El legado Científico y
Cultural DE AL-ANDALUS
Fuente: Fundación Al-Andalus
Cabe pensar que, en un principio, los árabes eran minoritarios en
al-Andalus, siendo los hispanos y los beréberes mayoría. La lengua hablada, por
lo tanto, no era el árabe. Sin embargo, a lo largo del siglo IX se produjo una
fuerte arabización. La lengua árabe fue en al-Andalus sinónimo de refinamiento
y erudición. No solo hablaban árabe los musulmanes, sino que también los
propios mozárabes, cristianos que permanecieron bajo dominio musulmán, acabaron
expresándose y escribiendo en este idioma, lo mismo que los judíos, comunidades
ambas muy participativas en la vida pública de al-Andalus, dependiendo del
momento. En este sentido existe un elocuente pasaje de Álvaro de Córdoba
quejándose del auge del árabe en el siglo IX: “Muchos de mis correligionarios
leen poesías y cuentos árabes, y estudian las obras de los filósofos y teólogos
mahometanos, no para rebatirlas sino para aprender a expresarse en el lenguaje
árabe más correcta y elegantemente”. Algunos de los más relevantes lingüistas
de al-Andalus fueron al-Qali, Ibn
al-Qutiyah y al-Zubaydi, todos del siglo X.
La cantidad y calidad de las ciencias, el arte y las letras cultivadas en
al-Andalus es admirable, y el interés con que numerosos escritores supieron
plantear las cuestiones básicas de la existencia humana. No es extraño que los
andalusíes expresaran repatidas veces sus elogios de al-Andalus, como cuando
al-Saqundi, en el siglo XIII, a un paso ya de que Córdoba y Sevilla dejaran de
ser políticamente andalusíes, afirmaba en su preciosa “Epístola en elogio de
al-Andalus”: “yo alabo a Dios, porque me hizo nacer en al-Andalus y me concedió
la gracia de ser uno de sus hijos. Mi brazo puede alzarse con orgullo y la
nobleza de mi condición me impulsa a realizar acciones meritorias”, o como
cuando el visir granadino Ibn al-Jatib, ya en el siglo XIV, pondera sobre las
demás “estas tierras andalusíes”, las mejores del mundo, dice “en belleza y
vegetación, en extensión y bienes, en construcciones y fortalezas, en gentes y
animales, en carácter y manera de ser, en costumbres y modo de vestir, en
nobleza e inteligencia, en industrias y minas, en coraje y ardor, en
refinamiento y gracia”.
La educación y el saber tuvieron desde el principio enorme importancia en
el mundo musulmán. Frases como “Busca el saber desde la cuna
hasta la tumba” o “No hay nada más importante a
los ojos de Dios que un hombre que aprendió una ciencia y la enseñó a las
gentes”, son algunas de las máximas más influyentes en la época. Los
propios emires y califas como Abderrahman
II, Abderrahman III y al-Hakam II fueron grandes eruditos que se
rodearon de sabios. Hicieron traducir las principales obras del saber clásico,
crearon bibliotecas públicas y privadas –algunas tan célebres como la de
al-Hakam II–, y edificaron mezquitas y madrazas en las que se impartían
ciencias religiosas y jurisprudencia. Algunos fueron excelentes poetas, como el
propio rey al-Mu‘tamid de Sevilla y su
amigo y visir, Ibn Ammar.
