Tariq ibn Ziyad al-Layti , el guerrero olvidado
Orgullo del mundo árabe e islámico, en las orillas de Andalucía, centinela
del Mediterráneo, quedó para siempre el emblemático accidente costero que lleva
su nombre.
Mosaico sobre la batalla de Guadalete
La historiografía recoge la vida de famosos generales, en su mayoría de las
potencias europeas, pero se obvia a guerreros de otros países, por cuya
participación en los hechos merecen un lugar destacado. Es el caso de Tariq ibn
Ziyad al-Layti.
Este soldado, de origen bereber, nació el 15 de noviembre de 679, año 57 de
la Hégira del Profeta, por el calendario musulmán. Desde niño vivió en contacto
con una naturaleza, las montañas del Rif marroquí.
Veteranos maestros le entrenaron en la carrera de las armas. También recibió
las enseñanzas del Corán y de la cultura árabe, entonces en pleno auge y
desarrollo.
Peleó en luchas intertribales, combatió contra las incursiones de partidas
cristianas que salían de bases del noroeste de Africa, integró expediciones
navales por el Mediterráneo, en enfrentamientos con las flotas de los reinos
bárbaros de Europa, y contra las del Imperio Bizantino en el sureste del viejo
continente.
Perteneció a destacamentos de caballería, encargados de la defensa costera
entre el mar de Alborán al oeste y el golfo de Sirte al este.
Avezado en el uso de todas las armas: espada, lanza, arco y flecha, lucha
cuerpo a cuerpo, y además experto jinete, escaló con rapidez en el escalafón del
Ejército del Califato Omeya de Damasco. El valí de Ifriqiya, (Túnez), Musa ibn
Nusair, confió en su capacidad militar y le nombró gobernador de Tingis
(Tánger).
En esos momentos existían dos bandos en disputa por el poder en la península
ibérica: el del usurpador Don Rodrigo y el del considerado con verdadero derecho
al trono, Agila II, hijo del fallecido monarca visigodo Witiza.
Esta facción nobiliaria, los witizanos, pidió ayuda a Musa ibn Nusair a
través del conde de Septa (Ceuta), el godo Olbán o Julián, quien gobernaba sobre
una zona poblada por bereberes. Ese noble, además, tenía una cuenta pendiente
con el monarca hispano, que había deshonrado a su hija.
Musa ibn Nusair ordenó a su lugarteniente Tariq seguir los pasos de Tarif ibn
Malluk, primer oficial árabe en realizar una expedición de tanteo al otro lado
del estrecho. El 30 de abril del 711 partieron desde el promontorio de Abila,
junto a Ceuta, los barcos con las fuerzas de Tariq.
Cruzaron los 14 kilómetros de mar entre las antiguas Columnas de Hércules y
desembarcaron en la bahía de Algeciras, al pie del Peñón Calpe, que a partir de
entonces pasaría a ser conocido como Jabal al Tariq, es decir "el monte de
Tariq" (Gibraltar).
Eran unos a siete mil hombres, la mayoría bereberes, acompañados de algunos
centenares de caballeros árabes. Cuando estaban todos reunidos, ordenó quemar
las naves, arengó a la tropa y prometió vencer por la mayor gloria del
Profeta.
El rey Don Rodrigo abandonó la agresión contra los vascos al norte y acordó
con Agila una tregua para combatir a los recién llegados. La situación de Tariq
se volvió comprometida. Los contendientes unían sus fuerzas, dejando al jefe
marroquí con el mar a la espalda y con un ejército mucho menor que el de sus
rivales.
El caudillo bereber no se amilanó. Realizó maniobras de diversión; con una
gran movilidad y acciones de retaguardia, mantuvo en jaque a los visigodos para
dar tiempo al arribo de los refuerzos que había solicitado a Musa.
En julio llegaron cinco mil bereberes; aún sus fuerzas eran inferiores al
enemigo, pero un jefe sagaz como Tariq utilizaba también la diplomacia y la
inteligencia militar. Comenzó a minar la unidad de los aliados pues sabía que
los partidarios de Agila no estaban conformes con la jefatura de Don
Rodrigo.
El 19 de julio del 711, los dos ejércitos se encontraron en el sitio llamado
por los cronistas árabes Wadi Lakka, en la cuenca del río Guadalete, al noreste
de la antigua Gades (Cádiz).
El poderoso ejército visigodo tenía alrededor de 17 mil hombres, estaba bien
abastecido y cerca de sus bases. Tariq, aislado, solo podía oponerle 12 mil
soldados, pero buen conocedor del arte de la guerra, desplegó sus tropas de
forma tal que cubrieran la misma longitud del frente enemigo.
Ordenó priorizar el ataque sobre el flanco de los seguidores de Agila, sabía
que los witizanos no resistirían mucho tiempo. Efectivamente, cedieron y
abandonaron la batalla, y esto influyó en la derrota de Don Rodrigo.
Por el flanco debilitado, Tariq lanzó el peso de su ofensiva. La infantería
berberisca diezmó a los germánicos; con la colaboración de la caballería árabe,
aniquilaron a las huestes cristianas.
Murieron muchos nobles, incluso el propio Rey de los visigodos. La batalla
del Guadalete causó la desaparición del reino visigodo y fue el prólogo de la
ocupación musulmana en la península ibérica.
La gran victoria bastaba para la entrada de Tariq ibn Ziyad al sendero de la
leyenda, y constituyó el inicio de una campaña militar de tres años. A los pocos
días, en la batalla de Écija, remató a la nobleza goda.
Dejó guarniciones en puntos estratégicos: Málaga, Granada y Córdoba, y a paso
de carga se apoderó de Toledo, la capital del reino visigodo, donde logró
controlar el tesoro amasado por siglos de saqueo de los bárbaros.
Tariq ibn Ziyad fue recibido como libertador por muchas comunidades hispano
romanas. Estos pueblos estaban oprimidos hacía 200 años por la tiranía de los
conquistadores germánicos, explotados por elevados impuestos, sin derechos ni
libertades, discriminados y tratados con violencia e injusticia.
En el territorio de Al Andalús islámico que surgía, podrían vivir y trabajar
en paz.
Los witizanos coronaron a Agila II y renovaron la lucha en el 712. Tariq se
dirigió a Guadalajara y la capturó sobre la marcha. Musa cruzó el estrecho con
18 mil hombres y emprendió el sitio de Emérita (Mérida).
Luego se reunió con su lugarteniente en Toledo en el 713, le criticó el alto
riesgo de su avance tan al norte con escasas fuerzas, pero le felicitó por el
espectacular resultado.
Juntos continuaron la ofensiva, dominaron la mayor parte de la península; sus
avanzadas cruzaron los Pirineos, se asomaron al sur de Aquitania, y en el umbral
de Francia desplegaron los estandartes del Profeta.
En el resto de las operaciones, Tariq aplicó su política de utilizar las
armas solo en caso necesario, predominó el sistema de pactos y capitulaciones
con la nobleza y las ciudades.
El respeto y la tolerancia, manifestados por los musulmanes hacia los
cristianos nativos, considerados como ellos mismos "gentes del libro", es decir,
de reconocer la Biblia y monoteístas, contribuyó a facilitar la obra de
expansión y asimilación en Hispania.
En septiembre del 714, ambos jefes se dirigieron a Damasco, llamados para
rendir cuentas al Califa Al Walid I. Nunca se les reconoció debidamente el
sensacional triunfo, que agregó una estratégica y rica provincia de 600 mil
kilómetros cuadrados al imperio Omeya. Tariq murió, joven aún, decepcionado y
olvidado en el 720, año 98 de la Hégira.
Tariq ibn Ziyad al-Layti fue uno de los guerreros singulares de la historia.
Estratega, con amplia visión de las circunstancias, ganó sus conquistas con
inteligencia y sagacidad. Inició en Iberia una era de esplendor, cuyo legado
asombroso enriqueció la civilización humana.
Orgullo del mundo árabe e islámico, en las orillas de Andalucía, centinela
del Mediterráneo, quedó para siempre el emblemático accidente costero que lleva
su nombre.
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