LA COCINA ANDALUSÍ
La llegada del Islam a la
península supuso un cambio radical y revolucionario en la forma de entender la
vida, la economía y la espiritualidad. Los cambios introducidos por la nueva
“ideología” dieron un impulso al comercio, la industria y principalmente a la
agricultura, lo que provocó un cambio en los hábitos culinarios y alimenticios
de la población andalusí. El refinamiento alcanzado por esta sociedad generó la
creación de una “cocina” que ha sido la base tanto de la cocina Occidental como
de la Oriental. No se podría explicar la evolución de la cocina sin el estudio
de Al-Andalus.
Frente a la clásica trilogía
cristiana de trigo, carne y vino, los andalusíes crearon nuevos hábitos
alimenticios en los que las verduras no fueron solo la base, sino el elemento
imprescindible, bien a solas, bien acompañando las carnes, las sopas, el
pescado, con una enorme cantidad de variantes en sus recetas. Los andalusíes
podían consumir todo el año verduras y hortalizas frescas.
Las verduras, adquirieron por vez
primera importancia por si mismas. Se cocinaban a modo de purés untuosos, como
el de habas o guisantes, a modo de ensalada, o bien asadas y guisadas. Las
ensaladas, a base de lechuga, berros, jaramagos, y toda clase de plantas
comestibles silvestres, se aderezaban con aceite de oliva y se acompañaban de
aceitunas, ya fueran verdes, previamente maceradas en salmuera con hierbas
aromáticas, o negras, ya que, además de deliciosas, consideraban que
estimulaban el apetito.
Las legumbres, soja, garbanzos,
lentejas y judías de toda clase, era un alimento considerado altamente
nutritivo, se corregían las ventosidades que producen, mediante el uso del
tomillo, orégano o comino. Por cierto, que el nombre original de las judías,
“al-lubiya”, se ha conservado en el País Vasco y en Sharq Al-Andalus.
En cuanto a las frutas, desde el
siglo XI se daban en Al-Andalus prácticamente las mismas que hoy se encuentran
en nuestros campos. Las frutas más consumidas eran la sandía, que provenía de
Persia y del Yemen, el melón, del Jorasán, y la granada de Siria, convertida,
en la imaginación colectiva, en el símbolo por excelencia de Al-Andalus. A
propósito, en el «Libro de Agricultura» de Ibn al-Awwám (siglos XII y XIII),
traducido por Banqueri, AECI, Madrid, 1988, podemos leer una tradición del
Profeta Muhammad sobre esta hermosa fruta, rescatada por este hacendado
andalusí de la zona de Aljarafe, cerca de Sevilla: «Cuidad del granado; comed
la granada, pues ella desvanece todo rencor y envidia».
Se aclimataron también,
procedentes de otros lugares, el membrillo, el albaricoque, y un sinfín de
frutos más.
Las especias, eran muy utilizadas
en la cocina de al-Ándalus, se introdujo la canela, procedente de la China, así
como el azafrán (az-za’faran, en persa safrón), el comino (kammún), la
alcaravea, el jengibre, el sésamo (o ajonjolí), el cilantro, la nuez moscada y
el anís (anisún). Estas especias, además de utilizarse como condimento en la
elaboración de los diversos platos, eran exportadas fuera de al-Ándalus, al
resto de Europa e incluso a Egipto y el Norte de África, lo que favorecía,
entre otras cosas, el desarrollo de la economía.
El comercio de las especias, a
las que tan aficionados había sido los árabes preislámicos, se intensificó,
enriqueciendo la gastronomía andalusí hasta niveles desconocidos. De tal manera
que nuestra cocina superó en calidades a la persa y bizantina, que eran el no
va más de la época. El tono vital de aquellas sociedades y el floreciente
comercio, trajeron la mostaza, el jengibre, la canela, la galanga, la nuez
moscada, el clavo, el cardamomo, el comino, el azafrán, etc.
Las especias eran utilizadas en
las cocinas andalusíes de forma habitual, según un manuscrito anónimo del siglo
XIII: “El conocimiento del uso de las especias es la base principal en los
platos de cocina, porque son el cimiento del cocinar y sobre él se edifica”.
Las más utilizadas fueron: el azafrán, la hierbabuena, el espliego, el comino,
el cardamomo, la alcaravea, el orégano, el cilantro, el jengibre, la mostaza,
la pimienta, la albahaca, el clavo, la nuez moscada, la ruda, la galanga, el
perejil, la cayena, el anís, el ajonjolí….., por no citar más que algunas.
Con cilantro cocinaban la mayor
parte de los platos, ya que además de apreciar su aroma, lo consideraban por
sus propiedades digestivas. El comino se utilizaba en la elaboración de platos
con vinagre y salsas sofritas, y también espolvoreado sobre huevos revueltos.
El azafrán, era utilizado en la preparación de distintas carnes, y en especial
de las famosas albóndigas. El orégano y la alcaravéa eran considerados por sus
propiedades carminativas, y se aconsejaba su uso en la preparación de las
legumbres y de la col, ya que “disuelve ventosidades”. La canela se utilizaba
para la repostería, la preparación de las carnes guisadas y de volatería. El
tomillo y el espliego se utilizaban principalmente para condimentar la caza.
Con la compleja alquimia de las
especias se conseguían decenas de formas distintas de preparar la carne, así
como el pescado o las mismas verduras, consiguiéndose una gama de sabores
desconocidos en aquella época, y que daban fe de la refinada y exquisita
gastronomía que se desarrolló en Al-Andalus.
Producto de esta incorporación de
especias exóticas al consumo andalusí, fueron los “xarab” de donde proviene la
palabra jarabe. El xarab era un cóctel de frutas, especias, flores y hierbas
del más diverso perfume y sabor.
Otro de los innumerables vocablos
heredados de la cultura andalusí es la palabra sorbete (del árabe sherbet). en
los largos y calurosos veranos de Al-Andalus, se mitigaban los rigores del sol
con esencias de flores y frutos, mezclados con agua fría o con hielo. Para ello
(hablamos especialmente del reino de Granada), excavaban pozos de diez metros
de profundidad, donde metían la nieve de Sulayr (Sierra Nevada), que les duraba
hasta el mes de julio. Si el pozo era de veinte metros, el depósito de hielo
duraba todo el año. Estas neveras de la época musulmana también se dieron en la
zona de la Sharquía, queda un magnifico ejemplar en Xátiva, perfectamente
conservado.
A los andalusíes debemos también
la introducción de la caña de azúcar en Europa, que vino a sustituir a la miel
en su función de edulcorante, aunque ésta continuó siendo siempre muy valorada.
Como las especias, el azúcar tiene numerosas cualidades y ventajas, no siendo
la menor de ellas su utilidad para mantener conservados durante algún tiempo unos
alimentos tan frágiles y tan perecederos como las frutas, que en tanta
abundancia y variedad conocieron los musulmanes en general. De su importancia
debió de ser consciente el propio almirante Cristóbal Colón, quien llevó la
caña de azúcar al continente americano en uno de sus primeros viajes.
En Europa hicieron fortuna -y lo
siguen haciendo- las combinaciones de azúcar y frutas, en formas de jaleas,
mermeladas, refrescos… que fueron recibiendo curiosos nombres de sabor
oriental, como arropes (jarabe de mosto con trozos de fruta). del árabe rubb
(zumo), jarabes y siropes del árabe sharáb (bebida), o sorbetes (del mismo
origen, también incorporado al turco).
Los cereales, base de la
alimentación de los andalusíes, eran utilizados en forma, no sólo de pan, sino
de gachas, sémolas y sopas. Se mejoraron las especies ya existentes, y se
introdujeron otras nuevas como las reunidas en el tratado del geópono granadino
al-Tignarí (siglos X y XI), llamado Kitab Zuhrat al-bustán ua nuzhat al-adhan
(“Libro del esplendor del jardín y recreo de las mentes”): el trigo negro, el
trigo rojo (al-ruyún), y el tunecino. De hecho existe una clase de trigo que no
se consume habitualmente en nuestro país y sólo se encuentra en las tiendas
especializadas en dietética, llamado “trigo sarraceno”, que conserva íntegra su
cáscara, y es de textura agradable y cremosa.
Entre las primeras tareas de las
mujeres de la casa, constaba la de amasar una cantidad de harina suficiente
para el pan de todo el día. Una vez hecha la masa, se colocaba encima de una
tabla de madres y se tapaba con una servilleta; a continuación, se mandaba por
medio de algún chiquillo a cocerlo al horno. Cada casa tenía una marca
específica que imprimía en el pan, por la cual se sabía, una vez cocido, a
quién pertenecía.
Con harina de trigo se elaboraba
la pasta que, contrariamente a la creencia de que fue Marco Polo quien la
introdujo en Occidente -trayéndola de la China-, procedía del Norte de África;
aunque también es cierto que en China se elaboraba desde hacía tiempo, pasta de
arroz.
Un plato muy popular eran los
fideos (“fidaws”, del verbo “fidear”: crecer, extravasarse…). Se preparaban a
base de una masa fluida de harina, que posteriormente se colocaba en un
colador, presionándola hasta que se formaban los fideos a través de los
agujeros, secándose posteriormente al sol. Se cocinaban con carne de cordero, o
bien con leche y miel a modo de postre.
Otro producto hecho a base de
pasta eran los macarrones (“atriyya”), palabra de la que deriva “aletría”, con la
que se denomina todavía hoy en Murcia a los macarrones.
Pero sin duda la manera más
apreciada de utilizar la harina de trigo, era en forma de sémola, con la
preparación del famoso cuscús, plato de origen beréber, que fue introducido por
los almohades en el siglo XIII, y pronto se convirtió en uno de los más
prestigiosos durante el reino nazarí de Granada.
La carne más consumida por los
andalusies era la de cordero, vaca, cabrito, conejo, así como todo tipo de
volatería, y caza de venado, muy estimada por ellos. Se preparaba de mil
maneras distintas, tanto asada, como guisada o frita. La tradición beréber las
guisaba con hinojo, berenjena, acelgas, espinacas, e incluso melón y pepino.
Por el contrario la tradición oriental, las cocinaba con almendras, ciruelas,
pistachos, trufas, dátiles, o alguna fruta como la cidra o el membrillo, con
los que se obtenía una extraordinaria textura. ¡Todo ello bien especiado y
aromatizado!.
Con la carne triturada, se
elaboraban unas famosas salchichas de cordero y vaca. Las albóndigas
(“al-bunduqa”: la avellana, la bola) provenían de Bagdag y eran muy habituales
en Al-Andalus, todavía se conserva su receta como un clásico de nuestra cocina
El pescado, era también
apreciado, tanto el de agua salada como el de agua dulce, si exceptuamos los
que se crían en el cieno y en aguas estancadas. Se preparaban de distinta
formas, frito en aceite de oliva, relleno con una masa a base de migas de pan y
especias, guisado con nabos, en escabeche (“iskabay”, adobo realizado a base de
vinagre y especias) y “almorí”, que consistía en una pasta elaborada con
harina, miel, sal, uvas pasas, avellanas y almendras trituradas, que servía
para agregar y dar sabor a las salsas. Decía Ibn Zuhr (Avenzoar), que la mejor
manera de todas, era escaldándolo en agua y poniéndolo a continuación en una
cazuela de barro con un poco de aceite, vinagre y jengibre.
También los frutos secos y los
productos lácteos eran muy utilizados y valorados, de lo que dejaron amplia
constancia los dietólogos andalusíes Ibn Razi, Ibn al-Baytar, y al-Arbuli,
entre otros. De la leche se aprovechaba todo, elaborándose una espesa
mantequilla que a menudo se batía con sal, con el propósito de conservarla
mejor. También se estimaba el queso tierno, y un modo muy usual de tomarla era
cuajada, lo cual se conseguía, como explicaba Ibn Razi, agregándole cuajo de
cabra. Se servia fresca y acompañada de miel.
Tanto la corte como el pueblo, eran amantes de los placeres que la imaginación y los bienes de la tierra proporcionaban. La disponibilidad de muchos productos en cualquier momento, motivó la aparición de una literatura culinaria, que, por otra parte, era reflejo de una sociedad que tenía una cocina rica y variada.
Varios hitos marcaron el “arte de
la buena mesa” andalusí; en el siglo IX, con la llegada a Al-Andalus del kurdo
“Ziryab”, procedente de Bagdag, se estableció el orden determinado en que los
platos se servían a la mesa, tal y como hoy lo conocemos: primero sopas y
caldos, después entremeses, pescados y carnes, y finalmente, los postres….
suprimiendo el modo caótico y desordenado en que se servían los manjares hasta
entonces. Fue también él quien introdujo el uso de la cuchara y de las copas en
la mesa.
Uno de los aspectos en que mejor
se ha conservado la influencia andalusí en nuestra cocina es en la repostería,
dulces de almendras, pistachos y delicados piñones rociados con agua de azahar
y de rosas y embebido en miel transparente y dorada, hojaldres, masa-quebradas
espolvoreadas con azúcar fino y semillas de ajonjolí (sésamo), con aceite de
almendra dulce, o de sésamo.
En Al-Andalus encontramos dos
grandes grupos de dulces, ligados a los procesos básicos de elaboración:
fritura y horneado; no obstante, también se daban otras formas combinadas o
intermedias. A nivel popular los más consumidos eran los fritos, las frutas de
sartén, especialmente los buñuelos y las almojábanas.
Las almojábanas eran una tortas
blancas de queso, preparadas de la misma forma que los buñuelos: se amasaba
harina con agua hervida y aceite y se le añadía leche hasta formar una pasta;
tras esta operación se freían y, finalmente, se metían en miel. La única
distinción entre ambos dulces, era la forma geométrica de los mismos y la capa
de queso que se ponía en medio de la masa de las almojábanas.
Del carácter eminentemente
popular de ambos dulces dan sobrada cuenta las múltiples amonestaciones de los
almotacenes andalusíes a quienes los preparaban en los zocos, con el fin de
evitar fraudes, al mismo tiempo que les indicaban la forma correcta de
elaborarlos. En este sentido se pronuncian los almotacenes Ibn `Abd al-Ra´üf,
al Saqatï e Ibn `Abdün:
“El queso de las almojábanas
tiene que lavarse; las sartenes para freír buñuelos y almojábanas estarán
estañadas, porque el cobre con el aceite cría cardenillo, que es muy venenoso”
“Los buñuelos hay que freír en un
buen aceite de oliva, no poniendo en su masa más que agua hervida”
Los buñuelos se preparaban y
consumían bastante en los zocos, por lo que encontramos una información muy
detallada en los tratados de hisba. El almocatén al-Saqatï presenta la
proporción correcta de sus ingredientes; también son mencionados con detalle
por Ibn `Abdün.
Estos buñuelos, con muy pocas
variaciones, se siguen elaborando en el norte de África: Túnez y Marruecos y en
la península Valencia y Jerez; en la zona jerezana se preparan unos “buñuelos
enmelados”, mientas que en Valencia son azucarados.
Otro gran grupo son los que
podríamos llamar “dulce puros”, donde aparecen los turrones, los mazapanes,
caramelos blandos y duros, merengues, etc. Las materias primas eran, aparte de
la miel y el azúcar, almidón en polvo, aceite, frutos secos de corteza dura, a
veces huevos y/o leche y, a menudo, productos aromáticos y especias.
Los tratados de cocina y de hisba
mencionan algunas de estas variedades de dulces, entre las que podemos
reconocer ciertos tipos -o precedentes- de turrón. Sobre el origen de este
dulce y su conexión con la gastronomía andalusí, existe una amplia
bibliografía, podemos decir que el “dulce blanco” que mencionan los textos
andalusíes, o base actual del turrón, se había difundido por todo Al-Andalus y
era conocido antes de que los invasores catalano-aragoneses entraran en la zona
valenciana (Sharq Al-Andalus), aunque su actual nombre no tiene ninguna
relación con el árabe. Fue Enrique de Villena quien en 1421 utiliza por primera
vez el nombre turrón, adaptándolo al castellano a partir del “torró”.
Ruperto de Nola da las recetas de
bastantes dulces de origen andalusí: “almendradas”, “mazapanes”, “empanadas de
azúcar fino”, “toronjas de Xátiva”, aparte de otras de origen morisco que
recoge la literatura de esta época (siglos XVI y XVII).
Se conocen documentos que
constatan envíos, a partir de 1420, de grandes partidas de dulces y confites a
diversos reyes aragoneses -Alfonso V- y castellanos -R. Católicos- elaborados
por confiteros valencianos; igual sucede entre los nobles y cortesanos. También
se constata a través de ellos que no hay fiestas dignas sin dulces
(confeccionados a base de especias y frutas exóticas) que son el complemento
indispensable de todos los regocijos y las grandes celebraciones, por lo que no
podemos olvidar el papel que desempeñaron los moriscos en la conservación y
transmisión de muy diversos aspectos de la vida andalusí, en este caso en
concreto, en el “comer dulces”.
Felicidades por tan fabuloso comentario histórico y cultural, Te felicito por este blog
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