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domingo, 1 de junio de 2025

ALOJARSE EN UN FUNDUQ EN AL-ANDALUS

 

ALOJARSE EN UN FUNDUQ EN AL-ANDALUS


Viajeros y comerciantes necesitaban un lugar donde alojarse al llegar a una ciudad y un espacio seguro en el que depositar sus mercancías. El funduq respondía a esta demanda de alojamiento y seguridad. En él se podía descansar, comprar, vender, hacer reparaciones, obtener nuevos suministros o informaciones, resguardarse del clima, almacenar mercancías a buen recaudo, pagar impuestos o alimentarse


Alicia Hernández Robles
Universidad de Granada

Ilustración de las Maqāmāt de al-Ḥarīrī. París, Bibliothèque Nationale de France. MS rabe 5847, fol. 89r.


Los motivos por los que se emprendía un viaje en la Edad Media eran muy variados (político-militares, científicos, económicos, religiosos, etc.), así han existido diversos tipos de viajeros como peregrinos, estudiosos o eruditos, tropas militares, comerciantes, etc.

Con independencia de quién y porqué se emprendía un viaje este implicaba toda una serie de necesidades a lo largo del camino, tales como el alojamiento durante la travesía y otros servicios.

El funduq (en plural fanādiq) era uno de los edificios que proporcionaba una amplia oferta de servicios a viajeros y comerciantes: alojamiento, protección, cocina, almacenamiento, entretenimiento, un lugar seguro en el que realizar transacciones comerciales al por mayor, etc. Encontramos este tipo de arquitectura, entre los siglos VIII y XIII, en ciudades de los territorios islámicos, destacando especialmente en la zona occidental del Mediterráneo.

La infraestructura comercial en las ciudades de los territorios islámicos medievales refleja la importancia del comercio en su economía y urbanismo. El zoco era el corazón comercial de la ciudad, el mercado principal y permanente al que acudía la población habitualmente para adquirir productos básicos para el día a día, como alimentos o tejidos, aunque también se realizaban mercados o ferias periódicas. Algunas ciudades contaban con alcaicería, un edificio específico en el mercado dedicado a la venta de productos de lujo y gran calidad como seda o joyas. Por ello estaba más protegida y su acceso controlado. Su clientela era más selecta y adinerada e incluía a otros comerciantes. El tercer edificio característico de la infraestructura comercial urbana era el funduq. Por lo tanto, el zoco puede ser entendido como el espacio de mercado más general, siendo la alcaicería y el funduq establecimientos especializados.

Sin embargo, también existieron otros edificios que compartieron funciones con el funduq como el caravasar y el jān, aunque se han relacionado especialmente con los territorios islámicos orientales. El caravasar destacó por ser un espacio de alojamiento y avituallamiento, con aspecto fortificado, debido a su localización en zonas rurales o a lo largo de rutas caravaneras terrestres. Mientras que un jān podía estar ubicado tanto en contexto urbano como rural y ofrecía servicios similares a los de un funduq (alojamiento, almacenamiento y espacio para el comercio al por mayor). Tal y como apuntaba Hillenbrand hace unas décadas, la cantidad de datos sobre estos edificios es muy dispar, siendo más abundantes los de aquellos ubicados en zonas rurales o en rutas, por lo que solo con futuras investigaciones que profundicen en el estudio de estos inmuebles localizados en ciudades se podrían realmente precisar las similitudes y diferencias entre el funduq, el caravasar y el jān.

Servicios de un funduq

Viajeros y comerciantes necesitaban un lugar donde alojarse al llegar a una ciudad y un espacio seguro en el que depositar sus mercancías. El funduq respondía a esta demanda de alojamiento y seguridad. En él se podía descansar, comprar, vender, hacer reparaciones, obtener nuevos suministros o informaciones, resguardarse del clima, almacenar mercancías a buen recaudo, pagar impuestos o alimentarse.

Los fanādiq eran edificios de grandes dimensiones, de entre 200 y 800 m2, y planta cuadrangular estructurada en torno a un patio central y, en ocasiones, con más de una planta en altura. En su interior las estancias se destinarían a diversos usos, como almacenes, establos, habitaciones donde pasar la noche, letrina, zonas donde cocinar y espacios de reunión. Durante el día también servían como lugar de negocios, ya que en ellos se produciría la venta al por mayor de mercancías traídas por los comerciantes extranjeros a los mercaderes locales que, posteriormente, vendían lo adquirido en el zoco o la alcaicería de esa ciudad. Por lo tanto, en el interior de estos edificios se encontrarían espacios públicos o comunes, como el patio, el zaguán de entrada o la cocina, y espacios privados, como las habitaciones para el alojamiento y el almacenamiento de bienes.

