martes, 11 de diciembre de 2018

IBN ZAIDÚN (1003-1070)



Desde su origen, la poesía árabe se ha nutrido de los poemas amatorios de los beduinos del Hiÿaz, compuestos en la llamada Edad de la Ignorancia (en árabe, al-ÿahiliyya) -el período de la antigua Arabia pagana-, que concluyó con la revelación del profeta Mahoma. A partir de entonces, este tipo de poemas aparece a lo largo de toda la historia de esta literatura; incluso existe hoy en día en la literatura árabe contemporánea. No es extraño que en la poesía árabe-andaluza coexistan también, pero con la particularidad de concretarse mediante las formas literarias del zéjel y la moaxaja, relacionadas ambas con la música.

La prosodia no clásica del zéjel (en árabe, zaÿal "melodía"), que quebró la rígida estructura de la casida, es en buena medida una contribución de al-Andalus a la poesía islámica árabe. Su esquema más común se basa en un estribillo o jarcha ("salida") asonantado, sin número fijo de versos, y una mudanza de cuatro versos, el último de los cuales rima con el estribillo. Uno de los maestros más grandes de este género poético, y de la poesía amorosa árabe-andaluza en general, fue el cordobés Ibn Zaidún, que hizo de su amada, la bella princesa Wallada bt. al-Mustakfi, su protagonista .
La caída del califato Omeya (1031) marca el inicio de lo que se llama históricamente el régimen de los reyes de Taifa, que dividió al estado e hizo independientes las ciudades grandes. Los árabes y los beréberes dominaban la mayor parte de las ciudades del centro, Oeste y Sur de la Península Ibérica y la competencia entre ellas provocó un gran florecimiento en la Literatura y la Ciencia. Al mismo tiempo, estallaron grandes guerras entre ellas. Córdoba fue uno de estos grandes reinos y ahí nació, en el seno de una familia aristocrática, el mejor poeta de al-Andalus, Abu-al-walid Ahmad b. Abadía, conocido por Ibn Zaidún (1003). Puesto al servicio del rey al-Mutamid de Sevilla, morirá en esta última ciudad en el año 1070.

IV. 1.  La poesía de Ibn Zaidún.
Antes de hablar de la poesía de Ibn Zaidún, se ha de señalar que –además de sus composiciones en verso- Ibn Zaidún es autor de algunos opúsculos en prosa, entre los que destaca la llamada Risála hazliyya, de tono burlesco, que es precisamente la obra en que el poeta desfoga su ira poniendo en boca de Wallada una sátira contra Ibn Abdus, con lengua hiriente y voces muy subidas. De otro carácter es la Risála ŷiddiyya, de tono grave, dirigida en los momentos de su desgracia al señor de Córdoba buscando la reconciliación. Se trata de una epístola densa llena de citas eruditas.
La poesía de Ibn Zaidún, de lenguaje sencillo en general, es fácil de entender. Su verso se desliza con un ritmo suave y musical y sus metáforas no suelen ser demasiado fuertes, aunque, como muchas de ellas son adoptadas de poetas orientales, pueden a veces chocar con la mentalidad occidental.  En cambio, su prosa es difícil y ha requerido comentarios especiales, como los de Ibn Nubáta y as-Safadi.
Por otra parte, se advertirán en él ideas renovadas, con lenguaje apropiado a las corrientes contemporáneas de libertad, patente en algunas alusiones antes prohibidas, como las referentes al mantiq (lógica), alyadal (dialéctica), a la discusión del kalám (escolástica) y también a ciertas elucubraciones sobre la duda y la certeza.
Entre las producciones de Ibn Zaidún no escasean los poemas eróticos - aparte de los inspirados por la imagen de Walada- pero también cultiva ampliamente otros géneros. Así, compone panegíricos a los altos señores que conoció a lo largo de su vida, a veces con hipérboles desmesuradas o comparaciones manidas, como era frecuente; también compuso elegías, en las que se mezclan notas emotivas con ideas comunes, sátiras violentas contra sus enemigos. Engarza, incluso, alguna moaxaja y se complacerá versificando intrincados acertijos simbólicos con nombres de pájaros. En poemas de fajr o autoelogio, alardeará de su exquisito refinamiento, de su gran cultura que le ha elevado a un alto rango, de su inteligencia penetrante como el hierro de una lanza. Y en su arrogancia, y sin duda con razón, proclamará que el amor iguala al amante con la amada, aunque no posean la misma nobleza.

