sábado, 28 de julio de 2012

Historia crisol 3 culturas en al-Ándalus. Vida cotidiana en el medioevo


VIDA COTIDIANA EN EL MEDIOEVO

Ficha de Documentación elaborada por:

Daniel Enrique Yépez

Licenciado en Ciencias de la Educación

Magíster en Ciencias Sociales

Profesor Adjunto a Cargo de la Cátedra.

En base a la página web Artehistoria:

1. Hábitos Alimentarios

El vino y el pan eran los elementos fundamentales en la dieta medieval. En aquellas zonas donde el vino no era muy empleado, la cerveza era la bebida más consumida. De esta manera podemos establecer una clara separación geográfica: en las zonas al norte de los Alpes e Inglaterra bebían más cerveza, mientras que en las zonas mediterráneas se tomaba más vino. Aquellos alimentos que acompañaban al pan se denominaban "companagium". Carne, hortalizas, pescado, legumbres, verduras y frutas también formaban parte de la dieta medieval dependiendo de las posibilidades económicas del consumidor. Uno de los inconvenientes más importantes para que estos productos no estuvieran en una mesa eran las posibilidades de aprovisionamiento de cada comarca. Debemos considerar que los productos locales formaban la dieta base en el mundo rural mientras que en las ciudades apreciamos una mayor variación a medida que se desarrollan los mercados urbanos.

La carne más empleada era el cerdo -posiblemente porqué el Islam prohibía su consumo y no dejaba de ser una forma de manifestar las creencias católicas en países como España, al tiempo que se trataba de un animal de gran aprovechamiento- aunque también encontramos vacas y ovejas. La caza y las aves de corral suponían un importante aporte cárnico a la dieta. Las clases populares no consumían mucha carne, siendo su dieta más abundante en despojos como hígados, patas, orejas, tripas, tocino, etc. En los periodos de abstinencia la carne era sustituida por el pescado, tanto de mar como de agua dulce. Diversas especies de pescados formaban parte de la dieta, presentándose tanto fresco como salazón o ahumado. Dependiendo de la cercanía a las zonas de pesca la presentación del pescado variaba. Judías, lentejas, habas, nabos, guisantes, lechugas, coles, rábanos, ajos y calabazas constituían la mayor parte de los ingredientes vegetales de la dieta mientras que las frutas más consumidas serían manzanas, cerezas, fresas, peras y ciruelas. Los huevos también fueron una importante aportación a la dieta. Las grasas vegetales eran útiles para freír en las zonas más septentrionales, mientras que en el Mediterráneo los aceites vegetales eran los más consumidos.

Las especias procedentes de Oriente eran muy empleadas, evidentemente en función del poder económico del consumidor debido a su carestía. Azafrán, pimienta o canela aportaban un toque exótico a los platos y mostraban las fuertes diferencias sociales existentes en el Medievo. Las carnes debidamente especiadas formaban parte casi íntegra de la dieta aristocrática mientras que los monjes no consumían carne, apostando por los vegetales. Buena parte del éxito que cosecharon las especias estaría en sus presuntas virtudes afrodisíacas. Como es lógico pensar los festines y banquetes de la nobleza traerían consigo todo tipo de enfermedades asociadas a los abusos culinarios: hipertensión, obesidad, gota, etc. El pan era la base alimenticia de las clases populares, pudiendo constituir el 70 % de la ración alimentaria del día. Bien es cierto que en numerosas ocasiones los campesinos no comían pan propiamente dicho sino un amasijo de cereales -especialmente mijo y avena- que eran cocidos en una olla con agua -o leche- y sal. El verdadero pan surgió cuando se utilizó un ingrediente alternativo de la levadura. Escudillas, cucharas y cuchillos serían el menaje utilizado en las mesas medievales en las que apenas aparecen platos, tenedores o manteles. La costumbre de lavarse las manos antes de sentarse a la mesa estaba muy extendida.

2. La Indumentaria

Resulta bastante complicado saber cómo era el vestido de las gentes en la Edad Media. Bien es cierto que encontramos algunas pautas generales. El vestido femenino solía ser largo mientras que el masculino era corto. Los sectores más modestos de la sociedad utilizaban colores oscuros, generalmente negro. Sí es cierto que el vestuario medieval experimentó una importante transformación gracias a las ciudades y las burguesías que habitaban en ellas. En ese cambio también influyó el contacto con otras culturas, especialmente la musulmana gracias a las Cruzadas.

En una sociedad tan regulada como la medieval no debe extrañarnos que los asuntos relacionados con el vestuario también tuvieran reglamentaciones. Alfonso X el Sabio reguló en 1258 las vestimentas tanto de los oficiales mayores de la casa real como de los menores. Estos últimos "non trayan pennas blancas ni çendales sin siella de barda dorada nin argentada nin espuelas doradas nin calças descarlata, nin çapatos dorados nin sombrero con orpel nin con argent nin con seda". Los eclesiásticos no podían utilizar ropas coloradas, rosadas o verdes. Debían llevar calzas negras y olvidarse de zapatos con hebilla y cendales, utilizando en sus cabalgaduras sólo sillas de color blanco. Los canónigos vestían de manera más relajada al estarles permitido el uso de cendales -siempre y cuando no fueran amarillos o rojos- y poder utilizar sillas azules. La marginación de algunas clases sociales -como judíos y musulmanes- se extendía al vestuario. Los judíos no podían llevar pieles blancas, ni calzas rojas, ni paños de color ni cendales. Los mudéjares tampoco podían llevar zapatos blancos o dorados, aplicándose las normas anteriores.

A lo largo del siglo XII apreciamos las primeras innovaciones en el vestido procedentes de las ciudades. Las modas empezaron a manifestarse con cierta fuerza y los tejidos fueron adaptándose al cuerpo para marcar las siluetas. Momentos donde los ropajes de ambos sexos eran muy similares, dieron paso a otros en los que la distinción entre las ropas masculinas y las femeninas era marcada. En los tiempos finales del Medievo encontramos un acentuado gusto en las damas por los largos cabellos, los pechos altos y el encorsetamiento de la cintura. Estas modas fueron impuestas por las clases urbanas acomodadas y posteriormente se irían acercando al resto de estamentos sociales tanto del campo como de la ciudad. Labriegos y artesanos intentaban imitar a los burgueses en sus atuendos, especialmente a raíz de la horrible Peste Negra, cuando en Europa se desató un irrefrenable deseo por disfrutar de lo terrenal. El cronista florentino Mateo Villani cuenta con cierto escándalo como "las mujeres de baja condición se casan con ricos vestidos que habían pertenecido a damas nobles ya difuntas". También los predicadores desde los púlpitos exponen sus críticas al desenfreno de la moda.

3. Relación con la Naturaleza

La relación entre el ser humano y la tierra era muy estrecha, tal y como podemos apreciar en las obras de San Francisco de Asís. El ser humano era un elemento más de la Creación al igual que las plantas, los animales, la tierra o el agua. Pero la vinculación con la tierra fue tremendamente fuerte, siendo considerada el elemento primordial, según se interpreta de las palabras del santo -"Nuestra hermana la madre tierra"- o del mallorquín Anselm Turmeda -la tierra "cabeza del género humano"-. El contacto con la naturaleza fue algo innato del hombre medieval, identificándose especialmente con el medio natural al tiempo que la propia naturaleza formaba parte de la vida cotidiana. Bien es cierto que la relación entre hombre y naturaleza tampoco era idílica -la eliminación de las basuras y aguas residuales, la precariedad de la higiene o la acción del ser humano provocaría daños ecológicos de importancia-, aunque en ocasiones se intentó regular legalmente esta relación. El fin era mantener un equilibrio mayor como se aprecian en las medidas castellanas del siglo XIII para evitar incendios en los bosques.

