miércoles, 10 de abril de 2024

AJUARES EN LA GRANADA NAZARÍ: LA APORTACIÓN DE LA DOCUMENTACIÓN NOTARIAL

 

AJUARES EN LA GRANADA NAZARÍ: LA APORTACIÓN DE LA DOCUMENTACIÓN NOTARIAL


Parece razonable considerar que la selección de objetos de ajuar incluida en los contratos de acidaque – dote matrimonial – cumplía un valor social, dando visibilidad a bienes que destacaban por su ostentación y suntuosidad, y omitiendo otro tipo de enseres más modesto y anodino, por mucho que fuese necesario en el día a día del hogar. Da la impresión de que con estas donaciones matrimoniales puestas por escrito las familias andalusíes pretendían hacer gala de su prestigio


MARÍA DOLORES RODRÍGUEZ GÓMEZ
UNIVERSIDAD DE GRANADA


Bordado nazarí con lacería. Museo Lázaro Galdiano.


En pleno siglo XIV, en unas fechas imprecisas que tuvieron que ser con posterioridad al año 1340, tuvo lugar el enlace matrimonial en el reino nazarí de Granada de dos miembros de la familia gobernante magrebí de los benimerines. La desposada era Masʻūda, nieta del poderoso “jefe de los combatientes por la fe” (šayj al-guzāt) ʻUṯmān b. Abī l-ʻUlà, cuya participación en la política nazarí fue absolutamente relevante y decisiva durante el gobierno de los emires Muḥammad III, Naṣr, Ismāʻīl I y Muḥammad IV (r. entre 1302 y 1333). Su prometido era Abū ‛Alī Manṣūr, cuyo padre se había rebelado contra el sultán benimerín Abū Saʻīd ʻUṯmān II (r. 1310-1331), de quien era hijo. Ambos contrayentes pertenecían a ramas disidentes de la misma familia, que encontraron refugio en Granada. 

El contrato de acidaque, palabra hoy en día en desuso que hace referencia a la dote (del árabe al-ṣidāq), fue puesto por escrito por uno de los personajes más influyentes de la política y la cultura del emirato granadino, el visir natural de Loja, Lisān al-Dīn Ibn al-Jaṭīb, del que nos ha llegado una versión resumida inserta en una recopilación de sus escritos. 

Además de una importante cantidad en metálico y un número considerable de esclavas, Abū ‛Alī Manṣūr agasajó a su prometida en el contrato de acidaque con un elenco de piezas de ajuar que resulta abrumador, incluyendo, en palabras del propio Ibn al-Jaṭīb, “un surtido de ropa suntuosa y joyas de oro puro, según corresponde al elevado y destacado rango de ambos contrayentes” (Hoenerbach: 1965, pp. 94 ed., 113 trad.).  

Veamos seguidamente la extraordinaria relación de pertenencias de ajuar, comenzando por los textiles y cueros: un cordón de seda (šarrāba) valorado en cien dinares de oro; doce vestidos de seda (ṯawb) bordados de oro: cinco al estilo mansūqa, tres al estilo muṯaqqala y cuatro al estilo muqaḍḍaba; doce piezas de tela (maqṭaʻ) trabajados a la manera de Ifrīqiya, y otros doce a la manera de Susa; doce alquinales de lino; doce pañuelos para la cabeza (šarabiyya) de seda o lino crudo; tres mantos (munūt) de seda bordados de oro; tres mantos de paño escarlata (iškarlaṭ); cuarenta alifafes (liḥāf) de seda, de ellos diez bordados de oro al estilo mansūqa, diez de seda, diez de paño y diez de lana; veinte alhamares (ḥanbal) de lana, diez de ellos con trabajo de Ouarsenis y los otros diez con trabajo ʻudwī; veinte almadraques (maṭraḥ), de los que diez eran de cuero decorados con pan de oro, y el resto, de paño; diez tejidos (anwāḥ) de lana; catorce colchones (muḍarrabāt) de tipos diversos y cincuenta almohadones (mijādd), veinte de los cuales eran de seda, diez de ellos recubiertos y bordados y el resto, de lino blanco. 


Tejido nazarí de seda. Patronato de la Alhambra.


Además de los textiles suntuosos, no podía faltar en el ajuar dotal de una persona de tal alcurnia las joyas, algunas de las cuales, como se comentó anteriormente, eran de oro: cuatro alfileres (jalā’il), una corona o diadema (tāŷ) y dos cadenas (qilāda), pero también se encuentran aljófares (ŷawhar) en cuatro collares (ʻuqūd), y en un colgante para la frente (sullam ŷawhar). Otras preseas de las que no se precisan los materiales que las componen son brazaletes (d.ḥḥa) y aros para los pies (qarāqis), así como un collar o colgante de un tipo denominado mazamm. El valor total de estas alhajas ascendía a la elevada cantidad de mil dieciocho dinares. 



Brazalete o ajorca nazarí. Museo Lázaro Galdiano.


En esta escritura de esponsales apenas si se hace referencia a otro tipo de objetos del hogar necesario para la actividad cotidiana, pues únicamente se anotan dos elementos de tocador: un espejo y una ampolla para perfumes, cuya cuantía en total ascendía a ciento diez dinares de oro. 

En la escritura de Masʻūda y Manṣūr se percibe el papel relevante que ocupan los textiles por el número de artículos que contiene, así como por su diversidad, encontrándose piezas elaboradas en seda, lino de diferentes clases, paños y lana, a los que habría que añadir elementos realizados en cuero. No suele ser este tipo de documentación notarial muy proclive a dar datos sobre colores, formas, diseños, etc., pero, en este caso, en algunos artículos se precisan más detalles de su hechura, y se mencionan bordados de oro en diferentes estilos: mansūqamuṯaqqala y muqaḍḍaba, así como otras piezas trabajadas a la manera ifrīqī (de Ifrīqiya, aproximadamente el actual Túnez), sūsī (de la ciudad tunecina de Susa), wanšarīsī (de la región del Ouarsenis, en Argelia) y ʻudwī (“de allende”, haciendo referencia al Magreb). Únicamente se mencionan dos colores, el escarlata y el blanco.  

Puede llamar la atención la cantidad de almadraques, colchones y almohadones que se observan en este ajuar, pero no es nada de extrañar si tenemos en cuenta que estas piezas con relleno tenían un mayor uso del que se les da hoy en día, puesto que también servían como asiento en lugar de sillas o sillones, o de colchonetas sobre una especie de bancos, a la manera de lo que en Marruecos en la actualidad se les da el nombre de “metarbas”. Este es un ejemplo claro de cómo los textiles cumplían una importante función como mobiliario, elemento éste que solía ser poco frecuente en las viviendas andalusíes y que, de hecho, no cuenta con ninguna pieza en el contrato de esta pareja de nobles benimerines. 

Este precioso documento, de gran valor asimismo por ser uno de los pocos contratos matrimoniales que se conservan sobre al-Andalus de personas de tan alto rango, se ajusta a un modelo dotal dirigido a mujeres de posición elevada en donde no pueden faltar las joyas, los textiles, objetos de tocador o domésticos, todos ellos de una calidad y riqueza excelentes. Traemos a colación las palabras del imprescindible Ibn al-Jaṭīb quien, en otra de sus obras, describe el atuendo de los habitantes del reino nazarí: 

«El vestido más usado por las distintas clases sociales y más propagado entre ellos es el de paño de lana teñido en invierno. Son muy variadas las calidades de las telas, según la fortuna y la posición social. En verano usan el lino, la seda, el algodón, el pelo fino de cabra, la capa de Ifrīqiya, los velos tunecinos y los finísimos mantos dobles de lana […]. 
Los turbantes son muy poco usados por los habitantes de esta ciudad; solamente lo llevan los jeques, cadíes, ulemas y el ejército magrībí […]. 
Las joyas de los ricos, como, por ejemplo, collares, brazaletes, ajorcas y pendientes son, hasta hoy día, de oro puro e, incluso, muchos adornos de los pies, de los que no son precisamente ricos, están hechos de plata pura. Las piedras preciosas, como el jacinto, topacio, esmeralda y aljófar, son copiosas entre las personas que ocupan una posición elevada, al arrimo de la sombra protectora del gobierno, o son de familia de rancio abolengo […]. 
Sus mujeres […] han llegado al colmo hoy en día en la variedad de los adornos, el empleo de afeites, la emulación en los tisúes de oro y brocados, y la frivolidad en las formas de los atavíos». (Ibn al-Jaṭīb: 2010, 128-9). 



Collar en filigrana de oro del tesoro de Bentarique. Museo Arqueológico Nacional.


También las andalusíes menos pudientes recibían en sus contratos de esponsales tejidos, algunas joyas, perfumes y, en menor medida, otro tipo de enseres domésticos, aunque, obviamente, más modestos que los de la princesa benimerín. Al contrario de lo que ocurre en las cartas de dote y arras moriscas, quizás influidas por el mayor detalle con que eran precisadas las dotes cristianas, la mayoría de los objetos útiles para la vida diaria en el seno del hogar no aparece especificado en estas escrituras. Conviene precisar que, si bien son las novias las destinatarias del acidaque, sus prometidos solían abonar una primera parte del mismo en dinero metálico, que los padres de ellas o sus tutores en caso de fallecimiento de éstos empleaban para adquirir los objetos del ajuar doméstico, e incluso ellos mismos hacían entrega de este tipo de bienes como donación matrimonial para facilitarles una convivencia más cómoda. Por otra parte, las propias mujeres podían emplear el montante de la dote en adquirir pertenencias, tal y como recogió por escrito el viajero alemán Jerónimo Münzer quien, en su visita a Granada en 1494, recién conquistada por los cristianos, comentaba de las mudéjares: “Cada esposa invierte la dote en gastos propios, como collares, ropas, etc.” (Münzer: 1987, 57-8). 

Parece razonable considerar que la selección de objetos de ajuar incluida en estos contratos de acidaque cumplía un valor social, dando visibilidad a bienes que destacaban por su ostentación y suntuosidad, y omitiendo otro tipo de enseres más modesto y anodino, por mucho que fuese necesario en el día a día del hogar. Da la impresión de que con estas donaciones matrimoniales puestas por escrito las familias andalusíes pretendían hacer gala de su prestigio.   

Continuando con la información aportada por el material documental notarial sobre este tipo de bienes, los testamentos o repartos de herencias resultan asimismo de gran utilidad para estos fines. Al igual que ocurre con los contratos de acidaque, suelen ser parcos en la descripción de este tipo de elementos del hogar, pero se conserva algún caso que merece la pena ser detallado. La protagonista se llamaba Fāṭima bt. Saʻīd b. Lubb, y era una mujer que, como muchas granadinas, tenía una casa y un terreno. Concretamente su casa se hallaba en el Albaicín, y poseía una viña en Pinos Puente, en las afueras de Granada. El 28 de abril de 1481 se puso por escrito su legado y el 7 de febrero de 1495, su pliego particional, en donde se mencionan numerosas piezas que formaban parte de su vida cotidiana, cuya cuantía total sumaba 141 dinares y 516 dírhames. 


Tejido de seda nazarí de lacerías y gacelas. Museo Lázaro Galdiano.


