MEDINA
AZAHARA:
BELLA ENTRE
LAS BELLA.
Medina Azahara, castellanización del nombre árabe مدينة الزهراء Madīnat
al-Zahrā' (‘la ciudad brillante’), es una ciudad palatina que mandó edificar
Abderramán III (Abd al-Rahman III, al-Nasir) a unos 8 km en las afueras de
Córdoba en dirección oeste, más concretamente, en Sierra Morena.
Los principales motivos de su construcción son de índole
político-ideológica: la dignidad de califa exige la fundación de una nueva
ciudad, símbolo de su poder, a imitación de otros califatos orientales y sobre
todo, para mostrar su superioridad sobre sus grandes enemigos, los fatimíes de
Ifriqiya, la zona norte del continente africano. Además de oponentes políticos,
lo eran también en lo religioso, ya que los fatimíes, chiíes, eran enemigos de
los omeyas, mayoritariamente de la rama islámica suní.
Respecto al origen del nombre podría provenir, como se ha dicho anteriormente,
del nombre de su esposa más querida al-Zahrá, el cual significa "La
Flor" quien le sugirió construir una hermosa ciudad extramuros de Córdoba,
una ciudad que llevaría el nombre de la amada y se convertiría en la
"Ciudad de al-Zahrá" , la "Ciudad de la Flor de Azahar".
Pero esto es más leyenda que realidad ya que al-Zahrá también significa “La
Resplandeciente”, palabra que está emparentada a otras que, en esa lengua,
significan “Venus” o la misma “flor”, por lo que simplemente puede hacer
referencia a la propia nueva resplandeciente ciudad del califa.
La cultura popular dice :
Abd al-Rahman había traído a Azahara desde Granada, pronto se convirtió en su
preferida y, para demostrarle el amor que sentía por ella, ordenó la
construcción de una ciudad palatina; para ello contrató a los mejores
arquitectos y artesanos, compró los materiales más preciados, maderas,
mármoles, azulejos; mandó construir hermosos jardines con flores y plantas
traídas desde todos los rincones del mundo, los pobló con hermosos pájaros y
mandó que en ellos creciesen árboles de exóticos frutos. Telas y muebles, comprados
a los mercaderes más prestigiosos adornaban las estancias de la favorita
Azahara, todo lo hizo el califa por su amor. Sin embargo Abd al-Rahman la
sorprendía a menudo llorando y sus constantes regalos no conseguían su sonrisa.
Le preguntó el motivo de su tristeza y qué debía hacer para contentarla,
Azahara le respondió que a su tristeza el califa no podría ponerle remedio pues
lloraba por no poder contemplar la nieve de Sierra Nevada, él le respondió “Yo
haré que nieve para ti en Córdoba”.
Inmediatamente mandó talar un bosque situado frente a la medina y
replantarlo de almendros muy juntos unos de otros y cada primavera, cuando los
almendros abrían su flor blanca, la nieve aparecía en Córdoba sólo para su
amada Azahara, que no volvió a llorar.
El yacimiento arqueológico de Medina Azahara está declarado Bien de interés
cultural en la categoría de monumento desde el año 1923.
Situada a unos 8 kilómetros al oeste de Córdoba, en las últimas estribaciones
de Sierra Morena, en la ladera del Yabal al-Arus, ( Monte de la Desposada )
frente al valle del Guadalquivir y orientada de norte a sur, sobre un espolón
de la sierra, entre dos barrancadas, que se adentra en la campiña se encuentra
Medina Azahara o Madinat al-Zahra, calificada como el Versalles de la Edad
Media. Fue elegido por los extraordinarios valores del paisaje, permitiendo
desarrollar un programa de construcciones jerarquizadas, de tal manera que la
ciudad y la llanura extendida a sus pies quedaban física y visualmente
dominadas por las edificaciones del Alcázar. Su implantación en el territorio
generó una red viaria e infraestructuras hidráulicas y de abastecimiento para
su construcción, conservada en parte hasta la actualidad en forma de restos de
caminos, canteras, acueductos, almunias y puentes.