 A pesar de estas medidas podemos afirmar que el hombre medieval dependía más de la naturaleza que ésta del ser humano, por muchos recursos que pudiera sacar de ella. No debemos olvidar las graves consecuencias de las condiciones meteorológicas en la agricultura que vendrían acompañadas de hambre y muerte. Raúl Glaber hace referencia a la grave situación en la que se encontró Europa en 1033 aludiendo a que el hambre "hizo temer por la desaparición del género humano". Gilles le Muisit nos narra la crisis vivida en el año 1316 en Flandes donde "a causa de las lluvias torrenciales (...) la penuria aumentaba de día en día (...) A causa de las intemperies y del hambre intenso, los cuerpos comenzaron a debilitarse y las enfermedades a desarrollarse y resultó una mortandad tan elevada que ningún ser vivo recordaba nada semejante". En la crónica del rey castellano Fernando IV del año 1301 se manifiesta que "los omes moríanse por las plazas e por las calles de fambre". No cabe duda de que el ser humano seguía dependiendo del medio físico para su existencia diaria.

4. Dependencia del Medio Físico

Los hombres y mujeres de la Edad Media sufrían con dureza las consecuencias del abrumador peso del medio físico. Los rigores del invierno eran muy difíciles de combatir para todas las clases sociales, utilizando tanto los nobles como los humildes el fuego para combatirlo. Gracias a la leña o el carbón vegetal el frío podía ser evitado en mayor medida, surgiendo incluso rudimentarios sistemas de calefacción, siendo la chimenea el más utilizado. El refugio más empleado durante los largos y fríos inviernos eran las casas, utilizando numerosas ropas de abrigo para mitigar los rigores meteorológicos. Las pieles fueron un elemento característico del vestido medieval. Combatir el calor tampoco era tarea fácil. Para huir de los rigores de la canícula sólo existían los baños y las gruesas paredes de las iglesias y los castillos.

A partir de los rigores climáticos encontramos otro elemento que suponía una importante limitación: la luz. Pensemos que durante las horas nocturnas las actividades se reducían a la mínima expresión. Incluso las corporaciones laborales prohibían a sus miembros trabajar durante la noche, tratándose de un tiempo para la pausa y el reposo -a excepción de los cánticos de los monjes-. Entre los motivos de estas prohibiciones encontramos la posibilidad de provocar incendios o la imperfección en el trabajo debido a la escasa visibilidad. No debemos descartar motivos menos prosaicos como la competencia desleal que se podría realizar durante este tiempo explotando a los siervos. Pero también debemos advertir que las horas nocturnas solían servir a la fiesta en castillos o universidades, fiestas que se extendían a toda la sociedad en fechas señaladas como el 24 de diciembre o la noche de difuntos.

Sin embargo no cabe duda de que la sumisión del hombre a la naturaleza se pone de manifiesto con toda su intensidad con motivo de las grandes catástrofes: pestes, incendios, inundaciones, sequías, etc. Los incendios eran práctica habitual en el mundo medieval, propagados gracias a la utilización de madera en la fabricación de las viviendas. Un descuido daba lugar a una gran catástrofe utilizándose también el fuego como arma de guerra. Las condiciones sanitarias de la población favorecerán la difusión de las epidemias y pestes, especialmente gracias a las aglomeraciones de gentes que se producían en las ciudades, donde las ratas propagaban los agentes transmisores. Algunos estudiosos consideran que la promiscuidad de algunas clases sociales o la prostitución eran otros factores de riesgo para extender este tipo de enfermedades.

La difundida Peste Negra del siglo XIV diezmó terriblemente a la población europea.

En palabras de Boccaccio "de nada valieron las humanas previsiones y los esfuerzos en la limpieza de la ciudad (...) ni tampoco que se les prohibiera la entrada a los enfermos que llegaban de fuera ni los buenos consejos para el cuidado de la salud, como ineficaces fueron las humildes rogativas, las procesiones y otras prácticas devotas". En numerosas ocasiones las epidemias eran consideradas por los hombres de su tiempo como testimonios del fin del Mundo. Algo similar ocurría con las inundaciones tal y como nos narran los "Anales Compostelanos" en referencia a las lluvias torrenciales sufridas en tierras gallegas durante el mes de diciembre de 1143: "las aguas destruyeron casas puentes y muchos árboles; sumergieron animales domésticos, rebaños e incluso hombres, y confundieron las vías seguras de antiguo". Durante el año 1434 "murió mucha gente en los ríos y en las casas donde estaban, especialmente en Valladolid, donde cresció tanto Esgueva, que rompió la cerca de la villa e llevó lo más de la Costanilla e otros barrios". En definitiva, los hombres y mujeres medievales estaban a merced de la naturaleza mucho más que en la actualidad, lo que podría explicar algunas de las características de la vida en aquellos momentos como podría ser su robustez física o su paciencia, según algunos estudiosos de la época.

5. Ritmo de Vida

El tiempo tenía para el hombre medieval dos referentes: el primero, de carácter físico, era el sol; el segundo, de carácter espiritual, eran las campanas de las iglesias. Una vez más se ponía de manifiesto la dependencia del ser humano respecto a la naturaleza. La jornada se iniciaba con la salida del sol y su puesta significaba el fin de la actividad. Como es lógico pensar, la jornada variaba con las estaciones del año, siendo más larga en verano y más corta en invierno pero tampoco era algo que influyera en exceso en la vida cotidiana. La cristianización de la sociedad europea introdujo otras formas de contar el tiempo, adecuándose a las oraciones de los eclesiásticos. Las tres horas canónicas dividían las 24 horas del día. Cada tres horas las campanas de la iglesia monástica anunciaban el correspondiente rezo: a medianoche, Maitines; a las tres, Laudes; a las seis, Prima; a las nueve, Tercia; a mediodía, Sexta; a las tres de la tarde; Nona; a las seis, Vísperas; y las nueve de la noche, Completas. No sólo en el mundo rural, también en las ciudades las campanas de las iglesias ejercían un papel determinante al igual que el nacimiento y el ocaso del sol.

La Iglesia también determinaba el calendario anual a través de sus fiestas. El inicio del año lo marcaba una fiesta religiosa aunque para unos fuera la Navidad y para otros las Pascuas. La costumbre de contar los años a partir del nacimiento de Cristo -el 25 de diciembre del año 753 de Roma- tardó algo más en generalizarse. Por ejemplo, en la Península Ibérica hasta finales del siglo XIV perduró la llamada "era hispánica" en la que se establecía en 35 años antes del nacimiento de Cristo el inicio de la datación. A lo largo del periodo denominado Baja Edad Media se aprecian importantes cambios, siendo fundamental para esta cuestión la aparición de un carácter laico en el tiempo, en buena medida debido a los relojes. La utilización de sistemas de medición del tiempo en las ciudades será fundamental para el desarrollo de las diversas actividades, siendo tremendamente importante la difusión de relojes a través de pesas y campanas que fueron instalados en las torres de los ayuntamientos. Los relojes municipales aportaban una mayor dosis de laicismo a la vida al abandonar la medición a través de las horas canónicas. Era una manera de "rebelión" por parte de la burguesía que se vería reforzada con la aparición, posteriormente, de los relojes de pared.