Se dedicaron numerosas obras al estudio
del saber y a la enseñanza, y a la clasificación de las ciencias, como la que
escribió Ibn Abd Rabihi en el siglo
X: al-Iqd al-Farid (El collar único). Así se
expresaba el autor acerca de los distintos saberes: “(son) los pilares en los
que descansa el eje de la religión y del mundo. Diferencian al hombre de los animales,
y al ser racional del irracional”. También el célebre Ibn Hazm (994-1064) dedicó
numerosas páginas a clasificar las ciencias en libros como el Maratib al-ulum, o el Kitab al-ajlak. Este
autor ha sido uno de los más prolíficos que ha dado el mundo musulmán,
destacando como poeta, teólogo, jurista, historiador y filósofo. Cuatrocientas,
nada menos, fueron las obras que escribió. Su lengua era tan crítica y mordaz
contra el poder y la pobreza de espíritu que se llegó a decir que “su lengua
era tan afilada como la espada de al-Hach-chach”. Acerca del saber dijo lo
siguiente: “El que busca el saber para jactarse de él, o para ser alabado, o
para adquirir riqueza y fama, está lejos del éxito, pues su objetivo es
alcanzar algo que no es el saber”.
La prosa, la poesía y
la música
La prosa y la poesía fueron dos disciplinas altamente valoradas por los
andalusíes. La época de taifas supuso también una “descentralización” del
saber. Los reyes de taifas compitieron entre sí por lograr el más alto grado de
erudición y la corte más sabia, y cultivaron en especial la poesía. Uno de los
poetas que alcanzaron más alta fama, aparte del mencionado al-Mu‘tamid,
fue Ibn Zaydun (1003-1071), lo
mismo que su amada, la bella princesa Wallada.
También fueron renombrados al–Ramadi (m. 1015) y, siglos más
tarde, Ibn Zamrak, el poeta
del siglo XIV que plasmó sus versos en los muros de la Alhambra. La forma más
cultivada y elegante en poesía era la qasida, de complicado metro,
aunque también surgieron nuevas formas populares llamadas muwashaha y zéjel,
cuyo máximo exponente fue Ibn
Quzman (siglo XII), cuyo renombre llegó hasta Bagdad.
En al-Andalus proliferaron grandes músicos, entre los que cabe destacar el
célebre Ziryab, procedente de Bagdad en
el siglo IX, quien, además de revolucionar las modas en el vestir, la cosmética
y la cocina, fue un magnífico tañedor de laúd, instrumento al que agregó una
quinta cuerda.
La prosa –sobre todo filosófica– también
tuvo buenos representantes, algunos de la talla del gran pensador Ibn Tufayl, que destacó con su
delicioso Hayy Ibn Yaqzan, también conocido
como el Libro del filósofo autodidacta, sin duda precursor
del Robinson Crusoe de Defoe. También destacó el
poeta Ibn Suhayd (m.1034), con su
obra al-Tawabi wa-l-zawabi (Espíritus
y demonios).
La historia y la
geografía
Entre los musulmanes de la Edad Media, la historia cobró un especial
interés, escribiéndose numerosas obras repletas de interesantes datos
históricos, pero también geográficos, sociológicos y biográficos.
Hay constancia de que existieron numerosos historiadores, geógrafos y
antologistas en al-Andalus, aunque muchas de sus obras se han perdido. Entre
ellos surgió una saga de al-Razi,
entre los que destacó Isa (siglo X), que escribió una historia general de
al-Andalus conocida más tarde como “La Crónica del moro Rasis”. Igualmente
valiosa fue la Historia de la conquista de al-Andalus,
de su contemporáneo Ibn al-Qutiya.
En el siglo XI surgieron una serie de notables historiadores como Ibn Hayyan, nacido en Córdoba en
987, erudito autor de numerosas obras que reflejan la sociedad y
acontecimientos de su época. Más adelante destacaron Ibn Said al-Magribi, nacido en
Granada a principios del siglo XIII y su contemporáneo Ibn
Idari.
El siglo XIV contó con dos grandes estadistas y pensadores: el lojeño Ibn al-Jatib y el
tunecino Ibn Jaldún, autor de una obra
fundamental de su tiempo: la Muqaddima.
Finalmente, entre los antologistas tuvo
gran relevancia el sevillano al-Himyari y
los autores del siglo XII, Ibn
Bassam e Ibn Jaqan.
