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lunes, 1 de abril de 2024

LA ARABIZACIÓN DE AL-ÁNDALUS . CONCEPTO

 

LA ARABIZACIÓN DE AL-ANDALUS


El andalusí es el dialecto árabe medieval mejor documentado. Hoy día es considerado un elemento esencial en la historia de la lengua árabe y su dialectología


ÁNGELES VICENTE
UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

Reproducción facsímil de un fragmento del Vocabulista in arabico, según el códice de la Biblioteca Riccardiana de Florencia, edición de C. Schiaparelli (1871). Biblioteca Digital de la AECID.


¿Cómo se produjo la arabización de al-Andalus?

Al-Andalus llegó a ser una sociedad arabo-islámica gracias al éxito del doble proceso de arabización e islamización. Tras la llegada del islam, se produjo en la Península Ibérica una transformación similar a la que había tenido lugar anteriormente en las regiones del Mediterráneo oriental, y cuyo resultado fue la paulatina asimilación de la población local hacia la cultura recién llegada, es decir la cultura árabe, que se convirtió en la dominante, aunque de manera recíproca esta fue influida también por algunos elementos de las culturas autóctonas.

La lengua árabe fue introducida en la Península Ibérica con la llegada de población arabófona en el siglo VIII, aunque se sabe que su número era escaso, pues la mayor parte de los conquistadores eran bereberes islamizados procedentes del Norte de África. El éxito y la expansión del árabe se debió, por tanto, a la llegada algo posterior de nuevos aportes de población arabófona (especialmente los árabes que llegaron con el ejército de base tribal sirio) y al prestigio social alcanzado por esta lengua al ser la variedad vehicular de las clases dominantes, por lo que su uso tendría una serie de ventajas sociales para sus hablantes. A todo ello hay que sumar el hecho de que el árabe sea la lengua sagrada del islam, religión que llegó a ser la mayoritaria de la sociedad andalusí.

La población de origen árabe a la que se ha aludido procedía de diferentes partes de Oriente, por lo que el árabe que hablaban no era una lengua homogénea sino diferentes variedades habladas en áreas de la Península Arábiga y del territorio que en la actualidad se conoce como Oriente Medio. Así, se han descrito características propias de los dialectos sirio y yemení en la formación del árabe andalusí, debido a que parte de los pobladores árabes pertenecían a tribus procedentes del sur de la Península Arábiga y de Siria. Ya en este primigenio panorama lingüístico andalusí encontramos la situación de diglosia que caracteriza a la lengua árabe, es decir, una variedad usada en la escritura y la liturgia, y la existencia de un grupo de diferentes variedades orales empleadas como lenguas de comunicación.

La formación del árabe andalusí

La gestación del árabe andalusí se produjo de manera similar a la de otras lenguas de tipo neoárabe, un grupo del que forma parte en su fase antigua, siendo los actuales árabe marroquí, árabe iraquí, árabe egipcio, etc. una fase moderna del mismo grupo de lenguas. Es decir, les diferencia que el andalusí desapareció como lengua de comunicación en el siglo XVII, mientras que las otras lenguas árabes vernáculas siguieron evolucionando hasta la época actual.

El árabe andalusí se formó, por tanto, debido a la interacción de varios elementos: las diversas variedades árabes traídas a la Península Ibérica en el siglo VIII, junto con elementos autóctonos como el bajo latín, primero, y el romandalusí, después. Esta última consistía en la lengua romance hablada por la población andalusí durante los primeros siglos y que tuvo una evolución diferente a las lenguas romances habladas más al norte debido al contacto continuo con una variedad árabe.

Fragmento del Diván de Ibn Quzmán, ed. de David de Gunzburg (1896). Biblioteca Digital de la AECID.


Esta realidad lingüística anterior a la llegada de los árabes, y sobre la que se instalaron, funcionó como substrato lingüístico y dejó una huella importante en el árabe andalusí. Hay que contar además con otra influencia lingüística llegada del Norte de África, la lengua bereber o amazig; en primer lugar, con la presencia entre los conquistadores de variedades bereberes habladas por las tropas de este origen y, más adelante, por la llegada de población berberófona durante los imperios Almorávide y Almohade, lo que supuso también la influencia sobre el andalusí de otros dialectos árabes magrebíes, sobre todo, el marroquí. Todo ello dio forma a una variedad árabe particular que lograría imponerse en toda la sociedad andalusí como lengua vehicular o de comunicación.

Además del elemento religioso y del prestigio social ya aludidos, otros factores contribuyeron al éxito de este proceso. Por un lado, la llegada de arabófonos procedentes de Oriente durante la época del califato ayudó a la expansión de la arabización y, por otro, la campaña de propagación de la variedad cordobesa promovida por el califa ‘Abd ar-Raḥmân III en el siglo X, que tuvo un gran éxito sobre todo en las ciudades, contribuyó a conseguir una cierta homogenización de las diversas variedades del árabe andalusí. Así, se formó una coiné más o menos unificada y prestigiosa que, a lo largo del siglo XI, logró imponerse en esta sociedad sin distinguir la religión de sus hablantes; es decir, era la lengua de comunicación para los musulmanes, los cristianos y los judíos de al-Andalus. Con ello, el mayor número de hablantes de esta lengua se alcanzó en los siglos XI y XII.

Su prestigio social fue tal que llegó a convertirse en lengua literaria, un papel normalmente desempeñado en las sociedades arabo-musulmanas por la variedad clásica, llegando a los círculos cortesanos y a los palacios de los reinos de taifas. Incluso, en una época concreta, los andalusíes comenzaron a exportar cultura árabe hacia el Magreb, donde tenían una considerable influencia, convirtiéndose en una referencia cultural y en artífices de la arabización de parte de esa región.