6. Vínculos con el Mundo Exterior

El espacio de las gentes medievales era muy limitado. Cuando los cronistas hacen referencia a la "tierra" sólo aluden a la Europa cristiana dependiente del pontificado romano. Fuera de este ámbito espacial estaba el Imperio Bizantino y el Islam y a partir de ahí los territorios eran bastante mal conocidos, mezclándose fábula con escasas dosis de realidad. Las noticias del Lejano Oriente llegaban a través de la Ruta de la Seda, contactos muy indirectos y limitados. África y buena parte de Asia serían casi desconocidas para Europa. La mayoría de la población medieval no salía de su entorno más cercano durante toda su vida. Tenemos que considerar la definición de proximidad en la época medieval, relacionada con la distancia que se podía recorrer a pie entre la salida y la puesta del sol, considerando en ese tiempo transcurrido tanto la ida como la vuelta. El ámbito de relación sería, por lo tanto, local. La movilidad aumenta a partir del año 1000 cuando se produce un aumento de la seguridad en las vías de comunicación. Entre los culpables del aumento de esta movilidad encontramos el desarrollo de las peregrinaciones, especialmente a Santiago a través de la Ruta Jacobea. La puesta en marcha del Camino de Santiago por el que peregrinos de toda Europa llegarán a la costa atlántica, traerá consigo el aumento de los intercambios tanto económicos como culturales y artísticos.

 Bien es cierto que viajar en la época medieval no era una empresa fácil. Los medios de transporte eran tremendamente arcaicos y los caminos muy precarios. Aún la estructura medieval era heredera de las vías romanas que empezaron a tener una mayor atención a partir del siglo XII. Durante estos viajes los viajeros podían ser asaltados por bandidos y había que pagar numerosos peajes al atravesar territorios señoriales lo que motivaba que el trayecto alcanzado fuera bastante limitado. Considerando que el viajero utilizara un animal para sus desplazamientos, no recorrería más de 60 kilómetros diarios por lo que atravesar Francia llevaba del orden de 20 días. Para recorrer el trayecto entre Roma y Pisa, el monarca francés Felipe Augusto -de regreso de la Tercera Cruzada- tardó quince días lo que supone menos de 19 kilómetros diarios. Las vías fluviales serían más rápidas pero este medio de comunicación era más utilizado por las mercancías. A pesar de estos inconvenientes los viajeros eran relativamente abundantes.

Por ejemplo, por la ciudad francesa de Aix pasaban una media de 13 viajeros diarios. Juglares, vagabundos, peregrinos, clérigos, soldados, prostitutas, animaban los caminos europeos y se alojaban en la limitada red de posadas existente. Los hospitales para peregrinos y albergues ampliarán esta oferta asistencial en aquellas zonas del Camino por las que el tránsito de viajeros era mayor. La mayoría de los peregrinos procedentes de Francia pasaban por el hospital de Roncesvalles en cuyo cementerio descansan los restos de un amplio número de viajeros que no pudieron cumplir su sueño de alcanzar la tumba del apóstol. Debemos advertir que a partir del siglo XII se produjo en la Europa cristiana un aumento de la comunicación con el exterior. Un buen ejemplo serían los viajes realizados durante el siglo XIII por el mercader veneciano Marco Polo. De esta manera las mentalidades europeas gozan de algo de aire fresco.

7. Vida Urbana

En la sociedad urbana pronto se manifiesta una clara división entre los ricos y la "gente menuda", si bien es cierto que en los primeros momentos de desarrollo urbano se estrecharon lazos solidarios entres todos los habitantes de la ciudad configurando la comuna. La comuna pretendió desde el primer momento conseguir ciertas libertades de los señores feudales que controlaban la ciudad. Entre los ricos encontramos a los mercaderes, los grandes negociantes o los maestros de las corporaciones mientras que la "gente menuda" estaría integrada por los trabajadores. De esta manera podemos hablar del escenario urbano como el germen de la sociedad capitalista y del proletariado industrial -especialmente en la actividad textil- al comprar los maestros la fuerza laboral de los obreros, siendo estos pagados con un salario, bastante bajo habitualmente. Las mujeres que trabajaban vivían una mayor explotación.  En los últimos años de la Edad Media aumentan los desocupados en el mundo urbano. Grupos de hombres y mujeres abandonan la campiña buscando un futuro mejor en la ciudad, futuro que no presenta el color deseado. La mayoría de las mujeres se enrolarán en la prostitución mientras que los hombres formarán parte de las amplias bolsas de desocupados. Estos fueron los provocadores de las protestas urbanas que sacudieron la Europa de la Baja Edad Media entre las que destacó la ocurrida en Florencia en 1378.

 Pero no todo fueron preocupaciones en la ciudad ya que ésta se caracterizó por ser el centro de la diversión. El tiempo de ocio se consumía en la taberna donde se conversaba, se jugaba y se bebía. También se podía acudir a las casas de baños, lugares de cierta connotación sexual que tuvieron unas estrictas normas encabezadas por la separación de sexos. Esta rigidez fue desapareciendo en los últimos siglos medievales y en la mayoría de ellos se permitía la entrada conjunta de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos. El concepto de purificación del cuerpo y del alma asociado al baño era, en la mayor parte de los casos, lo que primaba en estos lugares. Si el ciudadano deseaba era una aventura sexual acudía al prostíbulo, uno de los puntos más oscuros de la ciudad. En el año 1234 se estableció en Avignón lo que podemos denominar el "primer barrio chino", exigiéndole a los burdeles que se identificaran con un farol rojo en la puerta, al tiempo que se prohibía a las prostitutas llevar velo. Para conseguir mantener en buen estado las murallas de Milán, Bernabo Visconti -príncipe de la ciudad- obligó a los burdeles a pagar un impuesto, lo que muestra su elevado número.

8. La Ciudad: un Nuevo Espacio de Socialización

Aunque la vida rural se consideraba típicamente medieval, no debemos olvidar el desarrollo que manifiesta la ciudad en esta época. De esta manera, la vida urbana también formó parte del Medievo, especialmente después del siglo XII. No conviene establecer una separación entre campo y ciudad porque ambos elementos formaron parte de un todo. La ciudad presentaba elementos diferenciadores, tanto en las funciones que desarrollaba como en su aspecto estético. El primer elemento diferenciador era la muralla que rodea a la urbe -en las "Partidas" de Alfonso X se define la ciudad como "todo aquel lugar que es cercado con muros"-. El objetivo de la muralla era de carácter defensivo, al igual que las torres, el foso o las puertas. En algunas ocasiones se erigían dos barreras de murallas para reforzar la defensa urbana. También tenía una función fiscal y jurídica. Vivir en la ciudad concedía un estatus diferente y para acceder a ella se debía pagar un impuesto denominado portazgo, en Castilla. Los regidores de la ciudad evitaban en la medida de lo posible acceder a ella por otros lugares que no fueran las puertas, con tal de cobrar la mayor cantidad de tributos. Junto a la muralla solía concentrarse el mercado, uno de los signos de identidad de la ciudad junto a sus calles.

