ISLÁMICO
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Historia de los
primeros centros psiquiátricos del mundo
Halil Bárcena
instituto-sufi.blogspot.com
Sentado junto a la fontana rumorosa que ocupa el patio central
del bimaristán Nur-ed-Din de Damasco, en la soledad de una refulgente mañana
de sol invernal, el viajero, aturdido por la bella y delicada sobriedad del
lugar, convertido hoy en “Museo de historia de la medicina y la ciencia
islámicas”, experimenta toda suerte de sensaciones, no todas ellas fácilmente
descriptibles. Deambular por sus diferentes estancias, contemplar sus muros
ornados con motivos caligráficos y arabescos, es como emprender un viaje, un
largo y fascinante viaje en el tiempo.
Los bimaristanes esparcidos aquí y
allá por la geografía del Próximo Oriente, de Egipto a Siria y de Turquía a
Irán, ejercen una poderosa atracción sobre el viajero, que se ve asaltado de
inmediato por toda suerte de interrogantes a propósito de unos
establecimientos, hoy en desuso, destinados en el pasado, más o menos lejano,
al tratamiento de las llamadas enfermedades del alma, así como a la enseñanza
de la ciencia médica.
Sin ánimo En la legendaria Bayt al-Hikma o Casa
de la Sabiduría, fundada el año 830 en Bagdad, convertida por entonces en
capital del califato abbasí y centro intelectual
El objetivo de estas líneas no es sino tratar de rescatar del olvido la memoria de dicho modelo islámico de hospital, especializado con el paso del tiempo en el tratamiento de la locura. Seguramente, son muchas las lecciones que aún hoy podemos extraer escuchando el silencio habitado de los bimaristanes que, desafiando al paso del tiempo y a la desidia, aún permanecen en pie.
La medicina islámica
Durante buena parte de la Edad Media, el entonces joven mundo islámico fue el escenario primordial del cultivo y desarrollo no sólo ya de la medicina, sino de las ciencias en su generalidad. Los siglos VIII y IX estuvieron marcados por la asimilación de los diferentes saberes médicos a su alcance: el griego, por un lado, y el indopersa por otro. En un primer momento, el protagonismo recayó en eruditos que, en la mayoría de los casos, no eran musulmanes, sino cristianos adscritos a la secta nestoriana.
del mundo, con sus
observatorios astronómicos, hospitales, bibliotecas y escuelas, se llevaría a
cabo un monumental trabajo de traducción al árabe, la lengua de conocimiento
de la época, de lo que los árabes conocen con el nombre de ciencias de los
antepasados (‘ulûm al-awâ’il),
esto es, las ciencias exactas y las físico-naturales, la filosofía y, por
supuesto, la medicina. Entre las numerosas obras traducidas cabe subrayar,
principalmente, las de Galeno, cuyo magisterio resulta indiscutible tanto en
la medicina islámica como, más tarde, en la europea. Al mismo tiempo, se
vertió al árabe un gran número de textos de autores hipocráticos.
Con todo, el papel de los árabes y
persas islamizados no se limitará tan sólo a la mera transmisión mimética del
legado médico antiguo, punto este no siempre remarcado lo suficientemente.
Paulatinamente, árabes y persas se convertirán en auténticos vehículos del
pensamiento intelectual, sustituyendo a los griegos en dicho papel de
privilegio. Será a partir del siglo X cuando la civilización islámica
comience de verdad a desarrollar, sistematizar de forma lógica y enriquecer
los conocimientos previamente adquiridos, imprimiéndoles su sello particular.
La edad dorada de la medicina
islámica cubrirá los siglos X y XI. Será en ese periodo cuando brillen con
luz propia los persas Ar-Râzí, que en sus años mozos había sido un fino
intérprete de laúd, e Ibn Sina, el Avicena de los latinos, cuyo Qanûn fi-t-Tibb o Canon de la medicina, exposición
pormenorizada de todo el saber médico conocido entonces, fue utilizado como
libro de texto en las facultades de medicina europeas hasta bien entrado el
siglo XII. Es más, aún hoy lo sigue siendo en India y Pakistán.
Aunque los primeros bimaristanes del
mundo islámico daten del siglo IX, éstos verán su máximo esplendor,
precisamente, a finales del siglo XI y a lo largo de todo el XII.
Los primeros bimaristanes
La palabra bimaristán (hospital)
proviene del persa bimâr,
enfermo, e istan, lugar,
casa, asilo. Lengua de la poesía preislámica y de la revelación coránica, el
árabe carecía de una terminología científica precisa. Tres fueron las vías
filológicas utilizadas por los traductores de la época para subsanar dicha
carencia: la transliteración de las palabras griegas, el préstamo de términos
nuevos procedentes del siriaco y el persa – caso del vocablo bimaristán – y,
por último, el esfuerzo por hallar un equivalente dentro de la misma lengua
árabe, opción ésta no tan empleada.
No existe un consenso unánime acerca
de la construcción de los primeros bimaristanes. Hay quien sostiene, el
ampliamente citado doctor Issa Bey entre ellos, que se levantaron ya en el
siglo octavo, en tiempos de los omeyas. Desde el punto de vista de la fe
musulmana, suele referirse que el primer hospital islámico, al menos, su
precedente simbólico, lo mandó construir el propio profeta Mahoma, quien,
tras una de sus contiendas, mandó levantar una carpa en el interior mismo de
la mezquita de Medina destinada a atender a los heridos en el campo de
batalla.
La mayoría de los estudiosos
sostiene, sin embargo, que fue en tiempos del califa Hârûn ar-Rashîd
(786-809) cuando fue creado en Bagdad el primer bimaristán del mundo
islámico. Muy probablemente, su antecedente más inmediato fue el hospital de
la ciudad persa de Yundisapûr, entonces bajo la dinastía sasánida. Dicha
ciudad, al sudoeste del actual Irán, constituía un importante centro
intelectual que agrupaba a los médicos más reputados del momento. Algunos de
ellos ejercerían más tarde su profesión en el nuevo hospital de Bagdad, donde
al mismo tiempo enseñarían todo su saber médico. Conocemos, al menos a
veinticuatro de dichos médicos, entre los que había especialistas en
oftalmología, cirugía y ortopedia.
Los médicos que ejercían y enseñaban
en la Bagdad califal eran judíos, cristianos, principalmente nestorianos,
zoroastrianos y, por supuesto, musulmanes. Conviene subrayar este dato,
puesto que si algo distingue al bimaristán islámico es su carácter secular,
exclusivamente médico, en el que los médicos eran escogidos en función de sus
saberes y no de su fe. De otro lado, esto diferencia al bimaristán islámico
del hospital que se extendería, más tarde, en el orbe cristiano. Mientras a
qué nace con una preocupación estrictamente médicos, los orígenes de éste son
de carácter caritativo.
Entre los siglos IX y XI, Bagdad vio
multiplicarse el número de bimaristanes, gracias, en buena medida, al
mecenazgo de los califas y príncipes ilustrados, quienes, al mismo tiempo,
amparados en su poder, supieron acallar las voces oscurantistas de aquellos
hombres de religión conservadores que veían en algunas prácticas médicas una
verdadera amenaza para la verdadera fe.
A partir del siglo XI se fundan
algunos hospitales nuevos en ciudades como Alepo y Antioquia. No obstante,
dichos establecimientos no eran sino el preludio de la que, un siglo más
tarde, será la gran eclosión de los bimaristanes en el Próximo oriente. Así,
por ejemplo, el emblemático bismaristan Nur-ed-din de Damasco, al que nos
hemos referido ya y sobre el que volveremos más tarde, se construyó el año
1154. Dicho edificio, inspirado arquitectónicamente en el tipo de asa del
Jurasán, sirvió de modelo a hospitales posteriores como los casos de Kayseri
(1206) y Bursa (1390) en Turquía o el gran bimaristán La-Mansûri de El Cairo
(1284).
Un viajero de la época, el valenciano
Ibn Yubayr, que recorrió el Próximo Oriente entre los años 1183 y 1185, nos
ha dejado en su riha – libro de viajes – una jugosa descripción,
precisamente, del bimaristán Nur-ed Din de Damasco. Dice así nuestro
compatriota:
“En esta ciudad hay unas veinte
madrazas, dos hospitales, antiguo y moderno. El moderno (el bimaristán
Nur-ed-Din) es el más importante y el más grande de los dos. Su asignación
diaria es de unos quince dinares. Tiene unos intendentes en cuyas manos están
los registros donde se recogen los nombres de los enfermos, los gastos que
son necesarios para su remedios, sus comidas y muchas otras cosas. Los
médicos van allí cada día por la mañana, examinan a los enfermos y ordenan la
preparación de los medios y los alimentos que les sean buenos, según lo que
convenga a cada individuo entre ellos. El otros hospital funciona conforme a
esta descripción, pero la organización es mejor en el moderno. El antiguo
está en la parte occidental de la venerada aljama” (1).
El caso andalusí
La introducción del bimaristán en el occidente musulmán fue
tardía. El primer hospital se levantó, el año 1190, en la ciudad de
Marrakech, bajo los auspicios de los almohades. Pero aún fue más tardía en la
España musulmana. Realmente, el caso andalusí resulta cuando menos
paradójico. Dos instituciones de rancio abolengo islámico como la madrasa,
dedicada al estudio del Corán y del resto de ciencias islámicas, y el
bimaristán, verían la luz en época francamente muy tardía. Hay quien sostiene
que en el siglo XIII, la ciudad de Valencia ya contaba con un bimaristán;
pero no es más que una hipótesis todavía por probar. Lo cierto es que el
primer hospital del que tenemos noticia segura se construyó en Granada a
mediados del siglo XIV. Con todo, los hospitales tuvieron que ser conocidos
en Al-Andalus a la fuerza desde bien temprano. Un español, Ibn .Abdûn
al-Yabalí, llegó a ocupar el prestigioso cargo de director del bimaristán de
El Cairo, a mediados del siglo IX. De regreso a la península, años después,
trabajó como médico de la corte, y por lo visto, su caso no fue el único.
Arquitectura para sanar
El bimaristán en modo alguno fue
concebido como un lugar de exclusión. Jamás se ocultó de la vista de nadie,
de ahí que estuviese ubicado siempre en el centro palpitante de la ciudad,
accesible a todo el mundo. Las visitas de las familiares y amigos de los
internos eran incitadas por los propios médicos y formaban parte de la propia
terapia. Dos buenos ejemplos de ello lo constituyen los bimaristanes Argûn y
Nur-ed-Din de Alepo y Damasco, respectivamente, aún hoy en pie, en el corazón
mismo de ambas ciudades sirias. La disposición arquitectónica del bimaristán
no es gratuita. En cierta manera, la distribución del espacio y los elementos
que lo ocupan: piedras, árboles, flores y plantas, fuentes y agua en
movimiento ... están en función del carácter del edificio. Al fin y al cabo,
todo ha de contribuir a la curación de los enfermos. Se construye y se decora
con la intención de actuar sobre el psiquismo de los internos, ya que se
parte de la idea de que la belleza, basada en el equilibrio, la proporción y
el ritmo, es sanadora.
La mayoría de los bimaristanes posee un aspecto formar
similar. Por lo general, se trata de un edificio principal de planta
cruciforme, construido alrededor de un patio central rectangular, en medio
del cual se halla una fontana. En una de las alas del bimaristán se abren
diversos patios más. Los ángulos del edificio, por su parte, están ocupados
por habitaciones destinadas a la intendencia y servicios, como cocinas,
almacenes, farmacia, hammân o
baño y letrinas. En cuanto a la decoración del edificio, ésta consiste
mayormente en motivos caligráficos de versículos coránicos relativos a la
salud y su mantenimiento. Esto por lo que respecta a los bimaristanes fijos,
ya que, al parecer, también existieron algunos otros de carácter ambulante.
Medicina humoral
Desde sus primeros inicios, la
medicina islámica puso el acento sobre la influencia que la mente y las
emociones ejercen sobre el organismo de la persona y viceversa. Sabios como
Ar-Razí, Avicena o Averroes, por no citar sino los más conocidos entre los médicos
filósofos musulmanes, proclamarían que la dimensión psicológica está
íntimamente ligada a los problema somáticos. Para ellos, así pues, las
enfermedades del organismo pueden tener un origen psicológico. Cuerpo, mente
y emociones forman una trama indivisible. Todo está en todo.
Siguiendo las huellas de sus predecesores griegos y su
medicina humoral, que incluye elementos indios, persas y chinos, los médicos
del mundo islámico consideraban que las enfermedades mentales poseen un
carácter somático. Según ellos, la salud y el bienestar personales dependen
del equilibrio de los cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis
negra, los cuales, a su vez, poseen diferentes cualidades: calor, frío,
sequedad y humedad. El funcionamiento correcto de los humores depende,
principalmente de la alimentación y de la digestión de los alimentos, de ahí
que una de las tareas primordiales del médico sea prescribir una dieta
equilibrada. Pero que los humores de una persona actúen con armonía también
depende del aire que se respira, de la excreción, del equilibrio entre
actividad y reposo, de la actividad sexual, de la calidad del sueño y de las
emociones. A decir de la medicina islámica, la enfermedad se apodera del
organismo cuando existe un desequilibrio entre los humores. En ese sentido,
la enfermedad mental será la consecuencia de una perversión de los humores.
Tratamiento de la locura
Antes que nada, hemos de hablar de la diversidad de métodos
terapéuticos utilizados en los bimaristanes. La elección de una terapia
específica dependía de varios factores como, por ejemplo, la naturaleza de
los síntomas presentados por el paciente, sus medios y condición social, así
como de la capacidad del propio terapeuta. La lectura de las crónicas de la
época, divergentes en algunos puntos, nos permite comprobar que los enfermos
mentales de carácter más tranquilo convivían con el resto de internos,
mientras que los más violentos permanecían encerrados en estancias
particulares, estando incluso, encadenados, en los casos más extremos.
Sea como fuere, lo cierto es que la terapéutica utilizada en
los hospitales islámicos manaba directamente de la teoría de los humores que hemos
descrito con anterioridad. El médico tratará, así pues, de modificar los
estados emocionales del interno mediante diversos procedimientos que van
desde la dietética y la gimnasia a la hidroterapia, los masajes con aceites
aromáticos, las sangrías y la toma de medicamentos, laxantes y diuréticos en
su mayoría.
Musicoterapia
Capítulo aparte merece el uso
terapéutico de la música, en el sentido más amplio del término, en los
bimaristanes. En realidad, todo el Islam y particularmente el sufismo, gira
en torno al mito de la escucha transformadora. El oído es considerado el
sentido mas importante. Sabios musulmanes de distinta tendencia y época como
Al-Farabí, Ar-Razí, Avicena, Algacel, Al-Kindi, Avempace o la sociedad
secreta de los Hermanos de la Pureza, fundada en Iraq en el siglo X, han
subrayado las poderosas cualidades sanadoras y espirituales de la música
ejerce una profunda incidencia sobre las almas, incidencia que escapa a toda
lógica, dada la esencia sutil tanto de la música en sí como de la propia
alma. También la música aparece concebida dentro del marco de la medicina
humoral. En efecto, se afirma que el gran poder de la música reside en su
capacidad para influir positivamente en los cuatro humores del organismo. Las
melodías armónicas y bien rimadas permiten equilibrarlos, al tiempo que
pueden llegar a provocar, afirman, el despertar espiritual del ser humano.
Como es sabido, las tradiciones
musicales árabes, turca e iraní poseen un carácter modal. Pues bien, a cada
uno de los diferentes modos musicales empleados -maqâm en la terminología árabe, dastgâh en la iraní-, se le atribuyen
unas propiedades particulares de cada escala modal: color, día de la semana
idóneo para ser escuchada e interpretada, estado de ánimo que provoca, etc.
Con todo, a veces, todo ello se ha repetido y exagerado sin el más mínimo
examen critico. Laúd y ney,
la flauta de caña evocada por buena parte de bardos sufíes, eran los
instrumentos mas utilizados en los hospitales islámicos. Su finalidad era
crear melodías capaces de serenar el espíritu de los internos y calmar sus
emociones. Así como el nay simboliza el alma humana arrancada de su estado
unidad primordial, el laúd, rey de la música islámica, simboliza el mundo
terrestre. Según podemos leer en el tratado de los Hermanos de la Pureza,
cada una de sus cuatro cuerdas representa uno de los cuatro elementos: fuego,
aire, agua y tierra. Mientras el sonido de cada cuerda del laúd por separado
provoca el efecto de cada uno de los diferentes elementos, esto es, calor,
ligereza, frío y pesadez, el tañido de las cuatro cuerdas al unísono,
permite, según los miembros de la mencionada hermandad, armonizar y
sintonizar microcosmos y macrocosmos, esto es, hombre y universo.
Otro aspecto notable de la musicoterapia utilizada en los
bimaristanes era la escucha permanente del rumor del agua de las fuentes y
canalizaciones internas. Al mismo tiempo, los enfermos escuchaban,
periódicamente, la palabra melodiosa y musical de poetas y narradores de
historias. Su verbo mágico y seductor contribuía a dulcificar la estancia de
los internos. También a los propios médicos se les exigía ser capaces de
dominar el arte de la palabra. Al fin y al cabo, en el diálogo paciente,
atento, respetuoso, con los enfermos, el médico podía extraer cuantiosa
información acerca de sus dolencias. Al mismo tiempo, a través de la palabra
podía transmitirles paz y sosiego. En ese sentido, ha de subrayarse el papel
pionero que la medicina islámica ha desempeñado en el ámbito de la
psicoterapia. Según la tradición islámica, además de cumplir su función
práctica de transmisión de información, cuando a la forma verbal se le añade
una melodía y un ritmo a través del arte musical, puede llegar a producir
efectos notables en el ser humano: cura sus dolencias físicas y anímicas,
exhorta la belleza y fortalece el carácter. De ahí el valor concedido también
a la recitación coránica, que era realizada en los antiguos bimaristanes de
la Siria medieval, por ejemplo, dos veces al día, por la mañana y al caer la
noche.
Conclusión
Los bimaristanes constituyen una página memorable de la
historia de la medicina no ya islámica, sino universal. Afirma no sin orgullo
nuestro compatriota Ibn Yubayr, ya antes citado: "Estos hospitales son uno de los más grandiosos títulos de gloria
del Islam" (2). Pero, efectivamente, pertenecen al pasado.
Sin embargo, hay algo de ellos que puede sernos de enorme utilidad hoy en
día. Ante una medicina cada vez más tecnificada y despersonalizada, en la que
el paciente no es sino un número anónimo perdido en una estadística, el
ejemplo de los bimaristanes: sus sistemas terapéuticos no agresivos, el trato
humano dispensado a los enfermos, la normalidad con la que era asumida la
enfermedad mental, así como la belleza formal de los edificios, constituyen
valores a reivindicar hoy y en el futuro.
Notas:
1. Ibn Yubâir, A través
del Oriente. El siglo XII ante los ojos. Rihla, Ediciones del
Serbal, Barcelona, 1988, p. 331
2. Ibídem, p.
332
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