A partir de la documentación escrita y arqueológica se ha concluido que la cocina podía ser tanto un espacio permanente y concreto del edificio en el que habría personal empleado para ello, como hogares puntuales que los viajeros o comerciantes podrían realizar en el patio o en alguna estancia del edificio para preparar los alimentos que hubieran adquirido en el zoco. Por ejemplo, el muḥtasib —inspector de mercado— de la ciudad de Málaga, al-Saqaṭī al-Mālaqī, en el siglo XIII informa de un viajero que cocinó carne en un funduq de la ciudad con sus propios utensilios de cocina.

Otra cuestión relevante en estos edificios era la relativa a la higiene y el aseo. Sería habitual encontrar en ellos un pozo o alberca del que los viajeros pudieran servirse, para cocinar, beber o asearse. Así como una letrina o letrinas colectivas, conectadas a canalizaciones de evacuación de aguas residuales o fecales. Todas estas estructuras configuraban un complejo sistema hidráulico en estos fanādiq.

Con respecto a los productos con los que se comerciaba en un funduq, podemos encontrar tanto productos de primera necesidad, como cereales o pan, verduras, huevos, legumbres, sal, frutas, pasas, miel o aceite. Mientras que en otros se podrían adquirir productos más lujosos, como seda, ámbar o pieles. Esta información ha llegado hasta nosotros por el nombre con el que aparecen estos edificios en las fuentes escritas o bien por los impuestos que se recaudaban de las mercancías que se almacenaban en ellos en distintas ciudades del Mediterráneo medieval. También podían estar especializados en alguna actividad, pues se menciona a grupos de artesanos en ellos, tales como zapateros, peleteros o cordeleros.

El carácter comercial de los fanādiq los distingue de otros edificios medievales que también daban alojamiento a viajeros, como pudieron ser las mezquitas o las zāwiyas. Aunque el funduq pueda tener ciertas similitudes con otras instituciones previas o contemporáneas a él, destacará por contar con una mayor seguridad y eficacia derivadas de la protección y regulación islámicas. Sin embargo, autores como Ibn ‘Abdūn informan de otras actividades que se desarrollaron en su interior, más allá de las estrictamente comerciales, por lo que se puede hablar de su uso como tabernas, burdeles, casas de apuestas o incluso como prisión nocturna.

La ausencia de ventanas al exterior y la existencia de una sola puerta de acceso otorgaban la seguridad necesaria para que los comerciantes emplearan estos edificios para sus transacciones comerciales, ya que así se evitaban robos de mercancías y la salida fraudulenta de productos. Dicha seguridad era prioritaria en un funduq, aunque no sucedía lo mismo con la comodidad de los usuarios. El mobiliario en su interior debió ser sencillo y apenas debieron contar con esteras sobre las que dormir, cubos, cuerdas, herraduras y lámparas o candiles de aceite. En el siglo XVI, León Africano informaba sobre los fanādiq de Fez y contaba que en ellos el encargado del edificio facilitaba al huésped una estera de esparto en la que pasar la noche, sin que contaran con camas ni grandes comodidades.

En distintos manuscritos del siglo XIII que se han conservado de las maqāmāt de al-Ḥarīrī podemos ver en sus ilustraciones la representación de un edificio de alojamiento (jān) en Wasit, actual Irak, al relatar el caso de un robo que sufrieron en su interior. La ilustración nos aproxima al aspecto de un funduq al presentar un edificio de dos plantas con un patio central rodeado por habitaciones.

Ilustración de las Maqāmāt de al-Ḥarīrī. París, Bibliothèque Nationale de France. MS rabe 5847, fol. 89r.


Personas usuarias, propietarias y empleadas en un funduq

Los usuarios principales de un funduq fueron los comerciantes extranjeros y los viajeros de distinto tipo que necesitaran hospedarse a su paso por las ciudades como, por ejemplo, peregrinos o estudiantes. La recepción de estos viajeros en un funduq ha sido relacionada con una funcionalidad caritativa en ellos, ya que podían alojarse allí sin tener que pagar nada a cambio. Sin embargo, también podía encontrarse en un funduq a población local residiendo en su interior, como artesanos o personas de escasos recursos, o a prostitutas.

Los propietarios de un funduq podían ser los propios gobernantes o miembros de la familia real, funcionarios públicos o personas anónimas, y todos ellos podían fundar fanādiq como legados píos. Por lo tanto, podía tratarse de edificios de propiedad pública, privada o legado piadoso (waqf o ḥubs). En el caso de este tercer tipo de propiedad, también conocida como bienes habices, se fundaba un funduq con el objetivo de que los beneficios económicos que produjera se destinaran a cuestiones concretas que sirvieran para mejorar la ciudad y la vida de su población.

