LA ALHAMBRA DE GRANADA (II)
La Alhambra es un conjunto monumental que
atesora la mejor síntesis del arte y la arquitectura del último sultanato
islámico de la península Ibérica, el de los Nazaríes o Banu Nasr (1238-1492).
Esta dinastía, que instaló la capital de su Estado en la ciudad de Granada, al
sur de la Península Ibérica, supo simultanear, frente a los antagonistas
cristianos del norte, una hábil política de pactos, vasallajes y campañas
militares con un desarrollo cultural que tiene su más preclara manifestación en
la Alhambra. Culmina en ella el fecundo proceso evolutivo de la sociedad
musulmana de al-Andalus heredera de la civilización del Islam medieval europeo.
La Alhambra es hoy en día un monumento compuesto por diferentes elementos
artísticos de épocas distintas, fruto de una evolución en el tiempo
caracterizada por la voluntad permanente de su mantenimiento, testimonio de un
momento determinado que se ha trasmitido durante generaciones de manera
sorprendente. Tal vez por ello sigue atrayendo y asombrando tanto a estudiosos
como a turistas de todo el mundo.
Está claro que todo el conjunto gira y se
explica entorno a la Alhambra del siglo XIV, la de los nazaríes, curiosamente
contemporánea de recintos como las catedrales de York, Colonia, Estrasburgo o
Milán, la iglesia de la abadía de Westminster, los palacios de los papas de
Aviñón o de la Señoría de Florencia, los ayuntamientos de Brujas o de Praga,
todo ello antes del descubrimiento de América.
La Alhambra es, para la ciudad de Granada, un
complejo de administración y de poder que preside y vigila desde su
privilegiada plataforma la ciudad baja, capital del Estado. La Alhambra puede
definirse como una ciudad palatina, esto es, la sede en que reside y gobierna
el jefe del Estado, el sultán. Planificada y desarrollada según las leyes del
urbanismo, en este caso, medieval e islámico-andalusí. Es además una ciudad
independiente de Granada: de ahí su condición de recinto fortificado, con una
muralla de 1.730 metros
lineales que la rodea por completo en la que se reparten unas treintena de
torres de tamaño y función muy diferentes. Granada y la Alhambra son dos
ciudades complementarias pero autónomas, cuyo único punto de contacto urbano
está situado junto a la puerta de las Armas, que es la más próxima a la ciudad
baja y al Albaicín, la comunicación natural entre ambas y acceso habitual de
los ciudadanos que acudían a la corte para ser recibidos en audiencia, resolver
sus asuntos administrativos, pagar sus impuestos, etc. Con el tiempo, y
especialmente a partir del último tercio del siglo xv, la población de Granada
aumenta considerablemente con refugiados musulmanes procedentes de ciudades
conquistadas por las tropas cristianas, lo que da lugar a nuevos barrios con
sus propios muros, hasta englobar la Alhambra prácticamente por completo.
La ciudad palaciega
La gran muralla que encierra y protege la
Alhambra tiene en su perímetro cuatro grandes puertas defensivas casi
equidistantes, dos situadas al norte y otras dos al sur. Entre las primeras se
encuentra la mencionada puerta de las Armas, probablemente una de las primeras
edificaciones realizadas por los nazaríes en la Alhambra en el siglo XIII. Para
dificultar su asedio y poder parapetarse en su defensa, el acceso no es recto,
sino que forma dos ángulos. De su elegante disposición y proporciones destaca
en especial su portada, sencilla pero bella: un arco de herradura apuntado con
un friso con decoración incrustada de cerámica de reflejos metálicos. Las
impostas de las que arranca el arco son de piedra, elemento que se emplea en la
Alhambra, exceptuando las puertas exteriores. El interior está dividido en tres
espacios cubiertos con bóvedas, palmera en los extremos y esquifada la central,
decoradas con una pintura simulando ladrillos rojos, característica de la
decoración arquitectónica nazarí. En los costados y al fondo hay espacios
provistos de bancos para la guardia. Siguiendo por la muralla en dirección este
se halla la puerta del Arrabal, situada al pie de la Torre de los Picos, así
llamada por los salientes que en su parte superior sostenían los voladizos, hoy
perdidos. Esta puerta, realizada completamente en piedra, daba a las salidas de
Granada hacia levante a través de una vaguada, hoy transformada en un bello y
escarpado paseo romántico, la Cuesta del Rey Chico. Por ella transitaban el
sultán y sus acompañantes cuando iban a los jardines y huertas del Generalife,
situados enfrente. En la parte este del flanco sur de la muralla se encuentra
la puerta de los Siete Suelos, probablemente edificada a mediados del siglo
XIV. Es la más próxima a la Medina y debió de tener cierto carácter ceremonial,
pues según refieren las crónicas ante ella se desarrollaban justas y paradas
militares. Por desgracia fue casi totalmente destruida en 1812, durante la
retirada de las tropas de ocupación napoleónicas, si bien hace unos cuarenta
años, y gracias a investigaciones realizadas con ayuda de grabados antiguos,
pudo ser reedificada de modo bastante digno. La cuarta y última, pero no menos
importante, de las puertas exteriores de la Alhambra, es la monumental puerta
de la Justicia. Fue edificada en 1348, según indica la lápida fundacional
situada sobre el arco de entrada, en cuya clave aparece tallada una llave,
símbolo iconográfico que se repite con frecuencia en las puertas nazaríes;
también como símbolo ha de interpretarse la mano que aparece en el gran arco
exterior que encuadra y solemniza la entrada a la fortaleza. Interiormente este
acceso se desarrolla en pendiente y con un doble recodo, cuyos ámbitos, además
de disponer de los indispensables bancos para la guardia, están cubiertos por
la que probablemente es la mejor alternancia de bóvedas de la Alhambra,
ornamentadas con una pintura que simula ladrillos rojos.
Interiormente la Alhambra ocupa una superficie
de casi 105.000
metros cuadrados sobre una colina llamada la Sabika, que
está a unos 700 metros
sobre el nivel del mar. Esta colina, espolón de Sierra Nevada que penetra en la
fértil vega agrícola y ganadera granadina, es en la actualidad el principal
foco de actividad económica de la ciudad, así como lo fue en tiempos
medievales. Los distintos espacios situados intramuros están acomodados a los
desniveles del terreno sin que fuera preciso para ello realizar grandes
movimientos de tierra, adaptándose y aprovechando sabiamente las diferentes
cotas, lo que constituye una de las más destacables características de su
arquitectura.
La ciudad de la Alhambra está interiormente
configurada por tres recintos que, aun compartiendo el amparo de la muralla
fortificada, son funcionalmente independientes entre sí: un área residencial
castrense reservada a la guardia de élite, encargada de la protección inmediata
de todo el recinto y presta a intervenir en el momento y lugar necesarios con
la máxima eficacia; un recinto palatino, residencia del sultán y de su familia
y escenario cotidiano de la corte, y finalmente una medina, pequeña ciudad
cortesana, administrativa y artesanal concebida para cubrir las necesidades más
perentorias del sultán. Estos tres núcleos independientes y complementarios,
como hemos señalado, se comunican y a la vez se aíslan para ofrecer a la cabeza
del estado la máxima seguridad mediante una complicada estructura de calles y
puertas que funcionan de manera ambivalente: en circunstancias normales son
elementos urbanos para el tránsito de un lugar a otro, y en caso de asedio o
revuelta las puertas se cierran, transformándose las calles en compartimentos
estancos de difícil acceso. Estas puertas, a diferencia de las exteriores, son
todas ellas de acceso directo, carecen de recodos y se cerraban desde dentro
con grandes portones de madera. La puerta interior que probablemente mejor
representa esta estructura es la llamada puerta del Vino, que franqueaba la
entrada a la medina de la Alhambra desde los accesos exteriores. Fue levantada
en los años de transición del siglo XIII al XIV, aunque la ornamentación de sus
fachadas es de épocas diferentes: la de Poniente está labrada en piedra
arenisca y sobre el arco resalta, tallada, la llave simbólica típica de las
portadas; la de Levante fue decorada en la segunda mitad del siglo XIV con
ricos azulejos de cuerda seca que enmarcan el arco y bellas composiciones de
yesería en la planta superior, a ambos lados de la ventana. El espacio interior
de la puerta dispone de bancos para la guardia y en sus bóvedas se conserva
parte de la decoración pictórica original.
Frente a la puerta del Vino se alzan
majestuosos las torres y los muros que albergan uno de los tres recintos que
configuran la Alhambra: el barrio castrense o Alcazaba. Más que un barrio, la
Alcazaba de la Alhambra es una pequeña ciudad dotada de las dependencias
necesarias para un contingente, no muy grande pero selecto, de soldados
especializados. En ella residía la guardia permanente de todo el recinto, y
desde aquí partían los centinelas para distribuirse por los adarves de toda la
muralla, así como por las puertas interiores, en sus turnos de vigilancia. Como
todo recinto de carácter militar, la Alcazaba se levanta en una zona
estratégicamente privilegiada para observar y controlar la fortaleza, la ciudad
baja y sus contornos: es la zona más elevada y avanzada de la colina de la
Alhambra. El interior de la Alcazaba está dividido en dos ámbitos diferenciados
por una calle alargada y estrecha; al norte de ella se agrupan de forma
irregular los muros y pavimentos de ladrillo correspondientes a diez viviendas
de tamaño diferente y estructura semejante. Son las residencias de la guardia,
que responden al esquema doméstico tan característico del mundo andalusí:
entrada en ángulo y patio pequeño en cuyo centro siempre había un elemento para
el agua: una fuentecilla, un estanque o, como en una de ellas, una alberca. De
una a tres habitaciones, dependiendo del tamaño de la casa, se abren al patio
en la planta baja, de la que a la planta superior suben unas estrechas
escaleras. Cada casa tiene su propio retrete, disimulado en algún rincón de la
vivienda. Algunas dan directamente a la calle y otras a callecitas secundarias
o pasajes, todo ello de una manera sutil y aparentemente sencilla. Al sur de la
calle central hay otros muros de características semejantes a los de las casas,
si bien su distribución, más homogénea y regular, testimonia la presencia de
almacenes y quizá barracones para la guardia joven. Otras estructuras completan
el recinto urbano de la Alcazaba: un baño de vapor, siempre presente en el
urbanismo andalusí; un aljibe para garantizar al abastecimiento de agua a la
población; y un horno o fogón comunitario donde cocer los alimentos previamente
preparados.
Recinto castrense al fin, donde no puede
faltar el calabozo. Eran muy conocidas y temidas por los cristianos las
célebres mazmorras de la Alhambra, excavadas en el subsuelo, en las que de
noche se descolgaba con cuerdas a los prisioneros para, durante el día,
hacerlos trabajar como obreros o labradores. Su sección tiene forma de botella
o de campana y su interior suele estar compartimentado en pequeños espacios
radiales separados por ladrillos en que los cautivos se recostaban como si se
tratase de camastros independientes; esta especie de cuevas también podían
utilizarse como silos, es decir, como almacenes de grano, de especias e incluso
de enseres. Estos calabozos tuvieron especial importancia, en particular en los
últimos tiempos de la dinastía nazarí, pues los cautivos tenían un valor de
cambio considerable, sobre todo si pertenecían a la cúpula del ejercito
cristiano o a la propia familia real; seguramente las mazmorras de la Alcazaba,
situadas a los pies de la guardia de élite, estuvieron ocupadas por los más
importantes personajes.
Todo el recinto de la Alcazaba, como toda la Alhambra, está dominado
por una gran construcción de planta cuadrada visible a gran distancia y en
torno a la cual todo parece gravitar: la Torre de la Vela. Símbolo emblemático
de la ciudad, es uno de los edificios más importantes de la Alhambra en los
aspectos tanto constructivo como funcional. En su base tiene un silo sobre el
cual se levantan cuatro plantas y una terraza que quizá tenga las mejores
perspectivas de toda Granada. Aunque la subida actual no es la original,
conserva en su interior bóvedas, pilares y espacios muy interesantes. En la
impresionante azotea que corona la torre, originalmente dotada de almenas, hay
una espadaña con la famosa campana que ha marcado durante siglos el ritmo de
vida de la ciudad y de su entorno llamando a rebato a la población, al igual
que en otras fortalezas cristianas conquistadas a tropas musulmanas. Debido a
la intensidad de su uso, la primitiva campana fue sustituida en la segunda
mitad del siglo XVI, y posteriormente en diversas ocasiones, hasta que se puso
la actual, en 1773.
La campana, que sigue sonando como hace siglos, es uno de los más
importantes valores culturales de la ciudad. Sus diferentes toques -de ánimas,
de queda, de alba y de modorra- suenan día y noche, así como cuando se rememora
alguna festividad importante, como el 2 de enero, día de la toma, en que los
nazaríes entregaron la ciudad a las tropas cristianas (1492).
Pero la principal torre de la Alhambra no es la de la Vela: la más
elevada, la que ofrece una visión del entorno más privilegiada es la Torre del
Homenaje, una de las primeras construcciones erigidas por los nazaríes en el siglo
XIII y que es además una de las que definen el característico aspecto
fortificado del recinto: En ella debía de estar el servicio de información, el
estado mayor que regulaba y controlaba todo el sistema defensivo de la
Alhambra. Tiene en su interior cinco plantas, que presentan una singular
alternancia de espacios abovedados, y un silo en la base, más una terraza con
una pequeña plataforma desde la que se podían enviar y recibir señales visuales
a y de los castillos y torres de vigilancia diseminados por puntos estratégicos
de los montes que rodean Granada.
Probablemente la Alhambra sea uno de los monumentos más conocidos y
valorados del mundo. Ello se debe en gran medida al hecho de que se hayan
conservado los dos palacios del siglo XIV más significativos: el palacio de
Comares y el de los Leones. Ambos forman lo que desde el siglo XVI se llamó la
Casa Real Vieja para diferenciarla de la Casa Real Nueva, como consecuencia de
la construcción del gran palacio renacentista del emperador Carlos V. De todos
modos los palacios medievales de la dinastía nazarí fueron reservados por los
monarcas cristianos como residencia privada para disfrutar de sus magníficas
decoraciones y, como dispusieron en su testamento, para que quede perpetua
memoria de ellos. Aunque muchas de sus dependencias fueron transformadas y con
el paso de los siglos sufrieron el abandono, el expolio o los caprichos de la
naturaleza, lo esencial de su estructura y decoración ha llegado hasta
nosotros.
Los palacios, como cualquier edificación destinada a vivienda, en
contraste con su discreto aspecto exterior, están vueltos hacia el interior,
sus dependencias están distribuidas en torno a un patio al aire libre y tienen
una planta acentuadamente geométrica, como se aprecia fácilmente en cualquier
plano del recinto. En ellas se manifiesta un carácter intimista y abierto a los
sentidos, de modo que al pasar a su interior lo introvertido da lugar a un
estallido de luz, color, aromas e imaginación. Se ha buscado el origen de esta
introversión en la jaima o tienda de los nómadas del desierto, origen de la
civilización árabe, cuyo espacio central, interior, exento y abierto, ordena a
sus moradores alrededor en apartados reducidos: una vez asentada la jaima
principal, a su amparo van agrupándose las demás tiendas de forma espontánea y
sin regla aparente hasta conformar el campamento. Algo semejante, a otra
escala, sucede en las ciudades, en las casas y también en los palacios de la
Alhambra: los edificios van agregándose o superponiéndose sin más límite que el
espacio disponible intramuros.
Sirve de antesala a los palacios una agrupación de patios que pauta el
desarrollo de unos espacios áulicos de clara voluntad administrativa y más
reservados a medida que van recorriéndose. Culminan el polivalente Mashuar,
lugar donde los visires, reunidos en consejo, adoptaban las decisiones
importantes del reino. En este espacio estuvo, probablemente a principios del
siglo XIV, el primer salón del trono de la Alhambra, transformado tras la
conquista cristiana en capilla, por lo que hoy, además de aglutinar el mejor
resumen de los distintos programas decorativos de la Alhambra,
"destila" una apreciable carga de poder y soberanía que sorprende a
quienes penetran en su interior.
Tras el área burocrática, la fachada del cuarto de Comares marca la
frontera entre el espacio burocrático o semipúblico y el privado o residencial,
sin que la diferencia entre ambos conceptos esté siempre establecida. Edificada
en 1370, esta fachada puede considerarse una síntesis perfecta de los elementos
decorativos de los nazaríes granadinos: geometría, epigrafía, ataurique o
flora, todo ello labrado en yesería en una composición proporcional, culmina en
el alero que avanza ante la fachada y que es una de las obras maestras de la
carpintería decorativa de la Alhambra. También esta fachada supone una
frontera, pues marca el momento culminante del proceso evolutivo de sus formas
decorativas. Aunque sus vivos colores prácticamente se han perdido, se
conservan la textura y la majestuosidad de su porte; allí recibía el sultán en
audiencia a sus súbditos, sentado en la escalinata, legitimado por la fachada
como el telón de un teatro, como un dosel imaginario.
A tanta magnificencia, anticipo de las bellezas del interior que
esperan al privilegiado morador del palacio, le sigue un oscuro y tortuoso
corredor que desemboca en el deslumbrante lateral del patio. Su centro es el
estanque, que se integra como un elemento más de la arquitectura, fundamental
en la búsqueda de la espacialidad ilusoria mediante el reflejo en su superficie
de los paramentos: el abastecimiento de agua se realizaba mediante los
surtidores de las fuentes situadas en sus lados menores, y el desagüe por los
pequeños rebosaderos de las esquinas gracias a un cálculo exacto de la cantidad
de agua que entra y sale; ello permitía integrar la lámina de agua en la
arquitectura del conjunto del patio, a modo de espejo. Parte del agua evacuada
de la alberca servía para irrigar los grandes parterres situados en sus lados
mayores, donde están hoy las famosas mesas de arrayán, originalmente situadas a
un nivel inferior: un complejo y hermoso circuito hidráulico. La arquitectura
nazarí siempre conforma su desarrollo en torno al patio, centrado por una
alberca que define la proporción de perímetros y alzados de su entorno,
distribuyendo en los laterales los espacios domésticos.
Distribución del
espacio
Las alcobas principales de la Granada musulmana suelen dar al norte,
pues buscan el horizonte septentrional, y en los palacios de la Alhambra
sobresalen de manera obligada de la muralla general y se asoman a la ciudad
baja. Con todo, dentro de la señalada introversión, de esa búsqueda permanente
de lo interior, de lo íntimo, todas las estancias huyen de las fachadas o de
los perímetros y se abren al patio, y ante las habitaciones principales, casi
siempre en los lados menores, se halla un pórtico cuyas paredes bajas están
revestidas de vistosos paneles de azulejos. El agua, el jardín, la luz y la
bóveda celeste se integran en el patio como un negativo de la tienda nómada:
contradicción aparente, ambivalencia siempre presente en la vieja civilización
de la media luna. Y es así tanto en las modestas y a veces diminutas casas
moriscas que sobreviven todavía en el barrio del Albaicín como en los
majestuosos palacios de la Alhambra. Los pórticos del palacio de Comares, con
siete grandes arcos, conservan además dos elementos significativos de la
ornamentación arquitectónica nazarí: las esbeltas columnas de mármol coronadas
por delicados capiteles mocárabes y los hermosos lienzos de muro calados sobre
los arcos mediante rombos o sebka; ambos elementos carecen de función de
carga: son sólo decorativos, otra de las características de esta fecunda
civilización.
En el interior, las estancias son plurifuncionales: cuartos de estar
durante el día, por la noche alcobas. Tal es el caso de la Barca, dormitorio ya
la vez cuarto de estar del sultán, cuyas paredes debían tener ricos entelados o
tapices por encima de los alicatados y las yeserías, revestimientos decorativos
completos hasta el arranque del hermoso techo artesonado que cubre la estancia,
decorada con ruedas de estrellas originalmente doradas. Nada faltaba aquí al
sultán: para la higiene, un retrete contiguo, con agua corriente y bellas
pinturas murales; para el precepto de la purificación, una pequeña mezquita con
el mihrab mejor orientado hacia la Meca de Granada. Algo más espaciosos son los
demás sitios palaciegos conservados. El de Mashuar tiene todo el costado
izquierdo abierto con bellos arcos al paisaje, como para permitir al creyente
meditar sobre la grandeza de la creación mientras está sentado en el suelo
releyendo las páginas coránicas. El tercer espacio privado del sultán reservado
para el salat, se encuentra en un pequeño edificio exento semejante a un
pabellón, en los jardines del Partal. Siempre integrados en el palacio, pero
independientes, testimonian a la vez la conciencia mística de los mandatarios y
la dedicación trascendental de sus espacios vitales.
En la Alhambra hay una estancia que viene a ser un resumen o
compilación de los conceptos aplicados por los nazaríes a mediados del siglo
XIV a su arte y a su arquitectura, que probablemente hace de ella la más importante
del recinto. Es el cuarto de Comares, también llamado Salón del Trono, pues en
su interior el sultán se manifestaba como máxima autoridad en este mundo y en
el otro. Lo primero que llama la atención es su espacio cúbico, que ocupa el
interior de la torre más grande de la Alhambra; sus gruesos muros perimetrales
cobijan en el espesor de la fábrica nueve pequeñas alcobas, iguales entre sí de
dos en dos excepto la central, que ocupaba el sultán, con una riqueza
decorativa superior a la del resto. Todos los paramentos interiores están
cubiertos de elementos decorativos: la zona inferior presenta una original
alternancia de paneles alicatados con diferentes composiciones geométricas;
sobre ellos, toda la decoración está bellamente labrada en estuco, distribuida
en diferentes cartelas verticales y horizontales con figuras geométricas, entre
las que se despliegan diversos diseños vegetales (ataurique) y sobre todo
epigráficos en sus dos variantes de letras redondeadas (cursivas) y rectilíneas
(cúficas). Es preciso aproximarse para comprobar la variedad y riqueza de
colorido y de detalle que tuvieron originalmente las yeserías, de las que
apenas se aprecian hoy unas ligeras tonalidades pastel. Pero el ingenio
decorativo del Salón alcanza su cenit precisamente en la techumbre, una de las
obras maestras de la carpintería islámica: es un artesonado, es decir, una
tablazón unida a los muros sobre la que se han claveteado múltiples tablillas
poligonales en una composición geométrica a base de ruedas de estrellas que van
ascendiendo en planos sucesivos hasta alcanzar una pequeña cúpula central de
mocárabes. Se trata de una representación, cósmica y escatológica a la vez, de
los ocho cielos de la cosmología espiritual musulmana. El sultán se encontraba
en este lugar revestido de más legitimidad y soberanía que en cualquier otro
del Palacio.
Bajo las salas principales de los palacios pasan túneles para la
guardia; un sinfín de corredores y escaleras a distintos niveles que no se ven
desde las estancias nobles forman parte de los palacios. En uno de ellos, en el
vértice que forman al norte los dos grandes palacios de la Alhambra con la
muralla, hay un baño, elemento indispensable en la sociedad musulmana. El baño
de vapor, con sus distintas dependencias, se integra en el espacio palatino de
la Alhambra como una estructura fundamental. Existen en la Alhambra varios
baños, entre los cuales el de Comares ha conservado bastante bien sus elementos
originales, aunque con las modificaciones estructurales propias de su cambio de
uso y de un mantenimiento más testimonial que funcional. Por lo general, los
baños musulmanes eran un elemento extraño para los cristianos, y en el siglo
XVI su uso estaba prohibido. No obstante se conservan como testimonio de
exotismo y de cierto refinamiento. La entrada de este baño palaciego estaba en
el patio principal del palacio, el patio de los Arrayanes, concretamente junto
al pórtico norte, en el que había un vestíbulo para cambiarse y un retrete. Por
una estrecha escalera se bajaba a la planta inferior, donde está el lugar tal
vez más destacado del baño, la Sala de las Camas, llamada así por las dos
amplias alcobas ligeramente elevadas tras sendos arcos geminados; era el lugar
donde se reposaba para recibir las primeras atenciones. Todo el espacio está
iluminado y aireado cenitalmente mediante una linterna, característica de la
arquitectura nazarí, en torno a la cual se encuentran las estancias de servicio
del baño, cuya disposición ha dado lugar a numerosas leyendas de inspiración
romántica, carentes en su mayoría de autenticidad. La mayor parte de los
elementos decorativos de esta sala -fuente, pavimentos, columnas, alicatados y
yeserías- son originales, si bien las yeserías fueron restauradas y repintadas
con vivos colores en la restauración realizada en la segunda mitad del siglo
XIX. Junto a la sala de reposo se encuentra la zona propiamente de vapor del
baño, cuyas estancias están abiertas por bóvedas perforadas por lumbreras
cónicas en forma de estrella, dotadas de cristales practicables en su cara
exterior que los servidores del baño abrían o cerraban desde arriba para
regular el nivel de vapor de las salas. Aquí está la estancia más amplia y
caldeada del baño, con un espacio central casi cuadrado ampliado lateralmente
por unas galerías. Las salas de vapor tienen suelos de mármol bajo los cuales
discurren, al igual que entre los muros, canalizaciones de diferentes tamaños y
secciones para conducir el aire caliente y el vapor de las calderas de agua y
conseguir la temperatura y humedad necesarias para el baño. Una última sala
está dotada de dos grandes pilas a las que se hacía llegar agua fría o caliente
a voluntad y que está sobre el hipocausto del baño. Completan las instalaciones
la caldera, la leñera y la puerta trasera de servicio. Las modernizaciones del
baño del siglo XVI alcanzaron los zócalos de cerámica de estas salas, en alguno
de los cuales se lee, abreviado, el lema imperial Plus Ultra.
El palacio de los Leones, comunicado en época cristiana con el de
Comares, formaba inicialmente un núcleo añadido pero aislado y con entrada
independiente. La geometría y las proporciones arquitectónicas y decorativas
nazaríes alcanzan aquí, en la segunda mitad del siglo XIV, su máximo
desarrollo. El espejo central de agua es sustituido por la fuente de mármol que
le da nombre, un complejo mecanismo hidráulico en torno al cual giran todas las
dependencias. Su funcionamiento está explicado y alabado con sugerentes
metáforas en los doce versos inscritos en el borde exterior de la taza,
pertenecientes a uno de los más bellos poemas epigráficos de la Alhambra. Bajo
la taza hay seis leones y seis leonas, alternados y todos distintos, que
subrayan una dualidad iconográfica que tiene precedentes en la antigüedad por
sus variados y en ocasiones antagónicos contenidos simbólicos como el poder, la
bravura, la fuerza o la justicia. Es frecuente encontrar en la civilización
islámica formas zoomórficas en surtidores de fuentes, estanques, aguamaniles,
etc., que aúnan estos dos referentes estéticos, la animalística y el agua.
Este palacio se configura como patio de crucero, perfilado
interiormente por su famoso "bosque de columnas" que sirven de
pórtico corrido a las estancias domésticas. De sus lados menores sobresalen dos
delicados pabellones de planta cuadrada que parecen subrayar las salas áulicas
y polivalentes que se encuentran a sus espaldas.
La Sala de los Mocárabes, situada en la crujía occidental, se presenta
como un espacio vestibular o de recepción próximo a la entrada primitiva de
este palacio. De planta rectangular, se abre al patio mediante tres grandes
arcos de mocárabes que permiten la ventilación e iluminación de la estancia.
Debe su denominación a la desaparecida bóveda de mocárabes que la cubría,
probablemente una de las más hermosas de toda la Alhambra, que quedó muy dañada
a consecuencia de la explosión en 1590 de un polvorín cercano. La sala fue
entonces cubierta por la actual bóveda de yeso, diseñada en 1614. De la
original apenas quedan algunos restos de su arranque en la parte superior del
muro, en los que puede rastrearse la policromía del techo perdido. Algo
parecido ocurre con la decoración de los paramentos, que debieron tener en su
parte inferior los tradicionales alicatados, quedando la zona superior quizá
destinada a recibir tapices o labores de yesería. En la crujía oriental se
encuentra la Sala de los Reyes, seguramente la más destacada del palacio, cuya
disposición recuerda estructuralmente el Salón del Trono del palacio de
Comares: una serie de alcobas -cinco aquí- en torno a una amplia sala
polivalente; en aquel palacio las plantas eran cuadradas, mientras que en éste
son rectangulares. También aquí es más destacada la decoración de la alcoba
situada en el eje, cuya bóveda da nombre a toda la sala, pues ofrece la
representación de un grupo de diez personajes reunidos en aparente tertulia,
cuyas actitudes, vestimentas y ubicación fueron consideradas por la
historiografía clásica de la Alhambra como un intento de representar a los
reyes -sultanes- más destacados de la dinastía nazarí, sin que esta aseveración
pueda ser actualmente aceptada. No obstante, es precisamente en las bóvedas que
cubren tres de estas alcobas donde se encuentran los elementos decorativos más
destacados, pues su originalidad, y sobre todo su técnica, las hacen únicas en
un palacio medieval musulmán: son pinturas al huevo y barnizadas a la cera, con
una imprimación de varias capas de yeso (sobre las que van perfilados con
punzones los motivos) y utilizan como soporte pieles de carnero pegadas sobre
la tablazón de las cubiertas de madera y atirantadas mediante pequeñas clavijas
de bambú. Los techos de las alcobas contiguas a la de los Reyes representan
escenas cortesanas de alto interés iconográfico y conceptual, dadas las
distintas interpretaciones que la representación de figuras animadas recibe en
el Islam, aunque en este caso fueran artistas cristianos, seguramente súbditos
de origen genovés, quienes las ejecutaran por encargo.
Completan el palacio dos viviendas independientes situadas
respectivamente al norte y al sur, centradas por sendas salas de planta
cuadrada, llamadas Sala de las Dos Hermanas y Salón de los Abencerrajes. En
ellas las escalas se reducen y las decoraciones se multiplican, sin modificar
en ningún momento el esquema general, que aquí adopta una forma más
introvertida. Ambas poseen los mejores ejemplares de cúpulas de mocárabes del
Occidente islámico, realizadas en yeso mediante la superposición de prismas
concéntricos y yuxtapuestos que se desarrollan a partir de un motivo central
estrellado, siguiendo un esquema geométrico y finalmente policromadas. Ambas
viviendas están más elevadas que el nivel del patio al que da su puerta
principal, en perfecto eje con el crucero, mediante portones de madera
ricamente artesonados y labrados. También tienen salas en la planta superior
que emergen sobre los tejados a modo de pequeños pabellones. De la Sala de las
Dos Hermanas sobresale el conocido Mirador de Lindaraja, estancia principal de
la vivienda, en cuyo interior se encuentran la ventana geminada y el techo de
celosía de madera con cristales de colores, el único de estas características.
Los palacios de la Alhambra se abren tímidamente al exterior, hacia la
ciudad baja y el valle del río, sobrevolando la muralla, como buscando la línea
del horizonte hacia el norte bajo la mejor cúpula que existe, la bóveda
celeste. Un ejemplo ilustrativo de ello lo constituye el palacio del Partal o
del Pórtico, los restos de la arquitectura palaciega más antigua del recinto,
probablemente de principios del siglo XIV; queda en pie la cabecera del
edificio, formada por la Torre de las Damas, cuyo techo original se encuentra
en Alemania, en el Museo de Arte Islámico de Berlín, precedida por la galería
porticada que da nombre al palacio, ante la cual está la habitual gran alberca.
Aquí el patio parece haber sido sustituido por la integración de las
estructuras en el paisaje, entre frondosos jardines. En realidad es el
resultado de varias décadas de exploraciones arqueológicas iniciadas a finales
del siglo XIX. Este sector de la Alhambra estaba hasta entonces repartido en
pequeñas propiedades particulares que la administración del Estado fue
recuperando para la integración en el monumento. Fueron emergiendo muros,
pavimentos y albercas que muestran el entramado urbano originario, que fue
consolidándose mediante su integración con los jardines. Su disposición
consiste en una serie de aterrazamientos que van ascendiendo por la ladera de
la colina, desde la muralla general hasta alcanzar la parte alta, donde se
sitúa la Medina.
La Medina
La Medina era toda una ciudad planificada para el mantenimiento del
palacio; el "cordón umbilical" era la Calle Real. Ascendiendo
suavemente de oeste a este, la Medina estaba dotada de baños públicos,
mezquita, comercios, etc. Junto a la mezquita estaban la rauda o cementerio de
los sultanes, y los textos del siglo XIV sitúan en el entorno una madrasa o
escuela coránica. También subsisten los restos de dos grandes recintos,
considerados palacios: el de los Abencerrajes y el actual parador de turismo del
convento de San Francisco. La zona alta de la ciudad la ocupaba un entramado de
pequeñas industrias artesanas con hornos y norias para la cerámica y el vidrio,
una tenería para el curtido de las pieles y una ceca para acuñar moneda. Para
toda la ciudad era imprescindible el agua, transportada al interior de la
Alhambra por la acequia del Sultán desde una distancia de unos seis kilómetros
río arriba; por medio de un acueducto la acequia entraba en el recinto
amurallado, descendía paralela a la calle y se repartía por un sinfín de
canalizaciones, utilizando las albercas como vasos comunicantes reguladores de
un complicado sistema hidráulico todavía en gran parte desconocido. Algunos
aljibes y los espacios públicos completan el paisaje de la ciudad, con pequeñas
calles, callejones y cobertizos que daban acceso a las casas, algunas de ellas
muy importantes, donde vivían funcionarios y servidores de la corte.
Muestra de cómo eran esas viviendas son dos torres de la muralla
integradas en la Medina, conservadas como joyas documentales. La Torre de la
Cautiva, una auténtica torre-palacio, es uno de los edificios más destacados de
la Alhambra de mediados del siglo XIV, es decir, del momento de mayor pureza
del arte nazarí. Como corresponde a toda estructura doméstica, tras su entrada
en ángulo, un pequeño patio con arcos sobre pilares da paso a la estancia
principal, con pequeñas alcobas en el eje de cada uno de sus costados
exteriores, y ventanas de doble arco. Lo más destacado son sus zócalos
alicatados, que presentan bellísimas trazas con piezas de variados colores,
entre los que sobresale el púrpura, cuya aparición en la cerámica
arquitectónica ha sido considerada única, coronados por una cartela epigráfica
también alicatada. Las yeserías, originalmente policromadas, cubren el resto a
modo de entelado o tapizado. A semejanza de las estructuras domésticas
tradicionales, la torre tiene habitaciones en la planta superior y una terraza.
La Torre de las Infantas presenta una estructura arquitectónica semejante a la
anterior aunque pertenece a una etapa más tardía, finales del siglo XIV o
principios del XV. Por las características de su decoración, su mayor rudeza de
ejecución y sus proporciones menos elaboradas, esta torre marca el inicio de la
decadencia del arte nazarí. El interior sigue el esquema de vivienda
tradicional: un espacio cubierto que se corresponde con el patio, centrado por
una fuentecilla, da a las estancias principales, tres alcobas con ventanas al
exterior. La linterna central, con galerías en la planta alta en dos de sus
costados y acceso a la terraza, estaba cubierta originalmente por una bóveda de
mocárabes, perdida y sustituida en el siglo pasado por el actual artesanado de
madera.
El Generalife
Fuera de la muralla de la Alhambra los sultanes nazaríes disponían de
numerosas fincas de aprovisionamiento y recreo, algunas de ellas en las
proximidades del recinto. La más cercana, y desde luego la mejor conservada, es
el Generalife, que en árabe significa "los jardines". Pero el término
debe entenderse en un sentido más amplio, es decir, lugar de vegetación, de
cultivos. El Generalife lo constituyen cuatro grandes huertas presididas por un
edificio palaciego dotado de jardines, todo ello integrado en una extensa
dehesa de más de dos millones de metros cuadrados. Gran parte de las huertas
siguen estando cultivadas, lo que añade a su significación histórica un
importante valor ecológico y hasta antropológico. En la actualidad el
Generalife está unido a la Alhambra por una serie de jardines planificados a
partir del primer tercio del siglo XX, en una interpretación libre del jardín
andalusí. El edificio repite el esquema arquitectónico de los palacios de la
Alhambra: un patio con una instalación de agua -en este caso, la acequia que
riega la finca- centra las estancias domésticas; al norte se halla la
principal, abierta al paisaje exterior por una torre-mirador. El patio es de
crucero, con cuatro grandes parterres ajardinados que bordean la acequia con
estrechos andenes. Aunque su carácter rural es indudable, como puede
comprobarse en los patios de acceso, el edificio posee las decoraciones propias
de un recinto palaciego: zócalos de alicatados, yeserías que cubren los
paramentos hasta los arranques de los artesonados de madera, diseños a base de
geometría, epigrafía, mocárabes y atauriques, columnas de mármol, arcos y
celosías, etc. Destaca especialmente el pequeño mirador que sobresale del
patio, con una excelente perspectiva de las huertas y con la Alhambra al fondo.
La Granada islámica evoluciona entre las dinastías de los ziríes
(siglo XI) y de los nazaríes (siglo XIV) en las márgenes del río Darro,
abriéndose hacia la vega. De su recinto urbano se han conservado puertas como
las de Elvira, Monaita y Bibrambla, entre otras; puentes como el de los
Tableros, que enlazaban como hitos entre las murallas que ascienden por el
cerró de San Miguel guardando extensos cementerios y grandes barrios como el
Albaicín, el Realejo o la Antequeruela. Todos ellos han conservado la impronta
medieval islámica: trampas irregulares, predominio de espacios privados sobre
los públicos, fuertes contrastes topográficos. Algunos de los edificios que
subsisten conservan sus elementos o al menos algunos de ellos, como el baño de
vapor del Bañuelo, alojamientos o alhóndigas como el Corral del Carbón, centros
de enseñanza como la madrasa Yusufiya, gremios comerciales como el de la
Alcaicería, mezquitas transformadas en iglesias como San José, El Salvador, San
Juan de los Reyes, San Nicolás o la Ermita de San Sebastián, edificios
palaciegos como Dar al-Horra, Cuarto Real de Santo Domingo, Alcázar Genil, Casa
de los Girones, casas moriscas como la de Zafra, la del Chapiz o la de Horno de
Oro y restos del importante sistema de abastecimiento de agua como la acequia
de Aynadamar, además de los numerosos aljibes del Albaicín.
El alicatado granadino
En general, el arte islámico tiene una imagen que lo diferencia
claramente de las formas artísticas de otras civilizaciones. Entre los motivos
decorativos que contribuyen a ello resultan especialmente representativos los
alicatados geométricos, de los que los nazaríes han dejado numerosos
ejemplares. Con ellos, los granadinos alcanzaron un alto grado de ingenio para
embellecer ornamentalmente los diferentes espacios de sus edificaciones. Los
alicatados están influidos por los mosaicos bizantinos, aunque ya antes de la
época clásica/helenística se usaban azulejos en Oriente Medio e Irán, siendo
perfeccionados por los sasánidas (siglos III-VII a.C.). En el mundo islámico
los adoptaron los abasíes (siglos VIII-X) e, impulsados por los fatimíes
egipcios (siglos X y XI), llegaron a al-Andalus. Para el Islam cualquier
representación artística debe ser también una manifestación de la unidad de la
creación. Ésta, simbolizada por el universo, se materializa mediante los
diseños geométricos que evolucionan desde dentro hacia fuera, primando sobre
las leyes matemáticas las estéticas, la proporción. Los alicatados geométricos
ofrecen además ciertos valores plásticos, como el brillo o el color, que no
poseen otros materiales.
El alicatado es un conjunto decorativo de cerámica vidriada utilizado
principalmente para el revestimiento de zócalos y fachadas interiores. Sus
piezas son losetas recortadas, llamadas aliceres, que se combinan entre sí
formando dibujos geométricos mediante polígonos regulares o estrellados. Para
su realización en primer lugar el artesano elaboraba un estudio del canon
proporcional. Después dibujaba unos diagramas o redes de polígonos regulares de
lados iguales en los que iba encajando los distintos polígonos hasta cubrir
íntegramente la superficie a decorar. La forma básica es el cuadrado inscrito
en un círculo, cuya rotación da lugar a una estrella que se convierte en el eje
de toda la composición. El resultado es la combinación de una o varias figuras
complementarias que cubre superficies enteras. La perfección del diseño se
obtiene con el lazo: unas cintas blancas se entrecruzan para separar las
piezas. Según el número de puntas de las piezas en forma de estrella, el lazo
al que dará lugar será de 8, 10, 12, 16, etc., pudiendo ser también mixto. En
al-Andalus se usaba principalmente el lazo de 8, dada su mayor facilidad para
encajar en él otros lazos, ya que presenta ángulos rectos, a partir de una relación
entre el lado y la diagonal del cuadrado.
Evidentemente
el alicatado de diseño geométrico es de difícil ejecución, pues las piezas,
algunas de formas muy complicadas, deben ajustar perfectamente. Las piezas eran
recortadas con una regleta especial, golpeando con un martillo afilado o un
cincel; al ser materiales muy quebradizos su coste era muy alto, por lo que su
fabricación evolucionó con el empleo de moldes de hierro para siluetear las
piezas aún blandas. Una vez obtenidas las diferentes piezas de la composición,
se iban colocando ensambladas sobre paneles enlucidos con yeso, utilizando los
patrones de papel conforme al diseño previo.
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