El legado de al-Andalus
Es difícil hablar de lo que al-Andalus nos ha legado si primero no
desbrozamos su historia, aunque sea muy someramente, de los tópicos que la han
desvirtuado
La primera imagen que se nos viene a la memoria cuando hablamos
del legado que hemos heredado de la civilización andalusí es la de algunos
monumentos muy conocidos como la Alhambra, la Mezquita o la Giralda. Es decir;
enseguida pensaríamos, como un insigne académico nacido en Andalucía, que de
al-Andalus sólo nos quedan unas cuantas piedras.
Esta visión tan simplista del legado andalusí es como consecuencia
de la, también, simplista visión de la Historia de al-Andalus que se da en la
enseñanza y que se basa en historias "oficiales" de batallas,
reyes, conquistas y reconquistas sin profundizar en cómo era la vida normal y
corriente de la gente, incluidos la de los mismos mandatarios. Es, estudiando
estos aspectos más "banales" de la vida de los andalusíes, como
nos damos cuenta de lo poco que ha cambiado Andalucía desde el Califato
andalusí hasta nuestros días -exceptuando, obviamente, los últimos cuarenta o
cincuenta años en los que Andalucía se ha transformado radicalmente en muchos
aspectos-.
Es difícil hablar de lo que al-Andalus nos ha legado si primero no
desbrozamos su historia, aunque sea muy someramente, de los tópicos que la han
desvirtuado.
El primero de ellos es la confusión entre los términos musulmán y
árabe. Al-Andalus fue una civilización en la que muchos de sus habitantes
tenían como religión la musulmana y como lengua culta y de rezos, la del Corán,
es decir: el árabe. Pero eso no quiere decir que la población andaluza de la
época fuera étnicamente árabe. Sin negar la existencia de algunos componentes
de etnia árabe, primero, y beréber después, la gran mayoría de la población
seguía siendo autóctona que, o bien se había convertido al Islam o seguía
siendo cristiana pero islamizada. Para convencerse de ello sólo basta con leer
los anales palatinos de Medina Azahara en los que en ningún momento los propios
andalusíes se autocalifican de árabes, sino sólo de musulmanes o creyentes, o
leer un excelente libro sobre la vida en la Andalucía de aquella época como es
el de Henri Pérès ("Esplendor de al-Andalus"- Libros
Hiperión,) en el que el autor nos asegura que "la gran masa de la
población musulmana está constituida por hispanos convertidos al Islam y que,
al abrazar la religión de los vencedores, han cambiado en realidad poco en su
forma íntima de vivir" y añade más adelante: "pero
este país de Occidente anexionado al Islam marcó por su parte con un fuerte
sello todo lo que le legó Oriente. La mayor parte de su población, tanto en el
campo como en la ciudad, es hispánica, no solamente por su métodos agrícolas,
sus prácticas estacionales, su técnicas artesanales y el ritmo de sus fiestas,
sino también por su inspiración poética y sus preocupaciones morales e
intelectuales".
Otro de los tópicos históricos que se han hecho correr sobre la
historia de Andalucía es que después de la conquista castellano-leonesa se
produjo la expulsión de sus habitantes y la repoblación con nuevas gentes
venidas de los reinos cristianos.
La historiografía española, haciendo una gran simplificación, ha
decretado que con la conquista de Castilla desaparece en Andalucía todo el
sustrato cultural anterior, naciendo una nueva Andalucía como apéndice de
Castilla; " la novísima Castilla" la han llegado a
calificar algunos. Sin embargo, cuando las premisas son falsas se cae en la
contradicción. Los mismos que defienden que con la conquista y repoblación de
Andalucía nace una "Andalucía nueva, distinta de la hasta entonces
existente y radicalmente transformada en sus estructuras básicas
-demográficas... " ( Manuel González Jiménez, EN TORNO A LOS
ORÍGENES DE ANDALUCÍA: LA REPOBLACIÓN DEL SIGLO XIII, Universidad de Sevilla),
reconocen la escasa fiabilidad de las fuentes: "en algunos casos,
del repartimiento sólo han llegado a nosotros simples nóminas o listas de
pobladores, casi todas ellas de escasa fiabilidad" (pág.
24); "Nunca llegaremos a conocer, ni siquiera de forma aproximada,
el número de las personas que acudieron a establecerse en Andalucía a raíz de
su conquista en el siglo XIII" (pág. 45). Incluso se reconoce el
fracaso de la repoblación oficial a la que aluden las crónicas tendenciosas de
la época: "Es evidente que puede hablarse de un cierto fracaso,
todo lo relativo que se quiera, pero fracaso al fin, de la repoblación
"oficial" realizada en tiempos de Fernando III y de Alfonso X". (pág.
