En el año 711 una minoría
visigoda es aplastada por las huestes árabes y la población de Córdoba comienza
a ensayar un nuevo destino universal. Comienza así, en Octubre del año 711, el
periodo de dominación musulmana, que se prolongará durante 525 años y que con
el Califato alcanzará el el siglo X la época de mayor esplendor de Córdoba, su siglo
de oro.
Córdoba nació para el Islam en
el año 711 conquistada por Mugith al-Rumí el mas valeroso de los jefes que
secundaban a Tariq b.Ziyad en el mando del ejercito invasor. La capitalidad de
las tierras conquistadas por los musulmanes durante el primer lustro de acción
bélica en la Península la ostentó Sevilla; pero a partir de Agosto del año 716,
tal rango se adjudicó a Córdoba y se debió a al-Hurr que fue el primer emir que
se instaló en el Alcázar de los Emires (hoy Palacio Episcopal). Pero cuando
Córdoba empezó a recibir un trato de privilegio, materializado en grandes
reformas urbanas de toda índole fue bajo el mando del sucesor de al-Hurr, el
emir al-Samh que llegó a la Península revestido de poderes excepcionales
concedidos directamente por el califa Umar b.Abd al-Aziz, quién le confirió
directamente el emirato de al-Andalus independizándolo del de Ifriqiya.
Reconstruyó el puente romano, restauró el muro Oeste de la muralla, fundó en la
orilla izquierda del Guadalquivir, en el viejo suburbio romano de Secunda, el
gran cementerio del Arrabal y una amplia musallao
lugar de oración al aire libre, y finalmente restituyó a sus legítimos dueños
las tierras que habían sido encautadas indebidamente. Y todo esto en solo dos
años ya que murió en Junio del 721, ante los muros de Tolosa, en lucha con las
huestes del duque Eudes de Aquitania.
A este pujante renacer de
Córdoba como urbe, sucedió un periodo de mas de 30 años, durante el cual la
ciudad se convirtió en escenario para dirimir todos los viejos pleitos que aún
quedaban por resolver entre las distintas familias árabes que se habían ido
aposentando en ella. El desconcierto provocado por estas luchas determinó la
venida a Córdoba, en Mayo del año 756, de Abd al-Rahman I, el inmigrado, un
descendiente de los califas Omeyas de Damasco que había logrado escapar de la
cruenta persecución que había sufrido su familia. Tomó la ciudad, aglutinó a
los clanes mas representativos y creó un emirato independiente de Damasco. La
dinastía Omeya comienza así su reinado en el al-Andalus desde Córdoba, que se
convirtió en corte real.
El viernes 14 de Mayo del 756
el emir Yusuf al-Fihrí fue derrotado a las puertas de Córdoba, en el llano de
al-Musara, por el príncipe Omeya Abd al-Rahmán, el Inmigrado, el cual entró el
la capital y, constituyéndose en la primera autoridad de al-Andalus, presidió jutba en la Aljama, con lo que
inauguró, indirectamente, un nuevo periodo de la historia de la ciudad. Este
monarca siempre sintió un extremado apasionamiento por su patria y las gentes
de su casta, hasta el punto de que se consideró un extranjero en su propio
reino y entre sus propios súbditos. Por ello, la primera cuestión que le
preocupó, una vez afianzado el emirato, fue la de crearse una residencia que le
evocara constantemente su Siria idolatrada y remota, y fundó en la sierra
cordobesa, a unos 3 Kms. al norte de la capital, la hermosa finca al-Rusafa, en
la que pretendió tener trasuntivamente, la Rusafa de Damasco, donde se había
criado y desde donde su propia hermana Umm al-Asbag le remitió cuantas especies
vegetales necesitó para dar realismo a aquel artificioso paraje.
Su falta de apego a Córdoba queda reflejada no tanto en las obras que realizó en ella como en las razones que motivaron las mismas. Así, hacia el 766, mandó reconstruir todo el recinto murado de la Madina, pero para decidirse a hacerlo, fue necesario que mediara un suceso en el que el Inmigrado estuvo a punto de perder la vida. lo que pone de manifiesto que el soberano solo buscó con dicha reconstrucción aumentar su propia seguridad y no la de los cordobeses.
Hacia el 785, cuando ya contaba unos 54 años de edad, y teniendo pruebas fehacientes que ya había consumido sus energías vitales en su constante lucha por la existencia y el poder, ordenó restaurar el Alcázar e hizo de él su morada habitual hasta el fin de sus días, lo que demuestra que la acción del monarca no tuvo por meta el desinteresado robustecimiento de la más señera construcción de la Córdoba de entonces, sino otra bastante menos altruista: el procurarse una residencia que superara, en fortaleza y garantía de indemnidad, a su artificiosa al-Rusafa.
Ni aún la fundación de la Gran Aljama de Occidente, que habría de inmortalizar su nombre, la concibió por pura filantropía, sino espoleado por la certidumbre de que se iba de esta vida y tenía que procurar pasar a la otra llevando en su haber una obra pía, cuanto menos, que le fuese computada como meritoria. La necesidad de una nueva aljama se hacía sentir, aproximadamente, desde el año 758, en que importantes grupos de omeyas y clientes marwaníes, venidos de Asia y África, se aposentaron el la capital e incrementaron de manera notoria, aparte del censo, el número de dignatarios del reino. La aljama que construyera Yusuf al-Fihrí ya no tuvo capacidad suficiente para albergar a todos, y la estancia en ella resultaba molestísima y el monarca intentó solucionar provisionalmente el problema a base de levantar tablados a media altura del edificio; pero como dicha altura era escasa, tanto quienes se colocaban en el suelo como quienes lo hacían sobre tales tablados apenas si podían ponerse de pie con normalidad, y la permanencia en el templo cada vez resultó mas incómoda y agobiante.
Por fin y espoleado por la certidumbre antedicha, Abd al-Rahmán se decidió a enfrentarse al problema y resolverlo de una forma digna: adquirió a los mozárabes el resto de lo que éstos aún conservaban de su viejo cenobio de San Vicente; mandó demoler todo el conjunto incluida la antigua iglesia convertida en aljama y, sobre el solar resultante, ordenó poner los cimientos de la que había de convertirse en la Gran Aljama del occidente islámico.
El gran acontecimiento acaeció a principios de Septiembre del 786, cuando Abd al-Rahmán I ya había cumplido 30 años al frente de los destinos de al-Andalus; pero su decisión tuvo tanto de efectiva como lo había tenido de tardía, puesto que, cuando el soberano murió dos años después, el 30 de Septiembre del 788, su propósito ya se había convertido en una realidad tangible y maravillosa; un extraordinario templo de once naves, noble fábrica, monumentales proporciones y peregrina arquitectura.
Finalmente, el Inmigrado fue enterrado el la Rawda del Alcázar, la cual quedó exclusivamente reservada para monarcas desde entonces, y se destinó una parte de la Maqburat al-Rabad para enterramiento de los demás miembros de la gran familia marwaní afincados en la capital.
Su falta de apego a Córdoba queda reflejada no tanto en las obras que realizó en ella como en las razones que motivaron las mismas. Así, hacia el 766, mandó reconstruir todo el recinto murado de la Madina, pero para decidirse a hacerlo, fue necesario que mediara un suceso en el que el Inmigrado estuvo a punto de perder la vida. lo que pone de manifiesto que el soberano solo buscó con dicha reconstrucción aumentar su propia seguridad y no la de los cordobeses.
Hacia el 785, cuando ya contaba unos 54 años de edad, y teniendo pruebas fehacientes que ya había consumido sus energías vitales en su constante lucha por la existencia y el poder, ordenó restaurar el Alcázar e hizo de él su morada habitual hasta el fin de sus días, lo que demuestra que la acción del monarca no tuvo por meta el desinteresado robustecimiento de la más señera construcción de la Córdoba de entonces, sino otra bastante menos altruista: el procurarse una residencia que superara, en fortaleza y garantía de indemnidad, a su artificiosa al-Rusafa.
Ni aún la fundación de la Gran Aljama de Occidente, que habría de inmortalizar su nombre, la concibió por pura filantropía, sino espoleado por la certidumbre de que se iba de esta vida y tenía que procurar pasar a la otra llevando en su haber una obra pía, cuanto menos, que le fuese computada como meritoria. La necesidad de una nueva aljama se hacía sentir, aproximadamente, desde el año 758, en que importantes grupos de omeyas y clientes marwaníes, venidos de Asia y África, se aposentaron el la capital e incrementaron de manera notoria, aparte del censo, el número de dignatarios del reino. La aljama que construyera Yusuf al-Fihrí ya no tuvo capacidad suficiente para albergar a todos, y la estancia en ella resultaba molestísima y el monarca intentó solucionar provisionalmente el problema a base de levantar tablados a media altura del edificio; pero como dicha altura era escasa, tanto quienes se colocaban en el suelo como quienes lo hacían sobre tales tablados apenas si podían ponerse de pie con normalidad, y la permanencia en el templo cada vez resultó mas incómoda y agobiante.
Por fin y espoleado por la certidumbre antedicha, Abd al-Rahmán se decidió a enfrentarse al problema y resolverlo de una forma digna: adquirió a los mozárabes el resto de lo que éstos aún conservaban de su viejo cenobio de San Vicente; mandó demoler todo el conjunto incluida la antigua iglesia convertida en aljama y, sobre el solar resultante, ordenó poner los cimientos de la que había de convertirse en la Gran Aljama del occidente islámico.
El gran acontecimiento acaeció a principios de Septiembre del 786, cuando Abd al-Rahmán I ya había cumplido 30 años al frente de los destinos de al-Andalus; pero su decisión tuvo tanto de efectiva como lo había tenido de tardía, puesto que, cuando el soberano murió dos años después, el 30 de Septiembre del 788, su propósito ya se había convertido en una realidad tangible y maravillosa; un extraordinario templo de once naves, noble fábrica, monumentales proporciones y peregrina arquitectura.
Finalmente, el Inmigrado fue enterrado el la Rawda del Alcázar, la cual quedó exclusivamente reservada para monarcas desde entonces, y se destinó una parte de la Maqburat al-Rabad para enterramiento de los demás miembros de la gran familia marwaní afincados en la capital.
Hisham I, su hijo y sucesor,
se distinguió siempre por su piedad, sencillez y gran amor al prójimo. En sus
días se introdujo la doctrina malikí en la Península, y guiado por celo
religioso nada común, contribuyó personalmente a la divulgación de la misma y
la impuso como oficial a sus vasallos por considerarla como la representante de
la más pura ortodoxia islámica; pero protegió con exceso a los alfaquíes de
esta escuela jurídica a quienes colmó de cargos y prebendas, y tal protección,
que rayó en el favoritismo, sería la raíz del más grave problema de gobierno
que se plantearía a su sucesor. Remató con éxito la construcción de la Gran
Aljama iniciada por su padre, dotando al monumento de una torre o sawmu`a, un pabellón de
abluciones o mida`a y
una galería o saqifa
destinada a la oración de las mujeres. Realizó importantes obras de
consolidación en el puente de la capital. Erigió dos pequeñas mezquitas gemelas
en la fachada Sur o principal del Alcázar, y las edificó con materiales traídos
desde Narbona en el año 793. También parece ser que fue el fundador de otra
mezquita, que se denominó del Amir Hisham, y que es hoy la iglesia de Santiago.
Y cuando murió, el 28 de Abril de 796, fue enterrado en la Rawda, junto a la sepultura de
su progenitor.
Le sucedió en el trono su hijo
al-Hakam I, que fue el primer monarca Omeya que se preocupó por elevar el nivel
cultural de sus súbditos y, a tal efecto, meditó un ambicioso plan de
importación de grandes maestros orientales del que él no llegó a obtener fruto
alguno porque falleció a poco de ponerlo en práctica, pero que tuvo una
trascendencia inusitada. Si embargo no es ese el plan al que debió su
celebridad, sino a su manera cruel y despiadada de conducirse en la lucha que
se vio obligado a mantener contra los alfaquíes, los cuales no se resignaron a
perder los privilegios que habían conseguido obtener del bondadoso Hisham,
cuando al-Hakam se decidió a quitárselos. Este lucha culminó en un motín
inspirado por dichos teólogos que acaeció en el año 818 y tuvo por principal
escenario el suburbio de Secunda y paso a las crónicas como la Revuelta del
Arrabal. A él puso fin el soberano mediante la más feroz represión que registran
los anales de los Omeyas españoles. Fue creador de una milicia mercenaria
jocosamente apodada de los Silenciosos por constituirla extranjeros que no
hablaban el árabe, y a ella encomendó la custodia del Alcázar, cuyo recinto
reforzó de manera considerable al igual que la muralla de la ciudad. Cuando
murió el 21 de mayo del 822, fue enterrado en la Rawda, junto a sus mayores.
Abd al-Rahmán II, su hijo, le
sucedió en el trono y continuó su línea política, particularmente en el campo
cultural: atraer hacia Córdoba, sin reparar en gastos, a las figuras que
vinieran sobresaliendo, por Occidente, en las distintas ramas del saber de entonces
o, en su defecto, conseguir ejemplares de sus obras más significativas para
divulgarlas por la Península. Su gobierno reportó una prosperidad inusitada a
todo al-Andalus y a Córdoba muy particularmente. La capital incrementó un
ensanchamiento considerable por al-Chanid al-Garbi, cuyas tierras se vieron
enriquecidas con no pocas fundaciones particulares de mezquitas, baños,
cementerios, ect. debidas a personas pertenecientes al entorno familiar del
monarca. Llevó a cabo importantes fundaciones como las de Dar al-Sikka o Casa de la Ceca,
destinada a la acuñación de moneda, y la Dar-alTiraz
o Casa del Tiraz, dedicada a la elaboración de ricos tejidos,
tapices y colgaduras. En 827, hizo reconstruir con gran solidez una calzada o rasif que corría por la orilla
derecha del río a todo lo largo del lienzo sur del recinto de la Madina. La Gran Aljama mereció
su atención en dos ocasiones: una en 833, cuando mandó edificar en los costados
este y oeste del patio sendas galerías altas destinadas a la oración de las mujeres,
y la segunda, en 848, ampliando la sala de oración unos 26 metros hacia el Sur.
Por último, parece ser que a él se debió la instalación de una siqaya o rueda hidráulica en el
molino de Kulayb, hoy de la Albolafia, para elevar el agua del río hasta el
Alcázar. Cuando falleció el 22 de Septiembre del 852, fue inhumado el la Rawda.
Muhammad I fue digno heredero
de su padre y antecesor. Le ocupó el honor de rematar las obras emprendidas por
su padre en la Gran Aljama, dando fin al decorado de la parte nueva y renovando
el de la antigua, con lo que dichas obras se alargaron hasta el año 855, y un
decenio después estableció, ante el nuevo mihrab,
unamaqsura o zona
acotada, destinada a la oración del monarca y su séquito. También prosiguió
remozando el Alcázar, construyendo en su interior nuevos qusur o palacios. Y cuando
murió el 4 de Agosto del 866, recibió sepultura en la Rawda, el panteón de sus
mayores.
Los sucesivos reinados de sus
hijos al-Mundhir y Abd Allah, coincidieron ya la gran sublevación de los
muladíes del Sur peninsular y Córdoba conoció días de penuria y escasez durante
todo ese agitado período. Las obras que se realizaron fueron pocas y afectaron
principalmente a la Gran Aljama y al Alcázar. Así, por ejemplo, al-Mundhir dotó
a la primera hacia el 867, de una Bayt
al-Mal o Cámara del Tesoro, para guardar el dinero procedente de
las mandas pías al templo y destinado a los menesterosos. Abd Allah, por su
parte, puso la maqsura
erigida por su padre en comunicación directa, mediante un sabat o pasadizo cubierto, con
el Alcázar, y abrió en éste una nueva puerta, la Bad al-Adl o Puerta de la Justicia, donde le
gustaba sentarse una vez a la semana para dar audiencia a los oprimidos. y
tanto al-Mundhir como Abd Allah, su hermano, cuando murieron fueron sepultados
en la rawda. El
primero el 29 de Junio de 888 y el segundo el 15 de Octubre del 912.
Abd al-Rahmán III, nieto y
sucesor de Abd Allah, llegó al trono firmemente dispuesto a restaurar la
autoridad y el prestigio de la dinastía Omeya en todo al-Andalus y, siete años
más tarde, había conseguido virtualmente su propósito. Para celebrar tan fausto
acontecimiento, a comienzos del año 929, tomó la transcendental decisión de
ordenar que se le llamase en los escritos dirigidos a él y se le invocase en las
aljamas con los títulos supremos de Jalifa
o Califa y Amir al-Mu´minin
o Príncipe de los Creyentes y que se le asignase desde entonces el laqabo sobrenombre honorífico
de al-Nasir li-Din Allah, <<
El que ayuda a la religión de Allah>>. La jutba correspondiente al 16 de Enero del 929 se
pronunció en la Gran Aljama dándole los expresados títulos supremos, y en esa
fecha quedó constituido, por tanto, de manera oficial el Califato de Occidente,
en cuyos días Córdoba iba a vivir la época más importante y floreciente de toda
su larga historia y a convertirse en la población más grande de la Europa de
entonces a la par que una de las más cultas del mundo de su época.
A finales del 928 mandó construir una nueva Dar al-Sikka o Casa de la Ceca, para acuñar moneda y un palacio dentro del Alcázar, junto a la Rawda. En el 951 ordenó agrandar el patio de la Gran Aljama, ampliándolo hacia el norte; esa obra supuso la demolición de la vieja sawmu`a o torre de Hisham I y la construcción de otra de mayor planta y altura, y la fachada norte del monumento quedó situada, desde entonces, en el mismo lugar donde se alza actualmente.
A finales del 928 mandó construir una nueva Dar al-Sikka o Casa de la Ceca, para acuñar moneda y un palacio dentro del Alcázar, junto a la Rawda. En el 951 ordenó agrandar el patio de la Gran Aljama, ampliándolo hacia el norte; esa obra supuso la demolición de la vieja sawmu`a o torre de Hisham I y la construcción de otra de mayor planta y altura, y la fachada norte del monumento quedó situada, desde entonces, en el mismo lugar donde se alza actualmente.
Sin embargo, no fueron estas
obras, a pesar de su importancia, las que dieron a Abd al-Rahmán III o al-Nasir
justa fama de gran constructor, sino la fundación, el 19 de Noviembre del 936,
de una magna ciudad residencial, Madinat
al-Zahra´o la Ciudad de al-Zahra´, a la que dedico un apartado en
el menú y que denominó así accediendo a la antojadiza petición de al-Zahra´,
una muchachita de su círculo íntimo a la que profesaba mucho afecto. Fundó la
nueva Madina sobre unos terrenos situados a unos 8 Kms. al noroeste de la
capital, al pie de la vertiente meridional de la sierra cordobesa, y se desveló
lo indecible para conseguir que la flamante urbe tuviese pronto vida propia: en
941 ya se pronunciaba la jutba
en su aljama; en 945, al-Nasir pasó a residir en ella con sus casas civil y
militar y la corte en pleno, y, un poco más tarde, fueron trasladados también a
ella laDar al-Sikka y
demás servicios públicos, con lo que al-Zahra´
se convirtió en la residencia oficial de todos los organismos
estatales del Califato. Las riquezas de todo orden que se acumularon en al-Zahra´ fueron fabulosas y
uno cualquiera de sus machalis
o salones bastaba para causar el asombro, por su suntuosidad y sorprendente
fábrica, de cuantos lo contemplasen, lo que hizo que el soberano los
convirtiese en el escenario preferido para la recepción de las muchas embajadas
que arribaron a su corte, entre las que sobresalieron: la de la Reina Toda de
Navarra, acompañada de su nieto Sancho I de León, la de Juan de Gorze, enviado
de Otón I de Alemania y varias más venidas de Bizancio. La fundación deal-Zahra´. además, el rápido
desarrollo de la población cordobesa por el costado occidental o al-Chanib al-Garbi, y los
arrabales de Córdoba quedaron unidos con los de la nueva urbe en un corto
espacio de tiempo. Abd al-Rahmán IIImurió en Córdoba el 16 de Octubre del 961,
y fue enterrado el la Rawda
del Alcázar, junto a sus antepasados.
Su hijo y sucesor, Al-Hakam
II, adoptó el laqab
de al-Mustansir billah,
<< El que busca la ayuda de Allah >>, y abrió su califato con la
inauguración de las obras para una nueva ampliación de la Gran Aljama. En
virtud de esta ampliación, las más sublime de cuantas ha experimentado el
monumento, la sala de oración alcanzó la profundidad que tiene actualmente y se
vio enriquecida con el maravilloso mihrab
y la serie de pabellones cupuliformes que hoy se admiran en ella:
el primero es único en el Mundo, y el los segundos se tiene el origen de las
bóvedas nervadas en Arquitectura. Simultáneamente se estuvo trabajando también
en Madinat al-Zahra´ para
rematar su construcción.
El califa al-Mustansir fue un hombre de una cultura extraordinaria y su amor a libros junto con sus ilimitados recursos económicos le permitió reunir en su biblioteca hasta 400.000 volúmenes, muchos de los cuales eran ejemplares únicos de un valor inestimable; esta pasión del soberano contagió a no pocos cordobeses cultos, que se convirtieron en renombrados bibliófilos, y el Suq al-Kutubo Mercado de los Libros de la capital alcanzó, desde entonces, una bien merecida fama en todo el orbe islámico por las numerosos transacciones comerciales que se hacían a diario en el mismo con base en toda clase de manuscritos. Murió Al-Hakam II a principios de octubre del 976 y fue el último soberano de su dinastía que recibió sepultura en la Rawda del Alcázar.
El califa al-Mustansir fue un hombre de una cultura extraordinaria y su amor a libros junto con sus ilimitados recursos económicos le permitió reunir en su biblioteca hasta 400.000 volúmenes, muchos de los cuales eran ejemplares únicos de un valor inestimable; esta pasión del soberano contagió a no pocos cordobeses cultos, que se convirtieron en renombrados bibliófilos, y el Suq al-Kutubo Mercado de los Libros de la capital alcanzó, desde entonces, una bien merecida fama en todo el orbe islámico por las numerosos transacciones comerciales que se hacían a diario en el mismo con base en toda clase de manuscritos. Murió Al-Hakam II a principios de octubre del 976 y fue el último soberano de su dinastía que recibió sepultura en la Rawda del Alcázar.
Hisham II, hijo único de
al-Hakam, sucedió a su padre sólo de nombre, ya que todo su califato
transcurrió bajo el signo dictatorial de los amiríes. El primero de éstos fue
Muhammad ibn Abi`Amir, el omnipotente Almanzor, que llevó a cabo importantes
fundaciones en Córdoba, entre las que destaca la de una nueva ciudad
residencial a la denominó al-Madina
al-Záhira o la Ciudad Brillante, parafraseando el nombre de la
magna construcción de Abd al-Rahmán III; la edificó a unos 3 Kms. al sureste de
la capital, en unos terrenos de la orilla derecha del Guadalquivir conocidos
por al-Ramla o
Arenal. Inició su construcción en el 979 y la dio por finalizada dos años
después trasladando a ella todos los organismos estatales que habían venido
radicando el Al-Zahra´ ;
permitió a sus altos funcionarios que levantasen sus palacios en torno a la
nueva madina, y los
arrabales orientales de la capital quedaron unidos con los occidentales de al-Záhiraen poco tiempo, con lo
que la población cordobesa ocupó una extensión muy considerable y llegó a
rebasar, muy probablemente, el millón de habitantes. A este respecto, conviene
puntualizar que, según un censo de inmuebles de la época, Córdoba contaba, con
1.600 mezquitas, 213.077 casas ocupadas por la plebe y la clase media, 60.300 más
en las que vivían los altos empleados y la aristocracia, y 80.455 tiendas.
Para ajustar la Gran Aljama a las exigencias del momento, Almanzor mandó ampliarla hacia el este y dio al monumento las dimensiones con las que ha llegado hasta nosotros; esta ampliación se inició en 987, y, en virtud de ella, la sala de oración se aumentó en algo menos de 2/3, ignorándose cuando se terminaron las obras porque el dictador amirí prohibió que ninguna inscripción conmemorase el acontecimiento para evitar que fuera redactada a nombre de Hisham II.
Para ajustar la Gran Aljama a las exigencias del momento, Almanzor mandó ampliarla hacia el este y dio al monumento las dimensiones con las que ha llegado hasta nosotros; esta ampliación se inició en 987, y, en virtud de ella, la sala de oración se aumentó en algo menos de 2/3, ignorándose cuando se terminaron las obras porque el dictador amirí prohibió que ninguna inscripción conmemorase el acontecimiento para evitar que fuera redactada a nombre de Hisham II.
Muerto Almanzor en 1002, se
afianzó en el gobierno de Al-Andalus su hijo Abd al-Malik al-Muzaffar, y
Córdoba siguió desarrollándose normalmente sin que se produjera en su
planteamiento urbano novedad alguna digna de mención; pero, al morir
al-Muzaffar en 1008, víctima de una intriga tramada por su hermano Abd
al-Rahmán Sanchuelo, y arrogarse éste el poder, el panorama político de la
capital cambió radicalmente, y, a consecuencia de ello, ésta comenzó a vivir,
unos meses después, el período más luctuoso de su larga existencia.
Este período comenzó el 15 de
Febrero del 1009 con el alzamiento del príncipe omeya Muhammad II al-Mahdí
contra los amiríes y terminó el 1 de Diciembre del 1031 con la liquidación
oficial del califato de los Banu Umayya de Occidente e instauración de la taifa
de los Banu Chahwar en Córdoba. En estos 23 años se sucedieron hasta 14
gobiernos distintos y acaecieron los acontecimientos más trascendentales
En efecto, el citado 15 de
febrero y por orden de Muhammad al-Mahdí, el populacho cordobés atacó y ocupó al-Záhira, la odiada residencia
de los amiríes, la cual fue sometida a un saqueo total y arrasada por completo,
y la misma suerte corrieron todas las grandes mansiones que habían levantado
los magnates amiríes en las proximidades de ella. El 4 de Noviembre del 1010,
los mercenarios beréberes que habían nutrido años atrás los ejércitos amiríes y
bajo la bandera del príncipe Omeya Sulaymán al-Musta`in, sublevado contra su
pariente al-Mahdí desde junio del 1009, tomaron por asalto Madinat al-Zahra´ a la que
saquearon y destruyeron, mientras unos contingentes de milicianos cordobeses
hacían lo propio con la vieja residencia de al-Rusafa
por haber servido ésta de morada, unos días antes, a Sulaymán y sus
huestes. A continuación al-Musta`in puso cerco a la capital que resistió su
asedio hasta el 9 de mayo del 1013. La Córdoba califal dejó de existir: sólo
quedaron de ella la al-Madina
y una pequeña parte de al-Chanib
al-Sharqi, los dos únicos sectores que se habían librado de la
destrucción. Y, alrededor de ambos, unos inmensos campos pletóricos de
espantosas ruinas patentizaron durante muchos años después cual había sido la
autentica extensión urbana de aquella ciudad en los mejores tiempos de su
historia.
Tras la citada liquidación
oficial del Califato Banu Umayya de Occidente e instauración de la taifa de los
Banu Chahwar en Córdoba, el 1 de Diciembre del 1031, hasta el 29 de Junio del
1236 que fue conquistada para la Cristiandad por Fernando III el Santo, se abre
un período de dos siglos en los que Córdoba pierde para siempre la hegemonía
política de la España musulmana, pero no la pérdida de la hegemonía cultural.
Muy al contrario, fue en la época poscalifal, cuando Córdoba, viviendo con
dignidad su decadencia política y urbana, aportó a la cultura mundial los dos
talentos más preclaros y famosos del saber de entonces: el musulmán Abu-l-Walíd
b. Rushd o Averroes (1126-1198) y el judío Musa b. Maymún o Maimónides
(1135-1204).
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