Disponemos de documentación textual del árabe andalusí desde el siglo X y hasta el momento de la expulsión de los moriscos en el siglo XVII. Así, el primer uso conservado del andalusí en un documento escrito, que aparece en la crónica histórica al-Muqtabis V de Ibn Ḥayyān, se documenta en un verso del año 913 en el que un partidario del rebelde ‘Umar ben Ḥafsûn insulta al emir ‘Abd ar-Raḥmân III.

Existen también huellas de la variedad andalusí en la producción literaria, como los proverbios o la poesía, pues fue en al-Andalus donde nació el género de la poesía estrófica que nos proporciona tempranas muestras de esta lengua. Este es el caso de las xaraǧât (estribillos escritos en árabe andalusí o bien en lengua romance de los poemas conocidos como muwaššaḥât) y el de los cejeles (poemas estróficos escritos completamente en árabe andalusí).

Entre los últimos ejemplos del uso escrito de esta lengua contamos con los documentos redactados por los moriscos de Valencia, en prosa y de uso privado, donde encontramos interesantes ejemplos de la lengua romance hablada en esta región oriental de la Península Ibérica, a causa de la práctica por esta población del code-switching andalusí-lengua romance.

Gracias a esta situación, el andalusí es el dialecto árabe medieval mejor documentado y, como consecuencia, se ha logrado describir su gramática y su léxico a pesar del consabido registro elevado que caracteriza a las fuentes escritas. Hoy día es considerado un elemento esencial en la historia de la lengua árabe y su dialectología, pues su mayor conocimiento demostró su conexión con el resto de dialectos hablados en la región del Magreb, abandonándose con ello la denominación previa que se le había dado (dialecto hispano-árabe). Todo ello ayudó a corroborar que al-Andalus, aun habiéndose constituido como una entidad política diferente con la llegada del omeya ‘Abd ar-Raḥmān I, siguió formando parte del ámbito lingüístico y cultural creado por la expansión imperial islámica.

Contactos entre el árabe y el romance en territorio peninsular

Durante los nueve siglos en los que la lengua árabe se habló en parte del territorio de la Península Ibérica, su estatus sufrió varios cambios debido principalmente a circunstancias extra-lingüísticas, pasando así por tres etapas diferentes: en primer lugar, entre los siglos VIII y X, podemos hablar de una situación de bilingüismo, donde el árabe era la lengua que tenía el prestigio social, mientras que la lengua proto-romance de la población autóctona era la más importante desde el punto de vista cuantitativo. Un segundo periodo, en el que el árabe andalusí se impuso como lengua dominante de comunicación entre los diversos grupos sociales y religiosos que vivían en al-Andalus, llegando a vivirse una situación de monolingüismo árabe más o menos generalizado entre los siglos XI y XIII. Y una tercera y última fase, del siglo XIII en adelante, en la que, tras el avance de las conquistas cristianas y la reducción numérica de la población arabófona, se produjo otra situación de bilingüismo entre el árabe andalusí y las lenguas romances, pero esta vez con el árabe vernáculo como lengua minoritaria y sin prestigio social, mientras que la lengua dominante era diferente dependiendo de la región, pues el bajo latín había evolucionado ya hacia las diversas lenguas romances peninsulares.

La existencia de la primera situación de bilingüismo en al-Andalus y su duración en el tiempo ha sido un tema muy controvertido en la literatura científica, ya que han aparecido numerosas teorías contradictorias entre sí, algunas de ellas muy polarizadas. La teoría más aceptada en la actualidad consiste en que la situación de bilingüismo vivida en al-Andalus llegó a un nivel de interferencia tan profundo que dejó huellas en ambas lenguas. No obstante, la arabización de al-Andalus, aunque fue un proceso lento y no exento de contratiempos, llegó a culminarse en el siglo XI, unos tres siglos después de la llegada de la lengua árabe a estas tierras. La variación dialectal siguió existiendo en forma de variantes regionales e incluso hubo núcleos aislados de hablantes de otras lenguas, sobre todo en las zonas rurales.

Reproducción facsímil de un fragmento del Vocabulista in arabico, según el códice de la Biblioteca Riccardiana de Florencia, edición de C. Schiaparelli (1871). Biblioteca Digital de la AECID.


En lo que concierne al árabe andalusí, las interferencias con la lengua romance existen a nivel fonético, prosódico, morfosintáctico y del léxico. Así, por ejemplo, su particular prosodia demuestra su idiosincrasia, pues es diferente de la de cualquier otra variedad árabe.

En cuanto a las lenguas romances, la interacción con el árabe andalusí se refleja también en la presencia de algunas interferencias que, aunque no muy numerosas en aspectos fonéticos y morfosintácticos, sí lo son en el campo del léxico, donde la huella es mayor.

Se han establecido dos tipos de influencias desde el árabe andalusí hacia las lenguas habladas en el norte cristiano. En primer lugar, de tipo directo gracias a los grupos sociales que vivieron entre las dos culturas peninsulares: la cristiano-occidental y la musulmano-oriental. Esta población estaba formada primero por los mozárabes (cristianos arabizados) de al-Andalus que empezaron a inmigrar hacia el norte peninsular desde los siglos IX y X y sobre todo a partir del XII, transformándose así en los principales transmisores de las interferencias lingüísticas hacia las lenguas habladas en los reinos cristianos.

Posteriormente, existió un segundo grupo de población que vivió entre las dos culturas, se trata del formado por los mudéjares, con el tiempo moriscos, quienes mantuvieron un contacto cotidiano con las lenguas romances en algunas ciudades, ya bajo poder cristiano. Ellos contribuyeron a la transmisión de estas transferencias, pero en una menor escala, a causa de su estatus social más bajo que aquel del que gozaron anteriormente los mozárabes, pues estos últimos venían de una cultura vista como superior, por lo que fueron imitados en muchos aspectos.

La segunda clase de influencias son de tipo indirecto y se trata de un contacto lingüístico más distante y esporádico, motivado, por ejemplo, por las relaciones comerciales, militares y políticas.

Ilustración de la traducción castellana del Kalila wa Dimna (siglo XIII). Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, ms. H-III-9, f. 11v (copia del siglo XV).


En cuanto al contacto entre las variedades escritas, las interferencias lingüísticas se produjeron mayoritariamente desde el árabe clásico hacia el latín y las lenguas romances, cuando estas se convirtieron en lenguas literarias. Este contacto se produjo principalmente a través de una importante labor de traducción de las obras árabes orientales y andalusíes y de las obras griegas traducidas anteriormente al árabe en la famosa Dār al-Ḥikma de Bagdad, que habían llegado a al-Andalus en el equipaje de muchos viajeros que llegaban de Oriente. Así, por ejemplo, en la corte de Castilla, se tradujo todo el saber árabe al castellano, variedad vernácula que con Alfonso X el Sabio se convirtió en lengua literaria, y al latín, pasando de esta manera al resto de Europa. Como el castellano no era aún una lengua de cultura bien desarrollada, se necesitó crear muchos neologismos para expresar lo que había en esas obras árabes y griegas, y con ello las influencias lingüísticas penetraron en las lenguas romances y en el latín, sobre todo en forma de préstamos semánticos, conocidos como arabismos.

El declive del árabe como lengua de comunicación y su desaparición en la España moderna

Con el paso de los siglos y el avance cristiano hacia el sur, la situación lingüística de los mudéjares y moriscos se caracterizó por una nueva situación de bilingüismo, como ya hemos señalado anteriormente. Esta difiere en muchos aspectos de la que hemos descrito para la primera época de bilingüismo en los siglos anteriores.

Primero, en la importancia del fenómeno, ya que ahora fue menos extenso desde un punto de vista cronológico y geográfico. En segundo lugar, la lengua de prestigio social era diferente en los dos casos, pues en la primera etapa de bilingüismo lo era el árabe andalusí y en la segunda lo serían las lenguas romances. En tercer lugar, porque ahora hay que hablar más bien de un bilingüismo individual, mientras que el primero era un fenómeno desarrollado a nivel social. Es decir, ahora en muchos casos se trataba de algunos individuos que dominaban las dos lenguas y que eran útiles como intermediarios, los famosos trujumanes.

La desaparición de la lengua árabe en la Península Ibérica fue un proceso muy lento, a causa de la resistencia de la población musulmana a abandonar su lengua, una situación que encontramos incluso entre algunos cristianos. De esta manera, el árabe existió entre la población de la ciudad de Toledo incluso después de la conquista de la ciudad en 1085 por el rey Alfonso VI. Esta situación se prolongó hasta los siglos XII y XIII, es decir, se mantuvo el uso del árabe como lengua de comunicación de una comunidad cristiana, antiguos mozárabes toledanos, y bajo el poder de un rey cristiano, a causa de motivos relacionados probablemente con la identidad de grupo.

En todo caso, el retroceso de la lengua árabe no se produjo en todas las regiones de una manera similar, y así la situación en Castilla y Aragón no fue la misma que la de Granada y Valencia, siendo la vitalidad del árabe mucho más fuerte en las dos últimas ciudades. De esta manera, en la zona norte de la Península Ibérica, el árabe como lengua de comunicación desapareció hacia el siglo XIV, mientras que en las regiones meridional y oriental sobrevivió hasta finales del siglo XVI en Granada y hasta el momento de la expulsión de los moriscos, al principio del siglo XVII, en el Levante. Este hecho tuvo como consecuencia que parte de la población morisca llevara consigo la lengua árabe al territorio donde se instaló, es decir, a algunas regiones magrebíes, mientras que otros tuvieron que “re-arabizarse” allí, pues solo hablaban lengua romance.


PARA AMPLIAR:

  • Corriente, Federico, 1992. Arabe andalusí y lenguas romances. Madrid, Editorial MAPFRE.
  • Corriente, Federico, Christophe Pereira & Ángeles Vicente, 2015-2022. Encyclopédie Linguistique d’Al-Andalus, 5 vols. Berlín, De Gruyter.
  • Vicente, Ángeles, 2006. El proceso de arabización de Alandalús: Un caso medieval de interacción de lenguas. Zaragoza, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo.
  • Wasserstein, David, 1991. “The language situation in al-Andalus”. En Studies on the Muwaššaḥ and the Kharja: Proceedings of the Exeter international colloquium, 1–15. Oxford, Ithaca Press.


jueves, 19 de octubre de 2023


HISAM I

Biografía

I. al-Ridà: Abū l-Walīd b. ‘Abd al-Raḥmān b. Mu‘āwiya, Córdoba, 1.III.757 – 22.IV.796. Segundo emir omeya de Córdoba (independiente).

De acuerdo con la descripción que dan de él las crónicas, era de tez clara, aunque algo rubicunda, estrábico y zanquilargo. Su madre era una Hišām esclava llamada Ḥawra, su padre, el emir ‘Abd al-Raḥmān I, lo nombró sucesor antes de morir, prefiriéndolo a su hijo mayor Sulaymān, nacido en Oriente (c. 746) antes de la huida de ‘Abd al-Raḥmān a al-Andalus.

