LA POESÍA EN EL PERÍODO DEL
EMIRATO Y EN EL CALIFAL (711-1031).
Nunca nación
alguna se ha criado en suelo más apropiado para la poesía que la de los
árabes.Bajo la dinastía de los Omeyas, que fundó Abd-ar-Rahman I y que duró dos
siglos después de la caída de su antecesora en Oriente, floreció España hasta
tal punto de poder y de esplendor que oscureció a los demás Estados de la
Europa de entonces. Con las abundantes fuentes de la riqueza pública, que
nacían de la agricultura favorecida por un cuidadoso sistema de irrigación, de
la actividad industrial, y del comercio que se extendía por todas las regiones
del mundo, la población creció también de un modo portentoso.
Desde el
primer instante en que hubo en España una corte mahometana, el arte de la
poesía arábiga se encontró allí como en su patria. En el palacio de Abd
ar–Rahman, el primer omeya, se celebraban reuniones a las que asistía Hišam, el
príncipe heredero, y donde se entretenían los convidados recitando versos,
refiriendo leyendas o sucesos históricos, y haciendo panegíricos de hombres
distinguidos y de grandes acciones. Siguiendo el ejemplo que había dado en
oriente su antepasado Yazid I, los omeyas tuvieron a sueldo poetas de corte, y
hubo grandes señores que se complacían en ser protectores muy liberales de los
poetas, como Ibrahim, que vivió en Sevilla en 912 bajo el reinado de Abd Allah,
y que alcanzó un poder y una riqueza casi regios.
Con el intento de embellecer su capital por todos los medios, a imitación de
las ciudades de Oriente, Abd ar–Rahman I empezó en Córdoba la construcción de
la gran mezquita que aún sobresale hoy día entre las ruinas de tantas obras
maestras del arte arábigo, como una maravilla del mundo. Abd-ar-Rahman puso así
los cimientos del esplendor de la ciudad de Córdoba. Al mismo tiempo, edificó
una quinta hacia el noroeste de la ciudad, a la que llamó Ruzafa, en
conmemoración de una casa de campo cercana a Damasco y perteneciente a su
abuelo Hisam. En los jardines que se extendían en torno a este palacio hizo
plantar árboles raros de Siria y de otras tierras de Oriente. Los siguientes
versos están inspirados por una palma que creció allí, bajo el apacible cielo
de Andalucía, como en su patria oriental, y provocó en el alma de Abd-ar–Rahman
melancólicos recuerdos del país natal:
Tu también
eres ¡oh palma!
en este suelo
extranjera.
Llora,
pues; mas siendo muda,
¿cómo has de
llorar mis penas?
Tú no sientes,
cual yo siento,
el martirio de
la ausencia.
Si tú pudieras
sentir,
amargo llanto
vertieras.
A tus hermanas
de Oriente
mandarías
tristes quejas,
a las palmas
que el Éufrates
con sus claras
ondas riega.
Pero tú
olvidas la patria,
a la par que
la recuerdas;
la patria de
donde Abbas
y el hado
adverso me alejan
Los músicos gozaban de igual favor en la corte y entre el pueblo. Abd ar–Rahman
II convidó al cantor Ziryab para que viniese de Bagdad a Córdoba, y le recibió
muy afectuosamente y con mil honrosas muestras de estimación, entre ellas una
lujosa vivienda en su propio palacio, y diciéndole las condiciones bajo las
cuales quería tenerle cerca de sí. Éstas eran en extremo brillantes: Ziryab
debía recibir doscientas monedas de oro como presente anual y debía gozar del
usufructo de varias casas, campos y jardines, que constituían un capital de
catorce mil monedas de oro. Después de haber hecho estos espléndidos
ofrecimientos, pidió Abd ar-Rahman al cantor que se dejase oír, y cuando hubo
cantado, quedó el califa tan prendado de su habilidad que en adelante no quiso
oír cantar a ningún otro. Pronto escogió a Ziryab para que fuese de los que más
íntimamente le trataban, y se complacía en hablar con el de poesía, de
historia, de artes y de ciencias. El cantor tenía muy extensas nociones de
todo: prescindiendo de que sabía de memoria la melodía y letra de diez mil
cantares, había estudiado astromonía e historia, y no había nada más
instructivo que oírle hablar sobre los diversos países y las costumbres de sus
habitantes.
Pero aún más que su gran saber eran admirados su ingenio y su buen gusto. Su
canto era tan encantador que se divulgó la creencia de que por las noches
venían los genios a visitarle y a enseñarle sus melodías. Vivía Ziryab con un
boato de príncipe y siempre que aparecia en las calles lo rodeaban cien esclavos.
Del celo con que se estudiaba entonces la música vocal e instrumental dan
testimonio no sólo las obras teóricas que se escribieron sobres este arte sino
también un gran libro de los cantares andaluces, compuesto para competir con la
colección que hizo Alí de Ispahan de los cantares de Oriente.
Salah SEROUR
Publicado
por al-Andalus


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