Aprovechando perfectamente el desnivel del terreno, la ciudad palatina de
Medina Azahara fue distribuida en tres terrazas; el recinto de la ciudad adopta
un trazado rectangular, frente a la idea laberíntica y caótica característica
del urbanismo musulmán. De 1500 m de lado en sentido este-oeste y unos 750 m de
norte a sur, se ve tan sólo deformado en el lado norte por las necesidades de
adaptación a la difícil topografía del terreno.
Aunque el origen de la
ciudad no carece de elementos legendarios, se sabe que la construcción comenzó
a finales del 936 de la era cristiana, estando las obras a cargo del maestro
alarife Maslama ben Abdallah, y se continuó durante los cuarenta siguientes,
alcanzando los tiempos de su hijo y sucesor en el califato, al-Hakam II. En el
945 se produce el traslado de la corte a esta ciudad, que en esos momentos
cuenta con la Mezquita Aljama (941), aunque la Ceca o Casa de la Moneda no se
traslada hasta 947-948. Al erigir esta majestuosa ciudad el califa cordobés
pretendiera anular –y aun superar- a los califas orientales abbasíes, y
especialmente la famosa ciudad y corte de Samarra.
Transcurridos poco menos de cien años, sin embargo, todo este conjunto
monumental y fastuoso quedó reducido a un inmenso campo de ruinas, pues fue
destruido y saqueado en el 1010, como consecuencia de la guerra civil (o fitna)
que puso fin al Califato de Córdoba. Los saqueos, los enfrentamientos y los
incendios destrozaron la ciudad más bella de occidente. Fue utilizada como
cantera artificial para la construcción de otras edificaciones posteriores en
la ciudad de Córdoba, cayendo progresivamente en el olvido hasta que
desapareció, en una fecha imprecisa, del ideario colectivo
Arquitectura de la Ciudad Palatina
Debido a la topografía del suelo, que se encuentra en pendiente, la ciudad se
construyó sobre tres terrazas superpuestas, que correspondían a tres partes de
la ciudad separadas por muros. La residencia califal dominaba toda el área
desde la terraza superior situada al norte. La explanada media albergaba la
administración y las viviendas de los más importantes funcionarios de la corte.
La inferior estaba destinada a la gente del pueblo y los soldados, allí se
encontraban la mezquita, los mercados, los baños y también los jardines
públicos. Se advierte también una notable separación entre los espacios
públicos y los privados, aun ofreciendo ambos sectores un esquema similar: un
espacio abierto, porticado, actúa como antefachada monumental de una puerta de
reducidas dimensiones en la que se inicia una calle o corredor quebrado que va
alcanzando a los distintos salones. Los espacios más deslumbrantes son los
integrados en la zona oficial, destinada a la actividad política y a la
recepción de personalidades extranjeras, sobre todo los Salones de Embajadores,
que son dos: el Salón Occidental y el Salón Oriental, asociados ambos a sus
correspondientes jardines.
La Puerta Norte.
La puerta norte se abre en el centro de la muralla septentrional, es el punto
de llegada del denominado camino de los Nogales, la vía de comunicación más
rápida con la ciudad de Córdoba en aquel entonces. La puerta presenta una
disposición acodada que nos conduce a la estancia del cuerpo de guardia. La
puerta norte así como el resto de la muralla esta constituida sillares de
piedra bien formados colocados a soga y tizón. Desde la puerta norte se inicia,
hacia la izquierda, una rampa descendente de forma quebrada, que conecta con
cuatro puertas y que nos lleva, a su vez, a la siguiente estructura destacable
del sector público del alcázar.
La Casa Militar.
El siguiente espacio es el Dar al-Yund, más conocido como la Casa
Militar. Se trata de un edificio de planta basilical con cinco naves
longitudinales y una transversal rematada por saletas en sus extremos, donde se
define un núcleo jerárquico formado por las tres naves centrales, aisladas del
resto mediante puertas. El conjunto se completa con una gran plaza al sur, de
la que no se conserva el suelo original,flanqueada por varias estancias en su
lado oeste y una vivienda en el costado oriental. El edificio tiene la
peculiaridad de conservar prácticamente integro su pavimento original de
ladrillo. Por otra parte, el revestido de los muros se realizó con mortero
pintado de almagra en el zócalo y blanco en el reto.
El Gran Pórtico.