En el momento del fallecimiento de su padre (30 de septiembre de 788), Hišām desempeñaba el gobierno de Mérida, desde donde acudió con rapidez a Córdoba al ser informado de ello. En la capital tuvo lugar la ceremonia de su proclamación el siete de octubre.

En los escasos días transcurridos entre la muerte de ‘Abd al-Raḥmān y la llegada a Córdoba de Hišām, el encargado de velar por que se cumplieran los designios sucesorios del emir fallecido fue otro de sus hijos, ‘Abd Allāh, que entregó el poder a su hermano Hišām con prontitud y sin vacilación. Según alguna fuente, ‘Abd al-Raḥmān no había designado explícitamente sucesor, sino que había encomendado a ‘Abd Allāh que diese el emirato al primero de los dos hermanos, Hišām o Sulaymān, que llegase a Córdoba. Esta explicación es muy poco creíble, tanto porque hubiera supuesto una grave equivocación política por parte de un soberano tan inteligente y hábil como el fundador de la dinastía omeya andalusí, como porque, conocida la noticia de la muerte del emir, Sulaymān no hace el menor intento de dirigirse hacia Córdoba para aventajar a su hermano Hišām, sino que permanece en Toledo, ciudad que dista de Córdoba apenas una cincuentena de kilómetros más que Mérida.

Pero la inicial pasividad de Sulaymān no era debida a que aceptara disciplinadamente su marginación en la sucesión de su padre. Muy al contrario, enseguida se preocupó de asegurarse el apoyo de los toledanos y de reclutar un ejército con el que alzarse en rebeldía contra el emir. Las tropas partieron hacia Córdoba, desde donde salió a su encuentro el emir con sus ejércitos y el encuentro se produjo en el mes de diciembre en tierras de Jaén, en las cercanías de Vilches, batalla en la que el rebelde fue duramente derrotado, viéndose obligado a huir y refugiarse de nuevo en Toledo.

La severa derrota de Sulaymān no puso fin a la rebelión, pues no sólo el aspirante al trono siguió protegido en Toledo sin dar la menor muestra de arrepentimiento, sino que el otrora fiel ‘Abd Allāh abandona a su hermano el emir y se une a Sulaymān. Las crónicas no son muy explícitas sobre las causas de esta defección, pero hay alguna alusión a que ‘Abd Allāh pretendió compartir el trono con Hišām sin conseguirlo, por lo que, a pesar de que su hermano el emir lo trataba con suma consideración y lo honraba por encima de todos los miembros de la familia omeya, siete meses después de la muerte de ‘Abd al-Raḥmān I, es decir, a comienzos de la primavera del 789, ‘Abd Allāh abandona Córdoba en dirección a Toledo, a donde llegó sin que pudieran alcanzarlo los enviados que el emir había mandado para convencerlo de que regresase.

El paso al bando rival del hermano que le había facilitado el ascenso al trono representó para Hišām más una preocupación personal que un real reforzamiento de la facción rebelde. En efecto, ‘Abd Allāh se comporta como un secundario sin relieve, siempre a la sombra de uno de sus dos hermanos y su aportación a la causa de Sulaymān no parece que fuera más allá de su mera presencia personal y del dudoso prestigio de su nombre.

Hišām decidió no dar ocasión a que la revuelta se consolidase y parte al mando de sus tropas contra Toledo para sofocarla. Sulaymān cree llegada su ocasión y aprovecha la llegada del ejército emiral para escabullirse y dirigirse a marchas forzadas hacia Córdoba, que creía desamparada. Pero los cordobeses se muestran fieles a Hišām y se enfrentan a Sulaymān, que no puede hacer otra cosa que acampar frente a la ciudad, en el arrabal de Secunda, escenario de tantas batallas en la historia de la Córdoba islámica. Mientras tanto Hišām, que continuaba el asedio de Toledo en la que habían quedado ‘Abd Allāh y un hijo de Sulaymān, enterado de la estratagema de su hermano, envía a su hijo ‘Abd al-Malik con un contingente de tropas hacia Córdoba, pero el enfrentamiento no se produce: la sola noticia de su llegada hace que Sulaymān abandone precipitadamente Secunda para dirigirse hacia Mérida, desde donde, rechazado por el gobernador omeya, se encamina hacia Levante.

Mientras tanto el asedio de Toledo se mantenía, pero, tras dos meses de infructuosos intentos por conquistarla plaza, el emir regresa a Córdoba con las manos vacías. Poco tiempo después la situación da un giro radical: ‘Abd Allāh abandona Toledo y regresa a Córdoba sin haberse garantizado antes el perdón del emir, que, a pesar de su anterior traición, lo acoge amablemente y lo instala en la residencia de su hijo al-Ḥakam, el futuro emir. Casi simultáneamente Sulaymān, refugiado en la región de Murcia, ve cómo un ejército emiral avanza sin oposición hacia él y busca refugio entre los bereberes de Valencia, aunque, finalmente, decide hacer las paces con su hermano: él se retirará al Norte de África con su familia y sus bienes y recibirá una sustanciosa compensación en metálico, nada menos que sesenta mil dinares de la herencia de su padre ‘Abd al-Raḥmān. Allende el Estrecho Sulaymān, a quien se había vuelto a unir el inquieto ‘Abd Allāh, se asienta entre los bereberes, con quienes siempre tuvo una especial relación tanto en al-Andalus como en su exilio norteafricano, hasta el punto de que, si bien no puede en modo alguno hablarse de un “partido beréber” del que Sulaymān fuera el cabecilla —menos aún puede sostenerse, como se ha hecho en ocasiones, que fuera el candidato de un supuesto “partido sirio”—, sí parece evidente que Sulaymān buscó sus apoyos en sectores descontentos con la situación vigente, como podían ser los habitantes de la siempre rebelde Toledo —antigua capital de la Hispania visigótica sustituida por Córdoba— o los bereberes de las zonas rurales, en este caso, los de la zona de Mérida y “del Interior” (al-Ŷawf, la zona entre los cursos medios del Tajo y del Guadiana) y los de Valencia. Cuando muera Hišām y sea sucedido por su hijo al-Ḥakam, Sulaymān y ‘Abd Allāh volverán a la Península a plantear de nuevo sus reivindicaciones y de nuevo tendrán en los bereberes su principal apoyo.