Entre los geógrafos brillaron al-Udri (siglo
XI), su contemporáneo al-Bakri, al-Idrisi, llamado el “Estrabón
de los árabes”, y el tangerino Ibn
Batuta –el mayor viajero de su tiempo–, legándonos importantes testimonios
de al-Andalus y de muchos otros lejanos lugares del mundo entonces conocido.
Filosofía y sufismo
En los primeros tiempos del Islam en Oriente pronto se cultivó la ciencia
de la filosofía y la lógica en un clima de tolerancia religiosa e intelectual.
En al-Andalus se introdujeron las primeras traducciones al árabe de los
filósofos griegos, en especial Aristóteles, y fue surgiendo un pronunciado
interés por esta materia que, sin embargo, dependiendo del momento no era bien
vista por las rígidas autoridades religiosas. A menudo se prohibió su estudio y
se quemaron las obras de Ibn Hazm, del oriental al-Gazali y de Averroes. Los
filósofos, sin embargo, sostenían que el intelecto y la razón no estaban en
absoluto reñidos con la revelación, y constituían el instrumento más adecuado
para alcanzar la verdad. “La filosofía es amiga y hermana de leche de la
religión. No contradice a la revelación, sino que la confirma”, afirmaba
Averroes.
El propulsor del estudio de la filosofía fue Ibn
Masarra, autor del siglo X. Después surgió Ibn Hazm y su contemporáneo malagueño,
el hebreo Ibn Gabirol, que profesó una
filosofía neoplatónica en su Yambu al-hayat (Libro
de la fuente de la vida). El siglo XII vio florecer a Ibn Bayyah (Avempace), y a
su discípulo Ibn Tufayl, cuya obra, la
ya mencionada Hayy Ibn Yaqzan, tuvo una honda
repercusión entre los cristianos.
Pero sin duda, el que más influyó, tanto en el mundo musulmán como en toda
Europa, fue Averroes (Ibn Rushd,
1126-1198), de quien se han conservado varias importantes obras. Contemporáneo
suyo fue el eminente filósofo judío Maimónides (1135-1204).
No obstante, contra esta corriente
racionalista existieron en al-Andalus varios místicos sufíes de la talla
de Ibn al-Arif (1088-1141)
o Ibn Arabi de Murcia
(1165-1240), quienes sostenían aquella tradición profética que reza: “conócete
a ti mismo, y conocerás a tu Señor”, pero no desde un punto de vista racional e
intelectual, sino puramente intuitivo y místico.
Las ciencias naturales
No se puede dejar de mencionar a los grandes sabios andalusíes de las
ciencias naturales, que revolucionaron muchos aspectos de la vida con su saber.
Estudiaron las matemáticas, la astronomía, la medicina, la botánica, la
agronomía, etc., pero también otras ciencias más reprobadas por la ortodoxia
como la astrología, la alquimia y la magia. Se estudiaron con detalle los
movimientos de las estrellas y los planetas por medio de sofisticados
astrolabios, se avanzó en el estudio del álgebra y la aritmética, cuyo
precursor fue el oriental al-Jwarizmi (de
donde procede la palabra logaritmo), y se perfeccionaron en medicina las
teorías de Hipócrates y Galeno.
En al-Andalus destacaron en el campo de los matemáticas numerosos autores,
como el madrileño Maslama al-Mayriti,
Ibn Mu’ad, al-Mu’taman ibn Hud o Ibn
Bayya (Avempace), entre muchos otros.
La medicina tuvo su máximo exponente en Averroes,
destacando numerosos autores en este campo, como al-Zahrawi,
Ibn Zuhr, etc.
Y no habremos de olvidar en este rapidísimo repaso al botánico
malagueño Ibn-Baytar (1197-1248) o al
agrónomo Ibn al-Awam, a quien debemos un
exhaustivo y valioso tratado de agricultura, El Libro de la Agricultura.
Todos ellos influyeron decisivamente en la Europa contemporánea y en la
posterior, y sus textos fueron estudiados hasta bien entrado el siglo XVII por
hombres de la talla de Miguel Servet, Copérnico, Nicolás Massa o Galileo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario