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domingo, 30 de diciembre de 2012

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. La cocina andalusí


LA COCINA ANDALUSÍ

 

 
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La llegada del Islam a la península supuso un cambio radical y revolucionario en la forma de entender la vida, la economía y la espiritualidad. Los cambios introducidos por la nueva “ideología” dieron un impulso al comercio, la industria y principalmente a la agricultura, lo que provocó un cambio en los hábitos culinarios y alimenticios de la población andalusí. El refinamiento alcanzado por esta sociedad generó la creación de una “cocina” que ha sido la base tanto de la cocina Occidental como de la Oriental. No se podría explicar la evolución de la cocina sin el estudio de Al-Andalus.

Frente a la clásica trilogía cristiana de trigo, carne y vino, los andalusíes crearon nuevos hábitos alimenticios en los que las verduras no fueron solo la base, sino el elemento imprescindible, bien a solas, bien acompañando las carnes, las sopas, el pescado, con una enorme cantidad de variantes en sus recetas. Los andalusíes podían consumir todo el año verduras y hortalizas frescas.

Las verduras, adquirieron por vez primera importancia por si mismas. Se cocinaban a modo de purés untuosos, como el de habas o guisantes, a modo de ensalada, o bien asadas y guisadas. Las ensaladas, a base de lechuga, berros, jaramagos, y toda clase de plantas comestibles silvestres, se aderezaban con aceite de oliva y se acompañaban de aceitunas, ya fueran verdes, previamente maceradas en salmuera con hierbas aromáticas, o negras, ya que, además de deliciosas, consideraban que estimulaban el apetito.

Las legumbres, soja, garbanzos, lentejas y judías de toda clase, era un alimento considerado altamente nutritivo, se corregían las ventosidades que producen, mediante el uso del tomillo, orégano o comino. Por cierto, que el nombre original de las judías, “al-lubiya”, se ha conservado en el País Vasco y en Sharq Al-Andalus.

En cuanto a las frutas, desde el siglo XI se daban en Al-Andalus prácticamente las mismas que hoy se encuentran en nuestros campos. Las frutas más consumidas eran la sandía, que provenía de Persia y del Yemen, el melón, del Jorasán, y la granada de Siria, convertida, en la imaginación colectiva, en el símbolo por excelencia de Al-Andalus. A propósito, en el «Libro de Agricultura» de Ibn al-Awwám (siglos XII y XIII), traducido por Banqueri, AECI, Madrid, 1988, podemos leer una tradición del Profeta Muhammad sobre esta hermosa fruta, rescatada por este hacendado andalusí de la zona de Aljarafe, cerca de Sevilla: «Cuidad del granado; comed la granada, pues ella desvanece todo rencor y envidia».

Se aclimataron también, procedentes de otros lugares, el membrillo, el albaricoque, y un sinfín de frutos más.

Las especias, eran muy utilizadas en la cocina de al-Ándalus, se introdujo la canela, procedente de la China, así como el azafrán (az-za’faran, en persa safrón), el comino (kammún), la alcaravea, el jengibre, el sésamo (o ajonjolí), el cilantro, la nuez moscada y el anís (anisún). Estas especias, además de utilizarse como condimento en la elaboración de los diversos platos, eran exportadas fuera de al-Ándalus, al resto de Europa e incluso a Egipto y el Norte de África, lo que favorecía, entre otras cosas, el desarrollo de la economía.

El comercio de las especias, a las que tan aficionados había sido los árabes preislámicos, se intensificó, enriqueciendo la gastronomía andalusí hasta niveles desconocidos. De tal manera que nuestra cocina superó en calidades a la persa y bizantina, que eran el no va más de la época. El tono vital de aquellas sociedades y el floreciente comercio, trajeron la mostaza, el jengibre, la canela, la galanga, la nuez moscada, el clavo, el cardamomo, el comino, el azafrán, etc.

Las especias eran utilizadas en las cocinas andalusíes de forma habitual, según un manuscrito anónimo del siglo XIII: “El conocimiento del uso de las especias es la base principal en los platos de cocina, porque son el cimiento del cocinar y sobre él se edifica”. Las más utilizadas fueron: el azafrán, la hierbabuena, el espliego, el comino, el cardamomo, la alcaravea, el orégano, el cilantro, el jengibre, la mostaza, la pimienta, la albahaca, el clavo, la nuez moscada, la ruda, la galanga, el perejil, la cayena, el anís, el ajonjolí….., por no citar más que algunas.

Con cilantro cocinaban la mayor parte de los platos, ya que además de apreciar su aroma, lo consideraban por sus propiedades digestivas. El comino se utilizaba en la elaboración de platos con vinagre y salsas sofritas, y también espolvoreado sobre huevos revueltos. El azafrán, era utilizado en la preparación de distintas carnes, y en especial de las famosas albóndigas. El orégano y la alcaravéa eran considerados por sus propiedades carminativas, y se aconsejaba su uso en la preparación de las legumbres y de la col, ya que “disuelve ventosidades”. La canela se utilizaba para la repostería, la preparación de las carnes guisadas y de volatería. El tomillo y el espliego se utilizaban principalmente para condimentar la caza.

Con la compleja alquimia de las especias se conseguían decenas de formas distintas de preparar la carne, así como el pescado o las mismas verduras, consiguiéndose una gama de sabores desconocidos en aquella época, y que daban fe de la refinada y exquisita gastronomía que se desarrolló en Al-Andalus.

Producto de esta incorporación de especias exóticas al consumo andalusí, fueron los “xarab” de donde proviene la palabra jarabe. El xarab era un cóctel de frutas, especias, flores y hierbas del más diverso perfume y sabor.

Otro de los innumerables vocablos heredados de la cultura andalusí es la palabra sorbete (del árabe sherbet). en los largos y calurosos veranos de Al-Andalus, se mitigaban los rigores del sol con esencias de flores y frutos, mezclados con agua fría o con hielo. Para ello (hablamos especialmente del reino de Granada), excavaban pozos de diez metros de profundidad, donde metían la nieve de Sulayr (Sierra Nevada), que les duraba hasta el mes de julio. Si el pozo era de veinte metros, el depósito de hielo duraba todo el año. Estas neveras de la época musulmana también se dieron en la zona de la Sharquía, queda un magnifico ejemplar en Xátiva, perfectamente conservado.

A los andalusíes debemos también la introducción de la caña de azúcar en Europa, que vino a sustituir a la miel en su función de edulcorante, aunque ésta continuó siendo siempre muy valorada. Como las especias, el azúcar tiene numerosas cualidades y ventajas, no siendo la menor de ellas su utilidad para mantener conservados durante algún tiempo unos alimentos tan frágiles y tan perecederos como las frutas, que en tanta abundancia y variedad conocieron los musulmanes en general. De su importancia debió de ser consciente el propio almirante Cristóbal Colón, quien llevó la caña de azúcar al continente americano en uno de sus primeros viajes.

En Europa hicieron fortuna -y lo siguen haciendo- las combinaciones de azúcar y frutas, en formas de jaleas, mermeladas, refrescos… que fueron recibiendo curiosos nombres de sabor oriental, como arropes (jarabe de mosto con trozos de fruta). del árabe rubb (zumo), jarabes y siropes del árabe sharáb (bebida), o sorbetes (del mismo origen, también incorporado al turco).

Los cereales, base de la alimentación de los andalusíes, eran utilizados en forma, no sólo de pan, sino de gachas, sémolas y sopas. Se mejoraron las especies ya existentes, y se introdujeron otras nuevas como las reunidas en el tratado del geópono granadino al-Tignarí (siglos X y XI), llamado Kitab Zuhrat al-bustán ua nuzhat al-adhan (“Libro del esplendor del jardín y recreo de las mentes”): el trigo negro, el trigo rojo (al-ruyún), y el tunecino. De hecho existe una clase de trigo que no se consume habitualmente en nuestro país y sólo se encuentra en las tiendas especializadas en dietética, llamado “trigo sarraceno”, que conserva íntegra su cáscara, y es de textura agradable y cremosa.

Entre las primeras tareas de las mujeres de la casa, constaba la de amasar una cantidad de harina suficiente para el pan de todo el día. Una vez hecha la masa, se colocaba encima de una tabla de madres y se tapaba con una servilleta; a continuación, se mandaba por medio de algún chiquillo a cocerlo al horno. Cada casa tenía una marca específica que imprimía en el pan, por la cual se sabía, una vez cocido, a quién pertenecía.

Con harina de trigo se elaboraba la pasta que, contrariamente a la creencia de que fue Marco Polo quien la introdujo en Occidente -trayéndola de la China-, procedía del Norte de África; aunque también es cierto que en China se elaboraba desde hacía tiempo, pasta de arroz.

Un plato muy popular eran los fideos (“fidaws”, del verbo “fidear”: crecer, extravasarse…). Se preparaban a base de una masa fluida de harina, que posteriormente se colocaba en un colador, presionándola hasta que se formaban los fideos a través de los agujeros, secándose posteriormente al sol. Se cocinaban con carne de cordero, o bien con leche y miel a modo de postre.

Otro producto hecho a base de pasta eran los macarrones (“atriyya”), palabra de la que deriva “aletría”, con la que se denomina todavía hoy en Murcia a los macarrones.

Pero sin duda la manera más apreciada de utilizar la harina de trigo, era en forma de sémola, con la preparación del famoso cuscús, plato de origen beréber, que fue introducido por los almohades en el siglo XIII, y pronto se convirtió en uno de los más prestigiosos durante el reino nazarí de Granada.

La carne más consumida por los andalusies era la de cordero, vaca, cabrito, conejo, así como todo tipo de volatería, y caza de venado, muy estimada por ellos. Se preparaba de mil maneras distintas, tanto asada, como guisada o frita. La tradición beréber las guisaba con hinojo, berenjena, acelgas, espinacas, e incluso melón y pepino. Por el contrario la tradición oriental, las cocinaba con almendras, ciruelas, pistachos, trufas, dátiles, o alguna fruta como la cidra o el membrillo, con los que se obtenía una extraordinaria textura. ¡Todo ello bien especiado y aromatizado!.

Con la carne triturada, se elaboraban unas famosas salchichas de cordero y vaca. Las albóndigas (“al-bunduqa”: la avellana, la bola) provenían de Bagdag y eran muy habituales en Al-Andalus, todavía se conserva su receta como un clásico de nuestra cocina

El pescado, era también apreciado, tanto el de agua salada como el de agua dulce, si exceptuamos los que se crían en el cieno y en aguas estancadas. Se preparaban de distinta formas, frito en aceite de oliva, relleno con una masa a base de migas de pan y especias, guisado con nabos, en escabeche (“iskabay”, adobo realizado a base de vinagre y especias) y “almorí”, que consistía en una pasta elaborada con harina, miel, sal, uvas pasas, avellanas y almendras trituradas, que servía para agregar y dar sabor a las salsas. Decía Ibn Zuhr (Avenzoar), que la mejor manera de todas, era escaldándolo en agua y poniéndolo a continuación en una cazuela de barro con un poco de aceite, vinagre y jengibre.

También los frutos secos y los productos lácteos eran muy utilizados y valorados, de lo que dejaron amplia constancia los dietólogos andalusíes Ibn Razi, Ibn al-Baytar, y al-Arbuli, entre otros. De la leche se aprovechaba todo, elaborándose una espesa mantequilla que a menudo se batía con sal, con el propósito de conservarla mejor. También se estimaba el queso tierno, y un modo muy usual de tomarla era cuajada, lo cual se conseguía, como explicaba Ibn Razi, agregándole cuajo de cabra. Se servia fresca y acompañada de miel.

Tanto la corte como el pueblo, eran amantes de los placeres que la imaginación y los bienes de la tierra proporcionaban. La disponibilidad de muchos productos en cualquier momento, motivó la aparición de una literatura culinaria, que, por otra parte, era reflejo de una sociedad que tenía una cocina rica y variada.

Varios hitos marcaron el “arte de la buena mesa” andalusí; en el siglo IX, con la llegada a Al-Andalus del kurdo “Ziryab”, procedente de Bagdag, se estableció el orden determinado en que los platos se servían a la mesa, tal y como hoy lo conocemos: primero sopas y caldos, después entremeses, pescados y carnes, y finalmente, los postres…. suprimiendo el modo caótico y desordenado en que se servían los manjares hasta entonces. Fue también él quien introdujo el uso de la cuchara y de las copas en la mesa.

Uno de los aspectos en que mejor se ha conservado la influencia andalusí en nuestra cocina es en la repostería, dulces de almendras, pistachos y delicados piñones rociados con agua de azahar y de rosas y embebido en miel transparente y dorada, hojaldres, masa-quebradas espolvoreadas con azúcar fino y semillas de ajonjolí (sésamo), con aceite de almendra dulce, o de sésamo.

En Al-Andalus encontramos dos grandes grupos de dulces, ligados a los procesos básicos de elaboración: fritura y horneado; no obstante, también se daban otras formas combinadas o intermedias. A nivel popular los más consumidos eran los fritos, las frutas de sartén, especialmente los buñuelos y las almojábanas.

Las almojábanas eran una tortas blancas de queso, preparadas de la misma forma que los buñuelos: se amasaba harina con agua hervida y aceite y se le añadía leche hasta formar una pasta; tras esta operación se freían y, finalmente, se metían en miel. La única distinción entre ambos dulces, era la forma geométrica de los mismos y la capa de queso que se ponía en medio de la masa de las almojábanas.

Del carácter eminentemente popular de ambos dulces dan sobrada cuenta las múltiples amonestaciones de los almotacenes andalusíes a quienes los preparaban en los zocos, con el fin de evitar fraudes, al mismo tiempo que les indicaban la forma correcta de elaborarlos. En este sentido se pronuncian los almotacenes Ibn `Abd al-Ra´üf, al Saqatï e Ibn `Abdün:

“El queso de las almojábanas tiene que lavarse; las sartenes para freír buñuelos y almojábanas estarán estañadas, porque el cobre con el aceite cría cardenillo, que es muy venenoso”

“Los buñuelos hay que freír en un buen aceite de oliva, no poniendo en su masa más que agua hervida”

Los buñuelos se preparaban y consumían bastante en los zocos, por lo que encontramos una información muy detallada en los tratados de hisba. El almocatén al-Saqatï presenta la proporción correcta de sus ingredientes; también son mencionados con detalle por Ibn `Abdün.

Estos buñuelos, con muy pocas variaciones, se siguen elaborando en el norte de África: Túnez y Marruecos y en la península Valencia y Jerez; en la zona jerezana se preparan unos “buñuelos enmelados”, mientas que en Valencia son azucarados.

Otro gran grupo son los que podríamos llamar “dulce puros”, donde aparecen los turrones, los mazapanes, caramelos blandos y duros, merengues, etc. Las materias primas eran, aparte de la miel y el azúcar, almidón en polvo, aceite, frutos secos de corteza dura, a veces huevos y/o leche y, a menudo, productos aromáticos y especias.

Los tratados de cocina y de hisba mencionan algunas de estas variedades de dulces, entre las que podemos reconocer ciertos tipos -o precedentes- de turrón. Sobre el origen de este dulce y su conexión con la gastronomía andalusí, existe una amplia bibliografía, podemos decir que el “dulce blanco” que mencionan los textos andalusíes, o base actual del turrón, se había difundido por todo Al-Andalus y era conocido antes de que los invasores catalano-aragoneses entraran en la zona valenciana (Sharq Al-Andalus), aunque su actual nombre no tiene ninguna relación con el árabe. Fue Enrique de Villena quien en 1421 utiliza por primera vez el nombre turrón, adaptándolo al castellano a partir del “torró”.

Ruperto de Nola da las recetas de bastantes dulces de origen andalusí: “almendradas”, “mazapanes”, “empanadas de azúcar fino”, “toronjas de Xátiva”, aparte de otras de origen morisco que recoge la literatura de esta época (siglos XVI y XVII).

Se conocen documentos que constatan envíos, a partir de 1420, de grandes partidas de dulces y confites a diversos reyes aragoneses -Alfonso V- y castellanos -R. Católicos- elaborados por confiteros valencianos; igual sucede entre los nobles y cortesanos. También se constata a través de ellos que no hay fiestas dignas sin dulces (confeccionados a base de especias y frutas exóticas) que son el complemento indispensable de todos los regocijos y las grandes celebraciones, por lo que no podemos olvidar el papel que desempeñaron los moriscos en la conservación y transmisión de muy diversos aspectos de la vida andalusí, en este caso en concreto, en el “comer dulces”.

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. La Málaga "mora"

LA MALAGA MORA
 
traje_almeriense_XIX

Hussein Ibn Yussu Al-Malaqi

Con la recopilación de estos textos pretendo cumplir la finalidad de dar a conocer Málaga y su provincia, a través de los ojos y paisajes literarios de ilustres viajeros que durante diferentes épocas visitaron estas tierras malagueñas y que supieron disfrutar de ellas. Sabiendo de sus valores, historia de sus pueblos, encantos y caminos e incluso descubriendo algunos de ellos sus más profundas raíces.

Descubriendo, las raíces morisca, islámicas y andalusíes que aún quedan y siempre quedaran en estas tierras, ya que forman la idiosincrasia de un pueblo, lleno de palabras, juegos, cánticos, comidas, vestimentas e incluso en la forma de construir nuestras casas, nuestros pueblo.

El pueblo malagueño, como pueblo andaluz, empieza a crecer, ha hacerse mayor con la islamización de nuestras tierras como toda Andalucía.

Los andaluces no podemos olvidar, que nuestro origen no es Europeo, sino Norte Africano (bereber), y de ello esta nuestra literatura llena, de viajeros que a simple vista se dan cuenta de esta identidad del pueblo Andaluz, la Bereber. Para que el viajero, que verdaderamente desee disfrutar de nuestra tierra debe cerrar los ojos y dejarse llevar en el tiempo, respirando el aire de nuestros campos, disfrutando junto a nuestros paisajes, monumentos y descubrirá la grandeza de al-Andalus. empezaremos haciendo un recorrido por algunos de los viajeros más antiguos conocidos que escribieron de estas tierras de luz y belleza:

Avieno, un ilustre universal contaba:

“Por aquí el Criso (1) entra en el profundo abismo;

Cuatro pueblos albergan una y otra ribera,

Pues tal lugar habitan los fieros libifénices,

Ocupan los macienos los cilbicenos reinos,

productivas tierras, y de los ríos tartesios

Que se dilatan hasta el Galáctico golfo.

Junto a ellos, siguiendo, está el cabo Barbesio (2)

Y está el río de Málaga con la ciudad homónima,

Primeramente Ménaca llamada en otro siglo.

Bajo la ley tartesia, existe allí una isla

Que la ciudad rebasa y que los moradores

Ha tiempo consagraron a la luna. Un estanque

Hay en ella; asimismo hay un puerto abrigado.

Más arriba, la plaza de Ménaca. Por donde

Dicha región se aparta del mar, levanta el monte

Sirulo su alta cumbre. Surge luego un extenso

Peñasco que en las aguas profundas entra. El pino,

Antes allí frecuente, hizo que de él tomara

Su nombre en lengua griega. Hasta el templo de Venus,

asta el cabo de Venus, la costa se recuesta.

Antes se levantaron aquí muchas ciudades,

Poseyó estos lugares fenicia muchedumbre.

Inhabitable arena tiene la sola tierra
 

Y, exentos de cultivo, languidecen los campos” (3).

 
La misma costa que desmenuza el viaje por España y Portugal de Erich Lassota de Steblovo, con precisión de fechas y definiciones:

“El 13 de febrero seguimos cerca del Castil di Ferro, de Mutril de Salabregna (4) (villa del regno di Granta), por delante de Vélez-Málaga (una villa grossa); Málaga, hermosa ciudad situada en Andalucía. El 14 proseguimos cerca del Capo di Molinos (5), Fungarolla (6), Moranilla (7), a unas quince millas de Zibilterra o Gibraltar; por la tarde cesó el viento y quedó la noche tranquila. El 15 de febrero por la mañana nos vino viento contrario y nos rechazó unas treinta y cinco millas atrás, de manera que en Fungarolla, castillo, entramos y echamos anclas. El 24 me marché a tierra, y en una pequeña ciudad llamada Myas, situada en una alta montaña, a media milla del mar, almorcé y compré provisiones frescas. El 25 de febrero salimos de Fungarolla, más un viento tempestuoso nos rechazó otra vez atrás. El 28 de febrero falleció Friedrich de Hubirg a la una de la noche, mi compañero de regimiento, y desembarcado luego en Estepona; allí le enterraron. El 29 de febrero emprendimos otra vez nuestro camino, y delante de Moranilla, por falta de viento, flotábamos adelante y atrás. El 2 de marzo, por causa del viento contrario, echamos ancla en Estepona, que es mercado con un castillo. El 3 de marzo me fui a tierra y comí en Estepona. El 4 de marzo, a mediodía, nos marchamos de allí, y por causa de vientos contrarios anclamos delante de Gibraltar, detrás de una montaña” (8).