Las calles medievales solían ser estrechas, oscilando su anchura entre los dos y cinco metros, aunque las grandes vías urbanas pasaban a diez o doce metros. Las cuestas eran características y la sinuosidad definía el trazado urbano, lo que provocaba dificultades en la circulación. Las calles estaban muy animadas, aunque no dejaban de entrañar peligros. Uno de ellos era la suciedad que caracterizaba el entorno urbano en el que convivían animales y personas. Esta suciedad intentó ser mitigada a partir del siglo XIII con medidas que garantizaran un mínimo de higiene pública. A las calles se mostraban los artesanos, trabajando largas jornadas -unas catorce horas- de cara al público. En las calles encontramos numerosos vendedores ambulantes, deshollinadores, reparadores de objetos y allí se concentraban los jornaleros sin trabajo o los recién llegados a la ciudad. En las mismas calles se podía observar un buen número de espectáculos, actuando titiriteros y juglares o participando en desfiles o procesiones. Prostitutas, mendigos, delincuentes o locos también se exhibían en las calles, al igual que niños y menores. Por lo tanto podemos afirmar que el bullicio y el colorido eran la nota dominante de las ciudades medievales.

9. Las Familias Aristocráticas

Las familias aristocráticas vivían holgadamente, mostrando un gusto muy pronunciado por el lujo y los gastos superfluos. Su vocación consistía en combatir el mal con las armas por lo que la casa noble tenía que ver con la fortaleza y el palacio. En esa mansión debía habitar una pareja conyugal para engendrar una descendencia legítima. Los hijos que se casaban abandonaban el hogar al igual que viejos y viudas, animados éstos a realizar peregrinaciones o retirarse a un monasterio o convento. La mayoría de estas casas nobiliarias tenían su torre "a fin de justificar la explotación del pueblo campesino" en palabras de G. Duby y acentuar el carácter defensivo de estas mansiones que manifiestan las características de un castillo con su montículo, foso y única puerta. En la segunda planta solía estar la zona noble donde encontramos habitualmente una gran sala con chimenea donde el señor celebraba sus festines.

Las paredes estaban decoradas con tapices, colgaduras, pieles o espejos, mostrando la familia todo su esplendor con motivo de las celebraciones. Todos estos objetos eran guardados en la cámara señorial cuando no existía ningún festejo. En la sala de festejos encontramos las mesas a cuyo alrededor se celebraban los banquetes ya que comer era un acto solemne y público. No estaba bien visto comer deprisa ni en cuclillas. A continuación se encontraba la habitación matrimonial, separada con un tabique de esta sala de banquetes o incluso con un tapiz. En esta habitación encontramos el lecho conyugal, donde vienen al mundo los herederos. Al mismo nivel que estas dos salas principales estaban la cocina, las habitaciones de los hijos e hijas y la capilla. En la torre los arqueólogos no encuentran restos de vivienda lo que hace suponer que no estaría habitada, siendo sólo un símbolo de poder. La planta baja era para las bodegas y los graneros, cofres, toneles y cubas. El señor de la casa se veía ayudado en su gestión por una serie de auxiliares domésticos. El primero era la propia esposa quien dirigía todo aquello que era femenino en la casa y controlaba las reservas y lo que entraba en el hogar. Los menesteres de la casa serían depositados en personas de confianza del señor, estableciendo continuidad en los cargos a través de la herencia. Estos hombres de confianza se situaban por encima de los demás miembros del servicio y tenían el privilegio de comer en la mesa con el señor, recibir un caballo y vestidos dignos de su oficio. A su cargo estaban los cocineros, compradores, despenseros, porteros y criados, estableciendo una compleja estructura en la que todas las piezas debían estar en funcionamiento, especialmente con motivo del lucimiento de la familia.

10. El Matrimonio

Hasta el siglo XII el matrimonio no se impuso como sacramento, tras siglos de lucha por parte de la Iglesia para controlar la monogamia y la exogamia. No cabe duda que el matrimonio supuso importantes mejoras para la mujer, especialmente al prohibirse el divorcio y la repudiación, al tiempo que se necesitaba el consentimiento de la interesada para llevarse a cabo. De esta manera se logró un cierto papel de igualdad respecto al varón. Desde el siglo XIII la Iglesia inició una importante labor al santificar a mujeres casadas como santa Isabel de Hungría, santa Isabel de Portugal o santa Eduvigis. La dote matrimonial introdujo un curioso elemento económico en el matrimonio ya que según el derecho romano la mujer nunca formaba parte de la familia del marido sino de su padre, por lo que éste debía aportar a su hija una dote importante con la que "mantenerse". El derecho germánico establecía que era el marido quien debía dar la "morgenbabe" a la esposa. Tanto uno como otro fueron los bienes que la esposa tenía, bienes que el marido administraba. La mayoría de las familias medievales no tuvo problemas al respecto, ya que no podía dar a sus hijas o esposas ni dote ni bienes, pero en las clases altas sí constituyó la base de algunos conflictos.

En Florencia de la Baja Edad Media resultaba curioso contemplar como una joven viuda era rescatada por su propia familia para establecer, con ella y su dote, una nueva alianza con otra familia. Los hijos habidos del primer matrimonio se quedaban con la familia del padre. En este caso, la mujer era un mero objeto de intercambio para aumentar las relaciones sociales y económicas de los miembros del patriarcado. En Valencia, la familia de la mujer solía reclamar al marido la dote si no había descendencia. Mientras viva, el marido estaba considerado el administrador de los bienes de la esposa. Al enviudar la mujer lograba su propia autonomía, recibiendo a menudo la tutela de los hijos menores, como así también la libertad para volver a casarse sin consentimiento paterno y poder administrar sus bienes. Si estos bienes eran cuantiosos, el papel de la viuda era importante en la sociedad. En aquellas regiones donde se estableció el sistema de primogenitura, la viuda debía acudir al convento donde, para ingresar, también debía aportar una dote.

11. La Mujer

Al ser heredera la sociedad medieval de las costumbres romanas y germánicas al tiempo que heredera de un sistema de creencias estructurado en Oriente Medio, estableció sus bases en el patriarcado. El varón era considerado un "agente activo" mientras que la mujer era el "agente pasivo". Esta fue la razón por la que el varón ocuparía un papel preeminente ante la mujer, a pesar de plantear la religión cristiana -en sus textos fundamentales- la igualdad de los dos sexos ante el pecado y la salvación, dejando de lado la presunta negación de la existencia de alma en las mujeres. En este marco patriarcal, la vida pública, desde la política a las armas, pasando por la cultura o los negocios, estaba reservada casi exclusivamente al varón, mientras que la mujer estaba encerrada en la vida doméstica. Sin embargo, como bien dice Adeline Rucquoi "en las sociedades tradicionales, en las que la escritura no desempeña el papel fundamental que ahora tiene, la transmisión de la mayor parte de los conocimientos se efectúa precisamente en el marco de la vida privada" por lo que el papel de la mujer no queda mermado. Por eso vamos a conocer en profundidad su papel en la vida familiar, las labores de las mujeres, sus relaciones con la religión o la cultura, los saberes tradicionales o el mundo de la prostitución, una vía de escape en definitiva al régimen tradicional.

