedaban en relieve. 

Consta cuál era el texto que llevaban en su anillo los califas legítimos, los omeyas y los abasíes de Oriente hasta el siglo XIII y también los gobernantes de al-Andalus. Aquí la fórmula más usual asociada al nombre de cada uno fue “en Dios confía fulano y en él se refugia”, hasta que ‘Abd al-Raḥmān II (m. 852) perdió el suyo y se hizo uno nuevo que decía “Abd al-Raḥmān está satisfecho con el decreto de Dios”. Esta nueva fórmula fue la que usaron todos sus sucesores hasta Hišām II (1013). No ha quedado ninguno de esos anillos, ni tampoco sus improntas, ni los documentos que las llevaban.



Museo PRASA Torrecampo (Córdoba). Fotos: Juan Bautista Carpio
Anillo N. I. 7676 visto de lado y desde arriba. 
Dice “La confianza | de ‘Isà | [está] en Dios”.  


Los anillos-sello andalusíes más antiguos que se han conservado, de los siglos VIII y IX, eran de particulares; son de plata y constan de un aro y una caja de lámina, cerrada, rellena de alguna materia. Sobre la tapa figura un breve texto grabado en hueco y en negativo. Ese texto no habla en primera persona, diciendo “soy de…”, ni desea buena suerte a su dueño, como hacían algunos anillos romanos; tampoco declara “soy un anillo”, ni afirma que “sella” o “valida”. Lo normal es que, imitando a los gobernantes, lleve escrito “en Dios [nombre propio] confía”, “[nombre] confía en Dios” o “la confianza de [nombre] está en Dios”.

Museo PRASA Torrecampo (Córdoba). Anillo N. I. 7675 de plata y cornalina con inscripción; vista lateral. Foto: Juan Bautista Carpio. 


Se observa una evolución en los anillos durante el siglo X: la caja de plata pasa a estar abierta y la inscripción va grabada sobre una cornalina, un granate u otra piedra alojada en su interior. A finales de siglo desaparecen los anillos con piedra inscrita y en su lugar la caja lleva pasta de vidrio de color que imita una piedra. El anillo fue perdiendo su función como sello, se convirtió en simple adorno y fue sustituido por la matriz sigilar.


Biblioteca de la Universidad de Granada, Ms-2-041 (2-10). Huella de un anillo con granate, hoy perdido. Decía “En Dios | Talīd ibn | ‘Abd al-Akram | confía”. Dibujo: Labarta 2017.


Surge la incógnita, que no tiene aún respuesta, de por qué se abandonó el anillo-sello; no sería para aumentar el área de las huellas, pues las matrices miden entre 7 y 10 mm de lado, igual o menos que la superficie inscrita en los anillos, que podía llegar a 11 x 15 mm. Tal vez se debiera a que las piedras tendían a soltarse del anillo y perderse: se han encontrado muchos anillos sin piedra y muchas piedras grabadas sueltas.

La matriz sigilar o sello

Las matrices más antiguas consisten en una barrita metálica, generalmente de bronce, de una sola pieza, de unos 30 mm de altura; un orificio permite llevarla colgada de una anilla. En su base, a menudo cuadrada con las esquinas cortadas, está la inscripción en negativo, en la que figura tan solo un nombre propio. Se han encontrado muy pocas y casi todas han aparecido fuera de contexto arqueológico: en el despoblado de Vascos (Toledo), en el castillo de Montanejos (Castellón), en la necrópolis islámica de Mértola (Portugal) pero sin relación con ninguna tumba, en el castillo de Miravet (Tarragona) o en la localidad de Aranzueque (Guadalajara) dentro de un tesorillo de monedas.

Museo de Castellón. Matriz del castillo de Montanejos.
Vista lateral y de la base.  
Dice “Abū Bakr | ibn Jamīs”. Fotos: Ferran Olucha. 


Las monedas que acompañaban al sello de Aranzueque fechan su ocultamiento casi con seguridad a finales del siglo XI y las características de las grafías de todas estas piezas las sitúan entre los inicios del siglo XI y la llegada de los almohades.  

No existe ninguna evidencia de sello ni de huella del periodo almohade y aunque sabemos que en el anillo de uno de sus dirigentes figuraba “He delegado en Dios; Él me basta y ¡qué excelente delegado es!” no es seguro que ese anillo anónimo se usara para sellar, al igual que sucede con otros anillos que solo llevan inscritas muestras de piedad. 

Las huellas de sello que se conservan en documentos de los siglos XIV y XV son de un tamaño mucho mayor. Los sellos de los reyes nazaríes eran redondos y se imprimían con matrices metálicas grandes, similares a las que usaban los otros reyes coetáneos hispanos y europeos. Es posible que, al igual que éstos, cada uno tuviera varios, de diferentes diámetros, para usarlos según con qué documentos. Los que colgaban de los pergaminos podían llegar a 100 mm de diámetro; los que se imprimían sobre cera roja pegada a documentos de papel tienen entre 60 y 80 mm, aunque en misivas reales escritas en romance se ven algunos que miden solo entre 45 y 57 mm. En cartas enviadas por los ministros, secretarios o altos cargos del ejército hay sellos de entre 20 y 35 mm y unos pocos de entre 15 y 20 mm; incluso estos últimos son demasiado grandes como para ser huellas de anillos. 

A la vista del material arqueológico y de archivo, parece claro que en al-Andalus el anillo (jātam o jātim) se utilizó para sellar documentos oficiales y correspondencia solo hasta la caída del califato de Córdoba (1009). A partir del siglo XI se empleó el sello (llamado en árabe ṭābiʽ, nombre que designa también a su huella y a la huella del anillo); era pequeño primero y luego fue cada vez más grande.

La leyenda del anillo de Boabdil

Son muchas las narraciones legendarias sobre cómo fue la entrega de Granada a los Reyes Católicos y sobre la marcha del último rey, Boabdil, ilustradas en nuestra mente a través del lienzo de Francisco Pradilla La rendición de Granada guardado en el Palacio del Senado de Madrid y otras pinturas historicistas del siglo XIX. Los objetos que se vinculan a Boabdil, ya sean ropajes, calzado o armas, son piezas que ejercen una especial atracción en el Museo del Ejército de Toledo. 

Según una de esas leyendas, Boabdil le habría regalado su anillo a Íñigo López de Mendoza y Quiñones (m. 1515), segundo Conde de Tendilla y primer Marqués de Mondéjar, y su familia lo habría conservado hasta la muerte del octavo Conde de Tendilla en 1656. 

El origen de este relato se encuentra en la Historia de la Casa de Mondéjar de Gaspar Ibáñez de Segovia (m. 1708), que afirmaba estar siguiendo la Historia de los Condes de Tendilla, redactada medio siglo antes por Gabriel Rodríguez de Ardila. 

Según la narración de Ibáñez, que transcribo del manuscrito modernizando un poco la ortografía, “en el momento de la entrega de la Alhambra de Granada, Boabdil preguntó a quién daban los Reyes la tenencia de la alcaidía del Alhambra y, diciéndole que al conde de Tendilla, pidió se le llamasen; y sacando una sortija de oro del dedo, con una piedra turquesa donde estaban escritas estas letras: lei lehe ille ali lehu alahu tabihu aben abi abdilehi, que traducidas en nuestro castellano dicen: No hay otro dios sino el verdadero Dios y este es el sello de Aben Abi Abdilehi, se la dio y le dijo: «Con esta sortija se ha gobernado Granada desde que se ganó por los moros; tomadla para que la gobernéis con ella y Dios os haga más dichoso que a mí». La cual yo he visto y se guarda en los señores de esta Casa”. 

Añade luego: “Esta sortija, de que dice Ardila entregó el rey de Granada al conde de Tendilla, la conservaron sus descendientes hasta que, muerto el marqués don Íñigo, último varón de esta Casa, en la ciudad de Málaga el año de 1656 sin dejar sucesión, se perdió por no haber atendido la marquesa doña María, su hermana, hallándose en Madrid, a solicitar recobrarla, o no teniendo noticia de cuan apreciable prenda era, u olvidada, después de tantos años como faltaba de la casa de sus padres, de la estimación con que se mantenía en ella”.  

La narración está recogida en la Historia de Granada de Miguel Lafuente Alcántara (1846), la Historia de España de Modesto Lafuente (1888), Las capitulaciones para la entrega de Granada de Miguel Garrido Atienza (1910) y todos los autores que les han seguido. Pero no está en el capítulo que relata la llegada de los Reyes Católicos a La Alhambra en la obra de Rodríguez de Ardila editada por Foulché-Delbosc. 

¿Tenía Boabdil un anillo? Posiblemente sí, incluso varios. ¿Tenía un anillo-sello? Aunque en teoría no se puede afirmar ni negar tal cosa, la realidad es que no hay ninguna otra referencia a él, ni queda su impronta, ni rastro de ella, en los documentos conservados. Y, como hemos visto, entre los musulmanes nadie usaba ya anillos para sellar desde inicios del siglo XI. 

Vamos a repasar juntos con cuidado la noticia.  

Dice que se sacó del dedo “una sortija de oro”. El anillo de los musulmanes acostumbraba a ser de plata, pues la Tradición desaconseja que los varones lo lleven de oro, metal que está admitido solo para las mujeres.  

La turquesa es una piedra que se puso de moda a mediados del siglo XIV y en el XV, pero es muy extraño que nos diga que llevaba una inscripción, ya que es frágil y no se usaba para hacer sellos; hubiéramos esperado que fuera una cornalina. 

El supuesto texto del anillo también resulta raro, por varias razones. En su torpe transcripción, que suena como tomada de oído, creo reconocer: lā ilaha illā Allāh ‘no hay más dios que Dios’ y haḏā hu ṭābiʽu ibn Abī ‘Abdi-llāhi ‘este es el sello de Ibn Abī ‘Abd Allāh’. En la primera parte, la profesión de fe musulmana, echo en falta la referencia a la misión profética de Mahoma. En la segunda parte, la joya se presentaría como ṭābi‘, ‘sello’, término que, como hemos visto, corresponde a la matriz, no al anillo, que se llama en árabe jātim; pero hay que recordar, además, que ninguna de estas dos palabras árabes consta en ningún anillo.  

Más sorprendente es la manera de nombrar a su dueño: ibn Abī ‘Abd Allāh ‘el hijo de Abū ‘Abd Allāh’, sin mencionar su nombre propio. Lo habitual en los anillos y sellos es encontrar el nombre propio de su poseedor seguido de ‘hijo’ y el nombre de su padre o de un sobrenombre. 

En cualquier caso, Boabdil se llamaba Abū ‘Abd Allāh Muḥammad, de modo que ‘el hijo de Abū ‘Abd Allāh’ no sería él sino un hijo suyo (o el hijo de otro Muḥammad). El padre de Boabdil, conocido entre los castellanos como muley Hacén, no se llamaba Abū ‘Abd Allāh, sino Abū-l-Ḥasan ‘Alī. De modo que, de haber existido tal joya, su dueño no podía ser Boabdil.  

La frase que éste habría dicho al entregárselo al conde de Tendilla (“con esta sortija se ha gobernado Granada desde que se ganó por los moros”) parece sugerir que en la imaginación de quien inventó la leyenda no se trataba simplemente del anillo personal de Boabdil, sino de uno heredado, transmitido de generación en generación, desde los orígenes del reino. Pero el fundador de la dinastía, Muḥammad I, tampoco se llamaba ibn Abī ‘Abd Allāh.  

Creo que lo dicho basta para mostrar que la referencia al “anillo de Boabdil”, sus características y el texto de su supuesta inscripción carecen de realidad histórica y son un invento de mediados del siglo XVII para ensalzar a la Casa de Mondéjar.

Museo Arqueológico y Etnológico de Granada DJ 00738. Anillo nazarí de oro con una turquesa, encontrado en la excavación de plaza de los Chinos, 5. Fotos: Isidro Toro y Manuel Morales. 

Ahora bien, “una sortija de oro con una piedra turquesa”, sin inscripción en la piedra, sí corresponde a un tipo de anillo que estuvo de moda en época nazarí. Algunos poemas populares de esa época mencionan el regalo de un anillo, con esmeralda o turquesa, por parte del amante como testimonio de amor y evidencia de la relación. Incluso se ha hallado uno bien conservado en excavaciones arqueológicas en Granada; exteriormente va decorado con líneas incisas que en su día iban rellenas de esmalte negro y lleva un letrerito grabado en ambos costados que dice “la gloria pertenece a Dios”. Otro anillo, también de oro y muy parecido en construcción y decoración, se encontró en la alcazaba del castillo de Mértola (Portugal). 

Dicen que toda leyenda tiene algo de verdad. Es posible que el Conde de Tendilla, una vez establecido en Granada, adquiriera un anillo como estos y que sus descendientes lo conservaran durante varias generaciones; si en familia lo llamaban “el anillo de Boabdil” sería bromeando; pero, una vez extraviado, fue fácil dejar volar la fantasía y adornar el recuerdo.


PARA AMPLIAR:

 

viernes, 14 de abril de 2023

ARTE Y ARQUITECTURA DE AL-ANDALUS

 Arte y arquitectura

DE AL-ANDALUS

Fuente: Fundación Al-Andalus

En los primeros tiempos del Islam surge un arte rico y variado basado en la tradición clásica, en el arte bizantino, en el persa y en el de los pueblos orientales que conquista paulatinamente el imperio islámico. Sin embargo, la originalidad de las estructuras arquitectónicas y los motivos ornamentales dan como fruto un arte propio, típicamente musulmán. En todas las creaciones artísticas islámicas se advierte un indiscutible parentesco, vocabulario y denominador cultural comunes.

La ornamentación es sin duda uno de los aspectos que más ha contribuido a la unificación del arte musulmán. Los mismos temas decorativos aparecen tanto en la arquitectura como en las artes suntuarias con independencia del material, la escala o la técnica empleada. La gran profusión de superficies decoradas hace que las estructuras queden parcialmente camufladas, mientras que mediante la repetición de motivos a menudo geométricos y la sabia combinación de materiales y texturas, se logra un efecto tridimensional que dota a los edificios de un cierto misterio y ligereza. La luz y el agua son elementos indispensables para la consecución de este efecto casi irreal. Tanto en los edificios como en los objetos decorativos, la caligrafía, los motivos geométricos y los motivos vegetales estilizados, también llamados atauriques, abigarran el espacio en una armoniosa interrelación.

Los motivos figurativos aparecen a menudo en los objetos domésticos, contrariando la creencia popular de que la tradición musulmana los prohíbe, aunque en realidad, ciertamente los desaconseja, ya que la divinidad perdería su carácter trascendental e inmaterial al intentar ser representada; por ello, nunca existen figuraciones en los edificios religiosos. Otro de los elementos decorativos arquitectónicos más característico son los mocárabes, que separan determinados espacios y están conformados de alvéolos semi-esféricos o prismáticos que se repiten y superponen, como en un auténtico enjambre.

Entre las artes decorativas de al-Andalus merecen ser destacadas las arquetas y botes de marfil preciosamente tallados, los almireces, pebeteros y grifos en bronce, los objetos de madera tallada, los ataifores, lebrillos, jarras y jofainas de cerámica vidriada, las pilas de abluciones y cipos funerarios de mármol, la orfebrería en oro, los tejidos en seda bordada y los libros encuadernados e iluminados.

En cuanto a la arquitectura, son numerosos los edificios andalusíes que aún se pueden admirar en la Península Ibérica. Entre los de carácter religioso constan las mezquitas. Entre las partes que suelen componer las mezquitas se encuentran el alminar, desde el que el almuédano convoca a la oración cinco veces al día, el patio, o sahn, en el normalmente hay una fuente para realizar las abluciones, la sala de oración de la mezquita, llamada haram, que suele configurarse como una gran sala hipóstila, con naves perpendiculares a la qibla. Las naves extremas se prolongan en ocasiones rodeando el patio. El muro de la qibla indica la orientación de la misma, normalmente hacia La Meca, y en él que se halla el mihrab. Entre las mezquitas que existieron en al-Andalus sobresale sin duda alguna la de Córdoba. Se conservan otras de carácter mucho más humilde en núcleos rurales, como la de Almonaster la Real (Huelva), actualmente convertida en iglesia.

Otro de los edificios más característicos del mundo musulmán son las medersas, o madrazas, destinadas a la enseñanza de las ciencias religiosas y la jurisprudencia. Éstas se articulaban en torno a un patio al que se abrían cuatro grandes salas o iwanes, y sobre el que daban las habitaciones de los estudiantes. Como ejemplo, aún se conserva un sector de la madraza de Granada, pero las más espectaculares son las madrazas meriníes de Fez, en especial la Bu Inania.

También dotados de carácter religioso, se levantaban en al-Andalus numerosos mausoleos en los que se enterraba a santones y figuras notables. Estaban cubiertos de cúpulas y solían tener planta cuadrada.

En el terreno de la arquitectura militar cabe mencionar la fortificación de las ciudades mediante murallas que presentan torres defensivas a tramos regulares. Suelen estar precedidas por una barbacana, y cuentan con un parapeto almenado. Las puertas de acceso se estructuran a veces en recodo. Dentro de las fortificaciones de este tipo, presentan gran interés las murallas de Niebla y las de Sevilla. Las alcazabas son también construcciones típicamente defensivas que en ciertas ocasiones albergaban en su recinto auténticas ciudades residenciales, como es el caso de la de Málaga y la de Almería. Dentro de la arquitectura residencial destacan también los palacios y alcázares y las ciudades palatinas, algunos tan suntuosos como los de la Alhambra y Madinat al-Zahra.

Otra de las características de la arquitectura en al-Andalus es la gran profusión de baños o hammam, esenciales para la higiene, pero con numerosas funciones más, como la religiosa, la social, etc. Derivados de las termas clásicas, están integrados por varias estancias en las que la temperatura varía de forma progresiva. Para ello se distribuye de forma subterránea el aire que previamente se calienta mediante un horno. Ronda y Jaén disponen de magníficos ejemplos, pero se conservan cerca de un centenar de baños en toda la Península Ibérica.

Finalmente, no hemos de olvidar muchos otros espacios característicos de las ciudades andalusíes, como las alcaicerías, recintos cerrados en el interior del zoco en los que se venden las mercancías más preciadas. Es interesante, en este sentido, la alcaicería que se conserva, aunque reconstruida, en Granada. Las alhóndigas o funduq se destinaban, en cambio, a almacenar productos y para alojamiento de mercaderes, de ahí la palabra fonda. Aún se conserva un notable ejemplo en Granada: el llamado Corral del Carbón.