A cambio de alquileres anuales o mensuales los propietarios podían ceder el usufructo del edificio a una tercera persona que actuaba como administrador o encargado, como ṣāḥib al-funduq o funduqīyya, según si se trataba de un hombre o de una mujer. Esta persona viviría en el edificio con su familia y su sueldo provendría de subarrendar las habitaciones del funduq a su clientela. Así, aunque se permitiría que algunas personas se alojaran gratuitamente en estos edificios, generalmente viajeros y comerciantes debían pagar tarifas específicas por las habitaciones según si las destinaban para alojamiento o almacenamiento, así como una tarifa por alojar a los animales que los acompañaran.

Además de la ganancia que se obtenía del cobro por el uso del edificio, también se recaudaban en ellos impuestos sobre las mercancías que se vendían en su interior. Estos beneficios económicos que se obtenían en el funduq podían quedar reservados para su dueño, para el tesoro público o bien estar destinados a obras pías públicas, en función del tipo de propietario del edificio. Al-Idrīsī informa del censo de fanādiq (970) realizado en Almería para el pago de un impuesto. También se ha considerado que las autoridades locales podían usar estos lugares para controlar los precios, la distribución y el suministro de determinados productos destinando fanādiq concretos para ellos.

Por lo tanto, además del propietario o arrendador del funduq podría haber en estos edificios otras personas empleadas como personal de recaudación, guardias o porteros, aunque todas estas funciones podía concentrarlas el mismo propietario. La condena de Ibn ‛Abdūn a que mujeres ocuparan el cargo de recaudador de los comerciantes y los extranjeros en el funduq permite plantear que se encontrarían con regularidad a mujeres encargadas de la recaudación en estos espacios.

En definitiva, el día a día de un funduq informa de su carácter multifuncional como espacios de residencia, de trabajo o negocios, de reunión, y de fiscalidad y recaudación.

Localización de fanādiq en al-Andalus

Para conocer algunas de las ciudades andalusíes en las que se podían encontrar estos edificios debemos recurrir a obras geográficas. Diversos autores mencionan la presencia de fanādiq al describir las ciudades de al-Andalus. Generalmente, indican que una ciudad “contaba con mercados, baños y funduq o fanādiq”, es decir, no proporcionan muchos detalles sobre estos edificios.

En el siglo X, según Ibn Ḥawqal, más de treinta ciudades andalusíes contaban con hospederías. Posteriormente, a mediados del siglo XII, la información del geógrafo al-Idrīsī permite elaborar un listado de ciudades que contaban con algún funduq. Tal es el caso de Almería, Adra (Almería), Quesada (Jaén), Bizilyana (Rincón de la Victoria, Málaga), Málaga, Córdoba y Tarifa (Cádiz). Encontramos fanādiq en una amplia variedad de ciudades tanto interiores como portuarias, aunque fueron más numerosos en ciudades principales, en capitales o lugares de paso en alguna ruta de comunicación. Dos de esas ciudades destacan por la cantidad de fanādiq que se mencionan en ellas: Córdoba y Almería, cosa que no es de extrañar si tenemos en cuenta su importancia en términos comerciales, siendo Córdoba la capital del califato y Almería el principal puerto de al-Andalus en la plena Edad Media.

El ejemplo de funduq más conocido en la península ibérica, por su estado de conservación, lo encontramos en Granada. Se trata del funduq al-ŷadīd o alhóndiga nueva, conocido como Corral del Carbón. Este edificio fue construido en el siglo XIV por Yusuf I y fue propiedad de las reinas nazaríes. Si lo visitamos podemos hacernos una idea de las características arquitectónicas de estos edificios como su único acceso principal, el patio central rodeado por habitaciones, o la existencia de varias plantas en altura.

Patio del funduq al-ŷadīd o Corral del Carbón de Granada. Fuente: Alicia Hernández Robles


En las últimas décadas se han llevado a cabo numerosas excavaciones en ciudades de la península. En algunas de ellas se localizaron edificios de gran entidad, aproximadamente 40, que han sido interpretados como edificios con un carácter público, comercial o como funduq. A pesar de que en muchas de ellas no se conservaba la planta completa del edificio, su recopilación y estudio están permitiendo conocer mejor este tipo de arquitecturas en al-Andalus. A partir de ellas se puede concluir que no nos encontramos con una tipología estandarizada y regular de edificios, ya que el tamaño y número de las distintas estancias varía de unos a otros. Por lo tanto, las dimensiones y distribución de estos edificios pudieron ser variadas. Esto puede ser debido a las necesidades a las que daba respuesta, en función de su ubicación en una determinada ciudad, o el volumen de mercancías y viajeros que hacían uso de ellos.

