El artista
árabe encontró en la música y en la poesía esa evasión que le permitía plasmar
el genio que encerraba en su interior, de ahí que su legado sea una de las más
bellos que ha dejado en su andadura histórica. En Al-Andalus no fue menos
importante, llegando a gozar de una época de verdadero esplendor. Para
comprenderla es necesario incluir algunas pinceladas históricas referentes a la
cultura musical islámica en general.
El más famoso musicalmente fue Al-Farabí. Este eminente filósofo sobresalió
tanto en la teoría como en la práctica. Varias tradiciones nos aseguran que
durante una fiesta nupcial, Al-Farabí podía tocar el laúd hasta hacer que el
auditorio prorrumpiera en risas, derramara lágrimas o se durmiera. Igualmente
aseguran que inventó el "rabab" (rabel) y el "qanún"
(cítara pulsada), aunque es muy posible que se limitara a mejorarlos.
El último gran teórico de la música fue Avicena. Este médico y filósofo incluyó
en sus obras largos capítulos sobre música. Su aportación radica en la
detallada descripción de los instrumentos usados entonces y en el tratamiento
de puntos de teoría musical griega que no se han conservado.
En Bagdad surgió entonces la “nawba” o suite clásica oriental, que posteriormente se desarrollaría en Al-Andalus. Durante este periodo apareció una figura clave en la histórica de la música: se trataba de Abu al Hassan Alí Ibn Nafeh (789-857), apodado Ziryab, “el pájaro negro cantor” (según algunos por asemejarse al mirlo y según otros, por el oscuro color de su tez), músico de origen persa y tañedor de laúd en la corte del califa. Sus cualidades provocaron las envidias de su maestro Al-Mawsuli, de ahí que decidiera emigrar a otras tierras donde encontraría la protección adecuada para su arte.
En su huida de Bagdad se refugió primero en Kairauán, siendo más tarde invitado por Al-Hakam I a residir en su corte en Córdoba. Su llegada a esta ciudad en el año 822 se produjo con la subida al trono de Abderramán II, emir protector de las artes y el primero de Al-Andalus en fundar un conservatorio musical.
Ziryab destacó como auténtico mecenas en su corte, siendo considerado como el
fundador de la escuela musical andalusí. Era un auténtico polígrafo: poeta,
literato, astrónomo, geógrafo y un refinado esteta, pero ante todo fue un gran
músico. Se dice que se sabía de memoria las letras y melodías de diez mil
canciones. Aquí encontró una tierra de respetuosa convivencia, el lugar
adecuado para seguir la tradición oriental, al mismo tiempo que pudo
desarrollar su espíritu creador y renovador, inventando nuevas formas
musicales.
Él mismo fabricó sus propios instrumentos, los dio a conocer y los mejoró con
sus propias innovaciones. La laminilla de madera que se empleaba como plectro
en el “ud” (laúd), instrumento árabe por excelencia, la sustituyó por la pluma
de águila, con lo que produjo un sonido más agradable. También le inventó una
quinta cuerda, situándola entre la segunda y la tercera.
En Córdoba se desarrollaría la “nawba”, vulgarmente conocida como “nuba”, elaborada composición melódica de contenido en su mayor parte profano o místico. En ella la exaltación del amor, la belleza y la sensualidad alcanzan su máxima expresión, siempre como obra y prueba de la existencia de Alá. Eran, pues, una elevada concepción y expresión de la sensibilidad refinada, de tal modo que llegaron a componerse veinticuatro, dedicándose una para cada hora del día de manera que pudieran adaptarse a las distintas condiciones y estados del espíritu humano a lo largo de la jornada. La interpretación de cada una abarcaba entre cinco y siete horas aproximadamente, por lo que resulta evidente que, dada su larga duración, los músicos debían extraer de cada una sólo aquellas canciones que consideraban más adecuadas al momento y ambiente.
Técnicamente hablando, se trataba de una estructura musical formada por distintos fragmentos vocales e instrumentales, constituyendo unidades independientes. En realidad equivalía a una especie de sinfonía o suite actual. Comenzaba con una pieza instrumental de carácter libre, a la que le correspondía definir tanto el modo como el carácter general de la obra. Le seguía otra sección instrumental sobre un ritmo fijo, tras la cual se interpretaban cinco piezas cantadas. Las partes vocales corrían a cargo de un coro que cantaba al unísono y en heterofonía. El conjunto de instrumentos que intervenían en su interpretación estaba formado básicamente por laúd, flauta, “qanún” (cítara pulsada o salterio), “darabukka” (tambor de un solo parche, en forma de copa o florero) y tamboril.
Esta música clásica que se escuchaba en Al-Andalus se abrió paso en Oriente a partir del siglo XIII con el canto de la “muwassaha” o moaxaja, llegando a crear su propia escuela. Esta composición fue creada por el poeta Muqqadam ibn al Mu’afa, apodado Al-Qabrí por haber nacido en la localidad de Cabra (Córdoba) hacia finales del siglo IX, aunque fue más conocido como el Ciego de Cabra. La moaxaja rompe con la métrica rígida de la “qasida” árabe originaria de Oriente y se impone rápidamente. Consta de cinco estrofas, que se dividen cada una en dos partes (que van precedidas de una introducción de dos o más versos). Su interpretación corría a cargo de un solista y de uno o dos coros de hombres o mujeres que cantaban con el acompañamiento del pequeño conjunto instrumental de la nuba, el cual ejecutaba breves interludios entre estrofa y estrofa. El último verso de la moaxaja se escribía en lengua romance y se le conocía con el nombre de jarcha ("jarya").
De la moaxaja se derivó el “zayal” o zéjel, caracterizado por expresarse en lengua
romance o dialecto andalusí popular, a lo que debe su mayor calado en todos los
estratos sociales.
Todas estas estructuras se vieron posteriormente reflejadas en una parte
importante de los villancicos recogidos en los cancioneros cristianos, en la
lírica tradicional galaico-portuguesa, a través de las cantigas de amigo, y en
las formas poéticas y musicales de los trovadores franceses.
Con la capitulación del último rey nazarí de Granada, todo este caudal musical se vio desplazado en la memoria de los andalusíes a tierras del Magreb.
En cuanto a los instrumentos musicales, los aportados por los musulmanes sustituyeron en la Península y, por tanto, en Europa a la exigua variedad y primitivismo de los previamente existentes. Entre los principales pueden citarse a la cítara, el dulcémele, la guitarra, el laúd, el pandero, el rabel, el timbal... De estos se derivarían otros que serían fundamentales en la evolución de la música europea, como el clavicordio y el piano, que tuvieron como antecesor al “santur” o dulcémele.
Dentro de los instrumentos de cuerda frotada, el más importante de ellos fue el rabel andalusí. Se le considera como el predecesor del violín, violonchelo y todos los demás instrumentos orientales del mismo tipo. Su sonido, bajo y zumbante, se utilizaba tradicionalmente para acompañar la voz. Sin embargo, su actividad está desapareciendo en la actualidad, usándose solo en Marruecos y norte de África.
Aquél que no se conmueve con la dulzura de la música,
es ciego de corazón y entendimiento. [...]
Aquél que reprocha la música,
está envuelto en la ignorancia que no le deja ver.
Abd Al-Yabar al-Fayiyi
Publicado por al-Andalus



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