156). Por lo tanto, es necesario aclarar que el fenómeno histórico de la
expulsión-repoblación apenas se produjo en la zona del valle del Guadalquivir y
sí en mayor medida en la zona del antiguo reino de Granada después de la
rebelión de los moriscos en 1569. Pero tampoco en este caso se puede hablar de
expulsión total (las crónicas hablan de unos 75.000) y la repoblación se hizo
en gran parte con pobladores de las zonas limítrofes, es decir, andaluces en su
mayoría.
Por último, otro de los tópicos que conviene aclarar para poder
entender la continuidad socio-cultural de al-Andalus con el período
bético-romano anterior y el de dominio castellano posterior es la coexistencia
de las denominadas "tres culturas" en una clara
confusión entre cultura y religión. No se trata de negar la impronta cultural
que supone la práctica de una religión determinada pero en el caso de
al-Andalus tenemos que hablar de una cultura andalusí donde convivían personas
que profesaban religiones distintas pero con una gran interrelación entre
ellas. Un claro ejemplo de esta interrelación religiosa son los calendarios en
los que se mencionaban tanto las fiestas religiosas musulmanas, judías o
cristianas, como las continuas anécdotas que nos han llegado de celebración
conjunta.
Así pues, debemos tener en cuenta estas premisas; -que la gran
mayoría de la población de al-Andalus es la descendiente de la bético-romana y
que la gran mayoría de la población de la Andalucía moderna es la descendiente
de la población andalusí y, por tanto, de la bético-romana que a su vez , en
gran parte, también tiene un gran componente de población tartésico-turdetana-
para poder entender la gran importancia del legado de al-Andalus, no sólo en
relación al patrimonio artístico sino también a la idiosincrasia del pueblo
andaluz que tiene mucho que ver con la del pueblo andalusí.
Vamos a ir rastreando, de una manera no exhaustiva, por las
distintas facetas de la cultura andaluza en su más amplio sentido, todo aquello
que nos han legado aquellos "hombres de luz" que
vivieron en el solaz andaluz hace más de quinientos años.
El Patrimonio
Una parte importante del rico patrimonio andaluz se debe a la
civilización andalusí. No solo los conocidos monumentos de la Alhambra,
Mezquita, Giralda, Alcazabas,...sino también esa multitud de pequeñas
construcciones que jalonan el territorio andaluz como son las mezquitas
convertidas en iglesias, las torres almenaras, los baños, aljibes, albercas y
antiguas acequias que aún quedan, algunas de ellas en uso, así como casas y
palacios de la época que han sufrido restauraciones posteriores. Pero no nos
importa tanto la enumeración del patrimonio como resaltar las peculiaridades
arquitectónicas del arte andalusí que han influido con posterioridad y, de las
que algunas de ellas, han llegado hasta nuestros días.
El andaluz de entonces, lo mismo que el de ahora, concede una gran
importancia a la casa cuidando todos los detalles, no sólo del interior sino
también del exterior. Es una casa encalada con tejas rojizas -tejas árabes se
les llama actualmente en Andalucía y tejas andaluzas se les llama en el Magreb-
con patio interior, si es posible, y un zaguán a la entrada; todo ello adornado
de plantas y flores. "Los burgos de al-Saraf ( el Aljarafe), nos
decía el cordobés al-Saqundí en el siglo XII, superan a todos los demás por la
feliz elección de las casas y por el cuidado que los habitantes dedican tanto a
su interior como a su exterior, de suerte que bajo el blanco encalado parecen
estrellas en un cielo de olivares". El visir y poeta Ibn
al-Hammâra expresa la misma idea en un verso: "Las aldeas de
Andalucía aparecen en medio de la verdura de los vergeles como perlas (blancas)
engastadas en medio de esmeraldas" (Esplendor de Al-Andalus,
pág. 127). También el andaluz de entonces, aunque viviera en la ciudad, al
igual que el de hoy, si sus condiciones económicas o familiares se lo permitían
gustaba de tener una casa de campo (la munya) con su huerta.
La arquitectura andalusí en parte no hizo más que seguir una
tradición anterior de la época romana a la que le puso su sello personal en la
decoración y el revestimiento utilizando materiales como el yeso, el azulejo,
el ladrillo y la madera, que aunque han sido catalogados por muchos como "pobres",
la maestría y el gusto de los albañiles, yeseros y artesanos de la madera
andaluces consiguió darle un toque personal lleno de exquisitez y sensualidad.
La influencia de la arquitectura andalusí pasó al mundo cristiano,
ya en muy tempranas fechas, a través de la diáspora mozárabe que llenó de
iglesias, entre otras cosas, el norte peninsular. Pero esta influencia ha
seguido en el tiempo a través del arte mudéjar, llamado así al que elaboraban
los alarifes andalusíes ya bajo dominio de los reyes cristianos.
Algunas de las soluciones arquitectónicas introducidas por los
andalusíes tuvieron una gran aceptación en los estilos importados de Europa.
Como dice F. Sánchez Mármol (Andalucía Monumental, de la Mezquita al
Mudéjar, B.C.A. pág. 218) "Una de las formas
arquitectónicas de origen andaluz que logró una mayor y más dilatada difusión,
a través del arte mudéjar, fue la bóveda nervada. Bóveda que había llegado a su
más pleno e inteligente desarrollo en las cúpulas con nervios cruzados que se
desarrollaron en la Mezquita de Córdoba bajo el reinado de al-Hakam II. Su
difusión alcanzó varios puntos de la península: catedral de Oviedo, la del
Salvador de Sepúlveda, la de Jaca, etc. Ejemplos más completos los encontramos en
las cúpulas de S. Miguel de Alamazán (Soria) y de Torres del Río (Navarra);
edificios completamente románicos, pero con cúpulas enteramente andaluzas, con
sus arcos por parejas, cruzados, y su ojo central con cupulilla o linterna."
Otra de las soluciones andaluzas, el recubrimiento de las naves
con artesonados de madera, tuvo una continuidad a través del mudéjar que lo
impuso como solución en muchas de las iglesias y palacios de toda la geografía
peninsular. Estos artesonados se caracterizan por su decoración geométrica
formada por líneas o cintas que se entrecruzan formando polígonos o estrellas.
Este tipo de decoración es una de las características del arte andalusí
presente en todo tipo de revestimientos, desde los mismos artesonados, hasta
las celosías y enrejados, pasando por la profusión de figuras geométricas de
los alicatados; que por cierto son una de las más claras pervivencias
andalusíes en la decoración arquitectónica actual.
Por lo tanto, lo andalusí ha pervivido en el tiempo a través del
mudejarismo mezclándose y transformando otros estilos impuestos. Como señala L.
Torres Balbá: "bien enraizado en el alma popular, el mudejarismo
persistió durante siglos a través de múltiples transformaciones artísticas, más
o menos exóticas, que apenas lo rozaron. Y en ellas se mantiene latente la
afición a la riqueza decorativa, a la profusión ornamental, a la policromía
violenta, unida a la repugnancia por todo lo clásico y equilibrado, esperando
el momento propicio para crear un nuevo barroquismo" (Andalucía
Monumental. Pág. 251)
La Toponimia
En el caso de la Toponimia está clara la procedencia andalusí de
multitud de nombres de nuestros pueblos, ciudades, ríos, lugares, pagos
agrícolas, etc, ya sea directamente del árabe, o bien a través de la
arabización de un topónimo anterior, la corrupción de una palabra árabe o
latina al arabizarse. No se trata de hacer una mención exhaustiva de la gran
cantidad de topónimos andalusíes que perviven en la actualidad, sino de
resaltar su importancia a través de dos ejemplos muy ilustrativos, el de
Andalucía y el de Sevilla.
Está claro que el nombre de Andalucía viene del término Andalus al
que se le añadió el artículo árabe al. El primer documento que conocemos con el
nombre de Andalus son las monedas bilingües del año 716 en las que aparece en
una de las caras de la moneda escrito en árabe y en la otra cara, escrito en
latín, aparece como sinónimo el término de Hispania; por lo que debemos deducir
que para aquellos primeros musulmanes el término Andalus es sinónimo de Hispania.
Y eso fue así en los primeros siglos de la islamización. A pesar de que parezca
sorprendente, de las crónicas de los primeros reinos cristianos del norte se
deduce que Hispania era la zona de al-Andalus y no sus incipientes reinos, como
señala R. Menéndez Pidal (Orígenes del español, pág. 442) "la
voz Hispania fue, para los cristianos independientes, sinónimo de tierra
musulmana". Pero la "historia" da muchas vueltas
y la hispania andaluza (andalusí) es conquistada y combatida por "la
España, punta de lanza de Europa contra Andalucía" que diría Blas
Infante, y los reyes cristianos como Alfonso VI "combaten el
sentimiento hispano" (Orígenes del español, pág. 480)
Pero continúa siendo un misterio el significado del nombre de
Andalucía, porque "Andalus" no es traducción de "Hispania".
Ha existido una versión, ya desechada, que lo hacía provenir de los vándalos
-vandalicia, tierra de los vándalos. Una versión del significado de al-Andalus
nos la da A. Medina en el boletín "La identidad andaluza" que
edita la Yama"a Islámica de al-Andalus que nos dice que Andalus es una
palabra de origen beréber y viene a significar "tierra labrada y
surcada por ríos o por un gran río".
Otra posible etimología de al-Andalus nos la da Joaquín Vallvé
en "El nombre de al-Andalus", (Revista
Al-Qántara, Madrid) que cree que los vencedores de Rodrigo pusieron el
nuevo nombre por una especie de arrebato romántico identificando Al-Andalus con
la Atlántida. Isidro de las Cagigas también ve un "cierto
olorcillo, sabio y pedante" en la voz al-Andalus.
Si bien muchos topónimos vienen directamente del árabe, aunque
sufriendo alguna que otra corrupción, como Guadalquivir, Almería, Jaén; hay
otros que vienen de un topónimo anterior pero que han sufrido una arabización
fonética y una corrupción. Es el caso de Sevilla que del Ispalis latino se ha
ido transformando hasta dar el Sevilla actual, cambiando la -p-, inexistente en
árabe, por una -b-, (Isbalia); añadiendo una -y- entre la -i- y la -a-, -en
árabe no se escriben las vocales y debe ir una consonante entre dos vocales-_
(Isbaliya) y corrompiéndose con el tiempo la fonética hasta dar el actual
nombre. Por lo tanto, hoy Sevilla no se llamaría así si no hubiera existido
al-Andalus.
También de la época de al-Andalus viene, indirectamente, uno de
los símbolos institucionales que identifican a la actual Comunidad Autónoma de
Andalucía, es la bandera blanca y verde que los andalucistas históricos, con
Blas Infante a la cabeza recogen de la tradición andaluza y proponen como bandera
de Andalucía. El primer texto que conocemos referente a una bandera blanca y
verde es de la época de al-Andalus. Es un texto de un poeta de Guadix que vivió
en el siglo XI y que fue visir del rey Almutassim de Almería. Abu Asbag Iben
Arqam, que así se llamaba, escribió: "Una verde bandera que se ha
hecho de la aurora blanca un cinturón, despliega sobre ti un ala de delicia,
que ella te asegure la felicidad al concederte un espíritu triunfante".
El verde y blanco ha sido un color muy habitual en los estandartes andalusíes,
así vemos como en el escudo del Conde de Cabra, según nos cuenta el padre
Enrique Iniesta Collaut-Valera en su libro Blas Infante, una historia
de leyenda, (publicado por Almenara, Sociedad Cultural Andaluza en
1993) "el escudo del Conde de Cabra que se haya tallado y
policromado en lo alto del retablo mayor del convento de la Madre de Dios en
Baena alude a la batalla de Lucena en 1483 en la que Boabdil fue hecho
prisionero. En ese escudo aparece su cabeza como trofeo. De las veintidós banderas
cogidas a los granadinos dieciocho son verdes y blancas".
La Lengua
Una idea muy común y simplista es la de pensar que en la Andalucía
islamizada solo se hablaba el árabe. Es cierto que el árabe, la lengua del
libro sagrado, fue la lengua de rezos, de civilización y de cultura. También es
cierto que el conocimiento del árabe se fue extendiendo por al-Andalus gracias
al fuerte grado de escolarización que existía. También es cierto que la
arabización lingüística abarcó también a los cristianos y judíos de al-Andalus
como reconoce el propio Álvaro de Córdoba en su "Indiculus
Luminosus" (Álvaro de Córdoba y la polémica contra el Islam,
Feliciano Delgado, Cajasur publicaciones, pág. 185) ¿No es verdad que
todos los jóvenes cristianos, de brillante presencia, elocuentes, distinguidos
en sus gestos y vestimentas, sobresalientes en la sabiduría de los gentiles,
notables por su conocimiento de la lengua arábiga, se cuidan con avidez de los
libros de los caldeos...¡Ay dolor!". También es cierto que el
árabe traspasó los límites del al-Andalus y se extendió a los países cristianos
limítrofes, llevado por los diáspora mozárabe andalusí -así vemos en los
monasterios del norte textos escritos en latín pero que contienen anotaciones
en árabe- (Gómez Moreno, Iglesias Mozárabes). Pero a pesar de toda
esta fuerza del árabe, también es cierto que junto a él pervivió la lengua
romance proveniente del latín y no sólo entre los cristianos mozárabes sino
también entre los propios musulmanes y judíos: "tan lejos de
olvidarse estaba la lengua vulgar, que sabemos había entre los musulmanes muy
altos personajes que no sabían hablar árabe y sólo se expresaban en lengua
aljamiada o romance." (R. Menéndez Pidal- Orígenes del
español, Espasa Calpe. pag. 418). El romance andaluz pervivió tan
fuertemente enraizado en la población que incluso en el muy arabizado reino de
Granada se hablaba un árabe vulgar salpicado por gran cantidad de palabras
romances como podemos deducir del vocabulario de Pedro de Alcalá publicado en
Granada el año 1505.
Es necesario entender este bilingüismo de la sociedad andalusí
para poder comprender el legado lingüístico de al-Andalus, no sólo en lo que se
refiere a la terminología proveniente del árabe - apenas un 7% de las palabras
de la actual habla andaluza, según datos de José Mª de Mena en el "Polémico
dialecto andaluz"- sino también de otras muchas palabras de
origen latino provenientes directamente del romance aljamiado andalusí que han
pervivido en Andalucía, muchas veces catalogadas como arcaísmos, o que han
pasado a engrosar directamente el vocabulario actual, bien a través de su
incorporación al castellano en la propia Andalucía después de la conquista del
valle del Guadalquivir durante el siglo XIII -época, no olvidemos, de formación
del idioma castellano- o bien directamente en los propios reinos cristianos del
norte a través de la gran emigración andaluza a esos territorios durante los
siglos VIII al XII. (Ver F. García Duarte "Andaluces en la génesis
de Castilla y el castellano", actas del VI Congreso sobre el
andalucismo histórico, -Huelva-1993).
La idiosincrasia
Si en otros aspectos de la cultura andaluza la influencia de
al-Andalus se ha ido diluyendo, mezclándose o incluso desapareciendo por los
avatares de la vida moderna, en el caso de la idiosincrasia podemos ver como la
gran mayoría de los rasgos, actitudes vitales, sentimientos y carácter de los
andaluces -pues esto, y no otra cosa, es la cultura, como dice el antropólogo
Isidoro Moreno- han permanecido inalterables a través del tiempo.
La cultura andaluza es eminentemente popular - paradójicamente, la
élite ilustrada heredera de los conquistadores, poco ha tenido que ver en la
conformación de esa cultura andaluza- pues es el pueblo llano, el de raigambre
campesina o el andaluz-morisco, que diría Blas Infante, el que ha sido
depositario de esa cultura a través del tiempo.
En cuanto al carácter de los andalusíes podemos dar tres ejemplos
de escritos de la época; uno, referente a los andaluces en general del
historiador al-Maqqarî que nos dice que "los habitantes del
al-Andalus tienen en su conversación una forma de bromear, decir las cosas con
determinada dulzura y de dar réplicas tan espontáneas, que reducen al silencio
al interlocutor" (Esplendor de al-Andalus- pág. 27). Otro,
del geógrafo al-Zuhrî que refiriéndose a Sevilla en el siglo XII dice: "sus
habitantes son amables, elegantes, descarados, insolentes y distinguidos". (El mundo
en el siglo XII, El tratado de al-Zuhrî, editorial Ausa, pág. 154). Y
un tercero, del último rey zirí de Granada describiendo a sus súbditos "granaínos": "La
ciudad de Elvira, situada en una llanura, se hallaba poblada por gentes que no
podían sufrirse unas a otras, hasta el punto que había persona que se hacía
construir delante de su casa un oratorio y unos baños para no tropezarse con su
vecino, Por un lado, no querían someterse a nadie ni aceptar las decisiones de
un gobernador; pero, de otra parte, eran las gentes más cobardes del mundo, y
temían por la suerte de su ciudad, ya que eran incapaces de hacer la guerra a
nadie, aunque fuese a las moscas.." (El siglo XI en 1ª
persona, Las memorias de Abd Allâh, último rey Zirí de Granada. Alianza
tres, pág 84).
En estos textos podemos ver algunas de las peculiaridades del
carácter de los andaluces de aquella época que en muy poco difieren de los de
ahora, con la lógica "corrección" al rey granadino de origen
beréber que exagera la "malafollá" granaína y el poco gusto
por la guerra de unos andaluces que por encima de todo aman la vida.
Vamos a ir rastreando con Henri Pérès en su libro "el
Esplendor de al-Andalus" diferentes aspectos de la idiosincrasia
de los andalusíes y nos daremos cuenta de lo poco que ha cambiado comparándola
mentalmente con la de los actuales andaluces.
Los habitantes de al-Andalus eran, sobre todo, amantes de la vida
y de sus placeres, a través de las fiestas, de la música, de la poesía, de la
comida y la bebida. Es curioso ver como para los no andaluces de aquella época,
tanto para los cristianos del norte como para los beréberes, estas
inclinaciones eran vistas como cobardía o libertinaje. Ejemplos de ello los
tenemos en que el principal reproche que hacen los Almorávides por boca de su
Califa Yusuf ibn Tasufín para justificar la destronación de los reyes de Taifas
es, precisamente, el de amar demasiado el placer: "su poco interés
en hacer la guerra, sus disensiones internas.... Cada uno de ellos no tenía
otra preocupación que vaciar copas, escuchar a las cantantes, pasar la vida en
diversiones..." Curiosamente Alfonso VI les acusaba también de "haber
dado lugar a la aparición del libertinaje y el espíritu de desobediencia, y de
entregarse continuamente a los placeres del canto y de la música". (Esplendor
de al-Andalus. pág-363)
Poesía y música van íntimamente ligadas para los andalusíes, hasta
el punto de que muchos poetas son a la vez músicos. Multitud de poetas pueblan
las cortes reales y las casas pudientes. Son poetas de toda condición social,
desde campesinos y artesanos hasta reyes y príncipes que tratan sobre todo de
temas amorosos, Como dice Henri Pérès: "La poesía báquica o
amorosa parece caracterizar mejor al andaluz, que gusta de la vida placentera y
tiene una sensibilidad delicada, civilizada"(Esplendor de
al-Andalus- pág-361). Y añade: "los andaluces aman la
poesía por ella misma, por el ritmo que hay en ella, que la hace nacer de los
labios, porque, < >, es música antes de ser discurso. Se la canta, más
que se la recita”. Los andaluces son los creadores de dos géneros
poéticos, la muaxaja y el zéjel, que son dos tipos de poemas destinados a ser
cantados.
Los andalusíes eran muy fiesteros; cualquier reunión social servía
de excusa para una fiesta. Son famosas las fiestas andalusíes llamadas zambras
(veladas de noche) que siguieron conservando los moriscos hasta que los edictos
de los reyes castellanos terminaron por prohibírselas, aunque han pervivido a
través del pueblo gitano-morisco del que más adelante hablaremos. Las fiestas
no se pueden entender sin música, bebida y comida. El poeta andalusí Abù Amir Ibn
Maslama nos dice: "¡Oh anfitrión mío!, levántate para verter la copa de
la mañana y en el laúd improvisa una canción. La vida sólo es agradable por la
música, la flauta y el cubilete" (Esplendor de al-Andalus. pág-368)
El mismo rey-poeta al-Mutamid de Sevilla declara: "¿Te dejarías
llevar por la tristeza hasta la muerte cuando el laúd y el vino fresco están
aquí y te esperan?" (Esplendor de al-Andalus. pág-365).
El consumo del vino en la sociedad andalusí era mucho más frecuente de lo que
podríamos pensar de una sociedad mayoritariamente musulmana. Son muchas las
anécdotas que encontramos en las fuentes históricas y poéticas del consumo del
vino en fiestas de todo tipo, no solo por la población normal, sino por los
mismo mandatarios.; "los cordobeses se distinguían, según el padre
de Ibn Sa"id, el historiador, por la elegancia de su traje... y el celo en
romper los recipientes de vino" (Esplendor de al-Andalus.pág-370).
En muchas ciudades andaluzas existían tabernas que eran frecuentadas por los
cristianos pero a las que también se acercaban los musulmanes. Incluso muchas
de estas tabernas eran regentadas por mujeres, si hemos de creer al poeta Ibn
al-Labbâna: "¡A cuántas taberneras he despertado cuando ya el
cielo había quebrado y dispersado las perlas de su rocío!" (Esplendor
de al-Andalus. pág-371). Viñedos había en general por todo el
territorio, pero había un vino especialmente apreciado por los andaluces, de
antes y de ahora; el vino de Málaga. Posiblemente ya se conocía un vino de
color dorado semejante al vino fino, según podemos deducir de estos versos de
al-Mutamid: "El escanciador nos ha ofrecido, gracias a la
alquimia, oro fundido en agua helada". Frecuentemente los poetas
hacen referencias a los aperitivos que se ponen como acompañantes del vino o de
otras bebidas y que se conocen con el nombre genérico de "nadl"
que tanto nos recuerdan a las actuales tapas.
Los andalusíes eran amantes de la naturaleza, del ocio al aire
libre, de la casa de campo. Son muchas las referencias que nos hacen los poetas
de al-Andalus por estos placeres. Son muchas las anécdotas de como los
sevillanos se van a pasar el día o la noche a las orillas del río Guadalquivir,
o en los islotes que formaba el río que "al atraer a los alegres
vividores, vieron elevarse sobre su suelo, consolidando con el tiempo,
construcciones sin duda efímeras, donde podían tomarse comidas y bebidas" (Esplendor,
pág., 145). Los viajes de placer en barca por el río, tanto en Sevilla como en
Córdoba, son referenciados continuamente por los poetas. Algunos versos "nos
permiten adivinar todo el encanto que el Guadalquivir encerraba para los
sevillanos, éstos no solamente se paseaban por sus orillas sombreadas, sino que
además navegaban en barcas por sus aguas y parece ser que este género de
distracción era especialmente caro a los andaluces... esta costumbre debía
existir desde hacía mucho tiempo en España y es posible que se remontara a la
época romana" (Esplendor de al-Andalus. pág.- 213).
En los alrededores de las ciudades había lugares preferidos para ir a pasar un
día de campo. Eran sitios como la "pradera de plata" a
las orillas del Guadalquivir pero alejado de Sevilla; un lugar de recreo que
describe el poeta Ibn Said llamado Al-Sultaniyya; el llamado "valle
de las desposada"; Triana y el islote de Qabtal, al lado de la ciudad,
el valle de las Acacias en el Aljarafe y el Mirador de la fuente. En los
alrededores de Almería, las personas importantes poseían villas llamadas "Bury
(torre) donde se retiraban a descansar de sus trabajos en la ciudad. En Granada
existía un paseo de álamos en la orilla derecha del Genil que "a partir
del siglo XII se hizo célebre por las citas de los enamorados que los poetas
nos han descrito" (Esplendor. pág-151).
En Córdoba existía una presa sobre el río Guadalquivir a cuyas
orillas acudían los cordobeses. Estas pequeñas presas (los llamados azud y
de los que todavía quedan) al igual que las albercas, abundaban por todo el
país y a la misma vez que servían para el desvío y canalización del agua
servían de lugar de recreo y asueto de los andalusíes. En los alrededores de
las ciudades y los pueblos existían vegas y campiñas salpicadas de casas de
campo (munyas) con sus huertas y jardines. El visir sevillano Abû Marwân tenía
una munya a orillas del Guadalquivir que "como
todas las munyas, tenía un jardín en el que las flores más diversas formaban
perfumados arriates" (Esplendor. pág-145).
El perfume -los olores- es parte esencial de una cultura sensitiva
como la andaluza desde tiempos tan remotos como Tartesos (recordemos las estatuillas
como la diosa de Galera con vasijas quemaperfumes o los "quemaperfumes"
tartésicos de Lebrija. Tanto hoy como entonces, a los andaluces nos gusta que
todo huela bien, las casas se llenan de flores, frutos u otros productos que
impregnaban de intensos olores el ambiente. Como dice Henri Pérès: "perfumes
y ungüentos eran de uso general en todas las clases sociales, y los hombres, lo
mismo que las mujeres, los usaban en gran cantidad" (Esplendor
de al-Andalus. pág-314)
Una civilización tan refinada también hacía uso con profusión de
las joyas (los oros que gustaban lucir nuestras abuelas y madres, sobre todo
con motivo de las fiestas) siguiendo una tradición muy antigua que se remonta
al neolítico. Tradición que, por supuesto, no es exclusiva de Andalucía, pero
que aquí ha tenido una especial importancia su fabricación y diseño que va
desde el repujado de las joyas tartésicas hasta los talleres de los actuales
plateros cordobeses, clara continuación de los famosos orfebres de la Córdoba
andalusí.
La música
Ya hemos visto lo amante que era el pueblo andalusí de las fiestas
en las que no faltaba la música y la danza. En cualquier tipo de celebración
estaba presente la música: bodas, circuncisiones, veladas nocturnas (zambras)
etc.. La música andalusí era una mezcla de lo oriental con lo autóctono dando
lugar a unos ritmos con una marcada personalidad entre los que destacan las
nubas en las que el ritmo y la poesía se integran perfectamente. Con la música,
las composiciones poéticas creadas por los andalusíes como la muaxaja y
el zéjel adquieren carta de naturaleza. Es decir, que para un
andaluz, melodía y letra van íntimamente ligados. En este sentido cabe recordar
como la Copla andaluza une a la melodía una auténtica y completa historia de la
vida cotidiana en la que prevalece el tema del amor y el desamor, normalmente
contado desde el punto de vista de una mujer al igual que la moaxaja, a
diferencia de la poesía tradicional árabe. "tanto o más que su
bilingüismo o su estructura estrófica, la novedad de la moaxaja radica en haber
incorporado a la poesía árabe, a través de la coplilla romance recogida, (la
jarcha) los tonos amorosos de la lírica occidental cristiana, esa lírica un
tanto ingenua que el poeta coloca las más de las veces en labios
femeninos" (Darío Cabanelas y Maria Paz Torres en Poesía
arabigo andaluza, revista Litoral).
La existencia de las cancioncillas romances que incluyen las
moaxajas demuestra la existencia "de una literatura romanceada en
Andalucía" como nos dice Emilio García Gómez y profetizó el gran
arabista andaluz Ribera. García Gómez también pone de manifiesto la influencia
de las jarchas en la poesía y la música posterior: "es evidente la
similitud, en métrica y sentido, de las jarchas romances, o medio romances,
descubiertas hasta ahora con las coplas y villancicos castellanos
posteriores". (E. García Gómez, "Las jarchas
romances de la serie árabe en su marco"-Seix Barral, 2ª edición).
Henri Pérès abunda también en este sentido: La música andaluza -nos dice Pérès- "se
enriquece con formas nuevas más flexibles, más vivas que las que le habían sido
legada; deja cada vez más sitio a la inspiración popular al acoger esas
cantinelas y canciones que son especialmente "españolas", la moaxaja
y el zéjel. Es verdaderamente en el siglo XI cuando la música andaluza adquiere
la fisonomía que debería mantener después; es ella la que , a su vez, se
difundirá entre los cristianos españoles e irradiará a Marruecos y a Túnez,
conservando hasta nuestros días el nombre bien característico de canto andaluz
o de palabras de Granada" (El esplendor de Al-Ándalus.
pág.- 395).
Aunque la influencia de la música andalusí ha sido más patente en
el norte de África a través de la persistencia de las nubas también ésta
influencia ha llegado hasta nuestros días como pone de manifiesto Mahmoud Guettat
en "El universo musical de al-Andalus"- Música y
poesía del sur de al-Andalus-. "La música andalusí -nos dice Mahmoud- fue
la fuente de las expresiones más sobresalientes del lirismo español y de los
trovadores provenzales, ya sea en su cuadro métrico, en su temática o en sus
estructuras melódicas y rítmicas... podemos añadir que los râwi y
las "troteras" moriscas, los trovadores y los juglares
(catalanes, provenzales, etc.) y más tardíamente los cantaores de flamenco
desempeñaron un papel considerable en la transmisión y la continuidad del arte
andalusí. Por otra parte, a través de la conquista española y portuguesa, la
influencia de la música andalusí se ha extendido por toda la América latina,
donde hizo "buenas migas" con la música nativa
(según las regiones y la cualidad de los emigrantes". Un apartado especial
habría que dedicar a la influencia de la música andalusí en la más genuina
expresión musical del pueblo andaluz: el flamenco. Como viera Blas Infante,
existe una relación, más o menos directa, entre el fondo melancólico de la nuba
andalusí cantada por ese pueblo andalusí errante -cante jondo se llega a
denominar a alguna composición andalusí en Túnez- y la rabia melancólica del
cante jondo desarrollado en Andalucía por ese pueblo andaluz-gitano-morisco. En
este sentido cabe recordar que muchos de los "gitanos"
-expresión que se utilizaba en el siglo XVII para denominar a todos los
marginados en general- son de origen morisco y han guardado en su memoria
histórica muchas de las tradiciones moriscas.
Singular importancia tiene la cultura de al-Andalus en el
movimiento cultural que se ha denominado como modernismo, que en el caso de la
arquitectura nos ha dejado una serie de edificios calificados como de "neo-mudéjares" y
que en otros aspecto culturales como la música ha influido en los grandes
creadores del siglo pasado y de éste, no sólo españoles como Pedrell, Albéniz,
Granados, Morrera, Vives y Falla, sino también en extranjeros, especialmente en
la escuela rusa.
Gastronomía
La gastronomía es en uno de los aspectos culturales en el que
también se ve claramente el componente andalusí, sobre todo en la más popular,
que básicamente ha quedado inalterable. La hortaliza, sobre todo habas y
alcachofas -el tomate y la patata vendrían de América después- junto con las
legumbres, las frutas (frescas o secas), el aceite y los cereales constituían
la base de la alimentación del pueblo. A ello se unía un poco de carne,
pescado, leche y queso en algunas ocasiones. En definitiva, la base de la
alimentación poco ha cambiado desde hace siglos pero en cada época se ha dado
un toque personal a la forma de preparar o cocinar los alimentos. En la
gastronomía actual podemos encontrar fácilmente muchos platos que tienen una
clara ascendencia de la época andalusí (ver al-Andalus, la cocina y su
historia, de L. Benavides-Barajas, editorial Dulcinea-1992). Ya hemos
mencionado, cuando hemos hablado del vino, de los acompañantes que se servían y
que constituyen un antecedente de la peculiar costumbre del tapeo. Además,
existen algunas formas de preparar los alimentos que nos vienen de al-Andalus.
Entre ellas podemos destacar los cocidos en los que se mezclaban tres elementos
básicos de la alimentación: las verduras, carnes y legumbres; las albóndigas y
empanadas que servían para aprovechar las carnes sobrantes de platos
anteriores, las gachas, hechas sobre todo de harinas de garbanzos y las migas
hechas de trozos de pan sobrantes; los salazones -que ya tenían una tradición
reconocida desde la época tartésica- y los escabechados con vinagres y plantas
aromáticas -también podemos ver en el garum un antecedente tartésico de éstos-
y los fritos, tanto en lo que concierne a los pescados y la carne, como a las
llamadas "frutas de sartén"(buñuelos, churros, pestiños,
roscos de huevo, piñonates… etc.). Otras características de la cocina andalusí
que nos han llegado hasta hoy es el uso de los condimentos con multitud de
especies y plantas aromáticas; la utilización de los sabores dulces en platos
salados a través del empleo de frutos secos (almendras, castañas, piñones,
etc.) y frutas secas (pasas, higos y dátiles, fundamentalmente) o la miel en el
guisado de carnes o pescados.
Uno de los componentes básicos de la actual gastronomía andaluza
es la chacina hecha básicamente con carnes de cerdo que como es sabido no era
consumida por la población musulmana de al-Andalus, aunque sí por la cristiana.
Sin embargo, tenemos constancia a través de los poetas (El esplendor de
al-Andalus, pág-318) de que los andalusíes comían apreciadísimas
salchichas que incluso, -como recoge el cordobés Miguel Salcedo Hierro en su
libro La Cocina Andaluza, Editorial Nebrija- se vendían en puestos
de los mercados de los pueblos andaluces junto con el pescado frito, pinchitos,
albóndigas y otras viandas. Aunque el tema del legado gastronómico de
al-Andalus es muy amplio, no podemos dejarlo sin hacer una especial referencia
a la rica y variada repostería, en su gran mayoría legada por el pueblo
andalusí. No sólo nos referimos a las ya mencionadas "frutas de
sartén" sino a la variada pastelería que tiene como componentes
básicos la harina, el azúcar, la miel, los frutos secos y los huevos. Los
mazapanes, turrones, alfajores, tocinos de cielo.... son algunos de los más
conocidos dulces que nos han legado nuestros antepasados de generación en
generación.