Consolidado en el trono Hišām tras la pronta resolución de la cuestión sucesoria, el soberano gozará de un relativamente tranquilo reinado, apenas ensombrecido en el plano interno —si es que se puede considerar internos a los asuntos de las Marcas, que en muy pocos momentos de la historia del emirato omeya se encuentran efectivamente sometidas al domino de Córdoba— por las habituales discordias en Zaragoza y su región y por un levantamiento beréber en las sierra de Ronda.

En efecto, la Marca Superior hereda los problemas que habían marcado la historia de la región durante el reinado del fundador de la dinastía omeya andalusí, ‘Abd al-Raḥmān b. Mu‘āwiya, es decir, árabes contra muladíes y ambos contra Córdoba. Los nombres de los protagonistas nos resultan familiares: son los hijos de los rebeldes con los que tuvo que lidiar ‘Abd al-Raḥmān I, Ḥusayn al-Anṣārī y Sulaymān al-‘Arabī, destacados participantes en los sucesos que rodearon la entrada de Carlomagno y su posterior retirada que dio lugar a la leyenda de Roncesvalles. El hijo del primero de ellos, Sa‘īd, hijo de Ḥusayn al-Anṣārī, se había apoderado de Tortosa y, con el apoyo de buena parte de los árabes de la Marca, intentaba hacerse con Zaragoza. El emir, que se hallaba ocupado con los problemas que le planteaban sus hermanos -estos acontecimientos ocurrían en los primeros meses de su reinado-, no pudo o no quiso ocuparse personalmente de Sa‘īd, cuyas andanzas, sin embargo, fueron muy breves, pues un muladí de la familia de los Banū Qasī, Mūsà b. Furtūn, alzó la bandera de los omeyas y, tras derrotar y dar muerte a Sa‘īd, se adueñó de Zaragoza en nombre de Hišām, aunque muy probablemente sin contar con para nada con él. Tampoco Mūsà pudo disfrutar mucho de su victoria, porque un partidario de Sa‘īd se tomó cumplida venganza asesinándolo.

Un poco más duradera fue la rebelión del hijo de Sulaymān al-‘Arabī, Maṭrūḥ, quien llevaba algún tiempo dominando por su cuenta Barcelona y que, en aquel momento, se traslada a Zaragoza. En el año 791 el emir Hišām, liberado ya de los problemas fraternos, toma medidas decididas y envía una expedición militar al mando de uno de sus generales favoritos, ‘Ubayd Allāh b. ‘Uṯmān, para desalojar a Maṭrūḥ. El cerco no tiene éxito, por lo que las tropas omeyas se instalan en Tarazona, desde donde continúan asediando a distancia la capital de la Marca. De nuevo son los muladíes los que facilitan las cosas a Hišām: habiendo salido de caza Maṭrūḥ acompañado únicamente de dos compañeros, en un momento de descuido fue atacado por éstos, que lo mataron, le cortaron la cabeza y se la llevaron al general ‘Ubayd Allāh, que pudo entrar entonces en Zaragoza. Uno de los asesinos de Maṭrūḥ era ‘Amrūs, sirviente de la familia que, años antes, había arriesgado su vida para salvar la de su señor, ‘Aysūn, hermano de Maṭrūḥ. A partir de la muerte de Maṭrūḥ, ‘Amrūs inició una larga y productiva carrera política a las órdenes de los omeyas, en cuyo transcurso se encargó del gobierno de la Marca Superior y del aplastamiento de la rebeldía toledana en la célebre “Jornada del Foso”.

En cuanto al levantamiento beréber de la Serranía de Ronda (Takurunna en las fuentes árabes), no son muchas las noticias que sobre él poseemos. Los bereberes de esa zona se habían alzado en armas contra el emir, que envió a sus tropas en el año 794 para sofocarlo. Tan violenta debió ser la represión que, según refieren las crónicas, los supervivientes huyeron a Talavera y Trujillo —zonas de gran presencia beréber también— y la comarca quedó despoblada durante siete años.

La tranquilidad interna durante el reinado de Hišām le permitió dedicar toda su atención a los reinos cristianos del norte, tanto al de Asturias como al de los francos. Su actividad militar registró grandes éxitos, como el saqueo de Narbona o el de Oviedo, pero también conoció derrotas más o menos serias.

En el año 791 se llevaron a cabo dos campañas: la dirigida contra “Álava y los Castillos” —por emplear la denominación utilizada por los cronistas árabes— estuvo comandada por ‘Ubayd Allāh b. ‘Uṯmān, que se internó en territorio enemigo tras la toma de Zaragoza antes mencionada, mientras que Yūsuf b. Bujt se ponía al frente de la columna que entraba en los territorios de Vermudo e infligía una dura derrota a los ejércitos asturianos en el río Burbia (en el Bierzo). Algunos autores atribuyen a esta derrota la renuncia al trono del rey Vermudo el Diácono, que dejó como sucesor a Alfonso II el Casto.

La más renombrada gesta guerrera de los ejércitos de Hišām tuvo lugar en la Septimania franca, con el asedio a Narbona del año 793, saqueo que, si bien militarmente no produjo ningún rédito, ya que la ciudad no fue tomada, como expedición de rapiña constituyó un memorable éxito: el botín obtenido era recordado muchos años después por los cronistas como término de comparación insuperable, tanto por las riquezas que inundaron Córdoba como por el amplísimo número de cautivos que acabaron como esclavos en las ciudades andalusíes. Precisamente fue un grupo de estos esclavos francos los que sirvieron para formar el núcleo de la guardia personal del emir. Las tropas, al mando del general ‘Abd al-Malik b. Mugīṯ, de regreso de Narbona, tuvieron un encuentro con los francos mandados por Guillermo, conde de Tolosa —San Guillermo de Gellone, el Guillermo d'Orange de las gestas épicas— cerca del pueblo de Villedaigne, a orillas del Orbieu; la victoria cayó del lado musulmán e Ibn Mugīṯ pudo regresar a Córdoba triunfador y cargado de botín.

Las campañas militares de los dos últimos veranos anteriores al fallecimiento del emir, 794 y 795, están envueltas en cierta confusión, puesto que las fuentes árabes y cristianas discrepan en sus fechas y en sus resultados. A pesar de la minuciosidad con la que algunos investigadores han descrito itinerarios y batallas, lo único que parece claro es que hubo varias expediciones, como mínimo dos, que fueron dirigidas por los hermanos Ibn Mugīṯ, ‘Abd al-Malik y ‘Abd al-Karīm, que en alguna de ellas fue asolada la recientemente fundada capital del reino asturiano, Oviedo, y estuvo a punto de ser capturado su rey, Alfonso II, y que, de regreso de una campaña, el general ‘Abd al-Malik b. Mugīṯ sufrió una emboscada de la que salió malparado, aunque, en contra de lo que mantienen las crónicas cristianas, ni fue un desastre de importancia para los ejércitos omeyas, ni en ella murió el general ‘Abd al-Malik b. Mugīṯ, cuya actividad política y militar en el reinado del sucesor de Hišām, al-Ḥakam I, está plenamente documentada.

El 22 de abril del 796 moría en Córdoba el emir Hišām, tras siete años y medio de reinado. Había designado como sucesor a su hijo al-Ḥakam que, como había ocurrido en su propio caso, no era el primogénito, que había caído en desgracia y se hallaba en prisión. En esta ocasión nadie en el alcázar cordobés se opuso a su entronización, aunque no por ello se vio a salvo de querellas dinásticas: muy pronto los obstinados Sulaymān y ‘Abd Allāh regresarán de allende el Estrecho para intentar arrebatar el poder de manos de su sobrino. En éste, como en tantos otros aspectos, el breve reinado de Hišām no había supuesto cambio alguno en el devenir de los acontecimientos de al-Andalus: los problemas que habían quedado en pie a la muerte de ‘Abd al-Raḥmān I allí seguían sin resolver, si bien es preciso reconocer que durante la etapa de Hišām dichos problemas permanecieron larvados, sin provocar dificultades dignas de mencionarse.

Hišām I es considerado unánimemente como un soberano mesurado y de profunda religiosidad. Bajo su mandato se concluyó la primera fase de la mezquita aljama de Córdoba y se llevaron a cabo numerosas obras públicas, entre las que los cronistas destacan la reconstrucción del puente sobre el Guadalquivir en Córdoba. Pero esta imagen de Hišām como emir piadoso y preocupado por el bien de la comunidad no debe hacernos pensar en un monarca débil o pusilánime; ya se ha visto anteriormente que su actividad militar contra los reinos cristianos fue intensa y que las revueltas internas fueron sofocadas con firmeza y habilidad, en el caso de sus hermanos, y con dureza y crueldad, en el de los bereberes de Ronda. Pero es que, además, tampoco le tembló el pulso cuando se creyó en la necesidad de actuar contra posibles intrigas palatinas: otro de sus hermanos, Maslama, apodado Kulayb, fue encarcelado y murió en prisión durante el reinado de al-Ḥakam I, e idéntica suerte corrió el primogénito de Hišām, ‘Abd al-Malik, ambos por sospechas que las fuentes no nos detallan.

El reinado de Hišām I constituyó un período de relativa tranquilidad en la etapa de arraigamiento de la dinastía omeya en al-Andalus, entre los gobiernos de su padre ‘Abd al-Raḥmān, que tuvo que luchar sin tregua para instaurarla, y de su hijo al-Ḥakam, que se vio en la necesidad de conjurar con mano férrea los peligros que la amenazaban desde el interior muy seriamente.

Bibl.: Ibn el-Athir, Annales du Maghreb et de l'Espagne; traduites et annotées par E. Fagnan, Argel, Typographie Adolphe Jourdan, 1898, págs. 137-153; E. Fagnan, Histoire de l'Afrique et de l'Espagne intitulée al-Bayano 'l-Mogrib traduite et annotée par [...], t. II, Argel, Imprimerie Orientale, 1901-1904, págs. 96-109; J. Uría, “Las campañas de Hixem I contra Asturias y su probable Geografía”, en Estudios sobre la Monarquía Asturiana, Oviedo, 1949, págs. 500-545; F. de la Granja, La marca superior en la obra de al-‘Udrí, Zaragoza, Impr. “Heraldo de Aragón”, 1966; C. Sánchez Albornoz, Orígenes de la nación española. Estudios críticos sobre la historia del Reino de Asturias, vol. II, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1972-1975, págs. 469-529; F. Hernández Giménez, “La travesía de la sierra de Guadarrama en el acceso a la raya musulmana del Duero”, en Al-Andalus, XXXVIII (1973), págs. 163-167; E. Lévi-Provençal, España musulmana hasta la caída del Califato de Córdoba (711-1031 de J.C.), t. IV. de Historia de España dirigida por Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Espasa Calpe, 1976, págs. 91-98; M. J. Viguera, Aragón musulmán, Zaragoza, Librería General, 1981, págs. 50-53; Una descripción anónima de al-Andalus = Ḏikr bilād al-Andalus, t. II, ed. y trad. Luis Molina, Madrid, Instituto “Miguel Asín”, 1983, págs. 126-132; M. Fierro, La heterodoxia en al-Andalus durante el periodo omeya, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1987, págs. 33-37; E. Manzano Moreno, La frontera de al-Andalus en época de los omeyas, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1991; M. J. Viguera, El Islam en Aragón, [Zaragoza], Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1995, págs. 45-54; Ibn Ḥayyān, Crónica de los emires Alḥakam I y Abdarraḥmān II entre los años 796 y 847 [Almuqtabis II-1], trad., notas e índices de Maḥmūd ‘Alī Makkī y Federico Corriente, Zaragoza, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, 2001; P. Guichard, De la expansión árabe a la Reconquista: esplendor y fragilidad de al‑Andalus, Granada, El Legado Andalusí, 2002, págs. 58-86; P. Sénac, Les Carolingiens et al-Andalus (VIIIe-IXe siècles), Paris, Maisonneuve et Larose, 2002, págs. 59-69.


Luis Molina Martínez

 

sábado, 29 de julio de 2023

LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA, LA DECISIVA VICTORIA DE LA RECONQUISTA

 

LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA, LA DECISIVA VICTORIA DE LA RECONQUISTA

 


El 16 de julio de 1212, el ejército cristiano organizado por el Rey Alfonso VIII de Castilla, el arzobispo Rodrigo Ximénez de Rada y el Papa Inocencio III derrotaba a los almohades que dominaban Al-Ándalus en la batalla de las Navas de Tolosa
La llegada de los almohades a la Península Ibérica tuvo lugar entre los años 1146 y 1147. Por entonces, ocuparon las bases fronterizas de Tarifa y Algeciras y, en el 1195, derrotaron a Alfonso VIII de Castilla en Alarcos, haciendo que las tropas castellanas retrocediesen hasta la ciudad de Toledo.

Tras esta derrota, Alfonso VIII de Castilla pidió ayuda al Papa Inocencio III, quien puso en marcha una bula de cruzada. Este hecho, propició que el resto de reinos cristianos peninsulares se unieran a la contienda y lograsen reunir una fuerza de 27.000 hombres, la mayoría de ellos castellanos.

El contingente cristiano abandonó Toledo en mayo de 1212, y avanzó hacia el sur al encuentro de los almohades. El 13 de julio de ese mismo año se encontraron frente a frente, pero la batalla de las Navas de Tolosa no comenzó hasta la mañana del 16 de julio de 1212, con las primeras horas del alba.

El inicio de la batalla de las Navas de Tolosa transcurrió tal y como habían previsto los almohades. Estos, pudieron frenar el avance cristiano, y no solo eso, durante un momento de la contienda pusieron contra las cuerdas a las tropas cristianas. Sin embargo, el Rey Alfonso VIII de Castilla, quien no quiso repetir lo sucedido en Alarcos y regresar a sus tierras con la vergüenza de ser nuevamente derrotado, supo resolver la crisis con un ataque de todas las reservas en una carga histórica que pasaría a la posteridad como la ‘carga de los Tres Reyes’, puesto que en el ataque le acompañaron los monarcas Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, apoyados por los caballeros de las órdenes militares.

La ‘carga de los Tres Reyes’ destrozó las defensas almohades y precipitó la fuga de su califa, que abandonó a sus tropas y huyó hacia Baeza. La victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa fue absoluta.

 

 

viernes, 23 de junio de 2023

EL ENFRENTAMIENTO EN EL QUE LOS REYES CATÓLICOS CAPTURARON AL ÚLTIMO REY DE GRANADA

 

EL ENFRENTAMIENTO EN EL QUE LOS REYES CATÓLICOS CAPTURARON AL ÚLTIMO REY DE GRANADA




El 21 de abril de 1483, tenía lugar la batalla de Lucena, el enfrentamiento en el que las tropas de los Reyes Católicos hicieron prisionero al último Rey de Granada, Boabdil ‘el Chico’.

También llamada batalla de Martín González, la batalla de Lucena fue un hecho de armas en el que se enfrentaron fuerzas cristianas de la Corona de Castilla y musulmanas pertenecientes al último Reino musulmán de la Península Ibérica, el Reino nazarí de Granada. Un enfrentamiento durante el cual las tropas de los Reyes Católicos capturaron e hicieron prisionero a Boabdil ‘el Chico’, el último Rey de Granada.

El origen de la batalla de Lucena no fue otro que la pretensión de Boabdil ‘el Chico’ de realizar una incursión para tomar la localidad andaluza de Lucena y emular la victoria que había logrado su tío El Zagal en Axerquía. 

Boabdil puso sitio a Lucena el 20 de abril de 1483 con ayuda de su suegro el alcaide de Loja Aliatar. Sin embargo, el asedio no fue como se esperaba y las tropas musulmanas fueron sorprendidas por refuerzos cristianos. Al verse superado, Boabdil y su ejército se retiraron del lugar a las afueras de la ciudad. Fue en ese momento cuando dio comienzo la batalla de Lucena.

Las tropas de los Reyes Católicos hicieron que los musulmanes huyesen nuevamente en desbandada. Aliatar murió en batalla, por su parte el Rey Boabdil intentó escapar pero su caballo quedó atascado en el fango, un hecho que le obligó a esconderse de los soldados castellanos, sin embargo, un peón de infantería logró reducirle.

Las tropas de los Reyes Católicos pronto supieron que se trataba de una figura importante pues sus finos ropajes le delataban. Boabdil fue hecho prisionero y llevado al castillo de Lucena.

 

 

EL SITIO DE ALGECIRAS, LA GRAN VICTORIA DEL REY ALFONSO XI

 

EL SITIO DE ALGECIRAS, LA GRAN VICTORIA DEL REY ALFONSO XI




El 27 de marzo de 1344, el Rey Alfonso XI de Castilla entraba en la vieja villa de Algeciras tras cuatro años de asedio.

El sitio de Algeciras llevada a cabo por las tropas castellanas de Alfonso XI junto a las flotas de Aragón y Génova durante la Reconquista con el objetivo de conquistar la ciudad musulmana de al-Ŷazīra al-Jaḍrāʔ, llamada Algeciras por los cristianos. Se trataba de un importante punto estratégico de vital importancia para acabar de una vez por todas con la reconquista, pues se trataba del principal puerto árabe en las costas del sur de la Península Ibérica.

El sitio fue más duro de lo esperado. Este llegó a extenderse hasta veintiún meses durante los cuales la población de la ciudad, unas 30.000 personas entre civiles y soldados bereberes, sufrió las consecuencias de un férreo asedio que impedía la entrada de alimentos a la ciudad.

El 26 de marzo de 1344, tras la derrota en las vegas del río Palmones del ejército del Reino de Granada que debía socorrer la ciudad, se produjo la rendición de la capital europea del Imperio meriní y su incorporación al Reino de Castilla.

A pesar de la notable importancia que tuvo el sitio y la toma de Algeciras en la sociedad de su época son escasas las fuentes escritas que relaten los hechos acaecidos durante los meses del asedio y las pocas que lo hacen hablan desde el punto de vista cristiano. La principal obra utilizada en la historiografía medieval es la ‘Crónica de Alfonso XI’ que narra los principales acontecimientos del reinado de este monarca cuya parte concerniente al asedio de Algeciras se supone escrita en el campamento cristiano por los escribas reales.

 

sábado, 13 de mayo de 2023

EL INICIO DE LA GUERRA DE GRANADA (1481); LA CAIDA DE ZAHARA Y LA TOMA DE ALHAMA

 

EL INICIO DE LA GUERRA DE GRANADA (1481): LA CAÍDA DE ZAHARA Y LA TOMA DE ALHAMA


La Guerra de Granada, que acabó con el dominio musulmán en la Península, como la Guerra de Troya, duró doce años.


El principio del fin del reino nazarí llegó con la venganza por la incursión cristiana sobre la población fronteriza de Villaluenga -hoy Villaluenga del Rosario, Cádiz- que había sido quemada, la tenebrosa y desapacible noche del 27 de diciembre de 1481 (hoy hace quinientos treinta y tres años de aquello), los guerreros nazaríes escalaron las murallas de la villa de Zahara, abrieron sus puertas y entraron tomando por sorpresa a sus habitantes; los supervivientes de la matanza fueron hechos cautivos y conducidos a Ronda.

La corte de los Reyes Católicos, que en ese momento se encontraba en la villa vallisoletana de Medina del Campo, recibió la noticia de manos de Antón Serrano, jurado del concejo de Sevilla. Mientras, temiendo que la toma de Zahara supusiera el principio de una ofensiva nazarí, reforzaron las patrullas de vigilancia. La toma de Zahara no obtuvo una respuesta inmediata por parte de los cristianos. Se ordenó alertar a todas las guarniciones de la frontera y se encargó a Rodrigo Téllez, maestre de la Órden de Calatrava la defensa de la zona de Jaén y a Alonso de Cárdenas, maestre de la Órden de Santiago, la defensa de la de Écija.

Con el objetivo de finalizar la reconquista de la Península Ibérica, los cristianos atacaron Alhama. Los preparativos militares se concentraron en Marchena, Sevilla, reuniéndose un ejército de 2.500 jinetes y entre 3.000 y 8.000 peones, dependiendo de la fuente consultada. Rodrigo Ponce de León fue puesto al mando de estas fuerzas por el rey Fernando de Aragón. Juan Ortega de Prado, caballero veterano de anteriores campañas, reconoció previamente y el terreno y las defensas de la plaza para asegurar el éxito del plan de ataque. Era necesario mantener el secreto de la concentración de tropas y la misión de las mismas, entrar sin ser vistos en territorio enemigo -procurando eludir las patrullas fronterizas- y la toma de Alhama por sorpresa asaltando con escalas las murallas.

Siguiendo la ruta que coincide con la actual carretera A-92 desde Marchena a Alhama, el ejército cristiano avanzó en grupos que se reunirían en las cercanías del Arroyo del Cuervo, cerca de Archidona, hasta presentarse finalmente frente Alhama el 27 de febrero de 1482. Aunque la conquista de la fortaleza de la ciudad fue rápida, el resto de la población ofreció resistencia durante algunos días. Una vez tomada la plaza por los cristianos, estos quedarían aislados en territorio enemigo.