ABÚ MUHAMMAD IBN MAN
IBN SUMADIH
, ABÚ MUHAMMAD IBN MAN IBN SUMADIH (Almería, 1037 - Almería, 1091). Rey morisco.
Rey de la taifa de
Almería. Conocido por al-Mutasim bilá, es decir «aquel que busca la
protección de Dios», formó parte de una dinastía que llegó a Almería de
manera azarosa. Cuando Zuhayr murió en el campo de batalla, los notables de
Almería eligieron a un miembro de la familia Banú Ramîmî para dirigir los
destinos de la ciudad. Pero la influencia de los eslavos (traídos de Europa
oriental y formados para desempeñar los más altos puestos de la administración
y del ejército califal) aún era fuerte. Así que, al poco, tomó el poder el rey
de Valencia, Abd al-Aziz al-Mansur, hijo de Sanchuelo y nieto de Almanzor, que,
según algunos autores, se apropió del tesoro público dejando a su cuñado Abú
l-Ahwas Man como gobernador (1041). Al proceder de una familia árabe, que había
alcanzado gran notoriedad en el valle del Ebro (Tudela) hasta su reciente
expulsión, las aspiraciones de Man eran superiores. Así que aprovechó la
rebelión de Lorca, Játiva y Jódar contra al- Mansur para proclamar su
independencia (rayab del 443, 24-II a 5-III-1042).
Ibn Sumadih no exhibió los atributos de la
soberanía, pero preparó el camino para implantar una dinastía aprovechando una
revuelta. Su hijo, el famoso al-Mu’tasim, se declaró rey de Almería desde 1054,
inaugurando el periodo más largo de estabilidad en un siglo convulso. La imagen
de al-Mu’tasim como un monarca despreocupado por los asuntos de Estado, absorto
en veladas literarias y ansioso por procurar el bienestar de sus súbditos, nos
la trasmiten los beneficiarios de su generosidad y los historiadores románticos
que, exclusivamente, se basan en ellas para trazar el perfil de la época. Ciertamente,
las veladas literarias hicieron famoso a Ibn Sumadih, pero esta actitud bohemia
y poco virtuosa debió provocar la censura de los doctores en la ley musulmana y
la indignación del pueblo. Desde luego, es sorprendente la riqueza temática y
variedad compositiva de la literatura producida en aquella corte literaria, que
va desde la poesía más complicada a las populares moaxajas, la contribución más
novedosa de la lírica andalusí, en la que destacó el malagueño Abbada al-
Qazzaz.
Además, el rey contó con un geógrafo de Huelva,
Abú Ubaid al-Bakrí (1040-1094), que fue su primer ministro; y con Al-Tignarí,
uno de los mayores expertos agrónomos de su tiempo, que realizó diversas
experiencias de introducción de cultivos en Almería y, probablemente, diseñara
algunas máquinas hidráulicas; el antólogo Al-Fath Ibn Chaqan; el lexicógrafo
Abu Galib y los poetas Al-Hadad, Ibn Saraf (1052- 1132) y Abú-l-Walid. Su visir
fue Abú Asbag Ibn al Arqam, también poeta. De igual modo, Abú-l-Abbás Al-Udri
(1003-1085), geógrafo e historiador, disfrutó de la protección del Rey.
Al-Mu’tasim, además, emprendió diversas obras
públicas que constituyen un verdadero programa dinástico para prestigiar a la
monarquía con todos sus atributos de poder. De esta manera mandó levantar
diversos palacios como la Sumadihiyya, “sorprendentemente hermosa”,
situada en las inmediaciones de la ciudad, de los palacios y defensas de “su
Alcazaba inexpugnable”, según nos dice Ibn Jáqan, a la que dotó de un
abasto adicional de agua derivado del canal conducido a la mezquita mayor
(1066).
Al-Mu’tasim fue también un activo guerrero, no
tan torpe como lo pintan sus enemigos. En efecto, su reino quedó limitado al
norte por el Almanzora y los Filabres. Pero es que sus adversarios eran muy poderosos
(por ejemplo, el famoso al-Mu’tamid de Sevilla). No obstante, emprendió largas
hostilidades con Abd Aláh, rey de Granada, al que logró arrebatar Guadix y
otras plazas. Para su defensa utilizó tropas mercenarias (en especial beréberes
norteafricanos), lo que suponía grandes gastos. Este esfuerzo defensivo fue
ingente y provocó el descontento de la población y la pérdida de legitimidad
religiosa. Además, la precariedad militar fue paralela a la débil legitimidad
de la dinastía, que careció de un respaldo religioso que le apoyara. Los
alfaquíes y la población acabaron por desear que alguien restableciera la
legitimidad. Cercado por enemigos en la frontera terrestre, el pequeño reino
sólo pudo llevar una tímida política exterior con los diminutos estados
costeros norteafricanos, a los que les unía un importante comercio.
Los últimos tiempos de su reinado supusieron un
constante esfuerzo militar, desorbitado para un pequeño reino como el
almeriense que, sin embargo, pudo resistir la presión de dos de los más grandes
estados taifa, mientras otros sucumbían. De una parte, el rey sevillano
al-Mu’tamid se apropió de Murcia y extendió su autoridad hasta el valle del
Almanzora. Con una frontera en los Filabres, la delimitación del territorio
resultó confusa. Con Granada las hostilidades nos son conocidas puntual, pero
unilateralmente, a través de las memorias de Abd Alá, el contrincante bereber.
Aparte de un primer conflicto en los inicios del reinado -que acabó con la
permuta de castillos fronterizos (Chant Aflij -Picena-, con el desconocido de
Chíles)-, el refugio del visir granadino en la corte almeriense alentó a
al-Mu’tasim para hacerse temporalmente con la importante ciudad de Baza, a la
vez que se producían algunos cambios territoriales menores (conflictos en
Fiñana y Montaire, en el límite provincial). Los conflictos fueron más graves
si cabe con las huestes cristianas que obligaban al pago de tributos. El mismo
Al-Mutasim tuvo que batallar vanamente a las mismas puertas de Almería (1088)
contra un pequeño ejército de cristianos establecido en el castillo murciano de
Aledo. El escarnio sufrido y la presión feudal creciente le obligaron a pedir
ayuda, muy a su pesar, a los almorávides norteafricanos en unión de otros
soberanos andalusíes.
Cuenta al-Maqqari que estando Al-Mu’tasim en el
lecho de muerte aconsejó a su hijo, a quien había nombrado hayib o
“primer ministro” y heredero, Muizz al-Daula («el sostén del Estado»), que
cuando cayese Sevilla se aprestase a huir a África. Lo hizo refugiándose en el
Reino de Tremecén con el que Almería mantenía numerosos lazos comerciales. Sus
demás hijos y esposas permanecieron bajo protección almorávide, entre ellos se
encuentran Abú Ya’far Ahmad, Rafí-l-Dawla y Umm al-Kiram, todos poetas.
Cara Barrionuevo, Lorenzo
RAMÓN GUERRERO, Amelina (1995).
MOLINA LÓPEZ, Emilio (1981).
SECO DE LUCENA, Luis (1967).