Se puede decir que Ibn Zaidún es un poeta neoclásico con influjo, sobre todo, de al-Mutanabbí. Según Ibn Bassám, nuestro poeta alcanzó la mayor perfección en prosa y verso. Para as-Safadi, uno de sus principales comentaristas, el hombre que quiera lograr un grado perfecto de finura espiritual ha de conocer los poemas de Ibn Zaidún. Evidentemente, no se pueden tomar literalmente los estridentes méritos que le prestan estos y otros comentaristas tradicionales, pero lo cierto es que, en tiempos muy modernos, más de un poeta se ha entretenido en componer imitaciones de los poemas de Ibn Zaidún. La "popularización", entendida como difusión de sus poemas entre el "gran público", es un hecho real, puesto que se han recitado y se recitan popularmente, generándose incluso una leyenda, entre erudita y vulgar, según la cual, quien aprenda de memoria la casida en nun morirá en el destierro. No hay que olvidar que el poeta, en su sentimiento por la ausencia de Wallada, se pinta como un "desterrado" lleno de tristeza.
De todos modos, la nota de destierro más aguda en su vida viene dada por la verdadera y prolongada ausencia de su tierra natal, Córdoba, a la que recuerda siempre con indudable cariño: en algún poema cuajado de remembranzas despliega ante nosotros una apretada topografía de añorados parajes cordobeses entre los que planea su sombra juvenil, que se percibe encarada al cielo de ar-ruzafa, o tendida al solano en la ladera de Alocab, o retozando por otros lugares placenteros en compañía de alguna musa inspiradora más tangible –ciertamente- que las presentidas por el poeta griego en la ladera del Helicón. Es un drenaje nostálgico y una confesión de amor a Córdoba, después de su peregrinaje por otras tierras que no podían compararse con la tierra cordobesa de su recuerdo, pensamiento que simboliza proclamando, al fin, que las noches pasadas a orillas del Betis eran siempre más cortas (es decir, más felices) que las pasadas junto al Anas.

IV. 2.  Su poesía amorosa.
La poesía de Ibn Zaidún posee una fuerza superior a la de la magia, y su sublimidad compite con la sublimidad de las estrellas. Sus versos son inspirados en gran parte por su amor a Wallada. Entre las recientes ruinas de la grandeza omeya, en los devastados mágicos jardines de al-Zahra, aumenta su constante amor a Wallada, y pone por testigos de su dolor a los astros que iluminan sus noches de insomnio .
Ibn Zaidún es, entre los poetas hispanoárabes, el que mejor expresa los matices humanos del amor y representa uno de los ejemplos más puros de la tradición clasicista de la poesía árabe. Su encuentro con la princesa Wallada tuvo gran transcendencia para la poesía de al-Andalus, puesto que dio lugar a unos poemas amorosos en un tono casi completamente nuevo en la poesía árabe de su tiempo. La novedad reside en la fusión de conceptos, personal y única, presente en sus poemas. En la poesía amorosa, y en los tratados sobre el amor escritos hasta entonces, el amor es siempre una cualidad del espíritu, y nunca del cuerpo; por tanto, la unión a que se aspira es algo enteramente espiritual. De hecho, en buena parte de la poesía de inspiración se rechaza la unión física, que se considera responsable del hastío de los amantes y de la corrupción del sentimiento amoroso.
En los poemas motivados por Wallada, Ibn Zaidún reconcilia los dos aspectos del amor, el sensual y el espiritual, de una manera natural basada en su experiencia. Ahora bien, el amor poético árabe en general, y también el expresado en los versos de Ibn Zaydun, no está concebido en términos de una tendencia o emoción abstracta, sino que busca la concreción primera de su objeto en la unión del amante con la persona amada, siendo su sentido trascendental una evaluación tan sólo de este sentimiento concreto. Por esta razón, la poesía amorosa de Ibn Zaydun, escrita en su mayor parte tras la ruptura con la princesa Walada, tiene como notas predominantes el abandono y la soledad. Es una poesía en la que también se advierte el doble carácter de universalidad y del momento histórico concreto. La soledad, así concebida, se expresa como una privación del bien pasado y toma, con frecuencia, un aspecto temporal que divide la existencia del amante en un antes amoroso y un después de soledad:
Mis días, tan hermosos cuando estábamos juntos,
han cambiado desde que se alejó tu bello rostro .

De esta manera, se polarizan en la poesía árabe las relaciones con la amada ausente. En la medida en que el amor nace de una tendencia trascendente hacia el desdoblamiento del yo-amante, se impone a éste una constancia amorosa que es independiente de la correspondencia feliz que el amante pueda hallar en el ser amado. En ningún caso se trata de un concepto del amor a distancia, tal como lo vemos más tarde hecho convención en el llamado amor cortés. En Ibn Zaydun, se trata más bien de una actitud semejante a la del místico, para quien los preceptos del amor son válidos en su camino hacia la unión divina, siempre deseada aunque no siempre conseguida. Por esta razón, incluso en la desarmonía amorosa, el amante en su soledad tiene que observar los preceptos de fidelidad y sumisión que el amor impone:
Manda a tu voluntad, yo soy constante,
no temas de mí olvido ni mudanza.
¿Cómo puede olvidar quien desde tu partida
ya no encuentra en la vida sabor, ni olvido en la distancia?
¡Por Dios!, ¡que jamás mi corazón amó de nuevo,
ni pudo aceptar otro amor que el tuyo .

La descripción de la naturaleza es, en Ibn Zaydun, un tema recurrente en las composiciones que podríamos llamar de su tiempo de exilio. Sin embargo, no es el suyo un espíritu inclinado a observar y reproducir la belleza que le rodea. Como un místico, capaz tan sólo de ver la divina realidad en todos y cada uno de los objetos en torno a él, también Ibn Zaydun es capaz solamente de percibir su ambiente en función de su relación amorosa.
Y los arriates con sus riachuelos de plata me sonríen
como con collares desgarrados de tu cuello.
Cautivados por las flores solícitas,
tan colmas de rocío que inclinaban sus tallos.
como ojos que contemplan mi descanso
y lloran por mí lágrimas a raudales



Representación del amor en la poesía del poeta andalusí .
1
Un extranjero en los confines de levante
da gracias a la brisa,
porque lleva su saludo
hasta occidente.
¿Qué mal habrá en que el aliento
de la brisa lleve
un mensaje de amor que envía
un cuerpo al corazón?
 2
¿Por qué has cortado el lazo de la unión,
¡por Dios santo!, y te haces tan altiva con el vil?
¿Por qué rechazas la súplica de un amor
y una amistad sincera del que ya tiene el cuerpo enfermo?
¿Por qué no me visitas, ya que no sueles hacerlo
en persona, con carta o mensajero?
Tu veleidad desorienta mi astucia.
¿Acaso la astucia sirve de algo al fatigado?

3
Me dejaste, ¡oh gacela!,
atado en manos del infortunio.
Desde que me alejaste de ti,
no he conocido placer de sueño.
¡Si entrara en mi destino un gesto
tuyo o una mirada fortuita!
Mi intercesor -¡mi verdugo!-
en el amor es tu bello rostro.
Estaba libre del amor
y yo hoy me veo rendido.
Fue mi secreto silencioso,
y ahora ya se sabe.
No hay escape de ti,
lo que desees para mí,
así sea.
4
¿Qué mal puede haber en que te muestres compasiva
si tú eres mi enfermedad y tú lo sabes?
Te complace, ¡mi exigencia y mi deseo!,
estar libre de mi queja
y reírte del amor mientras yo lloro.
Dios sea el juez de nuestro pleito.
Yo exclamo, cuando el sueño se me escapa,
como el afligido por su corazón enamorado:
¡La que duerme y por cuyo amor sufro vigilias,
regálame el sueño!, ¡tú que duermes!
5
¡Ay, aquella gacela joven!
a quien pedí el licor,
y me dio generosa
el licor y la rosa.
Así pasé la noche
bebiendo del licor de su saliva,
y tomando la rosa en su mejilla.
6
¿Acaso, cuando sabes la parte de mi amor que tomas
y no ignoras el lugar que en mi corazón ocupas,
y cómo el amor me guía y me dejo llevar con obediencia
y no soporto más cadenas que las tuyas,
te satisface que la enfermedad me revista como túnica al cuerpo?
He teñido de negro por su causa mis ojos con vigilias.
Pasa tus ojos sobre las líneas de mi escrito
y encontrarás mis lágrimas desposadas con la tinta.
¡Por Dios!, ¡que ya mi corazón se derrama
en su lamento por un corazón tan duro!
7
¡Aquellas gacelas de moradas tan amables para mí!
Mi corazón les pertenece, las niñas de mis ojos, y el fondo de mi ser.
Tuyo es mi amor. La humanidad entera me es testigo.
Tú también lo serías si la envidia te abandonara.
Nunca se perdiera la unión entre nosotros
si tú hubieras amado como yo.
8
¡Si yo supiera que alguna vez te encontraré en la soledad,
para poder quejarme de algo de lo que siento!
¡Dios traiga el día en que pueda declarar mi amor
con las lágrimas de mis ojos como testigo!
9
¡La que deja humilladas a las ramas de largos cabellos
cuando se mece,
y desprecia al cervatillo adormecido
cuando mira!
Te rescata de mí un amante. Extraño caso:
siempre que ofendes tú, él ofrece disculpa
y nunca me ha salvado de ti sentir la prevención.
Es imposible que las mañas de la pasión usen cuidado.
Tu amor es tentación predestinada.
¿Cómo podría el joven defenderse de su destino?
10
¿Cómo puede el tiempo hacerme sentir la desolación
cuando tú eres mi compañía,
y hacerme el día tan oscuro
cuando tú eres mi sol,
y plantar en tu amor mis deseos,
pero recoger la muerte entre los frutos
de mi siembra?
Has pagado con la traición mi lealtad
y has malbaratado mi amor injustamente.
Si el destino se sometiera a mi razón,
te rescataría de sus contradicciones al precio
de mi ser.

11
Manda a tu voluntad, yo soy constante,
no temas de mí olvido ni mudanza.
¿Cómo puede olvidar quien desde tu partida
ya no encuentra en la vida sabor, ni olvido en la distancia?
Tú me matas de amor y me sometes a pruebas de dolor,
me rompes de pasión y me dejas en herencia el sufrimiento.
Si yo guardara, infiel, el olvido en mi corazón,
no esperaría más, ¡mi esperanza!, vivir contigo.
¡Por Dios!, que jamás mi corazón amó de nuevo,
ni pudo aceptar otro amor que el tuyo.
12
¡Por el ramo oloroso cuyo perfume cura al enfermo;
alientos ungidos, dulce aroma!
Con él me señalan los dedos suaves
de una joven esbelta, sus ojos oscurecidos con colirio de magia.
Espléndida belleza hecha de amor asciende entre sus ramas,
enferma con almizcle de radiantes virtudes.
Cuando ofrece jazmines con su mano,
recibo estrellas luminosas de mano de la luna.
Tiene virtudes dulces en un hermoso cuerpo,
una elegancia como fragante perfume o aroma de vino,
y consuela mi alma con una plática que me da contento
como los deseos y la unión que siguen a la ausencia.
13
¡Oh la peregrina distante cuyos lares están
en la reserva del corazón!
Tus bienes te hicieron olvidar al siervo
del que tú solo eres señor.
Las horas gozadas te alejaron de él
y ya ni su recuerdo se asoma a tu frente.
Quieran mis vigilias sostener la esperanza
cuyo sentido conocen tan sólo el destino y mis días.
14
¡La que hice famosa entre los hombres
por mi corazón abrumado de anhelos y penas!
Ausente tú no encuentro ser que me consuele
y tú presente toda la humanidad está conmigo.

15
¿Cuándo te contaré lo que me aflige?
¡Mi consuelo y tormento!
¿Cuándo tomarán mis labios
el lugar de la pluma al expresarme?
Bien sabe Dios que yo
por tu culpa me he puesto en este estado,
pues no encuentro sabor en los manjares
ni hallo grato el beber.
¡Tentación del devoto!,
¡oh pretexto del seductor!
Tú eres sol que se oculta
tras un cendal a mis miradas.
La luna, cuyo esplendor se filtra
a través de la nube transparente,
es igual a tu rostro cuando
bajo el velo se alumbra.


La situación de las mujeres en España era más libre que en los otros pueblos mahometanos. En toda la cultura intelectual de su tiempo tomaban parte las mujeres y no es pequeño el número de aquellas que alcanzaron fama por sus trabajos científicos o disputando a los hombres la palma de la poesía. Tan alta civilización fue causa de que se les tributase en España una estimación que jamás el oriente musulmán les había tributado.

 Mientras que allí, con raras excepciones, el amor se funda sólo en la sensualidad, aquí arranca de una más profunda inclinación  de las almas y ennoblece las relaciones entre ambos sexos. A menudo el ingenio y el saber de una dama tenían poderoso atractivo para sus adoradores, como sus prendas y hechizos corporales, y una inclinación común a la poesía o a la música solía formar el lazo que ligaba dos corazones entre sí. Como testimonio de lo dicho, los cantos de amor de los árabes andalusíes manifiestan, en parte, una pasmosa profundidad de sentimientos. En los movimientos y voces del alma de estos cantares se halla una mezcla de blandos arrobos y de violentas pasiones.
Si examinamos ahora algunos cantos de amor de diversos autores, veremos la variedad de tonos que hay en ellos. Una idea que se repite a menudo en la poesía de aquella época es la de que dos amantes se ven mutuamente en sueños durante la ausencia, y así hallan algún consuelo en su aflicción. Ibn Jafaja (1058-1138) canta:
Envuelta en el denso velo
de la tenebrosa noche,
vino en sueños a buscarme
la gacela de los bosques.
Vi el rubor que en sus mejillas
celeste púrpura pone,
besé sus negros cabellos,
que por la espalda descoge,
y el vino aromoso y puro
de nuestros dulces amores,
como en limpio, intacto cáliz,
bebí en sus labios entonces.
La sombra, rápida huyendo,
en el Occidente hundióse,
y con túnica flotante,
cercada de resplandores,
salió la risueña aurora
a dar gozo y luz al orbe.
En perlas vertió el rocío,
que de las sedientas flores
el lindo seno entreabierto
ansiosamente recoge;
Rosas y jazmines daban
en pago ricos olores.
Mas para ti y para mí,
¡oh gacela de los montes!,
¿qué más rocío que el llanto
que de nuestros ojos corre?

El poeta Ibn Darray (958-1030) expresa el mismo pensamiento más sencillamente:

Si en los jardines que habita
me impiden ver a mi dueño,
en los jardines del sueño
nos daremos una cita.

Muchas de las poesías eróticas de los andalusíes son más bien la expresión inmediata del sentimiento, un ingenioso juego de palabras y una multitud de imágenes acumuladas por la fantasía y el entendimiento reflexivo. A esta clase pertenecen las composiciones que voy a citar.

Del poeta Ibn Baqi (m. 1145):
Cuando el manto de la noche
se extiende sobre la tierra,
del más oloroso vino
brindo una copa a mi bella.
Como talabarte cae
sobre mí su cabellera,
y como el guerrero toma
la limpia espada en la diestra,
enlazo yo su garganta,
que a la del cisne asemeja.
Pero al ver que ya reclina,
fatigada, la cabeza,
suavemente separo
el brazo con que me estrecha,
y pongo sobre mi pecho
su sien, para que allí duerma.
¡Ay! El corazón dichoso
me late con mucha fuerza.
¡Cuán intranquila almohada!
No podrá dormir en ella .

De Umayya Ibn Abu-as-Salt (m. 1064), A una bella escanciadora:

Más que el vino que escancia,
vierte rica fragancia
la bella escanciadora,
y más que el vino brilla en su tersa mejilla
el carmín de la aurora.
Pica, es dulce y agrada
más que el vino su beso
y el vino y su mirada
hacen perder el seso .

Publicado por al-Andalus en 10:42 


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