sábado, 13 de julio de 2019

JAÉN


JAÉN

Una vez inspeccionadas las sugerentes interioridades de la provincia, el camino se remansa en Jaén, pues no en vano se dice que su nombre de raíz árabe, Geen o Yayyan, significa «estación de caravanas». Histórica y moderna, son sus dos caras; monumental, acogedor y popular, su carácter.

Puesta en lugar tan escogido, surtida de caudalosos manantiales en las faldas del cerro de Santa Catalina, fue colonizada por íberos y romanos. Antes de nuestra era fraguó ya el poblado de Aurgi, que en el siglo I accedió a la categoría de municipio de derecho latino –Municipium Aurgitanus– dotado de un amplio recinto urbano. Su ascensión, con todo, se produjo más tarde. A mediados del siglo IX, Abd al-Rahman II traslada la capitalidad de la provincia del Alto Guadalquivir desde la antigua Mentesa, La Guardia, a la ciudad conocida ahora con el título de Yayyan, traslado que se acompaña de un considerable programa de construcciones oficiales, entre las que destacan la mezquita aljama y la alcazaba.
En el siglo XI, Jaén entra en la órbita del reino de los ziríes de Granada, para erigirse en breve principado autónomo y caer luego en manos del rey de Sevilla antes de su ocupación por los almorávides. Impulsan éstos la gran expansión de la ciudad, mediante la reconstrucción y ampliación de sus murallas y castillos. Tras el convulso hiato que precede a la llegada de los almohades, retoma su posición de relieve. La dinastía marroquí acrecienta sus baluartes y edifica a finales del siglo XII una nueva mezquita mayor, gobernándose con príncipes de la familia califal almohade, como al-Bayyasi, que emprende desde Jaén su aventura como emir independiente al desmoronarse el imperio norteafricano. Tras la proclamación del nazarí al-Ahmar en Arjona, éste recibe su espaldarazo político al recibir la sumisión de Jaén.

A la postre, sin embargo, la perdería, a trueque de garantizar su supervivencia en Granada: en 1246 al-Ahmar pacta la entrega de Jaén con Fernando III a cambio de reconocer el estado nazarí y fijar una frontera que habría de mantenerse durante dos siglos y medio. Desde ese momento, Jaén asume el papel de ciudad-base fronteriza. Desde ella se lanzan expediciones, y recibe continuos ataques de los granadinos, como el de 1368, que devastó la población. En el siglo XV sirve de bastión del condestable Lucas de Iranzo, caudillo del partido del rey en las contiendas civiles. En el XVI, con la paz, conoce su máximo esplendor.

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