12. Mujer y Religión

El discurso oficial de la Iglesia sobre el papel de la mujer influyó en buena parte de la relación entre la mujer y la religión durante la Edad Media. La virginidad será exaltada en numerosos sermones al tiempo que se valoraba la renuncia al matrimonio carnal, para enlazarse con Dios a través del ingreso en un convento. Un buen número de mujeres ingresaron en conventos como si se tratara de una válvula de escape, alejándose así de matrimonios impuestos o de regresos indeseados a núcleos familiares tras enviudar. De alguna manera, la entrada en un convento venía a recoger la rebeldía de las mujeres en algunos campos y expresar su voluntad -limitada, eso sí- eligiendo una vida acorde con sus deseos. En los monasterios encontramos numerosas mujeres ejemplares como Hildegard de Bingen, santa Clara, santa Catalina de Siena o santa Isabel de Portugal. No en balde, hasta el siglo XII todas las mujeres canonizadas por la Iglesia fueron abadesas o monjas. Sin embargo, debe admitirse que no todas las mujeres que ingresaban al convento lo hacían por vocación. Un buen número de jóvenes eran donadas a los conventos por sus padres en los testamentos al tiempo que numerosas viudas los escogían como retiro. Esto motivaría cierto libertinaje en algunos conventos, convirtiéndose en focos de vida licenciosa. Desde el siglo XII encontramos algunas mujeres que adoptaron formas de vida religiosa alejadas del convento. Fue el caso de Christina de Markyate, que huyendo de un matrimonio no deseado, de por vida se radicó en una ermita donde tuvo algunas visiones. En los siglos XIV y XV se desarrolló el fenómeno de las emparedadas, mujeres que se introducían en una celda cuya puerta era tapiada. También se encontraron grupos de mujeres que participaron en las órdenes mendicantes como terciarias.

Algunas mujeres medievales no se conformaban con la religión tradicional y buscaban nuevos caminos como el misticismo. Las místicas buscaron la fusión con la divinidad a través de la negación de su propia voluntad. Esta fusión eliminaba a los intermediarios y contactaba de manera directa al individuo con Dios. Las experiencias místicas medievales fueron muy numerosas pudiendo citar a Margarita de Ypres, Beatriz de Nazaret, Angela de Foligno o Catalina de Siena, como ejemplos del misticismo entendido como una relación de amor humano y posesión. Estas místicas medievales reivindicaron su derecho a amar a Dios sin intermediarios y ser amadas por él del mismo modo. Las nuevas experiencias espirituales llevaron a un buen número de mujeres a abrazar las herejías medievales en las que se anunciaba la llegada del Espíritu Santo, el fin del mundo, la posibilidad de alcanzar la perfección o la igualdad ante el hombre. De alguna manera era una libertad de expresión que rompía con la rigidez de la Iglesia ortodoxa y que llevará a numerosas mujeres a la hoguera víctimas de la Inquisición.

13. Mujer y Cultura

Entendiendo que en la Edad Media la cultura -en su aspecto más ortodoxo- era un campo exclusivamente destinado a los hombres, ya que la condición de clérigo era el elemento imprescindible para acceder a la universidad, podríamos considerar que la mujer medieval no tenía relación con la cultura. Pero esta afirmación carece de fundamento cuando descubrimos a través de algunas fuentes que un buen número de mujeres recibía educación, lógicamente dentro de la nobleza porque entre los plebeyos el analfabetismo era la nota dominante. En los conventos las monjas recibían una educación bastante completa que incluiría latín y griego. Encontramos algunas mujeres autoras de textos como el relato de la "Vida de santa Aldegonda" escrito por una monja del monasterio de Maubeuge o Hildegard de Bingen, autora de libros apocalípticos y teológicos junto a poesías o un libro sobre el cuerpo humano.  En la segunda mitad del siglo XIII encontramos en París sólo una escuela para niñas mientras que en 1380 eran 21 lo que indica un aumento de la educación femenina. En otras zonas de Europa se ha podido constatar que las escuelas acogían tanto a niñas como niños que recibían la educación primaria, consistente en saber leer, contar y escribir. Si deseaban continuar sus estudios debían recibir clases particulares ya que para acceder el grado superior requería ser ordenado, lo que estaba prohibido a la mujer.

Por otra parte, la mayoría de los saberes tradicionales transmitidos oralmente por las mujeres medievales estaban relacionados con la salud y la enfermedad, la vida y la muerte. Los asuntos relacionados con el nacimiento y los difuntos eran exclusivos de mujeres, al igual que las curaciones de enfermedades. El desarrollo de una medicina oficial en la universidad y en manos de los hombres no se produjo hasta el siglo XIII y su difusión fue muy lenta. Estos conocimientos tenían una importante relación con el paganismo y la brujería. No en balde, entre 1400 y 1450 en el delfinado francés fueron denunciadas por prácticas de brujería más de 250 mujeres, representando el 70 % del total de las denuncias. Las hierbas y las técnicas de curación se transmitían entre las mujeres y los encantamientos para que tuvieran efecto estaban a la orden del día. Entre estas prácticas mágicas encontramos encantamientos para adueñarse de la fortuna de la vecina, el falseamiento de las ordalías gracias a llevar cosidas en el traje madera o piedras, la mezcla de la sangre menstrual con los alimentos para atraer al hombre deseado, hacer pasar a los niños que lloran a través de un agujero en el suelo para que se callen, etc. La Iglesia manifestó cierta tolerancia hacia las parteras y curanderas hasta el siglo XV, cuando inició su persecución bajo la acusación de brujería.

14. La Prostitución

Paralelamente a la exaltación del matrimonio y del amor cortés, la Iglesia inició durante el siglo XIII la persecución de la prostitución. Entre 1254 y 1269 Luis IX de Francia ordenó la expulsión de todas las prostitutas; en el año 1300 en la abadía de Saint-Germain-des-Pres se amenazaba con marcar y exponer en el rollo a aquellas prostitutas que no se sometieran. Sin embargo, a finales del siglo XIII se produjo un cambio de mentalidad gracias al desarrollo de la filosofía naturalista inspirada en Aristóteles. Algunos clérigos incluso manifestaron que los pecados carnales eran menos graves "por venir de la naturaleza" lo que implicaba que el acto carnal de mutuo consenso entre hombre y mujer era un pecado venial. Otros eclesiásticos consideraban que como la prostituta no obtenía placer de su trabajo sino una mera recompensa económica, su actividad estaba exenta de pecado ya que "la mujer pública es en la sociedad lo que la sentina en el mar y la cloaca en el palacio. Quita esa cloaca y todo el palacio quedará infectado". Esta idea sintetizada con el temor a que la población desapareciera motivada por las epidemias de peste, las hambrunas y guerras de los siglos XIV y XV. Desde ese momento la prostitución cumplió un papel social, incluso los moralistas vieron en ella un seguro contra la homosexualidad y el onanismo. También se consideraba que era una manera de evitar las violencias sexuales que los hombres jóvenes someten a algunas mujeres por no poder contraer matrimonio, al no disponer del dinero necesario. De esta manera la prostitución se hizo pública y las ciudades abrieron mancebías a lo largo de los siglos XIV y XV. La prostituta abandonó la marginalidad y ocupó un papel en la sociedad, en cuanto trabajase en las mancebías -a cambio del pago de una pensión, recibiendo protección, techo y horario- o en las puertas de las tabernas, los baños o sus propias casas.

Sin embargo, la crisis de finales del siglo XV afectó especialmente a las capas más debilitadas de la sociedad, lo que motivó el aumento de las mujeres dedicadas a la prostitución. A esto debemos añadir las reformas que transitaba la Iglesia en las que se manifestaba un mayor control en el campo sexual y moral, por lo que se condenaba a la alcahueta y promovía el cierre de los baños. Esta fue la razón por la que las mancebías se rodearon de un muro, cuyo objetivo era proteger a las prostitutas y evitar que pervirtiesen a las demás mujeres.

15. Vida de los Campesinos

 Las "Partidas" de Alfonso X de Castilla definen a los campesinos como los "que labran la tierra e fazen en ella aquellas cosas por las que los omes han de bivir e de mantenerse". No cabe duda de que con esta definición podemos considerar al campesinado como la fuerza fundamental del trabajo en la sociedad medieval. Y es que el campo fue el gran protagonista en la Edad Media europea. Los recursos que aportó la agricultura y la ganadería eran la base de la economía y la tierra era el centro de las relaciones sociales, dejando al margen la revolución urbana que se vivió a partir del siglo XIII. A pesar de ser la fuerza generadora de riqueza en la época, los campesinos eran caracterizados como ignorantes y groseros, comentándose en un dicho popular de aquel tiempo que "el campesino es en todo semejante al buey, sólo que no tiene cuernos". Los campesinos medievales soportaban el peso fiscal del Estado ya que pagaban los tributos señoriales, los diezmos eclesiásticos y las rentas reales. Formaban parte del escalón más bajo de la sociedad medieval al ser los "laboratores". El trabajo campesino se desarrollaba en pequeñas unidades de producción de carácter familiar, pero las tierras eran propiedad del señor al que el campesino juraba fidelidad, entrando de lleno en la relación vasallática que lleva implícita el feudalismo. El campesino no producía para el mercado sino para su autoconsumo, aunque buena parte de la producción -fuera o no excedentaria- pasaba a manos del señor.

La vida campesina era muy dura ya que el nivel tecnológico era rudimentario, la productividad muy limitada y el peso fiscal determinante. A lo largo de la Edad Media encontramos importantes novedades tecnológicas que aportarán algunos elementos positivos al trabajo de los campesinos. El arado de ruedas y vertedera se incorporó a lo largo del siglo XI en las regiones del norte de los Alpes mientras que la zona mediterránea seguía vinculada al arado romano. Otra novedad será el yugo frontal y los herrajes de los animales, destacando el papel del caballo en numerosas regiones. Los molinos de viento e hidráulicos evitaron muchos esfuerzos a los labriegos al igual que los progresos en el rastrilleo o el trillo o la incorporación de un nuevo tipo de hoz. La rotación trienal será una importante novedad. La tierra se divide en tres zonas que se dedicaron respectivamente a cultivos de invierno, de primavera y barbecho, lo que aumentó la producción, haciéndola más diversificada. La cría de ganado también tuvo un importante papel en la vida campesina. A pesar de los progresos, se puede afirmar que la agricultura medieval manifestó siempre signos de precariedad debido a su bajo rendimiento y su estrecha dependencia de las condiciones naturales. En la familia campesina se reunían generalmente tres generaciones que se diversificaban con las ramificaciones laterales de los parientes lejanos, hermanos o hermanas no casados y un largo etcétera. El padre ocupaba el papel protagonista siendo su principal objetivo la protección y la seguridad de los miembros de su clan familiar y de la casa donde habitan. El matrimonio solía estar concertado aunque a medida que avanzó el tiempo la Iglesia lo sacralizó y lo convirtió en un sacramento. Su objetivo prioritario era la procreación por lo que los nacimientos debían de ser numerosos al igual que las defunciones infantiles. La mujer estaba en una situación absoluta inferioridad, teniendo que ocuparse de numerosas tareas. Los hijos estaban valorados como fuerza de trabajo.

16. Vivienda de los Campesinos

Aunque las noticias sobre el día a día de los campesinos medievales son muy escasas, vamos a intentar mostrar una imagen bastante generalizada de la vida diaria de estos hombres y mujeres. La vivienda de los campesinos dependía de las condiciones naturales de la región, pudiendo estar construida en madera, piedra o adobe. Solía estar constituida por una amplia habitación que era compartida por la familia y el ganado, siendo también utilizada como granero. El fuego y la chimenea definían el hogar. Los techos de paja, los permanentes humos del interior, las filtraciones, los incendios o las inundaciones dotaban de gran debilidad a los alojamientos. Resulta curioso saber que el campesino que quisiera marcharse de una aldea podía llevarse parte de su casa como aparece en el fuero de la localidad leonesa de San Llorente del Páramo, donde se establecía que si en un plazo de nueve días no había podido vender la vivienda "tome todo su mueble et las puertas e la meetat de la techumbre de sus casas". A lo largo de los siglos XIII y XIV se experimentaron novedades en las viviendas como la edificación sobre pilastras que dotaban de consistencia a la edificación y la creación en el interior de la casa de una estancia apartada de los animales y los humos. El mobiliario era muy escaso y los pocos muebles que adornaban la casa eran de apariencia tosca. La mesa era el principal objeto y debía ser tan grande como para permitir que toda la familia se dispusiera a su alrededor, sentada en bancos. Ganchos de madera donde colgar los escasos vestidos y estantes para depositar objetos eran otros elementos del mobiliario. Las camas no existían, durmiendo habitualmente sobre paja extendida en el suelo o utilizándose también jergones embutidos en paja.

Como ya se expuso en el primer apartado de este trabajo, la alimentación campesina podría considerarse como algo monótona. El alimento fundamental era el pan al que se acompañaba de otro tipo de productos denominados "companagium". La carne de cerdo y los embutidos serán los principales acompañamientos así como las aves de corral y la caza. Leche, queso y mantequilla tendrían un importante papel en la dieta junto a las legumbres, verduras y frutas. Coles, judías, guisantes, lentejas, nabos, manzanas, cerezas, ciruelas, fresas y peras serían las más consumidas mientras que el pescado no ocupaba un determinante lugar, excepto en los momentos que la religión exigía abstinencia carnal. El vino era la bebida favorita en el ámbito mediterráneo mientras que la cerveza se consumía en el centro y norte de Europa. Agua, mosto de manzanas e hidromiel completarían el capítulo de bebidas.

17. Los Artesanos

La producción de objetos manufacturados en la Edad Media se realizaba bajo condiciones que nada tenían que ver con las que caracterizaron la actividad industrial contemporánea. Frente a la libre iniciativa, rasgo sustancial del mundo capitalista, la producción en el Medievo se efectuaba a través de las corporaciones de oficios, instituciones sujetas por lo demás a una estricta reglamentación. Ahora bien, en el transcurso de los siglos XIV y XV se fueron gestando ciertos elementos, aunque todavía de forma incipiente, que a la larga iban a definir las relaciones de producción del sistema capitalista. Esto aconteció en algunas regiones de Europa, particularmente en las que tenían mayor actividad artesanal, caso de determinadas ciudades del norte y centro de Italia o de Flandes. En los focos productivos de aquellas urbes, aumentaba día a día la distancia que separaba al capital del trabajo. Asimismo, los productores no hacían otra cosa sino vender su fuerza de trabajo, a cambio de lo cual recibían un salario. El alza de los precios, por su parte, perjudicaba con mucha mayor dureza a los que vivían de un salario, lo que explicaba el descontento que acompañaba a las gentes de los oficios y su facilidad para sumarse a cualquier acción de protesta. Tampoco solían ser muy favorables para los trabajadores las condiciones laborales. Pero además el acceso a la maestría, objetivo al que en teoría aspiraban todos los oficiales, estaba vedado en la práctica para la mayoría de ellos. Incluso la constitución de asociaciones resultaba cada vez más dificultosa para los trabajadores. En ese complejo entramado de relaciones económicas y sociales entre las gentes de los oficios y el patriciado se encontraba la raíz de buena parte de las revueltas populares urbanas que conoció Europa en los últimos siglos de la Edad Media.

En otro orden de cosas, cabe señalar como rasgo característico del mundo artesanal bajo-medieval la confluencia de trabajadores de la ciudad y del campo. Una parte no desdeñable de la actividad productiva manufacturera era realizada por aldeanos que vivían en el campo circundante de las grandes ciudades industriales. Veamos un ejemplo significativo: a comienzos del siglo XV la empresa Datini, asentada en la ciudad italiana de Prato, empleaba a 317 trabajadores residentes en la ciudad, y a un número superior, 453, que vivían en aldeas contiguas, en un radio de unos 40 kilómetros en torno a la urbe. Sin duda es éste un aspecto más de la estrecha interdependencia que existía en aquella época entre la ciudad y el campo.

También singularizaba al mundo artesanal de finales de la Edad Media el proceso creciente de concentración empresarial. En unos casos se trataba, simplemente, de la concentración de los operarios, como sucedía en la ciudad inglesa de Bristol, en donde eran famosos los barrios de tejedores o, en otro sentido, en Venecia, que contaba con cerca de 2.000 trabajadores empleados en la Zecca, que era al mismo tiempo arsenal y taller monetario de la ciudad. También podemos aportar un ejemplo hispano: el barrio de La Puebla, conocido núcleo de tejedores de la ciudad castellana de Palencia. Pero en otras ocasiones el término concentración tenía otro sentido, pues se refería a la reunión de diversos talleres en manos de un mismo propietario. Tal fue el caso, entre otros muchos, de los Buonacorsi, familia florentina de gentes de negocios que en un momento dado llegó a poseer más de 300 talleres.

En la producción de manufacturas desempeñaba un papel decisivo la destreza particular que poseía cada artesano. De ahí que la desaparición de buen número de hábiles artesanos, a consecuencia de las mortandades, dejará una huella profunda en el mundo de las manufacturas urbanas. Pero la sustitución de un artesano por otro no podía ser, ni mucho menos, automática, habida cuenta del tiempo necesario que se requería para el aprendizaje de un oficio. Así las cosas, como señala Miskimin, "el primer efecto de un índice de mortalidad más alto (en el ámbito de la industria) fue una rigurosa reducción del número de artesanos sin aumento de la productividad de los que sobrevivieron”. El estudio de los testamentos londinenses de los siglos XIV y XV ha puesto de relieve, por una parte, la rapidez de las sustituciones de los escribientes, sin duda víctimas sucesivas de las calamidades, pero también un progresivo deterioro de los rasgos de la escritura, prueba indudable de la menor destreza en el oficio de los recién llegados. Es bien sabido, por otra parte, cómo desde mediados del siglo XIV se intentó paliar la situación creada por las mortandades autorizando que el aprendizaje de los oficios pudiera efectuarse en tiempos más cortos (pensemos, a este respecto, en las "Ordenanzas de París"). Pero el problema, sin duda complejo, no podía resolverse, ni mucho menos, a golpe de decreto.

18. La Conflictividad Social

La conflictividad social, qué duda cabe, no había faltado en los periodos anteriores de la Edad Media, pero es indiscutible que en el transcurso de los siglos XIV y XV conoció una virulencia inusitada, de la que dieron fe los testimonios conservados de aquel tiempo. Por lo demás, en dicha época las luchas sociales tuvieron un amplio alcance desde el punto de vista territorial, pues se propagaron por todo el Continente europeo, desde Escandinavia hasta la Península Ibérica y desde Inglaterra hasta Bohemia. Ciertamente esa conflictividad adoptó formas muy diversas, tanto por sus protagonistas como por los cauces específicos que adoptó. No obstante, existió un aspecto esencial que recorrió prácticamente todos los conflictos que se sucedieron en Europa en los últimos siglos de la Edad Media: la participación, como agentes principales de las luchas sociales, de los sectores populares, ya fueran éstos del ámbito rural o del urbano.

La aludida conflictividad respondía, en última instancia, a la existencia de grupos sociales con intereses claramente contrapuestos. En el medio rural el conflicto potencial era el que enfrentaba a los campesinos con los señores territoriales, bajo cuya jurisdicción se encontraban. En los núcleos urbanos la dicotomía entre la aristocracia y el común ofrecía asimismo las condiciones apropiadas pare el choque. Ahora bien, esa estructura social, plasmada en la existencia de clases antagónicas, no era una creación del siglo XIV, sino que había sido heredada del pasado. ¿Por qué, entonces, se agudizaron las contradicciones sociales en los siglos XIV y XV?

Sin duda la respuesta hay que buscarla en la crisis bajo-medieval, que generó las circunstancias idóneas pare acentuar los enfrentamientos. De todos modos es preciso alejarse de una explicación simplista, que observe en las revueltas populares los estallidos típicos de una época dominada por la miseria. No cabe duda que en los malos años, con su cortejo de catastróficas cosechas y de posibles hambrunas, la desesperación de los desheredados favorecía, lógicamente, la explosión social. Pero no es menos cierto, asimismo, que en los movimientos populares del mundo rural una parte importante les cupo a los campesinos de mejor posición económica, quejosos del marasmo de los precios de los granos. Por otra parte, la presión fiscal, particularmente notoria en aquellos países que se enfrentaron directamente en la guerra de los Cien Años, es decir, Francia e Inglaterra, fue un factor destacado a la hora de explicar la génesis de los conflictos.

Pero las luchas sociales no fueron exclusivas del ámbito rural. También se manifestaron en las ciudades, por más que existieron algunos ejemplos de núcleos urbanos que escaparon a dichos conflictos. Tales fueron los casos, por ejemplo, de ciudades tan significativas como Venecia, Burdeos o Nuremberg. Mas la tónica dominante de la mayoría de las urbes, en los siglos finales de la Edad Media, fue la acentuación de la conflictividad social. Los sectores populares de las ciudades, en términos generales, estaban explotados desde el punto de vista económico por las minorías rectoras, pero al mismo tiempo estaban excluidos del acceso al poder político local, claramente oligarquizado. Ahí se encontraban las claves de la mencionada conflictividad.

19. La Vida en los Monasterios

El desarrollo de los monasterios en la Edad Media alcanzó cotas muy elevadas, recibiendo un amplio número de solicitudes para formar parte de estas comunidades. La mayoría de los novicios eran sometidos a prueba para confirmar que su ingreso no se debía a deseos de abandonar el mundo por motivos ajenos a la religión. Esos novicios que ingresaban en el monasterio convivían en la casa de huéspedes donde aprendían a relacionarse, iniciando su vida en comunidad. Ocupaban un lugar diferente en el coro y en el refectorio aunque sus hábitos eran similares a los demás. Cada uno de estos novicios tendría asignado un monje mayor que se ocuparía de su formación. Cuando los hermanos valoraban que las aptitudes desarrolladas por los novicios para ser siervos de Dios eran las adecuadas, pasaban a formar parte de la estructura definitiva de la orden, incluyéndose en la comunidad a la hora de comer, dormir o trabajar. La casa de huéspedes que antes ocupaban era abandonada y se trasladan para dormir a las celdas del primer piso, junto a otros monjes. Las normas exigían que se durmiese vestido, con las ropas ceñidas al cuerpo por el cinturón. De esta manera podían acudir de manera rápida a los rezos, levantándose sin tardanza al oír la llamada. Cada tres horas las campanas de la iglesia monástica anunciaban el correspondiente rezo: a medianoche, Maitines; a las tres, Laudes; a las seis, Prima; a las nueve, Tercia; a mediodía, Sexta; a las tres de la tarde; Nona; a las seis, Vísperas; y las nueve de la noche, Completas. Si alguno de los monjes se quedaba dormido debía acudir rápidamente a la Iglesia y, en medio del coro, tenderse boca abajo en el suelo en señal de disculpa hasta que recibiese la orden de levantarse.

Tras la hora prima se desayunaba en el refectorio. Después el abad reunía a todos los monjes en la sala capitular para leer un capítulo de la Regla de la Orden y distribuir los trabajos, de los que sólo estaban exentos los enfermos y los destinados a importantes menesteres. Tras la labor matinal y la misa mayor, los monjes se concentraban en el claustro para pasar al comedor donde almorzaban en silencio. Su dieta constaba de queso, pan, fruta, pescado y carne, aunque las normas de la orden establecían que la comida debía ser cada vez más frugal. Entre los trabajos de mayor responsabilidad en el monasterio estaba el de tesorero, encargado de controlar las cuentas de la abadía y de las inmensas propiedades que dependían de ella, la mayoría fruto de donaciones reales o nobiliarias. A su cargo estaban también un buen número de trabajadores laicos que habitaban esas tierras y que tenían como señor al abad. Entre los gastos debemos señalar los propios del monasterio y los relacionados con la atención de pobres y enfermos que se realizaba en los hospitales de la orden. El cillecero se encargaba de administrar la cilla, el almacén donde se guardaban los suministros; el limosnero recogía limosna por los pueblos cercanos; en la biblioteca los iluminadores y copistas trabajan en los libros. Tras la labor y la correspondiente comida, el monje disponía de tiempo libre para leer o descansar hasta que de nuevo se continúan las oraciones y el trabajo. A la caída de la tarde cenaba y después continuaban los rezos. La dura jornada finalizaba cuando los monjes se recluían en sus celdas para descansar, estando pendientes de la llamada a la oración.

20. La Muerte y el Más Allá

En la concepción cristiana la muerte se consideraba al instante en que se separaba cuerpo y alma. El buen cristiano debía estar preparado para este momento y las voluntades de los mortales se recogían en los testamentos. Incluso se hacía referencia al aumento de la práctica testamentaria desde el siglo XIV lo que motivó cierta "democratización" en esta cuestión. El testamento incluía la voluntad sobre el futuro de los bienes del testador y una referencia a los errores cometidos con los correspondientes deseos de corregirlos. Lo habitual era que se testara cuando la enfermedad llamara a la puerta del protagonista, aunque su redacción podía hacerse en cualquier momento. Los meses de calor, correspondientes al periodo entre abril y octubre, era la época de mayor número de testamentos debido al aumento de las fiebres y las pestes. Podemos afirmar que el testamento se convirtió en el complemento de la confesión.

Tras el fallecimiento el finado era envuelto en un sudario de tela blanca y era velado por los familiares antes de ser enterrado. El entierro se realizaba de manera rápida no sólo para evitar contagios y enfermedades, sino para alejar el fantasma de la muerte de la familia o el pueblo. La solemnidad caracterizaba el traslado del cadáver desde la casa hasta el lugar de enterramiento. Los familiares, compañeros de oficio y las plañideras -en mayor número cuando el finado era de clase social elevada ya que recibían una gratificación- acompañaban al cadáver. Durante la trayectoria las campanas de las iglesias tocaban para ahuyentar a los demonios. Cantos, plegarias y llantos eran los sonidos del cortejo durante el viaje. El blanco era el color habitual del duelo, estando el negro reservado para las familias aristocráticas. Cementerios e iglesias eran los lugares de enterramiento. El desarrollo económico de la Baja Edad Media motivó la proliferación de capillas en iglesias y catedrales. Tras el entierro la familia debía ofrecer una comida a los acompañantes. Su objetivo era reconstruir la cohesión de la comunidad. Tras el primer aniversario de la muerte se celebraba una misa con la que se ponía punto final al luto que había guardado la familia.

 En la Edad Media la muerte nunca fue acompañada de caracteres macabros. Sería en los últimos siglos cuando aparecen aspectos tétricos, motivados sin duda por la difusión de la Peste Negra y las epidemias, hambrunas y devastadoras guerras que sacudieron la Baja Edad Media. En las ciudades se desarrollaría incluso la idea de muerte-espectáculo. Para conseguir la salvación de los difuntos era necesaria la mediación de los clérigos lo que motivaba el encarecimiento de la muerte. La misa era la fórmula de conectar el mundo de los vivos con el de los muertos y ahí también se detectaba una evidente diferenciación social ya que los ricos podían ofrecer más misas por sus difuntos, al tiempo que tenían más posibilidades de realizar la caridad con los pobres. La vida terrenal era considerada en la Edad Media como un mero tránsito hacia la eternidad. El cielo era el destino deseado por todos, pero por mucho que el individuo se preparara el camino para la salvación no estaba asegurado y el infierno constituía un serio peligro tal y como lo describe Dante o lo pinta El Bosco en sus cuadros. "Bajo un cielo sin estrellas, resonaban suspiros, quejas y profundos gemidos (...) Diversas lenguas, horribles blasfemias (...), voces altas y roncas, acompañadas de palmas, producían un tumulto que va rodando siempre por aquel espacio eternamente oscuro". De esta manera nos narra el poeta italiano su visión infernal. El purgatorio sería el lugar intermedio entre cielo e infierno. La idea de este espacio tuvo especial difusión desde el siglo XIV, abriéndose una nueva vía de acceso al cielo en un momento de guerras, hambrunas y pestes. La esperanza en el más allá insuflaba un cierto halo de esperanza a los horrores vividos en este mundo terrenal.

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