En la actualidad, si pensamos en un hotel, podemos encontrar una amplia variedad de edificios, con distintas instalaciones y servicios, que presentan grandes diferencias de uno a otro. Por lo tanto, no debe extrañar que también fuera posible encontrar una amplia variedad de instalaciones a las que se haría referencia como funduq.

Mapa con las ciudades de la península Ibérica en las que se localizan las excavaciones arqueológicas en las que se han interpretado estructuras como posibles fanādiq de cronología andalusí (Hernández Robles, 2022, 505).


Especialización del funduq

Bien por iniciativa de los gobernantes locales, o de los comerciantes que usaban un funduq, algunos de estos espacios se fueron especializando en productos concretos. Estas distinciones entre unos edificios y otros se fueron produciendo a lo largo de la Edad Media.

Especialmente a partir del siglo XII, los comerciantes europeos, entre los que destacaron los italianos, participaban activamente en los mercados islámicos, donde debieron hacer uso de más de un funduq. En parte por su experiencia en ellos, estos edificios acabaron adaptándose en contextos feudales como nuevas formas institucionales, también con sus propias denominaciones derivadas del término árabe funduq, como fondaco, alhóndiga o alfondech, en italiano, castellano y catalán respectivamente. Estos edificios fueron especializándose en determinados servicios, distintos según los territorios en los que se establecieron.

El fondaco era el edificio en el que mercaderes cristianos se hospedaban y comerciaban en ciudades bajo control político islámico entre los siglos XII y XV.  En ellos destacaron los italianos y, posteriormente, los mercaderes provenzales, catalanes y aragoneses. Podemos entender el fondaco como una especialización del funduq, ya que dejó de ser un espacio en el que se hospedaban personas de cualquier procedencia, para tratar de acomodar, regular y, en cierto modo, segregar los negocios de los grupos de mercaderes occidentales en ciudades islámicas portuarias. En un primer momento contaban solo con un edificio, pero sus servicios se fueron ampliando e incluso llegaron a configurar barrios comerciales fortificados con almacenes, horno, iglesia o capilla, tiendas, talleres, taberna, etc.

En el caso de la península Ibérica la adaptación del funduq la encontramos en el Reino de Castilla con las alhóndigas y en la Corona de Aragón con los alfondechs. Las alhóndigas se especializaron como almacenes de productos específicos, como la sal o la harina. Mientras que en los alfondechs predominó la función de hospedería y sirvieron como posadas para mercaderes o viajeros, siendo utilizados solo de manera puntual como almacenes de mercancías (vino, papel o tejidos).


Para ampliar:

·         Constable, Olivia Remie. Comercio y comerciantes en la España musulmana: la reordenación comercial de la Península Ibérica del 900 al 1500, Barcelona: Ediciones Omega, 1997.

·         Constable, Olivia Remie. Housing the Stranger in the Mediterranean World. Cambridge: Cambridge University Press, 2003.

·         Hernández Robles, Alicia. Comercio y alojamiento en las ciudades andalusíes. Estudio histórico-arqueológico del funduq (siglos VIII-XIII). Tesis Doctoral, Universidad de Murcia, Murcia, 2022.

·         Hernández Robles, Alicia. “Del funduq al fondaco: cambios y continuidades en los edificios de alojamiento en al-Andalus”, en Florian Gallon (dir.). Tractations et accommodements. Pessac: Ausonius éditions, 2023.

·         Hernández Robles, Alicia. “Comercio y alojamiento en Madīnat Mursiya. Estudio arqueológico de los fanādiq andalusíes en Murcia”. Arqueología y Territorio Medieval, 28 (2021),e6186, 125-152.

·         Hillenbrand, Robert. Islamic architecture: From, function and meaning, Edimburgo: Edinburgh University Press, 1994.

·         Sims, Eleanor. “El comercio y los viajes: Mercados y caravansares”, en George Michell (dir.). La arquitectura del mundo islámico: su historia y significado social. Madrid: Alianza, 1985.

·         Torres Balbás, Leopoldo. “Las alhóndigas hispano-musulmanas y el corral del carbón de Granada”. Al-Andalus, 11 (1946), 446-480.

 

sábado, 29 de marzo de 2025

LA TOMA Y RECONQUISTA DE LA CIUDAD DE ALMERIA A MANOS DE LOS REYES CATÓLICOS


LA TOMA Y RECONQUISTA DE LA CIUDAD DE ALMERÍA A MANOS DE LOS REYES CATÓLICOS




La toma de Almería no fue nada sencilla, es más, hubo varios intentos fallidos. A principios del S. XII las tropas del Rey Alfonso VII de León consiguieron tomar la ciudad pero esta permaneció en manos cristianas durante diez años. Los Reyes Católicos también lo intentaron en 1488 sin derramar una sola gota de sangre, únicamente realizando importantes donaciones al valí de Almería, Yahía Al-Nayar. La capitulación de la ciudad estaba asegurada con el gobernador de Almería pero ‘El Zagal’, el penúltimo Emir de Granada, descubrió la traición a tiempo, se puso al frente de la ciudad, cerró las puertas y reforzó las defensas. Ante este hecho las tropas cristianas optaron por la retirada.

Tras el fallido intento de conquistar Almería, los Reyes Católicos cambiaron de estrategia y centraron sus esfuerzos en los frentes del interior de Granada. De esta forma, un año después, cercaron Baza, localidad que capituló a principios de diciembre de 1489.

Al caer Baza, los Reyes Católicos consiguieron pactar con ‘El Zagal’ la rendición de Guadix y Almería sin derramamiento de sangre. La rendición de Almería se produjo el 21 de diciembre de 1489 cuando ‘El Zagal’ hizo entrega de las llaves de la ciudad a Fernando ‘el Católico’. El monarca aragonés no hizo su entrada triunfal en la ciudad de Almería hasta el 23 de diciembre. Su esposa Isabel ‘la Católica’ lo hacía un día después.

Los Reyes Católicos pasaron el día de Navidad de 1489 en Almería y un día después, tal día como hoy de 1489, asistieron a una misa solemne en la mezquita de la Alcazaba tras la cual se colgó su pendón en lo alto del templo. Este hecho hizo oficial la toma y conquista de Almería.

 

LA REBELIÓN DE LAS ALPUJARRAS, EL ALZAMIENTO EN ARMAS DE LA POBLACIÓN MORISCA

 

LA REBELIÓN DE LAS ALPUJARRAS, EL ALZAMIENTO EN ARMAS DE LA POBLACIÓN MORISCA




El 24 de diciembre de 1568, la pblación morisca del antiguo Reino de Granada se alzaba en armas como protesta contra la Pragmática Sanción que un año antes había aprobado el Rey Felipe II. De esta forma se iniciaba la Rebelión de las Alpujarras.

La Pragmática Sanción establecía la nulidad de los contratos redactados en árabe e imponía un plazo de tres años para que los moriscos aprendiesen el castellano entre otras medidas. En esta línea restrictiva se encuadraba la decisión de arrebatar las tierras a todos aquellos que no tuvieran un título de propiedad, un serio problema para una comunidad que, en su mayor parte, no disponía de dicho título.

Las duras medidas de Felipe II contra los moriscos hicieron que estos se alzasen en armas tal día como hoy de 1568 en la aldea de Béznar, lugar en el que los insurgentes reconocieron a Aben Humeya como su Rey.

La rebelión se prolongó durante dos años. Una realidad que fue posible gracias a la ayuda prestada a los insurgentes por parte de los bereberes del norte de África y del Imperio Otomano. Eso y que la mayoría de los ejércitos de Su Majestad se encontraban luchando en Flandes.

Durante la rebelión, el terror se apoderó de la Alpujarra granadina y el temor a una nueva reconquista musulmana acechó la Corte. Ni el propio Felipe II disimuló la gravedad de los acontecimientos y no le quedó más remedio que llamar a su hermanastro, Don Juan de Austria, para sofocar la rebelión. Lo consiguió en el verano de 1570.

Tras la Rebelión de las Alpujarras, todos los moriscos del antiguo Reino de Granada fueron desterrados y dispersados a lo largo de los territorios de la Corona de Castilla, todos a excepción de aquellos pertenecientes a la administración pública, los esclavos, los menores de 14 años y los mayores de 70.

 

jueves, 25 de abril de 2024

¿TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A CÓRDOBA?

 

¿TODOS LOS CAMINOS LLEVAN A CÓRDOBA?


Córdoba no fue la primera ciudad elegida como capital de al-Andalus. Los ejércitos de la conquista establecieron su sede en Sevilla, centro de la antigua provincia romana y visigoda de la Bética, con buenos enlaces con el resto de la península. Pero pocos años después la capital se trasladó a Córdoba. La ciudad alcanzó su apogeo en el siglo X bajo los califas ‘Abd al-Raḥmān III y al-Ḥakam II. Los geógrafos árabes de la época la elogiaron, situándola como el centro de una red de caminos que vinculaban la capital con el resto de la península. Sin embargo, tras la caída de los omeyas, el centro del poder se trasladó de nuevo a Sevilla. Tal vez los geógrafos hayan tergiversado algunos de los factores que ponen a Córdoba en una situación de desventaja, situación que desempeñó un papel en el declive de la ciudad

ANN CHRISTYS

Vista de Córdoba. Wikimedia Commons.


Entre los geógrafos que describieron al-Andalus algunos nunca visitaron la península. Ibn Juradadbih, jefe de los servicios postales de la corte abasí de Bagdad y Samarra hacia el año 900, incluyó una breve descripción de al-Andalus en su Libro de rutas y reinos (Kitāb al-masālik wa-l-mamālik). El geógrafo – probablemente refiriéndose a la época visigoda – comentó: ‘Toledo, donde vive el rey, está a veinte días de viaje de Córdoba’. Nos informó de que había un volcán activo en los Pirineos y explicó que a los autóctonos de la Hispania pre-islámica se les llamaba los Ispān por su origen en Isfahān en Irán. En el libro de Ibn Juradadbih, al-Andalus suena como algo raro, como un reino lejano, casi imaginario.  

No obstante, un viajero de Irán, Ibn Ḥawqal, llevará consigo un ejemplar del libro de Ibn Juradadbih cuando visitó Córdoba en 948. Ibn Ḥawqal incluyó una descripción de al-Andalus en su geografía del mundo islámico, la Descripción de la Tierra (Kitāb ṣūrat al-arḍ). Algunos manuscritos de este texto se ilustran con mapas, entre ellos un mapamundi, que presentaba una perspectiva islámica del mundo. Se puede comparar este mapa con la Tabla Peutinger romana que situaba Roma en el centro del mundo, y con los mapamundi cristianos medievales que se centraban en Jerusalén. La Tabla Peutinger incluía las rutas que conducían a Roma, no como guía para los viajeros, sino para mostrar que todos los caminos llevaban a la capital. En uno de los mapamundi de Ibn Ḥawqal, la tierra de los cristianos, desde Constantinopla hasta el extremo occidental de Europa, ocupa un pequeño rincón. Al-Andalus (señalado en el dibujo con una flecha) se encuentra en un rincón aún más pequeño. Constantinopla está marcada en el mapa, pero falta Córdoba. Se puede ver que el Occidente islámico – al-Andalus, el norte de África y Sicilia – tenía poca importancia para los lectores del Oriente islámico.



Ibn Ḥawqal, Kitāb ṣūrat al-arḍ, MS Ahmet 3346, Topkapi Saray Museum, Estambul.
Fotografía: Karen C. Pinto, Islamic Maps, p. 67.


Ibn Ḥawqal enumeró las fronteras y las principales ciudades de la Península Ibérica, así como los itinerarios que unían Córdoba con Sevilla, Toledo y otras ciudades importantes, con sus estaciones de paso, el tiempo de viaje entre ellas y unos pocos datos sobre las ciudades. Dice de Sevilla, por ejemplo, que ‘es una ciudad próspera, que tiene muchos vergeles y viñedos; produce sobre todo higos; está situada junto al río de Córdoba’. 

Determinaciones de los itinerarios de España: de Córdoba a Murad, una jornada de marcha – de Murad a Gargira, una etapa – de Gargira a Sevilla dos días – de Sevilla a Niebla, dos días; – de allí a Gibraleón, dos días – de Gibraleón a Lepe tres días – de Lepe a Ocsonaba cuatro días – de Ocsonaba a Silves seis días – de Silves a Alcácer do Sal cinco días – de allí a Almada, que está en la desembocadura de un río, tres días – de la desembocadura del río de Lisboa un día – de Lisboa a Cintra dos días – de Cintra a Santarém dos días – de Santarém a Aviz cuatro días – de Aviz a Juromenha dos días – de Juromenha a Elvas un día – de Elvas a Badajoz, donde se atraviesa el río, un día – de Badajoz a Qanṭarat [al-Sayf], cuatro días; de Qanṭarat [al-Sayf] a Mérida, un día – de Mérida a Medellín dos días – de Medellín a Trujillo dos días; de Trujillo a Cáceres, dos días – de Cáceres a Menaza, dos días – de Menaza a Majadat al-Balat, un día – de Majadat al-Balat a Talavera, cinco días – de Talavera a Toledo, tres días.1 

Ibn Ḥawqal también incluye una ruta directa de Córdoba a Toledo pasando por Caracuel, Calatrava, Malagón y Yébenes, que vamos a analizar con más detalle para ilustrar algunos de los problemas que plantea la información de los geógrafos árabes.  