Los textiles, como cabría suponer, constituían los elementos más importantes del ajuar de Fāṭima, encontrándose entre sus vestimentas medio manto de lienzo de importación; tres almaizares (manšaf) de diferentes clases; una marlota (mullūṭa) de paño; una camisa (qamīŷa) de lienzo; dos calzas (ŷawrab); un vestido del tipo durnūq remendado; unos zaragüelles (sarwāl) de mujer; un mandil (manḏīl) bordado; tres tocas y otras gastadas por el uso; una almalafa (milḥafa) para la cabeza; dos camisas; un vestido de diario de lienzo y un manto de paño. Asimismo Fátima dejó en herencia diversos artículos para la casa, entre los cuales se encontraban cinco almohadas usadas, otra sin usar, y cinco de esparto; una alcatifa (qaṭīfa) de lana; una sábana de lienzo; una alfombra o estera para orar y una almalafa de cama. Además, en su casa tenía madejas de lino, lo cual era muy frecuente en una sociedad como la andalusí, en donde las viviendas solían contar con telares para confeccionar la mayoría de las prendas de uso de la casa. Aunque no sean productos textiles propiamente dichos, como parte de los atuendos y elementos del hogar también se observa el cuero entre las piezas de su ajuar, concretamente en dos zapatos (sabbāṭ), unas zaleas (salā’ij) y en un almadraque.  



Zapato de cuero curtido. Patronato de la Alhambra.


Si bien son pocas las joyas mencionadas entre las pertenencias de esta mujer granadina, que tendría una condición social media, sin ahogos económicos, pudo disfrutar de una manilla (miqyās) de oro tres aljófares y un tūt (“tute”, pieza tubular de collar), también de oro.  

Si en algo destaca la partición de herencia de Fāṭima bt. Saʻīd b. Lubb es por la presencia de mobiliario y objetos del hogar, que son mencionados raramente en los documentos notariales árabes granadinos. Cabe destacar los utensilios de cocina, tales como tres redomas (maḍraba) de vidrio, (una de ellas de tipo “malagueño”), un almirez (mihrās) chino, una sartén (miqlā) de cobre, una tinaja de barro (jābiya) para el agua, una caldera (burma) de cobre, una orza (baṭīra) de barro y un ataifor (ṭayfūr). Otros elementos que podrían estar en cualquier dependencia de su casa eran un arca (tābūt) de madera, de gran utilidad como objeto que servía para guardar telas y otras pertenencias, y un armario o aparador (marfaʻa), mueble no demasiado habitual, puesto que lo más frecuente para contener piezas eran las alacenas encastradas en las paredes, que se solían cerrar con puertas de madera. 




Gran ataifor nazarí del árbol. Patronato de la Alhambra.


No podían faltar en la casa de Fāṭima las herramientas e instrumental de trabajo, con utensilios propios de las faenas agrícolas como una sierra pequeña (munšāyir) y un azadón (bašāṭīr) de hierro, además del telar (maramma) con el que probablemente se dispondría a tejer las madejas de lino que también había dejado como herencia. 

Los documentos de Masʻūda y Fāṭima constituyen una fuente de información valiosísima para conocer aspectos de la vida doméstica en el reino nazarí. En ellos figura una simple muestra de la enorme riqueza de vocabulario que se observa en los ajuares andalusíes. Quienes hayan leído este trabajo con atención, sin duda se habrán percatado de la importante cantidad de arabismos que ha generado este tipo de material en nuestra lengua (alifafe, alhamar, almohada, zalea, etc.). Aunque muchos de ellos hayan caído hoy en día en desuso, gracias al Diccionario de la Lengua Española, por ejemplo, sus significados pueden ser rescatados del olvido. 

NOTA: Esta/e publicación es parte del proyecto de I+D+i «Vestir lacasa: espacios, objetos y emociones en los siglos XV y XVI«, 
PGC2018-093835-B-100, financiado por MCIN/AEI/10.13039/501100011033/ y 
FEDER “Una manera de hacer Europa”. IP: María Elena Díez Jorge.  


PARA AMPLIAR:

 

lunes, 1 de abril de 2024

¿EL ANILLO DE BOABDIL? ANILLOS -SELLOS Y MATRICES SIGILARES EN AL-ÁNDALUS

 

¿EL ANILLO DE BOABDIL? ANILLOS-SELLO Y MATRICES SIGILARES EN AL-ANDALUS


A la vista del material arqueológico y de archivo, parece claro que en al-Andalus el anillo (jātam o jātim) se utilizó para sellar documentos oficiales y correspondencia solo hasta la caída del califato de Córdoba (1009). A partir del siglo XI se empleó el sello (llamado en árabe ṭābiʽ, nombre que designa también a su huella y a la huella del anillo); era pequeño primero, luego fue cada vez más grande


ANA LABARTA
UNIVERSIDAD DE VALENCIA


Arqueta de Leyre (año 966). Detalle del gobernante con su anillo-sello en el meñique izquierdo. Foto: Museo de Navarra (Pamplona). 

Siguiendo el ejemplo del profeta Mahoma, que se hizo hacer un anillo de plata para sellar las cartas, las autoridades musulmanas medievales en Oriente y en Occidente tuvieron también un anillo-sello. Aunque hay pocas referencias y muy marginales sobre al-Andalus, bastan para documentar que lo tenían los gobernantes, ministros, cargos militares y jueces, y que lo usaban para validar órdenes, salvoconductos, declaraciones, citaciones a juicio y otros documentos oficiales, además de cerrar la correspondencia. La impronta no se estampaba con tinta, cosa que no empezaría a hacerse hasta muchos siglos más tarde, sino sobre una bolita de arcilla húmeda que muy pronto se cambió por cera, en la que las letras quedaban en relieve. 

Consta cuál era el texto que llevaban en su anillo los califas legítimos, los omeyas y los abasíes de Oriente hasta el siglo XIII y también los gobernantes de al-Andalus. Aquí la fórmula más usual asociada al nombre de cada uno fue “en Dios confía fulano y en él se refugia”, hasta que ‘Abd al-Raḥmān II (m. 852) perdió el suyo y se hizo uno nuevo que decía “Abd al-Raḥmān está satisfecho con el decreto de Dios”. Esta nueva fórmula fue la que usaron todos sus sucesores hasta Hišām II (1013). No ha quedado ninguno de esos anillos, ni tampoco sus improntas, ni los documentos que las llevaban.



Museo PRASA Torrecampo (Córdoba). Fotos: Juan Bautista Carpio
Anillo N. I. 7676 visto de lado y desde arriba. 
Dice “La confianza | de ‘Isà | [está] en Dios”.  


Los anillos-sello andalusíes más antiguos que se han conservado, de los siglos VIII y IX, eran de particulares; son de plata y constan de un aro y una caja de lámina, cerrada, rellena de alguna materia. Sobre la tapa figura un breve texto grabado en hueco y en negativo. Ese texto no habla en primera persona, diciendo “soy de…”, ni desea buena suerte a su dueño, como hacían algunos anillos romanos; tampoco declara “soy un anillo”, ni afirma que “sella” o “valida”. Lo normal es que, imitando a los gobernantes, lleve escrito “en Dios [nombre propio] confía”, “[nombre] confía en Dios” o “la confianza de [nombre] está en Dios”.

Museo PRASA Torrecampo (Córdoba). Anillo N. I. 7675 de plata y cornalina con inscripción; vista lateral. Foto: Juan Bautista Carpio. 


Se observa una evolución en los anillos durante el siglo X: la caja de plata pasa a estar abierta y la inscripción va grabada sobre una cornalina, un granate u otra piedra alojada en su interior. A finales de siglo desaparecen los anillos con piedra inscrita y en su lugar la caja lleva pasta de vidrio de color que imita una piedra. El anillo fue perdiendo su función como sello, se convirtió en simple adorno y fue sustituido por la matriz sigilar.


Biblioteca de la Universidad de Granada, Ms-2-041 (2-10). Huella de un anillo con granate, hoy perdido. Decía “En Dios | Talīd ibn | ‘Abd al-Akram | confía”. Dibujo: Labarta 2017.


Surge la incógnita, que no tiene aún respuesta, de por qué se abandonó el anillo-sello; no sería para aumentar el área de las huellas, pues las matrices miden entre 7 y 10 mm de lado, igual o menos que la superficie inscrita en los anillos, que podía llegar a 11 x 15 mm. Tal vez se debiera a que las piedras tendían a soltarse del anillo y perderse: se han encontrado muchos anillos sin piedra y muchas piedras grabadas sueltas.

La matriz sigilar o sello

Las matrices más antiguas consisten en una barrita metálica, generalmente de bronce, de una sola pieza, de unos 30 mm de altura; un orificio permite llevarla colgada de una anilla. En su base, a menudo cuadrada con las esquinas cortadas, está la inscripción en negativo, en la que figura tan solo un nombre propio. Se han encontrado muy pocas y casi todas han aparecido fuera de contexto arqueológico: en el despoblado de Vascos (Toledo), en el castillo de Montanejos (Castellón), en la necrópolis islámica de Mértola (Portugal) pero sin relación con ninguna tumba, en el castillo de Miravet (Tarragona) o en la localidad de Aranzueque (Guadalajara) dentro de un tesorillo de monedas.

Museo de Castellón. Matriz del castillo de Montanejos.
Vista lateral y de la base.  
Dice “Abū Bakr | ibn Jamīs”. Fotos: Ferran Olucha. 


Las monedas que acompañaban al sello de Aranzueque fechan su ocultamiento casi con seguridad a finales del siglo XI y las características de las grafías de todas estas piezas las sitúan entre los inicios del siglo XI y la llegada de los almohades.  

No existe ninguna evidencia de sello ni de huella del periodo almohade y aunque sabemos que en el anillo de uno de sus dirigentes figuraba “He delegado en Dios; Él me basta y ¡qué excelente delegado es!” no es seguro que ese anillo anónimo se usara para sellar, al igual que sucede con otros anillos que solo llevan inscritas muestras de piedad. 

Las huellas de sello que se conservan en documentos de los siglos XIV y XV son de un tamaño mucho mayor. Los sellos de los reyes nazaríes eran redondos y se imprimían con matrices metálicas grandes, similares a las que usaban los otros reyes coetáneos hispanos y europeos. Es posible que, al igual que éstos, cada uno tuviera varios, de diferentes diámetros, para usarlos según con qué documentos. Los que colgaban de los pergaminos podían llegar a 100 mm de diámetro; los que se imprimían sobre cera roja pegada a documentos de papel tienen entre 60 y 80 mm, aunque en misivas reales escritas en romance se ven algunos que miden solo entre 45 y 57 mm. En cartas enviadas por los ministros, secretarios o altos cargos del ejército hay sellos de entre 20 y 35 mm y unos pocos de entre 15 y 20 mm; incluso estos últimos son demasiado grandes como para ser huellas de anillos. 

A la vista del material arqueológico y de archivo, parece claro que en al-Andalus el anillo (jātam o jātim) se utilizó para sellar documentos oficiales y correspondencia solo hasta la caída del califato de Córdoba (1009). A partir del siglo XI se empleó el sello (llamado en árabe ṭābiʽ, nombre que designa también a su huella y a la huella del anillo); era pequeño primero y luego fue cada vez más grande.

La leyenda del anillo de Boabdil

Son muchas las narraciones legendarias sobre cómo fue la entrega de Granada a los Reyes Católicos y sobre la marcha del último rey, Boabdil, ilustradas en nuestra mente a través del lienzo de Francisco Pradilla La rendición de Granada guardado en el Palacio del Senado de Madrid y otras pinturas historicistas del siglo XIX. Los objetos que se vinculan a Boabdil, ya sean ropajes, calzado o armas, son piezas que ejercen una especial atracción en el Museo del Ejército de Toledo. 

Según una de esas leyendas, Boabdil le habría regalado su anillo a Íñigo López de Mendoza y Quiñones (m. 1515), segundo Conde de Tendilla y primer Marqués de Mondéjar, y su familia lo habría conservado hasta la muerte del octavo Conde de Tendilla en 1656. 

El origen de este relato se encuentra en la Historia de la Casa de Mondéjar de Gaspar Ibáñez de Segovia (m. 1708), que afirmaba estar siguiendo la Historia de los Condes de Tendilla, redactada medio siglo antes por Gabriel Rodríguez de Ardila. 

Según la narración de Ibáñez, que transcribo del manuscrito modernizando un poco la ortografía, “en el momento de la entrega de la Alhambra de Granada, Boabdil preguntó a quién daban los Reyes la tenencia de la alcaidía del Alhambra y, diciéndole que al conde de Tendilla, pidió se le llamasen; y sacando una sortija de oro del dedo, con una piedra turquesa donde estaban escritas estas letras: lei lehe ille ali lehu alahu tabihu aben abi abdilehi, que traducidas en nuestro castellano dicen: No hay otro dios sino el verdadero Dios y este es el sello de Aben Abi Abdilehi, se la dio y le dijo: «Con esta sortija se ha gobernado Granada desde que se ganó por los moros; tomadla para que la gobernéis con ella y Dios os haga más dichoso que a mí». La cual yo he visto y se guarda en los señores de esta Casa”. 

Añade luego: “Esta sortija, de que dice Ardila entregó el rey de Granada al conde de Tendilla, la conservaron sus descendientes hasta que, muerto el marqués don Íñigo, último varón de esta Casa, en la ciudad de Málaga el año de 1656 sin dejar sucesión, se perdió por no haber atendido la marquesa doña María, su hermana, hallándose en Madrid, a solicitar recobrarla, o no teniendo noticia de cuan apreciable prenda era, u olvidada, después de tantos años como faltaba de la casa de sus padres, de la estimación con que se mantenía en ella”.  

La narración está recogida en la Historia de Granada de Miguel Lafuente Alcántara (1846), la Historia de España de Modesto Lafuente (1888), Las capitulaciones para la entrega de Granada de Miguel Garrido Atienza (1910) y todos los autores que les han seguido. Pero no está en el capítulo que relata la llegada de los Reyes Católicos a La Alhambra en la obra de Rodríguez de Ardila editada por Foulché-Delbosc. 

¿Tenía Boabdil un anillo? Posiblemente sí, incluso varios. ¿Tenía un anillo-sello? Aunque en teoría no se puede afirmar ni negar tal cosa, la realidad es que no hay ninguna otra referencia a él, ni queda su impronta, ni rastro de ella, en los documentos conservados. Y, como hemos visto, entre los musulmanes nadie usaba ya anillos para sellar desde inicios del siglo XI. 

Vamos a repasar juntos con cuidado la noticia.  

Dice que se sacó del dedo “una sortija de oro”. El anillo de los musulmanes acostumbraba a ser de plata, pues la Tradición desaconseja que los varones lo lleven de oro, metal que está admitido solo para las mujeres.  

La turquesa es una piedra que se puso de moda a mediados del siglo XIV y en el XV, pero es muy extraño que nos diga que llevaba una inscripción, ya que es frágil y no se usaba para hacer sellos; hubiéramos esperado que fuera una cornalina. 

El supuesto texto del anillo también resulta raro, por varias razones. En su torpe transcripción, que suena como tomada de oído, creo reconocer: lā ilaha illā Allāh ‘no hay más dios que Dios’ y haḏā hu ṭābiʽu ibn Abī ‘Abdi-llāhi ‘este es el sello de Ibn Abī ‘Abd Allāh’. En la primera parte, la profesión de fe musulmana, echo en falta la referencia a la misión profética de Mahoma. En la segunda parte, la joya se presentaría como ṭābi‘, ‘sello’, término que, como hemos visto, corresponde a la matriz, no al anillo, que se llama en árabe jātim; pero hay que recordar, además, que ninguna de estas dos palabras árabes consta en ningún anillo.  

Más sorprendente es la manera de nombrar a su dueño: ibn Abī ‘Abd Allāh ‘el hijo de Abū ‘Abd Allāh’, sin mencionar su nombre propio. Lo habitual en los anillos y sellos es encontrar el nombre propio de su poseedor seguido de ‘hijo’ y el nombre de su padre o de un sobrenombre. 

En cualquier caso, Boabdil se llamaba Abū ‘Abd Allāh Muḥammad, de modo que ‘el hijo de Abū ‘Abd Allāh’ no sería él sino un hijo suyo (o el hijo de otro Muḥammad). El padre de Boabdil, conocido entre los castellanos como muley Hacén, no se llamaba Abū ‘Abd Allāh, sino Abū-l-Ḥasan ‘Alī. De modo que, de haber existido tal joya, su dueño no podía ser Boabdil.  

La frase que éste habría dicho al entregárselo al conde de Tendilla (“con esta sortija se ha gobernado Granada desde que se ganó por los moros”) parece sugerir que en la imaginación de quien inventó la leyenda no se trataba simplemente del anillo personal de Boabdil, sino de uno heredado, transmitido de generación en generación, desde los orígenes del reino. Pero el fundador de la dinastía, Muḥammad I, tampoco se llamaba ibn Abī ‘Abd Allāh.  

Creo que lo dicho basta para mostrar que la referencia al “anillo de Boabdil”, sus características y el texto de su supuesta inscripción carecen de realidad histórica y son un invento de mediados del siglo XVII para ensalzar a la Casa de Mondéjar.

Museo Arqueológico y Etnológico de Granada DJ 00738. Anillo nazarí de oro con una turquesa, encontrado en la excavación de plaza de los Chinos, 5. Fotos: Isidro Toro y Manuel Morales. 

Ahora bien, “una sortija de oro con una piedra turquesa”, sin inscripción en la piedra, sí corresponde a un tipo de anillo que estuvo de moda en época nazarí. Algunos poemas populares de esa época mencionan el regalo de un anillo, con esmeralda o turquesa, por parte del amante como testimonio de amor y evidencia de la relación. Incluso se ha hallado uno bien conservado en excavaciones arqueológicas en Granada; exteriormente va decorado con líneas incisas que en su día iban rellenas de esmalte negro y lleva un letrerito grabado en ambos costados que dice “la gloria pertenece a Dios”. Otro anillo, también de oro y muy parecido en construcción y decoración, se encontró en la alcazaba del castillo de Mértola (Portugal). 

Dicen que toda leyenda tiene algo de verdad. Es posible que el Conde de Tendilla, una vez establecido en Granada, adquiriera un anillo como estos y que sus descendientes lo conservaran durante varias generaciones; si en familia lo llamaban “el anillo de Boabdil” sería bromeando; pero, una vez extraviado, fue fácil dejar volar la fantasía y adornar el recuerdo.


PARA AMPLIAR:

 

LA ARABIZACIÓN DE AL-ÁNDALUS . CONCEPTO

 

LA ARABIZACIÓN DE AL-ANDALUS


El andalusí es el dialecto árabe medieval mejor documentado. Hoy día es considerado un elemento esencial en la historia de la lengua árabe y su dialectología


ÁNGELES VICENTE
UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

Reproducción facsímil de un fragmento del Vocabulista in arabico, según el códice de la Biblioteca Riccardiana de Florencia, edición de C. Schiaparelli (1871). Biblioteca Digital de la AECID.


¿Cómo se produjo la arabización de al-Andalus?

Al-Andalus llegó a ser una sociedad arabo-islámica gracias al éxito del doble proceso de arabización e islamización. Tras la llegada del islam, se produjo en la Península Ibérica una transformación similar a la que había tenido lugar anteriormente en las regiones del Mediterráneo oriental, y cuyo resultado fue la paulatina asimilación de la población local hacia la cultura recién llegada, es decir la cultura árabe, que se convirtió en la dominante, aunque de manera recíproca esta fue influida también por algunos elementos de las culturas autóctonas.

La lengua árabe fue introducida en la Península Ibérica con la llegada de población arabófona en el siglo VIII, aunque se sabe que su número era escaso, pues la mayor parte de los conquistadores eran bereberes islamizados procedentes del Norte de África. El éxito y la expansión del árabe se debió, por tanto, a la llegada algo posterior de nuevos aportes de población arabófona (especialmente los árabes que llegaron con el ejército de base tribal sirio) y al prestigio social alcanzado por esta lengua al ser la variedad vehicular de las clases dominantes, por lo que su uso tendría una serie de ventajas sociales para sus hablantes. A todo ello hay que sumar el hecho de que el árabe sea la lengua sagrada del islam, religión que llegó a ser la mayoritaria de la sociedad andalusí.

La población de origen árabe a la que se ha aludido procedía de diferentes partes de Oriente, por lo que el árabe que hablaban no era una lengua homogénea sino diferentes variedades habladas en áreas de la Península Arábiga y del territorio que en la actualidad se conoce como Oriente Medio. Así, se han descrito características propias de los dialectos sirio y yemení en la formación del árabe andalusí, debido a que parte de los pobladores árabes pertenecían a tribus procedentes del sur de la Península Arábiga y de Siria. Ya en este primigenio panorama lingüístico andalusí encontramos la situación de diglosia que caracteriza a la lengua árabe, es decir, una variedad usada en la escritura y la liturgia, y la existencia de un grupo de diferentes variedades orales empleadas como lenguas de comunicación.

La formación del árabe andalusí

La gestación del árabe andalusí se produjo de manera similar a la de otras lenguas de tipo neoárabe, un grupo del que forma parte en su fase antigua, siendo los actuales árabe marroquí, árabe iraquí, árabe egipcio, etc. una fase moderna del mismo grupo de lenguas. Es decir, les diferencia que el andalusí desapareció como lengua de comunicación en el siglo XVII, mientras que las otras lenguas árabes vernáculas siguieron evolucionando hasta la época actual.

El árabe andalusí se formó, por tanto, debido a la interacción de varios elementos: las diversas variedades árabes traídas a la Península Ibérica en el siglo VIII, junto con elementos autóctonos como el bajo latín, primero, y el romandalusí, después. Esta última consistía en la lengua romance hablada por la población andalusí durante los primeros siglos y que tuvo una evolución diferente a las lenguas romances habladas más al norte debido al contacto continuo con una variedad árabe.

Fragmento del Diván de Ibn Quzmán, ed. de David de Gunzburg (1896). Biblioteca Digital de la AECID.


Esta realidad lingüística anterior a la llegada de los árabes, y sobre la que se instalaron, funcionó como substrato lingüístico y dejó una huella importante en el árabe andalusí. Hay que contar además con otra influencia lingüística llegada del Norte de África, la lengua bereber o amazig; en primer lugar, con la presencia entre los conquistadores de variedades bereberes habladas por las tropas de este origen y, más adelante, por la llegada de población berberófona durante los imperios Almorávide y Almohade, lo que supuso también la influencia sobre el andalusí de otros dialectos árabes magrebíes, sobre todo, el marroquí. Todo ello dio forma a una variedad árabe particular que lograría imponerse en toda la sociedad andalusí como lengua vehicular o de comunicación.

Además del elemento religioso y del prestigio social ya aludidos, otros factores contribuyeron al éxito de este proceso. Por un lado, la llegada de arabófonos procedentes de Oriente durante la época del califato ayudó a la expansión de la arabización y, por otro, la campaña de propagación de la variedad cordobesa promovida por el califa ‘Abd ar-Raḥmân III en el siglo X, que tuvo un gran éxito sobre todo en las ciudades, contribuyó a conseguir una cierta homogenización de las diversas variedades del árabe andalusí. Así, se formó una coiné más o menos unificada y prestigiosa que, a lo largo del siglo XI, logró imponerse en esta sociedad sin distinguir la religión de sus hablantes; es decir, era la lengua de comunicación para los musulmanes, los cristianos y los judíos de al-Andalus. Con ello, el mayor número de hablantes de esta lengua se alcanzó en los siglos XI y XII.

Su prestigio social fue tal que llegó a convertirse en lengua literaria, un papel normalmente desempeñado en las sociedades arabo-musulmanas por la variedad clásica, llegando a los círculos cortesanos y a los palacios de los reinos de taifas. Incluso, en una época concreta, los andalusíes comenzaron a exportar cultura árabe hacia el Magreb, donde tenían una considerable influencia, convirtiéndose en una referencia cultural y en artífices de la arabización de parte de esa región.

Disponemos de documentación textual del árabe andalusí desde el siglo X y hasta el momento de la expulsión de los moriscos en el siglo XVII. Así, el primer uso conservado del andalusí en un documento escrito, que aparece en la crónica histórica al-Muqtabis V de Ibn Ḥayyān, se documenta en un verso del año 913 en el que un partidario del rebelde ‘Umar ben Ḥafsûn insulta al emir ‘Abd ar-Raḥmân III.

Existen también huellas de la variedad andalusí en la producción literaria, como los proverbios o la poesía, pues fue en al-Andalus donde nació el género de la poesía estrófica que nos proporciona tempranas muestras de esta lengua. Este es el caso de las xaraǧât (estribillos escritos en árabe andalusí o bien en lengua romance de los poemas conocidos como muwaššaḥât) y el de los cejeles (poemas estróficos escritos completamente en árabe andalusí).

Entre los últimos ejemplos del uso escrito de esta lengua contamos con los documentos redactados por los moriscos de Valencia, en prosa y de uso privado, donde encontramos interesantes ejemplos de la lengua romance hablada en esta región oriental de la Península Ibérica, a causa de la práctica por esta población del code-switching andalusí-lengua romance.

Gracias a esta situación, el andalusí es el dialecto árabe medieval mejor documentado y, como consecuencia, se ha logrado describir su gramática y su léxico a pesar del consabido registro elevado que caracteriza a las fuentes escritas. Hoy día es considerado un elemento esencial en la historia de la lengua árabe y su dialectología, pues su mayor conocimiento demostró su conexión con el resto de dialectos hablados en la región del Magreb, abandonándose con ello la denominación previa que se le había dado (dialecto hispano-árabe). Todo ello ayudó a corroborar que al-Andalus, aun habiéndose constituido como una entidad política diferente con la llegada del omeya ‘Abd ar-Raḥmān I, siguió formando parte del ámbito lingüístico y cultural creado por la expansión imperial islámica.

Contactos entre el árabe y el romance en territorio peninsular

Durante los nueve siglos en los que la lengua árabe se habló en parte del territorio de la Península Ibérica, su estatus sufrió varios cambios debido principalmente a circunstancias extra-lingüísticas, pasando así por tres etapas diferentes: en primer lugar, entre los siglos VIII y X, podemos hablar de una situación de bilingüismo, donde el árabe era la lengua que tenía el prestigio social, mientras que la lengua proto-romance de la población autóctona era la más importante desde el punto de vista cuantitativo. Un segundo periodo, en el que el árabe andalusí se impuso como lengua dominante de comunicación entre los diversos grupos sociales y religiosos que vivían en al-Andalus, llegando a vivirse una situación de monolingüismo árabe más o menos generalizado entre los siglos XI y XIII. Y una tercera y última fase, del siglo XIII en adelante, en la que, tras el avance de las conquistas cristianas y la reducción numérica de la población arabófona, se produjo otra situación de bilingüismo entre el árabe andalusí y las lenguas romances, pero esta vez con el árabe vernáculo como lengua minoritaria y sin prestigio social, mientras que la lengua dominante era diferente dependiendo de la región, pues el bajo latín había evolucionado ya hacia las diversas lenguas romances peninsulares.

La existencia de la primera situación de bilingüismo en al-Andalus y su duración en el tiempo ha sido un tema muy controvertido en la literatura científica, ya que han aparecido numerosas teorías contradictorias entre sí, algunas de ellas muy polarizadas. La teoría más aceptada en la actualidad consiste en que la situación de bilingüismo vivida en al-Andalus llegó a un nivel de interferencia tan profundo que dejó huellas en ambas lenguas. No obstante, la arabización de al-Andalus, aunque fue un proceso lento y no exento de contratiempos, llegó a culminarse en el siglo XI, unos tres siglos después de la llegada de la lengua árabe a estas tierras. La variación dialectal siguió existiendo en forma de variantes regionales e incluso hubo núcleos aislados de hablantes de otras lenguas, sobre todo en las zonas rurales.

Reproducción facsímil de un fragmento del Vocabulista in arabico, según el códice de la Biblioteca Riccardiana de Florencia, edición de C. Schiaparelli (1871). Biblioteca Digital de la AECID.


En lo que concierne al árabe andalusí, las interferencias con la lengua romance existen a nivel fonético, prosódico, morfosintáctico y del léxico. Así, por ejemplo, su particular prosodia demuestra su idiosincrasia, pues es diferente de la de cualquier otra variedad árabe.

En cuanto a las lenguas romances, la interacción con el árabe andalusí se refleja también en la presencia de algunas interferencias que, aunque no muy numerosas en aspectos fonéticos y morfosintácticos, sí lo son en el campo del léxico, donde la huella es mayor.

Se han establecido dos tipos de influencias desde el árabe andalusí hacia las lenguas habladas en el norte cristiano. En primer lugar, de tipo directo gracias a los grupos sociales que vivieron entre las dos culturas peninsulares: la cristiano-occidental y la musulmano-oriental. Esta población estaba formada primero por los mozárabes (cristianos arabizados) de al-Andalus que empezaron a inmigrar hacia el norte peninsular desde los siglos IX y X y sobre todo a partir del XII, transformándose así en los principales transmisores de las interferencias lingüísticas hacia las lenguas habladas en los reinos cristianos.

Posteriormente, existió un segundo grupo de población que vivió entre las dos culturas, se trata del formado por los mudéjares, con el tiempo moriscos, quienes mantuvieron un contacto cotidiano con las lenguas romances en algunas ciudades, ya bajo poder cristiano. Ellos contribuyeron a la transmisión de estas transferencias, pero en una menor escala, a causa de su estatus social más bajo que aquel del que gozaron anteriormente los mozárabes, pues estos últimos venían de una cultura vista como superior, por lo que fueron imitados en muchos aspectos.

La segunda clase de influencias son de tipo indirecto y se trata de un contacto lingüístico más distante y esporádico, motivado, por ejemplo, por las relaciones comerciales, militares y políticas.

Ilustración de la traducción castellana del Kalila wa Dimna (siglo XIII). Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, ms. H-III-9, f. 11v (copia del siglo XV).


En cuanto al contacto entre las variedades escritas, las interferencias lingüísticas se produjeron mayoritariamente desde el árabe clásico hacia el latín y las lenguas romances, cuando estas se convirtieron en lenguas literarias. Este contacto se produjo principalmente a través de una importante labor de traducción de las obras árabes orientales y andalusíes y de las obras griegas traducidas anteriormente al árabe en la famosa Dār al-Ḥikma de Bagdad, que habían llegado a al-Andalus en el equipaje de muchos viajeros que llegaban de Oriente. Así, por ejemplo, en la corte de Castilla, se tradujo todo el saber árabe al castellano, variedad vernácula que con Alfonso X el Sabio se convirtió en lengua literaria, y al latín, pasando de esta manera al resto de Europa. Como el castellano no era aún una lengua de cultura bien desarrollada, se necesitó crear muchos neologismos para expresar lo que había en esas obras árabes y griegas, y con ello las influencias lingüísticas penetraron en las lenguas romances y en el latín, sobre todo en forma de préstamos semánticos, conocidos como arabismos.

El declive del árabe como lengua de comunicación y su desaparición en la España moderna

Con el paso de los siglos y el avance cristiano hacia el sur, la situación lingüística de los mudéjares y moriscos se caracterizó por una nueva situación de bilingüismo, como ya hemos señalado anteriormente. Esta difiere en muchos aspectos de la que hemos descrito para la primera época de bilingüismo en los siglos anteriores.

Primero, en la importancia del fenómeno, ya que ahora fue menos extenso desde un punto de vista cronológico y geográfico. En segundo lugar, la lengua de prestigio social era diferente en los dos casos, pues en la primera etapa de bilingüismo lo era el árabe andalusí y en la segunda lo serían las lenguas romances. En tercer lugar, porque ahora hay que hablar más bien de un bilingüismo individual, mientras que el primero era un fenómeno desarrollado a nivel social. Es decir, ahora en muchos casos se trataba de algunos individuos que dominaban las dos lenguas y que eran útiles como intermediarios, los famosos trujumanes.

La desaparición de la lengua árabe en la Península Ibérica fue un proceso muy lento, a causa de la resistencia de la población musulmana a abandonar su lengua, una situación que encontramos incluso entre algunos cristianos. De esta manera, el árabe existió entre la población de la ciudad de Toledo incluso después de la conquista de la ciudad en 1085 por el rey Alfonso VI. Esta situación se prolongó hasta los siglos XII y XIII, es decir, se mantuvo el uso del árabe como lengua de comunicación de una comunidad cristiana, antiguos mozárabes toledanos, y bajo el poder de un rey cristiano, a causa de motivos relacionados probablemente con la identidad de grupo.

En todo caso, el retroceso de la lengua árabe no se produjo en todas las regiones de una manera similar, y así la situación en Castilla y Aragón no fue la misma que la de Granada y Valencia, siendo la vitalidad del árabe mucho más fuerte en las dos últimas ciudades. De esta manera, en la zona norte de la Península Ibérica, el árabe como lengua de comunicación desapareció hacia el siglo XIV, mientras que en las regiones meridional y oriental sobrevivió hasta finales del siglo XVI en Granada y hasta el momento de la expulsión de los moriscos, al principio del siglo XVII, en el Levante. Este hecho tuvo como consecuencia que parte de la población morisca llevara consigo la lengua árabe al territorio donde se instaló, es decir, a algunas regiones magrebíes, mientras que otros tuvieron que “re-arabizarse” allí, pues solo hablaban lengua romance.


PARA AMPLIAR:

  • Corriente, Federico, 1992. Arabe andalusí y lenguas romances. Madrid, Editorial MAPFRE.
  • Corriente, Federico, Christophe Pereira & Ángeles Vicente, 2015-2022. Encyclopédie Linguistique d’Al-Andalus, 5 vols. Berlín, De Gruyter.
  • Vicente, Ángeles, 2006. El proceso de arabización de Alandalús: Un caso medieval de interacción de lenguas. Zaragoza, Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo.
  • Wasserstein, David, 1991. “The language situation in al-Andalus”. En Studies on the Muwaššaḥ and the Kharja: Proceedings of the Exeter international colloquium, 1–15. Oxford, Ithaca Press.