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miércoles, 3 de abril de 2019

HISTORIAS SOBRE BOABDIL


Historias sobre Boabdil.

CAUTIVERIO DE BOABDIL
A principios de 1483, un ejército cristiano al mando del marqués de Cádiz se dirige a conquistar Málaga, en manos del destronado Muley Hacen, pero sufre una gran derrota. El rey granadino Boabdil, aprovechando la posición de debilidad en la que esta derrota sume a los cristianos, decide marchar contra Lucena (Córdoba), que había sido conquistada por Fernando III en 1240.

Gracias a su suegro y alcaide de Loja, Ibrahim Aliatar, Boabdil consigue armar un ejército que sale de Granada con 1.500 jinetes y más de 6.000 infantes. Llegan a Lucena el 20 de abril, pero parte de las tropas nazaríes, dirigidas por el abencerraje Ahmad ibn Sarria, atacan Aguilar, Montilla, La Rambla, Santaella y Montalbán en busca de botín, mientras el grueso ejército al mando de Boabdil intenta tomar la ciudad, defendida por el alcaide Henando de Argote.

Cuando el rey granadino ve que no puede tomar Lucena por la fuerza, y ante la posibilidad de la llegada de tropas en ayuda de la ciudad, decide proponer una capitulación a los lucentinos, que estos aceptan, por lo que levanta el cerco y regresa a Granada.

Durante el camino de vuelta, son atacados por Diego Fernández de Córdoba y el conde de Cabra y otros nobles que habían acudido a la llamada de socorro de la ciudad cordobesa. A mediodía, cuando las tropas granadinas hacen un alto para comer en el campo de Aras, son avisados por medio de sus vigías que están siendo perseguidos. Boabdil manda formar al ejército y se enfrenta a los cristianos, pero es derrotado. En el campo de batalla, junto al río Pontón de Bindera, mueren muchos nobles granadinos.

Cuando Boabdil intenta huir, es detenido por el peón Martín Hurtado en el arroyo Martín Gonzalo, y es llevado junto a otros prisioneros de alta alcurnia a los calabozos del castillo del Moral de Lucena, aunque pasarán varios días hasta que sus captores descubren que se trata del rey de Granada. Los Reyes Católicos deciden enviarlo al castillo de Porcuna, donde permanecerá varios meses hasta su liberación.

Después de diversas entrevistas en la ciudad de Córdoba, los Reyes Católicos y Boabdil llegan a un acuerdo sobre su liberación. Los términos del acuerdo incluyen que el rey nazarí pase a ser vasallo de Castilla, y, por tanto, se avenga al pago de tributo, y el compromiso de combatir a su padre, Muley Hacen, que, aprovechando la situación, se había hecho de nuevo con el trono de Granada. En este pacto jugó un papel determinante la madre de Boabdil, la sultana Aixa, que había negociado previamente con Isabel de Castilla la liberación de su hijo a cambio de que este luchara contra su padre para recuperar Granada.

Aventuras de la Historia.

ÚLTIMAS LÁGRIMAS DEL REY BOABDIL.
"Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre". Con estas palabras, en el hoy llamado Suspiro del Moro, el último lugar camino de las Alpujarras desde el que puede divisarse la colina sobre la que se asienta la Alhambra; Aixa, madre del último rey nazarí, quiso profundizar en la herida de su hijo, que había decidido aceptar un señorío en la sierra en el que poder reconstruir su vida. La última esperanza del rey Chico, al que una profecía había anunciado que todo a su alrededor sería llanto, pérdida y muerte y que nadie sobreviviría a su destino; era su esposa, la hermosa Moraima, que nunca había gozado de la simpatía de Aixa.

"Tú tampoco supiste defenderla, ni fuiste bastante para cambiar ni tu destino ni el mío", contestó Boabdil a su madre, que ya comenzaba a intuir su muerte. Pero la profecía debía cumplirse y, después de haber perdido el reino que marcaría la historia de Andalucía, Boabdil se enfrentó a su destino.

Durante el camino, Aixa se quedó en el viejo castillo de Mondújar junto con dos viejas sirvientas, como de manera excelente relata Magdalena Lasala en su libro Boabdil: Tragedia del último rey de Granada. Tras esta primera despedida, el rey Chico fijó su residencia en Laujar de Andarax con la esperanza de construir una nueva vida feliz para su adorada esposa, abatida por una gran melancolía.

Al-Zagal, tío de Boabdil, llegó a Fez, en el norte de África, pero por su carácter temible se enfrentó con el rey. Condenado a vivir un largo confinamiento en un calabozo, Al-Zagal recibió la oscuridad eterna cuando un verdugo quemó sus ojos. Tras comprar su libertad con todas sus posesiones, se convirtió en un mendigo que contaba viejas historias sobre el reino nazarí, del que afirmaba haber sido rey sin que nadie lo creyera.

La desgracia, que ya se había cebado desde el nacimiento del rey Chico con la última familia de la dinastía nazarí, no cesó en su empeño de que el destino corroborara la profecía. En medio de un inmenso lago de tristeza Moraima quedó encinta, lo que le devolvió parte de la felicidad arrebatada. Fue entonces cuando ambos decidieron abandonar las Alpujarras camino de Fez, con cuyo rey, Boabdil mantenía una fraternal amistad, a pesar del trato que había recibido su tío. Antes de partir, en la primavera de 1493, Moraima cayó enferma. Cuando la hermosa reina se puso de parto, las complicaciones hicieron que tanto ella como la niña que llevaba en el vientre perdieran la vida. El desconsuelo de Boabdil el Chico frente al cuerpo sin vida de su amada dio lugar a un sollozo que algunas noches puede oírse en el paisaje alpujarreño, entre una leve llovizna que acompañó a Moraima en sus últimas horas. Mientras los árboles ven resbalar la lluvia por sus ramas, las lágrimas del rey dan lugar al nacimiento de nuevos olivos.

Boabdil, desconsolado, intentó acabar con su vida. Pero fue inútil. Condenado a la inmensa soledad de ver morir a todos los que le seguían, y tras cruzar el mar en octubre de 1493, Boabdil se instaló en Fez. En 1528, resignado a la vida eterna, pocos días después de su 60 cumpleaños, Boabdil subió a su caballo para defender la ciudad de Fez de las tropas jerifes. En la batalla murieron el sultán y los generales amigos de Boabdil. Desesperado, el rey Chico, el último rey de Granada, arremetió contra sus enemigos y encontró la muerte sobre su corcel, que arrastró su cuerpo por todo el lecho del río hasta llegar al mar.

Fernando Valverde. El País.
Publicado por al-Andalus en 9:35 

EL AMOR ENTRE CRISTIANOS Y MOROS: ALFONSO VI Y ZAIDA


El amor entre cristianos y moros: Alfonso VI y Zaida.

Es esta una historia real y verdadera, entre un rey cristiano Alfonso VI y una bella princesa musulmana, hija del rey de taifa de Sevilla, Mutamid. Tal vez sea la mas hermosa historia de amor, no solo de la España medieval, sino de la España de todos los tiempos.

Al rey Mutamid le nació una hija de su esclava favorita. La niña fue bautizada con el nombre de Zaida, y era de una belleza espectacular. Se educó en una corte de cultura refinada y exquisita, recibiendo clases de canto, de música, de poesía, de relaciones sociales… convirtiéndose en una mujer inteligente, discreta, que causaba admiración en cuantos la veían y la trataban. Pero eran tiempos duros para los reinos de taifas, nacidos de la disgregación del Califato. Aunque Mutamid tenía uno de los reinos más fuertes, no por eso dejo de ser tributario de los cristianos el Norte, en concreto de Alfonso VI, que por aquel entonces eran más poderosos que sus desmembrados vecinos del sur.

Cuando Zaida contaba solo 12 años, entró en los acuerdos políticos que su padre intentaba cerrar con el rey castellano. Durante años, los dos reinos fueron aliados y, era frecuente, que los ejércitos castellanos acudiesen en socorro de las tropas sevillanas, principalmente, para sofocar rebeliones internas que solían darse a menudo en los reinos de taifas. Mutamid quiso cerrar el pacto con Alfonso VI y le ofreció lo mejor que tenía su hija Zaida.

Alfonso, que había oído hablar de las muchas virtudes que adornaban a la princesa así como de su singular hermosura, no dudó en aceptar a la jovencita como prometida, si bien para un futuro, puesto que ella era muy niña, todavía, y el estaba casado con Inés de Aquitania.

El rey cristiano aseguró al rey musulmán que el matrimonio no tardaría mucho en celebrarse, pues su esposa, que debía estar enferma, no podía vivir mucho más. La princesa Zaida llevaba como dote, nada menos que numerosas plazas fuertes, lo que si cabe, le hacía aún mas deseable y el monarca castellano no estaba dispuesto a renunciar a ella bajo ningún concepto.

Pero el tiempo pasaba y la boda no llegaba a concretarse, mientras Alfonso VI iba casándose con otras princesas cristianas. Desde el momento en que se vieron Zaida y Alfonso se amaron, pero constituía un escándalo que un rey cristiano se casase con una musulmana, por muy princesa que fuera. El monarca dejo que se impusiesen los criterios de la orden religiosa de Cluny que tenía gran influencia en todas las cortes europeas. Un delegado de esta orden se acercó hasta la corte castellana, para disuadir a Alfonso  de su casamiento con una mora, cuando muy bien podía hacerlo con Constanza de Borgoña, por ejemplo, princesa también y además cristiana.

En 1091 Zaida se desplazó a Castilla con un mensaje desesperado de su padre, Mutamid. El reino de Sevilla estaba en grave peligro de caer en manos de los almorávides, de hecho los dominios sevillanos estaban ya cercados por ellos, y enviaba a su mejor embajadora, Zaida, para que animase al rey castellano a que corriera en su ayuda.

Pero nada se pudo hacer, cuando la princesa andalusí llegó a la corte castellana, se recibieron noticias de que Sevilla había caído y Mutamid, así como el resto de la familia real, eran prisioneros de los almorávides. Zaida quedó sola, en una tierra que le era extraña, y se acogió a la protección de su eterno prometido, el rey Alfonso VI. De ahí a convertirse en amantes, solo había un paso. Ambos se querían, y la pasión que sentía el uno por el otro les acabó de unir definitivamente.

En 1094 tuvieron un hijo, el infante don Sancho, que se convertiría en el heredero de la corona, Zaida decidió renunciar al islamismo y se bautizó con el nombre de Isabel. El rey, su prometido y padre de su hijo, en aquellos momentos estaba casado con Berta de Borgoña, a los que los asuntos amorosos de su esposo, no le importaban ni mucho ni poco.

Así esperaron otros cinco años más, hasta que en el 1099 murió la reina y Alfonso, cansado de casarse con mujeres que no quería, contrajo, por fin, matrimonio con la amada de su corazón. El 14 de mayo de 1100 se casaron y su hijo quedo legitimado. El rey tenía esposa y heredero, un heredero por el que corría la noble sangre de cristianos y musulmanes, una ocasión de oro para el entendimiento entre ambas culturas.

Pero la felicidad para los tres fue muy corta. Apenas siete años después, cuando la reina Isabel, que tenía tan solo 41 años, enfermó y murió al poco tiempo. Alfonso, que ya era muy mayor, quedó desolado, pero ella, por lo menos, se libró del dolor de ver morir a su hijo, un año mas tarde, en la terrible batalla de Uclés. Ese dolor quedó entero para Alfonso, que en un tiempo tan breve, perdió a los dos seres que más quería en este mundo.

   Zaida fue enterrada en el panteón de los reyes de León, en San Isidoro, y más tarde fue llevada a Sahagún. El pueblo la amó y la respetó y con ella murió también una historia de amor que fue  más allá de la cultura, de la religión y de los condicionamientos sociales... y que hizo lo que era aún más difícil: esperar y superar el paso del tiempo.

Concha Masiá. Al - Andalus.
Publicado por al-Andalus en 2:40 

ZAIDA



ZAIDA....

Zaida (1063 - 1101) fue una princesa musulmana de al-Ándalus, nuera de al-Mu'tamid y concubina de Alfonso VI con quien tuvo a Sancho Alfónsez muerto en la Batalla de Uclés (1108).

Primeros datos
Su nacimiento debió de producirse hacia 1063 en Al-Ándalus.
Las primeras informaciones sobre la vida de Zaida nos la proporciona la crónica árabe Al-Bayan al-mugrip de Ibn Idari, traducida por E. Levi-Provençal, para decirnos que se casó con Abu Nasr Al'Fath al-Ma'mun, rey de la taifa de Córdoba, hijo del rey sevillano Muhammad ibn 'Abbad al-Mu'tamid (1040-1095). Por lo tanto fue nuera y no hija del rey 'Abbad al-Mu'tamid.
El Cronicón de Cardeña dice que era sobrina de d'Auenalfage, personaje al que Menéndez Pidal, en La España del Cid, identifica con Alhayib, rey de Lérida y Denia (1081-1090).
La toma de Toledo y la venida de los almorávides
Alfonso VI (1040-1109) toma en 1085 Toledo, alarmando a los andalusíes que ven peligrar su futuro, forzándoles a tomar la decisión, no sin grandes reparos, de llamar en auxilio a unos curtidos guerreros, nómadas bereberes -sobre todo lamtunas- del otro lado del estrecho llamados almorávides.
El rey sevillano al-Mutamid le pide ayuda en estos términos:


Él [Alfonso VI] ha venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellas cruces y que sean regidos por sus monjes [...] Dios os ha concedido un reino en premio a vuestra Guerra Santa y a la defensa de Sus derechos, por vuestra labor [...] y ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán en vida el paraíso. (Citado por al-Tud, Banu Abbad, de Ibn al-Jakib, al-Hulal, pg. 29-30).

Yusuf cruza cinco veces el estrecho. La primera vez derrota a Alfonso VI en Sagrajas (1086), la segunda vez tuvo lugar el cerco del castillo de Aledo (1088), en la tercera venida (1090) traía la firme decisión de destituir a todos los reyes de taifas y proclamarse emir de todo el Al-Ándalus. Caen Málaga, Granada y viendo el giro que habían tomado los acontecimientos, el rey al-Mu'tamid le pide a su hijo al-Ma'mun, que dejó al cargo de Córdoba, que mantuviese a todo trance la posición de la ciudad, pues sería impensable que tras la caída de esta fortaleza se pudiera mantener la de Sevilla. Los almorávides se acercan a Córdoba y al-Ma'mun, previendo un fatal desenlace, pone a salvo a su esposa, Zaida, y a sus hijos enviándolos con setenta caballeros, familiares incluidos, al castillo de Almodóvar del Río que anteriormente había fortificado y abastecido.
La dispersión de los barrios cordobeses y la connivencia de sus moradores influyeron decisivamente para que el 26 de marzo de 1091 cayera la capital según lo cuenta Abbad, T.I, pp 54-55, en su obra Cartás y Abd-al-Wahid: "Fath al-Ma'mun intentó abrirse camino con su espada a través de los enemigos y de los traidores pero sucumbió al número. Se le cortó la cabeza, que la pusieron en la punta de una pica y pasearon en triunfo".
En verano de 1091 Alfonso VI de León, que recibía las parias de la taifa de Sevilla, intentó cumplir con sus obligaciones de protector enviando, al mando de Álvar Fáñez, un ejército de socorro a Almodóvar del Río. Tras una dura batalla a campo abierto contra los almorávides en la que ambas partes sufrieron numerosas bajas, el magnate de Alfonso VI fue derrotado, pero Zaida fue acogida en la hueste cristiana y llegó a la corte de Toledo de Alfonso VI, con quien casó tras convertirse esta al cristianismo y adoptar el nombre de Isabel.
Nacimiento de Sancho
Mucho se ha debatido sobre el nacimiento de Sancho, pues las crónicas son contradictorias, lo más probable es que naciera en el segundo semestre de 1093 o en el primero de 1094.
El rey castellano era de edad madura y tras cinco matrimonios y dos concubinatos no tuvo ningún hijo varón que le sucediera. Desde el mismo momento que nació Sancho Alfónsez, el rey lo reconoció como su directo descendiente llamado a gobernar León, Castilla, Galicia con Portugal y el resto de condados. En El quirógrafo de la moneda se da la noticia de que su padre lo había nombrado en 1107 gobernador de Toledo.
No queda claro en las fuentes si Zaida llegó a casarse o no. En la crónica De rebus Hispaniae, del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, se cuenta entre las esposas de Alfonso VI. Pero la Crónica najerense y el Chronicon mundi indican que Zaida fue concubina y no esposa de Alfonso VI.
Otras fuentes dicen que Zaida se acomodó en la corte leonesa, renunció al islam, y se bautizó en Burgos con el nombre de Isabel. No solo conservó todas sus costumbres sino que las difundió e introdujo nuevos y frescos aires culturales de la sociedad musulmana. El arabista González Palencia escribe en su Historia de la España Musulmana que la corte de Alfonso VI, casado con Zaida (sic), parecía una corte musulmana: «sabios y literatos muslimes andaban al lado del rey, la moneda se acuñaba en tipos semejantes a los árabes, los cristianos vestían a usanza mora y hasta los clérigos mozárabes de Toledo hablaban familiarmente el árabe y conocían muy poco el latín, a juzgar por las anotaciones marginales de muchos de sus breviarios».
Descendencia
Fruto de su relación con Alfonso VI el Bravo, rey de Castilla y León, nacieron tres hijos:
Sancho Alfónsez (c. 1093–1108), su único hijo varón y heredero del trono, murió en la batalla de Uclés.
Elvira (1100–1135), contrajo matrimonio en 1117 con Rogelio II de Sicilia, rey de Sicilia, con descendencia.

Sancha (1101–c. 1125), primera esposa de Rodrigo González de Lara, conde de Liébana con quien tuvo a Elvira Rodríguez de Lara, mujer del conde Ermengol VI de Urgel.
Sepultura de Zaida
El rey Alfonso VI quiso que los restos mortales de Zaida descansaran en el mismo lugar que había destinado para él mismo, sus reinas e hijos, y por ello, ciertas fuentes señalan que fue sepultada en el Monasterio de San Benito de Sahagún, exactamente en el coro bajo, antes de llegar al atril. Quadrado, en sus Recuerdos y bellezas de España, dice que en "Sahagún descansa en túmulo alto el rey y debajo de una sencilla lápida Isabel y el joven Sancho, su hijo". En la lápida que cubría los restos de Zaida aparecía esculpida la siguiente inscripción:

UNA LUCE PRIUS SEPTEMBRIS QUUM FORET IDUS SANCIA TRANSIVIT FERIA II HORA TERTIA ZAYDA REGINA DOLENS PEPERIT4

No obstante, en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León se conserva una lápida, cuyo epitafio, redactado en términos latinos, dice así:

H. R. REGINA DOMNA ELISABETH, UXOR REGIS ALFONSI, FILIA BENAUET REGIS SIVILIAE, QUAE PRIUS ZAIDA FUIT VOCATA.

El sepulcro que contenía los restos de Alfonso VI fue destruido en 1810, durante el incendio que sufrió el Monasterio de San Benito. Los restos mortales del rey y los de varias de sus esposas, entre ellos los de Zaida, fueron recogidos y conservados en la cámara abacial hasta el año 1821, en que fueron expulsados los religiosos del monasterio, siendo entonces depositados por el abad Ramón Alegrías en una caja, que fue colocada en el muro meridional de la capilla del Crucifijo, hasta que, en enero de 1835, los restos fueron recogidos de nuevo e introducidos en otra caja, siendo llevados al archivo, donde se hallaban en esos momentos los despojos de las esposas del soberano. El propósito era colocar todos los restos reales en un nuevo santuario que se estaba construyendo entonces.4 No obstante, cuando el monasterio de San Benito fue desamortizado en 1835, los religiosos entregaron las dos cajas con los restos reales a un pariente de un religioso, que las ocultó, hasta que en el año 1902 fueron halladas por el catedrático del Instituto de Zamora Rodrigo Fernández Núñez.
En la actualidad, los restos mortales de Alfonso VI el Bravo reposan en el Monasterio de Benedictinas de Sahagún, a los pies del templo, en un arca de piedra lisa y con cubierta de mármol moderna, y en un sepulcro cercano, igualmente liso, yacen los restos de varias de las esposas del rey, entre ellos los que se atribuyen a Zaida.
Los restos que se conservan de la reina Zaida (la bóveda craneal, la clavícula derecha, el húmero izquierdo y la mitad del distal del radio de ese mismo lado) dictaminan que tenía una estatura de 152,6 cm. Los especialistas que estudiaron sus restos llegaron a la conclusión de que en el momento de su muerte debía tener unos 30 años de lo que se deduce que debió nacer hacia 1063.
Homenajes
Cuenca ha querido reconocer a la que de una u otra forma ha influido en su historia y así, en el pleno del Ayuntamiento del 16 de febrero de 1959, siendo alcalde Bernardino Moreno Cañadas, se adoptó el acuerdo de otorgar una calle en el Polígono de Los Moralejos, en el Cerro Pinillos, de San Agustín, a la Princesa Zaida.
En Madrid, Zaida también dispone de su calle, desde el 14 de julio de 1950, siendo alcalde el Conde Santamarta de Babio. Discurre desde la de Carlos Daban a la de la Oca en el distrito de Carabanchel.
También hay una calle nombrada por Zaida en Arboleas (Almería), en el barrio de La Perla.
En la ciudad de León existe también una calle con el nombre de Reina Zaida.

Publicado por al-Andalus en 6:55 

martes, 2 de abril de 2019

AIXA. Madre de Boabdil



A'isha bint Muhammad ibn al-Ahmar, reina de Granada, llamada A'isha al-Hurra (La Honesta o la Fría) a pesar de los pocos documentos que tenemos sobre su vida e incluso de la polémica surgida en torno a su nombre verdadero, era conocida en la tradición española como Aixa.

Al parecer, Aixa era hija del rey de Granada Muhammad X el Cojo, aunque según otros autores lo era de Muhammed VIII el Zurdo. Procedía de la familia real de Granada y debía de gozar de considerable patrimonio y prestigio por sí misma, que explicarían su notable influencia pública posterior.

Según un documento aportado por Luis Seco de Lucena, recibió de su hermana Umm al-Fath la alquería de Sujayra (hoy Zujaira), que vendería el 3 de octubre de 1492 al caballero cristiano D. Luis de Valdivia por el precio de dos mil quinientos reales de plata, alquería que pasaría luego a ser propiedad de los Reyes Católicos.

En la misma ciudad de Granada, poseía el palacio de Dar al-Horra y en la vega de Granada, extramuros de la ciudad, el palacio del Alcázar Genil que tenía una naumaquia, en donde se celebraban juegos navales de recreo en verano y eran estos los lugares donde pasaba sus períodos de recreo y que estaba muy cercano al morabito almohade, hoy ermita de San Sebastián.

Esta naumaquia, de la que hasta hace unos años aún se conservaban restos de muros y de carácter hidráulico, iniciaron su definitivo declive con el trazado del camino de ronda, que la partió en dos mitades y la edificación de las posteriores urbanizaciones que allí se ubicarían, siendo la única voz que se opuso en Granada a su destrucción definitiva la de una diputada socialista por Granada, María Izquierdo Rojo, con sus interpelaciones y preguntas parlamentarias en 1979 y 1980.

Palacio Alcazar del Genil, residencia de verano
de la reina Aixa, madre de Boabdil

Aixa fue durante unos veinte años la sultana consorte del rey Abu l-Hasan Alí, conocido como Muley Hacem en las crónicas cristianas, con el que tuvo dos hijos varones, Abu Abd Allah Muhammad (conocido en las fuentes castellanas como Boabdil el rey chico) y Abu-l-Hayyay Yusuf, y una hija llamada Aixa.

El sultán se enamoró de una esclava cristiana llamada Isabel de Solís, que tomó el nombre de Zoraya al convertirse al Islam, y con la que tendría dos hijos varones, hasta tal punto que acabó por desbancar a Aixa de la condición de sultana y confinarla en habitaciones menos regias, dentro de los palacios nazaríes de la Alhambra. Al ser repudiada por Muley Hacen, Aixa pasaría a habitar la sala de Dos Hermanas con sus hijos.

Cuentan las crónicas que Aixa era llamada también al-Horra, es decir, la fría o la sexualmente indiferente, lo que la incapacitaba para hacer feliz al rey Muley Hacén, un rey que eligió a esclava Isabel de Solís, Soraya para los musulmanes de Granada, que se dice estaba encerrada en la hoy llamada torre de la Cautiva.
Era Aixa un desatino de la naturaleza, que la había privado de cualquier signo de belleza. Su virilismo hipofisario se evidenciaba en su voz grave, en el pelo que le crecía en sus mejillas y en su desarrollo muscular, más propio de un hombre.

Favorecedora de las intrigas palaciegas y rival de Isabel de Solís, fue el alma de la resistencia contra los Reyes Católicos y acompañó a su hijo en 1492 a La Alpujarra y en 1493 a Fez.

En 1484, los celos, la rivalidad entre Aixa y Zoraya, el temor por la sucesión de sus hijos, junto con la desconfianza ante las intenciones del sultán, instaron a Aixa a participar, con la facción noble de los Abencerrajes, en una conspiración para destronar a su esposo y poner en su lugar a su hijo Boabdil.

Tras liberar a éste de una de las torres de la Alhambra, según la tradicións se dice que su padre, el rey Muley Hacen, le tenía preso en la torre de las Damas, y Aixa incitó a Boabdil y su hermano Yusuf a huir a Guadix, donde el primero se rebeló contra su padre y fue proclamado rey, según refiere Hernando de Baeza. Poco después, tras una sangrienta guerra civil, el 5 de julio de 1482, Boabdil era proclamado rey de Granada. Aixa volvió a intervenir con tenacidad y firmeza en 1483, cuando su hijo cayó prisionero de los cristianos en la batalla de Lucena, y ella negoció su liberación.

Poco se sabe de su vida en los siguientes años, pero debió de seguir -y de implicarse muy de cerca en los agitados y decisivos acontecimientos que estaban teniendo lugar en Granada: las pretensiones al trono de El Zagal, su cuñado, y el hostigamiento constante de las tropas cristianas. Aixa se convirtió en el alma de la resistencia contra éstas.

Si se sabe que a la muerte de Muley Hacén, el Zagal proclamó su sucesor, que mandaría asesinar al hermano de Boabdil, Abu-l-Hayyay Yusuf, el segundogénito de la dinastía, y que envió su cabeza a la Alhambra envuelta en alcanfor.

Mujer enérgica y de carácter fuerte y acusada personalidad, el retrato que de ella hacen las fuentes castellanas es el de una persona de arrebatos pasionales y genio viril. Su agitada vida ha dado lugar a ser utilizada como tema recurrente en la literatura hasta nuestros días. En realidad, fue una mujer capaz de tomar importantes decisiones que influyeron en la evolución política del reino, para asegurarse la sucesión de su hijo primogénito al trono de la Granada nazarí.

Los abencerrajes eran una de las familias más relevantes de la política granadina, jugando un importante papel a lo largo del siglo XV. Los Banu Sarray -nombre originario de la familia- procedían del norte de África, participando la mayor parte de sus miembros en las diversas revueltas socio-políticas que tuvieron lugar en la Granada nazarí.

Se dice que Boabdil ordenó el asesinato de los principales miembros del clan para evitar así las intrigas políticas y fortalecer la corona cuando descubrió que en el patio de la Sultana, llamado así por la leyenda que cuenta que, junto al tronco de un ciprés, se veían a escondidas la esposa de Boabdil y un caballero de la familia de los Abencerrajes y que, al ser descubiertos por el rey, éste mando asesinar a toda la familia en la sala de Abencerrajes de la Alhambra.

Llamó a todos sus rivales a un salón contiguo al Patio de los Leones de la Alhambra y allí los asesinó; desde ese momento ese salón recibe el nombre de los Abencerrajes.
Los abencerrajes, lienzo de Fortuny y foto de la sala

Mariano Fortuny se hace eco de esa leyenda para crear un atractivo lienzo que está sin concluir, apreciándose claramente el abocetamiento reinante en la composición. A pesar de ello, el decorativismo de la estancia donde tiene lugar la matanza es digno de elogio, mostrándose todos los ornamentos que caracterizan al palacio nazarí con sus variados colores de gran riqueza decorativa.

Las figuras están someramente elaboradas aunque podemos dar cuenta de la crueldad del ejecutor que apoyado en la pared dirige su mirada a un grupo de nobles que se arrodilla a la entrada de la sala. La luz tiene un importante papel en esta composición al resaltar los brillos del alicatado e inundar con toda su fuerza la zona central del espacio, creándose un acertado contraste lumínico.

El Tribunal de la Alhambra se relaciona con este lienzo, creando una temática de gran éxito para el artista.

La leyenda dice que en Enero de 1492, cuando iban camino de La Alpujarra, en un momento dado, al alcanzar un viso en la zona de Al Badul, cercano a Otura, se detuvo y, volviendo la mirada hacia sus palacios, exclamó con un profundo suspiro de resignación:

¡Alá Akbar! (Dios es grande)

Boabdil volvió la vista atrás llorando para contemplar Granada por última vez y Aixa, su madre, la sultana Aixa Al-Horrá, increpó su vano lamento con las siguientes palabras:

“Bien haces, hijo, en llorar como mujer
lo que no fuiste capaz de defender como hombre"

Dado que en aquellos tiempos, la historia se transmitía por vía oral de generación en generación, existen otras variantes sobre tan lacerante sentencia:


“Llora, llora como mujer
lo que no supiste defender como hombre.”

“Justa cosa es que el rey y los caballeros lloren como mujeres,
pues no pelearon como soldados.”

Debido a esto el pequeño puerto de montaña recibe el nombre del Suspiro del moro (Fer Allah Akbar), que también se denominó en épocas pasadas, en la época romántica, como “la cuesta de las lágrimas”.

Cuando la ciudad se rindió a los Reyes Católicos el 2 de enero de 1492, Aixa partió al exilio con su hijo, primero al señorío de Andarax, en La Alpujarra, donde su visir Aben Comixa concretó la venta de todos sus bienes en 1943, a espaldas de Boabdil.

El rey chico, que un tiempo antes había visto morir a su fiel Morayma en el exilio de Andarax, embarcó en Adra y fue recibido por el rey meriní de Marruecos. En la ciudad marroquí de Fez se cuenta que construyó un palacio parecido a la Alhambra y se dice que murió en campaña treinta y dos años después de su partida. A Aixa seguramente le sobrevendría la muerte en Fez.
Publicado por al-Andalus en 7:55 

martes, 18 de diciembre de 2018

AL ZARQALI (Azarquiel)



Al Zarqali, o Azarquiel nació en Toledo en el año 420 H (1.029 dC) Fue un destacado astrónomo y matemático que, a raíz de la conquista de la ciudad por Alfonso VI en 477 H (1.085 dC), se trasladó a Córdoba, donde murió en el año 493 H (1.100 dC). Construyó excelentes instrumentos astronómicos, y otros aparatos de precisión, y fue muy admirado por su amplio conocimiento de esta ciencia. Said de Toledo, que escribió una obra de astronomía, le describe como el mejor conocedor de los movimientos de los astros, la observación astronómica, preparación de tablas y construcción de instrumentos.
Hizo un reloj de agua capaz de determinar la hora del día y de la noche, y los días de los meses lunares: el reloj anafórico, lo cual le dio un gran prestigio y acrecentamiento de su fama. Con referencia a dicho reloj existe una descripción realizada por Al Zuhri y Al Maqqari, exponiendo los siguientes detalles: «Lo que hay de sorprendente en Toledo, tanto que no creemos que haya en todo el mundo habitado ciudad alguna que se le iguale en esto, son dos recipientes de agua que fabricó Al Zarqali. Cuentan que oyó hablar de cierto aparato que hay en la ciudad india de Arín y se propuso construir un artificio parecido por el que supiera la gente qué hora del día o de la noche era y pudiera conocer la edad de la Luna. Para ello construyó grandes estanques en una casa, en las afueras de Toledo, a orillas del Tajo, haciendo que se llenaran de agua o se vaciaran según el crecimiento y menguante de la Luna».
Y continúan diciendo: «Según nos han informado personas que vieron estas clepsidras funcionaban así: en cuanto aparecía el novilunio, el agua empezaba a afluir a los estanques por tuberías invisibles de tal modo que al anochecer el día siguiente había la mitad de un séptimo justo de agua. De este modo iba aumentando el agua en los estanques, así de día como de noche, hasta que al fin de una semana estaban llenos hasta la mitad y la semana siguiente se veían rebosar llenos del todo. Luego, a partir de la decimoquinta noche del mes, la Luna empezaba a decrecer el agua del estanque a razón de la mitad de un séptimo cada día, y el día vigésimo noveno del mes quedaban vacíos del todo los estanques. Si durante este ciclo de aumento y disminución del agua alguien extraía parte de ella, aumentaba el flujo de las tuberías de abastecimiento de tal modo que no se alteraba el ritmo del ciclo. Lo mismo ocurría si alguien aumentase el caudal de los estanques, pues lo que sobraba salía inmediatamente».
Su nombre se asocia, asimismo, a las tablas toledanas, que se basaban en las enseñanzas del Sindhind y en las obras de sus predecesores, principalmente de Al Juwarizmi, aunque también añadió sus propias observaciones y estudios. Su legado de astronomía fue enorme, como atestiguan sus numerosas obras, entre las que se halla el "Libro de las Tablas" (Yadwal), en forma de almanaque, que contenía diversas tablas: algunas determinando qué día marca el comienzo de cada mes lunar copto, romano o persa; otras describiendo la posición del Sol, la Luna y otros astros, y otras prediciendo los eclipses de Luna y de Sol.
Otra de sus obras fue "Suma referente al Movimiento del Sol", que recoge el fruto de 25 años de observaciones para demostrar y medir el movimiento del apogeo solar respecto a las estrellas, modo de determinar la posición del Sol basándose en las tablas, la posición de los planetas, longitud y latitud, y los eclipses de Luna y Sol.
También mejoró un tipo de astrolabio llamado Al Safíhah, sobre el cual escribió un tratado que fue traducido al romance por orden de Alfonso X el Sabio. Sus "Tablas Astronómicas Toledanas", elaboradas hacia el año 740 H (1.340 dC), fueron la base de la primera redacción de las "Tablas Alfonsíes", de Alfonso X el Sabio, y se tradujeron al latín por Gerardo de Cremona (*).
(*) Acerca de tales materias y estudios de Astronomía, enumera el autor Anwar G. Chejne, en su obra "Historia de España Musulmana" las siguientes puntualizaciones: "Carra de Vaux, en Arnold y Guillaume, "Legacy of Islam", pág. 394: Los árabes construyeron numerosos observatorios astronómicos e instrumentos astronómicos tanto en Oriente como en España. A. Sayli, "The Observatory in Islam and Its Place in the General History of the Observatory", Ankara, 1960; H Michel, "Traité de l’Astrolabe", París, 1947. L.A.Mayer, "Islamic Astrolabists and their Works", Génova, 1956; J.M. Millás Vallicrosa, "Los primeros tratados de astrolabio en la España árabe".

sábado, 15 de diciembre de 2018

ABBAS IBN FIRNAS




Sabio musulmán andaluz, natural de Ronda (Málaga), que vivió en la segunda mitad del siglo XI. Descubrió el proceso de fabricación del vidrio, el cual puso en práctica en los hornos de Córdoba.
600 años antes de Leonardo de Vinci, Abbas ibn Firnas ensayó una máquina voladora individual. Con un par de alas y un traje cubierto de plumas se lanzó al aire desde la Ruzafa cordobesa; se mantuvo largo rato y aterrizó, al fin, con cierta violencia pero sin daños físicos.
Fue el primero en utilizar en toda la Península Ibérica las tablas astronómicas de Sinhind, de origen indú, que más tarde resultarían básicas en el desarrollo de la ciencia europea. Introdujo también la técnica para tallar el cristal y construyó un reloj anafórico y la primera esfera armilar europea. El reloj anafórico es una complicada máquina que utiliza agua como líquido motor, a la que cierran o abren el paso una serie de válvulas y sirve para dar la hora tanto de día como de noche. Las esferas armilares, por su parte, se utilizaban para realizar cálculos y observaciones astronómicas aproximadas, orientando los círculos del instrumento según el plano de los círculos celestes.
Entre sus contemporáneos, Ibn Firnas fue conocido como astrólogo, alquimista y poeta. Pero, sobre todo, como sabio excéntrico, a causa de ideas como la de construir un planetario en una sala de su propia casa que representaba la bóveda celeste y ambientarlo todo con efectos sonoros y visuales que simulaban los distintos agentes atmosféricos: la tormenta, el rayo y el trueno. En realidad el rondeño, Ibn Firnas, fue el primer científico andaluz destacado. Durante el Emirato, la época de Ibn Firnas, comienza a despertar la ciencia y la tecnología en Al Andalus. Los hechos más significativos son el uso del papel, la utilización de las cifras árabes o numerales y la primera mención conocida de la brújula. Paralelamente se introducen muchas plantas hasta entonces extrañas en el mundo occidental: el azúcar, las espinacas, las berenjenas, las alcachofas, la sandía, el albaricoque, el arroz, el limonero, etcétera.
El gran historiador de la ciencia, Georges Sarton, considera Al Andalus como el más importante centro cultural del mundo en la Edad Media. De la dependencia científica que tenían los cristianos y judíos de los musulmanes da cuenta la siguiente advertencia del alfaquí sevillano Ibn Abdun, que dice en el 493 H (1.100 dC) : «No deben venderse a judíos ni a cristianos libros de ciencia, salvo los que tratan de su ley porque después traducen los libros científicos y se los atribuyen a los suyos y a sus obispos, siendo así que se trata de obras musulmanas».
Abbas Ibn Firnas fue el único que descifró el tratado de métrica árabe de Jalil. Se desconoce la fecha de su nacimiento, aunque se sabe que murió en Córdoba en el 273 H (887 dC).

martes, 11 de diciembre de 2018

IBN ZAIDÚN (1003-1070)



Desde su origen, la poesía árabe se ha nutrido de los poemas amatorios de los beduinos del Hiÿaz, compuestos en la llamada Edad de la Ignorancia (en árabe, al-ÿahiliyya) -el período de la antigua Arabia pagana-, que concluyó con la revelación del profeta Mahoma. A partir de entonces, este tipo de poemas aparece a lo largo de toda la historia de esta literatura; incluso existe hoy en día en la literatura árabe contemporánea. No es extraño que en la poesía árabe-andaluza coexistan también, pero con la particularidad de concretarse mediante las formas literarias del zéjel y la moaxaja, relacionadas ambas con la música.

La prosodia no clásica del zéjel (en árabe, zaÿal "melodía"), que quebró la rígida estructura de la casida, es en buena medida una contribución de al-Andalus a la poesía islámica árabe. Su esquema más común se basa en un estribillo o jarcha ("salida") asonantado, sin número fijo de versos, y una mudanza de cuatro versos, el último de los cuales rima con el estribillo. Uno de los maestros más grandes de este género poético, y de la poesía amorosa árabe-andaluza en general, fue el cordobés Ibn Zaidún, que hizo de su amada, la bella princesa Wallada bt. al-Mustakfi, su protagonista .
La caída del califato Omeya (1031) marca el inicio de lo que se llama históricamente el régimen de los reyes de Taifa, que dividió al estado e hizo independientes las ciudades grandes. Los árabes y los beréberes dominaban la mayor parte de las ciudades del centro, Oeste y Sur de la Península Ibérica y la competencia entre ellas provocó un gran florecimiento en la Literatura y la Ciencia. Al mismo tiempo, estallaron grandes guerras entre ellas. Córdoba fue uno de estos grandes reinos y ahí nació, en el seno de una familia aristocrática, el mejor poeta de al-Andalus, Abu-al-walid Ahmad b. Abadía, conocido por Ibn Zaidún (1003). Puesto al servicio del rey al-Mutamid de Sevilla, morirá en esta última ciudad en el año 1070.

IV. 1.  La poesía de Ibn Zaidún.
Antes de hablar de la poesía de Ibn Zaidún, se ha de señalar que –además de sus composiciones en verso- Ibn Zaidún es autor de algunos opúsculos en prosa, entre los que destaca la llamada Risála hazliyya, de tono burlesco, que es precisamente la obra en que el poeta desfoga su ira poniendo en boca de Wallada una sátira contra Ibn Abdus, con lengua hiriente y voces muy subidas. De otro carácter es la Risála ŷiddiyya, de tono grave, dirigida en los momentos de su desgracia al señor de Córdoba buscando la reconciliación. Se trata de una epístola densa llena de citas eruditas.
La poesía de Ibn Zaidún, de lenguaje sencillo en general, es fácil de entender. Su verso se desliza con un ritmo suave y musical y sus metáforas no suelen ser demasiado fuertes, aunque, como muchas de ellas son adoptadas de poetas orientales, pueden a veces chocar con la mentalidad occidental.  En cambio, su prosa es difícil y ha requerido comentarios especiales, como los de Ibn Nubáta y as-Safadi.
Por otra parte, se advertirán en él ideas renovadas, con lenguaje apropiado a las corrientes contemporáneas de libertad, patente en algunas alusiones antes prohibidas, como las referentes al mantiq (lógica), alyadal (dialéctica), a la discusión del kalám (escolástica) y también a ciertas elucubraciones sobre la duda y la certeza.
Entre las producciones de Ibn Zaidún no escasean los poemas eróticos - aparte de los inspirados por la imagen de Walada- pero también cultiva ampliamente otros géneros. Así, compone panegíricos a los altos señores que conoció a lo largo de su vida, a veces con hipérboles desmesuradas o comparaciones manidas, como era frecuente; también compuso elegías, en las que se mezclan notas emotivas con ideas comunes, sátiras violentas contra sus enemigos. Engarza, incluso, alguna moaxaja y se complacerá versificando intrincados acertijos simbólicos con nombres de pájaros. En poemas de fajr o autoelogio, alardeará de su exquisito refinamiento, de su gran cultura que le ha elevado a un alto rango, de su inteligencia penetrante como el hierro de una lanza. Y en su arrogancia, y sin duda con razón, proclamará que el amor iguala al amante con la amada, aunque no posean la misma nobleza.

Se puede decir que Ibn Zaidún es un poeta neoclásico con influjo, sobre todo, de al-Mutanabbí. Según Ibn Bassám, nuestro poeta alcanzó la mayor perfección en prosa y verso. Para as-Safadi, uno de sus principales comentaristas, el hombre que quiera lograr un grado perfecto de finura espiritual ha de conocer los poemas de Ibn Zaidún. Evidentemente, no se pueden tomar literalmente los estridentes méritos que le prestan estos y otros comentaristas tradicionales, pero lo cierto es que, en tiempos muy modernos, más de un poeta se ha entretenido en componer imitaciones de los poemas de Ibn Zaidún. La "popularización", entendida como difusión de sus poemas entre el "gran público", es un hecho real, puesto que se han recitado y se recitan popularmente, generándose incluso una leyenda, entre erudita y vulgar, según la cual, quien aprenda de memoria la casida en nun morirá en el destierro. No hay que olvidar que el poeta, en su sentimiento por la ausencia de Wallada, se pinta como un "desterrado" lleno de tristeza.
De todos modos, la nota de destierro más aguda en su vida viene dada por la verdadera y prolongada ausencia de su tierra natal, Córdoba, a la que recuerda siempre con indudable cariño: en algún poema cuajado de remembranzas despliega ante nosotros una apretada topografía de añorados parajes cordobeses entre los que planea su sombra juvenil, que se percibe encarada al cielo de ar-ruzafa, o tendida al solano en la ladera de Alocab, o retozando por otros lugares placenteros en compañía de alguna musa inspiradora más tangible –ciertamente- que las presentidas por el poeta griego en la ladera del Helicón. Es un drenaje nostálgico y una confesión de amor a Córdoba, después de su peregrinaje por otras tierras que no podían compararse con la tierra cordobesa de su recuerdo, pensamiento que simboliza proclamando, al fin, que las noches pasadas a orillas del Betis eran siempre más cortas (es decir, más felices) que las pasadas junto al Anas.

IV. 2.  Su poesía amorosa.
La poesía de Ibn Zaidún posee una fuerza superior a la de la magia, y su sublimidad compite con la sublimidad de las estrellas. Sus versos son inspirados en gran parte por su amor a Wallada. Entre las recientes ruinas de la grandeza omeya, en los devastados mágicos jardines de al-Zahra, aumenta su constante amor a Wallada, y pone por testigos de su dolor a los astros que iluminan sus noches de insomnio .
Ibn Zaidún es, entre los poetas hispanoárabes, el que mejor expresa los matices humanos del amor y representa uno de los ejemplos más puros de la tradición clasicista de la poesía árabe. Su encuentro con la princesa Wallada tuvo gran transcendencia para la poesía de al-Andalus, puesto que dio lugar a unos poemas amorosos en un tono casi completamente nuevo en la poesía árabe de su tiempo. La novedad reside en la fusión de conceptos, personal y única, presente en sus poemas. En la poesía amorosa, y en los tratados sobre el amor escritos hasta entonces, el amor es siempre una cualidad del espíritu, y nunca del cuerpo; por tanto, la unión a que se aspira es algo enteramente espiritual. De hecho, en buena parte de la poesía de inspiración se rechaza la unión física, que se considera responsable del hastío de los amantes y de la corrupción del sentimiento amoroso.
En los poemas motivados por Wallada, Ibn Zaidún reconcilia los dos aspectos del amor, el sensual y el espiritual, de una manera natural basada en su experiencia. Ahora bien, el amor poético árabe en general, y también el expresado en los versos de Ibn Zaydun, no está concebido en términos de una tendencia o emoción abstracta, sino que busca la concreción primera de su objeto en la unión del amante con la persona amada, siendo su sentido trascendental una evaluación tan sólo de este sentimiento concreto. Por esta razón, la poesía amorosa de Ibn Zaydun, escrita en su mayor parte tras la ruptura con la princesa Walada, tiene como notas predominantes el abandono y la soledad. Es una poesía en la que también se advierte el doble carácter de universalidad y del momento histórico concreto. La soledad, así concebida, se expresa como una privación del bien pasado y toma, con frecuencia, un aspecto temporal que divide la existencia del amante en un antes amoroso y un después de soledad:
Mis días, tan hermosos cuando estábamos juntos,
han cambiado desde que se alejó tu bello rostro .

De esta manera, se polarizan en la poesía árabe las relaciones con la amada ausente. En la medida en que el amor nace de una tendencia trascendente hacia el desdoblamiento del yo-amante, se impone a éste una constancia amorosa que es independiente de la correspondencia feliz que el amante pueda hallar en el ser amado. En ningún caso se trata de un concepto del amor a distancia, tal como lo vemos más tarde hecho convención en el llamado amor cortés. En Ibn Zaydun, se trata más bien de una actitud semejante a la del místico, para quien los preceptos del amor son válidos en su camino hacia la unión divina, siempre deseada aunque no siempre conseguida. Por esta razón, incluso en la desarmonía amorosa, el amante en su soledad tiene que observar los preceptos de fidelidad y sumisión que el amor impone:
Manda a tu voluntad, yo soy constante,
no temas de mí olvido ni mudanza.
¿Cómo puede olvidar quien desde tu partida
ya no encuentra en la vida sabor, ni olvido en la distancia?
¡Por Dios!, ¡que jamás mi corazón amó de nuevo,
ni pudo aceptar otro amor que el tuyo .

La descripción de la naturaleza es, en Ibn Zaydun, un tema recurrente en las composiciones que podríamos llamar de su tiempo de exilio. Sin embargo, no es el suyo un espíritu inclinado a observar y reproducir la belleza que le rodea. Como un místico, capaz tan sólo de ver la divina realidad en todos y cada uno de los objetos en torno a él, también Ibn Zaydun es capaz solamente de percibir su ambiente en función de su relación amorosa.
Y los arriates con sus riachuelos de plata me sonríen
como con collares desgarrados de tu cuello.
Cautivados por las flores solícitas,
tan colmas de rocío que inclinaban sus tallos.
como ojos que contemplan mi descanso
y lloran por mí lágrimas a raudales



Representación del amor en la poesía del poeta andalusí .
1
Un extranjero en los confines de levante
da gracias a la brisa,
porque lleva su saludo
hasta occidente.
¿Qué mal habrá en que el aliento
de la brisa lleve
un mensaje de amor que envía
un cuerpo al corazón?
 2
¿Por qué has cortado el lazo de la unión,
¡por Dios santo!, y te haces tan altiva con el vil?
¿Por qué rechazas la súplica de un amor
y una amistad sincera del que ya tiene el cuerpo enfermo?
¿Por qué no me visitas, ya que no sueles hacerlo
en persona, con carta o mensajero?
Tu veleidad desorienta mi astucia.
¿Acaso la astucia sirve de algo al fatigado?

3
Me dejaste, ¡oh gacela!,
atado en manos del infortunio.
Desde que me alejaste de ti,
no he conocido placer de sueño.
¡Si entrara en mi destino un gesto
tuyo o una mirada fortuita!
Mi intercesor -¡mi verdugo!-
en el amor es tu bello rostro.
Estaba libre del amor
y yo hoy me veo rendido.
Fue mi secreto silencioso,
y ahora ya se sabe.
No hay escape de ti,
lo que desees para mí,
así sea.
4
¿Qué mal puede haber en que te muestres compasiva
si tú eres mi enfermedad y tú lo sabes?
Te complace, ¡mi exigencia y mi deseo!,
estar libre de mi queja
y reírte del amor mientras yo lloro.
Dios sea el juez de nuestro pleito.
Yo exclamo, cuando el sueño se me escapa,
como el afligido por su corazón enamorado:
¡La que duerme y por cuyo amor sufro vigilias,
regálame el sueño!, ¡tú que duermes!
5
¡Ay, aquella gacela joven!
a quien pedí el licor,
y me dio generosa
el licor y la rosa.
Así pasé la noche
bebiendo del licor de su saliva,
y tomando la rosa en su mejilla.
6
¿Acaso, cuando sabes la parte de mi amor que tomas
y no ignoras el lugar que en mi corazón ocupas,
y cómo el amor me guía y me dejo llevar con obediencia
y no soporto más cadenas que las tuyas,
te satisface que la enfermedad me revista como túnica al cuerpo?
He teñido de negro por su causa mis ojos con vigilias.
Pasa tus ojos sobre las líneas de mi escrito
y encontrarás mis lágrimas desposadas con la tinta.
¡Por Dios!, ¡que ya mi corazón se derrama
en su lamento por un corazón tan duro!
7
¡Aquellas gacelas de moradas tan amables para mí!
Mi corazón les pertenece, las niñas de mis ojos, y el fondo de mi ser.
Tuyo es mi amor. La humanidad entera me es testigo.
Tú también lo serías si la envidia te abandonara.
Nunca se perdiera la unión entre nosotros
si tú hubieras amado como yo.
8
¡Si yo supiera que alguna vez te encontraré en la soledad,
para poder quejarme de algo de lo que siento!
¡Dios traiga el día en que pueda declarar mi amor
con las lágrimas de mis ojos como testigo!
9
¡La que deja humilladas a las ramas de largos cabellos
cuando se mece,
y desprecia al cervatillo adormecido
cuando mira!
Te rescata de mí un amante. Extraño caso:
siempre que ofendes tú, él ofrece disculpa
y nunca me ha salvado de ti sentir la prevención.
Es imposible que las mañas de la pasión usen cuidado.
Tu amor es tentación predestinada.
¿Cómo podría el joven defenderse de su destino?
10
¿Cómo puede el tiempo hacerme sentir la desolación
cuando tú eres mi compañía,
y hacerme el día tan oscuro
cuando tú eres mi sol,
y plantar en tu amor mis deseos,
pero recoger la muerte entre los frutos
de mi siembra?
Has pagado con la traición mi lealtad
y has malbaratado mi amor injustamente.
Si el destino se sometiera a mi razón,
te rescataría de sus contradicciones al precio
de mi ser.

11
Manda a tu voluntad, yo soy constante,
no temas de mí olvido ni mudanza.
¿Cómo puede olvidar quien desde tu partida
ya no encuentra en la vida sabor, ni olvido en la distancia?
Tú me matas de amor y me sometes a pruebas de dolor,
me rompes de pasión y me dejas en herencia el sufrimiento.
Si yo guardara, infiel, el olvido en mi corazón,
no esperaría más, ¡mi esperanza!, vivir contigo.
¡Por Dios!, que jamás mi corazón amó de nuevo,
ni pudo aceptar otro amor que el tuyo.
12
¡Por el ramo oloroso cuyo perfume cura al enfermo;
alientos ungidos, dulce aroma!
Con él me señalan los dedos suaves
de una joven esbelta, sus ojos oscurecidos con colirio de magia.
Espléndida belleza hecha de amor asciende entre sus ramas,
enferma con almizcle de radiantes virtudes.
Cuando ofrece jazmines con su mano,
recibo estrellas luminosas de mano de la luna.
Tiene virtudes dulces en un hermoso cuerpo,
una elegancia como fragante perfume o aroma de vino,
y consuela mi alma con una plática que me da contento
como los deseos y la unión que siguen a la ausencia.
13
¡Oh la peregrina distante cuyos lares están
en la reserva del corazón!
Tus bienes te hicieron olvidar al siervo
del que tú solo eres señor.
Las horas gozadas te alejaron de él
y ya ni su recuerdo se asoma a tu frente.
Quieran mis vigilias sostener la esperanza
cuyo sentido conocen tan sólo el destino y mis días.
14
¡La que hice famosa entre los hombres
por mi corazón abrumado de anhelos y penas!
Ausente tú no encuentro ser que me consuele
y tú presente toda la humanidad está conmigo.

15
¿Cuándo te contaré lo que me aflige?
¡Mi consuelo y tormento!
¿Cuándo tomarán mis labios
el lugar de la pluma al expresarme?
Bien sabe Dios que yo
por tu culpa me he puesto en este estado,
pues no encuentro sabor en los manjares
ni hallo grato el beber.
¡Tentación del devoto!,
¡oh pretexto del seductor!
Tú eres sol que se oculta
tras un cendal a mis miradas.
La luna, cuyo esplendor se filtra
a través de la nube transparente,
es igual a tu rostro cuando
bajo el velo se alumbra.


La situación de las mujeres en España era más libre que en los otros pueblos mahometanos. En toda la cultura intelectual de su tiempo tomaban parte las mujeres y no es pequeño el número de aquellas que alcanzaron fama por sus trabajos científicos o disputando a los hombres la palma de la poesía. Tan alta civilización fue causa de que se les tributase en España una estimación que jamás el oriente musulmán les había tributado.

 Mientras que allí, con raras excepciones, el amor se funda sólo en la sensualidad, aquí arranca de una más profunda inclinación  de las almas y ennoblece las relaciones entre ambos sexos. A menudo el ingenio y el saber de una dama tenían poderoso atractivo para sus adoradores, como sus prendas y hechizos corporales, y una inclinación común a la poesía o a la música solía formar el lazo que ligaba dos corazones entre sí. Como testimonio de lo dicho, los cantos de amor de los árabes andalusíes manifiestan, en parte, una pasmosa profundidad de sentimientos. En los movimientos y voces del alma de estos cantares se halla una mezcla de blandos arrobos y de violentas pasiones.
Si examinamos ahora algunos cantos de amor de diversos autores, veremos la variedad de tonos que hay en ellos. Una idea que se repite a menudo en la poesía de aquella época es la de que dos amantes se ven mutuamente en sueños durante la ausencia, y así hallan algún consuelo en su aflicción. Ibn Jafaja (1058-1138) canta:
Envuelta en el denso velo
de la tenebrosa noche,
vino en sueños a buscarme
la gacela de los bosques.
Vi el rubor que en sus mejillas
celeste púrpura pone,
besé sus negros cabellos,
que por la espalda descoge,
y el vino aromoso y puro
de nuestros dulces amores,
como en limpio, intacto cáliz,
bebí en sus labios entonces.
La sombra, rápida huyendo,
en el Occidente hundióse,
y con túnica flotante,
cercada de resplandores,
salió la risueña aurora
a dar gozo y luz al orbe.
En perlas vertió el rocío,
que de las sedientas flores
el lindo seno entreabierto
ansiosamente recoge;
Rosas y jazmines daban
en pago ricos olores.
Mas para ti y para mí,
¡oh gacela de los montes!,
¿qué más rocío que el llanto
que de nuestros ojos corre?

El poeta Ibn Darray (958-1030) expresa el mismo pensamiento más sencillamente:

Si en los jardines que habita
me impiden ver a mi dueño,
en los jardines del sueño
nos daremos una cita.

Muchas de las poesías eróticas de los andalusíes son más bien la expresión inmediata del sentimiento, un ingenioso juego de palabras y una multitud de imágenes acumuladas por la fantasía y el entendimiento reflexivo. A esta clase pertenecen las composiciones que voy a citar.

Del poeta Ibn Baqi (m. 1145):
Cuando el manto de la noche
se extiende sobre la tierra,
del más oloroso vino
brindo una copa a mi bella.
Como talabarte cae
sobre mí su cabellera,
y como el guerrero toma
la limpia espada en la diestra,
enlazo yo su garganta,
que a la del cisne asemeja.
Pero al ver que ya reclina,
fatigada, la cabeza,
suavemente separo
el brazo con que me estrecha,
y pongo sobre mi pecho
su sien, para que allí duerma.
¡Ay! El corazón dichoso
me late con mucha fuerza.
¡Cuán intranquila almohada!
No podrá dormir en ella .

De Umayya Ibn Abu-as-Salt (m. 1064), A una bella escanciadora:

Más que el vino que escancia,
vierte rica fragancia
la bella escanciadora,
y más que el vino brilla en su tersa mejilla
el carmín de la aurora.
Pica, es dulce y agrada
más que el vino su beso
y el vino y su mirada
hacen perder el seso .

Publicado por al-Andalus en 10:42