La descripción de al-Andalus en la obra de Ibn Ḥawqal se centra en Córdoba:  

La ciudad más grande de [al-Andalus] …, que no tiene su equivalencia en todo el Magreb, más que en la Alta Mesopotamia, Siria o Egipto, por la cifra de población, la extensión de su superficie, el gran espacio ocupado por los mercados, la limpieza de los lugares, la arquitectura de las mezquitas, el gran número de baños y caravasares. Varios viajeros originarios de esta ciudad, que han visitado Bagdad, dicen que ella equivale a uno de los barrios de la ciudad mesopotámica. … Es una ciudad de un muro de piedra, provista de hermosos barrios y vastas explanadas. Hace mucho tiempo que el soberano de esta ciudad reina sobre ella y tiene su residencia y su palacio en el interior de la muralla que la rodea. …  La mezquita–catedral, que es muy bella y grande, se encuentra en la misma ciudad.2

Sin embargo, la relación entre lo que vio Ibn Ḥawqal y lo que escribió es complicada. Poco se sabe de los geógrafos árabes aparte de los manuscritos de sus obras, copiados en árabe o persa entre los siglos XI y XIX. No está claro a qué autor pertenecieron los textos y mapas, ya que el nombre del autor no siempre aparece en el título o en el colofón, sino a veces en inserciones como «Ibn Ḥawqal dijo». El manuscrito más antiguo atribuido a Ibn Ḥawqal que ha llegado hasta nuestros días se copió en 1086. Esta versión del texto contiene abundantes detalles sobre Sicilia, sobre todo de su capital; el autor decía que conocía todas las mezquitas de Palermo y que no había visto las de Córdoba. De hecho, el texto de «Ibn Ḥawqal» que leemos hoy es obra de editores modernos, que combinaron el manuscrito de 1086 con la descripción de Córdoba que acabamos de citar, procedente de un manuscrito posterior.   

Ibn Ḥawqal copió bastante información sobre al-Andalus de la obra de otro geógrafo iraní, al-Istajrī, que tampoco había visitado la península. Al-Istajrī incluyó catorce itinerarios, de los cuales diez comienzan en Córdoba; dice que el viaje a Toledo necesita seis días, pero no da información sobre la ruta. Uno de los ejemplares del texto de Ibn Ḥawqal describe, o imagina, un encuentro entre los dos geógrafos en el río Indo. Ellos compararon los mapas que habían dibujado. Al-Istajrī elogió algunos de los mapas de Ibn Ḥawqal, pero condenó su descripción del Magreb por «inexacta en su mayor parte». Es un comentario justo sobre el mapa del manuscrito de 1086, que incluye un río importante al sur del Guadalquivir y localiza muchas ciudades fuera de su sitio. Sin embargo, el texto de Ibn Ḥawqal sirvió a su vez como una de las principales fuentes para la descripción de al-Idrīsī de al-Andalus que recopiló para el rey Roger II de Sicilia en la década de 1160, aunque al-Idrīsī afirmó haber visitado muchos de los lugares que describía.  Como es bien sabido, los geógrafos encontraban gran parte de su información en sus bibliotecas, tanto si ellos mismos habían viajado como si no. 



Esquema e interpretación del mapa de Ibn Ḥawqal.


Al-Idrīsī emprendió un viaje río arriba desde Sevilla e incluyó su descripción. Es algo inusual, ya que los geógrafos musulmanes rara vez mencionaban los viajes por agua. Podía ser más rápido viajar en barco por la costa que por tierra, pero la primera referencia a un viaje de este tipo, de Almería a Valencia, data del siglo XI. En el siglo I de nuestra era, el geógrafo griego Estrabón había señalado que el Guadalquivir era navegable hasta Córdoba, pero sólo en pequeñas embarcaciones. Los historiadores árabes mencionaron inundaciones y sequías en el Guadalquivir que debieron afectar a la navegación fluvial, pero aún era posible el transporte fluvial hasta Córdoba tras la conquista cristiana de 1236. No cabe duda, sin embargo, de que la superioridad portuaria de Sevilla fue uno de los factores de su preeminencia sobre Córdoba tanto en el periodo preislámico, como en los siglos después la caída de los omeyas, hasta que el río comenzó a encenagarse en el siglo XVII.  

Los historiadores medievales registraron muy poca información sobre las rutas seguidas por embajadas, mercaderes y otros viajeros. Se sabe que muchos sabios musulmanes y algunos cristianos viajaron a Córdoba, pero se conservan pocos detalles de sus viajes. Juan de Gorze, en una embajada de Otón I a la corte cordobesa en 954, navegó por el río Ródano, donde el barco zozobró y perdió su equipaje, pero llegó sano y salvo a Barcelona y siguió su viaje por Tortosa y Zaragoza. Una embajada de regreso dirigida por el obispo Recemundo de Elvira tardó diez semanas en llegar a la corte de Otón en Fráncfort, pero no se nos dice qué ruta siguió. Las pasiones de dos cristianos que viajaron a Córdoba en la década de 920 y encontraron la muerte allí advertían de que «el camino de la vida es recto y estrecho, pero el que lleva a la perdición es ancho», un sentimiento que era más pertinente a los hagiógrafos que el camino real que recorrieron los mártires.  