El Gran Pórtico constituye la entrada más emblemática, simbólica y
ceremonial al corazón del recinto del Alcázar, la zona más noble de la ciudad
palatina, dando acceso a la zona administrativa y política del mismo. Se
concibió inicialmente con catorce arcos practicables, constituyendo la fachada
oriental de una gran plaza rodeada de otras construcciones. Todos los arcos son
escarzanos, excepto el central, que es de herradura; los arcos están erigidos
sobre pilares y alineados en dirección norte-sur a partir del amurallado norte.
La decoración de la arquería consistía en un enlucido blanco con la presencia
alterna de dovelas de ladrillo y piedra. Se trata de una organización
efectista, puramente escenográfica, ya que su principal función era impresionar
a todos aquellos que se acercasen, sin correspondencia alguna con el espacio
trasero, donde se abre una sola puerta de reducidas dimensiones.
Salón Rico.
El denominado como salón de Abd al-Rahman III, salón oriental o simplemente
salón rico constituye la parte más valiosa de todo el conjunto arqueológico,
tanto por su calidad artística, como por su importancia histórica, siendo
considerado sin discusión alguna el auténtico símbolo y emblema de todo el
conjunto califal de Madinat Al-Zahra.
Nadie pone en duda en la actualidad que este salón era el eje central del
recinto palaciego, considerado por unanimidad entre los especialistas como el
salón de las grandes ceremonias palatinas, fiestas, ceremonias, recepción de
embajadores extranjeros y salón del trono, por eso, no debe extrañarnos la
suntuosidad y riqueza de su decoración, de la que ha derivado el apelativo de
salón rico. Abd al-Rahman III, amante del boato cortesano, gustaba de
impresionar a sus visitantes, a los que generalmente recibía aquí, por eso el
lujo y el virtuosismo del arte califal alcanzan su punto culminante en estas
habitaciones.
La construcción del salón duró tan solo tres años, tal y como los
investigadores han podido averiguar por las inscripciones epigráficas
aparecidas en las basas y pilastras de su interior, que nos dan una cronología
que va del año 953 al año 957. Por otro lado, la brevedad cronológica y la
efímera vida de Madinat Al-Zahra nos aseguran no obstante estar ante la
presencia de un conjunto decorativo y arquitectónico muy unitario, lo que nos
permite admirar en este salón, sin añadidos posteriores, el arte califal omeya
del reinado de Abd al-Rahman III en todo su esplendor.
El salón rico no es propiamente un único espacio diáfano, tal y como su
denominación nos puede llevar a creer, sino que en realidad se trata de un
conjunto de espacios y salas compartimentadas, formando todas ellas en conjunto
la morfología de un único salón dividido por arcadas. Estructuralmente, la sala
tiene planta basilical de tres naves longitudinales con otra transversal en su
entrada que hace las veces de pórtico, con unas medidas exteriores de 38 x 28
metros. Las cabeceras de estas tres naves longitudinales aparecen rematadas por
arcos ciegos de herradura, en uno de los cuales, el central, se supone que
estaría situado el trono desde donde el califa dirigía el ceremonial palatino.
El eje central del conjunto es la nave central longitudinal, separada de las
restantes naves laterales por un conjunto de seis arcadas de herradura a ambos
lados, mientras que de la transversal, se separa por tres arcos también de
herradura. Junto a estas tres naves centrales y en paralelo, flanqueando ambos
lados, se sitúan dos naves exteriores divididas en tres cámaras de desigual
tamaño.
Si en algo destaca el salón rico, como ya hemos dicho anteriormente, es por su
fastuosa decoración. En primer lugar hay que destacar el constante uso del arco
de herradura califal con policromía bicolor y con la tan característica
alternación de dovelas en rojizo y en tonos carne provenientes de la piedra
arenosa original destinada a la construcción, muy semejantes a las existentes
en la mezquita (actual catedral) de Córdoba. Los arcos están sostenidos a su
vez por columnas de mármol de primerísima calidad que alternan los tonos
rosados con los azules claros, produciéndose de este modo un curioso juego de
colores. Los fustes de las columnas aparecen rematados por los característicos
capiteles de avispero.
El resto de la superficie de la pared se recubría íntegramente con finos
paneles decorativos tallados en mármol. El tema elegido para los paneles tenía
un alto simbolismo cosmológico, algo muy en concordancia con la techumbre de
madera que recubría la estancia, donde estaban representadas las estrellas en
una clara alusión al firmamento. El motivo labrado en los paneles representaba
el árbol de la vida, un motivo exportado desde el viejo oriente. Los tableros
eran ejecutados de manera simétrica sobre un eje. Por otra parte, el relieve
cortado verticalmente le proporcionaba a la decoración una calidad gráfica
abstracta, mientras que la decoración interna, cortada también de manera dura,
estaba constituida por facetas y cogollos de hojas, así como cálices de flores,
que son motivos muy típicos del arte hispano-omeya.
Mezquita Aljama.
La Mezquita Aljama es una de las primeras edificaciones construidas en Madinat
al-Zahra entre los años 941 y 945. Es la mezquita principal de la ciudad, donde
el soberano, o la persona en quien este delegara, dirigía la oración
comunitaria de los viernes. La mezquita se encuentra adosada al costado
oriental del Jardín Alto, pero externa al recinto del Alcázar, la parte central
del conjunto califal. El edificio, a diferencia de la mezquita de Córdoba, está
bien orientado hacia La Meca. Consta de un patio porticado en tres de sus lados
y una sala de oración de cinco naves longitudinales separadas por arquerías
perpendiculares al muro de qibla. Sólo el espacio de la maqsura, reservado para
uso exclusivo del califa, se pavimentó con losas de barro, cubriéndose con esteras
el suelo terrizo del resto del oratorio. El alminar, torre desde donde se
llamaba a la oración, es de planta cuadrada al exterior y octogonal en el
interior, ubicándose junto a la puerta norte del acceso al patio.
La Casa de la Alberca.
La casa de la Alberca, o más conocida popularmente como vivienda de la Alberca,
se encuentra situada al oeste de la denominada casa de Yafar, y se considera,
casi de manera unánime y sin que hayamos podido encontrar evidencias claras que
nos lo garanticen como la residencia del príncipe heredero Alhakén, hijo de
Abderramán III, y que sucedería a su padre como califa y príncipe de los
creyentes en el año 961 tras la muerte de este. Respecto a su cronología, se
trata de una de las construcciones más difíciles de datar de todo el conjunto,
siendo muy difícil de aportar una fecha precisa para este, aunque se evidencia,
por comparaciones estilísticas, una fecha de ejecución bastante temprana.
Estructuralmente destaca por ser la única construcción de todo el conjunto que
presenta una planta en torno a un jardín centralizado con alberca, lo que
proporciona a este recinto de viviendas uno de los espacios más íntimos de
todos los conjuntos palaciegos de la ciudad califal.
A los lados menores del patio se abren, mediante fachadas de triple arquería
profusamente decoradas varias estancias alargadas dispuestas de dos en dos en cada
crujía. También presenta en uno de sus lados un baño adosado, baño al que en un
principio se le confirió un uso privado y que más tarde seria reformado para
ser compartido por las cercanas dependencias de la casa de Yafar.
La Casa de Yafar.
La Casa de Yafar recibe su nombre por Ya´far ibn Abd al-Rahmán, designado
primer ministro (hayib) en el año 961. Pese a la denominación, no tenemos
todavía asegurada con certeza que la residencia de este personaje estuviese
aquí, basándonos únicamente en las intuiciones e investigaciones de los
especialistas. Su estructura se articula alrededor de tres ámbitos espaciales,
organizados en torno a sus correspondientes patios, todos ellos de distinto
carácter: uno público, uno íntimo y otro de servicio. El espacio oficial es
constituido por una edificación de planta asimilable a la basilical, que cuenta
con tres naves longitudinales que comunican entre si mediante puertas rematadas
por arcos de herradura, así como una nave transversal abierta al patio, donde
se interrumpe la correspondencia existente entre las naves longitudinales la
fachada, con el objeto de adaptar esta última al espacio creado por la
construcción de un baño contiguo. La fachada se organiza mediante una triple
arcada de herradura soportada por comunas. En cuanto a la decoración del
edificio, éste se pavimentó con gruesas losas de mármol blanco, excepto en el
patio, donde se emplearon piedras de caliza violácea; además, destaca la
decoración de ataurique de la fachada con temática vegetal y geométrica, que
también está presente en el vano de comunicación de la nave transversal y la
central, que ostenta sendos tableros en los frentes y las jambas del vano.
La Casa Real
La Casa Real se sitúa en el punto más elevado del Alcázar y es la residencia
íntima del califa Abd al-Rahman III. La vivienda se organizó sobre una
plataforma cortada en la roca donde se ubicaron una terraza delantera y tres
crujías paralelas de habitaciones extendidas a lo ancho, rematadas en los
extremos con alcobas y decoradas íntegramente con atauriques. La Casa Real no
se adosó sobre el macizo de sillares de la plataforma superior, sino que se
separó del mismo a través de un largo corredor de servicio que atraviesa el
conjunto. Tanto las fachadas de las habitaciones principales como las portadas
interiores recibieron decoración de ataurique labrada en placas de piedra
adheridas a los muros. La riqueza de esta ornamentación se extiende también a
los pavimentos de ladrillo de las distintas estancias. Algunos son lisos, pero
muchos otros recibieron un tratamiento decorativo a base de incrustaciones de
piedra caliza blanca que dibujaban cenefas geométricas.
Los textos literarios e históricos se hacen eco de las cuantiosísimas sumas
dedicadas a su construcción, de los enormes trabajos realizados al efecto, de
su monumentalidad y esplendor artístico – hasta en el menor detalle- y del lujo
y la ostentación que el califa desplegaba en las recepciones y ceremonias que
allá se celebraban con frecuencia, pues de hecho la administración y la corte
se trasladaron a la nueva sede. Entre otros, en sus ricos salones serían
recibidos reyes cristianos hispánicos desposeídos de su trono, embajadores del
emperador de Germania, emisarios de Borrell II de Barcelona… Torres Balbás (uno
de los padres de la restauración monumental en España) se refiere así a estas
ceremonias: “Tras subir entre apretadas filas de soldados ricamente
uniformados, provistos de brillantes armas y en perfecta formación, llegaban
monarcas y embajadores al salón oriental de Madinat al-Zahara, abierto a una
terraza, cuyos muros cubrían ricas alfombras. Al fondo, sentado sobre
almohadones y rodeado de todos los dignatarios de su brillante corte, aparecía
el califa. Semejante a una divinidad casi inaccesible. Ante él se postraban en
tierra, y el soberano, con insigne fervor, les daba a besar su mano”.
El cuadro del pintor catalán D. Baixeras (Barcelona, 1862-1943), en el
Paraninfo de la Universidad de Barcelona, pretende rememorar una recepción de
embajadores de Bizancio en Medina Azahara, a base de los recursos y
convencionalismos propios de la pintura orientalista de la época, empeñada en
una forzada aunque pintoresca reconstrucción de la audiencia del monarca
cordobés a los emisarios bizantinos
acompañados de unos monjes, que se muestran sobrecogidos por la
magnificencia de la ostentación y
esplendor de la suntuosa corte califal asentada en tan extraordinario
recinto. A pesar de que su lugar de procedencia, la corte de Bizancio, no era
precisamente un ejemplo de austeridad.
Al-Maqqari, que hizo una maravillosa descripción de esta ciudad de ensueño,
habla de uno de los salones que sombraba por su belleza y el ingenio de su
concepción. " ... el llamado salón de los califas, cuyo tejado era de oro
y de bloques de mármol de variados colores, sólidos pero transparentes, y cuyas
paredes eran de los mismos materiales. En el centro del salón...estaba una
perla única ofrecida a al-Nasir por el emperador de León. Eran de oro y plata
las tejas de este salón y en el centro había un gran pilón de mercurio. Daban
entrada al salón 8 puertas de cada lado, adornadas con oro y ébano, que
descansaban sobre pilares de mármoles y cristal transparente. Cuando el sol
penetraba a través de estas puertas y se reflejaba en paredes y techo, era tal
su fuerza que cegaba. Y cuando al-Nasir quería asombrar a alguno de sus
cortesanos, bastaba que uno de sus esclavos pusiera en movimiento el mercurio
e, inmediatamente parecía que toda la habitación estaba atravesada por rayos de
luz y la asamblea empezaba a temblar, porque se tenía la sensación de que el
salón se alejaba, sensación que duraba mientras se movía el mercurio ".
Información:
WIKIPEDIA
al-Andalus de Concha Masiá.
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