He aquí lo que cuenta Pomponio Mela, el gaditano, acerca de Tartessos al describir la costa malagueña viniendo desde Almería hacia el Estrecho:

“Las costas de Europa y África se aproximan, formando los montes de Abilia y Calpe, que constituyen las Columnas de Hércules; ambos entran casi por completo en medio del mar, sobre todo el de Calpe. Más adelante se abre un golfo, en el cual está Carteia (hoy unas ruinas cerca de Algeciras), ciudad habitada por fenicios trasladados de África, que algunos creen es la antigua Tartessos, y luego Tingentera, de donde somos nosotros… (9).

Y Sernet, el gran viajero de España, el más elogioso canto:

“…. Efluvios también de esta costa que nos hacen penetrar en su intimidad. Olor de mar, muy fuerte siempre, compuesto de sal y yodo, ligeramente matizado de algas, fresco y sano; olor a polvo, a arena levantada por el viento, levante, poniente o terral, a veces muy violento.

Olor de los pueblos pescadores o de los viejos cuchitriles encaramados en las peñas. Aquí se revive la historia del reino de Granada. Morisca la traza, salvaje la población. África está aquí en los olores a fritura. Pero en los hogares arden las plantas del monte, y los humos, como en la Meseta, se elevan fuertes y suaves, síntesis de los libres efluvios de España…” (10).

COMARCA DE LA AXARQUIA

 
A Málaga como ciudad marítima, se puede llegar por tierra, mar o aire, ciudad que nos esperará dormida a orillas del Mediterráneo.

Una de las rutas para conocer esta provincia es la de Granada a Vélez, por la que pasaremos por una vía romántica y de grandes y bellos paisajes.
 

Antes de llegar a Vélez-málaga nos encontramos con Viñuela:
 

“Más allá, una hoz cortada en las pizarras. En un barranco a la derecha se acurruca, invisible desde arriba, el pueblo de Viñuela. Y una pequeña desviación nos llevará a Canillas de Aceituno: “En la época que nos referimos, 1569, Canillas tenía un castillo con sus torres y murallas, amparo y defensa de sus moradores, del que sólo queda el recuerdo y el nombre de la calle que subía hasta él: calle del Castillo” (11).

Desde los tiempos más lejanos, atraídos por el nombre de Málaga, viajeros de muy diversos países y latitudes descendieron por Zafarraya para satisfacer su curiosidad y asomarse al mar Mediterráneo.

“ El 10 yumadá I (29 de diciembre de 1465) marchamos de Málaga a lomos de mulo a la vuelta de Granada, y durante nuestro camino pasamos por una ciudad llamada Ballis (Vélez), magnífica ciudad, rica de mercadería y de fruta; vi, muchos higos secos y uvas pasas en abundancia, y muchos de sus habitantes me contaron que naves de gran porte abordaban la playa en la proximidad de Vélez y embarcaban en gran cantidad higos y almendras y los llevaban a casi todos los países lejanos; y con todo eso (decían) no se advierte ninguna disminución de tales productos en nuestro país”(12).

Otro viajero, con paciencia casi heroica, nos dirá, siguiendo esta ruta:

“El 28 por la mañana, subiendo altas montañas y después descendiendo seis leguas largas hacia la costa, llegamos a Vélez-Málaga, ciudad grande y buena, a la orilla del mar. Tiene una fortaleza en la cumbre de un monte, que por fuerza y por hambre se vio obligada a rendirse al rey de Castilla. Su campo es muy fértil en aceite, higos, almendras, grana y otros productos, que bastan para el holgado sustento de sus naturales” (13).

Ibn Batutah la cogerá como “una hermosa ciudad que tiene una bonita mezquita; abunda en uvas, frutas e higos, a la manera de Málaga” (14).

Abulfeda (Ismail Imad-ad-din-al-hayubi) nos la tratará con igual pasión, haciéndonos reconstruir viejas fortalezas:

“El reino de Málaga se encuentra entre los reinos de Sevilla y Granada por el Mediterráneo, hacia la parte meridional de Al-Andalus. Tiene muchos higos y almendras, y de sus jurisdicciones es la ciudad de Vélez-Málaga, ciudad considerable en parte oriental de Málaga, no existiendo otra de igual en su reino. Tiene un río de los mejores y de sus sitios de recreo son: El miradero de Almarica, la rada o “Mina Alduar”, la rada o puerto de Mina Gasan y Barca Azzufra. También es de su jurisdicción la fortaleza Xanax a una jornada de la capital, que produce mucha seda; las fortalezas Almain y Bazliana por el mar Mediterráneo…” (15).

Pero hay una cita literaria que, por su categoría, no podemos renunciar a traer aquí. Es nada más y nada menos que de Cervantes, que sitúa a sus personajes en el Quijote, por un momento, en el camino que vamos pisando:

“Luego que los jinetes entendieron que éramos cristianos cautivos, se apearon de sus caballos, y cada uno nos convidaba con el suyo para llevarnos a la ciudad de Vélez-Málaga, que legua y media de allí estaba.

Fuimos derechos a la iglesia, a dar gracias a Dios por la merced recibida; y así como ella entro Zoraida dijo que allí había rostros que parecían a los de Leyla Marian. Dijímosle que eran imágenes suyas, y como mejor se pudo le dio el renegado a entender lo que significaban, para que ella la misma Leyla Marian que la había hablado. Ella, que tiene buen entendimiento y un natural fácil y claro, entendió luego cuanto acerca de las imágenes se le dijo. Desde allí nos llevaron y repartieron a todos en diferentes casa del pueblo; pero al renegado, Zoraida y a mí nos llevo el cristiano que vino con nosotros, y en casa de sus padres, que medianamente eran acomodados de los bienes de fortuna, nos regalaron con tanto amor como a un mismo hijo. Seis días estuvimos en Vélez, al cabo de los cuales el renegado, hecha su información de cuanto le convenía, se fue a la ciudad de Granada a reducirse, por medio de la Santa Inquisición, al gremio santísimo de la Iglesia” (16).

Nos cuenta el Barón Charles Davillier en sus viajes por España:

“Vélez-Málaga es el verdadero paraíso de la costa meridional de España, y no hay tal vez ninguna otra ciudad de Europa cuyo cielo sea tan hermoso y cuyo clima sea tan suave. Además del algodón y la caña de azúcar, que llaman caña dulce, el añil, el café, la batata y otras plantas de los trópicos, crecen allí maravillosamente. Compramos en el mercado cañas dulces verdes, que estaban excelentes, y unos frutos, originarios de América, llamados “chirimoyas”. En la época de la dominación árabe había en Vélez-Málaga y en toda la costa, hasta Marbella, muchos más molinos de azúcar que los que se ven hoy. También había bastantes en el siglo XVII, como demuestra este pasaje de un viajero francés: “Hay también salinas y molinos de azúcar que llaman ingenios de azúcar, que he visto cerca de Marpella o Marbella, en Andalucía, donde he visto muchas cañas de azúcar que están hechas como otras cañas, pero que tienen por dentro una cierta medula y un agua muy dulce, pues yo he cogido de ellas en los caminos”. (17)

Ahora será Mohamed al-Idrisi, quien nos hablara de Torre del Mar, el barrio marítimo de Vélez-Málaga:

“Desde allí al castillo de Marian Ballis (Torre del Mar), pequeña fortaleza sobre la costa, al occidente de la cual esta la desembocadura del río llamado Mallaba, 12 millas. Este río viene del Norte; pasa por Alhama y cerca del distrito del castillo de Salía (Azaleha o Zalia), donde recibe todas las aguas del Galita, desciende al pueblo de Al-Fajan y después vierte sus aguas en el mar, al occidente de Marian Ballis.

Desde este castillo al pueblo de El Redil, donde hay un cabo, siete millas.

“Desde este cabo Bizilyana (Mismiliana), gran pueblo, situado en una llanura arenosa, provista de baños, de posadas y almadrabas, por medio de las cuales se coge mucha pesca que se expide a los países inmediatos, siete millas” (18)

Otro pueblo maravilloso de la costa es Nerja, la antigua Nerixa de Al-Andalus, situada en el extremo oriental del litoral de la provincia de Málaga, lindante con la de Granada.

“De la época árabe existen restos en este simpático pueblo malagueño; estación veraniega de extraordinario porvenir. Merecen citarse unos grandes cañones que los moros tenían emplazados para la defensa de las costas y que se conservan al pie del gran acantilado sobre el que se asienta el amplio paseo que termina en el grandioso Balcón de Europa”. (19)

Nerja tuvo su cantaor: fue Ibn Saadi:

“Tendido sobre alfombra de mágicos colores,

mientras el dulce sueño mis parpados cerraba,
 

Nerixa, mi Nerixa, brotando entre flores

Con todas sus bellezas mi vista recreaba”. (19)

Saliendo de Nerja, a la derecha: “En el pico más alto que hay en la demarcación de Frigiliana, pueblecito malagueño aupado en el cerro del Castillo, llamado así por el que en otros tiempos allí se levantó, (en tiempo de moros), abre sus brazos una gigantesca cruz conocida por “Cruz de Pinto”, muy venerada de la gente de la villa, y aun de la comarca, que con frecuencia acude a sus pies para pedir mercedes o para cumplir penitencias”. (20)

 
Pasado Torre del Mar hacia Málaga pasamos las barriadas veleñas de Alfayate y Valle-Niza, entre estas dos barriadas, se alza un castillo reconstruido y ampliado por el marqués de Mondéjar, por lo que se llama del marqués, regalado por uno de sus descendientes al borbónico Carlos III. Ofrece la particularidad de estar edificado con sillares de la cercana cantera que dio la piedra para la construcción de la catedral de Málaga, según vemos en la Historia de Vélez y su partido. Dicha fortaleza formaba parte de la defensa del reino de granadino, que abarcaba desde Gibraltar hasta el Almanzora, en cuya faja se levantaban cuarenta y ocho torres y once castillos (21), la mayoría de los cuales se conservan, aunque en estado ruinoso. Un poco más arriba, la llamada torre de la Atalaya, de diez metros de altura, sobre la cima de un otero. DE ella se columpia la villa de Comares, célebre por el orgullo y rebeldía de sus valíes, engallada en lo más escarpado de ingente picacho. No muy lejos, vestigios de la oriental Mainake, en la desembocadura del río Vélez. Realmente, estos lugares que vamos recorriendo unen a sus incomparables bellezas naturales el interés de la historia propia, rancia y atrayente”. (22)

“Los pueblos se esconden en los repliegues de los barrancos para hurtarse a la vista de los piratas. Sólo Comares, muy en el interior, se atreve a campar, extraordinariamente altivo, sobre un pico calcáreo”. (23)

(1) Guadiaro.

(2) Calaburras.


(3) Avieno (traducción de Alfonso Canales). Caracola, revista malagueña de poesía, núm. 26, diciembre de 1954.

(4) Es Motril y Salobreña.

(5) Cabo de Molinos.

(6) Fuengirola.

(7) Marbella.
 

(8) Viajes de extranjeros por España y Portugal. Desde los tiempos más remotos hasta fines del siglo XVI. Por Erich Lassota de Steblovo.

(9) Luz sobre Tartesso, por Manuel Laza Palacios, Gibralfaro, revista del instituto de estudios malagueño

(10) Jean Sermet. La España del Sur. Traducción de Consuelo Berges.


(11) Diego Vázquez Otero, Tradiciones malagueñas, “La venganza de un mudéjar”, “Canillas de Aceituno”.

(12) Abd Al-Basit, Viajes de extranjeros por España y Portugal, “El reino de Granada en 1465-66”.

(13) Jerónimo Münzer, Relación del viaje.

(14) Viaje por Andalucía.

(15) Descripción de España.

 

(16) Miguel de Cervantes, Don Quijote, Cáp. XLI, Págs. 1199 y 1200.

 

(17) Barón Charles Davillier, Viaje por España.

 

(18) Descripción de España.

 

(19) Antonio Bueno Muñoz, El libro de Málaga, “Nerja”.

 

(20) Elena Villasana y León Sanz Jiménez, De la costa del sol de málaga, 1960

 

(21) Diego Vázquez Otero, Tradiciones Malagueñas, “Frigiliana”, “La Cruz del Pinto”.

 

(22) Alfonso Gámir Sandoval, Organización de la Costa del Reino de Granada, desde su reconquista hasta finales del siglo XVI.

 

(23) Diego Vázquez Otero, Tradiciones Malagueñas.


LA COMARCA ANTEQUERANA

 
El transcurso literario y paisajístico sobre el cual, vamos a hablar en este segundo capitulo son los pueblos de la comarca Antequerana. Comarca de bellos pueblos, grandes llanuras y extensos olivares.


Empezaremos este pasaje hablando, de la tan conocida Peña de los Enamorados:

Cerca de Archidona vi el alto picaho del cual se tiraron los dos amantes. La leyenda es interesante como una muestra más de un tema muy repetido en la literatura española. En numerosos cuentos y romances se nos describe el protagonista como un héroe cristiano que, capturado por los moros, se enamora de la bella hija de su carcelero, a quien contempla desde su calabozo. La más famosa de todas es, sin duda, la historia del cautivo que Cervantes incluye en el Quijote y que está inspirada en una aventura personal de su autor. En la historia de Cervantes, como en la de los amantes de Antequera, el padre suplica a su hija que vuelva a su lado. Cervantes le pinta gritando en la plaza, sollozando, mesándose la barba y arrastrándose por el suelo, mientras llama a su hija: “! Vuelve, querida hija ¡¡Vuelve y todo te lo perdonaré ¡”. Pero el barco se aleja de tierra y los gritos del viejo se extinguen. (1)

“Archidona fue antiguamente una fortaleza que extendió sus muros y torreones sobre las cumbres de tres cerros. Tenía su población en una hoya formada por las tres alturas, y no sin razón era llamada Arx Domina, reina de los alcázares.
 

Hoy no es más que una villa sentada en la vertiente de una sierra, a la sombra de un castillo árabe; mas impone aún por su posición, por los restos de esa misma alcazaba rodeada de precipicios, por lo sombrío y montaraz de sus alrededores, en que abrió a cada paso la mano de Dios tajos, abismos, cuevas ensombrecidas por la tradición y la leyenda. Agrias cuestas por donde, tras grandes aguaceros, se precipitan rugiendo los torrentes, constituyen sus calles transversales: es cada casa un baluarte, como cada hombre un soldado; y no sería aun fácil vencerla sin derramar raudales de sangre en las ásperas faldas de su sierra. Tiene a sus pies una vega que se extiende hasta cerca de Antequera, pero desigual, montuosa, cortada a trechos por barrancos, está cercada por todas partes por altas cordilleras que se cruzan en todas direcciones y apenas dan lugar más que a hondas cañadas y tortuosos valles, y , si algo presenta a su alrededor de pintoresco, no son cuadros de flores ni frescas alamedas, sino derrumbaderos como las laderas de su mismo nombre, (…), saltos como el del Moro, donde es fama que se precipito su último alcaide; profundidades como la de Cea, cuyo fondo removido tal vez por el fuego de los volcanes, desconoce y mira con terror el hombre. Un solo río atraviesa su término, el Guadalhorce; un solo arroyo, el del Ciervo, y hasta las aguas de estas dos corrientes, lejos de deslizarse tranquilas por entre campos de verduras, se las ve raudas y espumosas saltando en forma de cascada de peña en peña, de quiebra en quiebra, de uno a otro barranco. (2)

“Levantase entre las ruinas una humilde ermita consagrada a la Virgen de la Gracia; pero no parece tampoco más que un altar sobre un sepulcro. La naturaleza, la historia, el arte, todo contribuye en aquel lugar siniestro a presentar los objetos como cubiertos de una niebla formada por vapores de la sangre derramada.”(3)
 

“En mitad del camino de Antequera a Archidona hay un monte muy áspero que se llama la Peña de los Enamorados, por lo ocurrido a dos amantes, que el uno era un cristiano de Antequera y la otra una mora de Archidona”(4)
 

“El título de este peñasco es el recuerdo de un suceso histórico que se refiere de muchos modos. El padre Mariana, libro 19, capítulo 22, dice que, hallándose cautivo en Granada un joven cristiano, se enamoró de él la hija de su señor, y no dudó en revelarse el fuego secreto que abrasaba su pecho. El joven le respondió fino y amante, y concertaron entre los dos el fugarse de aquella ciudad y refugiarse en alguna de las plazas castellanas de la frontera. Una noche, favorecidos de la oscuridad, pusieron en ejecución sus intentos y se alejaron de la vega de Granada. Sin cesar de caminar llegaron los fugitivos a la Peña de los Enamorados, donde fue preciso descansar algún tiempo de las fatigas de un viaje tan penoso y dilatado. Pero, mientras lo verificaban, el padre de la mora, que volaba en pos de ellos, se descubrió a corta distancia acompañado de algunos jinetes. Los desdichados amantes, viéndose perdidos, se abalanzaron a la cumbre de la peña, pero su perseguidor los amenazaba con saña y fiereza, mientras subían, y les anunciaba una muerte horrorosa e inevitable si no se postraban inmediatamente a sus pies. Mostrándose rebeldes los enamorados, el joven cristiano, defendía con piedras y palos la subida del peñasco y arredraba a su perseguidor; pero el padre, inexorable, mandó a varios flecheros de las cercanías que les enderezasen sus dardos mortíferos y los privasen de la vida en la eminencia. Los infortunados amantes, en tan apurada situación, se estrecharon fuertemente y se precipitaron por la Peña a la vista de su padre. Y este trágico acontecimiento dio a nuestra célebre colina el nombre de Peña de los Enamorados. Sigue la narración don Rodrigo de Carbajal en su poema, y añade que la mora se llamaba Ardama, su padre Ibn Abu, y el joven cautivo Tello de Aguilar, caballero hijodalgo de Écija…” (Cristóbal Fernández, presb., Historia de Antequera, 1842).

Sigue después el relato de las variantes de la leyenda, según textos y tradiciones.

 

Sigamos nuestro recorrido, pero antes de entrar en Antequera, recordemos la vía que a ella afluye desde Fuente Piedra:

“Todo el valle del Guadalhorce era en los primeros tiempos de la humanidad una inmensa laguna, de la que aún perduran, testificando la certeza de la tradición que lo afirma, las de Herrera y de Fuente Piedra, además, la gran cantidad de restos de crustáceos y moluscos, carpas y otras especies acuáticas, que en los abundantes terrenos fosilíferos del término de Antequera existen, en los que frecuentemente se encuentran, fosilizados, nenúfares, helechos…”

 
“La fuente de la piedra desatada

 

de unas pizarras (en llorar prolijas)

a la Ninfa del Sátiro adora
 

calça las plantas, ya por plantas fijas,
 

de su Oriente a la urna vinculada
 

entre cambiantes de doradas guijas
 

(quando les bruñe el sol mentido azófar)
 

terrestre Aquario le tributa aljófar”(7)
 

Llegamos a Antequera…
 

“Tu fortaleza, a quien la edad apenas dexa ser castillo, que, corona de antigüedad, desmoronadamente estando quedo, dice las mudanzas del tiempo devorador sacrílego, que con igual pie la ha visitado con pasos desiguales; a quien ha sido lícito mucho en sus grandezas. Tus murallas, engastadas en plata y aprisionadas en cristal, que se miran en una medio fuente, medio río, que confunde los términos de ambos y en Guadalhorce muere de sí mismo. Tus edificios suntuosos,(…), tus alcaicerías y lonjas, en lazadas con ambos mundos, donde los caudalosos empleos presumen competir con la infalible verdad de los mercadantes, de quien no ha sido ni aun sospechoso el crédito. Tus jardines, donde, persuadido de tempestad de rosas, nace el día, y en una muchas flores, por verdad de las estrellas: tantas, que alcanzan de cuentas Aritméticas; donde falta olfato a tanta Siria y adonde la curiosidad agradece el cuidado a los ojos, puertas de la admiración. Tus campiñas, logro de tantas perfecciones, ondeantes de agradecidas mieses, a las injurias de los surcos fieles, tapizadas de pacíficas olivas que Minerva traduxo de su Atenas, de vides, de dulces pesos; cuyas generosas sandias acometen un tiento a los pies del más gallardo. Tus montes, que manan dulces premios de retesadas tetas y oro líquido, descendiente de sus flores, que perezosamente se desata de las celdas de sus panales cuya verdura se esconde en los números mal contados del ganado: de ovejas, mentidos los vellones de grana; de cabra que resiste el tacto con el yerto pelo; de vacas que recogen en las anchas narices viento que otro no ha resollado, ni con blasfemias ofendido; de caballos corpulentos, abiertos de narices, de anchos pechos, lados altos, ojos vivos, cuello corto, cerviz esenta, pies estrechos, que no saben un lugar, y una vez y otra hieren el hueco suelo, y en la carrera ponen límite a su padre el Zéfiro.
 

Tus cuevas, no menos ocultadoras de peregrinos que confusos secretos; a quien la curiosidad ha llamado a esamen, asida al hilo de Teseo. Más ¿cómo sin él saldré de mi confusión?”(8)

Antequera, celebrada por los romances fronterizos:

 
“¡Si, ganada es Antequera!

 

¡Ojalá Granada fuera!
 

Díjele que me dijese
 

Las sennas de su marido
 

Por que yo se lo trajese
 

Preso, muerto o mal ferido.
 

Dijo mora con gemido:
 

-Yo te lo daré, “a muley”

 
aunque no eres de mi ley,

 
mentirte nunca Dios quiera.


¡Sí, ganada es Antequera!”(9)

 

“Dando voces vino un moro,


sangrienta toda la cara:

 
-¡Con tu licencia buen rey,

 

diréte una nueva mala:

 

el infante don Fernando

 

tiene a Antequera ganada;

 

muchos moros deja muertos,

 

yo soy quien mejor librara,

 

y siete lanzadas traigo,

 

la menor me llega al alma;

 

los que conmigo escaparon

 

en Archidona quedaban!”(10)

 

Merece destacarse el elogio de Ibn Al-Jatib:
 

“Lugar de hermosa apariencia con que se adorna el rostro del año; sitio de prosperidad, de sembrados y de rebaños, y de abundantes alimentos y de numerosa población. Pero corcel algo impetuoso y alborozado…” (11)

 

Muchos de los grandes viajeros andalusíes recorren este camino:

 
“Entre Málaga y Córdoba se encuentran diversos lugares de fortificados, que son al mismo tiempo las villas principales de esta parte del país. Entre éstos se encuentran Antequera y Archidona, villas situadas a 35 millas de Málaga, pero despobladas por los disturbios que han tenido lugar en la época de la gran revolución contra la dominación de Ibn Abi Ami (Almanzor), el primer ministro de los omeyas” (12)
 

Recordemos la poesía, que sobre el castillo, nos ofrece Requena:

 
“Del río moro la corriente



besa tu planta de historia,


y el sol andaluz, la gloria,
 

al pasar, pone en tu frente.
 

Altiva torre silente,


del valor hace memoria,


que orgullosa la victoria


se extendió resplandeciente” (13)
 

No podemos dejar de hablar de esta estupenda ciudad.
 

“En el carácter de las calles y de las casas de Antequera se ofrece la variedad propia de la diversidad de las épocas en que tuvieron su origen. Así todas las que rodean el castillo tienen cierta reminiscencia musulmana en su trazado, y muy especialmente el callejón de la Estrella, cubierto, estrecho, tortuoso y de acusada pendiente. Todas las calles que descienden de la fortaleza, sirviendo de eje a las que se escalonan en torno a la misma, son de duras pendientes que, a veces, como la de San Judas y de la Barbacana, cambian a trechos la pina cuesta por escalones. Las transversales, sin ser llanas por completo, sólo ofrecen ligeras ondulaciones, y, si no son perfectamente rectas, distan mucho de ser tortuosas” (14)


Las campiñas “se ensanchan en seguida desmesuradamente: El surco intrabético se une al golfo del Guadalquivir por una amplia comunicación de llanuras. Por ellas serpentea el Genil con toda calma. Entre él y el Guadalhorce no hay ríos. En cambio, en este suelo impermeable los arroyos llevan las aguas de lluvia a unas lagunas más o menos extensas donde la evaporación producida por el sol determina una concentración salina. Blancas eflorescencias rodean estas superficies líquidas, a veces hasta las cubre una ligera costra. No se puede menos de pensar en los sebjas de África del Norte. En pleno día son de gris lívido, plomizas, inmóviles; hace daño verlas. Pero a la madrugada la aurora les da reflejos rosa, malva, tornasoladas, irisaciones de una gran belleza. A pesar de la sal no estamos en el desierto, pues llueve y la tierra es fértil. Estos llanos son un granero que alimenta a grandes pueblos, como Campillos, de calles limpias y urbanas con preciosas filas de ventanas enrejadas” (15)
 

Desviándonos más a la derecha, hacia Málaga –ya supone desviación la cita de Campillos-, “existe un pueblecillo de escaso vecindario, llamado Almargen, que huele a morisco desde una legua y donde todavía se conservan costumbres y resabios de aquellos tiempos” (16)

“En Colmenar se entra en los montes de Málaga, que los moros llamaban, por oposición a la Hoya, Anarquía o tierra del este. Es un gran macizo de pizarras. No es muy alto-1000 metros-, pero domina el mar inmediatamente. De aquí, debido a los ataques exasperados de la erosión, un laberinto de barrancos y de cretas que le da mucho relieve.” (17)
 

Para terminar este capitulo lo aremos, con unos verdiales de los montes de Málaga:

“La orquesta no se hizo esperar; una guitarra, un violín, unos pequeños platillos y una pandereta la componían; las sombras empezaron a enseñarse del panorama y el cielo a esmaltarse de estrellas; sentaronse los concurrentes- debidamente separados los sexos- bajo el renegrido toldo; la brisa era fresca y perfumante; el aguardiente empezó a circular por cubas casi de mano en mano; hizo resonar la murga sus sones melancólicos; un candil enorme pendía del techo de la choza; Juanico el Morisqueta cantó con acento dulcemente timbrado:
 

“Partío e los Verdiales,

 

er de las mejores viñas

 

y más ricos olivares;

 

aquí quiero yo una niña

 

con los labios de corales” (18)

 

(1) Walter Starkie, Don Gitano.

 

(2) E. Pi Y Margall, Recuerdos y bellezas de España. Reino de Granada.

 

(3) ID. Ibíd..

 

(4) Andrés Navajero, Viajes de extranjeros por España y Portugal

 

(5) Espinel, Vida de Marcos de Obregón. Clásicos Castellanos

 

(6) José Ruiz Ortega, Así es Antequera

 

(7) Ocios de Castalia, Es de agua excelente

 

(8) Obras de Pedro Espinosa, “Panegírico”

 

(9) Fermín Requena, Romance fronterizo “De Madina Antakira”

 

(10) ID., Ibíd.., “ de la perdida de Antequera”

 

(11) Fermín Requena, “De Madina Antakira”

 

(12) Mohamed al-Edrisí, Viajes de Extranjeros por España y Portugal,

 

(13) Fermín Requena, Añoranzas (poesías)

 

(14) José Ruiz Ortega, “La ciudad”

 

(15) Jean Sermet,

 

(16) Narciso Díaz de Escovar, Cuentecillo de mi tierra, “Paleto precavido”

 

(17) Jean Sermet,

 

(18) Arturo Reyes, El lagar de la Viñuela,

 

RONDA Y SU SERRANIA
 

Desde la época andalusí, hasta nuestros días, cargada de elogios, admiración, podríamos decir que es uno de los pueblos más bonitos de Andalucía o de España.

 

Ronda…, para Al-Mutamid, rey de Sevilla…: “¡Oh Ronda! Eres la más hermosa joya de mi reino, ahora que estás más fortificada que nunca” (1).

Para Ibn al- Hakam: “Egregia y encumbrada ciudad, a quien las nubes servían de turbante y de talabarte los torrentes” y “cuyas almenas se avecinan a los astros” (2).

 

“Lector: éste es el pueblo peregrino

 

que con su espada fatigó a la tierra

 

y abrió surco en el mar; pueblo de guerra,

 

de casta mora y blasón latino.
 

Leyó en los astros su caudal destino,

 

ganó la cumbre, traspasó la sierra

 

y aun forzó el alto término que cierra

 

de la humana ambición todo camino.

 

Pueblo orgulloso, apasionado y fuerte,

 

o batalla sin pulso y sin medida,

 

o se abandona a la pereza inerte.

 

Nunca acertó a vivir: es un suicida

 

que, abrasado en las fiebres de la vida,

 

para saciar su sed busca la muerte…” (3).

 

Otro famoso viajero nos cuenta de la ciudad:
 

“Ronda es una vieja ciudad mora de tortuosos callejones que suben y bajan. Las casas son pequeñas. Tienen puertas de hermoso nogal que abunda en los valles fértiles. Las frutas son excelentes, en particular peros, gamboas, ciruelas y melocotones. Los peros y peras de Ronda tienen fama proverbial. Las muchachas, a diferencia de las otras morenas de Andalucía, tienen un cutis fresco y rojo como la camuesa. Ronda proporciona una residencia fresca para el verano a los ricos de Sevilla, Écija y Málaga”. (4)

La descripción lírica de Ricardo León, que compendia su historia:
 

“Es Alcalá de los Zegríes, en lo presente, una ciudad altiva, alegre y montaraz, cuna de mujeres hermosas, de mozos gentiles y de agudos ingenios; orgullosa y valiente, amiga de la guerra, de la equitación y de la caza, de la fiesta de los toros, de los oficios y espectáculos de valor, destreza, riesgo y bizarría…”


“Tres épocas y tres pueblos distintos están representados en ellas: la alcazaba, la villa militar, imagen del orgullo y de la fuerza; Santiago, la ciudad hidalga y señoril, llena de palacios y monasterios, y las Tendillas, el barrio picaresco y andaluz, famosa cuna y singular teatro de caballistas y toreros, contrabandistas y gen de pro, plaza y escuela de buenos mozos, de aquellos que solían dar por sus muchas proezas en galeras y presidios, cuando no se amparaban en la serranía, midiendo sus retacos y pistolas con el lucero del alba.
 

“La antigua alcazaba de los reyes moros vino a quedar, al cabo de los siglos, desmantelada y pobre, sin más señal del viejo poder que su recia osamenta, firme todavía y clavada en la roca, despreciando al aire y a los hombres. Ya en tiempos más blandos y pacíficos, las gentes de la ciudad, al ensanchar sus solares y romper la cáscara de los viejos murallones, invadieron la alcazaba y fabricaron encima de aquella costra secular un barrio populoso aprovechando los duros cimientos, los recios muros, los azulejos y los mármoles y tal cual estancia o madriguera que hallar pudieron al abrigo de la intemperie. Era de ver, y se veía desde cualquier lado de la ciudad y de la vega, aquel puñado de casitas blancas y alegres, encaramadas en el peñasco, trepando por las espaldas de la alcazaba en ruinas y tomando el sol en la amarilla calavera del gigante muerto. Había algunas tan osadas que, empinándose un poco sobre el cimiento, miraban, con los ojos de sus puertas y ventanas, a los hondísimos tajos del peñón, recreando el oído con la música del agua que en el abismo caía. Otras cabalgan sobre las vértebras de la roca, semejantes a pajaritas de papel, y no faltan otras, todavía más temerarias, colgadas materialmente, como niños, y sostenidas en el aire por un milagro de Dios. Entre la masa blanca y deslumbradora de casitas humildes, apretadas allí como un rebaño, erguíase alguno que otro caserón de fuste, con muchos pisos y muchos miradores, y atisbábase la mancha oscura de un huertecillo o jardín, y entre el haz de las casuchas y casones, de árboles y piedras, de encaladas paredes y relucientes cristales, pugnaban por alzarse todavía y estirar sus miembros, estrujados y mordidos, y sacudir el peso de aquella nube de aves de rapiña, la vieja fábrica mora, sin lograr con su tozudo esfuerzo más que asomar al sol un pedazo de su desnuda cabezota agujereada por balconcillos y ventanucas y amortajada con hiedra y musgos.


“Frontero de este barrio, que conserva todavía en sus escarpes y torreones el ceño adusto y marcial de la ciudad antigua, está el barrio de Santiago, unido a la alcazaba por un estrecho pasadizo, arrimado al tajo y defendido de él por un robusto parapeto. Por el otro lado le dan salida las heráldicas puertas de sus murallas. En este barrio lleno de arrogancias y blasones, está la iglesia mayor, antigua mezquita, con retoques de muchos siglos; la casa de los antiguos cadíes, con patio andalusí y lujosas estancias; las ruinas del convento de mercedarios, sitio deleitoso, cubierto de hiedras y parrales y espesas frondas; amén de un buen puñado de casa de lustre, edificios públicos, iglesias, capillas y monasterios.


“Sobre la cordura de la roca, por donde baja a despeñarse el Guadalcázar, tienden sus arcos los tres puentes, y, por cualquiera de ellos, se sale a las Tendillas, que es el barrio más grande y moderno. A expensas de las Tendillas crece de día en día la nueva ciudad, (…), donde alborea un pueblo burgués…” (5)

Del período del reino de Granada son, sin duda, los episodios fronterizos que recoge su romance viejo:
 

“Aqueste moro alobasen,
 

rey de Ronda, aquesta villa,
 

de la casa de Granada

 

con gran pujanza partía.
 

Corren la villa de Estepa,

 

que nadie se lo impedía.

 

Cristianos muchos han muerto,

 

y a otros muchos los captiva;

 

llevaba muchos ganados,

 

para Ronda se volvía” (6)
 

También nos cuenta Abulfeda:
 

“Ronda tiene uno de los castillos más formidables y elevados, que lo coronan las nubes a modo de turbante y como si lo engalanaran con collares dobles de perlas variadas” (7)

“A poniente, en la parte que la roca se enlaza con el continente, los moros edificaron un castillo muy fuerte, que aún se conserva…” (8)
 

“El Conventico era una de las más curiosas reliquias de la pintoresca ciudad. Según los cronistas alcalaínos, aquel venerable caserón, de ancianidad robusta y orgullosa, fue mezquita en tiempos de los musulmanes, hicieron le después convento de los frailes cartujos, más tarde sirvió de cuartel y de oficina pública, y, mediante algunas impías reformas, vino a dar en posada de viajeros, patio de diligencias, casa de postas, lugar y asilo de las escenas más novelescas y de los tipos más graciosos de la vieja Alcalá” (9)

Dejaremos la ciudad de Ronda, para que los viajeros nos hablen un poco de su Serranía llena de historia y donde podemos encontrar los Pinsapos, coníferas que en Europa sólo crecen en el norte de Rusia, y hablaremos de rondeñas.
 

“La aspereza de aquellas montañas- dice Hernando del Pulgar- face ser hombres robustos y ligeros; e guerreros, porque en aquellas fronteras siempre continuaron la guerra contra los cristianos. Estas gentes acostumbra mostrar sus fijos de pequeño a tirar la ballesta, y en esta arte y por el gand çelo que tienen, son Maestros, que no yerran de dar en cualquier lugar do tiern” (10)


“Ronda y su serranía ha dado su nombre a las rondeñas, esas canciones tan populares en Andalucía. Lo mismo que las malagueñas, las rondeñas tiene también su origen moro. Entre los aires andaluces no hay ninguno más melancólico ni más expresivo. La guitarra, que ha sucedido al laúd de los moros, acompaña siempre a la voz, ya sea con acordes marcados o ya con aspergios que sirven a la vez de preludio y de acompañamiento. Los virtuosos de Ronda son famosos en toda España. En el silencio majestuoso de una cálida noche de verano, cuando se pasa por un pueblecito de la serranía, es cuando deben oírse los acordes melancólicos de la rondeña; parece como si estas melodías tan sencillas y primitivas se representasen a variaciones infinitas, según el capricho o la inspiración del cantaor.

“Los ojos de mi morena,


los ojos de mi morena,


se parecen a mis males:
 

grandes como mis fatigas,
 

negros como mis pesares. (11)
 

Hablemos de algunos pueblos serranos, como:


“Gaucín y Casares montan la guardia en el umbral de la montaña mediterránea. Imponentes guarniciones moras vigilaban aquí la frontera del reino de Granada” (12)
 

Otro gran pueblo por su belleza serrana es, Arriate, morisco como su nombre indica. El Arriadh de los musulmanes, que significa vergeles o jardines. El tiempo que todo lo borra no ha logrado borrar la afición de los hijos de esta villa tienen a las flores. (13)

 

(1) Al-Motamid. Historia de la literatura arábigo-española.

 

(2) Fermín Requena. Medina Runda

 

(3) Tomo V de las obras completas, 1915

 

(4) Notas de Richard Ford. De Ronda mora y cristiana

 

(5) Alcalá de los Zegríes

 

(6) Agustín Durán. Romancero General

 

(7)Ismael Imadab Ibn al- Ayubi. Viajes de extranjeros por España y Portugal.

 

(8) Alfonso Gámir. Tomado de Ronda mora y cristiana

 

(9) Alfonso Gámir. Toma de Ronda mora y cristiana

 

(10) ID.

 

(11)Del Barón Carlos de Davillier. Viajes por España

 

(12) Jean Sermet.

 

(13) Diego Vázquez Otero. Tradiciones malagueñas.

 

El Guadalhorce, río de parajes malagueños:


Otro itinerario del que hablaremos, es el que nos lleva junto al río Guadalhorce. En este recorrido podemos encontrar el balneario de Carratraca, de famosas aguas curativas y milenarias, pero sobre todo con paisajes solamente soñados por el hombre.
 

Empezaremos recordando a Diego Vázquez:
 

“Pero lo más impresionante, lo que origina una maravilla sin igual por imponente grandeza y salvaje majestad, son “las mesas de Villaverde”, a poca distancia, en sierra de Abdalajís, que con sus cumbres elevadas y sus tajos cortados a pico nos hablan de los primeros días de la creación terrestre, cuando la corteza frágil del planeta se retorcía y convulsionaba en lucha con el fuego y el agua. Picachos desnudos e inaccesibles en cuyas crestas perduran las ruinas de Bobastro y sus fortalezas, sede de un reino cristiano en pleno siglo IX, corte y baluarte de Omar, hijo de Hafsum, el hazañoso y atrevido competidor de los califas cordobeses” (1)
 

Ricardo León nos cuenta de Alora:
 

“La palmera, reina elegantísima de estos campos, abre sus abanicos graciosamente y pone en la opulencia del cuadro una nota oriental y soñadora. A lo lejos he avizorado la suave curva de la costa y, confundiéndose con el cielo, la raya azul y plata del mar” (2)
 

Otro viajero muy anterior, la había visto así:
 

“Otra ciudad, Alora, a doce millas distante de Setenil, tiene un fuerte castillo en la montaña, y ella misma está situada abajo; también la había sitiado el rey de España dos días antes de Corpus Christi” (3)
 

“Alora, la bien cercada,

 

tú que estas al par del río,

 

cercóte el Adelantado

 

la mañana del domingo” (4)

 
La ciudad” como un manto blanco, del que, por lo demás, sólo se ven las puntas desbordando en los barrancos, tiene sus casas en un alto peñasco bético, que por un lado se entierra en las margas, pero por el otro domina a pico el torrentoso Guadalhorce. ¡Nido de águila si los hay! Abajo, apenas la plaza de la estación, la carretera corta la roca; sobre ésta, surcada de barrancos, suben derechos unos caminos empedrados, moriscos. Todo ello, hombres y pasaje, de un mismo carácter extraordinario y silvestre. ¿Por qué los pintores van siempre a los sitios consagrados y sólo muy rara vez se lanzan ellos mismos al descubrimiento? ¿Por qué no vienen aquí a hacernos el impresionante cuadro de este pueblo africano encaramado en su peñasco, de estas mujeres, con el chal caído sobre la cara, que trepan, el cántaro en la cadera, por los antiguos caminos, mientras, abajo, ofrece el valle sus frutas de oro, sus alegres cortijos entre el verde y el suave balanceo de sus palmas? (5)

Nos acercamos ya hacia Málaga, pero antes como dijo Lope de Vega, ya vemos la blanquísima Cártama:


“Desde que para matarme

 

os trujo, amada prima,

 

el alcalde Reduán

 

de Cártama, nuestra villa,

 

a ser reina de Granada

 

por hermosura divina,

 

mis ojos han sido fuentes

 

y muerte ha sido mi vida” (6)


(1) Diego Vázquez Otero, Tradiciones malagueñas

 

(2) Ricardo León, comedia sentimental

 

(3) Viajes de Extranjeros por España y Portugal

 

(4) De la guía Turística de La Costa del Sol de Málaga

 

(5) Jean Sermet

 

(6) Lope de Vega, Poesías líricas
 

Málaga :
 

Ahora llegamos a Málaga, nos adentraremos en esta gran ciudad, reconocida como tal desde tiempos remotos, veremos que entre la provincia y la ciudad su similitud es grandísima paisajes, clima…
 

En una ocasión, un viajero, enamorado de Málaga, nos dijo: ¿Por que Málaga?… ¿Que tiene Málaga? He visitado muchas costas y playas europeas… La Costa Azul, la Riviera italiana, la costa yugoslava, las playas del Norte de Europa… Comprendo que Málaga es bellísima, pero aquéllas también lo son. ¿Qué tiene Málaga que así atrae y subyuga, invitando al que la ha conocido a no dejarla jamás? Hay otros climas maravillosos por ahí. ¿Por qué Málaga?… Pero es una realidad: ¡Málaga!


La respuesta está en lo que decían Ibn al-Hatib:


“Dé Málaga puede decirse lo que se dice de las perlas: la impar, y su campo el paraíso. Lo testimoniarían, si fuese sura, sus huertos. Si fuese día, lo sería de fiesta. Saluda a esa ciudad de paz, tesoro al pie del muro; trono de un reino antiguo; abierto vaso de perfume; cerco de luna…” (1)
 

Se llenó de tristeza al recordarla Ibn Said (1214-1247), poeta andaluz:
 

“A Málaga tampoco mi corazón olvida;

no apaga en mí ausencia la llama del amor.

¿Dónde están tus almenas, ¡oh Málaga querida!,


tus torres, azoteas y excelso mirador?
 

Allí la copa llena de vino generoso
 

hacia los astros mil veces elevé,

 

y en la enramada verde del céfiro amoroso

 

sobre mi frente el plácido susurrar escuché.
 

Las ramas agitaba con un leve ruido,

 

Y doblándolas ora, o elevándolas ya,

 

prevenir parecía el seguro descuido,

 

y advertimos si alguien nos venía a espiar…” (2)

 
En la Maqäma de la peste al Malawi pone en boca de Málaga una carta dirigida a la Alambra de Granada, con el intento de que el rey y la corte se trasladen a esta tierra, por haber epidemia en la capital nazarí. El poeta, que escribe en prosa rimada, está enamorado de su patria chica y, como buen provinciano, siente celos de la capital, a la que deja en buen lugar, pero rompiendo lanzas por Málaga.


“…Málaga donde encontrará un aire limpio,

arriates que invitan a la siesta,

 

y un reposo que se mete en las almas;

 

donde hallará fragantes perfumes,

 

valles serpenteantes y costas

 

en las que se ensancha el pecho herido

 

donde la violeta sirve en rueda los cálices del junquillo,

 

y los jazmines son como luceros que surgen en pleno día;

 

donde el aroma del azahar se mezcla con el perfume

 

de la toronja y las brisas de la mañana;

 

donde el chirriar de las aceñas parece el

 

suspiro de la vírgenes enamoradas.+

 

“Allí, cuando se alaba a la aurora y rompe el alba,

 
se colman de gente las barquillas y gritan los pescadores: “¡A las almadrabas!”.
 

“Y luego, cuando los resplandores de Levante van pasando

 

a tierras de Poniente,

 

el jefe de la tropa grita:


“¡Buenos días! ¡Montad a caballo!”.

 

Y se llegan hasta el valle grande para la pesca

 

y la caza de liebres y de pájaros” (3).
 

“Málaga reúne las dos perspectivas de mar y tierra, con viñas que se suceden sin interrupción, sin que puedas ver entre ellas un claro de terreno falto de cultivo; con quintas que se parecen a las estrellas del cielo, por su gran número y por el esplendor de su brillo; y con el río, que cruza, visitándolo, en las dos estaciones del invierno y la primavera, lo hondo de su vega y la rodea para conocer sus contornos” (4).

 

Para don Francisco Manuel de Melo, en carta a Quevedo, es “Málaga la bella”:


“Entro el Mediterráneo mar abajo,


en demanda de Málaga la bella,


tomándome el Estrecho como atajo” (5).
 

Cervantes, entre tantas alusiones, nos la entronca con el temperamento:
 

“Cautivo.-En Málaga nacido.

Rey.-Bien lo muestras en ser así atrevido” (6).

 
“Málaga es una villa muy hermosa y muy bien fortificada. Está situada al pie de un monte que lleva el nombre de Faro y defendida por un castillo fuerte. Cerca de la villa hay dos arrabales sin murallas, pero en los que se encuentran posadas y baños. El territorio que la rodea está plantado de huertos e higueras, cuyos frutos llevan el nombre de higos de Raya, porque Málaga es la capital de la provincia de Raya” (7).

“Nada puede imaginarse más raro y pintoresco que los alrededores de Málaga: la deslumbradora blancura de las casas, el color añil del mar, la intensidad deslumbradora blancura de las casas, el color añil del mar, la intensidad deslumbradora de la luz; todo hace creer al viajero que lo han transportado a África.

“Elegante torre blanca se dibuja en el cielo azul; era el faro de Málaga; habíamos llegado y serían las ocho de la mañana. La ciudad estaba llena de actividad; iban y venían los marineros, cargando y descargando los barcos anclados en el puerto, con animación rara en una ciudad española. Las mujeres, con grandes mantones colorados, que servían de maravilloso marco a sus semblantes moriscos, andaban rápidamente, llevando en pos de sí algún chiquillo en cueros o en camisa. Los hombres, con la chaqueta al hombro, apresuraban el paso y toda muchedumbre llevaba el mismo camino, es decir, el de la plaza de toros. Lo que más me llamó la atención fueron tres presidiarios negros que tiraban de un carretón. Eran de gigantesca estatura, y tenían rostros monstruosos y duros, tan poco humanos, con tal expresión de bestilidad feroz, que retrocedí sobrecogido de espanto como si viera tigres. La especie de blusa que les servía de vestido acrecentaba aún su diabólica catadura. No sé por que estarían en presidio, pero a mí me habría bastado verles la facha para encarcelarlos.

“Paramos en la posada de los Tres Reyes, casa relativamente cómoda, sombreada por hermosa parra, cuyos pámpanos se enredaban en los hierros de los balcones; una criada muy bonita, preciosa muestra de la hermosura malagueña, célebre en toda España, nos acompañó a nuestras habitaciones y nos dio un disgusto al asegurarnos que no había billetes para la corrida” (8).

“Escribo a la orilla del mar, sobre una terraza adonde llega el ruido de la espuma. A pesar de la estación, está alegre y claro el día, y el cielo limpio, de limpidez mineral, y el aire acariciador. Esta es la dulce Málaga, llamada la Bella, de donde son las famosas pasas, las famosas mujeres y del vino preferido para la consagración. Es justamente una parte de la “tierra de María Santísima”, con dos partes de tierra de Mahoma. Más el color local se va perdiendo a medida que avanza la universal civilización destructora de poesía y hacedora de negocios. Hay, en verdad, mucho de lo típico de los barrios singulares, como el Perchel, la Trinidad y la escalonada Alcazaba; más la ciudad no os ofrecerá mucho que satisfaga a vuestra imaginación, sobre todo si imagináis a la francesa y no buscáis sino pandereta, navaja, mantón y calañés. Hay, sí, la reja cantada en los versos, y los ojos espléndidos de las mujeres, y la molicie, y el ambiente de amor. Hay las callejuelas estrechas y antiguas, y las ventanas adornadas con tiestos de albahacas y claveles, como en los cromos; hay bastante morisco y no poco medieval. Más, del lado del mar, surge una Málaga cosmopolita y nueva, y más que cosmopolita, inglesa, durante la season, pues de más esta decir que desde que un Mr. Richard Ford escribió en su Hand book for travellers in Spain que el clima de Málaga es “superior a todos los de Italia y España para enfermedades del pecho” y que “aquí el invierno es desconocido”, la invasión británica estuvo decretada” (9).
 

“Fuera, Málaga presentaba igual aspecto que todas las poblaciones de Oriente; aspecto fantástico y bello; el caserío, ceñido con la parda cintura de los muros almenados y torreados, alzándose sobre sus azoteas las torres de algunas casas y los minaretes de las mezquitas, entre los cuales se marcaba el oscuro follaje de huertas y jardines; la Alcazaba y el Gibralfaro irguiendo sobre la ciudad sus adarves y torreones. Todo esto encerrado, de un lado por los pintorescos arrabales, de otro por las olas del mar, y tierra adentro por los dilatados horizontes de nuestra vega o por montes encumbrados” (10); porque “Dios distinguió especialmente a Málaga dándole en junto lo que repartió entre las demás ciudades y desplegando en ella los encantos que plegó. En Málaga se encuentran la lisura de los arenales, la amenidad de los montes y la fertilidad de los cultivos” (11).


Ibn al-Hatib nos la recuerda:
 

“Sus montañas son todas almendros e higueras; sus llanuras, alcázares y jardines; su costa, peces que en toda ocasión sirven de alimento. Su gran río es de agua dulce y fina. Sus alamedas están en fruto” (12).


Lope de Vega la cita en El último godo:
 

“Aquesta villa llamad

 

Malaca o Málaga, y dad

 

tierra a la Cava homicida” (13).

“La ciudad de Málaga, vista desde el puerto, presenta un aspecto agradable y no exento de majestad. A la derecha un alto monte pedregoso, sobre cuya cima y bajando por una de las faldas hasta el llano se ennegrecen las gigantescas ruinas del castillo de Gibralfaro, famoso por la desesperada resistencia que opusieron en él los musulmanes al ejercito de Fernando y de Isabel la Católica; más abajo la catedral, que se alza majestuosamente sobre todos los edificios inmediatos, lanzando al cielo, como diría un poeta atrevido, dos hermosas torres y un altísimo campanario” (14).
 

También nos cuenta A. Jouvin (1672):
 

“El reino de Granada sería uno de los mejores de España si no tuviese tantas montañas y si no careciese de gente para cultivarlo; aparte de que allí llueve tan raras veces que se ven obligados, si no se quiere dejar que todo se pierda, a regar por medio de un molino y de una máquina que eleve el agua de un pozo, que hacen correr por los jardines; aunque, sin embargo, hay comarcas por donde los ríos pasan que son las fértiles de España, principalmente por el lado del mar, en donde hay algunos buenos puertos, como Málaga, que es una ciudad de tráfico, por la cantidad de aceite, de vino, de frutas, pasas que de allí se secan todos los años, y que está fortificada por dos castillos, el uno encima de la montaña y el otro a orillas del mar, con un arsenal lleno de municiones y de armas de todas clases; como también Almería, Almuñécar y Salobreña, que es un puerto de mar” (15).


“Málaga, “el cerco de luna”, como más tarde la llamara el ilustre musulmán (16); la “Perla de Al-Andalus”; el puerto más importante del Mediterráneo y el más poderoso centro de atracción del vecino continente, venía a sus manos como “la amada soñadora a los brazos del galán” (17)


Tan importante para Málaga como su puerto y su mar, han sido sus jardines, los cuales recordaremos con estos dos ilustres literatos malagueños, empezaremos por Abu al- Qasim Ibn al-Saqqat (siglo XII):
 

“A la sombra de aquel día giraban los deseos sobre nosotros

como esferas astronómicas de fidelidad.
 

Lo pasamos en un jardín al que una nube, armada con el

 

acerado sable del relámpago, escanció la bebida de

 

la madrugada.
 

El rojo vino nos dio como almohadas los macizos de

 

murta y parecíamos reyes sobre el trono de los

 

verdes boscajes.

 

La mano del amor nos ensartó para la alegría; nosotros

 

éramos las perlas, y los amores, los hilos.

 

Nos atacaban como lanzas los pechos de las doncellas,

 

moviéndonos guerra, y para defendernos no vestíamos

 

otra cota que nuestras pieles de fanal.

 

Antes nosotros se destapaban caras deliciosas, que parecían

 

lunas entre la noche de las trenzas” (18).

 
“Leyendo la descripción poética de Ibn al-Hatib hace de Málaga, las comparaciones, después muchas veces repetidas, parecen flores artificiales ofrecidas a una juventud eterna. “Pues Málaga, lo que se dice de las perlas la impar, y su campo el paraíso. Lo testimoniarían, si fuese sura, sus huertos. Si fuese día, lo sería de fiesta. Saluda a esa ciudad de paz; tesoro al pie del muro; trono de un reino antiguo; abierto vaso de perfume; cerco de luna,…”. ¿Por qué no se ha vuelto a llamar a Málaga cerco de luna, como perla y paraíso? Esa comparación nos devuelve a la noche sin tiempos de los deseos furtivos. De la descripción de Ibn al-Hatib ya han caído las murallas dobles, la alcazaba, compañera de los siglos; pero la luna sigue alumbrando en ella los mismos caminos de felicidad. Málaga, dicen otros viajeros musulmanes, es la ciudad de los cantos nocturnos. Y la reconocemos en la lejanía del tiempo, no por sus monumentos derruidos, sino por la luna y la canción” (19)


También es muy justo recordar, monumentos emblemáticos de Málaga como son la Alcazaba, Gibralfaro y las Atarazanas. Empezaremos con un poema a La Alcazaba:
 

“La mano le está dando a la alcazaba

 

hazen los dos murados maridajes,

 

quando uno y otro en permanente caba

 

todo un monte guarnecen de omenajes,

 

que acaban adonde el cielo acaba,

 

sus almenas se tocan de celajes,

 

cuyas vistosa al tope pedrería

 

es con velas la luz de Andalucía” (20).

 
Callando, hacia arriba, hacia la luz, el vasto paisaje de Málaga, leve en las luces, levantase la Alcazaba sobre un cerro situado dentro del casco de la población, junto al mar y sólo dominado por levante por otra eminencia, sobre la cual destaca el castillo de Gibraltar.
 

En 1313 escribía Ibn al-Hatib:


“La Alcazaba se asienta en el monte como en un trono, y Alá la ha colocado en un lugar excelso; sus muros y sus recintos son dobles; su almenara se alza sobre la cima del bendito monte; sus torres están próximas unas de otras; sus escaleras son altas, y sus puertas bien defendidas…” (21).

 

“Málaga,”Cerco de la luna” (22);

 

castillo de Gibralfaro;

 

almenas de la Alcazaba;

 

olas del Mediterráneo.
 

Hammuditas fortalezas

 

que van, tozudas, cercando

 

con sus grilletes de gloria

 

las tropas del castellano” (23)

 

Otro poeta musulmán escribe;


“A mi derecha gritos

 

y gritos a mi izquierda;

 

gritos entre mis ojos:

 

yo ando sobre gritos.

 
Gritos de uñas y garras,

 

gritos encanecidos:

 

abanicos de la luna

 

en las noches cálidas, silenciosas, huérfanas.
 

La tumba de mis huesos

 

es hoy estanque de palomas.


¿Me estás oyendo? ¿Me estás oyendo?

 

¿Me estás mirando? ¿Me estás mirando?” (24)
 

Otro viajero ilustre nos habla así del castillo de Málaga:

“Saliendo de la ciudad hacia el Oriente hay un grande y poderosos castillo (25) de laberíntica disposición, con puertas de hierro. Desde que la parte del mar se disfruta de un admirable panorama. Tiene la fortaleza tres mazmorras cavadas en la misma roca, como las de Granada, en donde encerraban a los cautivos cristianos. Presentámonos al alcalde, quien, habiendo leído las cartas que llevamos para él, nos recibió cortésmente y mandó a dos servidores que nos enseñasen la fortaleza alta (26), que está encima del monte y a la que se va por un camino que avanza entre dos muros. Esta parte del castillo es de una robustez maravillosa, y desde allí, en los días serenos, se alcanza a ver tierra de Berbería, que dista no más de 15 millas” (27)

“Aldrete, en su origen y principios de la lengua castellana, dice textualmente: hay una torre en Málaga que ella misma, contra el tiempo y cautiverio de moros, se ha conservado en la fortaleza que hoy llama Gibelpharo, o como pronuncia el vulgo, Gibralfaro, siendo puesto el gibel de los moros al monte donde estaba la torre y dejando el nombre antiguo de Pharo, que allí había.” “Es decir, Aldrete adopta la interpretación etimológica de nombre compuesto de raíz árabe y griega” (28)
 

“Después de estos restos de la Alcazaba merece ser visitado otro monumento musulmán; más ¿qué podrá ver ya de sus antiguos constructores sino un magnífico arco de herradura sobre un ancho murallón coronado de pequeñas troneras y viejos matacanes? Está el arco encerrado en un cuadro bellísimo y sencillo; tiene almohadillado el paramento; lleva en sus enjutas dos escudos con leyendas andalusíes ; manifiesta en todas sus partes delicadeza y gusto; más está ya enteramente aislado, afeado por una puerta cuadrada y baja, desfigurado por una ventana con reja de hierro abierta en el centro de su espaciosa área, y toda su riqueza y hermosura no pueden ya servir más que para hacernos sentir la pérdida del edificio a que formó parte ya no existen: queda sólo en su lugar un parque de Artillería que en nada revela ya la mano del artista” (29)
 

También se nos recuerda lo ocurrido en Málaga, tras la toma de la ciudad:

“Tomada la ciudad de Málaga por los Reyes Católicos, repartieron tierras en uno de los arrabales a Garci López de Arriarán, caballero vizcaíno, que asistió en la empresa, y de quien llevaron el nombre. Llamáronse islas, porque islas se llamaban las manzanas de casas, y había más de una en el dicho terreno” (30)

Otro ilustre andalusí nos habla de los vinos malagueños, y nos cuenta:


“También es peculiar de esta ciudad un vino delicioso, tanto lícito como ilícito, hasta el punto de que se ha dado proverbial el vino de Málaga. A un calavera que estaba a la muerte le decían: “Pide perdón a tu Señor”. Y él, levantando las manos, clamaba: “¡Oh Señor! De todo lo que hay en el Paraíso no te pido más que vino de Málaga y pasas de Sevilla” (31)
 

Y los higos, también son de justa mención…


“Salud, ¡oh Málaga! ¡Qué higos produces! Por tu causa los navíos van de ellos cargados.


“Mi médico habíame prohibido tu estancia, en razón de mi enfermedad; pero mi médico no posee equivalente de mi vida.
 

“El juez de la reunión de los fieles, Abu Abdallah, hijo de Abdelmalik, ha añadido al dístico citado, como apéndice a esos versos, empleando también la figura llamada paronomasia:


“¡E Huns! No olvidarás sus higos. Aparte de ellos, te acordarás de sus aceitunas” (32)

Con estos comentarios damos por terminados nuestra visita paisajística de Málaga, donde intento recordar, a los visitantes por estas tierras que Málaga ha sido, tierra mora y que seguirá siendo, tierra de moros aun habiendo intentado hacer que olvidemos nuestra identidad, pero como habrán observado los lectores, intento que cuando se viajen por estas tierras como lo hicieron otros ilustres, puedan reconocer estos paisajes moriscos-andalusies. Pero no podemos olvidar que el tiempo no perdona y muchos de estos paisajes de los que nos hablaron y escribieron los viajeros, ya solo podemos imaginarlos pues como nos los describen ya han desaparecido.

 

(1) Del libro de Adolfo Reyes, Ideario de estampa

 

(2) Adolfo Federico Schack, Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia

 

(3) De Caracola, Umar al-Malaqui

 

(4) Al-Saqundí, Elogio del Islam español

 

(5) De las obras completas de don Francisco de Quevedo y Villegas

 

(6) De las obras completas de Miguel de Cervantes

 

(7) Mohamed al-Idrissi, Viajes de extranjeros por España y Portugal

 

(8) Teófilo Gautier, Un viaje por España,(este viaje se hizo en 1840)

 

(9) Rubén Darío, Tierras solares

 

(10) F. Guillén Robles, Málaga musulmana

 

(11) Al-Hatib Mufaharat, Málaga wa Sale

 

(12) De la obra La Costa del Sol de Málaga

 

(13) Lope Félix de Vega Carpio, Teatro

 

(14) Edmundo de Amicis, Viaje durante el reinado de Amadeo I

 

(15)De la obra, Viajes de Extranjeros por España y Portugal

 

(16) Ibn al-Hatib

 

(17) Fermín Requena, Málaga, puerta califal

 

(18) De caracola, poetas malagueños 1953

 

(19) Ideario en estampa, Cerco de la Luna

 

(20) Iván de Osvando Santarén Gómez de Loaysa, Alcazaba en arábigo es lo mismo que fortaleza

 

(21) Antonio Bueno Muñoz, El Libro de Málaga

 

(22) Llamada así por Ibn al-Hatib

 

(23) Fermín Requena, Añoranza “Hamed el Zegrí”

 

(24) Mohammed Sabbag

 

(25) Refiérese a la Alcazaba

 

(26) Gibralfaro

 

(27) Jerónimo Münzer, viajes de extranjeros por España y Portugal

 

(28) El castillo del Airo, Gibralfaro

 

(29) Recuerdos y bellezas de España

 

(30) Notas de Rodríguez Marín

 

(31) Al-Saqundi, Elogio del Islam español

 

(32) Ibn Batuta, viaje de extranjeros por España y Portugal


FINAL

Estos artículos, frases y poemas, están extraídos de todos los libros, que menciono al final de cada capitulo, pues lo que he hecho es una simple recopilación de textos de personajes literarios que han hablado escrito y disfrutado del encanto de estas tierras malagueñas, las cuales han cambiado gracias a la destructiva mano del ser humano, pero como digo al principio de estos escritos, si el viajero, quiere seguir sintiendo estos mismos paisajes, tan sólo debe, respirar el aire de estas tierras, cerrar los ojos y dejarse llevar en el tiempo aconsejado por los viajeros que nos los describen, estos hermosos paisajes vistos a través de sus ojos, para disfrute de nuestras mentes.