Hace más de medio siglo Félix Hernández intentó dar cuenta de los itinerarios de los geógrafos árabes haciendo referencia a la geografía española y a las cambiantes realidades políticas. ¿En qué estaciones del año se podían vadear los ríos? ¿Seguían en uso las calzadas y puentes romanos? Consultó una amplia variedad de fuentes escritas, incluida una descripción de la península por Fernando, el hijo de Cristóbal Colón, así como mapas modernos e informantes locales, que arrojaron luz sobre topónimos oscuros en las crónicas y sugirieron razones por las que un viajero podría verse obligado a dar un rodeo. Hay referencias a las campañas contra el norte cristiano llevadas a cabo por los hijos de al-Manṣūr en 1003 y 1005, que siguieron una ruta directa de Córdoba a Toledo por Sierra Morena. Un cronista afirma que la primera expedición tardó 14 días en llegar a Toledo, pero es posible que esto incluyera retrasos para reunir a las tropas o para hacer frente a la oposición interna, ya que las puertas del norte de Córdoba estaban rodeadas de rebeldes. Los viajeros no militares, que viajaban en mulas, probablemente tomaran rutas distintas de las de los ejércitos. De hecho, Eneko López demostró a través de la herramienta SIG que el itinerario de menor coste entre Córdoba y Toledo es el de Ibn Ḥawqal en lugar de la ruta directa. Es posible que algunas de los itinerarios copiadas en las geografías se expliquen por cuestiones estratégicas que sólo se aplicaron durante un breve periodo, pero la información se siguió incluyendo cuando ya no era relevante.


Mapa de las principales carreteras romanas en Hispania. Wikimedia Commons.


Quizá podamos explicar algunos de estos itinerarios remitiéndonos a otro mapa: el de las calzadas romanas recogidas en el itinerario antonino del siglo III. Aquí Córdoba es sólo uno de los puntos nodales. La Vía Augusta unía Córdoba con Cádiz y Cartagena, y desde allí con Tarragona. Otra de las vías principales de Córdoba, la Vía Emérita, conducía a Mérida, punto nodal aún más importante. Para llegar a Toledo desde Córdoba había que pasar por aquí, desde donde la ruta principal hacia el norte y hacia Zaragoza pasaba por Toledo. Los cronistas árabes señalan que el puente romano de Mérida, como el de Córdoba, fueron reparados en época islámica, aunque no se mencionan otros puentes que pudieron caer en desuso. Un cronista comentó que quien partiera de Carmona para viajar a Narbona nunca tendría que abandonar «el camino empedrado», es decir, la Vía Augusta. Esta es una de las numerosas referencias a una calzada empedrada (balāṭ en árabe), origen del topónimo Albalate. Se puede reconstruir un plan más detallado de la red de calzadas romanas a partir de sus restos físicos y de los relatos escritos a lo largo de los siglos. De él se desprende que la Vía Emérita era la única vía romana que salía de Córdoba, aunque no existen ni pruebas arqueológicas ni testimonios escritos de que el tramo entre Córdoba y Mérida fuera transitable en el siglo X. Y el camino de Toledo a través de Mérida fue una de las rutas más importantes de la península durante toda la Edad Media, y no principalmente a Córdoba, sino a Sevilla. Alfonso VI de Castilla la recorrió con frecuencia y en mapas posteriores se la denominó «camino real a Sevilla».  

Los itinerarios que describieron los geógrafos árabes pueden relacionarse con la red de calzadas romanas. Pero la relación no es directa. Cabe dudar de que todas estas calzadas siguieran en uso en época omeya. Además, decir que Córdoba era su destino principal era ignorar el hecho de que Sevilla era más fácil de alcanzar tanto por tierra como por agua. Córdoba fue el centro del reino durante un periodo relativamente breve. Sólo a partir del siglo X, o para los que se remontan al Siglo de Oro de la capital, todos los caminos parecían conducir allí, aunque a veces hubiera que dar muchas vueltas. 

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NOTAS:

1.  Ibn Hawqal, Configuración del Mundo (fragmentos alusivos al Magreb y España), trad. M.J. Romani Suay, Valencia, 1971, p. 68.

2.  Ibn Hawqal, trad. Romani Suay, pp. 63-66, quien traduce al-Andalus como ‘España’ y la mezquita aljama (en la que se pronuncia del sermón del Viernes) como mezquita-catedral.

PARA AMPLIAR: