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viernes, 18 de julio de 2025

AL-GASSANIYYA

 

AL-GASSANIYYA

Al-Gassāniyya Al-Baŷŷāniyya. Pechina (Almería), s. IV-V H./X-XI d. C. Poetisa árabe de al-Andalus.


Biografía

No se conoce ningún dato acerca de la vida de esta poetisa anónima, ni siquiera cómo se llamaba: al-Gassāniyya solo indica que pertenecía a la tribu de Gassān, y al-Baŷŷāniyya, que era natural de Pechina. Las razones de esta notable discreción son las mismas que exigen velar a las mujeres o recluirlas en aposentos particulares, inaccesibles a varones ajenos a la familia. La mención misma, fuera del ámbito familiar, del nombre de una mujer parece considerarse algo impropio y susceptible de acarrear la deshonra de sus parientes.

Es posible que Abū ʿAlī al-Baŷŷānī, de Pechina, el transmisor casi anónimo del poema que se atribuye a al-Gassāniyya, un sea algún miembro de la familia, orgulloso del talento poético de la autora. O un compatriota suyo, dispuesto a destacar los méritos intelectuales y artísticos de su ciudad natal. Es también él quien informa de las condiciones de la composición del poema, un elogio de Jayrān, el gobernador de Almería entre 405 H. /1014 d. J. y 419 H./ 1028 d. J., en los años previos a la definitiva disolución del Califato omeya de Córdoba: se trata de la emulación o imitación de otro panegírico dedicado a Jayrān, compuesto por el más famoso poeta cortesano de la época, Ibn Darrāŷ al-Qasṭallī (m. 421 H./ 1030 d. C.), lo que quiere decir que, en su poema, al-Gassāniyya usa los mismos metro y rima del de Ibn Darrāŷ.

Obras de ~ : solo se han conservado seis versos del preludio amoroso del panegírico, evocando la tristeza que produce la separación de los amigos o enamorados, cuando sus diferentes tribus¸ reunidas ocasionalmente, parten en busca de otros pastos para el ganado. El poema ha sido traducido varias veces al español (Sobh 1985 y 2002; Garulo 1986 y 1998; Gibert 1987; Rubiera 1990).

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Bibliografía

al-Ḥumaydī, Ŷaḏwat al-muqtabis fī ḏikr wulāt al-Andalus, El Cairo: al-Dār al-Miṣriyya li-l-Taʾlīf wa-l-Tarŷama, 1966, pág. 413 (nº 987)

al-Ḍabbī, Bugyat al-multamis, ed. Francisco Codera y Julián Ribera, Madrid 1885, pág. 529 (nº 1585)

Ibn Baškuwāl, Kitāb al-Ṣila, ed. Francisco Codera, Madrid, 1883, II, pág. 635 (nº 1424)

Ibn Saʿīd al-Magribī, Al-Mugrib fī ḥulà al-Magrib, ed. Šawqī Ḍayf, El Cairo: Dār al-Maʿārif, sin fecha, II, pág. 192

al-SuyūṬī, Nuzhat al-ŷulasāʾ fī ašʿār al-nisāʾ, ed. Ṣalāḥ al-Dīn al-Munaŷŷid, Beirut: Dār al-Kitāb al-Ŷadīd, 1978, pág. 82 (nº 39)

al-Maqqarī, Nafḥ al-ṭīb, ed. Iḥsān ʿAbbās, Beirut: Dār Ṣādir, 1388/1968, IV, pág. 170-171

T. Garulo, Dīwān de las poetisas de al-Andalus, Madrid 1986, Poesía Hiperión, pág. 66-67

T. Garulo, La literatura árabe de al-Andalus durante el siglo XI, Madrid: Hiperión, 1998, pág. 58-59

S. Gibert, Poetas árabes de Almería (s. X-XIV), Almería: Instituto de Estudios Almerienses (IEA), 1987, pág. 29-31

ʿU. R. KaḤḤāla, Aʿlām al-nisāʾ fī ʿālamay al-ʿarab wa-l-Islām. Beirut: Muʾassasat al-Risāla, 1982, IV, pág. 10; J. Lirola Delgado, "al-Gassāniyya", en J. Lirola Delgado y J. M. Puerta Vílchez (dir.), Enciclopedia de al-Andalus. Diccionario de autores y obras andalusíes, I, Granada: Fundación El Legado Andalusí, sin fecha, pág. 226

Mª J. Rubiera Mata, Poesía fenenina hispano-árabe, Edición, introducción y notas, Madrid: Castalia, 1990, pág. 97-99

M. Sobh, Poetisas arábigo-andaluzas, Granada: Diputación Provincial de Granada, sin fecha, pág 28-31

M. Sobh, Historia de la literatura árabe clásica. Madrid: Cátedra, 2002, pág. 990-991.

Autor/es

Teresa Garulo

 

HAFSA BINT AL-HAYY AL-RAKUNIYYA

 

HAFSA BINT AL-HAYY AL-RAKUNIYYA

Ḥafṣa bt. al-Ḥāŷŷ al-Rakūniyya. ¿Granada?, c. 530 H. / 1135 C. – Marrakech (Marruecos), 580 H. /1184 C. o 586 H. / 1190 C. Poetisa árabe de al-Andalus.

Biografía

Pertenecía a una familia granadina que las fuentes árabes califican de noble, rica y poderosa, tal vez de origen bereber, pues, como señala L. di Giacomo, Rakūna —de donde procede el gentilicio al-Rakūniyya— es el nombre de una fracción bereber establecida al oeste de Marrakech. También se llama así —Rakūna— una aldea del distrito de la Alpujarra, lugar de procedencia de la poetisa, según Ibn Sa‛īd en el Mugrib. No se conoce la fecha de su nacimiento, que L. di Giacomo supone alrededor o después de 530/1135, apoyándose quizá en las biografías de los diferentes miembros de la familia Ibn Sa‛īd con quienes tuvo ocasión de relacionarse, especialmente, los de la generación de Abū Ŷa‛far ibn Sa‛īd, su enamorado y destinatario de la mayoría de sus versos; pero tampoco se sabe cuándo nació este poeta.

Debió de recibir una educación muy esmerada, pues sus biógrafos, además de su belleza, alaban su cultura e ingenio, así como su facilidad y rapidez para componer poesía. Más adelante, quizá en los últimos años de su vida, se ocupó de la formación de las princesas almohades en el palacio del califa Ya‛qūb al-Manṣūr (580/1184-595/1199), en Marrakech, donde murió en 586/1190, según Yāqūt, o, según Ibn al-Jaṭīb, en 580/1184 o 581/1185.

Sus amores con Abū Ŷa‛far ibn Sa‛īd, el episodio más conocido de su vida, pueden situarse, aproximadamente, entre 550/1155 y 559/1164, fecha de la muerte del poeta, víctima de la política —la familia de Ibn Sa‛īd se une a Ibn Mardanīš en su rebelión contra los almohades— y de los celos del gobernador de Granada, el hijo del califa ‛Abd al-Mu’min, también enamorado de la poetisa.

Se han conservado 17 poemas breves de Ḥafṣa al-Rakūniyya, gracias fundamentalmente a los cuidados de la familia Ibn Sa‛īd, interesada en preservar la correspondencia poética entre Ḥafṣa y Abū Ŷa‛far. Quizá eso explique el posterior silencio de Ḥafṣa.

Leer menos

Bibliografía

Yāqūt, Iršād al-arīb ilà ma‛rifat al-adīb, ed. de D. S. Margoliouth, t. IV, El Cairo, 1923-1930, págs. 119-123

al-Šaqundī, “Elogio del Islam español (Risāla fī faḍl al-Andalus)”, en Andalucía contra Berbería, reed. de trads. de Ben Ḥayyān, Šaqundī y Ben al-Jaṭīb, con un pról. por E. García Gómez, Barcelona, Publicaciones del Departamento de Lengua y Literatura Árabes, Universidad de Barcelona, 1976, págs. 132-133

Ibn Diḥya, Al-Muṭrib min aš‛ār ahl al-Magrib, ed. de I. al-Abyārī, Ḥ. ‛Abd al-Maŷīd y A. A. Badawī, El Cairo, al-Maṭba‛a al-Amīriyya, 1954, pág. 10

Ibn al-Abbār, ed. en M. Alarcón y C. A. González Palencia, “Apéndice a la edición Codera de la Tecmila de Aben al-Abbār”, en Miscelánea de estudios y textos árabes, Madrid, Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, Centro de Estudios Históricos, 1915, págs. 149-690, n.º 2891

Ibn al-Abbār, Tuḥfat al-qādim, ed. de I. ‛Abbās. Beirut, Dār al-Garb al-Islāmī, 1406/1986, pág. 240 (n.º 104)

Ibn Sa‛īd, Al-Mugrib fī Ḥulà al-Magrib, ed. de Š. Ḍayf, El Cairo, Dār al-Ma‛ārif, II, s. f. (2ª ed.), págs. 138-139 y 164-166

Ibn Sa‛īd, ed. en E. García Gómez, El libro de las banderas de los campeones de Ibn Sa‛īd al-Magribī. Antología de poemas arábigoandaluces, ed. por primera vez y trad. con introd., notas e índices, Madrid, 1942 (2.ª ed., con un nuevo pról., Barcelona, Seix Barral, 1978, págs. 61 y 212-214)

al-Balafīqī, Abū Isḥāq Ibrāhīm b. Muḥammad b. Ibrāhīm, Al-Muqtaḍab min kitāb Tuḥfat al-qādim [li-Ibn al-Abbār], ed. de I. al-Abyārī, El Cairo, Dār al-Kitāb al-Miṣrī-Beirut, Dār al-Kitāb al-Lubnānī, 1402/1982 (2.ª ed.), pág. 219

Ibn al-Jaṭīb, Al-Iḥāṭa fī ajbār Garnāṭa, ed. de M. ‛A. ‛Inān, vol. I, El Cairo, Maktabat al-Jānŷī, 1973, págs. 491-494

al-Suyūṭī, Nuzhat al-ŷulasā’ fī aš‛ār al-nisā’, ed. de Ṣ. al-Munaŷŷid, Beirut, Dār al-Kitāb al-Ŷadīd, 1978, págs. 32-35

al-Maqqarī, Nafḥ al-ṭīb min guṣn al-Andalus al-raṭīb, ed. de I. ‛Abbās, t. IV, Beirut, Dār Ṣādir, 1388/1968, págs. 171-179

L. di Giacomo, “Une poétesse andalouse du temps des Almohades: Ḥafṣa bint al-Ḥājj ar-Rukūniyya”, en Hespéris, 34 (1947), págs. 9-101

Ch. Pellat, “Ḥafṣa bint al-Ḥadjdj”, en Encyclopaedia of Islam, t. III, pág. 66a

‛U. R. Kaḥḥāla, A‛lām al-nisā' fī ‛ālamay al-‛arab wa-l-Islām, vol. I, Beirut, Mu’assasat al-Risāla, 1982, págs. 267-271

M. Sobh, Poetisas arábigo-andaluzas, Granada, Diputación Provincial, [1985], págs. 94-111

T. Garulo, Dīwān de las poetisas de al-Andalus, Madrid, Hiperión, 1986, págs. 71-85

F. N. Velázquez Basanta, “Diálogo poético-amoroso en la Granada Almohade: Abū Ŷa‛far ibn Sa‛īd y Ḥafṣa la Rakūniyya”, en Anales de la Universidad de Cádiz, ts. III-IV (1986-1987), págs. 149-169

C. del Moral Molina, Un poeta granadino del siglo XII: Abū Ŷa‛far ibn Sa‛īd, selecc. de poemas, trad. e introd., Granada, Universidad, 1987, págs. 25-29 y 47-54

M.ª L. Ávila, “Las mujeres ‘sabias’ en al-Andalus”, en M.ª J. Viguera (ed.), La mujer en al-Andalus. Reflejos históricos de su actividad y categorías sociales, Madrid, Ediciones de la Universidad Autónoma de Madrid-Sevilla, Editoriales Andaluzas Reunidas, 1989, n.º 38

M.ª J. Rubiera, Poesía femenina hispanoárabe, Madrid, Editorial Castalia, 1990, págs. 138-147

C. del Moral, “Poesía de mujer, poesía de hombre: la diferencia de género en la lírica andalusí”, en C. del Moral (ed.), Árabes, judías y cristianas. Mujeres en la Europa medieval, Granada, Universidad, 1993, págs. 173-193

C. del Moral Molina, Abū Ŷa‛far ibn Sa‛īd: un poeta granadino del siglo XII, Madrid, AECI, 1997, págs. 26-33 y 54-61

B. Gruendler, “Lightning and Memory in Poetic Fragments from the Muslim West. Ḥafṣah bint al-Ḥājj (d. 1191) and Ṣārah al-Ḥalabiyyah (d. c. 1300)”, en A. Neuwirth y A. Pflitsch (eds.), Crisis and Memory in Islamic Societies. Proceedings of the Third Summer Academy of the Working Group Modernity and Islam Held at the Orient Institute of the German Oriental Society in Beirut, Würzburg, Ergon, 2001, págs., 435-452

T. Gallega Ortega, “Ḥafṣa al-Rakūniyya”, en J. Lirola Delgado y J. M. Puerta Vílchez (dirs.), Enciclopedia de al-Andalus. Diccionario de autores y obras andalusíes, vol. I, Granada, El Legado Andalusí, 2002, págs. 232-233; R. Brann, “He Said, She Said: Reinscribing the Andalusi Arabic Love Lyric”, en J. P. Decter y M. Rand (eds.), Studies in Arabic and Hebrew Letters in Honor of Raymond P. Scheindlin, Piscataway, NJ, Gorgias Press, 2007, págs. 7-15

Autor/es

Teresa Garulo

 

jueves, 12 de junio de 2025

HAFSA AL RAKUNIYA

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HAFSA AL RAKUNIYA


Jamás fue tan quejumbroso
el amor que es verdadero,
porque confía y desecha
los apocados recelos.


HAFSA BINT AL HAYY AL RAKUNIYYA hija de un noble de origen bereber, nació en Granada, en 1135 y allí pasó su infancia y juventud en un contexto de intensa agitación política, que asistió a la caída del Imperio Almorávide y la instauración del Califato Almohade. Alabada y respetada por su cultura e ingenio, al igual que por su belleza. Estas cualidades le permitieron ocupar pronto un lugar destacado en la corte almorávide de Granada, donde desarrolló una intensa actividad literaria y educativa y alcanzó rápidamente la fama.

Se trata de la poetisa arábigo-andaluza de la que se conserva un mayor volumen de su producción poética. En total, han llegado hasta nosotros diecisiete poemas, de gran calidad literaria. Fue capaz de expresar sus sentimientos reales en un leguaje llano, espontáneo y con gran belleza.

Sería en el ambiente cortesano de Granada donde conocería al poeta granadino Abu Yafar ibn Said, del ilustre linaje de los Banu Said, con el que inició una pública relación amorosa hacia el año 1154. La situación se complicó en el año 1156, cuando llegó a Granada el gobernador almohade, el príncipe Abu Said Utman, hijo del Califa Abd Al Mumin, quien se enamoró de la poetisa. En un principio, Hafsa rechazó al gobernador, pero finalmente se convirtió en su amante, quizá cansada de las veleidades amorosas de Abu Yafar o por presiones del príncipe hacia ella o su familia.

En 1158 fue enviada a Rabat en misión diplomática con un grupo de poetas y nobles granadinos ante el califa Abd Al Mumin, quien, fascinado, le concedió el feudo de Al Rakuna, cerca de Granada, epónimo del que procede el nombre con el que fue conocida.

La doble historia de amor, con el poeta granadino Abu Yafar y con el gobernador almohade de la ciudad continuó inspirando, a su vez, ingeniosos cruces de poemas amorosos, donde se asoman románticas alusiones a los celos, el secreto de los encuentros y el temor. Abu Yafar que había sido amigo y secretario del príncipe, hizo a éste objeto de sus sátiras acabó participando en una rebelión política contra el gobernador, razón por la que éste lo mandó encarcelar y finalmente crucificar en el año 1163, en Málaga.

Hafsa, sabiéndose responsable, se retiró de la corte, guardó luto a riesgo de ser encarcelada y abandonó la actividad poética, centrándose desde entonces en la enseñanza. Vivió de este modo durante una parte importante de su vida, hasta que, hacia el año 1184, aceptó la invitación del califa Al Mansur y se dirigió a Marrakech para dirigir la educación de las princesas almohades. Allí permaneció hasta 1191, año de su muerte.

Hafsa es la poetisa arábigo-andaluza de la que se conserva un mayor volumen de su producción poética, gracias, sobre todo, al interés de sus biógrafos y de la familia Banu Said. En total, han llegado hasta nuestros días diecisiete poemas, de gran calidad literaria. Heredera de la tradición poética árabe, sin embargo, Hafsa, al contrario de lo que es habitual en ésta, es capaz de expresar, con gran belleza, sus sentimientos reales en un leguaje llano y espontáneo. La mayoría de sus versos son de tipo amoroso, dirigidos a Abu Yafar, aunque hay algunos satíricos y de elogio a Abu Said, alcanzando la cima de su inspiración en aquéllos en los que se lamenta de la prisión y muerte de su amante. Muestra de las mujeres independientes y cultas de la época de esplendor de al-Andalus, Hafsa fue muy respetada, a pesar de sus aparentes libertades, en su época y por los biógrafos posteriores, que la consideraron como una gran poetisa. Ibn Al Jatib dijo de ella: «Fue única en su tiempo por su belleza, elegancia, cultura literaria y mordacidad».

POEMA A A ABU YAFAR


Tú, que presumes de arder
en más encendido afecto,
sabe que me desagradan
tu billete y tus lamentos.
Jamás fue tan quejumbroso
el amor que es verdadero,
porque confía y desecha
los apocados recelos.
Contigo está la victoria:
no imagines vencimientos.
Siempre las nubes esconden
fecunda lluvia en el seno.
Y siempre ofrece la Palma
fresca sombra y blando lecho.
No te quejes; que harto sabes
la causa de mi silencio.

 

IBN ZAYDUN

 

IBN ZAYDUN

Ibn Zaydūn: Abū-l-Walīd Amad b. ‘Abd Allāh b. Gālib b. Zaydūn. Córdoba, 395 H./1003 C. – Sevilla, 1 de raŷab de 463 H./4.IV.1071 C. Político, intelectual y poeta andalusí.

IntelectualPoeta, tisaPolítico, caVisir

Biografía

Además de contarse entre los personajes más destacados de la época taifa, Abū-l-Walīd Aḥmad b. ‘Abd Allāh b. Aḥmad b. Gālib b. Zaydūn es considerado una de las máximas cumbres de la literatura andalusí. Si el período taifa representa la edad de oro de dicha literatura, Ibn Zaydūn ocupa un lugar destacado en ese momento de esplendor, siendo considerado el mejor poeta del siglo XI.

Su trayectoria vital resulta rica y variada, en gran medida debido a sus circunstancias personales y a la época que le tocó vivir, marcada por el desarrollo de la crisis del califato cordobés (fitna) y el surgimiento de los reinos de taifa. La categoría del personaje nos permite disponer de un cúmulo de información suficiente para trazar los rasgos esenciales de su evolución personal y profesional, tanto en el ámbito político como literario.

Ibn Zaydūn nació en Córdoba en el año 394/1003 en el seno de una familia acomodada de la aristocracia árabe, ya que los Banū Zaydūn pertenecían a la tribu de Majzūm. La familia tenía notables antecedentes de dedicación al ámbito de la actividad intelectual y las letras. Su padre, Abū Bakr ‘Abd Allāh b. Aḥmad b. Gālib b. Zaydūn, le legó una importante fortuna, pero murió cuando él tenía solo once años, pasando entonces a cargo de su abuelo, uno de los juristas más relevantes de Córdoba.

Dentro de su biografía es posible distinguir dos grandes facetas, la política y la literaria, si bien ambas se combinan de forma muy estrecha, ya que buena parte de su producción poética guarda relación con su actividad de gobierno y sus peripecias con la dinastía cordobesa de los Banū Ŷahwar, a la que sirvió durante una parte importante de su vida, y después con los abadíes de Sevilla. De esta forma, los sesenta y ocho años de su vida pueden dividirse en tres grandes etapas. La primera es la de su juventud, antes de su entrada en política, que coincide con la proclamación de los Banū Ŷahwar en el año 422/1031. La segunda abarca los diez años transcurridos al servicio de la citada dinastía (422-432/1031-1040), que finalizó de forma poco amistosa. Finalmente, la tercera y más larga etapa de su vida la pasó junto a al-Mu‘tamid b. ‘Abbād de Sevilla, a quien sirvió durante veinte años, hasta su muerte (441-463/1049-1071).

La actuación política de Ibn Zaydūn debe ser calificada de relevante, ya que ocupó posiciones de privilegio e intervino en importantes situaciones y acontecimientos ocurridos en su época. Se le atribuye un papel importante en la llegada al poder de los Banū Ŷahwar, ocurrida en el año 422/1031, que puso fin al período de la fitna y supuso la definitiva abolición del califato omeya en al-Andalus. En efecto, al poco tiempo fue nombrado visir por Abū-l-Ḥazm b. Ŷahwar, quien lo tomó como su secretario y le otorgó la dignidad de “el de los dos ministerios” (ḏū-l-wizāratayn). Esta pronta acreditación de confianza en Ibn Zaydūn indica que, probablemente, ya existía una relación entre ambos y que nuestro personaje hubo de colaborar de forma activa en la elevación del nuevo soberano. Sea de ello lo que fuere, Ibn Zaydūn quedó convertido, desde el primer momento, en la mano derecha de Ibn Ŷahwar, adquiriendo, de esta forma, un protagonismo político que, a la larga, habría de marcar su trayectoria.


Fue durante esta época cuando entabló su relación con la célebre Wallāda, que tanta influencia hubo de tener en su producción poética y en su propia vida, siendo uno de los hechos decisivos que marcarían su juventud. Wallāda era hija del califa omeya al-Mustakfī, quien solo ejerció el poder durante diecisiete meses, entre los años 414-416/1024-1025, siendo destronado y asesinado. Gracias al prestigio social inherente a su condición de miembro de la dinastía titular de los derechos califales y la fortuna que heredó de su padre, Wallāda adquirió un enorme protagonismo en el panorama intelectual y literario de Córdoba, de tal manera que su palacio se convirtió en lugar habitual de reunión frecuentado por los principales escritores y poetas de la época, siendo ella misma, también, poetisa. Ibn Zaydūn y Wallāda mantuvieron una relación amorosa que acabó en ruptura, al parecer debido a la proclividad del poeta hacia cierta esclava de la propia princesa. No obstante, Ibn Zaydūn mantuvo hasta el final el recuerdo de esta relación, según queda de manifiesto en sus poemas.

Pese a los sólidos lazos iniciales que unían a Ibn Zaydūn con el soberano cordobés, las relaciones entre ambos empeoraron, al punto que el que fuera mano derecha de Abū-l-Ḥazm fue encarcelado durante largo tiempo. Las causas que motivaron la ruptura entre ambos y la prisión de Ibn Zaydūn han sido debatidas.  Algunos la atribuyen a la presencia de la propia Wallāda, perteneciente al linaje omeya, que aún contaba con muchos partidarios en Córdoba: la relación del visir ŷahwarí con el entorno omeya no sería bien vista por parte del nuevo soberano y habría podido motivar su caída en desgracia. De hecho, algunos cronistas consideran que el encarcelamiento de Ibn Zaydūn fue debido a su conspiración a favor del omeya Hišām b. al-Ḥakam. Sin embargo, el delito que se le imputó al encarcelarlo no fue de índole política, sino de carácter privado, pues se le acusaba de haber usurpado la tierra de uno de sus libertos al morir. Algunas fuentes señalan, incluso, que Ibn Ŷahwar designó a propósito como cadí a ‘Abd Allāh b. Aḥmad b. al-Makwī con el único propósito de que emitiera la sentencia condenatoria de Ibn Zaydūn, ya que era un personaje ignorante que se plegaría a los deseos del soberano. Ello alimenta la idea de quienes opinan que la condena de Ibn Zaydūn fue debida a una venganza personal promovida por otro célebre miembro de la corte ŷahwarí, el visir Ibn ‘Abdūs, rico prohombre y rival de Ibn Zaydūn en la conquista de Wallāda, a quien ella se unió cuando rompió con el poeta, lo que motivó la sátira feroz de Ibn Zaydūn contra su rival, lo cual, con toda probabilidad, hubo de granjearle su enemistad.

Desde la cárcel, donde pasó más de un año, hasta quinientos días, Ibn Zaydūn trató en vano de recuperar el favor de Abū-l-Ḥazm b. Ŷahwar y con ello su posición. Para tal fin procuró ganarse su perdón mediante escritos laudatorios en los que expresaba su fidelidad al soberano y elogiaba su conducta y sus condiciones. Entre ellos sobresale la célebre Risāla ŷiddiyya, considerada una obra maestra de la prosa árabe por su elocuencia y el empleo de proverbios y refranes. La carta llegó a su destino pero no logró su objetivo, ya que Ibn Ŷahwar no dio su perdón al antiguo visir.

Viendo que sus súplicas no iban a dar ningún resultado y ante la imposibilidad de ser excarcelado por la vía legal, Ibn Zaydūn optó por fugarse, escondiéndose en uno de los arrabales de Córdoba. Trató entonces, de recuperar a Wallāda, ya unida a Ibn ‘Abdūs, enviándole la famosa casida en la que llora su ausencia y le suplica poder visitarla, composición que ha sido considerada el más bello poema de amor andalusí y uno de los más célebres de toda la literatura árabe. Pero ni siquiera con su hermosa poesía pudo Ibn Zaydūn recuperar a su amada. Sin embargo, sí pudo recuperar su posición y ser rehabilitado a la muerte de Abū-l-Ḥazm, ya que su hijo y sucesor, Abū-l-Walīd, había sido su valedor durante la época de encarcelamiento.

Sin embargo, la posición de Ibn Zaydūn en la corte ŷawharí se vio pronto comprometida, significando el final de su relación con la dinastía cordobesa. La ruptura se produjo con motivo de un viaje a Málaga, donde el visir-poeta entabló relación con el soberano local, Idrīs al-Ḥammūdī, cultivando su amistad y permaneciendo junto a él largo tiempo. Los ḥammūdíes aspiraban al califato y a la reunificación de al-Andalus y de ahí que se despertasen las sospechas del soberano ŷahwarí.

Se inicia entonces la última etapa de su vida, que transcurre al servicio de los abadíes de Sevilla. Los motivos de su abandono de la dinastía ŷahwarí y de su marcha a Sevilla han sido también debatidos, habiéndose atribuido a diversos factores. Entre ellos pudo incidir el temor a volver a perder el favor del soberano cordobés, sobre todo tras su estancia en Málaga, aunque también pudo ser una maniobra para intentar lograr junto a los abadíes la ansiada reunificación de al-Andalus, al ser los soberanos de Sevilla los más fuertes de la época y los únicos, por lo tanto, que podrían estar en disposición de llevarla a cabo. Sea de ello lo que fuere, Ibn Zaydūn fue muy bien acogido por al-Mu‘taḍid, junto a quien ocupó los más altos cargos. A la muerte del soberano abadí en 461/1069, junto al que permaneció veinte años, Ibn Zaydūn fue acusado por otros cortesanos sevillanos, que deseaban librarse de su influencia, pero al-Mu‘tamid lo mantuvo en su puesto y siguió desempeñando un papel político de primer nivel.

El destino le deparó volver a Córdoba de mano de los abadíes poco antes de su muerte. En efecto, en el año 471/1078, al-Mu‘tamid logró apoderarse de Córdoba y el poeta-visir fue enviado a la antigua capital califal para hacer de mediador y encargarse de los asuntos. Estando en esta tesitura se produjo su muerte, que, sin embargo, acaeció en Sevilla. En efecto, en el año 462/1069, hubo un tumulto antijudío en Sevilla y el soberano abadí formó una comisión de notables para averiguar lo sucedido. Uno de ellos era Ibn Zaydūn, que salió e Córdoba estando ya enfermo, falleciendo al poco tiempo de llegar, el 1 de raŷab de 463/4 de abril de 1071, según la fecha que da en su biografía el autor oriental Ibn Jallikān. Su hijo, Abū Bakr, continuó al servicio de los abadíes hasta ser ejecutado, años más tarde, por los almorávides.

Junto a su faceta política, es preciso destacar su enorme talento como literato y como poeta, que se comenzó a gestar a partir de su propia juventud, gracias a la notable formación recibida. Hasta los once años se educó con su padre así como con otros maestros, entre ellos algunos tan importantes como el célebre poeta Ibn al-Labbāna, uno de los más destacados de la época, y Abū-l-‘Abbās b. Ṭakwān. Esta esmerada educación le permitió adquirir conocimientos en los más diversos campos, entre ellos exégesis canónica, tradición profética, filosofía, lengua, lexicografía y literatura.

Sin duda, Ibn Zaydūn ha trascendido, sobre todo, como poeta, si bien su prosa es también de una gran calidad. Dentro de su obra poética deben distinguirse los temas cortesanos y amorosos. Durante la época taifa, la poesía desempeñó un importante papel político, como instrumento de propaganda y de promoción del culto al gobernante. De esta forma y como casi todos los autores de la época taifa, Ibn Zaydūn se entregó de manera abierta a esta poesía cortesana, dedicada al elogio personal de los soberanos y a la alabanza de su gobierno. Nuestro personaje cultivó ampliamente este género, tanto respecto a los ŷahwaríes como para los abadíes. Son célebres, asimismo, sus poemas de amor, inspirados en la figura de Wallāda, cuyo recuerdo lo acompañó hasta el final, pues incluso en su edad madura continuó escribiendo composiciones. Junto a los mencionados, Ibn Zaydūn desarrolló otros géneros, tales como los panegíricos de los grandes personajes a los que trató, las violentas sátiras contra sus enemigos y los poemas de autoelogio en los que se vanagloria de su exquisito refinamiento, su elevada cultura y su sagaz inteligencia. Su poesía es de lenguaje sencillo y resulta fácil de entender, habiendo sido considerado como un poeta neoclásico, influido, sobre todo, por al-Mutanabbī.

Aparte de su dīwān poético, Ibn Zaydūn fue autor, como prosista, de una serie de epístolas u opúsculos, de las que las más célebres son la Risāla hazliyya, en la que desfogó su ira poniendo en boca de Wallāda una sátira de Ibn ‘Abdūs, y la llamada Risāla ŷiddiyya, dirigida a Abū-l-Ḥazm b. Ŷahwar desde la prisión, epístola redactada en momentos de desgracia y caracterizada por su tono grave y su densidad, plagada de citas eruditas. Entre su producción también cabe citar otra clase de obras no conservadas, por ejemplo de índole histórica, como El libro de la aclaración sobre los califas omeyas de al-Andalus, que compuso, al parecer, a imitación de una obra similar escrita por el autor oriental al-Mas‘ūdī.

Bibliografía

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Autor/es

Alejandro García Sanjuán

 

martes, 27 de mayo de 2025

ABD ALLAH

 

'ABD ALLAH

‛Abd Allāh: Abū Muḥammad ‘Abd Allāh b. Muḥammad. Córdoba, rabī‛ II de 229 H. / I.844 C. – Córdoba, rabī‛ I 300 H. / 15.X.912 C. Séptimo emir omeya de Córdoba (independiente).

Emir omeya

Biografía

‛Abd Allāh era hijo del emir Muḥammad, fruto de su relación con la concubina ‛Aššār. Existen discrepancias en las fuentes respecto al momento de su nacimiento, pues Ibn ‛Iḏārī cita la fecha de rabī‛ II de 229 (enero 844), mientras que otras crónicas más tardías afirman que fue en 228/842-843. El emir ‛Abd Allāh es descrito por los cronistas árabes como un personaje piadoso, recto y justo, adaptado a los cánones del buen soberano musulmán.

Su acceso al poder se produjo en circunstancias algo especiales, debido a la muerte prematura e inesperada de su hermano, el emir al-Munḏir, en 275/888, poco más de un año después de su proclamación, cuando asediaba la fortaleza malagueña de Bobastro, sede de Ibn Ḥafṣūn, el más conspicuo rebelde contra la autoridad de los Omeya. El célebre polígrafo cordobés de época taifa, Ibn Ḥazm, formula de forma abierta la acusación de asesinato contra su hermano ‛Abd Allāh, quien, sostiene, acordó con el médico que lo atendía que pusiera veneno en el instrumental con el que había de sangrarlo para tratarle sus heridas. Tampoco se conoce la fecha exacta de su muerte, que algunas fuentes sitúan el 15 de ṣafar (29 de junio). En cualquier caso, ‛Abd Allāh no perdió ni un instante y, según la narración de Ibn Ḥayyān, exigió su inmediato reconocimiento como nuevo soberano a todas las autoridades presentes en el campamento, obteniéndola, al parecer, sin ninguna objeción ni resistencia por parte de nadie. Acto seguido, partió hacia Córdoba con el cadáver de su hermano, trasladado a lomos de camello. Tras los funerales del fallecido emir, que fue enterrado al lado de su padre, en el cementerio palatino de los Omeya, llamado al-Rawḍa y situado dentro del alcázar, se convocó una segunda ceremonia de proclamación, el día 17 de ṣafar (1 de julio), a la que, según el citado cronista, asistió buena parte del pueblo cordobés.

Se inicia a partir de ese momento la época de ‛Abd Allāh, que se inserta de lleno en el período conocido como la fitna, la primera gran crisis del poder omeya de Córdoba desde su instauración a mediados del siglo VIII con el triunfo de Abderramán I. Esta situación fue producto del surgimiento de numerosos focos de rebeldía contrarios a la dominación omeya, de los cuales el más importante fue, sin duda, el protagonizado por el citado ‛Umar b. Ḥafṣūn desde su fortaleza de Bobastro. De esta forma, los veinticinco años de gobierno del emir ‛Abd Allāh se caracterizan, sin lugar a dudas, por una gran inestabilidad política interna y por la ausencia de una autoridad fuerte de parte del soberano de Córdoba, a tal punto que, en esta época y en los momentos más graves de las revueltas, el poder efectivo del emir apenas superaba los límites del propio territorio cordobés, no habiendo, como afirma de manera expresiva un cronista anónimo tardío, ‘una sola ciudad que le obedeciera’. De esta forma, la actividad principal del emir se concentra en intentar conservar su escaso poder, más que en combatir realmente a los rebeldes. Una clara muestra de la desorganización que llegó a registrarse en la administración omeya durante la época de ‛Abd Allāh consiste en la interrupción de las emisiones monetarias a partir de 286/899 y durante casi treinta años, hasta 316/929, cuando la victoria de Abderramán III sobre los rebeldes quedó consagrada con la proclamación del califato. No obstante, pese a todo lo dicho, es cierto que nuestra perspectiva está muy condicionada por las fuentes, en especial por Ibn Ḥayyān, el mejor cronista andalusí, que se extiende en la descripción pormenorizada de los rebeldes, casi siempre cercanos a los territorios nucleares del emirato cordobés, mientras que dedica mucha menos atención a otras regiones que siguieron fieles a la obediencia omeya. Tal es, por ejemplo, el caso de la lejana Tortosa, en la que consta el nombramiento de gobernadores en los años 275/888-889, 278/891-892 y 280/893-894.

Los comienzos de la rebeldía se remontan al año 878-879, durante la época de Muḥammad I, y se registra en las regiones meridionales de Sidonia, Algeciras y Málaga. Esta situación de insurgencia generalizada contra los emires de Córdoba ha sido explicada en base a factores de diverso tipo. Para algunos autores, siguiendo las descripciones de las fuentes narrativas árabes, los motivos principales serían las rivalidades de tipo étnico que enfrentaban a la población indígena con los árabes. En cambio, otros investigadores minimizan o niegan la incidencia de los factores étnicos, que consideran un mero estereotipo acuñado por las propias fuentes, y explican los conflictos debido a problemas de índole social y económica, en particular la persistencia de señores de renta, de origen visigodo, que mantenían aún a mediados del s. IX sólidas bases de poder y se resistían a ser asimilados en el sistema tributario islámico. Los protagonistas de los diversos focos rebeldes son principalmente caudillos árabes o muladíes, mientras que, en cambio, los cristianos apenas aparecen mencionados, salvo en el caso de Ibn Ḥafṣūn, a pesar de que en esta época aún formaban una parte muy importante de la población. En efecto, algunos de los casos estudiados no confirman la caracterización étnica de las rivalidades y enfrentamientos que establecen las fuentes árabes. Tal es el caso de Pechina, donde a mediados del siglo IX los emires habían establecido una guarnición militar para prevenir posibles ataques vikingos. Junto a este centro militar árabe surgió un núcleo urbano integrado por elementos indígenas y de vocación marinera, dedicado al comercio y a la piratería. De esta forma, se desarrolló a finales del siglo IX la conocida como ‘república de los marinos’, una ciudad autónoma que se erigió en centro económico de gran relevancia.

El análisis de la terminología utilizada para designar a los rebeldes ofrece una variedad de grupos entre los cuales cabe destacar, al menos, los cuatro siguientes. Por un lado, los beréberes de las Marcas Inferior y Media, designados siempre por sus nombres tribales y encabezados por jefes que reciben la designación de ‘jeque’ (šayj). Otros son grupos de árabes que conforman linajes dirigidos por un miembro preeminente que recibe la denominación de ‘señor’ (ṣāḥib). El tercer elemento lo integran sociedades jerarquizadas con fuertes lazos de dependencia, tales como los Ḥafṣūníes o los Ŷillīqíes, asimismo bajo la dirección de caudillos designados como ‘señores’. Finalmente, hay también sociedades urbanas, que funcionan mediante asambleas o consejos, y a cuyo frente se encuentran un número variable de caudillos o arráeces. Los vínculos étnicos no resultan determinantes en la conformación de las alianzas existentes entre estos distintos grupos, ni tampoco los religiosos. Por otra parte, la conducta de todos ellos resulta bastante semejante y se basa en el saqueo y la depredación, aunque en algunos casos, como el de Ibn Ḥafṣūn y otros rebeldes, se da un paso más, imponiendo tributos a las poblaciones dominadas.

Resulta prácticamente imposible ofrecer una relación exhaustiva de las múltiples localidades, ciudades y núcleos fortificados, dominados por un jefe o señor local, así como de los ‘señoríos’ rurales autónomos que se mencionan en las fuentes y que conforman otras tantas células políticamente autónomas. Entre la multitud de situaciones de agitación y rebeldía que caracterizan esta época es preciso distinguir entre los poderes locales de escasa envergadura y aquellos otros de una dimensión más relevante, bien por tener como centro núcleos urbanos importantes o por haber logrado el dominio de extensos conjuntos territoriales. Entre los primeros podemos destacar el caso de Sevilla, que, a partir del año 889, fue el escenario de la disputa entre dos grandes linajes árabes yemeníes, los Banū Ḥaŷŷāŷ y los Banū Jaldūn. Las tensiones entre los distintos elementos implicados en aquel contexto condujeron en el año 891 a una gran matanza de muladíes efectuada por los árabes yemeníes, quienes a continuación se deshicieron del gobernador omeya de la ciudad y lograron controlar el poder. Poco más adelante, en 899, Ibrāhīm b. Ḥaŷŷāŷ eliminó a su hasta entonces aliado, Kurayb b. Jaldūn, y estableció una especie de principado que gobernó de forma independiente respecto a la soberanía de los Omeya.

El principal linaje muladí fue el de los Banū Qasī, de origen visigodo y sólidamente asentados en el alto valle del Ebro, territorio sobre el que desde comienzos del siglo IX ejercieron pleno control, si bien a partir de 890 irán progresivamente perdiendo poder a favor del linaje árabe de los Tuŷībíes, gobernadores de Zaragoza nombrados por ‛Abd Allāh. Pero, sin lugar a dudas, el papel protagonista durante esta época corresponde al ya citado Ibn Ḥafṣūn, el único rebelde que, por sí sólo, llegó a representar una amenaza real para la soberanía de los emires de Córdoba, no sólo desde el punto de vista político, sino también ideológico. En efecto, Ibn Ḥafṣūn buscó la asimilación con la figura de ‛Abderramán I, fundador de la dinastía omeya, en una actitud de reivindicación de la legitimidad de sus aspiraciones. No es casual que ciertos aspectos de su biografía coincidan con la del primer omeya, tales como las predicciones que aseguraban que llegaría a gobernar y el hecho de que ambos residiesen un período de tiempo en Tahert para luego pasar a la Península. La actividad de Ibn Ḥafṣūn comienza a registrarse desde el año 880, momento a partir del cual logra atraerse el apoyo de las poblaciones de las zonas rurales y montañosas de Málaga, predominantemente pobladas por cristianos y muladíes, quienes se adhirieron a él como forma de combatir la opresión de los árabes. El emir al-Munḏir estuvo, tal vez, en condiciones de acabar con este incipiente foco de rebeldía, pero, a su muerte, su poder se extendió de manera considerable.

En el momento del apogeo de su poder, Ibn Ḥafṣūn controlaba un extenso territorio con centro en la serranía de Málaga y que se extendía por parte de las actuales provincias de Málaga, Jaén y Córdoba, incluyendo el dominio de importantes núcleos urbanos de la campiña andaluza, como Écija y Poley (Aguilar de la Frontera), situados a apenas 50 km de distancia de la capital cordobesa. De hecho, una fuente magrebí anónima y tardía llega a señalar que Ibn Ḥafṣūn aparecía todos los días ante Córdoba sin que el emir, encerrado dentro de la capital, pudiera hacer nada para impedirlo. Su supremacía le granjeó el reconocimiento de otros rebeldes de zonas próximas, como Jaén e incluso Murcia, llegando a establecer alianzas con linajes árabes como los sevillanos Banū Ḥaŷŷāŷ. Asimismo, con el fin de consolidar su autoridad buscó la legitimación de diversos poderes islámicos extrapeninsulares, tales como el califato abasí de Bagdad (a través de los Aglabíes de Qayrawān, los Idrisíes de Fez y los propios Fatimíes). En realidad, parece claro que Ibn Ḥafṣūn no tenía un programa político muy definido, ni tampoco sus adscripciones religiosas eran muy estables: originario de una familia muladí, al parecer apostató de la fe islámica y volvió al cristianismo. No obstante, fue el más duradero de los insurgentes, ya que, aunque murió en 918, el núcleo de Bobastro no pudo ser sometido hasta 928, ya en época de ‛Abderramán III.

En realidad, aparte del ya citado caso de Ibn Ḥafṣūn, la mayoría de los poderes establecidos en los distintos núcleos y territorios no atacaron nunca de forma directa al emir de Córdoba ni cuestionaron su pertenencia a la comunidad musulmana. Al contrario, muchos de ellos, aunque ejercían el poder de manera independiente, buscaban el reconocimiento explícito de su legitimidad en la autoridad del soberano omeya. Uno de los casos mejor documentados a este respecto es el de Ibn Marwān al-Ŷilliqī de Badajoz, el cual, apoyándose en los muladíes de Mérida y del valle medio del Guadiana, logró gobernar sobre aquella zona de manera independiente, si bien ello no le impedía reconocer la soberanía del emir ‛Abd Allāh, a quien pidió el envío de personal cualificado para urbanizar la nueva ciudad según las pautas islámicas, procediendo a edificar mezquitas y baños. Por otro lado, pese al estado generalizado de anarquía política y atomización del poder, el emir ‛Abd Allāh siguió conservando cierta capacidad de actuación. De esta manera, en mayo de 891 pudo recuperar el control de Poley y Écija, lo cual le permitió salvar Córdoba, que ya no sería amenazada de forma tan directa, pese a que la revuelta de Ibn Ḥafṣūn aún subsistiría largo tiempo. Asimismo, en 283/896-97 encabezó otra campaña, esta vez sobre Murcia, acompañado por el caíd Ibn Abī ‛Abda. En otras ocasiones fueron sus hijos, principalmente Muṭarrif y Abān, los que encabezaron campañas militares destinadas a controlar a los rebeldes. Lo mismo indica la expedición llevada a cabo en 902 por un rico cordobés, ‛Iṣām al-Jawlānī, quien, a su costa, pero con la previa autorización del emir ‛Abd Allāh, organizó una expedición naval en nombre de los omeya con el fin de someter las islas Baleares a la soberanía cordobesa.

En el ámbito exterior, la época de ‛Abd Allāh, momento de máxima crisis política en al-Ándalus, coincide en la zona cristiana con el reinado de Alfonso III (866-910) como soberano del reino astur, que alcanza ahora su máximo apogeo, pues a la espectacular expansión exterior se añaden la culminación de la reorganización política y administrativa del reino así como los máximos logros alcanzados por el movimiento cultural iniciado en la capital ovetense por Alfonso II. Asimismo, en el ámbito musulmán es de enorme importancia en esta época la proclamación del califato chií fatimí en Ifrīqiya (Túnez) en el año 296/909. De esta forma, la decadencia política omeya se veía acentuada por el desarrollo de entidades situadas en ámbitos geográficos inmediatos y que suponían una indudable amenaza política, territorial e ideológica para el emirato cordobés.

La presencia de una dinastía chií que reivindicaba el califato en una posición geográficamente muy próxima a la península Ibérica constituía una clara amenaza a la legitimidad y soberanía de los emires cordobeses. De hecho, en el año 288/901 tuvo lugar un episodio que denotaba el peligro que implicaba la difusión de la propaganda fatimí. El escenario fue la zona de la Marca media, zona habitada predominantemente por beréberes, tradicionalmente muy sensibles a la propaganda religiosa. Allí encontraron apoyo las ideas de Abū ‛Alī al-Sarrāŷ, un agitador de inspiración fatimí que presentaba al omeya Ibn al-Qiṭṭ, descendiente de Hišām I, como el Mahdī, figura de resonancias mesiánicas que guardan una estrecha relación con la propaganda fatimí. Ambos recibieron el apoyo de grandes multitudes beréberes en su proyecto de ŷihād contra la ciudad cristiana de Zamora, pero Ibn al-Qiṭṭ fue abandonado por los jefes tribales en el momento decisivo, al parecer por miedo a que la victoria otorgase demasiado prestigio al omeya y mermase la propia autoridad de los jeques, siendo su cabeza colgada de las murallas de la ciudad que había querido conquistar.

Sin haber sido capaz de recuperar la estabilidad, el emir ‛Abd Allāh murió el 1 rabī‛ I 300/15.X.912, siendo sucedido por su nieto Abderramán, futuro primer califa de Córdoba. Esta peculiar sucesión presenta elementos de considerable interés que la convierten en un caso particular dentro de la tradición omeya cordobesa, primero por la eliminación violenta de los dos principales candidatos a la sucesión y, segundo, por la elección de su nieto como heredero pese a tener otros hijos que podrían haberle sucedido. En efecto, Muḥammad, hijo del emir ‛Abd Allāh y de Durr y padre de Abderramán, fue asesinado por su hermanastro Muṭarrif, nacido de la relación del emir con otra mujer, Gizlān. Las fuentes árabes atribuyen a la fuerte rivalidad entre ambos hermanastros el desencadenamiento de los acontecimientos que produjeron la muerte de Muḥammad, que era el primogénito de ‛Abd Allāh y había sido designado por el emir como su sucesor. Tras un enfrentamiento con uno de los caballeros de Muṭarrif, Muḥammad habría huido de Córdoba, refugiándose junto a Ibn Ḥafṣūn durante un tiempo. El emir le ofreció el perdón si regresaba y Muḥammad volvió a Córdoba, pero desde entonces Muṭarrif no dejó de instigar al emir en su contra, pretendiendo que seguía en contacto con Ibn Ḥafṣūn para atentar contra él. Muḥammad fue encarcelado en el año 277/891 por orden de su padre. Tras las pertinentes averiguaciones, decidió liberarlo, su hermanastro Muṭarrif lo mató. No está muy clara la actitud del emir en este contexto, pues Muṭarrif no recibió castigo alguno, al menos de forma inmediata. Sin embargo, cuatro años más tarde, en 282/895, el propio Muṭarrif fue ejecutado por orden del emir, al parecer debido a sus relaciones con los rebeldes sevillanos, aunque fue acusado además de otros delitos, tales como beber vino y de zandaqa, término que define al apóstata encubierto o al hereje. De esta forma, la crisis política y social que vivía el emirato omeya se reflejaba en la propia situación interna de la familia, envenenada por las rivalidades, las enemistades y las sospechas.

A pesar de haber eliminado a sus dos primogénitos, ‛Abd Allāh contaba con más hijos que podrían haber optado a su sucesión. En efecto, tuvo una abundante descendencia y ya antes de acceder al poder, a los cuarenta y cuatro años, había sido padre de siete hijos varones y ocho hembras, a los que se añadieron otros cuatro varones y cinco hembras más con posterioridad. Entre ellos estaban al-‛Āṣī y Abān, quienes contaban con una amplia experiencia militar, habiendo protagonizado ambos diversas campañas contra los rebeldes, pese a lo cual fueron soslayados a favor de la candidatura de su nieto, ‛Abderramán, hijo de Muḥammad. Ello representaba una novedad importante en la tradición dinástica omeya, donde los soberanos siempre se habían sucedido de padres a hijos y donde la tendencia dominante era favorable al primogénito, aunque no en todos los casos hubiese sucedido así. Lo cierto es que la elección de Abderramán como sucesor de ‛Abd Allāh se produjo, al parecer, por voluntad del propio emir, quien decidió que se instalase con él en el alcázar, mientras que, en cambio, sus hijos no vivían con él. Otros signos y actitudes del emir confirman esta decisión, tales como el hecho de que, en ciertas celebraciones y actos públicos, Abderramán se sentase en el trono junto al soberano para recibir los saludos del ejército y, sobre todo, que, según narran las fuentes, cuando se encontraba en su lecho de muerte, ‛Abd Allāh diese su anillo a su nieto, lo que se interpreta como una designación de sucesor.

Pese a que la designación de ‛Abderramán como heredero rompía con la tradición omeya de sucesión de padres a hijos con preferencia sobre el primogénito, esta decisión no parece haber despertado excesivas controversias, ni siquiera entre sus propios hijos, los principales perjudicados, los cuales no sólo no se opusieron, sino que apoyaron la decisión de su padre. Asimismo, las fuentes destacan el apoyo a esta decisión en los medios palatinos y de la administración, señalando que los altos funcionarios del Estado “tenían puestas en él sus esperanzas”. La razón de esta decisión se vincula al contexto político de la época y guarda estrechas conexiones con elementos de índole ideológico y simbólico. En efecto, en la figura del joven ‛Abderramán confluye la acumulación, casual, en unos casos, forzada, en otras, de una serie de elementos que lo asimilaban a su antecesor, ‘Abd al-Raḥmān I, el fundador de la dinastía omeya de Córdoba. En un contexto de profunda crisis política, el linaje omeya necesitaba de una figura que la fortaleciese y renovase las bases de su dominio sobre el territorio de al-Ándalus. ‛Abd Allāh había sido el séptimo emir omeya de Córdoba y, además, falleció en el año 300/912, de tal forma que ello suponía, no sólo el final de un ciclo de siete emires, sino además un cambio de siglo según el cómputo de la era islámica. Teniendo en cuenta la fuerte simbología del número siete en la tradición musulmana, es probable que se creyese en la necesidad de que un nuevo ‛Abderramán diese paso a un nuevo ciclo de poder y prosperidad para los omeyas. De ahí que la decisión de designar como sucesor al nieto de ‛Abd Allāh fuese tomada de forma consciente, con toda seguridad, en época del propio emir, considerando que era el más capacitado para sacar a la dinastía de la postración en la que había caído.

A lo largo de sus veinticinco años de gobierno, ‛Abd Allāh no sólo no había mejorado la situación de la dinastía omeya tal y como la heredó de su hermano y antecesor, sino que la había empeorado de manera considerable. A su muerte, en el año 300/912, cuando contaba ya con setenta y dos años, al-Ándalus era un mosaico de núcleos independientes que, a lo sumo, reconocían la soberanía nominal del emir. Fue labor de su sucesor, ‘Abd al-Raḥmān III, lograr la reunificación del dominio de al-Ándalus bajo la soberanía omeya.

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Bibliografía

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Alejandro García Sanjuán