sábado, 14 de enero de 2012

Historia de los musulmanes en al-Ándalus. Sistema de regadio en Al-Andalus

SISTEMA DE REGADIO EN AL-ANDALUS


En la literatura andalusí existen numerosas apariciones y menciones del agua relacionada con lluvia, surtidores, ríos, acequias, norias, albercas, etc. Se desarrollo una gran tecnología en campos como la hidráulica, sistema de captación, canalización y almacenamiento además de ingenios y mecanismos.
Para Ibn Jäfaÿa (1058-1139) de Alcira, máximo exponente de la poesía andalusí de jardines, tanto que se le llamo al-¨Yannän (el jardinero), las nubes amamantaban las flores con la lluvia.


“(se ven) en un valle en el que las bocas de las margaritas


Han mamado el pecho de las nubes de chaparrones


Generosos”
Abu Isaac Ibrahim Ibn Jafäyä nació en el año 450 de la Hégira (1058 de la era cristiana) en la prospera ciudad de valencia de Yazirat Suqr (Alcira) donde realizo estudios gramaticales, religiosos y literarios, sintiendo una fuerte inclinación hacia estos últimos, desde muy joven. Tras una formación rigurosa en poesía clásica árabe, se dedico a la creación de los temas de la naturaleza.
El desarrollo tecnológico y científico de los musulmanes hispanoárabes les permitió adoptar y adaptar diversos medios y recursos técnicos para la prospección, captación, elevación, almacenamiento, distribución y uso de aguas, que propiciaron el desarrollo del regadío esencial para la agricultura hasta el punto de que fue el motor de una importante revolución agrícola en el siglo XI.
Los musulmanes perfeccionaron grandiosamente las técnicas de riego, se convirtieron  en los maestros de la técnica hidráulica agrícola, aprovecharon los sistemas de riego romanos que  encontraron, y junto a las técnicas orientales que conocían, pudieron lograr un excepcional aprovechamiento del agua, no podemos pasar por desapercibido el hecho del contenido etimológico árabe de las palabras actuales con las que se designan las obras hidráulicas o de riego: séqui, assut, assarb, sinia, nória, aljub, safareig, martava, tanda, etc—
Los dos sistemas de regadío tradicionales todavía vigentes en la actualidad provienen de la época musulmana, además de  las canalizaciones del agua ó acequias, por las que corría el agua de los ríos o de los manantiales, sirviéndose de los desniveles del suelo. En la utilización de las aguas fluviales emplearon los azudes o presas, y los alquezares o cortes.
Para sacar el agua de los pozos, fuentes, manantiales, o ríos se utilizaron diversos medios: la polea, el torno de mano horizontal, el cigüeñal y las ruedas elevadoras.


A partir del siglo X proliferan por toda la geografía de Al-Andalus las norias accionadas por energía hidráulica “naura”. Se destinaban a la elevación de agua, al manejo de molinos para la industria textil y la fabricación de papel.
Para captar aguas subterráneas se utilizaron pozos y, quizás lo mas conocido y relevante de las canalizaciones de agua en el mundo árabe, el famoso ganä que consiste, básicamente, en unas galerías subterráneas, perforadas aplicando técnicas de origen oriental, por las que se conducen el agua desde un pozo madre que la capta desde las capas freáticas y que esta provista de unos respiraderos o pozos de ventilación cada cierta distancia.


Lo que posibilito la utilización de las norias para la extracción de recursos hídricos de los pozos fue sustituir la fuerza motriz del agua por la de las bestias de carga, lo que permitió accionar la maquina sin necesidad de la existencia de agua corriente.


Para la distribución del agua de regadío se desarrollaron complejas y extensas redes de acequias que subdividían sucesivamente en conducciones menores en una estructura arborescente hasta llegar a cada uno de los predios que regaban u alcanzar así grandes extensiones de regadío intensivo.


La introducción del regadío, entre los siglos VIII al X, supuso una auténtica revolución agrícola que permitió cultivar en tierras de la Axarquía productos procedentes de Oriente hasta entonces desconocidos tanto aquí como en el resto del continente europeo, posibilitando la proliferación de una diversidad de árboles y verduras espectacular para la época.

La suavidad climática de la zona -la propia sierra actúa como un paredón natural que frena la entrada de vientos fríos- junto a la sistematización del riego a través de la técnica traída por el islam hizo que en estas tierras crecieran granados, moreras, limoneros, naranjos, cerezos, albaricoques, melocotones, almendros y hasta palmeras datileras, así como verduras y hortalizas hoy consideradas tan nuestras como la berenjena, pepino, calabaza, espinaca, zanahoria, coliflor o lechuga y que se dieran cultivos tales como el arroz, el cáñamo, el lino, el azafrán o el anís, entro otros.

Así, la introducción de la técnica del regadío, que copiaba los conocimientos aplicados en los cultivos húmedos del Indostán, supuso el aprovechamiento de las lluvias y de la acumulación de agua que permiten los sustratos de las montañas que integran este parque natural, cuyo nombre podría estar precisamente relacionado con la abundancia de agua que discurría por sus barrancos y manantiales. Así Almijara, proveniente del árabe al-maxar, aparece en el diccionario en alusión a una vasija, escurridero o vertiente.

A través de la construcción de azudes, aceñas, canales, norias, acequias, albercas y aljibes se hizo posible la captación, almacenamiento, canalización y posterior distribución de agua para el riego, introduciendo también la sistematización de la tierra para la infiltración a través de la creación de bancales -en los que hoy se siguen cultivando aguacates, chirimoyas, olivos, nísperos, nogales, cerezos y vides- impulsando la capacidad productiva de la zona y con ello también el incremento poblacional en unas montañas que hasta entonces no debieron registrar grandes niveles de población.

Energía gravitatoria

«Se trata de una técnica basada en la energía gravitatoria. No existen motores y es la altura de captación del agua la que define el sistema, cuya introducción en Europa por parte de los andaluces supuso, en el siglo X, la primera revolución agrícola. Fue entonces cuando entran aquí cultivos como el algodón, la seda, el lino, el cáñamo o la azúcar», asegura Antonio Pulido, director conservador del Parque Natural Sierra Tejeda-Almijara y Alhama de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, que lidera, junto al Centro de Desarrollo Rural de la Axarquía (Ceder-Axarquía) un proyecto para la puesta en valor de este sistema, que ha sido incluido en el programa europeo Mediterritage (Herencia Mediterránea), cuyo objetivo es la valorización económica del patrimonio natural y cultural de las montañas mediterráneas.
Entre las técnicas agrícolas que exponen los agrónomos andalusíes cabe indicar la destinada a conseguir que corra el agua en una tierra para posibilitar el riego. La técnica consiste en disponer el suelo con una inclinación de  acuerdo con una proporción de desnivel determinado, esta proporción se calculaba con una herramienta al efecto.

El mundo islámico surge en un contexto árido: la península arábiga. El primer pueblo que lo integra, el pueblo árabe, aprecia el agua como auténtico tesoro, ya que prácticamente carece de ella, siendo los oasis su única fuente de abastecimiento. Esa valoración del agua, origen de toda vida, va a reflejarse constantemente en el Corán. ¿No veis el agua que Alá ha hecho descender del cielo
y por medio de ella, todo verdea sobre la tierra?
Corán (sura 22, aleya 63)

Él es Quien ha hecho bajar para vosotros agua del cielo.
De ella bebéis y de ella viven las plantas con las que apacentáis.
Gracias a esa agua, hace crecer para vosotros los cereales,
los olivos, las palmeras, las vides y toda clase de frutos.
Corán (sura 16, aleyas 10-11)

Con la expansión del Islam a través del imperio Persa, Egipto y Siria, entre los siglos VII y VIII, los musulmanes aprendieron las técnicas de regadío, extracción y aprovechamiento del agua, muy desarrolladas por entonces en aquellas regiones, especialmente en tierras mesopotámicas (Iraq).

Además de servir de bebida para los seres humanos y los animales, el agua será esencial en la agricultura y se convertirá en un complemento imprescindible de las construcciones palaciegas. Se introducirá como un elemento decorativo polivalente que proporcionará efectos lumínicos, refrescará y relajará el ambiente, y hará las veces de un espejo al duplicar el efecto visual de la arquitectura.

El agua estará omnipresente en todo tipo de jardines y de almunias, ya sea en forma de fuentes, canalillos, surtidores, estanques, acequias y albercas, o bien, deslizándose caudalosa por las norias de corriente.

Las acequias (del árabe al-saqiya) fueron las principales conducciones empleadas por los musulmanes para la distribución del agua, tanto en grandes predios como en pequeños jardines. Este sistema de riego por canales, mayores y menores, ya se utilizaba en la antigua Babilonia (siglo VII a.C.) para regar los jardines colgantes, o pensiles, con las aguas del Éufrates, y se extendió al imperio Persa en ciudades como Persépolis. Posteriormente, los romanos, herederos de esa tradición, establecieron en sus provincias de la cuenca mediterránea auténticas redes de regadíos, especialmente en Hispania.

Al llegar a la Península Ibérica, los árabes eran conocedores de los sistemas de riego orientales. Reaprovecharon la infraestructura del regadío romano, ya deteriorada, ampliando e intensificando su utilización, y crearon acequias mayores, menores y brazales, con un ingenioso sistema de distribución del agua, base de su emergente agricultura.

De ahí que en muchas zonas de España, especialmente en la región levantina, sean frecuentes los topónimos de origen árabe que aluden a las acequias: la acequia de Beniscornia (o de los Banu Scornia), al sur del río Segura, en Murcia, ha dado origen al llamado popularmente «Rincón de Bernisconia».

Las norias (del árabe na´ura) de corriente o fluviales, de origen oriental, ya habían sido utilizadas por los romanos en la Península, esencialmente en la Bética, para la extracción del agua de río o corriente de cierto caudal. El agua se recogía por medio de unos recipientes —arcaduces o cangilones—, instalados en la propia rueda que la corriente accionaba. Cuando el giro alcanzaba su máxima altura, los recipientes vertían el agua en un canal, desde el que se distribuía a las acequias de los huertos y jardines, a las albercas y a las canalizaciones urbanas.

Los árabes intensificaron el empleo de las norias en Al Ándalus, como una de las bases de la captación de agua fluvial. Algunas llegaban a alcanzar más de 15 metros de diámetro. Todavía se pueden contemplar algunas norias de origen hispano musulmán en La Ñora y Alcantarilla (Murcia), en Casas del Río (Valencia), en el río Guadalquivir, en el Jalón y también en Portugal.

Existía además otro tipo de noria de tracción animal y de menor tamaño, llamada al-saniya (‘aceña’). Se utilizaba en los predios menores para extraer agua de pozo. En los campos de Castilla aún se pueden observar estos ingenios hoy en desuso.

La función esencial de la alberca (del árabe al-birka) era servir como depósito de agua, para distribuirla posteriormente por las acequias. Su funcionalidad se combinó con el característico sentido de la estética de los hispano musulmanes, constituyéndose en un elemento más del jardín y la arquitectura. Los principales patios y jardines del mundo islámico contaron con grandes albercas, como sucede en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra de Granada (siglo XIV).

En la tradición islámica, el agua se considera un don divino que no es propiedad de los seres humanos. Éstos son solamente sus depositarios; por ello tienen la obligación de repartirla con equidad entre quienes la necesitan. Este concepto sirvió de base para establecer en Al Ándalus un perfecto sistema de regadío. El agua, remansada en los azudes de los ríos, se distribuía por riguroso turno a través de las acequias y brazales a cada predio, según su superficie y el volumen del caudal que repartieran.

En torno a este sistema surgió desde el siglo X una serie de funcionarios encargados de velar por el reparto justo y ordenado: el wikalat al-saqiya, o «gobierno de la acequia». Según el insigne arabista francés Levi-Provençal, esta institución fue el antecedente del Tribunal de las Aguas valenciano.

Otra de las técnicas de distribución del agua empleadas fue la conocida como de «las señas», que todavía se practica en la Alpujarra. Consiste en aprovechar el agua de los prados de inundación de alta montaña, conduciéndola a través de las fisuras de las laderas.

En las fuentes árabes encontramos dos grandes grupos en los que incluir las explotaciones agrarias irrigadas: de un lado, las ubicadas extramuros, en los contornos de las ciudades, y que son las más artificiosas; y por otro los espacios abiertos cuyo diseño y tipología vienen definidos por la propia naturaleza y que ven crecer especies hortofrutícolas muy concretas.

En el primer grupo hay una serie de unidades: yanna, bustan y munya. Son espacios agrícolas cerrados y peri-urbanos. Bustan y munya aparecen como sinónimos, con una múltiple finalidad estética, económica y experimental, normalmente predominando una de estas funciones sobre las demás; podían ser explotaciones agrícolas de gran superficie. Una y otra eran propiedades de la realeza y alto funcionariado del reino. En todos los casos llevaban asociadas viviendas y otras construcciones, tanto de carácter ornamental como industrial. El agrónomo Ibn Luyun incluye la descripción de un bustan ideal, de una finca de recreo ante todo, que perfectamente podemos asociar al esquema clásico de una almunia, lo que nos aclara que ambos espacios, aunque designados con voces distintas, revelan un mismo sentido utilitario.

En lo referente a yanna, nos podemos referir a una unidad de producción agrícola de regadío básica, en la que ésta constituye la única funcionalidad, alejada por ello de otras que comportan bustan y munya, como puede ser la ornamental, recreativa. También posee vivienda y puede que corresponda a un tipo de propiedad parcelada, minifundio de pequeños agricultores.




La descripción que hicieron viajeros y geógrafos árabes de al-Andalus, era la de un país con abundantes tierras de secano en el interior, dedicadas principalmente al pastoreo y al cultivo de cereales, que contrastaban con las ricas ciudades. Éstas estaban situadas en su mayor porte en las riberas de los ríos más caudalosos, rodeadas de abundantes vegas donde se cultivaba toda clase de árboles frutales y de hortalizas.

En torno a estos ríos se crearon nuevas canalizaciones de agua: acequias, azudes y presas, cuya función era la de acumular el agua que luego habría de ser repartida. Se construyeron, además, abundantes aljibes y “qanats”, que consistían en un sistema de pozos conectados entre sí.

También se instalaron en las orillas de los ríos numerosos ingenios, como son las norias (”nau ‘ra”), que tenían por objeto facilitar el reparto del agua. Unas eran las llamadas de corriente, consistentes en una rueda hidráulica elevadora, mientras que otras, llamadas actualmente “de tiro”, consistían en un complejo mecanismo de ruedas accionadas mediante tracción animal.

Este tipo de ingenios se ha venido utilizando en España hasta hace pocas décadas.
En cuanto a las nuevas reglamentaciones e instituciones que surgieron en torno a un reparto equitativo de las aguas, muchas de ellas (como el Tribunal de las Aguas en Valencia, y las costumbres, sin reglamentar, de tandas y turnos), todavía perduran en algunas regiones de España, especialmente en la región levantino-murciana.

Las buenas mañas hortícolas de los andalusíes, no sólo fueron estimadas por los musulmanes norteafricanos que les acogieron tras ser expulsados de España, sino también por los propios cristianos, como así lo demuestra un refrán popular que todavía se emplea entre nosotros: “¡Una huerta es un tesoro, si el que la labra es un moro!”.

También eran famosos en al-Andalus, entre los poetas y geógrafos árabes, los palacios “de recreo” (”al-Muniya”), que edificaba la nobleza en las afueras de las ciudades, rodeados de hermosos jardines y vergeles.

En ellos se entremezclaban exóticas flores de ornamentación como el narciso, el alhelí, la rosa y el jazmín, con plantas aromáticas como la albahaca y la melisa, y árboles frutales de toda clase, que en época de floración esparcían un intenso y dulce olor por todo el jardín.

Desplegando impasibles toda su belleza, los pavos reales se contoneaban alrededor de las albercas.

Entre las almunias más prestigiosas estaba la Almunia Real, que mandó construir el rey de la taifa de Toledo, al-Ma’mun ibn Di-l-Nun. Enclavado junto al Tajo, Ibn Bassan la describe con una gran alberca en cuyo centro estaba situado un quiosco con vidrieras de colores. Este pabellón se llamaba “maylis al-nau’ra” (salón de la Noria), tal vez porque en él había una rueda hidráulica que elevaba el agua hasta la parte superior de la cúpula, y desde allí caía resbalando, produciendo un gran efecto estético y una sensación de frescura.

En base a los logros de las nuevas técnicas agrícolas, pronto se implantó en al-Andalus el cultivo de nuevas especies como la palmera datilera y el plátano. Otras especies como el olivo, ya existían en nuestro suelo, pero fueron los hispanomusulmanes quienes fomentaron y organizaron su cultivo a gran escala. Abu Zakariyya, que vivió en Sevilla en el s. XII, da buena fe de ello, describiendo en su “Libro de la Agricultura” los hermosos olivares del Aljarafe sevillano, y las distintas cualidades del aceite, valorado por su dulzura, su aromático sabor y sus propiedades bromatológicas








A grandes rasgos, podemos decir que bustan responde a la actual concepción etimológica y física de huerto o huerto-jardín, mientras que yanna representa las huertas donde cultivar legumbres y árboles frutales.

La clasificación de las aguas que realizaban los tratadistas musulmanes se basa en un criterio de procedencia a partir del cual establecen cuatro grupos diferentes: lluvia, ríos, pozos y fuentes, cada una de ellas con sus propiedades y efectos sobre los cultivos.




No contentos los labradores musulmanes con un  exceso de humedad que hacia improductivas las tierras.
Para ello utilizaron las técnicas de drenaje y desecación que la ciencia moderna aconseja actualmente como mejores o menos costosos; el de zanjas cubiertas y el de cauces al aire libre o sin cubrir.




La importancia social y económica del agua exigió, lógicamente, una normativa o regulación jurídica, la prevención o solución de conflictos relacionados con ese preciado y escaso bien, eran de suma importancia para los andalusíes, las cuestiones del riego, el reparto y distribución de las aguas formaba parte de lo que en el derecho andalusí se denominaba fur¨al-fiqh. Y se rige por el  principio de que el agua es un bien común e inseparable de la tierra.










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